Читать книгу El Pueblo del Hielo 3 - La hijastra - Margit Sandemo - Страница 7

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Capítulo 3

Finalmente, Dag tuvo tiempo de leer las cartas que Sol le había traído desde el hogar. Empezó por la de Liv: la abrió con cuidado y comenzó a leer:

«Querido Dag. Te extraño muchísimo. Graastensholm está muy vacío sin ti. Cada tanto voy allí a visitar a la tía Charlotte porque la hace feliz. Ella habla sobre ti, y eso me hace feliz a mí. Pero realmente extraño nuestras caminatas alrededor del castillo. Miro la torre y recuerdo la época en que nos parábamos allí arriba y conversábamos sobre la vida en el pueblo de abajo y sobre cómo las personas parecían hormigas avanzando a toda prisa.

¿Por qué tenemos que crecer, Dag?

Oí que planeas contraer matrimonio con una tal señorita Trolle. Me alegra que hayas encontrado con quien compartir la vida. Espero que ella sea amable contigo. Si no, ¡me aseguraré de que LO SEA! ¡Nadie debe tratar mal a mi hermano!

En cuanto a mí, he aceptado la propuesta de Laurents Berenius y creo que no me arrepentiré. Aún no lo conoces, pero él es todo lo que uno podría desear. Aunque él nunca será capaz de comprender nuestras vidas de pobreza en el valle del Pueblo del Hielo. Es un hombre que lo tiene todo. Hace poco ha heredado la exitosa empresa de su padre... Y tiene barcos alemanes y daneses que llegarán a Oslo con provisiones para carga o descarga. Laurents se ocupa de todas esas cosas. También es muy apuesto y es un buen conversador. Suele ser demasiado confiado y la clase de persona que dice «yo sé qué es lo mejor», si entiendes a lo que me refiero. Nunca pensaría en discutir sus negocios conmigo, y por ese motivo sé muy poco al respecto. Sin embargo, siempre ha sido maravilloso conmigo y estoy tan abrumada por su atención, que me avergüenza. ¡No soy merecedora de todo eso! Pero sería una tonta si rechazara su propuesta y ME GUSTA de verdad, así que estoy segura de que tendré una buena vida a su lado.

Como imaginas, es difícil resistir tanta atención.

Nos casaremos la semana siguiente al solsticio de invierno. Todos esperamos que Sol y tú ya hayáis regresado a casa para ese entonces.

Cariños para Miss Trolle y para ti.

Cuídate,

Liv»

Dag apoyó la carta. Permaneció sentado un instante, invadido por la sensación de incomodidad. Luego, alzó la siguiente carta. Era de su madre, Charlotte, y contenía las advertencias habituales y muchas palabras sobre cuánto lo extrañaba y lo sola que se sentía sin él:

«El prometido de Liv es absolutamente encantador. Fui yo quien los presentó. Se conocieron aquí, en Graastensholm, y Laurents se enamoró a primera vista de Liv. ¡Y con razón! Cuando reflexiono sobre ello, Liv está destinada a ser la esposa soñada por cualquier hombre. Estoy muy feliz por ella.»

Silje, con sus faltas de ortografía encantadoras, escribió sobre la futura boda:

«Tengel y yo estábamos porque Liv es mui joben. El chico no puede esperar a tenerla. Es un partido increible para nuestra pequenia. No podría encontrar a alguien mejor. Vueno, chico no es la palabra adecuada. Es un adulto. Liv se mudará a Ozlo y es vueno porque no es demaciado lejos. Sol y tu deben venir a casa para la voda.

Sol me preocupa mucho; ya saves por qué. Por favor, Dag, ¡cuidala! Ella ha estado maravillosamente estos sinco años, pero ahora es una chica muy difícil. Creo que su herensia aparesio de nuevo. Pero quería irce de casa.»

Tengel, que no estaba nada habituado a escribir, había añadido unas líneas breves con su caligrafía pesada, para decir que todos estaban bien, pero que echaban mucho de menos a Dag.

Luego, había una carta de Are. Su hermanito Are: él también crecía y probablemente ya era todo un joven.

No tenía el formato de carta habitual, solo era un mapa boceteado de Lindealléen en el que mostraba cómo planeaba agrandar y mejorar las dependencias; parecían grandes planes. Pero aquello no sería ningún problema para Are. Era el indicado para el trabajo. Él tenía su propia opinión y siempre lograba lo que se proponía.

De pronto, cuando terminó de leer, Dag sintió nostalgia de nuevo. Reunió las cartas sintiendo que no podía regresar tan rápido como quería a Lindealléen y Graastensholm. Pero sabía que no sería capaz de viajar allí para la boda porque se celebraría ocurriría en medio del bimestre. ¿Y Sol? Él sabía demasiado bien que no podría hacer que partiera hasta que ella no hubiera probado todo lo que aquella vida nueva tenía para ofrecerle.

Dag compartía la inquietud de Silje. Sol no era alguien a quien dejar sola con confianza. El sábado próximo, Dag había planeado llevarla a una fiesta y presentarle algunos amigos estudiantes. Ya se temía cómo podía acabar aquello.

De todos modos, Sol había causado una muy buena primera impresión en la casa de la familia Strahlenhelm. Luego, comenzó a pensar en Laurents Berenius... ¿Qué sentía realmente Liv hacia él? ¿Qué clase de canalla sabelotodo era el chico?

***

Los ojos de Sol brillaban mientras iba mirando a su alrededor en la radiante posada que los amigos de Dag habían escogido para su fiesta.

Estaban sentados alrededor de una mesa larga y estrecha que tenía marcas del paso del tiempo en su superficie ennegrecida y gastada. Allí todos eran jóvenes e intelectuales que habían acudido junto a sus hermanas o primas; no tenían permitido traer a alguien que no estuviera vinculado a ellos. Hacerlo se habría considerado como un acto impropio de su nivel, por lo que se interpretaría que esa mujer sería clase baja. Los ojos de las damas brillaban tanto como sus perlas. Las bandejas estaban repletas de comida y jarras de metal, colmadas..

Sol sabía perfectamente bien que llamaba la atención. La condesa Strahlenhelm le había prestado uno de sus vestidos viejos, y aun así era la prenda más fantástica que Sol había visto. Nunca se había sentido más atractiva que esa noche y las miradas de admiración que recibía de los muchachos le indicaba que sin lugar a dudas era hermosa.

Pero esos chicos no le interesaban demasiado... excepto uno que había atraído la atención de Sol por otros motivos.

—Dag —le susurró a su hermano—, ¿qué habían dicho sobre aquel hombre de allí? ¿El que llaman Preben?

—Olvídalo —respondió Dag dejando un muslo de pollo en el plato.

—No, ¡quiero saberlo! Dijeron algo sobre magia negra.

—Sol —suspiró Dag, mirándola con seriedad—: ¿De verdad tienes que vivirlo todo de un modo tan peligroso?

—Para mí es completamente natural. No importa, lo averiguaré sola.

—No, ¡no puedes andar por ahí haciéndole a los demás preguntas tan incisivas! —Luego, hizo una pausa y pensó de nuevo en la pregunta de Sol—: Bueno, si de verdad quieres saberlo, entonces te diré que él es miembro de una sociedad esotérica, aquí, en Copenhague.

—¿Sociedad esotérica dices? Supongo que son miembros secretos, ¿no?

—Es probable... Pero debes mantenerte lejos de ellos. ¿Entendido?

—Sí, hermanito —dijo ella con devoción mientras buscaba el contacto visual con Preben—. Entendido.

Él no era nada especial a la vista. De hecho, tenía la clase de rostro que uno olvidaría de inmediato. Sin embargo, Preben había notado que Sol tenía interés en él: más tarde, esa noche, tras intercambiar muchas miradas en la mesa, él se aproximó a ella. En ese momento, Dag no estaba presente. A menos que Sol estuviera equivocada, Dag estaba coqueteando con una joven.

—Dicen que eres la medio hermana de Dag —comentó Preben.

—Sí, algo parecido —respondió Sol—. Crecimos juntos.

—He notado tu interés en mi humilde ser. ¿Puedo preguntar la razón?

Sol no pudo evitar sonreír.

—Bueno, no es debido a tus rizos dorados, ¡porque no tienes ninguno! —respondió rápido—. ¿No puedes adivinar por qué?

—Sí. Noté los ojos increíbles que tienes. Mi intuición dice que posees los mismo intereses que yo.

Sol asintió.

—¡Llévame a una de tus reuniones!

—Le tememos a los espías y los informantes.

—¿Acaso parezco como una?

—En absoluto —respondió él—. Pareces interesada en el misticismo.

—Te aseguro que estoy interesada en lo que tú llamas «misticismo». Para mí es evidente. Pero anhelo mezclarme con personas que piensan de un modo parecido a mí. He pasado toda la vida aislada en Noruega. ¡Deseo tanto hablar con otros y aprender más!

Él asintió con aires de importancia.

—Te garantizo que aprenderás algo. Debes estar preparada para que ocurran cosas bastante aterradoras.

Sol rio en voz baja.

—No me asusto fácil.

—Como quieras. Propondré tu nombre la próxima reunión y si te aceptan, podrás asistir al día siguiente. Pero te lo advierto: Estas personas saben muchísimo sobre magia negra. ¿Tienes referencias?

—Solo yo misma y creo que debería ser suficiente. Podrías preguntarle a Dag, pero preferiría que no lo hagas. Él no debe saber todo lo que hago en Copenhague.

—¡De acuerdo!

***

La boda entre Liv y Laurents Berenius salió como lo planearon, pero ni Sol ni Dag pudieron viajar a casa para asistir. Los barcos que navegaban de Dinamarca a Noruega pasaban de cuando en cuando, y no consiguieron ninguno que pudiera llegar a Noruega a tiempo para la boda.

Liv era la más dulce de los cuatro hijos de Tengel y Silje; más dulce incluso que Silje, a quien se parecía mucho. Era exactamente como había escrito Charlotte: Era la esposa y nuera soñada. Se adaptaba rápido y sabía pasar desapercibida de ser necesario. Era muy talentosa casi en todas las áreas. Laurents Berenius aún no había visto lo inteligente que era Liv.

Liv caminaba como si estuviera en trance. Solo oía lo que otros conversaban; en general accedía con educación, pero sin decir mucho más. Ella se decía a sí misma: «Todo estará bien. Laurents es una gran persona y es muy apuesto; soy increíblemente afortunada. Ahora Dag se casará con la señorita Trolle y toda la familia está feliz por nosotros. Sí, tengo mucha suerte.»

Charlotte había gastado mucho dinero en la boda. Silje quería que tuviera lugar en la granja de Lindealléen y por supuesto se lo permitieron. Pero Charlotte se encargó de que llevaran hasta la granja unos enormes carros cargados con toneladas de comida y organizó un desfile con los carruajes más magníficos que empezó y terminó en la iglesia. Sin embargo, Charlotte había insistido en que el gran banquete tuviera lugar en Graastensholm.

Todos lo aceptaron siempre y cuando la mayoría de las celebraciones ocurrieran en la granja de Lindealléen.

—Debemos impresionar a la familia Berenius —dijo Charlotte en un intento de persuadir a Tengel y a Silje para que cambiaran de parecer—. ¡No podemos permitir que el chico piense que está casándose con alguien de clase inferior porque claramente no es el caso!

Liv estaba radiante con el traje tradicional de la comarca . Su cabello se había oscurecido con los años y ahora era tenía el tono y el lustre del cobre sin pulir. Su piel era suave como un pétalo y sus ojos azul oscuro generaban tal confianza que era imposible no conmoverse con solo mirarlos. Todos vieron lo enamorado que estaba Laurents de ella.

Liv sonreía con timidez mientras intentaba ocultar los nervios que sentía. Estaba asustada e insegura y su corazón aún sentía el dolor del vacío. «Así deben sentirse todas las novias», pensó. Laurents estaba más elegante que nunca: Era alto y tenía el cabello castaño brillante y corto, y ojos marrón grisáceo. Tenía una nariz recta bien formada y boca firme. Ella se prometió que lo haría feliz.

Lo único que amargaba su alegría era la ausencia de Sol y Dag. Le hubiera encantado hablar con ellos las semanas previas a la boda solo para pedirles su opinión sobre Laurents. Sol lo había visto, pero había permanecido extrañamente pasiva. Siempre había encontrado otras cosas que hacer cuando Laurents visitaba, así que Liv aún no sabía qué opinaba Sol de él. Dag siempre había sido a quien Liv acudía con sus problemas y preocupaciones, pero ahora estaba muy lejos. Él no tenía tiempo para los pensamientos de Liv ahora que estaba pensando en la señorita Trolle. Una hermana nunca sería tan interesante como una enamorada. La ausencia de sus hermanos, Sol y Dag, habían dejado a Liv sintiéndose más insegura de lo habitual.

***

Mientras cabalgaban desde la iglesia hasta la granja de Lindealléen, el camino estaba flanqueado a ambos lados por personas de la propiedad, del pueblo y de los campos cercanos. Todos habían sido invitados a asistir al festejo principal después de haber sido bien alimentados en el gran granero. Are y algunas de las criadas habían decorado el granero y ¡estaba espléndido!

El viaje desde la iglesia fue ruidoso, como era la tradición: azuzaron al caballo de la novia con gritos alocados y con el sonido de disparos para que salvar a Liv de la magia negra y de los espíritus malignos que intentaban atraparla en su último día como virgen.

En el patio, Liv tuvo que beber una jarra grande de cerveza en presencia de la multitud antes de lanzar la jarra sobre el techo de la casa. Si aterrizaba al otro lado de la casa, sería una buena señal que indicaría un buen matrimonio. Pero la jarra cayó de las manos de Liv cuando movió el brazo hacia atrás, se deslizó. Abandonó su mano de lado y aterrizó frente al techo antes de cayera hacia atrás del mismo lado. Aunque nadie tomó en serio su error, Liv se sintió muy molesta. Quería con desesperación hacer feliz a Laurents.

Al poco tiempo todos olvidaron el «percance». El festejo de la boda, que por tradición duró tres días enteros, fue un gran éxito y todos los habitantes de la zona hablaron con admiración sobre el evento durante varios años.

***

Solo cuando Liv se encontró sola en la gran casa del mercader en Oslo comprendió que ya no había vuelta atrás: su infancia con Tengel y Silje había terminado y de ahora en adelante solo regresaría a Lindealléen y a Graastensholm como invitada. Una tristeza incómoda la atrapó y ya le fue difícil dejarla atrás.

Pero una vez más, se dijo a sí misma que probablemente todas las novias se sentían así.

Pero no estaban por completo solos en la casa: la madre de Laurents también vivía allí. Había asistido a la boda, claro, pero apenas había pronunciado palabra. Era como si hubiera estado sentada en busca de algo que criticar, pero sin poder encontrar nada. Oh, sí: Liv la había oído murmurar la misma palabra una y otra vez: «¡Extravagancia!»

Liv estaba convencida de que si la boda no hubiera sido tan magnífica como fue, la suegra se habría quejado sobre la pobreza y la miseria.

Laurents no quería «hacerla mujer» durante el festejo de la boda, como solía ser la tradición. Él quería esperar hasta que estuvieran solos.

—Sé cómo son: entran a la habitación de la pareja como si hubiera sido un error. No permitiré que nadie arruine nuestra primera noche juntos, Liv.

En cambio, él había yacido muy quieto a su lado, mirándola bajo la luz de la vela, acariciándola despacio y con dulzura, besándola con mucho cuidado hasta que se durmieron con el honor y la virginidad intactos.

Pero ahora estaban juntos en la casa grande de Oslo donde ella era esposa y anfitriona.

Con cuidado, Liv dobló su vestido de bodas o, más correctamente, «su vestido de mujer» que vistió la mañana posterior a contraer matrimonio. Ahora tendría que usar un pañuelo en la cabeza como señal de que era una mujer casada. Sonrió. Aquello era algo que Silje, con el apoyo de Tengel, siempre se había negado a vestir. ¡Qué extraño era estar sola allí con Laurents! De pronto, notó que no lo conocía en absoluto y la ansiedad se apoderó de ella. No, ¡no debía pensar así! ¡No ahora! Él le gustaba mucho. Antes de que Liv hubiera abandonado su hogar, Silje le había dado un buen consejo:

—Los hombres necesitan sentirse amados. ¡entrégale todo tu corazón, niña! Creo que ese es el secreto de la felicidad que Tengel y yo compartimos. Somos completamente abiertos el uno con el otro. No tememos mostrar cuánto nos amamos.

«Sí», pensó Liv«, Laurents sin duda merece todo mi amor.»

***

Mientras tanto, en su hogar en la granja de Lindealléen, Tengel y Silje yacían recostados mirando la oscuridad.

—Fue una boda fantástica —dijo Silje con una sonrisa feliz—. Ahora estoy completamente exhausta.

—Por supuesto, has trabajado mucho —respondió Tengel—. Has estado ocupada todo el tiempo y te has preparado durante meses.

Silje tomó su mano.

—¿Hemos hecho lo correcto, Tengel? Después de todo, Liv es muy joven.

Él suspiró.

—Pensaba en lo mismo, pero tú eras igual de joven cuando nos casamos y sin duda sabías lo que querías. ¿Alguna vez te has arrepentido?

Ella frotó la cabeza sobre el hombro de Tengel y sonrió.

—Ahora solo buscas cumplidos. Pensaba en lo pequeña y desamparada que parecía Liv. Tan vulnerable... confundida... No, no encuentro las palabras exactas para expresarme.

—Sé a lo que te refieres —dijo Tengel—. Si Laurents no hubiera sido tan entusiasta y persistente, nunca hubiera accedido. Pero es un buen hombre; es honesto y está completamente enamorado de ella.

—Sí y es lo que ella quería. Oh, bueno. Supongo que somos padres normales y preocupados que no quieren dejar ir a su hija. Nuestra bebé, Tengel...

—Sí, ¡vaya que fuiste testaruda en ese entonces! «Querías» a esa bebé y hoy te agradezco tu testarudez.

—Todos nos dejan, Tengel. Primero Dag, luego Sol, aunque espero que ella regrese, y ahora Liv. Solo nos queda Are.

—Sí y él se quedará.

—¡Gracias a Dios!

—Duele perder a tus hijos.

—No los perdemos —dijo ella—. Aún están presentes aunque no los veamos.

—Tienes razón —dijo Tengel—. La granja es parte de ellos, algo que los acompañará a donde sea que vayan en el mundo. Y han dejado una parte suya aquí. Su risa está en la brisa y sus pasos en el suelo. Ellos han colaborado a que esta casa y toda la granja sean lo que son hoy en día.

—Sí y creo que han sido felices aquí.

—¡Por supuesto!

Él la rodeó con los brazos y ambos se acurrucaron juntos.

***

En la casa del mercader, en Oslo, la vela se apagó. En la cama, Liv yacía en brazos de Laurents. Él le susurraba palabras hermosas mientras acariciaba despacio su cuerpo. Liv sentía que aquello no le estaba sucediendo. Sentía que tenía la mente en otra parte. Pero al recordar las palabras de Silje, colocó sus brazos alrededor del cuello de Laurents y las caricias del muchacho se tornaron instantáneamente más atrevidas: Liv sintió algo nuevo y placentero que comenzaba a arder en su interior. Con un murmullo de satisfacción se acurrucó contra él.

—Laurents —susurró ella, maravillada, en su oído.

Él dejó de mover la mano. No oían ni un sonido en la habitación.

—Quédate quieta —dijo él con voz amortiguada—. Relájate, Liv. No tienes que decir o hacer nada. Es el deber de una mujer recibir el deseo de su esposo. Él es el cazador y ella su presa.

Liv estaba sorprendida. Intentando expresar su punto de vista, respondió con amargura:

—Mi amor por ti....

—No —dijo Laurents—. Puedes demostrar tu amor de mil maneras, satisfaciéndome en todo. En la cama, el hombre es el activo. La mujer es pasiva, sumisa y una fuente de alegría para él. Ella no debe mostrar sus emociones. Para eso están las prostitutas.

Liv miró la oscuridad de la habitación con los ojos abiertos de par en par, llena de desesperación absoluta. Era como si todo en su interior hubiera muerto. La llama de adentro quedó extinguida y, con inmensa vergüenza, cedió ante el deseo de su esposo, ante sus caricias y su cuerpo.

Más tarde, cuando él quedó exhausto, se durmió junto a ella. Liv permaneció despierta un tiempo muy largo, oyendo solo el sonido de su propio llanto desesperado.

***

Sol siguió al misterioso Preben mientras él avanzaba hacia una casucha en las afueras de Copenhague. Había logrado escabullirse sin que Dag o alguien en la casa del conde Strahlenhelm lo notara.

Consciente de su propia importancia, Preben había dicho:

—No les convence mucho que te unas a la reunión. Así que debo pedirte que no interrumpas su sagrada misa negra con trivialidades sin importancia. ¡Recuerda que Satanás nos acompañará esta noche!

Sol asintió. Aquello sonaba excitante.

Bajaron una escalera angosta que llevaba al sótano. Al pie de la escalinata, Preben anunció su llegada con un pesado golpe en la puerta. una voz desde el interior pidió la contraseña.

—Por los huesos del sepulturero —respondió Preben. Sol estaba a punto de reír a carcajadas.

Un hombre vestido con una capa negra abrió la puerta y entraron.

Otra puerta llevaba a un sótano abovedado donde una docena de jóvenes estaban reunidos. Miraron a los recién llegados en silencio.

Uno de los hombres era mucho mayor que los demás. Vestía una capa forrada de rojo y usaba una máscara para ocultar la parte superior de su rostro. Pero la máscara no escondió la expresión en sus ojos cuando vio a Sol ingresar a la sala. Ella había visto esa expresión antes y sabía perfectamente bien qué significaba.

Sol miró rápido la sala. El techo arqueado estaba iluminado por una gran cantidad de velas negras. Justo frente a ella había un altar largo y bajo, y sobre él colgaba una cruz invertida. Los muros blancos gastados estaban cubiertos de runas mágicas y de nombres de demonios.

Después de un instante de silencio, una mujer joven habló. Bajó la voz para darle peso a sus palabras.

—Hemos permitido que una principiante de la provincia de Noruega se una a nuestra reunión secreta esta noche. Decidiremos juntos si le permitiremos venir de nuevo. Dado que todos somos expertos en la adoración del diablo y en todos sus secretos, esperamos que la ignorante noruega siga nuestras reglas y no haga más que aprender de nuestras habilidades. Ya le has jurado a Apollyon, Preben, que nunca nos denunciarás, ¿verdad?

Sol asintió.

La primera chica estaba callada y otra joven tomó el mando:

—Te permitieron venir aquí porque nuestro amigo describió tus extraños ojos. Pero un par de ojos no hacen a una bruja de verdad. Tendrás que recorrer un largo camino antes de demostrar ser competente.

Sol no dijo nada. El hombre enmascarado le susurró algo a la primera mujer. Ella vaciló y su gesto cambió a repulsión. Luego, asintió y se volvió a regañadientes hacia Sol.

—Nuestro hechicero, la encarnación de Satanás, quiere iniciarte él mismo esta misma noche. Esto es muy inusual y un gran honor. Para que sepas qué se espera de ti, nuestro hechicero primero celebrará el ritual con otra de las mujeres presentes.

Sol asintió.

Todas las mujeres (había cinco en total) corrieron hacia el hechicero para ofrecer sus servicios, pero él las rechazó con un gesto.

Uno de los jóvenes corrió hacia el altar con un cuenco pequeño en mano. Sumergió el dedo en el cuenco y con la sangre dibujó un símbolo en el altar.

El hechicero se acercó, se detuvo frente al dibujo y alzó los brazos. Todos cayeron de rodillas y comenzaron a cantar eufóricos. Sonaba horrible. Mientras el grupo cantaba, continuando la inmersión en el frenesí extático, el hechicero realizó una serie de rituales. Encendió varias velas y colocó objetos en el altar. Nada de lo que hacía tenía sentido para Sol. Para ella, todo parecía una combinación de rituales satánicos inventados. Comenzó a sentirse incómoda. Sol siempre había sido muy sensible a su entorno y allí solo sentía un esfuerzo vacío e insignificante. El hedor a sudor inundaba la sala.Luego, de pronto, el hechicero alzó los brazos de nuevo y de inmediato, la sala hizo silencio. Todos esperaron en aquella quietud tensa, las mujeres sentían un entusiasmo frenético.

El hombre movió despacio un brazo hacia abajo hasta señalar directamente a una de las chicas, quien con obediencia dio unos pasos hacia él. Ella dejó que la capa se deslizara de sus hombros para encontrarse de pie ante el hombre, completamente desnuda. El hombre señaló el altar y la chica caminó hasta allí y se recostó sobre él. Los demás comenzaron a cantar de nuevo. Balanceaban el cuerpo y se despojaron de sus capas. Todos estaban desnudos.

El hechicero era el único que aún portaba su capa. Ahora, comenzó a dibujar símbolos en el cuerpo de la joven. Parecía la diana de un arquero. ¿Quizás temía no dar en el blanco? El hechicero subió al altar y se colocó sobre la chica. Su gran capa los cubría a ambos y caía por los laterales del altar, pero nadie podía dudar de qué sucedía bajo la tela. Con fuertes gemidos de placer, la congregación comenzó a intercambiarse caricias con lujuria, gimiendo en una nueva sinfonía de sonidos.

En cuanto el hechicero comenzó a alcanzar la cúspide del placer, se detuvo abruptamente y se puso en pie. La capa cubría de nuevo su cuerpo cuando se volvió para mirar a Sol; mientras, la chica bajaba del altar, decepcionada e insatisfecha. La mujer que era claramente la elegida del hechicero, le dijo a Sol:

—Toma el lugar de la chica. ¡Satanás ya está listo para iniciarte!

Sol frunció el ceño.

—¡Quítate la ropa! —ordenó la chica con impaciencia. Era evidente que a ella tampoco le agradaba que la recién llegada recibiera ese trato tan especial.

Ahora la decepción y la furia que Sol había reprimido desde que habían llegado a la sala alcanzó su máximo punto y explotó. Sus ojos centellearon.

—¿De verdad esperan que permita que este ridículo estafador tenga un poco de placer barato a mi costa? ¡Ni muerta lo permitiré!

Sol vio que las expresiones de los presentes comenzaban a volverse rígidas.

—Has hecho un juramento —le advirtió la mujer. Preben parecía asustado.

—¿Cómo te atreves a llamar estafador a nuestro hechicero? —gritó la chica que había estado recostada en el altar.

—¡Los llamaré a todos tontos ignorantes! —siseó Sol—. ¿Qué saben realmente sobre brujería? Son un grupo de idiotas que, sin el más mínimo talento, intentan actuar de modo peligroso y demoníaco. Si se reconocieran a sí mismos con al menos un poco de ironía, quizás me hubiera quedado a enseñarles algunas cosas, pero ¡están demasiado obsesionados con ustedes mismos! ¡Arrogantes! ¿De verdad que este hombre los convenció de que está en contacto con Satanás? ¿De que es el reemplazo de Satanás en la Tierra... o el Diablo en persona?

El hechicero comprendió que cuestionaban su prestigio. Finalmente, habló en voz alta por primera vez, pero su voz era aguda y débil.

—¿Tú, enseñarnos a nosotros algunas cosas? —dijo, burlándose de Sol—. No permitiré que me desafíe una joven de Noruega que desea arruinarme. ¿Con que pones en duda mis poderes de hechicero? ¡Observa!

Tomó un polvo del bolsillo de su capa y lo lanzó al fuego. Lo hizo tan rápido que los presentes no vieron sus movimientos. El polvo provocó unas pequeñas explosiones.

—¿Se supone que eso es brujería? ¿Lanzar polvo negro al fuego? —preguntó Sol—. ¡Cualquier niño puede hacer eso!

—¡Puedo hechizarte!

—¡Entonces demuéstralo!

Él inhaló hondo. El humor de sus discípulos se había vuelto más hostil. Era evidente que no les agradaba Sol y el maestro luchaba por su puesto y su prestigio.

Caminó hacia Sol reuniendo toda su autoridad y siseó:

—¡Te ordeno que beses mi mano!

Sol lo miró directo a los ojos con desprecio salvaje. Era increíblemente hermosa con sus ojos brillantes, su cabello oscuro salvaje y su piel cálida.

Él extendió la mano.

—¡Satanás dice que la beses!

Había tanto silencio entre esos cuatro muros que era posible oír la caída de un alfiler. Los ojos de Sol ahora eran dos ranuras semiabiertas.

—¿De verdad crees que haré lo que me ordenas? —preguntó ella con voz vacía—. ¡Te ordeno que te pongas de rodillas!

El maestro tenía una expresión indefensa. Luego, incapaz de resistirse, cayó de rodillas.

—¡Quítate la capa! —ordenó Sol.

Él obedeció. El grupo de presentes dio un grito ahogado. Su héroe, su dios, ¡obedeciendo a una extraña!

—¡Mírenlo! —dijo Sol, señalando al hombre que la miraba como si estuviera en un trance—. Miren su pequeño y arrugado pene; esos hombros caídos y la grasa en su abdomen. ¡Mírenlo ahora!

Con un movimiento veloz, Sol alzó la tira con la mandrágora sobre su cabeza. Cuando el maestro vio el talismán grotesco, retrocedió horrorizado, luchando por respirar. Sol sostuvo la raíz retorcida sobre él con ambas manos.

—¡Recuéstate en el suelo! Recuéstate y arrástrate al altar y vuelve la cruz hacia arriba porque esto no tiene nada que ver con el satanismo! ¡No hay nada demoníaco en este lugar!

Para la inmensa vergüenza de sus seguidores, su «Gran Maestro» se arrastró por el suelo como una serpiente hacia el altar y cuando llegó allí, se puso de pie, tomó la cruz y la giró hacia arriba. Luego, tomó asiento y miró a Sol con obediencia.

Sol estaba furiosa, lo cual la hacía mucho más poderosa. Había practicado y experimentado mucho sola... Y ahora, frente a una audiencia, quería probar uno de los trucos más difíciles que Hanna le había descrito.

Cerró los ojos e inhaló profundo. Todos la miraban. Cuando recobró la energía, los abrió y caminó despacio hacia el altar para tomar su lugar a la derecha del «maestro».

—Tonto miserable —dijo Sol—. Mira a tu izquierda.

Un grito ahogado brotó inmediatamente de la congregación. Sol sonrió con desprecio. Supo de inmediato que había tenido éxito.

—Está... ¡Está a ambos lados de él! —gimió uno de los seguidores. Los ojos del maestro fueron de lado a lado, entre las dos imágenes de Sol. Ahora ella podía oír cómo los dientes del hombre castañeteaban de miedo. Ella era incapaz de ver a su alter ego porque necesitaba permanecer de pie completamente quieta y concentrarse. En aquel estado, su mente consciente parecía abandonar su cuerpo y transferirse al otro lado del altar.

Despacio, se relajó, su mente regresó a su cuerpo, y la imagen desapareció. Sentía que sudaba y que tenía las piernas débiles. Su corazón latía con furia.

Luego, colgó otra vez la mandrágora en su cuello y la ocultó detrás de la ropa antes de caminar hacia el discípulo del hechicero que estaba más cerca. Sin previo aviso, tomó la bolsa de cuero que colgaba de la cintura del chico.

Lo pesó en su mano y dijo:

—Esta bolsa contiene dos monedas de plata... Una rosa seca y una carta.

Él no pudo hacer más que asentir frenéticamente.

—Y tú —dijo Sol mientras miraba a una mujer y la tocaba despacio—: Esperas un bebé de ese miserable que está en el altar. Has estado demasiado asustada para contarlo, pero es verdad. Sufrirás por ese bebé y él no te ayudará ni un poco.

Luego, miró a otro hombre y apoyó las manos sobre sus hombros:

—Tu único pensamiento ahora mismo es cómo regresarás a casa con tu esposa a quien no le has contado nada sobre esta reunión. Tienes una relación con la chica que está de pie a tu lado y ella cree que te casarás con ella.

—¡Detente! —gritó una persona. Era la mujer que le había hablado a Sol primero—. ¡Basta!

—Es una bruja real —susurró uno de los hombres—. ¡Una bruja de verdad! No sabía que existían.

—Oh, sí, existen —dijo Sol; sentía mucho cansancio—. Pero quedan pocas y están lejos. Y tú estás enfermo, buen hombre. No puedes tragar la comida.

—Es cierto —asintió él.

—Toma, bebe este polvo —ordenó Sol—. Bébelo cada mañana y salda tu deuda. Luego te sentirás bien de nuevo.

Ella se volvió para enfrentarse al hombre que la había llevado a la reunión y dijo:

—Preben. Discúlpame por haber destruido tus sueños. Pero debes confiar en mí cuando digo que no hay que entrometerse con la brujería. No quiero que ese estafador se aproveche de ti como le dé la gana. No diré nada sobre ti... y confío en que tú guardarás también mi secreto.

Con esas palabras, Sol salió de aquella hedionda sala. Los demás se quedaron sentados con la mirada perdida. Habían perdido demasiado: el honor y el prestigio... y a Sol y sus secretos.

***

Liv se esforzaba por hacer que todo pareciera perfecto en la gran casa de Oslo, pero había cambiado. Su luz interior y la alegría que siempre habían tan suyas ya no aparecían en su rostro. Ahora, tenía una mirada angustiosa, un miedo constante por temer a no estar haciendo exactamente lo que debía. Seguía desesperada por satisfacer a su esposo, pero había aprendido una lección dolorosa: todo debía ser en «los términos de Laurents».

Recordaba con ansiedad sus pequeños intentos por sorprenderlo. Por ejemplo, el pequeño cuadro de flores que había pintado en secreto y que le regaló para su cumpleaños.

Él lo observó con detenimiento un buen rato.

—Es dulce de tu parte, Liv, y es muy bonito. Hermoso, de hecho, pero...

—¿Pero qué? —preguntó nerviosa cuando él se detuvo.

—Creo que deberías centrarte en bordar, querida. Una mujer no debe pintar cuadros. Eso es para los grandes artistas famosos. Mi pequeña esposa debería hacer lo que mejor sabe hacer. ¿Aún no hay indicios de que estés embarazada?

Liv sacudió la cabeza de lado a lado. Se sentía completamente inservible. ¡Ni siquiera podía quedarse embarazada! Pobre Laurents, ¡sin duda debía estar muy enfadado con ella!

Recordaba una ocasión en la que habían recibido visitas. Ella conversaba con un hombre mayor. La charla, animada, había abarcado temas de actualidad y eventos recientes... Habían hablado sobre el pueblo y lo que el rey había hecho por Noruega. Liv había quedado encantada porque el hombre era inteligente e interesante; y muchas personas más se habían unido a la conversación.

Luego, de pronto, vio a Laurents mirándola. Estaba furioso. Con un gesto de su cabeza, él le ordenó que abandonara el grupo y ella tuvo que inventar un pretexto.

Más tarde esa misma noche, él le habló sin contemplaciones: le dijo lo que pensaba de las mujeres que se entrometían con los asuntos de los hombres.

—Debes dejar de comportarte como una tonta —le había dicho él—. Nunca te atrevas a pensar que puedes compararte con un hombre. No quiero una esposa tan poco femenina. Oh, cielos. Veo que tengo una tarea inmensa por delante. Me has decepcionado. No tenía idea de que te habían criado tan mal. Pero eres tan dulce y adorable... y eres mi mayor tesoro, así que nos libraremos de tus defectos. ¡Espera y verás! No te angusties. ¡Te ayudaré!

Sí, ella empezaba a aprender su lección. Siempre y cuando hiciera las cosas del modo en que él quería, todo estaría bien.

Pero a veces era muy difícil ocultar su espontaneidad, porque precisamente ese era un rasgo definitorio de su personalidad.

No hacía ni una semana que había cometido otro error. Fueron a visitar a uno de los colegas de Laurents y cuando estaban a punto de salir de la casa, Laurents comentó lo brillante que estaba Sirio en el firmamento. Sin pensar, Liv le replicó:

—Esa no es Sirio. Es Deneb, en la constelación de Cygnus, el Cisne.

Cuando llegaron a casa esa noche, Laurents la abofeteó. Dos veces: ella «lo había humillado frente a su colega y su esposa». Él le dijo, furioso, que todos sabían muy bien que aquella estrella en cuestión era Sirio. ¿Quién se creía ella que era?

Liv tenía la impresión de que la única estrella del firmamento que Laurents conocía era Sirio.

Más tarde él se arrepintió de lo que había hecho y le pidió perdón, y acto seguido le hizo el amor con pasión en la cama. Sin embargo, desde aquel instante, la confianza y la intimidad entre ambos se había quebrado para siempre.

Y aunque Liv no era una artista talentosa, no hubo nada que la animara a alzar un pincel de nuevo.

La madre de Laurents no hacía nada por facilitarle la vida a Liv. Era una anciana mandona, que estaba profundamente celosa de Liv. Prefería tener a su hijo solo para ella: no toleraba ninguna nuera. Liv, amable y de buen temple, era presa fácil para el dominio de la anciana. ... Algo que la suegra descubrió pronto con mucha satisfacción.

Por supuesto, Laurents no notaba nada de eso. Él creía que la armonía perfecta reinaba en la casa y si surgía el menor roce, él tomaba partido por su madre. Después de todo, Liv no era más que una niña ignorante. Liv le contaba a Silje cómo andaban las cosas por allí en unas notas escuetas y alentadoras. Pero Liv siempre escribía sus cartas separándose del papel porque no quería que las lágrimas humedecieran las páginas y corrieran la tinta.

El Pueblo del Hielo 3 - La hijastra

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