Читать книгу Algunas familias normales - Mariana Sández - Страница 11
ОглавлениеPara que no sobre tanto cielo
Ahora le vas a mostrar la foto a papá y la va a mirar incómodo. Te va a decir que salió más o menos bien, pero tendrías que encuadrarla mejor… Hasta que aparezca Florencia para ponerlo nervioso, apurada por marcarle que fue generoso con su comentario y con vos. Como si pudiera culparte también por la sonrisa dura de ellos que arruinó la foto. Cualquier paja del universo es tu culpa. Aunque se haga la buena y se esfuerce. Aunque todo el tiempo te pregunte cómo te va en la escuela y si tenés novia. Le importa un carajo.
Es verdad que las caras aparecen cortadas y torcidas, los cuerpos demasiado abajo, apretados contra el piso. Como si la tierra se hubiera comprimido o como si el cielo se la hubiera tragado. Arriba, un montón de cielo gris… Ya está, lo dijo, siempre irónica: para que no sobre tanto cielo. ¿Hacía falta decirlo? ¿No se dan cuenta de que todavía sos chico? ¿O qué pretenden, que a los quince recién cumplidos agarres una cámara y seas Picasso?
O alguien así…
Ahí están discutiendo de nuevo. Todo porque sacaste mal una foto. Porque papá intenta defenderte y Florencia no puede parar de atacarte. Y con ese guiño ¿qué te quiso decir ella? Que está todo bien y esas estupideces. No está todo bien, nunca está todo bien con ellos. Seguro le está llenando la cabeza a papá con lo que hacés mal: a Nicolás no se lo puede dejar un minuto, ya tiene quince y no sabe resolver nada, tiene actitudes inmaduras. Eso y decir que sos un tarado… Qué pesadilla para él tener que escuchar ese estribillo de que ella debe estar loca para seguir aceptando esta vida, con la paciencia por el suelo, con la paciencia en llantas. Es muy buena esa frase. A mamá no le gusta cuando la usás y eso que no sabe que la inventó Florencia.
Adiviná. Ella se va a ir ofendida, caminando rápido. Papá la va a perseguir y le va a mirar las piernas, se le van a ir los ojos atrás del culo. La va a alcanzar y apretujar toda, van a quedar enganchados y se van a besar como novios de secundaria. Los conocés de memoria. Van a pasar horas hasta que se acuerden de vos, que te quedaste solo, sin la cámara porque se la llevaron mientras peleaban.
Y ahora esta pareja de enanos te pide que les saques una foto con su cámara. Te están jodiendo, ¿no escucharon todo el quilombo que se armó? ¿No estuvieron ahí mirando lo que pasaba? Deciles que no, boludo... Pero fijate lo buena onda que son, es imposible zafar. Después ves qué hacés si te sale mal, sacás otras, les pedís disculpas y listo. Hasta que ellos se cansen de estar quietos y esperarte. Papá y Florencia no aguantan, quieren que agarres bien todas las partes del paisaje que eligen: que salga esa palmera a un costado, el mar atrás justo cuando rompe la ola, ellos del pecho para arriba, cuando están diciendo whisky y no están cerrando los ojos. Apenas disparás, desarman la pose porque se hartan; se hartan de estar juntos, no pueden vivir sin matarse. Los enanos, en cambio, están pegoteados, seguramente diciéndose cosas lindas, por cómo se miran, por cómo él le agarra la mano y ella le acaricia los dedos. Por cómo les cuelgan los pies del banco. Qué gracioso que los zapatos no lleguen al suelo, eso a vos te pasaba en la primaria. Pero estos deben tener la edad de Florencia, como diez o doce años menos que el viejo.
Increíble, las payasadas que hicieron los enanos cuando se vieron en las fotos. Ella tiene una risa muy contagiosa. Hasta vos te reíste con lágrimas. Te agradecieron, dijeron que les encantaba quedarse con ese recuerdo, porque si no hubieras estado vos, no hubieran podido salir juntos. No se quejaron porque sobraba cielo ni nada. Al contrario, les divirtió mucho, repitieron varias veces que estaban acostumbrados.
Después le podés contar a tu papá que te invitaron a jugar a las damas en el bar del hotel. Dicen que les gusta ver a la gente cuando llega tarde de la playa, con restos de arena y el pelo pegado a la cara por la sal del mar, los chicos chancletean o vienen descalzos y arrastran la toalla, el barrenador. Otros salen de las habitaciones recién bañados, perfumados para hacer tiempo antes de ir a pasear. A vos te vieron varias veces a esa hora mientras esperabas a tu papá y a su mujer. Se ve que se dieron cuenta de que no es tu mamá. Será porque ella es rubia y vos morocho. O porque es muy joven. Y porque si intenta pasarte un brazo por la espalda, te desenganchás. O por cómo le das un beso cuando la saludás, le rozás la mejilla casi en el aire.
Los enanos están tan contentos porque no tienen hijos o no los trajeron, no les sobra alguien. Con papá y Florencia es distinto cuando estás vos que cuando están solos. Te das cuenta por la diferencia con las fotos de otros viajes. Muy juntos, bronceados, divertidos. A vos te tocan las broncas, las caras de orto, los portazos, las amenazas de separarse. Todos los fines de semana igual: discuten, ella sale sin parar de protestar, ni mirar atrás, ni despedirse, ni avisar si vuelve.
Ahora discuten también a la noche en el cuarto del hotel. Florencia llora porque quiere tener un bebé. A tu papá la voz se le escucha menos, no se llega a entender bien lo que contesta, pero dice que no, que otro hijo no. Es amargada ahí la forma de hablar del viejo, como para adentro. En esa parte ella siempre grita que claro, que es muy fácil para él negarse si ya tiene un hijo, ella en cambio se va a quedar sin ser madre y se va a pudrir de angustia… Lo que en serio no se entiende es para qué van a tener otro si se llevan bien cuando están solos.
Ella vuelve, pero últimamente, cada vez más, sentís que tal vez un día vas a llegar y papá te va a decir algo como que ya no, que ella no, que ellos no, que basta. No te conviene que papá se quede sin Florencia, boludo. Se viene abajo tu viejo sin una mina al lado. Ya la separación con tu mamá fue difícil.
Por eso, flaco, bancátela, esforzate por seguir sus reglas. Para que no se enojen entre ellos por lo que hacés de más o de menos. Aunque no estés seguro de que con eso alcance. Sin querer algo siempre se escapa, hagas lo que hagas. Como la alegría que no quiere aparecer últimamente en las fotos que vos sacás o en las que vos estás.
Resulta que ahora a Nicolás se le dio por pasar todos los días de las vacaciones con los enanos. Ni que el padre y yo tuviéramos sarna o lo tratáramos mal. Las cosas no andarán tan bien como entre esos señores, pero tampoco es para ignorarnos, somos la familia. Y Guillermo, igualito siempre, sin reaccionar, todo blando, dale que va, le dice sí, como quieras, fiera, andá tranquilo, no vuelvas tarde. Acá el asunto es que vos estás atada de manos porque no sos la madre. Si no, sabés cómo lo ponés en vereda.
Ya los habías visto antes a esos enanos. En el viaje de ida, pero no le contaste a la mujer porque te dio vergüenza que supiera que los estuviste observando. En el puerto, mientras hacían los trámites para tomar el barco. Mirá si le ibas a comentar cuánto te impresionó que los padres de ella tuvieran una estatura normal y que el padre la tratara así, como a una nena chiquita. Se ve que fueron a despedirlos. Se saludaron a través de un vidrio, el viejo se agachó para quedar a su altura, con los dedos apretados contra la ventana. Parecía que quería tocarla, acariciarle el pelo. La enana también ponía las puntas de los dedos como si intentara traspasar el vidrio, le sacaba la lengua, los dos se reían y jugaban a leerse los labios. El marido presentaba los documentos en el mostrador. La madre de la chica esperaba del mismo lado que el padre pero seria, sin meterse en nada, bastante fría, al menos en comparación con él. Tal vez le doliera todo eso, no parecía haberlo aceptado. Debe ser duro. Depende cómo se mire y qué se espera de la vida, porque el padre estaba feliz igual. Y la chica también.
Tampoco era para explicarle que después en el barco viste que ella iba parada en la butaca, como los nenes; que el marido sentado al lado la admiraba como si fuera una reina, una muñeca reina. En la cara de él parecía que hubiera sol en los ojos. Nunca viste a alguien mirar a otra persona de ese modo. O sí, a Guillermo cuando lo conociste, y los primeros años hasta que empezaron los problemas. Sería muy tonto decirle que no paraste de espiarlos en todo el viaje porque te encantaba lo que veías entre ellos. Porque te daba nostalgia y sentías que tal vez te inspirabas para recuperar un poco de eso que se extraña. Hasta te dio una esperanza linda de que quizá, en estas vacaciones, se iba a arreglar todo.
De vos sí le hablaste, demasiado. Después en la playa, cuando Nicolás los trajo a la carpa. Decime qué sentido tenía contarle a esa mujer extraña todo tu tema con Guillermo y el chico. Siempre te pasa lo mismo, te vas de boca y te arrepentís tarde. Te mataría, mirá. ¿Y si a los enanos se les escapa con Nicolás que querés quedar embarazada? El pibe va y se lo cuenta al padre. Que vos presionás y que él no quiere. Que te sentís rechazada cuando te niega un hijo. Que a veces hasta probás maniobras para quedarte embarazada igual. Que no pensás ser como una madre para Nicolás mientras Guillermo te siga negando un hijo propio. Porque él dale exigir, pero y vos qué, para vos qué. Por suerte le aclaraste que fuera reservada. Buena persona es seguro, así que no te preocupes; no sirve darse tanta rosca de antemano, no te va a delatar.
Ella fue la que empezó cuando te anunció que ya está de dos meses. Hiciste bien en felicitarla, por más que te diera una envidia ciega. Enamorada y embarazada, no se puede pedir más. Fue cuidadosa al hablar de sí misma, lo dijo con ese perfil bajo que tiene en general, con una dulzura extrema. Que todavía falta, hasta el tercer mes nunca se sabe, y además en el caso de ellos los complica pensar que el bebé podría tener algún temita fisiológico. Pero que están fascinados, y se los ve.
¿Y la cara de Guillermo cuando la mujer vino ayer a mostrar las fotos que sacó Nicolás? Es obvio que los invitó a sentarse para romper un poco el aire de hielo que había en nuestra mesa. Por dios, cómo podían hablar tanto de esas fotos tan mal sacadas. Vos apenas las miraste. Los enanos parecían dos puntos negros a lo lejos, se veía puro cielo. Estaban exultantes mientras las compartían, se reían a carcajadas de ellos mismos, de Nicolás, de nosotros. Propusieron brindar por el futuro. El futuro, justo. Nicolás y Guillermo eran como dos bobos abrazándose por los sacudones de la risa, las palmotadas en la espalda, cayéndose uno arriba del otro. Es evidente que todo este clima que traen los enanos los acerca un poco.
Y el gran tema es que vos siempre quedás afuera: a esta pareja no le caés tan bien como ellos, a pesar de que intentaste acercarte a la mujer con charlas de mujer, le resultás indiferente porque no sos la madre de Nico, no sos la esposa de Guille, no tenés un hijo como van a tener ellos ahora. Ni siquiera sos la actriz que soñaste que ibas a ser cuando empezaste la carrera a los dieciocho. Ni vas a serlo, ya quedó más que claro en estos años que los papeles principales no son tu fortaleza. Y a esta edad, olvidate. Te lo digo en serio, Florencia, andá mentalizándote: chau marquesinas, adiós Broadway. Hello roles secundarios: relleno, madrastra, novia. Bolo en una escena mínima en la próxima obra porque te matás en el gimnasio y te da el cuerpo, junto con esta carita linda que al final tampoco sabés para qué sirve. Para que te griten barbaridades los tipos en la calle y les devuelvas una puteada. ¿Querés más letra? Ni el trámite de concubinato quiere hacer Guillermo. Pero de eso con él no se habla.
Hiciste como que las mirabas de costado las fotos, para no quedar tan antipática, pero no pudiste ni abrir la boca. Toda esa felicidad histérica te revolvió el estómago. Te recordó lo que a algunos les sobra y a otros les falta. Como a ellos, como a vos. Como al padre de la enana, como a la madre. Como el bebé de ella en la panza. Como Guillermo que tiene a Nicolás. Como Nicolás que se va a quedar con todo. Como los ojos que tenía Guillermo cuando lo conociste, y los que tiene ahora.
Lo vas a tener que enfrentar, Guille, a la vuelta de las vacaciones. Basta de medias tintas. La verdad que tener un pibe a los cincuenta, viejo… Para que además Florencia se ponga todavía más intensa de lo que ya está. O es. Porque las mujeres acentúan sus manías y sus preocupaciones cuando se hacen madres. Y primerizas, peor. Si no hubiera sido por lo complicado que se volvió todo cuando nació Nico, capaz que Estela y vos seguían juntos. No es que el pibe tenga la culpa, sino que éramos inexpertos y no supimos manejarlo. Darías cualquier cosa por retroceder…
Pobre Florencia, ella en cambio tiene la idea de que esa nueva personita nos puede llegar a solucionar la vida: que nos vamos a volver a enamorar, que nos va a unir a Nico, a ella, a mí. Si entendiera el desgaste que significa un hijo los primeros años: trabajo, cansancio, hartazgo. Imaginate, Guille, francamente, ponerte ahora a cambiar pañales, calentar mamaderas a la noche, correr a una guardia por los cólicos. Después buscar colegio, vuelta a empezar. Todo el caminito otra vez. Hasta que llegue a la edad de Nico y ande deprimido porque lo dejó una de las tantas novias que ya probó antes de los dieciséis. Ojalá pudieras hacerle ver que de acá a que concrete una relación van a pasar muchos años con diez mil desilusiones. Que no vale la pena enmarañarse por todo, luchar cada batalla. Pero encima tener que enseñarle que no las embarace en un descuido, que no ande fumando ya tan temprano, chupándose disimulado los fondos de las botellas de vino y de cerveza. Buscarlo a la madrugada en los boliches. Ponete un minuto en ese escenario: pasás la noche en vela con el bebé, con Florencia dada vuelta de cansancio, y te toca ir a las cinco de la madrugada a levantar a Nico de alguna fiesta. Que sale atontado, con la cabeza explotada de pájaros, aparte de que pretende dormir hasta la tarde del otro día sin ser molestado, el señor. Vos tratando de callar al bebé para que no lo despierte y Florencia furiosa porque protegés al grandulón. Desquiciante.
Además, mientras ella no sea más afectuosa con Nico, te es imposible pensarla como madre de otro hijo. Mientras siga sin dirigirle la palabra y solo le hable para atacarlo, parece una locura avanzar. Después ella se siente culpable, te llena de atenciones, se desvive por complacerte, pero no entiende que lo que vos querés en realidad es muy sencillo: paz para Nico. Que se halle entre nosotros en lugar de andar buscando calor con gente extraña. Por suerte, excelente esa pareja de enanos, flor de personas se encontró el pibe. Pero lo que no podés soportar es que tu hijo tenga que mordisquear cariño afuera, porque Florencia y la familia así hecha pelota lo alejan. Funciona cada vez más como un marginal, como un expulsado. Y de ahí a las drogas... Basta de medias tintas, viejo, basta.
Sobre todo porque Nico no es tonto, ni ella tampoco. Ya vieron el extravío en tus ojos, ya los dos te dijeron. Que estás ausente, que se te ensombrece la cara como si estuvieras pensando en cosas raras, como si la vida te pesara más de la cuenta. Florencia llegó a creer que tenías una enfermedad terminal y lo estabas ocultando. Más que un bypass no, por ahora, le respondiste. Pero es cierto que el pelo se te puso todo gris de repente, tenés la piel cada vez más seca y verdosa por los dos atados diarios de cigarrillo, malhumor frecuente, olvidos. La sensación de que la vida se escurre; al mismo tiempo, a veces, te parece un chicle que pisaste en la calle y que no podés despegar de tu zapatilla.
Admitilo, seguís con Florencia porque es joven, tiene ese cuerpo y es mortal en la cama, porque su carrera de actriz la va a llevar lejos. La mitad más uno mataría por una noche con ella. Te gusta la pasión que pone. Salvo en esta cuestión del hijo. Pero es que todo tiene un precio, Guille, no podés recibir cuerpo, pasión, talento y futuro sin dar nada.
A la vuelta le vas a tener que decir que seguís enamorado de Estela. Y sí, nene. Mirarla a los ojos y reconocerlo: tal cual, por loco que suene, seguís muerto con la de antes, la primera, la madre de Nico. Obviamente, hay que encontrar la forma. Evitar decirle que, si fuera por vos, ya hace rato hubieras vuelto con la mujer de la que te separaste hace seis años. Y que, por comprender lo que habías perdido, en este último tiempo se te fueron instalando adentro el colesterol, la arritmia, el exceso de cigarrillo, los extravíos, la tristeza. El bypass. El chicle en la suela de la zapatilla que no te deja andar suelto, que te obliga a seguir pegado a lo que pudiste armar aunque no te guste, aunque te arrepientas. Y vos ahí con la ramita seca escarbando el pegote para sacarlo de las ranuritas de la suela…
Oíme bien: Florencia no puede saber que ya invitaste a Estela a tomar un café varias veces, que se resistió, pero que la última vez aceptó y se vieron. Ella estuvo todo el tiempo esquiva, pero en determinado momento le acariciaste la mano y no la quitó ni se hizo la estrecha como otras veces. Quiso saber, nada más, para qué te ibas de vacaciones con la pendeja si le estabas tirando los galgos a ella. Qué anda pasando, Guille, a qué jugás, te preguntó comprensiva. Es imposible pasarla a la Tana, tiene un quíntuple sentido. Te encanta eso de ella. Y vos te callaste, dejaste los ojos fijos en el escote pecoso, arrugado ya por los años y por el exceso de bronceado, pero impecable como todo en Estela. No te exigió nada, quedaron en volver a verse cuando llegaras de la playa y hubieras blanqueado la situación con Florencia.
A nadie te animaste a confesarle, solo al enano cuando te contó que esperaba un hijo igual que vos con Florencia. Jamás habías llorado delante de alguien, excepto cuando murió tu abuela y eras infinitamente más joven. Ahora, mirá que lagrimear mar adentro, barrenando las olas, con un desconocido. Un gran tipo pero ajeno. Se le puso la piel de gallina cuando le explicaste que no solo no ibas a tener un hijo sino que estabas pensando en distanciarte para darle a Florencia la libertad de armarse una familia en serio. Para ofrecerle a Nicolás un modelo más sincero. Para dejar de fumar y atenuar la posibilidad de un infarto próximo. Para quizá volver a intentar con Estela.
De paso, acercarte un poco al menos, durante estos años que todavía te quedan con fuerzas, a esa especie de felicidad serena que parecen celebrar ellos mismos, los enanos. Poder imitarlos, por qué no. Todavía hay tiempo de corregirse y aprender a disfrutar.
Él solamente insistió en que averiguaras bien porque, según la intuición de su mujer, Florencia ya estaba embarazada. Dijo que se lo vio en la expresión, en cómo habla del tema, y para esas cosas las mujeres son brujas, no fallan.
No estuvo tan mal cuando le contestaste que bueno, en ese caso, habría que ver cómo siguen. A lo mejor la nueva personita realmente logra cambiar el rumbo de las cosas. A lo mejor hay que vivir un tiempo más con la amargura del cielo sobrando enorme en las fotos.