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Uno

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Esta es la historia de un chico como cualquier otro. Su nombre era Juanito.

Tenía los ojos negros y una mirada de caracol. Los pelos despeinados y la cara de esas que parecen siempre sucias, con una fina pelusa sobre los cachetes enrojecidos. Una remera celeste, desteñida, y un pantalón hasta las rodillas. Los bolsillos llenos de piedras, y una hondera colgada al cuello.

Vivía en un barrio de ranchos bajos, humildes como su gente.

El padre de Juanito se llamaba Julio.

La madre, Antonia.

Él tenía el rostro tallado en madera.

Ella era de arcilla.

Él tenía las manos grandes, huesudas.

Los nervios habían comido las uñas de las manos de ella.

Los ojos del hombre eran de vino.

Los ojos de la mujer guardaban cierto parecido a las lluvias que por alguna extraña razón nunca terminan de caer.

La casa temblaba cuando oía los pasos del hombre, volviendo, al atardecer.

Cuando la mujer cerraba la puerta, a media mañana, la casa volvía a respirar.

La hora de la siesta era un coro de chicharras cantando bajo el sol.

Pero cuando caía la tarde, otra vez el mismo chirrido en la puerta, y ella dejando todo para atender las manos urgentes de él, que respiraban como branquias de un pez afuera del agua. Y todas las noches, la misma paliza de siempre.

—Andate de una vez… —le decían las vecinas—. Algún día te va a matar.

—Mientras no me toque al chico…

A Juanito nunca lo tocó. Era un padre como todos los de allí, seco de afecto y reservado como animal silencioso. Los domingos de sol, dejaba a su hijo subir al carro y lo llevaba a pasear por las orillas del pueblo. Volviendo una vez, frenó con las riendas el andar del caballo y armó un cigarrillo.

—Ya es hora que te hagas hombre… —le dijo.

A Juanito no le quedó más que pitar. Tosió, tuvo arcadas y una flojera en el cuerpo como si estuviera mecido por los brazos de una nube.

«¿Hacerse hombre es fumar?

¿Emborracharse?

¿Pegarle a una mujer?»

Todo eso pensaba sin pensar, más bien lo sentía en el centro de su bronca. Asqueado, se descolgó del carro y empezó a correr. Su perro lo seguía. Después, caminó siguiendo los hilos tristes del viento.

El abrazo del viento

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