Читать книгу Orientación vocacional: Pienso luego elijo - Mariano Muracciole - Страница 10
2. Ramiro
ОглавлениеDecidir a los diecisiete años qué carrera estudiar no fue nada fácil para mí. En ese momento, no encontré una persona que me guiara o un profesor con el cual me identificara como para acercarme a charlar del tema. Tampoco podía apoyarme demasiado en la opinión de mis amigos, quienes, si bien eran de extrema confianza, estaban en la misma que yo. De lo único que estaba seguro era de que no quería seguir los pasos de mi padre como ingeniero agrónomo.
¿Qué hice para resolver esa situación y encaminarme hacia una elección? Lo primero fue agarrar la famosa Guía de estudiante, y analizar las carreras y sus planes de estudio. De esa forma, empecé a sacar mis propias conclusiones: que la matemática esto, que la historia y la literatura aquello, que la biología lo otro.
Una vez que seleccioné algunas carreras, lo segundo que me propuse fue contactarme con conocidos que estuvieran trabajando en esos ámbitos. Uno siempre tiene al hermano de un amigo o a algún pariente mayor a quien recurrir en estos casos. En ese momento, mi abuelo, ingeniero civil y gran ejemplo de vida para mí, me presentó a un ingeniero industrial. Charlando con él acerca de la carrera y de su trabajo, me divirtió la idea de hacer lo mismo y, sin dudarlo un segundo más, me inscribí en la UBA. ¿Cómo me fue? Para hacerla corta, la dura realidad de la exigencia universitaria hizo que permaneciera tan solo un semestre. Ahí mismo salí corriendo de la física y de la química para meterme en una carrera menos compleja según mi modo de ver las cosas: Administración de Empresas, también en la UBA.
Lo que me ayudó fue el haber salido a buscar trabajo inmediatamente después de terminar el secundario. Empezar con algo de algo y en algo fue un buen comienzo. Así, trabajé un año en una librería como administrativo, donde atendía a los clientes, sacaba fotocopias y repartía volantes, entre otras tareas. Mientras veía los avisos clasificados del diario, di otro paso importante y saqué las siguientes conclusiones: “De comercial, no sirvo; como ingeniero civil, no me veo; abogado, ni loco; y veterinario, menos”.
Habiendo comenzado a trabajar, y sin estudiar algo que me llamara demasiado la atención, empecé a meterme en el mundo de las empresas y a tomar contacto con profesionales experimentados y de áreas diversas, como relaciones del trabajo o recursos humanos, administración de personal, contabilidad, marketing y ventas, y derecho, entre otros.
Luego de permanecer un tiempo en la librería, ingresé como cadete administrativo en una empresa, donde al poco tiempo –debido a que estaba estudiando Administración de Empresas– comenzaron a asignarme tareas de recursos humanos. Tanto me gustó adentrarme en esa área, que decidí, una vez más, cambiarme de carrera. Un año después de haber empezado Administración de Empresas, me inscribí en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES) para comenzar Recursos Humanos. Este cambio fue lo mejor que me pudo haber pasado, pero tanta fue la emoción, la dedicación y el amor por el trabajo, que terminé priorizándolo por sobre la carrera universitaria. Quizá tuve la suerte de tener mucho trabajo y viajes, pero lo cierto es que eso me hacía llegar tarde a las clases o, peor aún, ausentarme. Intenté retomar la facultad en otros semestres, pero no hubo caso, siempre el trabajo terminaba siendo lo más importante. A mis veinticinco años, me encontré con que había llegado a un puesto jerárquico importante en la industria de sistemas, que implicaba muchas responsabilidades y gente a cargo..., pero había dejado de estudiar.
Cuando cumplí treinta, empecé a buscar un nuevo trabajo, aunque en una industria diferente. Quería mejores perspectivas, tanto a nivel profesional como económico, pero se me empezaron a cerrar las puertas de aquellas empresas en las que yo quería entrar. En cambio, continuaban abriéndose otras en las que no estaba buscando ingresar. Tenía más de cinco años como gerente de Recursos Humanos en el área de Sistemas, pero aún no me había recibido. Sí o sí necesitaba un titulo universitario para jugar en las “grandes ligas” corporativas.
A pesar de la frustración que me generaba eso, por suerte se dio algo en lo que venía pensando: abrí mi propia consultora de recursos humanos y soluciones informáticas. Ya hace dos años que, junto a mi socio, trabajamos en este proyecto. Hoy me siento motivado y avanzo a paso de elefante: lento, pero firme.
Estudiar una carrera es una herramienta, un medio y no un fin en sí mismo. Contar con un título, en muchas ocasiones, abre puertas y posibilidades.