Читать книгу No creas todo lo que te digo - Mariela Peña - Страница 7
ОглавлениеCapítulo 2
Cuando Ámbar llegó a casa, tiró la mochila sobre el sillón y corrió con ansiedad hacia el estudio de su mamá. La habían invadido unas incontrolables ganas de pedirle disculpas. Golpeó la puerta varias veces hasta que recordó que esa tarde le tocaba dar clase en la Universidad, por lo tanto no llegaría antes de las siete. Luego corrió hasta la habitación de Pablo, su hermano, con la intención de preguntarle si quería merendar con ella –se le ocurrió preparar un bizcochuelo de chocolate–, pero tampoco estaba porque los martes tenía clases de guitarra. Su papá siempre llegaba después de las ocho. Estaba sola.
Fue a su cuarto y permaneció recostada varios minutos sobre su cama con la mente en todos lados menos allí donde estaba su cuerpo. Lo dudó muchísimo, pero finalmente cayó en la tentación de entrar a la habitación de Pablo y usarle unos minutos la notebook. Moría de ganas de entrar a Twitter. Tomó la precaución de cerrar la puerta de entrada con llave y con mucho cuidado entró a la habitación y encendió la computadora. Se logueó y entró directamente al perfil de Julián, quien acababa de tuitear una frase que le generó una mezcla de desconcierto, nervios e ilusión.
Se quedó varios minutos hipnotizada frente a la pantalla de la notebook.
—¡Si a este pibe siempre le gustaron las rubias! ¿Por qué justo hoy escribe eso? ¿Será para mí? Qué tarada, ¿cómo va a ser para mí? Pero… ¿y si sí es? –la cabeza de Ámbar no paró hasta que un ruido de llaves la distrajo– ¡Maaaa!, ¿sos vos?
Cerró cuidadosa pero velozmente su cuenta, borró sus huellas virtuales del historial de búsqueda, dejó todo exactamente como estaba y bajó corriendo las escaleras.
—Hija, soy yo.
—¡Hola mamiii! –decía, mientras bajaba las escaleras–. Te extrañé mucho hoy, ma, perdoname por lo de anoche.
Ámbar saltó a los brazos de su mamá, que entre sonrisas de ternura y orgullo la envolvió en un fuerte y largo abrazo.
—Yo también te extrañé y me pone muy contenta que hayas pensado y te disculpes. Vamos a merendar, dale. ¿Cómo fue tu día?
Fueron abrazadas hasta la cocina y prepararon el mate que Ámbar únicamente tomaba con ella y en contextos de “charlas entre madre e hija”. Hablaron de todo, menos de la discusión que habían tenido, ninguna de las dos quiso arruinar el momento. Pasaron por todos los temas: el colegio, el trabajo, la casa, las vacaciones de verano y decena de etcéteras. La mamá de Ámbar era una mujer estricta y algo anticuada, pero muy compañera. Era una mujer criada con valores “de antes”, esos que tan en conflicto entran con los cambios generacionales. Cuando a Ámbar se le daba por observarla como si fuera simplemente otra mujer y no su mamá, para poder verla como una par, se daba cuenta de lo distintas que eran. Eso la atemorizaba un poco por momentos y fue la razón por la cual aquella tarde no hablaron sobre Julián (y tantas otras tardes no hablaron de tantas otras cosas). Sintió ganas de hacerlo, como siempre, pero por temor a que su mamá pudiese molestarse y para evitar que algo fuese relacionado con la pelea que habían tenido pocas horas atrás, Ámbar prefirió callar y disfrutar de ese terapéutico momento de amistad que sabían generar juntas. Cuando Pablo llegó de la clase de guitarra, el clima de intimidad inevitablemente se interrumpió, y antes de abandonar su silla y subir a su habitación, miró a su mamá con gesto de arrepentimiento, haciendo esa muequita que tanto la hacía reír y a la cual nunca podía resistirse.
—Ma, por favor, ¿me devolvés mi notebook, al menos? No por Twitter, la necesito para hacer un trabajo. Te prometo que solo la uso para eso y después cierro la compu y me duermo, es muy imp… –su mamá la interrumpió.
—Está bien, Ámbar, te voy a devolver tus cosas porque confío en vos y sé que entendiste el mensaje. No tiene nada de malo que uses el Twitter, confío en vos absolutamente respecto al uso que le das a eso, porque yo casi ni sé lo que es, lo que no voy a permitir es que estés conectada a cualquier hora un día de semana, porque el descanso es prioritario. La compu está en el escritorio de papá, agarrala; podés usarla después de cenar. Y tomá el celu –le dijo, mientras metía la mano en el cajón del modular– lo apagué ni bien me lo diste.
—¡Gracias ma, sos la mejor!
Ámbar tomó sus cosas y subió al cuarto. Dejó los dispositivos cargándose y aguardó el momento de conectarse con la insoportable ansiedad que transforma los minutos en horas y las horas en años.
Antes de perderse en el universo de Twitter, prefirió entrar a su cuenta de Wattpad: tenía la cabeza repleta de ideas que se atascaban en su cerebro como líquido en el pico de una botella boca abajo. Necesitaba escribir y Wattpad era el sitio en donde lo hacía, era su espacio de verdad. En aquella red social Ámbar compartía, textos literarios con sus seguidores. Casi todos ellos eran desconocidos, gente con la que solo se vinculaba a través de ese intercambio poético, salvo Thiago, su mejor amigo, que también escribía, tenía cuenta en Watt y era uno de sus más fieles lectores. En ese espacio virtual, Ámbar se hacía llamar “Emma”. No quería que nadie se enterara de ese perfil suyo, quería tener su arte alejado de todos, evitar los comentarios, las críticas buenas y malas. Era algo que solo compartía con ella misma, con gente que conocía a “Emma” pero no tenía idea de quién era Ámbar, y con su mejor amigo, que siempre había sido como su espejo y era la persona con la que más confianza tenía en el mundo.
Compartía textos casi todas las noches antes de dormir, cuando el día llegaba a su fin y casi todo estaba bañado de silencio. Generalmente subía a su habitación luego de la cena, con un té con limón y se sentaba en su escritorio, frente a la computadora. Liberaba sus sentimientos, los transformaba en caracteres y los dejaba al alcance de los ojos de sus seguidores. Luego cerraba sesión y volvía a la actitud adolescente. Se llevaba la computadora a la cama y allí se quedaba un buen rato más, en YouTube, en Instagram, Facebook y, sobre todo, en Twitter.
Ámbar no era una chica, era tres. Una era la de todos los días, la de la vida real, la adolescente algo aniñada, de corazón enorme y gran sensibilidad. La que se peleaba, cada noche, apasionadamente con su hermano por el control remoto, pero era capaz de dar la vida por él. La fanática de las frutillas, la que se mataba de risa viendo Los Simpsons, la caprichosa que hacía enojar a sus papás regularmente pero que los hacía estallar de orgullo más seguido aún. Otra Ámbar era “Emma”, la artista, la que escribía como si adentro suyo viviese una chica mucho más grande y madura, con una imaginación inagotable y soberana. La que compartía sus textos llenos de verdad en su cuenta de Wattpad. Y finalmente, estaba la Ámbar artificial, mentirosa, frívola, obsesiva y depresiva. La que se empeñaba por ser igual que las demás. La de las fotos y comentarios bobos; la de Twitter. Era exagerada la diferencia que existía entre cada una de ellas, y solo había una única persona que podía verlo. El único testigo, el que tenía contacto directo con las tres y podía, aun así, adorarlas por igual. Nadie más era capaz de disfrutar la ingenuidad de la real, padecer la estupidez de la tuitera y admirarse con la profundidad de la artista, salvo Thiago.
Esa noche estaba absolutamente inspirada. Aquel encuentro impensado, con Julián, en el Mac, sumado a esas misteriosas indirectas que había leído en su Twitter, le despertaban una esperanza, le hacían creer que quizás existía esa lejana probabilidad de que algún día pasara algo entre ellos. Definitivamente algo había cambiado ese mediodía.
Estabas lindo. Me emociona verte tan lindo y no
poder salir de tu imagen. Tirarte los ojos encima y hacer
un lío de parpadeos y pestañas sobre vos.
Sos lindo cuando sabés convincentemente que lo sos,
y sos mucho más lindo cuando no querés ser lindo y
naturalmente hacés tus cosas, mientras yo te miro
y me voy haciendo linda, de a poco, con vos.
Como si toda tu lindura fuese contagiosa.
Lindo, lindo, lindo, de tanto pronunciarlo la palabra va
desvistiéndose de sentido, hasta quedar completamente
desnuda en el precipicio de la lengua que la pronuncia.
La lengua meticulosa que la pronuncia y la devora.
Tu belleza desafía al lenguaje (y le gana), tu belleza no
debe reflexionarse ¡qué tonta!
Tu belleza es una sustancia fantástica que permanece
en algo que cambia.
Los votos de sus seguidores aparecían uno tras otro, también los inbox que le enviaban. Todos los comentarios eran de aprobación. Se tomó su tiempo para responder uno por uno. El texto de esa noche era distinto, hablaba de ella como ningún otro, había sido inspirado por un hecho y no por un sueño y sentía cientos de mariposas volando confundidas sobre su panza.
Un largo rato después decidió hacer buena letra apagando la computadora, por temor a que a su mamá se le ocurriese entrar a darle otro beso de las buenas noches, pero la tentación de stalkear a Julián antes de dormir fue incontrolable. Era una forma –la única posible– de acercarse hasta él y espiar unos minutos por esa ventana virtual para contemplarlo antes de cerrar los ojos hasta el nuevo día.
Se acomodó en su cama y se juró a sí misma que solo sería un instante. Se logueó desde el celular, que era más fácil de esconder entre las sábanas si algo sucedía, y fue directamente hacia él.
Era el último tuit, los anteriores, de ese mismo día, eran todos del mismo estilo, cada uno podía ser entendido como una indirecta. Ámbar era una sonrisa, con una persona, de oreja a oreja. Sintió ganas de favear, de retuitear y de mandarle un mensaje directo, pero se controló porque no quería arruinarlo todo por actuar de manera infantil. Fue cauta e inteligente y, entre todas las opciones, optó solo por subir una selfie, desde su cama, editada con Pixart para que se viera perfecta, y le sumó la palabra “enamorada” seguida de un corazón. Inmediatamente dejó el celular sobre la mesa de luz, por temor a que su mamá entrara en la habitación. Apagó el velador, tomó su MP3, y se dispuso a dormir con una dulce canción de amor.
Sus ojos se abrieron de golpe y comenzó a sentir que el corazón se aceleraba progresivamente. Su MP3 se quedó sin batería y los auriculares solo reproducían más silencio. No se los quitó, pasó dos o tres minutos así, sin entender por qué, acelerada, expectante y callada, con los ojos abiertos, no podía cerrarlos.
Su celular vibró sobre la mesa y se encendió la luz de notificación. Era el aviso de una nueva interacción de Twitter, era un fav de Julián Rivera.
Lo intuyó, algo así como un ave a un sismo.