Читать книгу No creas todo lo que ves - Mariela Peña - Страница 10
ОглавлениеCapítulo 5
Me gustaría saber qué tiene, qué es eso que le viste que no viste en mí.
Que no viste nunca o dejaste de ver, quizás.
Ah, bueno, ya que estamos, eso también me gustaría saberlo.
Y, si no te jode, quisiera saber en qué momento la viste.
Qué estaba haciendo yo cuand… ¡no, no! mejor, que NO estaba haciendo yo cuando la viste en su… no, sé…
¿mirada, cuerpo o pensamiento?
Pará, ¿está en su mirada, en su cuerpo o en su pensamiento?
Me haría bien saber.
No es de masoquista, me duele la duda en el medio del pecho, mi amor, me arde.
La verdad es menos jodida, me la bancaría mejor, pero la duda,
¡te lo juro! la duda es terrible, porque todas las noches y todas las mañanas duele distinto.
La verdad es un toque, un pellizco, un susto.
La duda es un escalofrío que no empieza ni termina.
La verdad es que algo haya cambiado en tu corazón
o en el concepto que tenías de la alegría.
En cambio, la duda es que yo me haya equivocado
y no me dejes pedirte perdón con el corazón en las manos del alma;
es que mientras yo me olvidé de decirte que sos la pieza
más perfecta del mundo, otra persona se sirvió del regalo
de tu belleza fortuita en una esquina y te invitó un café
y te invitó a charlar
y te invitó a decirte todo eso que yo me olvidé ese día, y el anterior.
Y el anterior, ya lo sé.
No me mezquines la verdad, corazón.
No me metas en la bolsa de la afasia, ¡no me tires al tacho del olvido!
Dame la mano de tu verdad para salir de esta trampa
que nos tendió el amor.
Un texto salió de adentro suyo durante el desayuno de aquella mañana helada de julio. Entre sorbo y sorbo del café con leche que le había preparado su mamá, entre grito y grito de “¡No uses el celular en la mesa!”, de su papá. Lo escribió como lo sintió; no dudó, no corrigió. Hacía muchos días que no compartía ningún texto con sus seguidores, que se preguntaban dónde estaba “Emma”. Hablar con Miel le había hecho tan bien que sentía que se había abierto una ventana dentro de su propia mente, para que su inspiración fuera libre. Decidió dejar que la guerra que Lola había iniciado contra ella se desarrollara a sus espaldas, no quería enterarse de nada.
La mañana la atravesó lentamente. Agradeció una nueva inasistencia de Lola, la segunda en los últimos días. Con Thiago la situación estaba cada vez peor: esa mañana los dos habían evitado hasta el saludo de “buen día”. Flopi no desatornillaba su mirada de encima de ella ni por un segundo. De las pocas veces que Ámbar no pudo evitar mirar hacia la mesa donde ellos dos se sentaban, ni una sola sucedió sin que Flopi le clavara los ojos en el medio de los suyos. La intimidaba, amenazante, la acorralaba. Thiago siempre estaba con la cabeza gacha. Tras dos interminables horas de Matemáticas, salió con Ceci y Vicky al recreo, directo al bufet. Morían de hambre.
—Che, ¿vamos a ir a la fiesta de Mateo? –preguntó Vicky.
—Yo quiero ir solamente para mirarlo a él toda la noche. Me vuelve loca ese pibe. Esa boca, esos tatuajes… ¡por favor! ¿Qué decís, Ambi?
—¿Es esta noche? Pensé que era la semana que viene.
—Sí, sí. Nos haría bien salir un poco. Hace banda que estamos siempre entre quilombos y llantos.
—Sí, además, necesito salir de mi cama, hacer algo que no sea comer y dormir –bromeó Ceci.
—Che –dijo Ámbar con tono misterioso, al tiempo que le daba un sorbo a la gaseosa–, ¿Mateo nos dejará invitar a alguien?
—¿Qué? –Ceci la miró con intriga.
—¿Quién sería ese “alguien”? Estoy celosa –las tres comenzaron a reír.
—¿Les suena “Miel”?
—¿Miel?
—Miel… Miel… ¡pará! ¿Es la piba de Twitter que le respondió a Lola?
—¡Esa misma! Ayer estuve hablando como hasta la una de la madrugada, es una genia.
—¿Posta? Pero, ¡no la conocemos, Ambi!
—Si, ya sé que es una locura, pero les juro que la flaca me transmite sensaciones muy copadas.
—No sabía que estaba abierto el casting para reemplazante de Lola –dijo Vicky riendo.
—Posta, no saben cómo me ayudó con las cosas que me dijo anoche. Me aclaró la cabeza, me despejó las ideas. Hacía días que no me salía esc… eh, digo… hacía días que no paraba de maquinar y, sin embargo, esta mañana me sentí aliviada. Todo por la charla que tuve con Miel anoche antes de dormir.
—Y, bueno… qué se yo, decile y la conocemos. Mateo no va a tener problema, y si es linda, menos. Además siempre va todo el mundo.
El celular de Ámbar vibró.
—Justo es ella, le voy a preguntar, a ver qué onda.
—¿Y? ¿Le dijiste? –preguntó Ceci.
—No.
—¿Cómo que no? Estamos hace media hora viéndote chatear…
—Perdón, colgamos hablando de otra cosa
Noe, una de las chismosas del curso apareció de repente y las interrumpió.
—Hola chiquiiiss, ¿van a lo de Mateo esta noche?
—Obvio –respondió Vicky con poca onda.
—Ah, ¿sí? Uy, buenísimo –dijo con un tono que dejó entrever un halo de misterio.
—¿”Uy”? –preguntó Ceci con sospecha.
—Sí, “uy”, ¿qué? –insistió Vicky mientras Noe escribía en su celular, ni siquiera las miraba.
—Eu, Noelia, acá, Ámbar, Cecilia y Victoria en el mundo –dijo Ámbar mientras chasqueaba los dedos alrededor de su cara–. ¿Por qué preguntabas?
—Eeeh, no… por nada, para saber. Me tengo que ir, chiquis, chau –dijo Noe y se fue corriendo hacia el aula.
—¿Y a esta qué le pasa? –preguntó Ceci.
—El otoño la pone más boluda de lo habitual.
—Déjenla, es una chusma que lleva y trae todo el tiempo. Vamos, que la de Psico nos pone media falta si llegamos tarde.
—Pero… ¿y Miel?
—Nada, Ceci; Miel, nada. Otra de mis boludeces. Vamos.