Читать книгу No creas todo lo que ves - Mariela Peña - Страница 9

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Capítulo 4




¿Quién era “Miel”? ¿Por qué había respondido el tuit de Lola? ¿Por qué la defendía? ¿La conocía o se trataba de una casualidad? Sea como fuere, le intrigaba saber de quién se trataba. De foto de perfil tenía una extraña pintura de dos bocas como de hilo, a punto de encontrarse en un beso. Tenía muchos seguidores, 2500 para ser exactos, y lo extraño es que apenas seguía a dos usuarios: Polo Estrada y Mirel Lynch, dos de sus poetas contemporáneos preferidos. Solo a esos dos usuarios, a nadie más. Muy extraño. Sus tuits eran frases profundas con mucho vuelo poético, más de una mala palabra y ni un rastro de banalidad del estilo “me aburro, alguien que me hable”, tan habitual en los perfiles de cualquiera.

“Miel”, la palabra le sugería dulzura, té, abejitas, naturaleza, amarillo, aguijón. Se imaginó una chica de su edad, quizás un poco más grande. Sabía que era de su barrio porque era uno de los pocos datos que podían leerse en su descripción: “La Esmeralda y Los Stones, mis lugares en el mundo”. A juzgar por sus tuits, era amante de los libros, el cine y el chocolate amargo. Escribía correctamente, con signos de interrogación y exclamación de cierre y apertura. No retuiteaba nunca nada, tampoco había fotos ni placas de frases apócrifas o cursis. Se percibía a una persona con pensamientos profundos y optimistas; no podía ser sino alguien con buen humor, una habitué de la risa. Pensó en cuánta falta le hacía una persona así en su vida, en lo bien que le haría intercambiar palabras, tiempo, ideas, con alguien así. ¿Qué puedo perder?, pensó.



A pocas palabras de empezar la charla, Miel le hablaba como si la conociera de toda la vida. Le dio algunos consejos sobre cómo manejar el asunto de Lola y Julián en las redes, pero rápidamente cambiaron de tema, se dieron cuenta de que tenían mucho en común y que por eso la conversación era tan entretenida. Pasaron las siguientes horas charlando y haciéndose compañía, mientras hacían sus cosas. Ámbar acompañó a Miel a regar el cantero de la entrada de su casa y Miel fue con Ámbar a llevar a Agua, su perrita, a dar unas vueltas por la placita de enfrente. Se sentían presentes y reales. Hablaron de Mirel Lynch, de Polo Estrada, de las series que habían visto y se recomendaban mutuamente, de sus comidas favoritas, de sus sueños, de si creían en el destino o creían en la suerte, pasaron por muchos temas. Miel le recordaba lo lindo de mantener una charla con alguien que te hace reír y hace que tu mente trabaje a tu favor, en lugar de pasar horas enroscándose en conversaciones pesadas de chusmerío, frivolidad y peleas. A cada palabra se imaginaba su cara, sus gestos, su estilo. La pensó rubia, de pelo larguísimo y flequillo cortito, anteojos hipsters, más por look que por necesidad, con un piercing en la nariz y quizás algún otro en el ombligo o en el lóbulo de la oreja, y, sobre todo, con una voz dulce, acorde a lo que sugería su user. La imaginó vestida con ropa colorida y suelta, con auriculares alrededor de su cuello, algún colgante de su banda preferida y una mochila repleta de libros, cuadernos y lapiceras. Le encantaba la idea de hacerse amiga de Miel.



Dejó el celular, agarró el banquito de madera que su papá le había hecho cuando era chiquita y que aún conservaba, y fue hasta su enorme placard. Lo abrió de par en par, se miró un buen rato en el espejo que había del lado de adentro de una de las puertas. En silencio, sin hacer ni un solo sonido, solo se observó. Se concentró en ella misma, en cada detalle. Empezó mirándose a los ojos, la nariz, los labios, las orejas. Se detuvo en el peinado que había elegido para ese día, una cola de caballo que le despejaba la cara. Miró la ropa que tenía puesta, pensó en por qué la había elegido. Qué partes le resaltaba, qué cosas escondía. Trató de fijarse en lo que le gustaba tanto como en lo que no, ejercicio que casi nunca hacía. “No seas mala con vos misma, reconciliate con todo lo que sos”, acababa de decirle una voz anónima, que podía ser cualquier persona, pero fuera quien fuera, esa noche había sido una voz amiga.

No creas todo lo que ves

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