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2 COMUNICARSE CON DIOS
ОглавлениеŠamaš bêlu rabû ša ašalluka anna kēna apalanni
(«¡Shamash, gran señor, responde a mi petición con un acuerdo claro!»)
Si el rey debe actuar por mandato divino, es necesario poner a punto un sistema, mejor aún, una serie de sistemas, que aseguren una comunicación correcta y fiable entre la esfera divina y la esfera humana (al menos, la de la realeza). La voluntad divina debe transmitirse de modo explícito ya en el momento de la entronización, como garantía de legitimidad para el nuevo rey y de idoneidad para el cargo tan difícil que se le encomienda. Pero, además, la voluntad divina hay que buscarla para cada acción del rey, comenzando por la puesta en marcha de cada campaña militar, que es la acción con mayor riesgo y sobre la que basa la ejecución de la misión imperial.
Suele hablarse, trivialmente, de presagios1, pero este término, que en nuestra cultura moderna asume el sentido de una previsión aleatoria de base irracional, se podría aplicar en el mejor de los casos a ciertos «presagios espontáneos», mientras que en los «presagios solicitados» se trata más bien de una petición de aceptación (o rechazo) formalmente dirigida a la divinidad2. En los presagios espontáneos, durante la época neoasiria, se confía sobre todo en los astros3 para evitar acciones durante posiciones astrales consideradas desfavorables (especialmente los eclipses lunares o solares). Bajo Asarhadón y Asurbanipal4 existe una intensa comunicación entre el rey y los astrónomos (LAS; SAA 8 y 10), tanto asirios como babilonios, que deben aclarar al rey a qué corresponden actualmente los topónimos arcaicos que se mencionan en las antiguas series canónicas, y que pretenden, sobre todo, asegurar al rey que la anunciada desgracia no se refiere a él y que nada malo le sucederá:
El eclipse que sucedió en el mes de Tebet se refería a Amurru (el occidente): un rey de Amurru morirá y su país entrará en crisis o, según otra tradición, caerá en desgracia. Quizás los entendidos podrán explicar al rey algo sobre (qué significa) Amurru. Amurru significa Hatti (Siria) y los (nómadas) suteos, o bien el país Caldeo. Por lo tanto, un cierto rey hitita o caldeo o de Arabia tendrá que vérselas con este presagio. Respecto al rey, mi señor, todo va bien; el rey, mi señor, obtendrá lo que desea [...]. El rey, mi señor, puede estar contento (SAA 10, n. 351: 15-r.4).
Si el presagio resultase irremediablemente desfavorable, siempre se podrá recurrir a acciones mágicas de protección: desde los simples ritos namburbi, que hacen vana la amenaza, hasta la decisión extrema de nombrar un «rey sustituto» que atraiga sobre sí el desastre, matándolo después, para que el desastre ocurra ciertamente5. Una versión corriente del presagio astral, cotidiana y accesible a todos, es el calendario, que distingue con precisión los días faustos de los infaustos6. Existen también presagios basados en nacimientos deformes7, o en la vida cotidiana8, que anuncian peligros tanto para la gente común (el ámbito bītu «casa» en el que se ha manifestado el presagio), como para el entero país o, en concreto, para el rey (el ámbito mātu «país»).
Entre todos los diferentes tipos de presagios espontáneos, los únicos que pueden referirse de forma explícita y específica a las acciones que el rey se dispone a ejecutar son los sueños proféticos9: una divinidad (normalmente se trata de Ishtar de Arbela) se aparece en sueños al mismo rey o, más frecuentemente, a alguien (a mujeres más que a hombres, a profetisas profesionales u ocasionales) que se apresura a comunicar al rey el contenido. Existen textos que recogen varias profecías (todos del tiempo de Asarhadón y Asurbanipal10), cuyo contenido general es el de soporte divino a la acción del rey:
Asarhadón, rey de (todos los) países, ¡no temas (lā tapallaḫ)! ¿Qué viento se ha alzado contra ti, cuyas alas no hayas roto? Tus enemigos caerán a tus pies como manzanas maduras. Yo soy la gran señora, soy Ishtar de Arbela, que pone a tus pies a tus enemigos. ¿Qué palabra te he dirigido de la que no hayas podido fiarte? Yo soy Ishtar de Arbela, yo golpearé a tus enemigos y te los entregaré. Yo soy Ishtar de Arbela, camino ante ti y detrás de ti. ¡No temas! Si te encuentras paralizado, yo me alzaré en medio de la pena y estaré a tu lado (SAA 9, n. 1.1: 4’-27’).
Sobre un sueño en el que aparecen tanto la diosa como el mismo rey, ya hemos tratado en el capítulo 1 el caso de Asurbanipal, tranquilizado por Ishtar. Especial y poco creíble, por la pluralidad de soñadores, es el caso de la diosa que se aparece en sueños a todos los soldados del ejército asirio para tranquilizarles. Asurbanipal es el narrador:
Mis tropas vieron el (río) Idide a punto de desbordarse y, al verlo, tuvieron miedo. Pero Ishtar de Arbela provocó un sueño a mis tropas durante la noche. Les dijo: «¡Yo marcharé ante Asurbanipal, el rey, criatura de mis manos!». Tras este sueño, las tropas tomaron respiro y miraban el Idide con seguridad (Prisma A: v 95-103, en BIWA, 50 y 240).
Finalmente, resulta interesante recordar la carta laudatoria/entrañable del jefe de los adivinos Marduk-shum-usur a Asurbanipal, recién entronizado, en la que probablemente alude a una visión onírica:
Cuando el padre del rey, mi señor (es decir, Asarhadón), marchó a Egipto, se creó un templo de cedro fuera de Harrán (ciudad sagrada para Sin). Sin estaba arrodillado delante del cetro y se habían colocado dos coronas en la cabeza; y frente a él estaba (su hijo) Nusku. El padre del rey, mi señor, entró y (Sin) le colocó en la cabeza una de las dos coronas (diciendo): «¡Ve y conquista con esta (todos) los países!». Él marchó y conquistó Egipto. (Y ahora) será el rey, mi señor, quien conquistará los demás países que no están sometidos a Asur y a Sin (SAA 10, n. 174: 10-16).
Como se ve, aunque explícitos y mencionando ocasiones concretas, los sueños y las llamadas «profecías» no pueden entrar en los detalles técnicos de la acción; se limitan a dar ánimo al rey o, eventualmente, a ponerlo en guardia (aunque este último punto no me parece que tenga ningún testimonio en época neoasiria). Para obtener indicaciones más precisas y oportunas, hay que recurrir a los presagios solicitados, entre los que destaca fuertemente la hepatoscopia, examen del hígado —o, más genéricamente, de las vísceras— de los animales (ovinos) sacrificados al efecto11.
Da la impresión de que no era posible iniciar una campaña militar, ni una batalla en el curso de la campaña, sin haber consultado los auspicios mediante la hepatoscopia. Obviamente, en teoría, la respuesta podía ser favorable o desfavorable, y el rey podía emprender la acción solo en el primer caso. Todas las menciones que tenemos se refieren a respuestas favorables, pero es fácil pensar que siempre se podía conseguir (por reiteración o manipulación del examen) una respuesta que sirviera para infundir ánimos a las tropas, y que normalmente se menciona al comienzo de cada campaña (o acción importante) con la fórmula típica ina tukulti dAššur, «con la conformidad (o la seguridad) de Asur, mi señor» (a quien se añaden otros dioses, mencionándolos por nombre o con la fórmula «los grandes dioses»). Basten algunos ejemplos de entre tantos textos análogos:
Con la conformidad (ina tukulti) de Asur, mi señor, tomé carros y soldados, me dirigí por el desierto y me fui contra los ahlamus del país de los arameos, enemigos de Asur, mi señor. En un solo día saqueé desde Suhu hasta Karkhemish de Hatti, los masacré y conseguí un enorme botín (Tirgal-pileser I, en RIMA 2, 87.1: V 44-53).
Con la conformidad (ina tukulti) de Asur, mi señor, salí de Tushhan, tomé mis carros, caballos e infantería, crucé el Tigris sobre un puente de balsas, viajé durante toda la noche, etc. [sigue la conquista de Dirru] (Asurbanipal II, en RIMA 2, n. 101: ii 103-104).
En el año noveno, Asur, mi señor, me dio su conformidad (utakkilanni) y yo marché contra las tierras de los medos: conquisté, destruí, devasté e incendié la ciudad y los pueblos vecinos (Tirgal-pileser III, en RINAP 1, n. 15: 5-8, simplificada).
Durante mi segunda campaña, Asur, mi señor, me dio su conformidad (utakkilanni) y yo marché contra el país de los casitas y de los yasubigaleos, enemigos feroces que no habían sido sometidos desde los tiempos de los reyes que me precedieron (Senaquerib, en RINAP 3/1, n. 3: 20).
Además del permiso genérico para iniciar la campaña, también los detalles de la acción militar tenían que pasar la prueba del procedimiento oracular. Disponemos de numerosas colecciones de peticiones dirigidas a Shamash (editadas y comentadas en SAA 4), el dios que conoce todo porque cotidianamente recorre el mundo, a quien se consulta a propósito con peticiones del siguiente tenor (simplificado en la traducción):
¿Tramará algo Mugalu de Melid a partir de hoy y durante un mes? ¿Movilizará un poderoso ejército contra los generales del ejército asirio? ¿Tenderá una emboscada o atacará? ¿Tiene que preocuparse el rey asirio? (SAA 4, n. 5: 2-8).
¿Podrá Asarhadón, rey de Asiria, arriesgarse? ¿Podrá mandar con tranquilidad generales y gobernadores, con infantería y caballos, con un gran ejército, contra Kashtaritu de Kirkashi y sus aliados? Si, tras haber planificado, los envía, ¿podrán los generales y el ejército asirio conquistar la ciudad? ¿Podrán marchar con seguridad adonde quieran? ¿Podrán escapar de las tropas de los medos, los manneos o de otro enemigo cualquiera? ¿Podrán librarse y volver sanos y salvos de Kirkashi? (SAA 4, n. 6: 2-10).
Se confía la respuesta al examen del hígado de las ovejas sacrificadas y, obviamente, solo una respuesta positiva (annu kēnu «asentimiento seguro» es el término técnico) consiente ir adelante. Se pone atención en especificar el período de validez12 («a partir de hoy, tal día de tal mes, hasta el mismo día de tal otro mes, durante treinta días y sus noches») y en prescindir (ezib) de las circunstancias («prescindiendo de si el cordero sacrificado tenía defectos... de si el sacrificador llevaba vestidos sucios o había comido o bebido algo impuro...», etc.). Nos han llegado respuestas oraculares similares no solo para emprender una campaña, sino también para resolver problemas internos. ¿Habrá una revolución? (nn. 139-148). ¿Conviene nombrar a determinada persona para una función en la Administración? (nn. 149-182, 274-275, 299-314). ¿Puede/debe tomar el rey determinada medicina? (nn. 183-199, 276-277, 317). La formulación neoasiria de estas preguntas oraculares es en gran parte deudora de la que ya se había adoptado en época babilonia antigua, en los llamados textos de tāmītu13.
Se preguntará: ¿es que el rey asirio no tenía sus fuentes humanas de información, espías o exploradores o funcionarios cortesanos para las decisiones que debía tomar14? Ciertamente los tenía y nos han llegado numerosas cartas de información15. Pero, desde el punto de vista teológico, solo dios puede conocer el futuro y las previsiones humanas tienen un valor y una fiabilidad dudosas: como afirman ciertas profecías: «¡No hay que creer a los hombres!» (SAA 9, n. 1.4: 27), «¡La humanidad es engañosa!» (SAA 9, n. 2.3: 14). Si las informaciones humanas resultaran distintas de las sentencias divinas, hay que hacer caso a estas últimas16. En las bibliotecas asirias (desde la central de Nínive hasta la provincial de Sultantepe) se conservaban los poemas clásicos sobre los antiguos reyes de Acadia17, con Sargón como modelo positivo y Naram-Sin como modelo negativo. Sargón tuvo éxito porque, a pesar del diferente pensamiento humano, siempre siguió la indicación divina: acató las órdenes (recibidas mediante un sueño) de la diosa Ishtar, oponiéndose al parecer contrario de los mercaderes y soldados, y marchó a la conquista de Anatolia. Naram-Sin, por el contrario, fue al desastre porque confió en las informaciones humanas, prefiriéndolas a las divinas: ante la invasión de las gentes del norte envió a un soldado para comprobar que se trataba de hombres o de espíritus, y solo posteriormente consultó los oráculos.
Los reyes asirios intentan, por tanto, actuar según este modelo «clásico», típico de la civilización mesopotámica; ningún rey asirio osaría hacer propios el orgullo y la presunción del antimodelo de Naram-Sin, quien había declarado:
¿Qué león ha examinado nunca las entrañas? ¿Qué zorro ha consultado nunca a los videntes? ¡Caminaré como un merodeador, como me parezca, ignoraré la indicación divina y actuaré por mí mismo! (Leyenda Cutea, 80-83 en Goodnick-Westenholz, 1997, 316-317).
El correcto comportamiento del rey asirio, que confía (verbo takālu, del que proviene la expresión ina tukulti dAššur, que significa algo así como «aval adivinatorio») en el mandato divino (ina qibīt dAššur «por orden de Asur») y en la ayuda (reṣūtu, también emūqu «fuerza») divina, se contrapone explícitamente al insensato comportamiento del enemigo, que confía (siempre takālu) en alianzas humanas o en obstáculos naturales, como las intransitables montañas. Cito un par de ejemplos18:
Ahunu, jefe de Bit-Adini, confió (itakkil) en la abundancia de sus tropas y presentó batalla. Pero yo, confiando (ina tukulti) en Asur y en los grandes dioses, mis señores, luché contra él y lo vencí (Salmanasar III, en RIMA 3, n. 102.2: i 32-33).
Metatti de Zikirtu, que había rechazado el yugo (asirio)... confió (ittakil) en Rusa, el Urarteo, uno tan irreflexivo como él, un aliado que no podía ayudarle... uno que no observa la palabra (es decir, el juramento) de Asur y de Marduk, que no teme la maldición del señor de los señores, un inculto, estirpe de asesinos, carente de comprensión... Pero yo elevé las manos (al cielo), pidiendo poder vencerlo en la batalla... y Asur, mi señor, escuchó favorablemente mis súplicas y acogió mi petición [sigue la narración de la victoria] (TCL III 80-81, 92-93, 124-125, en Mayer, 1983, 74-77 y 80-81).
Aunque lo importante sea el conocimiento de la voluntad divina a través de diversos canales de comunicación, existe también un flujo de información que va del rey hacia dios. Se trata, sobre todo, de informes que el rey, al final de la campaña victoriosa, dirigía al dios Asur, en cartas propiamente tales con abundantes formalismos:
A Asur, padre de los dioses, gran señor, que reside en el Ekur-sag-gal-kurkurra, su gran templo, ¡salud! A los dioses y diosas del destino, que residen en el Ekur-sag-gal-kur-kurra, ¡mucha, mucha salud! A la ciudad (de Asur) y a sus habitantes, ¡salud! Al palacio que está en ella, ¡salud! A Sargón, el sacerdote puro, el siervo que teme tu (= de Asur) gran divinidad, y a su ejército, ¡mucha, mucha salud! (TCL III 1-5, en Mayer, 1983, 68-69).
Sigue la narración detallada de la campaña victoriosa; conviene subrayar varias cosas: que el informe se dirige a Asur en la ciudad «santa» de Asur, que desde hacía algún tiempo no era ya la capital política y residencia del rey, aunque continuaba siendo la sede del dios nacional19; que el rey se atribuye un título sacerdotal (šangû) y no el de «rey»; y, finalmente, que la carta se dirige no solo a dios, sino también a la ciudad y sus habitantes. Veremos más adelante (cap. 7) que es posible intentar reconstruir una ceremonia pública, con un gran desfile del botín (que la carta describe amplia y detalladamente) y de los prisioneros. Existen también fragmentos de las respuestas que el dios enviaba al rey, aceptando favorablemente el informe que demostraba la perfecta correspondencia de la actuación real con el mandato divino20.
Desde siempre se ha hecho notar la estrecha conexión entre las «cartas a dios» y las inscripciones conmemorativas. Cierto es que existen diferencias de género literario (comunicación epistolar, frente a inscripciones votivas y de fundación), cantidad de detalles, mucho más abundantes en las «cartas» que en ningún informe conmemorativo, pero los textos comparten léxico y estructura narrativa, y reflejan igualmente los dictados de la ideología imperial asiria. Existe un problema de destinatarios, de público (de audiencia, como se suele decir): en las cartas la doble dirección al dios y a la ciudadanía es explícita y conjunta; mientras que en las inscripciones conmemorativas se nota21 un doble nivel de audiencia: uno explícito, según el cual los textos se dirigen a la divinidad (y al llamado «príncipe futuro»), y otro implícito (solo observable mediante análisis crítico de los textos) de nivel humano (cf. cap. 9).
En este sentido debemos recordar la observación que Albrektson22 toma de Täubler (1926) y de Laqueur (1931): que las inscripciones no son comparables con una obra propiamente historiográfica como del De Bello Gallico, sino con el informe que César en persona dirigía (oralmente) al Senado, al regreso de sus victorias y conquistas. Tal observación se puede ampliar, haciendo referencia a los informes que —en cualquier tiempo y país— los generales victoriosos dirigían a sus reyes o (en regímenes democráticos) a la entera nación. En todo caso, el ejecutor da cuenta a quien le ha enviado: al dios Asur en el caso de los reyes asirios, como al Senado los generales romanos o al Parlamento en los estados modernos. Pero, junto al obligado informe al mandante, emerge con diversas modalidades y valoraciones la exigencia de que el desarrollo de la guerra —con sus beneficios y sus propios costes— sean accesibles (si se quiere, como propaganda) a toda la población.