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6 COLECCIONISMO
ОглавлениеKirimaḫḫu ša gimir riqqē inbu ṣippāte iṣē tuklāt šadê
(«Un parque con todas las especias y árboles frutales, plantas provenientes de todas las montañas»)
De la periferia, por lo tanto, afluye al país central todo tipo de materia prima (especialmente madera y piedra, de las que carece la zona de aluvión), del mismo modo que confluye otra materia prima, como la mano de obra de los esclavos capturados o deportados en las redadas del país central por las montañas circundantes. Las causas de este flujo son materiales, prácticas, a pesar de que los textos conmemorativos (tanto neoasirios como de época precedente) prefieren mencionar su uso en la construcción de templos y palacios reales, por evidentes motivos ideológicos. Pero igualmente significativa que el aflujo por utilidad es la finalidad puramente cultural, que podemos calificar (forzando un poco el anacronismo) de coleccionismo. Recientemente, Maya Jasanoff en su libro Compagnia delle Indie1, se ha centrado en la relación entre imperialismo y coleccionismo. Esta relación no es característica exclusiva del imperio británico o de nuestra modernidad en general: ya está presente en el imperio neoasirio de los siglos IX-VII2, y algunos elementos se encuentran ya en el imperio egipcio del Reino Nuevo (siglos XIV-XIII)3.
El concepto básico es que la ideología del imperio universal, un centro político y/o económico que controla el resto del mundo, conlleva una demostración concreta, visual, de dicho control. Se obtiene a base de reunir en el centro del mundo ejemplos representativos de la variedad que caracteriza a la periferia, de la diversidad que la contrapone al reino central. Naturalmente, existen diferencias por el contexto histórico entre ayer y hoy: el coleccionismo moderno tiene una base en gran parte privada, típica de un imperialismo comercial, una burguesía emprendedora y un sistema político protodemocrático. Sobre esta base se fundan también los grandes museos nacionales, como el British o el Louvre. En la antigua Asiria, por el contrario, el imperio es real y «despótico», con acciones político-militares y, por consiguiente, el coleccionismo es completamente estatal, su ámbito se limita sustancialmente a la corte real.
Nótese que el coleccionismo «protomoderno» tiene una doble raíz: por un lado, las colecciones de tipo anticuariado (objetos antiguos de la propia civilización), relacionado con el nacionalismo naciente, el deseo de poner de manifiesto las raíces y las tradiciones culturales. Por otro lado, las colecciones de elementos exóticos están relacionadas con una visión imperialista, sea antigua o moderna. Se colecciona todo lo que puede representar la diversidad: plantas (como jardines botánicos), animales (como parques zoológicos), elementos arquitectónicos y estilos decorativos (como las modas exóticas, especialmente orientales), productos elaborados y artesanales extranjeros, mujeres de países sometidos (en los harenes imperiales y señoriales en las culturas poligámicas), y finalmente también textos (como las bibliotecas).
En Asiria, las plantas, de los árboles de gran talla entre los vegetales, se importan normalmente con finalidad utilitaria. Pero no faltan casos de aclimatación, ciertamente por utilidad, aunque también con connotaciones de coleccionismo o de mera exhibición, plantando árboles exóticos en parques (kirimaḫḫu), verdaderos «jardines botánicos» junto al palacio real4. El primer testimonio asirio proviene de tiempos de Tiglat-pileser I:
Tomé cedros, bojes y encinas de las tierras sobre las que había asentado mi dominio —árboles que ninguno de los reyes que me precedieron, mis padres, había jamás plantado— y los planté en el jardín de mi país. Tomé plantas frutales raras, que no se encuentran en mi país, y llené con ellas los jardines de Asiria (RIMA 2, 27: 87.1 vii 17-27).
Sobre este punto es conveniente, al menos, aludir a los precedentes egipcios. Hatshepsut manda traer del país de Punt árboles de mirra que, plantados en el patio del templo de Amón, crecen incluso mejor que en su país de origen. Tutmosis III celebra en sus Anales haber adquirido todo género de plantas y flores, y manda dibujar todas las plantas exóticas —recogidas en la expedición a Siria del año 25 de su reino (y no solo estas, pues hay también plantas y aves africanas)— en las paredes del templo de Karnak. Los oficiales y funcionarios de alta graduación durante la dinastía XVIII, verdadera élite imperial, también mandan dibujar en sus tumbas los jardines botánicos que habían plantado durante su vida junto a sus lugares de habitación5.
Volviendo a Asiria, Asurbanipal II, en el siglo IX, se contenta con enumerar las plantas exóticas que había encontrado en el transcurso de sus expediciones, una especie de coleccionismo verbal o virtual:
En los países que recorrí y sobre las montañas que atravesé, los árboles y las plantas que vi eran: [sigue la lista de 36 nombres, entre los cuales menciona] cedro, ciprés, pino, enebro, almendro, dátil, ébano, dalbergia (habas), olivo, tamarisco, terebinto, mehru, roble de Anatolia, roble oriental, granado, abeto, peral, membrillo, higo, vid (RIMA 2, 290: 101.30 40-48).
Pero es en el siglo VIII, con la construcción de las grandes capitales de Dur-Sharrukin y de Nínive, cuando la construcción de jardines botánicos encuentra su ápice, con el paso auténtico del esoterismo al coleccionismo6. Sargón II ya se gloriaba:
Junto a él (palacio), planté un jardín botánico, a imitación del monte Amano, con todo género de plantas aromáticas y de árboles frutales, característicos de las zonas montañosas y de Caldea, (todos) colocados en él (RINAP 3/1, 39: 1.87 y numerosas repeticiones).
Junto a la ciudad (Nínive), en un jardín botánico de una hectárea y una reserva de caza de una hectárea, recogí todo tipo de árboles aromáticos del país de Hatti (Siria), árboles frutales de todos los países, árboles característicos de las montañas y de Caldea (RINAP 3/1, 104: 15.viii 2’-5’; 123: 16.viii 3-8).
También Asarhadón retoma casi a la letra la misma formulación:
Junta a él (al palacio) planté un jardín botánico, a imitación del monte Amano, con todo género de plantas aromáticas y de árboles frutales. Ensanché el patio e hice su ingreso mucho más amplio. Tracé en su interior un canal como abrevadero para los caballos y lo hice gorgotear como un canal de riego (RINAP 4, 25: 1.vi 30-34 y repeticiones).
También Asurbanipal recuerda más brevemente haber plantado «un jardín con todo género de árboles frutales» junto a la bīt redūti, el palacio en el que había vivido como príncipe heredero (BIWA, 74 y 256: A x 104-105 = F vi 58-59.
Además de plantas vivas, también el acopio de madera exótica para la construcción de templos y palacios, aun conservando un prevalente aspecto utilitario, no carece de detalles que lo asemejan al coleccionismo. Me limitaré a citar solo un par de textos de Asurbanipal II:
Ascendí al monte Amano y talé troncos de cedro, ciprés, enebro, pino... transporté los troncos de cedro del monte Amano y los llevé al Esharra..., al templo de Sin y de Shamash, los dioses santos. Marché hasta las tierras de los árboles meḫru, conquisté toda la tierra de los árboles meḫru, talé troncos de meḫru, los llevé a Nínive y los doné a Ishtar, señora de Nínive, mi señora (RIMA 2, 219: 101.1 88-92).
Fundé allí (en Kalhu —Nimrud—) un palacio de cedro, ciprés, enebro, madera de boj y dalbergia, terebinto y tamarisco, para mi residencia real y para gozarlo continuamente... Colgué batientes de cedro, ciprés, enebro y dalbergia en sus puertas (RIMA 2, 227-228: 101.2 56-60; y otros textos análogos).
Ya en los relieves neoasirios del siglo IX se encuentran muchas escenas que representan paisajes exóticos, con sus árboles y plantas características7.
Como es conocido, los parques reales neoasirios iniciaron una larga tradición que va de Asiria a la Persia aqueménida (los «paraísos reales»)8 y de esta al califato abasida9 y posteriormente a su continuación, por un lado, en la India mogola10 y, por otro, en el imperio romano11 y hasta la Europa moderna12. Incluso en regiones sin influjo de la tradición del Oriente Próximo, como la dinastía Han de China13, existen parques con animales y árboles de todo el mundo, ratificando la conexión topológica (además de histórica) entre imperialismo y coleccionismo.
Hay que aludir también a la tradición sobre los «jardines colgantes», que la literatura clásica ubica en Babilonia, pero que en realidad estaban en Nínive14; por lo demás, Semíramis era ciertamente una reina asiria bien conocida por los textos, madre y regente de Adad-nirari III hacia el 800 a.C.15. Los autores clásicos confundieron a menudo Asiria con Babilonia. Probablemente se trata de parques reales cubiertos por una pérgola (nada, por tanto, de colgante en el sentido de elevado), y en todo caso de una tradición que tiene su origen en la admiración griega por los parques reales mesopotámicos (y posteriormente aqueménidas).
Como ya he aludido, análogo y paralelo al coleccionismo botánico es el coleccionismo de animales exóticos, que nace en un contexto de caza16. Mientras que los árboles se talan para la construcción, los animales se abaten por motivos deportivos o autoconmemorativos, y se llevan a Asiria las partes que los identifican (cuernos y pieles); como en la «caza mayor», practicada en África desde los tiempos de los exploradores del siglo XIX. Pero a veces se capturan animales vivos (si es posible, de ambos sexos para intentar la reproducción) y se los lleva a Asiria para ponerlos en parques que son reproducción exacta de los parques zoológicos que surgieron en Europa en el siglo XIX, en paralelo con los jardines botánicos. La asociación de árboles y animales exóticos reproduce el «paisaje» completo de la tierra extranjera.
Aporto los principales ejemplos, pero notando que provienen en su mayoría de la fase de exploración, desde Tiglat-pileser I hasta Asurbanipal II, mientras que desaparecen en la fase de anexión y de conversión en provincias:
Junté manadas de caballos, bueyes y asnos del botín que logré, cuando conseguí el dominio sobre las tierras con la ayuda del dios Asur, mi señor. Además, reuní manadas de ciervos, gacelas y cabras que Ninurta, el dios que me ama, me había regalado durante las batidas de caza por las altas cordilleras. Los conté como si se tratara de ovejas (Tiglat-pileser I, RIMA 2, 26, n. 87.1: vi 105-vii 11).
Capturé vivos nueve toros bravos, muy fuertes, con sus cuernos... A cuatro elefantes los hice caer en una emboscada y los capturé vivos; a cinco apresé con lazos. En la Ciudad Interna (es decir, Asur) reuní manadas de leones, de toros salvajes, elefantes, ciervos, cabras, onagros y avestruces (Adadnirari II, RIMA 2, 154, n. 99.2: 124-127).
Recibí como tributo monas grandes y pequeñas y las llevé a Asiria. Crie un gran número de ellas y las mostré a las gentes de mi país... Capturé quince leones fuertes en las montañas y en las selvas y me llevé cincuenta crías de león, los crie en Kalhu (Nimrud) y en los palacios del territorio mantuve en jaulas numerosas crías. Capturé tigresas vivas (?). Reuní en mi ciudad de Kalhu (Nimrud) manadas de toros bravos, elefantes, leones, avestruces, monos machos y hembras, onagros, osos, panteras, animales de montaña y de llanura, y los mostré a las gentes de mi país. ¡Oh, príncipe futuro, tú a quien nombrará Asur de entre mis hijos; Oh, gente futura, sabios, nobles o eunucos: no deberíais despreciarlos! ¡Que vivan ante Asur estas criaturas! (Asurbanipal II, RIMA 2, n. 101.2: 31-39).
Tendí una trampa a treinta elefantes, capturé vivos cincuenta toros bravos, ciento cuarenta avestruces y veinte leones robustos, sobre las montañas y en los bosques. Recibí cinco elefantes vivos como tributo del gobernador de Suhu y del gobernador de Lubdu, que me acompañaron durante toda la campaña. Junté y crie manadas de toros salvajes, leones, avestruces, monos machos y hembras (Asurbanipal II, RIMA 2, 291-292, n. 101.30: 90-100).
El último texto introduce la variante de animales exóticos recibidos, no mediante captura, sino como regalo o mediante tributo por los reyes de los países vecinos hasta del lejano Egipto, u obtenidos mediante transacciones comerciales:
Recibí el tributo de la ciudad de Arwad y de las tierras de Biblos y Sidón, y un cocodrilo y una mona grande de la orilla del mar (Tiglat-pileser I, RIMA 2, 42, n. 87.4: 27-28).
(El rey) envió mercaderes para comprar yaks, dromedarios y tešēnu. Reunió manadas de dromedarios, los crio y los mostró a la gente de su país. El rey de Egipto envió una gran mona, un cocodrilo y un «hombre de río» (?), animales del gran mar. (El rey) los exhibió ante la gente de su país (Asur-bel-kala, RIMA 2, 103-104, n. 89.7: 8-9 y 15-30).
En aquel tiempo recibí un ejemplar de mona grande y otro de pequeña, enviadas del país de Bit-Adini, que está en la orilla del Éufrates (Adad-nirari II, RIMA 2, 150, n. 99.2: 48).
Recibí un tributo de Egipto: camellos con dos jorobas (sic), un búfalo, un rinoceronte, un antílope, elefantes femeninas, monas femeninas y simios (Salmanasar III, RIMA 3, 150, n. 102.89).
La última cita, tomada del Obelisco Negro, es el pie de la escena que representa la llegada de los animales exóticos (Figs. 3-4). Así pasamos al último punto respecto a la adquisición, que es la reproducción escultórica de animales exóticos en piedra o en metal, para ser colocados en puntos neurálgicos (sobre todo, a la entrada) de templos y palacios:
Hice fabricar una reproducción en basalto de una ballena, que llaman caballo de mar, y que yo —por orden de Ninurta y Nergal, los grandes dioses mis señores— había matado con un arpón de mi artesanía en el gran mar de Amurru (el Mediterráneo) y otra de un yak que hice traer vivo de las montañas de Lumash que están más allá de Habhu (al sur del lago Van). Los coloqué a la izquierda y a la derecha de la entrada (de mi palacio) real (Tiglatpileser I, RIMA 2, 44, n. 87.4: 67-71 y paralelos).
Figs. 3-4: Llegada de animales exóticos en el Obelisco Negro de Salmanasar III (Museo Británico, Londres).
Mandé hacer reproducciones en basalto de dos ballenas, de dos yaks y de cuatro leones, dos genios protectores en basalto y dos yaks en piedra caliza blanca, y las coloqué a sus puertas (de los almacenes) (Asur-bel-kala, RIMA 2, 105, n. 89.7: v 16-19).
Mandé hacer en piedra caliza blanca y en alabastro animales de las montañas y de los mares y los coloqué en las puertas (del palacio de Kalhu —Nimrud—) (Asurbanipal II, RIMA 2, 276, n. 101.23: 19-20 y paralelos).
Mandé hacer animales en bronce pulido y los coloqué en sus torres (de los templos de Kalhu —Nimrud—). Mandé hacer leones en piedra caliza blanca y en alabastro y los coloqué en las puertas (Asurbanipal II, RIMA 2, 286, n. 101.28: 11-13).
Para completar el paisaje exótico de árboles y animales, no puede faltar algún elemento exótico de arquitectura. Aparte de elementos de la construcción y decorativos, la principal «presa» arquitectónica es la bītḫilāni, el edificio de estilo sirio con un pórtico frontal a base de columnas17. Tanto Tiglat-pileser III en Nimrud, como Sargón II en Horsabad, como finalmente Senaquerib en Nínive (ya nos encontramos, por tanto, en una fase posterior a la conquista), al edificar sus palacios con los jardines adjuntos, añaden la construcción de una bīt ḫilāni, subrayando siempre que se trata de la imitación de un modelo exótico, a base de utilizar materiales extraños, y de la decoración mediante la reproducción de animales exóticos y con grandes escenarios de los países conquistados:
En Kalhu (Nimrud) edifiqué un palacio de cedro para mi residencia y una bīt ḫilāni, según el modelo de un palacio de Hatti (Siria), para mi goce... Los decoré con marfil, ébano, madera de boj y dalbergia, cedro, ciprés, enebro, tributo de los reyes hititas y de los jefes de los arameos y de los caldeos, sometidos por mí gracias al poder de mi heroísmo... Los llené de lujo... Los cubrí con grandes troncos de cedro, de dulce aroma como el perfume de la madera ḫašūru, producto del monte Amano, del monte Líbano y del monte Ammanana... (Tiglat-pileser III, RINAP 1, 123-124, n. 47: 17’-27’).
Construí allí (en la nueva capital) para mi residencia real un palacio de marfil y de ébano, de boj y dalbergia, de cedro y ciprés, de enebro, pino y pistacho (alfóncigo), un «palacio-sin-par»... Delante de su entrada hice construir un pórtico, según el modelo de un palacio de Hatti, que en la lengua de los amorreos se dice bīt ḫilāni..., cuatro columnas de cedro, altísimas y de seis metros de circunferencia cada una, producto del monte Amano, mandé colocar cuatro colosos con forma de león e hice de ellos el soporte (del arquitrabe) de la puerta. Hice tallar hábilmente grandes bloques de piedra de montaña para sacar cabras montesas como grandes genios protectores, que dispuse a los cuatro vientos para adornar sus entradas. En grandes placas de piedra caliza hice esculpir los países conquistados bajo mi mano y los coloqué a lo largo del zócalo de las paredes, causando admiración. Con las gentes de los países conquistados gracias a la potencia de Asur, mi señor, del levante al poniente, adorné el interior de esos palacios, gracias a la habilidad de los escultores (Sargón II, ISKh, 237-241 y 353-354, Prunk: 158-166 y numerosos paralelos).
Me hice construir allí para mi residencia un palacio de marfil y de ébano, de boj y dalbergia, de cedro, ciprés, enebro y terebinto, (llamado) «palacio-sin-par». Le hice la cubierta con troncos de cedro crecidos en el monte Amano, transportados con grande dificultad desde un lejano terreno montañoso... Para mi real disfrute, hice construir dentro un pórtico según el modelo de un palacio hitita, que en lengua amorrea llaman bīt ḫilāni... En grandes planchas de piedra caliza hice esculpir los países enemigos conquistados por mí, y los mandé colocar a lo largo del zócalo de las paredes para que fueran admirados (Senaquerib, RINAP 3/1, 38-39: n. 1, 79-82 y 86 y paralelos. Así como n. 34: 64-71).
El último gran rey asirio, Asurbanipal, inaugura —como parece— la costumbre de exportar de Egipto, que él había conquistado, algunos obeliscos para ser colocados en las plazas de la capital; una costumbre que volverán a repetir emperadores antiguos y modernos, desde Augusto hasta Napoleón y otros18.
Dos grandes obeliscos (timnê es el término genérico para «pilar/columna»), chapeados con metal zaḫalû puro, que pesaban 2500 talentos (¡unas 72 toneladas!), (que fueron) colocados a la entrada del templo, yo los moví de su sede y los transporté a Asiria (BIWA, 26 y 215: A ii 41-43 y paralelos).
Resulta frecuente jactarse (así como la reproducción conmemorativa en estelas o en planchas)19 de haber recibido como regalo o tributo, y ciertamente también por transacciones comerciales —pero de esto no es tan corriente jactarse— objetos artesanales locales de los países sometidos, sobre todo del Levante: muebles con incrustaciones de marfil, calderos de bronce, vestidos de lino o de lana multicolor (especialmente de color púrpura), produciendo una moda contemporánea, aunque de dirección y modalidad opuestas a la «orientalizadora» que ocurre en el Mediterráneo y que podríamos definir como de tipo «occidental». Por supuesto, la mayoría de estos objetos habrían sido utilizados en la vida corriente, pero la insistencia en su valor exótico y su destino real (recuérdense los marfiles tallados, encontrados en excavaciones arqueológicas de los palacios reales de Nimrud y otros) implican también una intención de coleccionismo, análogo al orientalismo colonial británico del siglo XIX.
Algunos de estos objetos tienen también un valor político añadido, en concreto las estatuas de los reyes vencidos y de sus antepasados. Así, Sargón II se lleva, como botín conseguido en Musasir, las estatuas de los reyes de Urartu Sarduri, Argishti y Ursa (TCL III 400-404). De esta última se cita incluso el epígrafe: «con mis dos caballos y un conductor, he conquistado el reino de Urartu», que nos aclara el origen de la frase de Darío, que conocemos —«Darío, hijo de Histaspes, gracias a su caballo (estaba el nombre) y a su escudero Oibare, conquistó el reino de los persas»— y sobre la que Heródoto construye la anécdota del truco para ganar la carrera de caballos entre los pretendientes del trono. También Asurbanipal enumera en el botín del saqueo de Susa las estatuas de los reyes elamitas:
Traje conmigo a Asiria 32 estatuas hechas en plata, oro, bronce y alabastro, de reyes se Susa, de Madaktu y de Huradu —incluidas una estatua de Ummanigash, hijo de Umbadara, una estatua de Ishtar-nanhundi, una estatua de Hallusu y una estatua del último Tammaritu, que por orden de Asur e Ishtar yo había sometido— (BIWA, 55 y 241: A vi 48-57 = F v 34-39).
El valor propiamente político, aunque no ajeno a un gusto por lo exótico y a una intención coleccionista, resulta evidente también en el alarde por haber (de)portado a la capital asiria las mujeres y las hijas de los reyes sometidos. El harén imperial, en el sentido de una «muestra» de las bellezas femeninas de todo el mundo conquistado20, se vuelve a encontrar obviamente en los imperios posteriores, comenzando por el aqueménida21 y hasta la Edad Moderna, aunque la monogamia cristiana limita la idea del harén a los imperios orientales, el otomano en cabeza. Scheidel (2009) ha recogido recientemente datos sobre el harén real en la antigüedad, pero su convencimiento de que el motivo fuera un acceso privilegiado a la procreación, tal vez válido para una sociedad simple, no se adapta a la complejidad del imperialismo histórico.
Volviendo a Asiria, los testimonios sobre el harén real comienzan ya en época medioasiria, con los edictos de palacio desde Asur-ubalit I hasta Tiglat-pileser I22; al menos desde Adad-nirari I abundan declaraciones explícitas de haberse llevado princesas extranjeras. Pero hay que precisar que su mención junto con otras personas y bienes implica un prevalente interés como botín, y que no siempre dichas mujeres hayan acabado en el harén imperial. Por lo tanto, con una cierta idea de coleccionismo podemos considerar pertinentes solo los textos en los que a la persona de la princesa se añade «con su rica dote», porque la dote implica una forma de relación matrimonial, aunque desigual.
Escuchemos de qué presume Asurbanipal II: «recibí... a su hermana con su rica dote y a las hijas de sus nobles con sus ricas dotes» (RIMA 2, 211, n. 101.1: 124-125; 261, n. 101.19: 90; de Bit-Zamani); «recibí a la hija de su hermano con su rica dote» (RIMA 2, 218, n. 101.1: 76; de Patina). Con mayor iteración Salmanasar III presume («Recibí... a su hija con su rica dote») de haber obtenido desde su primera campaña princesas de Gurgum (RIMA 3, 16, n. 102.2: i 41), de Patina (ibid.: ii 22-23), de Bit-Gabbari, es decir, Samal (ii 26) y de Karkemish (ii 28) y, con una formulación ligeramente diversa («Quité a Kalhu [Nimrud] su hija con su dote»), también de Que (RIMA 3, 119, n. 102.40: iii 7-8). Ochenta años más tarde, se repite este alarde con Salmanasar IV respecto a una princesa de Damasco (RIMA 3, 240, n. 105.1: 8-9).
Las tumbas de las mujeres de Tiglat-pileser III y de Salmanasar V, encontradas en Nimrud, son prueba indudable de su rango de reinas a mediados del siglo VIII. Resulta interesante notar que sus nombres significan simplemente «la bella»: Yapa en semítico occidental para la primera y Banitu en asirio para la segunda23, señal de aprecio estético, pero también de ocultamiento de su personalidad original. Pero hay que notar que no faltan reinas, incluso de origen extranjero, que ejercieron un fuerte influjo en la gestión de palacio, especialmente en temas de sucesión24, un fenómeno que recuerda el papel de la reina madre (la valide sultan) en el imperio otomano, que no solo gestiona el harén, sino que detenta un poder político notable25.
El harén más equipado parece que fue el de Asurbanipal (por lo demás, famoso en la tradición clásica como ‘Sardanápalo’, también por este motivo). El rey asirio insiste en el hecho de que se trataba de princesas de sangre real, no de mujeres corrientes:
A su hija, engendrada por él, y a las hijas de sus hermanos, él (Baal, rey de Tiro) me la trajo, para que me sirvieran de concubinas (abarakkūtu)... Yo recibí a su hija y a las hijas de sus hermanos, con sus ricas dotes (BIWA, 28 y 216: A ii 56-57 y 60-61 = F i 53 = C iii 83).
La misma formulación se repite a propósito de la hija de Yakinlu, rey de Arwad (BIWA, 29 y 216: A ii 65-66), de la de Mugalu, rey de Tabal (BIWA, 29 y 216: A ii 70-72), de la de Sandasharme, rey de Hilakku (BIWA, 29 y 217: A ii 78-80) y de la de Ahsheri, rey de Mannea (BIWA, 36 y 221: A iii 22 = F ii 49 = B iii 97 = C iv 122). Es evidente que su origen corresponde (exceptuada la Mannea de Irán) con las zonas de proveniencia de los objetos artesanales «orientales»: el Levante (especialmente Fenicia), Siria septentrional, Anatolia sudoriental, es decir, las zonas de cultura más avanzada, distintas de la asiria, pero en ningún aspecto inferiores.
Si el origen de productos artísticos y de reinas se concentra en el Levante, a Babilonia nos conduce, sin embargo, el coleccionismo asirio de tabletas, es decir, de textos literarios, requeridos por las bibliotecas de ámbito internacional, erigidas (paralelamente a los museos, parques zoológicos y jardines botánicos) por los imperios de la primera modernidad —ya los romanos habían importado como botín la biblioteca de los reyes macedonios después de la victoria de Pidna (168 a.C.), y el tratado sobre la agricultura de Magón tras el saqueo de Cartago (146 a.C.)—. Obviamente Babilonia representaba para Asiria (y para todo el Oriente Próximo) la cuna de la cultura literaria y de escribas: recuérdese que las inscripciones reales no se escriben en dialecto neoasirio, sino en dialecto babilonio común.
La puesta en pie de una biblioteca real con tabletas traídas de Babilonia se inicia ya con Tukulti-Ninurta I, el primer soberano asirio en conquistar Babilonia. El texto, por desgracia, tiene lagunas, pero lo que queda es suficientemente explícito:
Tesoro... tabletas de... conocimiento de escribas... textos de exorcismos... oraciones para aplacar a los dioses... textos adivinatorios... signos ominosos del cielo y de la tierra, textos médicos, procedimientos de vendaje... listas de sus antepasados... (Foster, 1993, I, 227: B Rev. 1’-9’).
La importación de tabletas para la biblioteca real se repite después, al menos, con Tiglat-pileser I26 y culmina finalmente con la gran biblioteca construida por voluntad de Asurbanipal27. A diferencia de sus predecesores, normalmente analfabetos, Asurbanipal se gloría de su competencia como escriba28:
Adquirí el arte del sabio Adapa, el conocimiento oculto de los escribas. Soy capaz de reconocer los signos del cielo y de la tierra, puedo discutir con los estudiosos... Sé resolver divisiones difíciles y multiplicaciones imposibles. He leído con habilidad textos oscuros sumerios y acadios, difíciles de interpretar. He examinado con atención estelas anteriores al diluvio, que estaban selladas, con lagunas, confusas (K 2694+: i 17-22, en SAACT 10, n. 18).
La consulta personal del rey de los textos babilonios se confirma en uno de los colofones:
Asurbanipal, rey grande, rey fuerte, rey de la totalidad, rey de Asiria, hijo de Asarhadón, rey de Asiria, nieto de Senaquerib, rey de Asiria. Según el texto (a la letra, «la boca») de las tabletas de arcilla y de las (enceradas) en madera, (de entre los) ejemplares del país de Asiria, de Sumer y de Acadia, yo he escrito, controlado y cotejado esta tableta con la colección de los expertos y la he colocado dentro de mi palacio para mi real consulta (Hunger, 1968, 97, tipo b).
Y, efectivamente, se han identificado algunas tabletas escritas de hecho por el rey29.
No sé si Borges tenía en mente la biblioteca de Asurbanipal cuando ideó su «Biblioteca de Babel» (aunque no lo excluiría). Obviamente la de Asurbanipal no pretendía recoger todas las combinaciones posibles de signos y palabras, pero sí reunir todos los textos literarios, sapienciales y escolares existentes en la milenaria tradición asirio-babilonia, incluidas las enormes series de presagios astrales, de consultas de hígados y ambientales, con centenares de tabletas cada una. Y lo hacía con el obvio proyecto imperial de conquistar todo el universo y de concentrarlo, con ejemplos representativos, en el centro del mundo, en el palacio real del emperador30.