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El mensaje me llegó por correo, en sobre cerrado, sin otra identificación que mi nombre y dirección. La nota en su interior, en papel con membrete de la institución, era breve: “Se le ruega presentarse en la Mesa de Entradas del Honorable Senado de la Nación el 20 de noviembre próximo a las 15hs. Solicite ser anunciado a la secretaría privada de la señora senadora nacional, Cristina Fernández de Kirchner”

Cuando recibí este mensaje yo ya era un hombre grande. Mi niñez y adolescencia habían sido profundamente marcadas por la primera etapa del peronismo y más particularmente por la personalidad y vida de Eva Perón. Partícipe de hechos que no había digerido, sentía la necesidad de vaciar el absceso. Pero… ¿Por qué mecanismo? La confesión frente a un sacerdote no entraba ni en mis creencias ni en mis convicciones. No creo tener ningún pecado a confesar. ¿Hablar con un amigo? Lo hice. Él se comprometió a describir mi experiencia en un libro. Hasta ese momento no lo había hecho y no estaba claro que parte de mi historia se reflejaría en el texto y cuanto sería parte de su imaginación.

Cristina Fernández aparecía como una figura interesante dentro del nuevo peronismo. Sabía que ella y su esposo estuvieron cerca del movimiento montonero en sus épocas de estudiantes, mientras cursaban la carrera de abogacía en La Plata. Luego se refugiaron en Rio Gallegos de donde era originaria la familia de Néstor Kirchner. Allí desarrollaron sus carreras en los planos profesional y político. Cristina ocupaba una banca en el Senado. Resultó electa en octubre de 2001, con De la Rúa todavía presidente. ¿Por qué pensé que ella podría ser una interlocutora válida para escuchar mi historia? No sabía gran cosa de ella, salvo lo ya dicho. Quizás presentí que su destino la aproximaría a la figura de Eva.

Al recibir la citación, tardé un buen rato en reponerme de mi asombro. La intención había sido hacer llegar mi carta a Cristina, entregándola en mesa de entradas del Senado. El gesto fue como lanzar al mar un mensaje encerrado en una botella y no esperaba una respuesta. Febrilmente releí lo que yo había escrito:

Buenos Aires, 1 de octubre de 2002

Señora Senadora Cristina Fernández de Kirchner, S/D.

Nacido en 1939, viví en mi infancia y adolescencia el ascenso y caída de Perón. Luego fue el largo periodo del exilio del general, su retorno y la posterior tragedia que marca la vida de nuestro país. La vida y sus circunstancias me llevaron a ser testigo presencial de muchos de esos hechos, especialmente los que involucraron a Eva Perón. Pienso que conocerlos puede serle útil o al menos de interés. Respetuosamente

Néstor Rizzo

PS Adjunto fotocopia de afiliación a la Unión Obrera Metalúrgica, número 66. 300, a nombre de José Rizzo, con fecha 10 de mayo de 1948.

Corría el año 2002. El deterioro económico severo, iniciado a fines de los años noventa y que hizo crisis a principios del nuevo siglo, llevó al estallido social generalizado en la noche del 19 de diciembre de 2001. La tragedia cobró la vida de 39 personas, manifestantes y no manifestantes. De la Rúa renunció y dejó la Casa Rosada en helicóptero. La situación política era ahora realmente muy volátil. Eduardo Duhalde ejercía la presidencia, electo por el Congreso. Su gobierno derogó la Ley de Convertibilidad y pesificó la economía. Roberto Lavagna asumió la dirección del ministerio del área.

Estábamos en junio y yo leía el diario en el bar “La Cátedra”, en Junín y Paraguay. El mozo me sirvió, sin que fuera necesario hacerle un pedido, un café en taza apenas cortado y dos medialunas de grasa. Su comentario fue lapidario.

—La cosa está jodida. Aquí aguantaron hasta ahora, pero hablan de vender o cerrar. Tengo miedo por mi trabajo…

La situación política se había tensado nuevamente hasta un máximo y le comenté lo que acababa de leer.

—¿Vio lo que pasó ayer? Reprimieron a un grupo piquetero en la estación Avellaneda del Roca. La bonaerense mató a dos manifestantes.

—Mire, yo no leo los diarios. Apenas tengo tiempo de ver la televisión. Ahora los piqueteros…

Cerré el diario y me sumergí en el café y las medialunas.

Duhalde, ante el impacto generado por los asesinatos de Kosteki y Santillán, anticipó seis meses el llamado a elecciones presidenciales, fijándolo en marzo de 2003. Casi en simultaneo Néstor Kirchner, en ese momento gobernador de la provincia de Santa Cruz, anunció haber transferido fondos provinciales por 500 millones de dólares, primero depositados en un banco de Nueva York y luego girados a un banco en Suiza. Su objetivo habría sido protegerlos frente a la pesificación. Se decía que Cristina había avalado la decisión.

A lo largo del año las huellas de la crisis en las calles de Buenos Aires eran profundas. Los feriados bancarios y cambiarios se sucedieron. La brutal caída de la actividad económica golpeó con fuerza y la instalación de una olla popular frente al Hotel Savoy, en avenida Callao, fue un botón de muestra de lo profundo de la crisis. En abril se celebró en Argentina el Congreso Mundial de Biofísica, del que mi amigo Mario había sido uno de los organizadores. Muchos congresistas fueron instalados en ese hotel. Sorprendidos, los invitados fotografiaban a los manifestantes frente a la entrada. El clima paradójicamente era no violento, casi “amable”.

En septiembre la situación se había calmado en parte y la población trataba de salir del obsesivo tema de la crisis económica. Para colmo la Argentina fue eliminada en cuartos de final en el mundial de futbol de Corea–Japón y para la Copa América 2012 la AFA decidió no concurrir ante una ola de atentados terroristas del narcotráfico en Colombia…

Mientras caminaba por Riobamba para dirigirme hacía el edificio del Congreso, especulaba sobre el contenido de la entrevista que tenía por delante. Tras las experiencias de mi infancia, la historia y el destino de Eva habían atravesado mi juventud y continuaban vigentes en este momento. Era casi seguro que me recibiría un asesor o asesora que, si la cosa marchaba bien, me derivaría a alguno de los colaboradores de Cristina.

Ingresé al Congreso por Hipólito Irigoyen. Me Presenté en Mesa de Entradas donde me orientaron hacia el despacho de “la señora senadora”. Una mujer que supuse era colaboradora de Cristina leyó la citación.

—Pase por favor. En unos instantes será recibido.

Quedé descolocado pero no tuve tiempo de pensar o reflexionar. La oficina mostraba un primer espacio más bien pequeño, probablemente el lugar de trabajo para su secretaria. Más atrás vi la puerta que supuse daría acceso al despacho personal. Mi guía golpeó levemente, abrió sin intervalo y me hizo pasar, anunciándome al mismo tiempo…

—El señor Rizzo, estaba citado.

Cristina vestía traje sastre oscuro y una blusa blanca. El pelo largo, negro con reflejos cobrizos, enmarcaba su rostro. Sobre la frente caían una serie de pequeñas mechas. Sus ojos oscuros eran cubiertos por el aleteo circunstancial de parpados bordeados por densas pestañas. Me miró fugazmente. Luego volvió su interés hacia el expediente que tenía ante ella. Era la primera vez que la veía personalmente y en ese momento no imaginé que sería el inicio de una serie de reuniones que, con altibajos temporales, tendría con ella.

Al enfrentarme a una mujer mis reacciones no se si son banales u originales. Dejando de lado los casos triviales en que mi atención no se centra en el contacto humano, están aquellos en que siento que interacciono con alguien del sexo opuesto. En esa situación veo en la mujer una de dos actitudes posibles. Una de ellas es la que se manifiesta en una actitud sensual, casi sexual, que involucra la totalidad del cuerpo. En la otra la interacción se centra en el rostro y sobre todo en la mirada. El resto pasa a un segundo nivel. Este último fue el caso en mi aproximación a Cristina.

Está sentada tras su escritorio y sin preámbulos dice:

—Su forma de acercarse a nosotros es por lo menos original. Dos preguntas: ¿Quién es o era José Rizzo? Y otra ¿Usted quién es?

Tragué saliva y sin reflexionar demasiado intenté responder.

—La respuesta es complicada. José Rizzo era mi padre. En lo que hace a mi persona fui criado en un hogar de clase obrera, insólitamente antiperonista para la época. Viví un acercamiento inesperado a Eva y a Juan Perón, lo que marcó fuertemente el resto de mi vida. Soy médico, pero eso ahora no viene al caso.

Vi que había atraído su atención. Levantó la cabeza y su mirada cruzó la mía esbozando una sonrisa.

—Me interesa lo de su “acercamiento” a Eva y a Perón. ¿Me puede explicar en qué consistió?

—Una aclaración previa. Debo decirle que existe la intención de publicar parte de esta historia, en forma novelada. Lo planea hacer un amigo, a quien yo describí mi experiencia. Aquí le entrego un fragmento del manuscrito escrito por él. Le pido que lo lea.

Tomó las hojas que le acercaba, se colocó un par de anteojos y leyó.

* * *

En 1945 yo tenía seis años. Fueron días agitados y solo años después pude reconstruir, al menos en parte, el diálogo que presencié en ese mes de octubre. Mi padre entró en casa mostrándose agitado y con el rostro congestionado. Se dirigió hacia mi madre que lo miraba sorprendida y asustada, con una interrogación en la mirada.

—La fábrica está parada. Se improvisó una asamblea y muchos salieron para Plaza de Mayo. Parece que a Perón lo tienen en Martín García y se quiere exigir su liberación. Cuando lo renunciaron nombraron en la Secretaria a un tal Solanet pero su discurso no convenció a nadie. El clima está revuelto y no se en que va a terminar todo esto… Dicen que hace cinco días hubo tiros en Plaza San Martín con heridos y hasta un muerto. Un médico parece ser. Poné la radio, a ver si dicen algo…Yo regreso a la fábrica.

—No te metás en líos, volvé pronto…

—Se corre el rumor de que Eva Duarte va a pasar otra vez. Los de la interna cuentan que hace tres días vino a hablar con ellos. El que la trajo fue su hermano Juan.

—¡Evita Duarte! ¡Si no es más que una actriz de radioteatro!

—No te creas. Parece que tiene polenta. Ya lo demostró en lo de San Juan. Ahora se está moviendo mucho, especialmente en la zona de Avellaneda. La verdad es que todo esto no lo entiendo del todo. Perón es un milico. ¿Se puede esperar algo bueno de ellos? Dicen además que es medio fascista. Justo cuando el Eje se vino abajo…

Mi madre regreso a su cocina, preocupada y cabizbaja. Lejos estaba de imaginar el proceso que se desencadenaba en nuestro país. Menos aún el rol que esa mujer iba a jugar en el futuro de su hijo de casi seis años. Yo la miraba con sorpresa tras escuchar el diálogo entre ella y mi padre.

* * *

Cuatro años después las vacaciones se acercaban. Las esperaba con una extraña mezcla de alegría y tristeza. Por un lado estaba el verano, las fiestas de fin de año, la pileta del club. Por el otro el aburrimiento de los largos días en casa esperando las cinco de la tarde, hora a la que mi madre me autorizaba a salir a la calle… Nosotros no tomábamos vacaciones, ni yo ni los otros chicos del barrio. ¿Ir a Mar del Plata, a Córdoba? Eso era cosa de ricos… Por eso la calle era el centro de todas nuestras distracciones. Pero mi madre desconfiaba de la calle, sentimiento compartido por las otras madres del barrio. La calle era el comienzo del vicio. ¡Y no digamos nada del bar! La entrada a los bares estaba prohibida a los menores de dieciocho años. Por otra parte ninguna mujer, respetable a no, entraba sola en un bar. Aun acompañadas, solo tenían acceso al sector “reservado para familias”, separado por una mampara de madera y vidrio despulido del resto de la sala. Nos pasábamos horas en la puerta de “El Descanso”, mirando a través de las vidrieras a “los grandes” que jugaban al billar. Entrar al bar y jugar al billar significaba la autorización de compartir el mundo de los hombres, que se presentaba ante nosotros como algo prohibido, atrayente y perverso. Vivíamos en esa época en una sociedad terriblemente represiva. ¿El sexo? Oficialmente, no existía. Las chicas y los chicos íbamos por supuesto a escuelas separadas y para mí “ellas” representaban un misterio y una fuente de envidia y de miedo. Mis padres se pretendían evolucionados y de izquierda. Yo no recibía ninguna formación religiosa y sabía desde hacía mucho tiempo que los chicos se formaban en el vientre materno, pero de allí a ir más lejos en las explicaciones… Ya lo sabrás cuando seas grande… Las fuentes de información yo las encontraba en la calle, en los “grandes”. Me acuerdo muy bien el día que uno de ellos, Ricardo, nos contó su primera relación sexual con una prostituta. Los “chicos” escuchábamos fascinados. Según su versión todo había marchado muy bien, pero yo quedé chocado por su descripción del sexo de la mujer adulta, que nunca habíamos visto.

—La mina era muy peluda y tenía como una ciruelita de carne arriba de la concha…

¡Cuántas fantasías, cuanto miedo, cuanta envidia! Siempre uno tenía que mostrar que estaba bien al corriente de las cosas porque además de la represión sexual, estaba la violencia. Todos los varones formaban parte de una barra, más o menos pacífica, según su composición y el barrio de origen. A veces se originaban conflictos y yo viví un cierto tiempo disimulando mi miedo y mí falta de coraje. Atravesar al caer la noche el territorio de una barra enemiga, me aterrorizaba. ¡Y a mi madre justo se le ocurría enviarme a hacer una compra en esa zona! En ese pequeño mundo algunos muchachos se acercaban o simplemente caían en la delincuencia. Pero nuestro grupo se mostraba más o menos civilizado si bien a veces nos costaba defendernos. Los más duros montaban a caballo y varias veces nos atacaron para robarnos la leña que habíamos juntado para la fogata de San Pedro y San Pablo. Solamente Alfredo “el grande” les hizo frente, haciendo girar una cadena de bicicleta frente al caballo del agresor, parado sobre sus patas traseras.

En la escuela, todos de guardapolvo blanco, muchas cosas se tapaban. Y fue en la escuela que nos hicieron, ese año, una propuesta diferente: ¡Podíamos pasar las vacaciones en la residencia! “La quinta de Olivos”, como todos la llamábamos. Yo no sabía si Perón y Eva vivían allí o si la usaban como residencia de fin de semana, como decían que lo hacía la gente rica. Situada a cuatro o cinco kilómetros hacia el norte por el camino del bajo, pocos sabían que la quinta contaba, además de numerosos edificios de servicio, piscina, boxes para caballos, campos de rugby y de fútbol, canchas de tenis, un gimnasio, una sala de armas. Comunicaba directamente con una playa de arena sobre el Río de la Plata, todavía no contaminado. Un día Perón pensó que para él y Eva era demasiado. Entonces decidió la creación de lo que fue una de las primeras colonias de vacaciones gratuita para chicos pobres en la Argentina. ¿Era una decisión demagógica? Las opiniones, una vez más, estaban divididas. Nos explicaron que nos iban a venir a buscar en ómnibus a la escuela por la mañana y que pasaríamos el día jugando al fútbol, yendo al río o muchas otras cosas interesantes y que, al atardecer, regresaríamos a la escuela. Y todo eso, por supuesto, ¡completamente gratis!

Yo no sabía cómo mi padre iba a tomar la cosa, dado su antiperonismo. Si bien aceptaba los logros del gobierno en el campo social, era muy crítico en el plano de las libertades públicas y en los aspectos propagandísticos de lo que se llamaba “el régimen”. El tema había producido una profunda fractura en la familia, con mi abuelo y uno de mis tíos furiosamente peronistas y los otros dos, más mi padre como “contreras”. Mi abuela, mis tías y mi madre trataban de moderar en aras de la paz familiar, tratando de proteger los clásicos almuerzos de los domingos con todos, abuelos, padres y nietos, alrededor de la misma mesa. Pero el comentario y la respuesta de mi padre me dieron una sorpresa: –El y Eva no viven allí. La residencia permanente es el Palacio Unzué. Pero está bien. Podés ir. ¡Si nos aguantamos sus macanas, por la menos aprovechemos las buenas ideas!

* * *

Dejó caer el texto sobre el escritorio, se quitó los anteojos y me miró.

—Lo que me ha dado y he leído es interesante. Pero ¿Son los recuerdos de alguien que, en su infancia, vivió esa etapa fundacional del peronismo o es el fruto de la imaginación de su amigo? Usted me habló de una relación personal con Perón y Eva… Aquí no se ve nada de eso…

—Lo que le entregué es parte de lo escrito por Mario donde se describen situaciones y sensaciones que fueron comunes a muchos chicos en esa época. Yo compartí con él la experiencia de la colonia en La Quinta de Olivos, éramos compañeros en el colegio. Al escribir la historia él entrelazó sus vivencias personales con las mías. Usted nació en 1953 y sus recuerdos deben comenzar luego de la caída de Perón. Siendo peronista debe o debería saber que las experiencias de la colonia en la residencia y luego la UES fueron fundamentales para los que éramos niños y adolescentes en esa época.

Cristina parecía pensativa, su mirada estaba mirando a su interior y pareció reflexionar en voz alta

—Fue una época fundacional del peronismo. Mi familia fue muy marcada por los enfrentamientos que se vivieron en esa etapa. Quizás se debería difundir más, entre la militancia joven, la política desarrollada hacia la niñez y la juventud.

—Si. Fue interesante. Al llegar el primer día nos pesaron, nos midieron y nos hicieron una ficha médica. En base a esos datos nos dividieron en tres grupos: azul, rojo y amarillo. La base era el estado nutricional, lo que definió las actividades y la alimentación. Yo estaba en el grupo azul, el que presentaba el mejor balance. Para hacer la cosa más divertida los grupos se subdividían en tribus. Nosotros éramos los querandíes… Pero volviendo al motivo central de mi acercamiento a usted si, hubo una relación personal. ¿Por qué fui elegido para vivirla? No lo sé.

En ese momento yo tampoco sabía por qué había decidido compartir mi historia con Cristina.

—Usted se llama Néstor. Ya no es un chico… ¿Lo conoce a Kirchner?

—No personalmente. Dicen que podría ser nuestro futuro presidente. Se que es gobernador de Santa Cruz y leí que sacó los fondos de la provincia al exterior para preservarlos frente a la derogación de la convertibilidad. En esa época usted era diputada nacional por Santa Cruz. ¿Estaba al tanto de la decisión? ¿Estuvo de acuerdo? No vi información de que se informara a la legislatura provincial.

—Todo santacruceño estaba de acuerdo. Fue una decisión sabia. Los fondos volverán cuando sean necesarios.

En ese momento se acercó su secretaria con un expediente en la mano. Me miró con curiosidad. Yo ya llevaba más de una hora con la senadora y le dijo:

—La esperan para la reunión de comisión.

Vi que la entrevista se acababa e intenté acercarle el segundo texto que había llevado. No tuve tiempo de hacerlo. Se puso de pie.

—En este momento no puedo continuar. Probablemente le vea una segunda vez.

Un poco aturdido me levanté, guardé mis papeles y abandoné el despacho de la senadora. En mi apuro me perdí dentro del edificio y aparecí en el Salón Azul. Allí me encontré con Juan Chihuailaf y tras recuperarme de mi sorpresa le pregunté sobre la vía que lo había llevado a trabajar allí. De traje, corbata y pelo negro aplastado sobre la cabeza no podía ocultar sus orígenes. Histórico defensor de la causa mapuche habíamos coincidido en una comisión que reivindicaba los derechos de los pueblos originarios.

—Fue una negociación. El senador por la minoría de Rio Negro nos propuso este cargo a cambio de un cierto reconocimiento recíproco. Se discutió mucho en la comunidad y finalmente se decidió aceptar. Es así como llegué a este puesto de asesor en su oficina. Es una forma de ocupar un espacio y puedo trabajar para generar fondos para la causa.

—Es bueno tener un compañero en el Senado.

—Vos mapuche no sos pero nos has apoyado. No se en que forma, pero si te puedo ayudar podés contar conmigo.

Salí hacia Hipólito Irigoyen. Doblé a la izquierda por Callao y enfilé hacia La Continental donde había quedado con Mario que estaba al tanto de mi intento de ver a Cristina.

La nuestra es una historia de encuentros y desencuentros. Tenemos la misma edad y crecimos en el mismo barrio. El primer contacto fue en la escuela de Benito Juárez y Baigorria, en la zona “pobre” de Devoto. Desde esa escuela compartimos la experiencia de la colonia en la residencia de Olivos. Luego la vida nos separó hasta que nos reencontramos en la Facultad de Medicina. Juntos pasamos por el curso de ingreso establecido en esa época y compartimos la ”lucha contra la limitación”. Pronto quedé un año “atrás” de él, yo bastante sumergido en mi actividad militante. Mario se recibió en mil novecientos sesenta y dos, yo en el sesenta y cuatro. Mi carrera fue algo más larga, menos obsesionado con la idea de recibirme lo antes posible o quizás debido a mi militancia política. Siguieron las convergencias y las divergencias hasta que, largos años después, compartimos parte de nuestros exilios en Francia. Allí le surgió a Mario la idea de publicar un libro basado en nuestros recuerdos de infancia. Con mi acuerdo pensaba entrelazar los míos con los suyos. Creía a medias las cosas que yo le había contado sobre mi relación con Eva y con Perón. Me había dado a leer una versión de la primera parte. Yo sabía que habría una segunda, fruto de su fértil imaginación.

—¿Como te fue? Tardaste bastante.

—No sé. Creo que bien.

—¿Le hablaste de tus recuerdos de infancia? ¿Creyó lo de la historia de tu relación con Eva y con Perón?

—Por ahora solo le di a leer la descripción de mis experiencias y sensaciones cuando era un chico de entre 6 y 10 años. Esa parte es totalmente cierta y despertó su interés. Le hablé de la colonia de verano en la quinta de Olivos y de la importancia que tuvo la UES, para bien y para mal. Me parece que no conoce muy bien la historia del peronismo. En lo que hace a mi relación con Eva y con Perón no tuve tiempo de hablarle. Dijo que me va a convocar para que le cuente, no creo que lo haga. Hasta yo me enredo, entre lo vivido y lo supuesto, entre lo mío y los frutos de tu creatividad…

Quedamos en silencio, uno frente al otro, encerrados en nuestros pensamientos. Posiblemente ambos nos preguntábamos sobre nuestra decisión conjunta de publicar lo que ya llamábamos “El Juego de la Oca”, el proyecto que había nacido en Francia.

Mario al recibirse, decidido a desarrollar una carrera científica, entró como ayudante en la Cátedra de Física Biológica. Dos años después, un poco por identificación o por no verme ejerciendo la medicina, yo opté por Biología Celular, atraído por la personalidad del profesor Hersh “Coco” Gerschenfeld. En 1966, siguiendo el ejemplo del inefable Coco, tomé el camino del exilio. Mario pasó por París como becario en 1968. Estuvo algo más de un año y allí nos reencontramos puntualmente. Volvió a Buenos Aires al terminar su formación pero se vio obligado a partir nuevamente, ahora si formalmente como exilado, en 1976. Desde ese momento permanecimos los dos en Francia hasta el regreso de la democracia a nuestro país.

Un mozo se acercó a nuestra mesa y nos preguntó que pedíamos. Ya estábamos en la hora del almuerzo. Conocíamos nuestros gustos, éramos habitués de La Continental y pedimos sin dudar.

—Traiga cuatro porciones de muzzarella, dos de faina y dos vasos de vino blanco.

Comimos y bebimos en silencio, cada uno sumergido en sus pensamientos. Mario se incorporó, colgado al hombro el bolso en el que se leía “International Biophysics Congress. Buenos Aires 2002”.

—¿Me acompañás? Voy al Banco Francés. Tengo que cobrar un giro.

Lo miré con sorpresa y me largó su explicación.

—Cuando nos comprometimos para organizar el mundial de biofísica, hace cuatro años, estábamos en plena convertibilidad y la economía parecía marchar razonablemente bien. La cosa se decidió en una asamblea en Ámsterdam. Los americanos presentaron la candidatura de Los Ángeles pero los europeos, encabezados por ingleses y holandeses, nos sugirieron la posibilidad de Buenos Aires. Era una idea que habíamos acariciado desde el trabajo previo a nuestra salida hacia Holanda. Los delegados argentinos éramos tres: Raúl Grigera, Jorge Ponce Hornos y yo. Nos enganchamos con ganas y contra toda lógica ganamos la votación. La atracción de esta ciudad, que presentamos como la cuna del tango, jugó a nuestro favor.

—La verdad es que la relación entre la biofísica y el tango se me escapa un poco…

—Te equivocás. Un Congreso Mundial tiene aspectos sociales y económicos. La concurrencia de varios miles de personas es positiva para la imagen de la ciudad. El presupuesto de un evento de esa envergadura se planifica en dólares, se realiza en dólares y se liquida en dólares. La crisis política de diciembre hizo todo más complicado y cuando en enero anularon la convertibilidad fue la catástrofe. No te podés imaginar la cara del profesor North cuando vio todos los bancos cerrados. Es un inglés de Leeds y se había jugado primero al apoyar nuestra propuesta y luego al mantener su acuerdo en los momentos críticos. Pero todo esto vos lo sabés o te lo imaginás…

Paró de hablar mientras avanzábamos hacia el microcentro. Cuando llegamos al banco retomó su discurso. Yo lo miraba con compresión y solidaridad.

—Contra toda lógica la gente vino y el congreso se desarrolló con buenos resultados en lo científico, pero el lado financiero fue difícil. Tuvimos que bancarlo a North que no tenía acceso a su transferencia. Ahora voy a cobrar un subsidio que llega desde Londres. Son 10. 000 dólares otorgados por la fundación Wellcome Trust. ¡Siete meses después de la clausura del congreso! La verdad es que nos salvaron, si no la vida, al menos el prestigio frente a la comunidad científica internacional. Me van a dar el equivalente en pesos y luego hay que ir a una cueva para transformarlos en no se cuentos dólares. Espero que podamos cubrir los agujeros que quedaron. Por seguridad es que te pedí que vinieras, aunque si alguien está al corriente de la operación y planificó robarnos no creo que ni vos ni yo podamos impedirlo…

Yo seguía elaborando en mi cabeza la entrevista con Cristina y especulando sobre sus consecuencias. El Congreso de Biofísica y los problemas financieros de Mario estaban fuera de mi campo de atención. La caótica situación del país que reflejaban los hechos que estábamos viviendo me llevaban a pensar que una salida de esta crisis no sería fácil. ¿Tendría algún rol Cristina Fernández en lo que se venía?

—Decime Mario ¿Pensás que habrá elecciones? ¿Menem será candidato?

—Mandrake no soy. Mi problema es ver como yo y mi familia vamos a vivir en el futuro. Lo que cobro a fin de mes apenas me alcanza para pagar la luz. Volver a salir del país, ahora por razones económicas, no me entra en la cabeza. Por suerte mi mujer psicoanalista sigue trabajando. Mañana tengo una reunión con un grupo de científicos y docentes. Una de las salidas que evaluamos va por el lado de las universidades privadas…

Nos entregaron el dinero en el subsuelo del Banco Francés en Reconquista al 200. En la puerta nos esperaba un hombre joven, sonriendo. Mario suspiró tranquilizado e hizo la presentación del caso.

—Rubén es bioquímico y tesorero de la Sociedad Argentina de Biofísica. También funcionó como tesorero del Congreso. La verdad es que sufrió bastante.

Rubén tenía el aspecto que yo podía imaginar en un científico totalmente inmerso en su laboratorio. Aparentemente joven, aparentemente imberbe, un rostro afilado y un par de anteojos redonditos cabalgando sobre su nariz. Una sonrisa amplia y abierta que solo podía pertenecer a una buena persona. Pero su capacidad de custodia no me parecía mejor que la mía.

—Tenía miedo de no encontrarlos. Hace una hora que ando dando vueltas por aquí. El representante de la empresa que cubrió la organización hotelera del congreso nos espera a dos cuadras. Nos va a llevar a una cueva para cambiar el dinero. Está ansioso por asegurar que ellos cobren lo suyo ya que se comprometió personalmente con nosotros y tiene miedo por su lugar de trabajo.

—Bueno Néstor. Rubén me acompañará ahora, así que te libero y podés volver a tus cosas. Manteneme informado de tu relación con la señora.

—¿Tenés problemas con tu señora?

Rubén nos miró con cara rara. No entendía nada.

—No Rubén, con mi señora todo bien. La verdad es que no estoy casado.

Allí los dejé. Rubén y Mario llevarían el dinero a lugar seguro, acompañados por alguien seguramente interesado en un final exitoso del operativo. Yo seguía pensando en la mujer cuya mirada me había golpeado fuerte. No se porque trataba de imaginar como era su relación con Néstor Kirchner. Él era corporalmente lo que podíamos definir como la antítesis de mi autoimagen corporal. Grande, rasgos faciales marcados. En las pocas veces que lo vi, en una aparición pública, parece manejar con dificultad su relación con el espacio. Ella, como ya dije, me mostró una presencia que puedo definir como recatada, propia de su época y medio. ¿Es bonita, atractiva? Si, pero una vez más lo intelectual predomina sobre lo corporal.

De Eva a Cristina

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