Читать книгу La copa fantasma - Mario Pérez - Страница 9

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Fútbol de noche

Al llegar a San Jorge los hermanos Livingstone tiraron con fuerza de la puerta principal que estaba en medio de la reja de metal. Era una inmensa cerca colocada en el medio de dos grandes gárgolas de piedra que enseñaban los dientes de manera amenazante. Dentro, lo primero que los recibía eran unas antiguas tumbas y los patios que rodeaban la vieja iglesia. En medio de la verja y el edificio había un árbol muy extraño porque era totalmente negro, solamente tenía grandes ramas y ni una sola hoja. Los chicos siempre sentían un terrible escalofrío cuando pasaban a su lado, tenían una gran intriga de qué era ese extraño palo que además parecía tener inscripciones talladas en la madera, pero ningún adulto les quiso decir por qué era diferente a los demás. Al llegar al edificio, que antes era la catedral, los hermanos tenían que abrir una vieja puerta de madera que parecía haber sido hecha con restos de un barco pirata hundido. A un lado de la pesada puerta había una cara de grifo con un inmenso anillo de bronce que lucía perfecto para un calabozo medieval, y al tirar de él con todas las fuerzas se entraba al edificio. Rápidamente subieron por la escalera, causando un estruendoso traqueteo hasta llegar a su apartamento. «Llegaron los niños Livingstone», pensaron todos los vecinos que se alertaron con el escándalo. Corrieron hasta su habitación para quitarse el uniforme escolar y ponerse una camiseta de fútbol. Mientras que sus amigos llegaban, Pip había adelantado la investigación de las arañas saltarinas e hizo una cartulina con fotos de Mosi. Sobre las imágenes había marcado con unos resaltadores de colores las patas, ojos, abdomen, mandíbulas, hileras y demás partes de la araña. ¿La mayor sorpresa? Sacaría a Mosi de la mochila por primera vez para que la maestra y sus amigos la conocieran, y seguramente más de uno iba a gritar si le saltaba encima. «¡Va a ser una clase muy divertida!», pensó.


Con la tarea completada, Pip y Nicky fueron a La Cantera. Igual que en otras ocasiones, los chicos buscaron piedras para marcar el campo. La Cantera era el mejor lugar de la propiedad para jugar al fútbol, por ser un espacio plano, sin caídas ni huecos. Lo más importante es que era la única área donde las lápidas estaban en los extremos, por lo que se podía correr de lado a lado sin temor de tropezar, ni caer, ni estrellarse, ni encontrarse con barrancos ni lomas que hicieran incontrolable la pelota.

Con el campo alistado llegó el momento de armar el área de meta. Esto se podía lograr con palos o piedras, pero si no encontraban nada más, en algunas ocasiones usaban las lápidas que estaban allí para completar uno de los lados por donde podía entrar el balón.

Esa tarde fueron a buscar dos piedras grandes y pesadas que habían dejado del día anterior, pero solo encontraron una. Eso significaba que la portería para aquel partido sería, de un lado la piedra que encontraron, y en el otro extremo una tumba cuadrada. Midieron la distancia hasta asegurar que tenía el ancho adecuado. Nicky se paró en medio y se tiró de clavada con toda su fuerza simulando detener un balón. Al caer, sus dedos alcanzaron a tocar el frío mármol de la sepultura, comprobando que era la medida exacta para hacer paradas espectaculares.

Los jugadores no le prestaron mucha atención a aquella lápida, y no sería la primera ni la última vez que la usarían como parte de su partido. Los niños la llamaban por el primer nombre que aparecía escrito en grande en la inscripción: George. Los chicos recordaron haber escuchado a personas irla a visitar y decir que de todos «él había sido el mejor». ¿Pero el mejor qué? No tenían idea ni les preocupaba en lo más mínimo; ¡era hora del partido de fútbol!

Esa tarde comenzaron a jugar dos equipos de tres chicos cada uno. Pip en la delantera, Nicky en la portería y su amigo Bert en el mediocampo. Los tres estaban vestidos de rojo, los colores del equipo de casa, el Manchester United. Bertram, o Bert como le decían sus amigos, era un compañero de clases. Bert era el chico más alto de su grupo; usaba el cabello negro largo al frente y resultaba ser el campeón goleador de la ciudad; un jugador con un remate potente y una actitud muy competitiva, el cual buscaba siempre ganar y marcar la diferencia para su equipo con sus habilidades excepcionales.

Esa tarde jugaban contra sus vecinos y buenos amigos Lloyd, Rosie y Liam, del equipo amarillo. Lloyd era un niño pecoso que tenía un excelente control en el mediocampo, repartía jugadas y daba instrucciones al equipo para aprovechar los espacios. Ese día no estaba de buen humor, ya que su color favorito era el rojo, y había tenido que ponerse un peto amarillo encima de su uniforme del Manchester United. Primrose, o Rosie, era la capitana del equipo femenino de fútbol del colegio y la jugadora con mayor cantidad de asistencias en el equipo combinado de su academia. Era una dama en el campo, bien educada y siempre aseguraba que su equipo jugara limpio, especialmente cuando estaban sin árbitro. Era una niña muy veloz, con un remate contundente que muchas veces enviaba la pelota al fondo de la portería. Además, poseía un carácter tierno, y cuando iba a San Jorge siempre tomaba un tiempo para jugar a las muñecas con Lily, la hermana menor de Pip y Nicky. Por último, estaba Liam, un muchacho muy técnico que era excelente armando la estrategia de juego. Su especialidad era saber cuáles eran las fortalezas y debilidades del oponente y con esto armar equipos y estrategias ganadoras.

Los compañeros jugaron toda la tarde y se divirtieron como siempre. Estos niños no recuerdan una época de la vida sin conocerse; habían crecido juntos y apenas aprendieron a caminar lo primero que trataron de hacer fue clavar un gol. Se despertaban con una pelota de fútbol, la llevaban al colegio, luego jugaban con ella toda la tarde y por las noches la colocaban bajo sus brazos a la hora de dormir. Si no estaban jugando al fútbol, lo estaban mirando en la tele o discutiendo la última jornada.

—Pásenmela, que estoy abierto. —Se escuchaba gritar a Bert que buscaba sus oportunidades.

—Bajen, bajen, que vamos al ataque —decía Lloyd mientras señalaba a sus compañeros hacia dónde buscar la pelota mientras dirigía en el campo.

Se escuchaban las carcajadas de Nicky mientras subía y bajaba por el campo a toda velocidad.

—El que meta el próximo gol gana y cambiamos los equipos —indicaba Rosie.

Los amigos jugaron toda la tarde. Nadie contó cuántos goles se anotaron ni cuánto tiempo duró cada juego. No se supo quién fue el vencedor, de hecho, nunca se sabía quién ganaba, solo lo mucho que se habían divertido. Terminados los partidos, cuando ya la tarde no dejaba ver tan claro el campo ni la pelota, los chicos pasaban a hacer competencias: quién podía patear más lejos la pelota, quién hacia la mejor chilena, concursos de media volea…

Así la tarde se convirtió en noche. Las madres comenzaron a llamar a los niños desde las ventanas para que regresaran a sus hogares y tomar la cena. Pero los integrantes del equipo rojo y amarillo seguían su partido en La Cantera mientras quedara algo de luz que les dejara poder divertirse un poquito más. Se comenzaban a sentir los olores de la cena en San Jorge; en casa de los Livingstone se comía más tarde que en las otras, para que los chicos pudieran jugar más tiempo y que la comida no se les enfriara. Mamá y papá los vigilaban desde la ventana, mientras ellos seguían divirtiéndose y sudando. De vez en cuando, los chicos buscaban la ventana iluminada para sentirse seguros de que los estaban cuidando.

Con las luces de la calle encendidas y un leve brillo proveniente de los hogares del edificio, se lograba recibir una tenue luz amarillenta en La Cantera con la que los chicos hacían un gran esfuerzo para ver la pelota y poder continuar un rato más. Esa noche había una extraña neblina de un tono verdoso que merodeaba alrededor de San Jorge; parecía vigilar a los chicos. Ellos se daban cuenta cuando se acercaba, aunque estuvieran distraídos en sus juegos por el fuerte hedor que emitía.

Cuando ya el cansancio les comenzaba a indicar que realmente el encuentro estaba por terminar se pusieron a practicar penalties. Bert fue el primero que chutó y de forma contundente conectó el balón con un estallido seco y profundo que salió volando el balón a toda velocidad directo al travesaño de la portería. Nicky reaccionó inmediatamente con un salto que dio utilizando toda su fuerza, y logró estirar el brazo lo suficiente para que su puño derecho desviara el intento de gol.

Había sido un milagro esa salvada, con la poca luz de los faroles era casi imposible ver qué estaba pasando en el campo. La brisa comenzaba a enfriar, arrastrando ese olor a huevo podrido que tenía a los niños un poco revueltos en la panza. Solo se escuchaba el susurro que generaba el movimiento de las hojas de los árboles y los gritos de los chicos en el campo que tenían que subir la voz para orientarse, ya que casi no se podían ver.

Ahora le tocaba el turno a Nicky. Se acomodó muy lejos de la pelota para poder tener más impulso, corriendo a toda velocidad como para cargar su pierna de fuerza. Pateó la bola y esta salió disparada, cortando el aire como un misil a toda velocidad. Pegó contra el poste lateral o, mejor dicho, contra la lápida que tenía inscrito el nombre de George.

Al chocar con el monumento de piedra se escuchó un eco del pelotazo, que sonó como un trueno. Por el suelo se sintió una ola de vibración que movió el suelo como si hubiese caído un elefante del cielo. La neblina rápidamente se disipó y el mal olor desapareció.

—¿Sintieron eso? ¡Le pegó durísimo! —dijo Pip sin poder ver casi nada.

—Es que la pateé con la máxima velocidad —contestó Nicky.

Los niños se acercaron para ver qué había pasado, y al estar frente a la tumba pasaron la mano sobre la roca fría. Se dieron cuenta de que Nicky había golpeado la piedra con tal potencia que ahora tenía una raja inmensa que la atravesaba desde la parte superior donde había dado el golpe hasta la base. Los niños podían jurar que la fuerza del golpe viajó por la tumba hasta penetrar el suelo y de allí quién sabe hasta dónde más. Hasta el mismo centro de la tierra se debería haber sacudido. Los chicos podían ver que la lápida estaba un poco ladeada e inclinada hacia atrás, pero ¿siempre había estado así?

—¿Eso estaba así antes? —preguntó Rosie, preocupada por el daño causado mientras señalaba la enorme herida que se veía sobre la roca.

—Creo que no, aunque no siempre jugamos con esto de portería, sí estoy seguro de que ninguna de estas tumbas estaba rota, son viejísimas, pero están todas en buen estado, solo un poco sucias y llenas de moho —dijo Liam utilizando su excelente memoria.

—Busquemos a alguien para que nos ayude a arreglarlo y que quede como antes —indicó Rosie.

—Nunca hemos visto a nadie pasar por acá a reparar estas lápidas, solo a las familias que vienen a traer flores. Las más bonitas son las rojas, pero casi siempre suelen dejar blancas —comentó Lloyd.

—Sigamos jugando, a esta hora nadie nos va a echar una mano. Cuando sea de día buscaremos a alguien para que nos ayude a repararla y con la luz del día podremos ver mejor el daño —propuso Pip para encontrar una solución y poder regresar al partido.

Con los chicos de acuerdo y listos para seguir jugando, Pip dijo: «¡Me toca!», y en ese momento Nicky volvió a la portería y su hermano se preparó para chutar.

Dando dos pasos hacia el frente, llevó su tiro al arco, un remate al ángulo superior derecho de la portería. Nicky saltó inmediatamente a parar la pelota, lanzándose justo al momento que Pip hizo contacto con el balón. Aunque el portero tenía las manos estiradas al máximo parecía que la bola ya iba a entrar y conseguir el gol sin que la pudiera alcanzar. De repente, el esférico rebotó, sin ningún sonido, como si lo hubiera detenido el viento.

—Tremenda parada Nicky, ¿cómo llegaste? —dijo Pip sorprendido al ver que no había logrado hacer el tanto.

—No sé. Salté con toda mi fuerza, pero no sentí que la toqué —le respondió su hermano.

—¿Entonces quién la paró? —preguntó Bert.

Pip y Nicky se miraron a los ojos y encogiendo los hombros contestaron juntos: «¡No sé!».

La copa fantasma

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