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¿Activismo o intervencionismo?

México frente a Nicaragua, 1978-1982

Mónica Toussaint 1

El papel de México en la región centroamericana a fines de los años setenta y principios de los ochenta del siglo pasado ha despertado polémica. Para algunos, México dio continuidad a una preocupación por lo que acontecía en los países del istmo centroamericano, que había estado presente a lo largo de su historia como nación independiente. Para otros, a partir de 1979, México manifestó una clara vocación “centroamericanista” y empezó a desarrollar una diplomacia francamente activa hacia Guatemala, Nicaragua y El Salvador debido a la situación de crisis política y a su mayor capacidad de ejercer el papel de actor regional, derivada de los recursos petroleros. Algunos más han llegado a argumentar que la política exterior de México hacia Centroamérica en esos años rebasó el marco de los principios tradicionales de la diplomacia mexicana, y la han caracterizado como una política de franca intervención.

De aquí que en este capítulo se busque analizar la política exterior de México hacia Nicaragua en el periodo de 1978 a 1982, tomando en cuenta el pensamiento y las acciones de los actores diplomáticos concretos, en el marco de lo que puede definirse como una política de Estado impulsada por un gobierno defensor de una ideología nacionalista y revolucionaria. Partiendo de que se trata de una época caracterizada por un marcado activismo de la diplomacia mexicana, se hará énfasis tanto en los mecanismos de formulación de política exterior desde la Cancillería como en el papel de la embajada mexicana en Managua. Con este fin, se presenta un panorama general del proceso revolucionario en Nicaragua, para luego exponer cómo las acciones emprendidas por el gobierno mexicano pueden ubicarse en varios niveles.

En primer lugar, se destacan algunas de las acciones llevadas a cabo durante este periodo, las cuales corresponden a la tradición de la política exterior mexicana de defensa de una serie de principios y, en particular, se hace referencia a la práctica de otorgar asilo a los perseguidos políticos en las sedes diplomáticas mexicanas. En segundo término, se analiza el viraje en la política exterior mexicana a partir de 1979, para convertirse en una política francamente activa hacia la región, que buscaba dar apoyo a los movimientos sociales que luchaban por un cambio, y que se expresó en dos iniciativas claras: la ruptura de relaciones con el gobierno de Anastasio Somoza en mayo de 1979 y la solidaridad con el nuevo gobierno a través de acuerdos de cooperación, como el Pacto de San José, firmado en 1980. Un tercer apartado busca explicar cómo, derivado de esta política activa, se inició un importante proceso negociador encabezado por México, el cual tuvo como característica principal el enfrentamiento con el gobierno de Ronald Reagan, empeñado en intervenir de manera directa en la región, proceso que fue el antecedente de la creación del Grupo Contadora, en 1983. Por último, se hace referencia a las acciones promovidas por la Cancillería o impulsadas de manera personal por el encargado de negocios de la embajada de México en Managua, que claramente rebasaron los límites de los principios de nuestra política exterior y que pueden considerarse una forma de intervención o, al menos, de participación directa en el apoyo a los movimientos sociales nicaragüenses que desafiaban al régimen de Anastasio Somoza Debayle.

De esta manera, se busca dar cuenta de un fenómeno que, por su complejidad, no puede analizarse a través de una sola línea explicativa, sino que tiene que ser abordado tomando en cuenta los diversos factores que incidieron en la elaboración de la política exterior mexicana y las distintas formas en que ésta se expresó.

La revolución sandinista

A finales de los años sesenta, las protestas sociales se incrementaron en Centroamérica. Frente al fracaso de los partidos políticos tradicionales, las luchas sociales fueron encabezadas por los movimientos estudiantiles y el incipiente movimiento guerrillero, a los que se sumó la crítica de sectores cercanos a la oligarquía, como fue el caso de la Iglesia. A todo ello, la clase dominante respondió con una oleada creciente de represión. Para complicar más la situación, los factores externos otorgaron al conflicto una dimensión político-ideológica que influyó muchas veces en su evolución. Así, la segunda mitad de los años setenta fue un periodo de crisis en Nicaragua, El Salvador y Guatemala. En cada uno de esos países, las manifestaciones del deterioro social, económico y político fueron diferentes, pero en todos los casos se intentó dejar atrás los regímenes autoritarios, militarizados y carentes de prácticas democráticas.2

En el caso de Nicaragua, al iniciarse la década de los sesenta existía una gran inquietud popular por organizarse en contra de la dictadura de Anastasio Somoza Debayle, quien ejercía el monopolio económico en el país y sustentaba el control político con base en una constante represión a las fuerzas de oposición. Las luchas y protestas masivas contra la carestía de la vida, la insalubridad, la falta de vivienda y otros muchos problemas se sucedían de manera espontánea en los sindicatos, los barrios, las escuelas y el campo, debido a la ausencia de una organización que encabezara estas luchas. En general, la oposición antisomocista había sido hegemonizada por el Partido Conservador, pero venía experimentando una pérdida gradual de control sobre los movimientos sociales que, cada vez más, buscaban la caída de Somoza. En este periodo, el movimiento estudiantil empezó a enarbolar la figura de Augusto César Sandino y la consigna antimperialista como banderas de lucha que pudieran aglutinar a los sectores sociales más pobres de Nicaragua.

El surgimiento del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en 1961,3 organización antisomocista con un programa revolucionario, abrió una nueva etapa en el desarrollo de las luchas populares en Nicaragua. En un inicio, el FSLN trabajó en la clandestinidad, desarrollando una actividad fundamentalmente guerrillera. Ello se debió tanto a la constante represión de la que eran víctimas los sectores populares contrarios al régimen como a la concepción política que, debido a la influencia de la revolución cubana, privilegiaba la lucha guerrillera como medio para acabar con la situación económica, política y social imperante.

Después del revés militar sufrido en el primer intento armado llevado a cabo en Bocay, en 1963, el FSLN inició una campaña de acumulación de fuerzas y estructuración de una red clandestina con el fin de subsistir frente a la represión, al tiempo que trabajaba con el objetivo de ganar autoridad política para organizar y movilizar al pueblo nicaragüense. Por ello, se dio a la tarea de vincularse a los movimientos sociales en los sindicatos de la ciudad y el campo, en los barrios y en las escuelas, presentando una alternativa de expresión y protesta, a la vez que desarrollaba una intensa labor de propaganda política. Este incipiente trabajo de masas fue dirigido por el FSLN a través del Frente Estudiantil Revolucionario (FER) y de los Comités Cívicos Populares. Durante este primer repliegue, se trabajó también en alianza con algunas fuerzas democráticas, como el Partido Socialista Nicaragüense (PSN) y Movilización Republicana, con el fin de llevar adelante luchas de carácter reivindicativo por el agua, la luz, el transporte, etcétera, pero sin darles un contenido político revolucionario. De manera paralela, se lograron difundir las ideas sandinistas por medio de círculos de estudio, volantes y propaganda armada.

El año de 1967 fue el punto de partida para la conformación de una alternativa revolucionaria independiente, que buscaba combinar la lucha guerrillera con el trabajo político-organizativo en el campo y la ciudad, a fin de que el movimiento popular se desprendiera de la tutela de la burguesía opositora y de los partidos políticos tradicionales. Cuando el Partido Conservador, dirigido por Fernando Agüero, pactó con Anastasio Somoza Debayle para que éste llegara al poder, el FSLN emergió, después de la experiencia guerrillera de Pancasán, como la única fuerza enfrentada al régimen somocista y comenzó a adquirir un carácter nacional, frente a la oposición burguesa que estaba cada vez más desprestigiada. A partir de entonces, se desarrollaron mecanismos clandestinos de vinculación a las masas y se comenzó a participar de manera más activa en las organizaciones estudiantiles, obreras, campesinas, comités de barrios, comunidades de base, etcétera. Con todo, el FSLN vio mayores resultados a nivel del fortalecimiento de sus estructuras clandestinas que en el ámbito de la organización popular masiva.

El terremoto de 1972 conllevó una seria crisis política y económica debido a la destrucción que produjo en Managua, que se agudizó en virtud de que gran parte de la ayuda económica internacional fue a parar a los bolsillos del dictador. De aquí que el FSLN se planteara la necesidad de reforzar su trabajo político de masas, creándose organizaciones y frentes que apoyaban y difundían los postulados sandinistas, al tiempo que participaban en diversas movilizaciones y jornadas de lucha.4

En 1974 surgió la Unión Democrática de Liberación (UDEL), grupo opositor dirigido por Pedro Joaquín Chamorro, que agrupaba a algunos miembros del Partido Conservador, sindicatos, grupos democristianos, al PSN y, en general, grupos de la pequeña burguesía nicaragüense. El 27 de diciembre de ese mismo año, el FSLN llevó a cabo un operativo en casa del ministro Chema Castillo, acción que les proporcionó recursos económicos, dio gran difusión a sus planteamientos y les otorgó mayor presencia nacional e internacional, pero que trajo consigo una severa represión que resquebrajó al incipiente movimiento de masas.5 A ello se sumó el surgimiento de tres tendencias al interior del FSLN a partir de 1975: la Tendencia Proletaria (TP), que recalcaba la necesidad de la organización de la clase obrera en los centros de producción; la Tendencia Guerra Popular Prolongada (GPP), que apoyaba el trabajo político de masas pero ponía mayor énfasis en la actividad guerrillera en la montaña; y la Tendencia Insurreccional (TI), que buscaba impulsar acciones armadas en la ciudad con base en una amplia política de alianzas.

Para 1977, el objetivo del FSLN era desarrollar un programa mínimo de reivindicaciones populares,6 que reflejara las demandas más sentidas del pueblo de Nicaragua y sentara las bases para la implantación de un gobierno revolucionario, democrático y popular. Al mismo tiempo, se realizó un intenso trabajo orientado a fortalecer las organizaciones populares, el cual se vio favorecido por la derogación del estado de sitio en septiembre del mismo año. En ese contexto, en octubre se constituyó el Movimiento Pueblo Unido (MPU), integrado por organizaciones de trabajadores, colonos, campesinos, estudiantes y mujeres en torno a la problemática de los derechos humanos en Nicaragua y la libertad de los presos políticos.

A raíz del asesinato de Pedro Joaquín Chamorro el 10 de enero de 1978, la UDEL convocó a una huelga general. La mitad de los comercios de Managua cerraron sus puertas y cerca de 300 000 trabajadores faltaron a sus labores. Los sandinistas realizaron acciones en Matagalpa, Granada, León y Masaya y tuvieron lugar importantes levantamientos indígenas en los barrios de Monimbó y Subtiava. El movimiento popular se desbordó y fue víctima de la sangrienta represión de la Guardia Nacional. En respuesta, la oposición antisomocista empezó a aglutinarse y a conformar bloques unitarios en contra de Somoza. Tal fue el caso del surgimiento en marzo del Movimiento Democrático Nicaragüense (MDN), dirigido por Alfonso Robelo; el Frente Amplio Opositor (FAO), constituido en mayo por el propio MDN, la UDEL y el Grupo de los Doce,7 la oposición conservadora y algunos sindicatos obreros; y el MPU, creado por los sandinistas en julio, y en el cual confluyeron partidos políticos de izquierda, organizaciones estudiantiles, sindicatos, asociaciones de mujeres, etcétera.

Los movimientos populares culminaron con la toma del Palacio Nacional el 22 de agosto,8 acción que abrió la puerta a la insurrección de septiembre de 1978. A partir de entonces comenzaron a darse pasos más certeros hacia la unidad del movimiento popular. El FAO y la Organización de Estados Americanos (OEA) pretendieron negociar una salida pacífica con un “somocismo sin Somoza”, contando con el apoyo de Estados Unidos, por lo que el Grupo de los Doce, el PSN y la CTN se retiraron del FAO y, a partir de que se inició el proceso de reunificación de las tres tendencias dentro del FSLN, se conformó el Frente Patriótico Nacional (FPN), cuyo eje fundamental era el MPU, y al cual se sumaron el Grupo de los Doce, diversas fuerzas de izquierda y los sindicatos dirigidos por el FSLN. Así, ante la imposibilidad de llevar adelante un gobierno somocista sin Somoza, los sectores conservadores decidieron aliarse con las fuerzas populares y tratar de influir en el nuevo gobierno. Por su parte, el FSLN amplió su política de alianzas y empezó a trabajar en la organización de las masas que participarían en la insurrección y en la creación de una fuerza militar que garantizara la victoria: el Ejército Popular Sandinista (EPS).

En los primeros meses de 1979, el ascenso del movimiento revolucionario era incuestionable. Las acciones militares del FSLN se multiplicaron9 y, a la par que se desarrollaban los enfrentamientos militares con la Guardia Nacional, las organizaciones populares se hacían presentes en manifestaciones, tomas de ciudades, construcción de barricadas, tomas de iglesias, etcétera. Este proceso culminó con la reunificación de las tres tendencias en marzo de 1979, el inicio de la ofensiva final, el llamado a la huelga general el 4 de junio y la constitución del Gobierno Provisional de Reconstrucción Nacional el 16 del mismo mes, acciones que junto con los intensos combates llevados a cabo por el EPS y las movilizaciones de las masas organizadas condujeron al triunfo de la revolución sandinista el 19 de julio de 1979. En este proceso tuvieron un papel central los frentes amplios (MPU y FPN), las organizaciones de masas sectoriales, así como la participación en formas de lucha armada y no armada a través de los Comités de Defensa Civil (CDC) que fortalecieron la labor de dirección del FSLN.10

Tradiciones y principios

Los principios tradicionales de la política exterior mexicana (no intervención, autodeterminación de los pueblos, solución pacífica de controversias, proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales, igualdad jurídica de los Estados, cooperación internacional para el desarrollo, y lucha por la paz y la seguridad internacionales) comenzaron a adquirir un carácter doctrinario oficial a partir de la revolución mexicana y fueron defendidos por los gobiernos emanados de ésta, convirtiéndose en factores de legitimación del sistema político mexicano.11 Durante la segunda mitad del siglo XX, México impulsó una política exterior de Estado, claramente delineada desde la Cancillería, la cual contó con la participación de los diplomáticos que debieron aplicarla en varios países, ante distintos casos concretos y en los diversos foros multilaterales, con el fin de hacer oír la voz de México. Se reivindicaba una serie de principios del derecho internacional y se promovía el desarrollo de una política exterior activa que buscaba la independencia frente a Estados Unidos, la protección de los mexicanos en el exterior, el ejercicio del derecho de asilo, la construcción de un mundo sin armas, la promoción de la ayuda humanitaria, la condena a las invasiones militares, la pacificación de los conflictos y la defensa de la soberanía.

Como signatario de las Convenciones Interamericanas de asilo, la de La Habana (1928), la de Montevideo (1933) y la de Caracas (1954), a lo largo del siglo XX el gobierno mexicano construyó una sólida tradición de dar protección a los perseguidos de los regímenes políticos autoritarios, por lo que México se convirtió en tierra de refugio para españoles, chilenos, argentinos, uruguayos, guatemaltecos, nicaragüenses y salvadoreños. La tesis mexicana que se aplicaba era en el sentido de que el asilo era una institución humanitaria y que cuando un embajador pedía instrucciones para dar o no asilo, la Cancillería debía preguntarle a ese mismo embajador si quien lo solicitaba lo merecía, porque el único que podía saberlo era él. El argumento fundamental era que si se daba respuesta a partir de la información, entonces la respuesta sería política y no humanitaria. Por ello, el embajador era quien debía asumir la responsabilidad de darlo o negarlo y la Cancillería lo iba a respaldar. Generalmente eran asuntos tratados con discreción, excepto cuando el personaje tenía una estatura tal que la discreción no fuera posible.

En palabras del embajador Gustavo Iruegas, que fungió como encargado de negocios de la embajada de México en Managua de septiembre de 1978 a mayo de 1979, el problema del asilo se resumía en una fórmula: en caso de duda, era mejor otorgarlo. A lo mejor se perdía un boleto de avión, o un poco de tiempo, o tal vez era una molestia, pero si no se otorgaba, se corría el peligro de perder una vida. Esa era la posición mexicana respecto del asilo. Durante los meses que estuvo en Nicaragua, Iruegas siguió la instrucción que para tal efecto les había dado don Alfonso de Rosenzweig, que era la de no llamar al asilo por su nombre, a menos que fuera absolutamente necesario. Era una vieja práctica de la diplomacia mexicana para evitar trámites administrativos y conflictos políticos, además de prevenir represalias en contra de las familias de los asilados.12

Una vez que se hizo cargo de la embajada de México en Nicaragua, en septiembre de 1978, el diplomático mexicano se encontró con que el número de asilados, dentro de la misma embajada, que huían de la represión del régimen somocista crecía día con día.13 Cuando llegó, había entre doce y quince asilados, pero la entrada diaria era de alrededor de una docena de personas, a las cuales había que entrevistar y resolver si se les otorgaba el asilo o no.14 En tiempos de Iruegas, la embajada mexicana en Managua llegó a albergar entre 750 y 800 asilados, siempre con el respaldo del gobierno de México. Sin embargo, en un momento dado, lo llamaron de la Cancillería para que explicara por qué había dado tantos asilos, pues algún funcionario pensaba que estaba vendiendo el asilo. Pero Iruegas respondió a esa acusación argumentando que gran parte de los asilados eran muy pobres, muchachos cuya edad fluctuaba entre los 18 y los 20 años, porque en ese momento la represión somocista era generalizada sobre los jóvenes, que eran los que habían salido a las calles, a las barricadas.15 No eran los combatientes quienes pedían la protección de la Embajada, era la población que se había incorporado a la insurrección.16

Además, argumentó que era imposible consultar a la Cancillería acerca de todos los casos, porque así era la práctica mexicana de asilo: el embajador decidía y cargaba con la responsabilidad de decidir si otorgaba o no el asilo.17 Después de escuchar sus razones, en la Cancillería le pidieron que fuera ver al entonces secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, quien le dijo que no era necesario dar ninguna explicación y que continuara con su labor tal como la había venido realizando.18 Esto hizo que Iruegas regresara a Managua muy fortalecido, contando con el apoyo de ambas secretarías. Cada vez que Iruegas juntaba un cierto número de salvoconductos, llegaba un avión del Estado Mayor que les llevaba comida, sacos de frijol, latas de atún y sardinas, y todo lo que ellos tenían dispuesto para las situaciones de emergencia. De regreso, el avión trasladaba a los asilados que tenían salvoconducto.19

Un año antes de la llegada de Gustavo Iruegas a Managua, algunos miembros del Grupo de los Doce habían concertado una cita, primero con Jesús Reyes Heroles, secretario de Gobernación, y después con el propio presidente José López Portillo. Estuvieron presentes, entre otros: Sergio Ramírez; el rector de la Universidad ­Centroamericana, el padre Miguel D’Escoto; los dos jesuitas Cardenal, Ernesto y Fernando; y el director del Instituto del Café de Nicaragua, de apellido Coronel. Su objetivo era explicarle a López Portillo lo que estaba sucediendo en Nicaragua, la historia de la lucha contra Somoza y la idea de que el Grupo de los Doce se convirtiera en un brazo político del ejército sandinista para así darle legitimidad. López Portillo los recibió, los escuchó y les dijo que les deseaba mucha suerte en su lucha, pero que México tenía un fuerte compromiso con la no intervención.

Uno de ellos, Joaquín Cuadra, padre de quien después fue jefe del Ejército Sandinista, le dijo que no se preocupara, que estaban muy satisfechos por el simple hecho de que el presidente de México los hubiera escuchado y que eso animaría a sus hijos en la montaña20 Según Iruegas, esto impresionó profundamente a López Portillo y les pidió que le explicaran como era que sus hijos estaban en la montaña. No podía entender que los hijos de un grupo de la pequeña burguesía nicaragüense fueran combatientes sandinistas que luchaban contra Somoza. Eso lo conmovió porque era un hombre formado en la ideología de la revolución mexicana y esa afirmación les dio a esas personas un aval moral indiscutible.21 Por ello, cuando fue invitado a Managua para celebrar el Segundo Aniversario de la Revolución, pronunció un discurso en el cual afirmó que había habido tres grandes revoluciones en América Latina en el siglo XX: la mexicana, que privilegió la libertad sobre la justicia, la cubana, que privilegió la justicia sobre la libertad, y la nicaragüense, a la cual le tocaba encontrar el equilibrio entre ambas cosas.22

De acuerdo con el testimonio de Iruegas, esa reunión fue el antecedente de la decisión de otorgar el asilo a siete miembros del Grupo de los Doce, encabezados por el escritor Sergio Ramírez, en la Embajada de México en Managua un año más tarde.23 El Grupo de los Doce se había retirado del Frente Amplio Opositor24 cuando éste, junto con la Organización de Estados Americanos, pretendieron negociar una salida pacífica al conflicto a través de lo que se denominó “un somocismo sin Somoza”, para lo cual contaban con el apoyo del gobierno de Washington, en ese momento encabezado por Jimmy Carter.25 De aquí que, a finales de octubre de 1978, Iruegas recibiera un mensaje de la Cancillería que decía que siete políticos nicaragüenses se presentarían a solicitar asilo a la Embajada y que debía concederlo.26 Como habían abandonado la negociación, Iruegas no esperó a que ellos llegaran a la sede diplomática, sino que los fue a buscar a las casas en donde se encontraban ocultos. Iruegas relataba que, esa misma noche, informaron a la Cancillería que los “siete doceavos” habían abandonado la negociación con la OEA y que ya estaban asilados en la Embajada”.27

Una política activa

Los tres primeros años del gobierno de José López Portillo se caracterizaron por un importante esfuerzo de acercamiento a Estados Unidos y por el repliegue de la participación de México en los foros internacionales debido a que, para algunos, el fenómeno del “tercermundismo” impulsado por el presidente Luis Echeverría había hecho mucho ruido en el exterior y deteriorado las relaciones con el vecino del norte. La política exterior mexicana fue más cautelosa y conciliadora, y tuvo como base el reconocimiento de que en un contexto de recesión económica y deterioro de las instituciones políticas, la dependencia de México hacia Estados Unidos era inevitable.28 Sin embargo, a partir de 1979, el petróleo se convirtió en la base material para que México desarrollara una política exterior activa, no solo en el discurso, sino que buscara ejercer su influencia en los asuntos internacionales, particularmente en la crisis centroamericana.29

Así, la política exterior de México hacia la región centroamericana adquirió un perfil activo sin precedente. México optó por el activismo en su relación con los países de Centroamérica y decidió otorgar su apoyo a los procesos de cambio social en el istmo, con lo que manifestó una clara vocación “centroamericanista”.30 Hasta entonces, México había sido activista ex post facto, es decir, su política exterior era más bien defensiva o reactiva. Sin embargo, a partir de 1979, el gobierno mexicano empezó a formular iniciativas, metas y estrategias. La nueva política exterior mexicana buscaba varios objetivos: crear una esfera de influencia en la región centroamericana, factible por la cercanía geográfica, histórica y cultural; establecer alianzas entre el gobierno de México y los grupos ubicados a la izquierda del espectro político centroamericano, en este caso los sandinistas; convertir a México en un interlocutor válido para Estados Unidos en asuntos de terceros; cumplir con la función de legitimar el sistema político mexicano por medio de una política nacionalista que diera cabida a ciertos sectores progresistas de la sociedad mexicana.

La crisis política centroamericana hizo evidente la importancia geopolítica de la región para México y la necesidad de jugar un papel activo en la solución de los conflictos. Además, dado que la relación histórica con Estados Unidos había sido tradicionalmente directa y estrictamente bilateral, se vio la necesidad de inyectar otros elementos a la relación para ampliar el marco de negociación y modificar la correlación de fuerzas.31 Por último, el cambio en la política exterior de Washington con el advenimiento al poder de Ronald Reagan en 1981, particularmente el apoyo que éste otorgó a la “contra” en Nicaragua, intensificó la situación de crisis en la región, por lo que para el gobierno mexicano resultó indispensable evitar la regionalización del conflicto, ya que éste podría poner en peligro su propia seguridad.

El objetivo estratégico del gobierno de López Portillo era garantizar la estabilidad política de la región y eliminar un foco de tensión en su frontera sur. Lo que estaba en juego eran los intereses mexicanos y Centroamérica se encontraba demasiado cerca como para permanecer indiferentes a lo que sucedía en el istmo. Por ello, la política exterior no podía limitarse a la defensa de los principios sino que debía asumir un carácter activo32 El nivel de prioridad política de Centroamérica se modificó y la región se convirtió en un tema fundamental en la agenda internacional de México por lo que, a partir de entonces, empezaron a tratarse asuntos como el tipo de gobierno en Nicaragua, la situación político-militar en El Salvador, las relaciones de Estados Unidos con el gobierno sandinista y la posibilidad de un tratado de paz para los países centroamericanos.33

La intención de favorecer el cambio político en Centroamérica condujo al gobierno mexicano a brindar respaldo diplomático y ayuda material34 al gobierno sandinista de Nicaragua, así como a entablar relaciones con los grupos revolucionarios de El Salvador y Guatemala, a los cuales apoyó de distintas maneras. Además, en vista de la agresividad de la política norteamericana, era necesario volver a defender los principios de la no intervención y la autodeterminación de los pueblos en los foros internacionales.35 Para el impulso de esta diplomacia, el presidente López Portillo convocó a un grupo de funcionarios que comprendían la trascendencia de esta coyuntura y estaban convencidos de la necesidad de respaldar la transformación de las sociedades centroamericanas.36

Tal fue el caso de Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, diplomático de carrera reconocido por sus opiniones nacionalistas, quien en mayo de 1979 remplazó a Santiago Roel como titular de la Cancillería, así como de Porfirio Muñoz Ledo, quien fue nombrado representante permanente de México ante la Organización de las Naciones Unidas. Otro diplomático más joven, que simpatizaban abiertamente con la causa revolucionaria, fue Gustavo Iruegas, quien también desempeñó un papel destacado en la operación de la nueva política mexicana hacia Centroamérica.37

A principios de 1981, en una reunión con los embajadores mexicanos en Centroamérica y el Caribe, convocada por el canciller Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, éste explicó el sentido del viraje en la política exterior de México: se buscaba participar activamente en las cuestiones continentales y asumir la responsabilidad del gobierno mexicano frente a los países en desarrollo de la región.38 México se había propuesto adoptar una postura clara ante la coyuntura centroamericana, en el marco de la cual se definirían posiciones específicas con respecto a cada uno de los países del área. No se buscaba ejercer un liderazgo político, sino aplicar el principio de no intervención, hacer un manejo prudente de la cooperación económica y de la difusión cultural y, al mismo tiempo, manifestarse en los foros internacionales con la finalidad de influir para que esos países contaran con gobiernos con los que México pudiera desarrollar un diálogo constructivo.39 En función de este propósito, México estaba dispuesto a aceptar, e incluso a respaldar, cambios políticos y sociales en Centroamérica, en el entendido de que los procesos revolucionarios que se estaban desarrollando no tenían su origen en una conspiración del comunismo internacional, como afirmaba el gobierno estadounidense, sino en los graves rezagos sociales y la intransigencia política de los regímenes autoritarios de la región.40

Como se dijo antes, fueron dos las líneas de acción que se desprendieron de esta diplomacia activa: la ruptura de relaciones con el gobierno de Anastasio Somoza y la solidaridad con el gobierno sandinista. El 20 de mayo de 1979, México rompió relaciones con el gobierno de Anastasio Somoza Debayle, debido al ataque a los derechos humanos en Nicaragua.41 En este caso, se respetó el espíritu de la Doctrina Estrada, formulada en 1930, la cual postula que México no reconoce ni desconoce gobiernos, sino que mantiene o no relaciones con los países y los gobiernos que éstos tengan. México no estaba desconociendo al gobierno de Somoza, sino que ejerció su derecho soberano de mantener o retirar a sus agentes diplomáticos, sin desconocer por ello al otro gobierno.42

Además de esta acción unilateral, López Portillo realizó una campaña de proselitismo para que el resto de los países latinoamericanos se sumaran al bloqueo diplomático en contra de Somoza y para que la OEA tomara cartas en el asunto.43 El canciller Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa insistió en que la medida tenía el objetivo de aislar políticamente a Nicaragua y lograr que Estados Unidos dejara de apoyar a Somoza, y expresó su sorpresa porque la OEA no hubiera tomado medidas para salvaguardar los derechos humanos del pueblo nicaragüense.44 De inmediato, Somoza lamentó esta decisión, declaró que la Embajada de México en Managua se había convertido en “refugio de terroristas, asesinos y ponebombas” y afirmó que la ruptura se había decidido por influencia de Fidel Castro. Además de rechazar la acusación de genocidio, reiteró que en Nicaragua existía “una paz relativa”, por lo que él abandonaría el gobierno hasta el fin de su mandato presidencial, el primero de mayo de 1981.45

Castañeda se encargó de notificar a la Embajada de Nicaragua en México la decisión de romper relaciones diplomáticas debido a la violación masiva de los derechos humanos y a la represión indiscriminada de la Guardia Nacional en contra de la población civil de Nicaragua. Además, solicitó al gobierno de ese país que permitiera la salida del encargado de negocios, Gustavo Iruegas, del personal de la misión diplomática, así como de las personas asiladas en la Embajada de México en Managua, conforme a lo dispuesto en la Convención de Caracas; y ofreció al embajador nicaragüense, Ernesto Navarro Richardson, las facilidades para que abandonara el territorio mexicano con las garantías de seguridad correspondientes.46 Gustavo Iruegas regresó a México en el avión Quezalcóatl II, junto con el personal de la Embajada y 37 asilados a quienes se les había otorgado salvoconducto (13 hombres, 12 mujeres y 12 menores).47 En su opinión, técnicamente la Embajada hubiera podido continuar trabajando pero, políticamente, el rompimiento había sido necesario.48

Los apoyos a la decisión de México fueron muchos. Los líderes de la oposición nicaragüense aplaudieron la medida y la vieron como una forma de demostrar que el mundo abría los ojos ante el genocidio perpetrado por Somoza.49 Además del presidente tico, diputados de todas las agrupaciones políticas de Costa Rica manifestaron su apoyo a la ruptura de relaciones con el gobierno de Nicaragua por parte de México, por considerar que era una manifestación clara en contra de un régimen que había oprimido al pueblo nicaragüense a lo largo de su historia. Por su parte, el gobierno de Colombia declaró que la medida constituía un paso contundente hacia el derrocamiento del régimen de Anastasio Somoza y se mostró convencido de que otros países democráticos latinoamericanos podrían seguir el ejemplo de México.50

Sin embargo, a pesar del apoyo a esta medida, ello no implicó que otros países optaran por la ruptura de relaciones con Somoza. Tal fue el caso de Colombia y Panamá, quienes decidieron mantener relaciones diplomáticas con el gobierno de Nicaragua argumentando que no deseaban tomar una decisión precipitada y que era mejor hacer una campaña entre los gobiernos latinoamericanos para aislar a Somoza.51 Desde luego, hubo también quienes criticaron severamente la acción tomada por el gobierno mexicano, como el presidente de Guatemala, Romeo Lucas García, quien lamentó la ruptura de relaciones de México con Nicaragua por considerar que lesionaría la unidad de los países centroamericanos.52

Un mes después de la ruptura de relaciones, México encabezó al grupo de países que bloqueó una iniciativa de Estados Unidos en la OEA, encaminada a constituir una fuerza interamericana de paz para restablecer el orden y asegurar las elecciones en Nicaragua.53 Asimismo, a partir del triunfo de la revolución sandinista el 19 de julio de 1979, México otorgó su reconocimiento al Gobierno de Reconstrucción Nacional54 y decidió colaborar con él con el objetivo de conservar el carácter pluralista de la revolución.55 Por ello, propuso un pacto de no agresión de Estados Unidos hacia Nicaragua, fungió como gestor permanente ante Washington para evitar la intervención armada y, junto con Venezuela, se convirtió en abastecedor de petróleo a los nicaragüenses.56

El 3 de agosto de 1980, los presidentes de México y Venezuela, José López Portillo y Luis Herrera Campins, firmaron el Acuerdo de San José en presencia del mandatario costarricense, Rodrigo Carazo Odio, por medio del cual se comprometían a abastecer de petróleo a nueve países centroamericanos y caribeños (Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, República Dominicana, Jamaica y Barbados57 a crédito y con tasas preferenciales.58 El Acuerdo fue calificado como una muestra de la solidaridad hacia la región y de la unidad de los pueblos latinoamericanos59 y fue visto como un paso hacia el “Plan Mundial de Energéticos” propuesto por el presidente López Portillo, como una forma de resolver el problema energético a nivel regional y como una manera de salvar de la catástrofe financiera a países pobres no productores de petróleo.60 Por otra parte, entre 1979 y 1982 México suscribió más de doscientos acuerdos para impulsar programas de asistencia técnica y económica con Centroamérica y el Caribe. En el caso de Nicaragua, además de suministrarle ayuda económica y técnica, se llevaron a cabo diversos proyectos de inversión conjunta y se le otorgaron donativos y préstamos por más de 100 millones de dólares.61

Durante la Reunión de embajadores de México en Centroamérica y el Caribe con el secretario de Relaciones Exteriores y algunos funcionarios de la Cancillería que tuvo lugar en febrero de 1981, Castañeda recalcó la prioridad que las relaciones con Centroamérica ocupaban en el quehacer internacional de México en ese momento, derivada de la vecindad geográfica, la identidad de objetivos y aspiraciones populares, los antecedentes históricos semejantes y los intereses complementarios, todo lo cual hacía más fácil la cooperación en los ámbitos político, económico, social y cultural. Al mismo tiempo, el canciller destacó la situación tan compleja por la que pasaban los países del istmo, lo que hacía indispensable que el gobierno de México estuviera enterado en forma oportuna de los acontecimientos en estos países por medio de los informes de sus representantes en la región, con el fin de diseñar una política exterior sólida.62

En el caso de Nicaragua, ya no se trataba de un país en guerra, sino de un nuevo gobierno que se había dado a la tarea de realizar un proceso de recuperación económica, apoyado en gran medida en el financiamiento externo. La lucha por derrocar a Somoza había dejado un saldo de destrucción, tanto en términos de vidas humanas, como de una parte importante de la planta industrial y las cosechas; y la creciente presión por parte de Estados Unidos hacia que el gobierno sandinista debiera recurrir a sus aliados externos, principalmente Cuba y México. Por ello, el gobierno mexicano se había convertido en uno de los principales apoyos económicos para Nicaragua en cuestiones técnicas, crediticias, comerciales y de abasto petrolero.63

Negociaciones por la paz

A lo largo del siglo XX, México tuvo una historia de participación en procesos de negociación en pro de la paz en el istmo centroamericano y de defensa de los principios de política exterior en los foros internacionales frente a Estados Unidos. Tal fue el caso de su participación en las conferencias de paz de 1906 y 1907; el apoyo al presidente de Nicaragua José Santos Zelaya en 1909, a quien Porfirio Díaz ofreció asilo y transportó a México en un barco de guerra mexicano; la condena al golpe de Estado al presidente Jacobo Árbenz en Guatemala en 1954 y al desembarco de “marines” en la República Dominicana en 1965; así como su apoyo al derecho a la autodeterminación del pueblo beliceño. Sin embargo, a raíz de la crisis centroamericana de los años setenta, el interés de México en participar en los procesos de paz en la región creció de manera exponencial.

Con el ascenso de Ronald Reagan al poder en enero de 1981,64 se incrementaron las amenazas de intervención en Centroamérica y las posibilidades de regionalización del conflicto. Reagan impulsó una serie de acciones abiertamente intervencionistas, justificadas con el argumento de la defensa de la seguridad nacional de Estados Unidos, haciendo ver los conflictos en la región como producto de la confrontación Este-Oeste.65 La estrategia de Guerra de Baja Intensidad (GBI) hacia Centroamérica, desarrollada por la administración Reagan, buscó dar marcha atrás (roll back) al proceso revolucionario nicaragüense y, con el objetivo de que lo sucedido en Nicaragua no se repitiera, impulsó de manera paralela una estrategia de contrainsurgencia en El Salvador y en Guatemala, encaminada a combatir y derrotar a los movimientos revolucionarios en la región. Los recursos económicos utilizados fueron considerables y estuvieron destinados al apoyo económico para reforzar los ejércitos locales, al entrenamiento de los soldados guatemaltecos y salvadoreños, al financiamiento de la contra nicaragüense y a la construcción de bases militares, aeropuertos y depósitos de armamento en Honduras, medidas que produjeron un creciente proceso de militarización en la región que ponía en riesgo la estabilidad política del área.66

En palabras del canciller Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, la nueva administración estadounidense buscaba impedir el avance de los movimientos calificados como subversivos, que representaban una opción de cambio en El Salvador y Guatemala y, al mismo tiempo, propiciar un cambio en Nicaragua para volver a formas de gobierno más tradicionales, que pudieran garantizar la defensa de los intereses estadounidenses tanto económicos como políticos.67 De aquí que, durante 1981, México impulsara una serie de esfuerzos diplomáticos para fomentar la distensión entre las partes en conflicto.

El primero de ellos fue la entrevista entre Daniel Ortega, coordinador de la Junta de Gobierno de Nicaragua, y el presidente de Honduras, Policarpo Paz García, la cual tuvo lugar en mayo a petición expresa de Nicaragua, con el objetivo de fomentar un acercamiento entre ambos gobiernos, cuyas relaciones se habían deteriorado en virtud del apoyo otorgado por el gobierno hondureño a la Contra nicaragüense. De esta reunión surgió un comunicado conjunto que expresaba la voluntad de ambos mandatarios por buscar la solución a los conflictos a través del diálogo y la negociación, y acordaba la celebración de dos futuras reuniones de ministros de Relaciones Exteriores y de Defensa, la primera en Tegucigalpa y la otra en Managua. Con todo, aunque estas reuniones no derivaron en resultados concretos, contribuyeron a generar un ambiente de distensión. El segundo fue la entrevista entre el secretario de Estado, Alexander Haig, y el vicepresidente cubano, Rafael Rodríguez, realizada en México en noviembre de 1981. Sin embargo, este esfuerzo tampoco derivó en resultados concretos y más bien fue utilizado para tratar de convencer al gobierno cubano de que no se inmiscuyera en los asuntos centroamericanos.68

Por último, en febrero de 1982, durante su visita a Managua en apoyo a la Junta de Reconstrucción Nacional, el presidente López Portillo propuso un Plan Regional de Distensión. Esta iniciativa multilateral tenía como finalidad disminuir las tensiones y sentar las bases de negociación para la paz, la estabilidad, la democracia y el desarrollo en Centroamérica.69 El plan proponía una solución negociada para El Salvador, un pacto de no agresión de Estados Unidos hacia Nicaragua y hacia el resto de los países centroamericanos, y el diálogo entre Cuba y Estados Unidos, para todo lo cual México se ofrecía como mediador.70 Nicaragua vio el plan con buenos ojos, pero El Salvador lo consideró una intromisión, mientras que Estados Unidos resolvió esperar los resultados de las elecciones salvadoreñas.71 En ellas, la derecha derrotó a la Democracia Cristiana de Duarte, lo que provocó el acercamiento entre México y Venezuela y dificultó que Estados Unidos siguiera otorgando ayuda militar al gobierno salvadoreño. Así, aunque la iniciativa no prosperó, sentó un precedente importante pues hizo evidente la necesidad de un esfuerzo concertado para la paz en Centroamérica72 y constituyó uno de los antecedentes de la creación del Grupo Contadora un año después.73

A mediados de 1982, tuvo lugar una nueva ronda de conversaciones entre Estados Unidos y Nicaragua, realizada gracias a la iniciativa del gobierno mexicano. El punto nodal fue la exigencia por parte de Washington de que se democratizara el régimen sandinista, como un mecanismo de presión en contra de Nicaragua encaminado a aislarla del resto de Centroamérica. De esta reunión no se desprendieron resultados concretos y se fortaleció la idea de que Estados Unidos no tenía ninguna intención de negociar. Derivada del acercamiento entre México y Venezuela, en septiembre del mismo año tuvo lugar en Cancún una reunión de cancilleres de ambos países, en la cual los presidentes de México y Venezuela acordaron enviar sendas cartas a sus homólogos de Estados Unidos y Honduras, así como al coordinador de la Junta de Reconstrucción Nacional, conminándolos a frenar la escalada bélica en Centroamérica y a fomentar el diálogo y la negociación para la solución de los conflictos. El presidente Reagan ignoró este llamado y optó por convocar a un Foro para la Paz y la Democracia, en San José de Costa Rica, cuya finalidad consistía en aislar al gobierno sandinista. En esta reunión participaron Costa Rica, El Salvador y Honduras, quedando excluidas Nicaragua y Guatemala por no cumplir con los principios de un gobierno democrático. Por ello, ni México ni Venezuela aceptaron participar en el Foro y prefirieron concertar una entrevista entre Daniel Ortega y el nuevo presidente de Honduras, Roberto Suazo Córdova, con el fin de promover el diálogo acerca del problema de la contra. Sin embargo, Suazo Córdova no aceptó la invitación y la mediación de México y Venezuela quedó sin efecto alguno.74

Más allá de los principios

A partir de 1979, la relación entre la política exterior y los principios se modificó. En primer lugar, el gobierno mexicano empezó a definir una serie de intereses, ubicándolos por encima de los principios y, en segundo lugar, comenzó a entenderse la necesidad de relativizar dichos principios, ya que en ciertas ocasiones debía imponerse el pragmatismo. En suma, se pensaba que había llegado el momento de apoyarse en los principios, pero sin limitarse a ellos. Había otro elemento de mayor jerarquía que justificaba la nueva política de México hacia Centroamérica: la batalla contra la violación de los derechos humanos. Así, se mantuvo la idea de la no intervención directa, pero se comenzó a justificar una política diplomática activa y una participación más decidida en los conflictos.

A todo ello coadyuvó a la idea de que los principios son algo más que verdades eternas e inmutables y encierran cierto grado de ambigüedad que les permite ser más flexibles. De aquí que no puedan abstraerse de una relación constante y compleja con la política real y concreta, pues son un ingrediente necesario pero, a veces, insuficiente en la elaboración y ejecución de la política exterior.75 De este modo, se produjo una ruptura en el sentido de que los principios se colocaron en un lugar diferente y México empezó a llevar a cabo acciones diplomáticas con repercusiones reales. La política exterior buscó, a partir de entonces, influir en las acciones y decisiones de otros países. ¿Podemos entonces hablar de intervencionismo? Pondremos algunos ejemplos.

En el libro de Emma Yanes se afirma que los integrantes del movimiento mexicano de solidaridad con Nicaragua siempre pudieron trabajar con absoluta libertad, aprovechando las facilidades otorgadas por el gobierno, tales como “lugares para hacer prácticas de tiro en Cuernavaca, casas de seguridad, dinero y pasaportes”. Se hace referencia también a los apoyos del propio presidente José López Portillo, del secretario de Gobernación Jesús Reyes Heroles y de Carlos Sansores Pérez, entonces dirigente nacional del PRI, quien les proporcionó “dos millones de dólares en efectivo, un avión Cessna de turbohélices y un automóvil blindado Ford LTD”.76

Por otra parte, en septiembre de 1978, meses antes del triunfo de los sandinistas, cuando Gustavo Iruegas estaba por partir para hacerse cargo de la Embajada de México en Managua, después de que el gobierno de México retirara a su embajador en ese país, el canciller Santiago Roel le dijo: “Vaya usted a Nicaragua a hacer todo lo que pueda por esa gente y su revolución, cuidando las formas, esas son sus instrucciones”.77 Iruegas siguió al pie de la letra la encomienda del canciller, pero reconoció que eran unas instrucciones muy poco comunes.78

Un aspecto más que pone en evidencia la manera en que los operadores de la política exterior mexicana relativizaron el principio de no intervención y participaron de forma directa en los asuntos políticos de Nicaragua fue la forma de negociar la ruptura de relaciones. Como se argumentó arriba, la ruptura en sí misma no contrariaba los principios tradicionales de la diplomacia mexicana y tenía sustento en la Doctrina Estrada. Sin embargo, el matiz que se señala ahora tiene que ver con la manera en que el encargado de negocios colaboró para llevar a cabo esta ruptura.

Cuando enviaron a Gustavo Iruegas a Nicaragua, en la Cancillería le preguntaron si debían romper relaciones con el gobierno de Anastasio Somoza y él respondió que no “porque venía una guerra más larga, porque iba a haber necesidad de dar asilo y necesidad también de saber qué pasaba en el país”.79 Por eso en un principio él recomendaba no romper, sino estar presentes en la situación de guerra. Unos meses después, ya en 1979, volvieron a preguntarle y su respuesta fue distinta: “Ahora pienso que sí, porque ya existe el Ejército Sandinista, pronto van a hacer la ofensiva final, y la ruptura de México iniciaría el aislamiento internacional de Somoza”.80 En ese momento, la lucha sandinista era vista como una causa revolucionaria, tanto en México como en América Latina. Sin embargo, al principio, en la Cancillería hubo cierta reticencia a la ruptura de relaciones por distintos motivos, entre ellos, la posibilidad de tener un conflicto con Estados Unidos o la idea de que con la ruptura se estuviera mucho tiempo alejado, sin saber lo que pasaba, prácticamente desconectados.81 En su testimonio, Iruegas narra como “el viejo Rosenzweig, que era el más sabio de todos, dijo: si se ha de hacer, hay que buscar un pretexto”.82 Pero Iruegas argumentó que no debería buscarse ningún pretexto, sino que debían romper relaciones con Nicaragua, no porque le hubiera hecho algo a México, sino por lo que su gobierno le estaba haciendo a su pueblo.83

El acuerdo fue entonces que Iruegas les mandaría decir cuándo lo consideraba más conveniente y regresó a Managua. Primero habló con los sandinistas para ponerlos al tanto de la decisión y luego se trasladó a Costa Rica para hablar con Daniel Ortega, “clandestino yo y clandestino él”.84 Los sandinistas querían que la ruptura coincidiera con la “ofensiva final”, pero Iruegas pensaba que eso no era conveniente, sino que era mejor anunciarla un tiempo antes, para que realmente tuviera repercusiones. De lo contrario, la noticia de la ofensiva ahogaría a la de la ruptura y ésta no tendría efecto alguno. Ortega estuvo de acuerdo y programaron juntos una posible fecha.85 Sin embargo, debieron esperar a que tuviera lugar la visita de Fidel Castro a Cozumel, en mayo de 1979, para que no se le vinculara con la decisión de romper relaciones con Somoza. Iruegas aclara que aunque algunos medios vincularon la visita de Castro con el anuncio de la ruptura de relaciones, como si ésta hubiera sido idea de Fidel, en realidad ambos acontecimientos no tuvieron nada que ver. López Portillo ya había tomado la decisión antes.86

Casi al mismo tiempo, el presidente mexicano había cesado al secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, al secretario de Relaciones Exteriores, Santiago Roel, y al de Presupuesto, Ricardo García Sainz. La primicia “era que el nuevo secretario de Relaciones era don Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa”.87 Sin embargo, ante la presión de los acontecimientos, Iruegas decidió adelantarse y viajar a México porque la ruptura era ya muy urgente. Al llegar escuchó por la radio al presidente López Portillo que decía que le estaba ordenando al canciller que rompiera relaciones con Nicaragua. El presidente le ordenaba públicamente al canciller que rompiera relaciones con Nicaragua, pero en los hechos quien estaba rompiendo era él. Era el 20 de mayo de 1979.88

Iruegas tuvo que regresarse entonces a Managua semiclandestino, con un pasaporte ordinario. México había roto relaciones y era necesario volver para hacerse cargo de los asilados y cerrar la Embajada. Afortunadamente, como el funcionario de Migración era sandinista, Iruegas pudo llegar a la Embajada sin mayor dificultad y resolvió encargar los intereses de México al embajador de Perú en Managua. El canciller peruano era muy amigo de Castañeda, era un diplomático reconocido, también progresista; pero el embajador estaba horrorizado y no hacía las gestiones necesarias. Decía que no quería presionar para que le dieran a Iruegas los salvoconductos para los asilados, pero esa era la única manera en que podrían regresar a México. Finalmente, Iruegas se impuso argumentando que al día siguiente se iría a México y que, si no tenía los salvoconductos, los asilados permanecerían en la Embajada de Perú. De esta manera, el trámite se agilizó.89

Ahora bien, para poder evaluar el carácter del apoyo de Gustavo Iruegas, encargado de negocios de la Embajada de México en Nicaragua, y sus implicaciones en términos de intervención o no, debemos analizar algunos ejemplos concretos.

En Nicaragua Iruegas hizo contactos irregulares con los jefes de la guerrilla, con los revolucionarios, pero eso nunca lo mencionó en ningún informe.90 Los jefes lo sabían, pero él no lo escribía. En los informes proporcionaba datos de otra clase de asuntos y circunstancias y adjuntaba la documentación disponible. En ellos daba sustento a la línea general de los acontecimientos, pero nada más. ¿Por qué se reunía con la guerrilla? Porque lo primero era saber. El contacto con los guerrilleros era muy importante, era indispensable para conocer todo lo que pasaba en Nicaragua e informarlo a la Cancillería. El gobierno de México ganaba con estar informado y para los guerrilleros era importante hablar con los funcionarios que estaban en el poder.91 Además, se había establecido un sistema de mandar a México a los heridos de guerra, y de ahí se iban a Cuba; ese era el arreglo con la guerrilla. Hubo un momento en que Iruegas le dijo al canciller Santiago Roel que se había entrevistado con los jefes de la resistencia urbana en Nicaragua. Roel no le prohibió nada, pero le decía que tuviera cuidado.92

Iruegas recuerda que el asedio a la Embajada era muy fuerte, porque ellos estaban muy comprometidos con la lucha guerrillera. En una ocasión llevaron munición para un mortero, la entregaron y al poco rato los sandinistas atacaron con el mortero la casa del ministro de Gobernación, que estaba a diez casas de la Embajada. La mochilita en que habían llevado la munición la dejaron ahí mismo y todo eso salió en la televisión. Eran situaciones muy comprometedoras, pero estaban convencidos de que su participación era muy importante.93 En su testimonio, rememora que 1979 era un año de gran intensidad en la vida política de Nicaragua y que no solo él, sino también su esposa, hacían todo tipo de cosas: movían armas, dinero, gente. Iruegas relata cómo Susie llevó a la comandante Dos a Granada, en un auto con placa diplomática, con una bolsa llena de armas y, para ocultarlas, pusieron un montón de ropa interior arriba. En el camino las detuvieron y empezaron a catearlas, pero al ver que tenían placas diplomáticas, las dejaron ir. Eran decisiones y riesgos personales, que muchas veces hacían que estuvieran sumamente nerviosos.94

Susie se encargaba de hacer desayunos, comidas y cenas para los asilados que estaban en la Embajada. Iba al mercado temprano a comprar los ingredientes y, junto con la cocinera, preparaba las tres comidas para los muchachos.95 Como parte de su trabajo cotidiano, debía darle de comer en la boca a un muchacho que había llegado sin brazos, debido a que mientras hacía una bomba, le había explotado y había perdido ambas extremidades. También se dedicaba a curar a una joven que había sido violada de manera brutal y tenía una fuerte infección, por lo que había que limpiarla y ponerle yodo para que el mal no avanzara. También tuvo que atender a unos muchachos que llegaron a la Embajada con lepra de montaña, que es una especie de hongo y, para evitar que se propagara, los tuvo que inyectar a todos.96

Pero hubo momentos en que, como se señaló antes, su participación con la guerrilla fue más directa. En una ocasión, la muchacha violada se puso muy mal, tenía mucha fiebre y, a pesar del toque de queda, fueron a buscar a un médico. Tenían miedo, pero fueron por el médico porque era urgente que la revisara. Lo que hacían era poner la bandera de México en el automóvil, para que pareciera que era un asunto oficial.97 Una noche, cuando Iruegas estaba en México, Sergio Ramírez y Tito Castillo, que estaban asilados en la Embajada, le dijeron a Susie que tendrían que salir para asistir a una reunión clandestina. Ella no lo pensó dos veces y se ofreció a llevarlos escondidos en el auto, los esperó mientras estaban en su reunión y los regresó a la Embajada.98 En otro momento, Iruegas le avisó que tenía que viajar a México para explicar por qué estaba otorgando tantos asilos, pero, justo esa noche, él tenía la misión de ir a entregar a una gasolinera una maleta. La maleta ya estaba en la cajuela del coche y le pidió a Susie que la fuera a entregar. No tenía más que abrir la cajuela, y los sandinistas se encargarían de sacarla. Y así fue. Susie llegó a la gasolinera y abrió la cajuela. Se acercaron dos muchachos, tomaron la maleta, cerraron la cajuela, le dieron dos golpes al auto, después arrancó y se regresó a la Embajada.

Tanto Gustavo Iruegas como su esposa estaban convencidos de que lo que estaban haciendo era correcto, porque era para ayudar a una causa justa. Lo hacían por convicción, pero en el caso de Susie, mientras menos supiera, mientras menos se enterara, era mejor. Por eso, cuando en otra ocasión, Ernesto Tito Castillo le dio un paquete y le pidió que lo llevara a un departamento, no preguntó más. Simplemente fue y lo entregó. Al triunfo de la revolución, Gustavo y Susie regresaron juntos a Managua y asistieron a una recepción. Ahí, un señor se acercó y le dijo a Susie: “Usted es la señora del millón de dólares”. En ese momento ella supo que lo que había hecho era entregar un paquete con un millón de dólares, que les habían dado para la causa.99 Unos días después de haber llegado a México, después de la ruptura de relaciones con el gobierno de Nicaragua, los sandinistas organizaron un concierto en la Sala Nezahualcóyotl y ahí Sergio Ramírez tomó la palabra: “Aquí están los de la embajada con nosotros”.100 Era un reconocimiento abierto al apoyo de México a la revolución sandinista, en particular, a Gustavo Iruegas, a su esposa Susie y al personal de la embajada de México en Managua.

Conclusiones

Como se ha visto hasta ahora, no todas las acciones emprendidas por el gobierno de México pueden calificarse como intervencionistas, como resultado de una política exterior activa o como derivadas de los principios tradicionales de política exterior. Sí podemos afirmar que el eje de la política de México hacia Nicaragua entre 1978 y 1982 tuvo que ver con la decisión de llevar adelante una diplomacia activa, con una marcada vocación “centroamericanista”. También influyeron, desde luego, la identificación ideológica de los distintos actores que participaron en la toma de decisiones.

En primer lugar, podemos concluir que el gobierno de José López Portillo fue el último gobierno mexicano de corte nacionalista, en el que todavía se hacía una defensa de la ideología de la revolución mexicana y que, por lo mismo, el presidente de México tenía cierto grado de identificación con la lucha de los sandinistas, en tanto buscaban derrocar a la dictadura que venía ejerciendo por décadas la dinastía Somoza. Por su parte, las ideas progresistas del canciller Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa y sus vínculos con otros diplomáticos, tanto en América Latina como en Europa, lo hacían proclive a dar su apoyo a estos movimientos.

Pero, en definitiva, quienes fueron más allá y tuvieron una participación muy cercana a la lucha de los sandinistas en Nicaragua fueron el encargado de negocios de la Embajada de México en Managua, Gustavo Iruegas y su esposa Susie. Ambos fueron fieles a sus convicciones y consecuentes con su forma de pensar. De aquí la huella que Iruegas ha dejado en la diplomacia mexicana, por su solidaridad con los movimientos revolucionarios, por su compromiso con la defensa de las causas justas y por su sensibilidad ante el sufrimiento de quienes huían de la represión y la tortura.

En opinión de Iruegas, de todos los principios, en el centro del activismo mexicano hacia Centroamérica se encontraba el de la no intervención. Y precisamente, cuando llegó a ser cuestionado acerca de si México había dejado de lado el principio de no intervención en Nicaragua, Iruegas hacía una clara distinción entre la no intervención y la indiferencia.101 En su opinión, esa fue la lección que la Centroamérica de entonces le dejó a México. La importancia de asumir con responsabilidad los retos que la historia le imponía en su relación con el mundo y, en particular, con los países vecinos. Para él, las dos condiciones necesarias para la participación de México en Centroamérica eran el grado de responsabilidad y el grado de interés que tenía en el asunto. México participó porque le tocaba en lo inmediato, porque se trataba de su zona de responsabilidad internacional, y también porque era del interés de México que se agotara ese conflicto. Para Iruegas, dado que México no es una potencia de alcance mundial, sino una nación con importancia regional,102 en aquellos años tomó la decisión de demostrar que tenía cierta responsabilidad en la región y que era consecuente con esa responsabilidad.

Repositorios

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Notas del capítulo 2

1 Doctora en Estudios Latinoamericanos por la UNAM. Investigadora del Instituto de Investigaciones Doctor José María Luis Mora.

2 Edelberto Torres Rivas, “Introducción a la década”, en Historia General de Centroamérica. Historia inmediata (1979-1991), Madrid, Flacso, 1993, t. VI, pp. 16-17.

3 En 1961 se constituyó el Frente de Liberación Nacional y, dos años más tarde, tomó el nombre de Frente Sandinista de Liberación Nacional a instancias de Carlos Fonseca Amador.

4 Manlio Tirado, La revolución sandinista, México, Nuestro Tiempo, 1983, pp. 43-44.

5 Jaime Wheelock, Frente Sandinista. Diciembre Victorioso, Managua, Secretaría Nacional de Propaganda y Educación Política del Frente Sandinista de Liberación Nacional, 1980.

6 FSLN, “Plataforma programática: aspectos principales de la estrategia”, en Humberto Ortega Saavedra, Sobre la insurrección, La Habana, Escuela de Ciencias Sociales, 1981, pp. 25-36. FSLN, “Programa mínimo”, en Augusto César Sandino y Carlos Fonseca Amador, Nicaragua: La estrategia de la victoria, México, Nuestro Tiempo, 1980, pp. 225-233.

7 El Grupo de los Doce estaba compuesto por Sergio Ramírez, escritor; Fernando Cardenal, sacerdote; Arturo Cruz, economista; Joaquín Cuadra, abogado; Felipe Mántica, industrial; Carlos Gutiérrez, dentista; Ernesto Castillo, abogado; Miguel D’Escoto, sacerdote; Carlos Tunnerman, ex rector de la Universidad Nacional; Casimiro Sotelo, arquitecto; Emilio Baltodano, industrial; y Ricardo Coronel, agrónomo.

8 Gabriel García Márquez, et al., Los sandinistas, Bogotá, Oveja Negra, 1979, pp. 31-48.

9 El FSLN llevó a cabo acciones militares en Estelí, León y Chinandega.

10 Para todo el apartado, vid. Humberto Ortega Saavedra, 50 años de lucha sandinista, México, Diógenes, 1979. Omar Cabezas, La montaña es algo más que una inmensa estepa verde, México, Siglo XXI, 1982. Claribel Alegría y D. J. Flakoll, Nicaragua: La revolucion sandinista. Una crónica política, 1855-1979, México, Era, 1982; Pilar Arias, Nicaragua, revolución: Relatos de combatientes del frente sandinista, México, Siglo XXI, 1980, 226 pp.

11 César Sepúlveda, “Vigencia actual de los principios de la política exterior del Estado mexicano”, Relaciones Internacionales, núm. 26-27, jul-dic 1979, pp. 5-18.

12 Mónica Toussaint, Diplomacia en tiempos de guerra. Memorias del Embajador Gustavo Iruegas, México, Instituto Mora / CIALC-UNAM / La Jornada, 2013, p. 185.

13 Ibid., p. 192.

14 Ibid., p. 195.

15 Ibid., pp. 195-196.

16 Ibid., p. 196. Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, Centroamérica, México, Acervo Histórico Diplomático-SRE, 2011, vol. 2, p. 139. (Colección Historia de las relaciones internacionales de México, 1821-2010).

17 Mónica Toussaint, op. cit., p. 196.

18 Ibid., p. 197.

19 Ibid., p. 200. Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, op. cit., p. 139.

20 Mónica Toussaint, op. cit., p. 198.

21 Idem.

22 Ibid., p. 199.

23 Como se dijo arriba, el Grupo de los Doce estaba compuesto por figuras reconocidas de los distintos ámbitos de la política, la economía, la sociedad civil, la educación, la cultura, la iniciativa privada y la iglesia en Nicaragua. Lucrecia Lozano, De Sandino al triunfo de la revolución, México, Siglo XXI, 1985, p. 93.

24 Tomás Borge, Los primeros pasos: la revolución sandinista, México, Siglo XXI, 1981. Augusto César Sandino, op. cit.

25 Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, op. cit., p. 139.

26 Mónica Toussaint, op. cit., p. 200.

27 Idem.

28 Guadalupe González, “Incertidumbres de una potencia media regional: las nuevas dimensiones de la política exterior mexicana”, en Olga Pellicer (comp.), La política exterior de México: desafíos en los ochenta, México, CIDE, 1983, pp. 65-66.

29 Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, op. cit., p. 136. Mario Ojeda, El surgimiento de una política exterior activa, México, SEP, 1986, p. 135.

30 Raúl Benítez y Ricardo Córdova, “México-Centroamérica: percepciones mutuas y trayectoria de las relaciones (1979-1986)”, en México en Centroamérica: Expediente de documentos fundamentales (1979-1986), México, CEIICH-UNAM, 1989, p. 12.

31 Antonio Carrillo Flores, “Reflexiones y testimonio acerca de la política exterior y la diplomacia mexicanas”, en Secretaría de Relaciones Exteriores, Política Exterior de México. 175 años de historia, México, SRE, 1989, t. IV, p. 13.

32 Jorge G. Castañeda y Robert Pastor, Límites en la amistad: México y Estados Unidos, México, Joaquín Mortiz / Planeta, 1989, pp. 224-225.

33 Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, op. cit., p. 136.

34 Emma Yanes Rizo, Araceli. Nicaragua, 1976-79: la libertad de vivir, México, Ítaca, 2008, pp. 77-78.

35 Jorge G. Castañeda y Robert Pastor, op. cit., p. 225.

36 Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, op. cit., pp. 137-138.

37 Ibid., p. 138.

38 Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, “Debate general”, en Reunión de embajadores en Centroamérica y el Caribe con el Canciller Jorge Castañeda, febrero de 1981, AHGE-III-7092-3 (1ª).

39 Idem.

40 Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, op. cit., p. 137. Consuelo Dávila, “La política exterior de México en el marco de Contadora”, Relaciones Internacionales, núm. 41, enero-abril, 1988, p. 40.

41 “Rompe México con el gobierno de Somoza”, El Universal, 21 de mayo de 1979, p. 1. “Rompe México con Somoza”, Excélsior, 21 de mayo de 1979, p. 1.

42 Luis Quintanilla, “La política internacional de la revolución mexicana”, en Secretaría de Relaciones Exteriores, Política exterior de México. 175 años de historia, México, SRE, 1989, t. III, p. 71. El texto completo de la Doctrina Estrada puede consultarse en Guillermo Garcés Contreras, México: cincuenta años de política internacional, México, PRI-ICAP, 1982, p. 12.

43 Incluso en algunos medios circulaban versiones de que el gobierno mexicano apoyaba con armas a los sandinistas.

44 “Aislar políticamente a Somoza, pide México”, Excélsior, 22 de mayo de 1979, p. 1.

45 “Señala a Castro como el culpable”, El Universal, 24 de mayo de 1979, p. 1. Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, op. cit., pp. 139-140.

46 “Las atrocidades de Somoza determinaron la ruptura”, El Día, 22 de mayo de 1979, p. 1. “México pide salvoconductos para asilados en Nicaragua”, El Día, 22 de mayo de 1979, p. 2. Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, op. cit., p. 140.

47 “Todo terminado en Nicaragua”, El Universal, 26 de mayo de 1979, p. 1.

48 Idem, p. 15. Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, op. cit., p. 141.

49 “Reacción favorable de la oposición nicaragüense”, El Día, 21 de mayo de 1979, p. 6. “Agradecimiento de la oposición nicaragüense”, Excélsior, 21 de mayo de 1979, p. 1.

50 Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, op. cit., p. 141.

51 “Colombia y Panamá deciden no romper con Nicaragua”, Excélsior, 23 de mayo de 1979, p. 2. “La ruptura no es suficiente, hay que llegar al aislamiento total”, Excélsior, 23 de mayo de 1979, p. 2.

52 “Estimula la lucha contra Somoza el rompimiento decretado por México”, El Día, 23 de mayo de 1979, p. 2. “La ruptura de México con Nicaragua, paso decisivo para derrocar a Somoza”, El Día, 22 de mayo de 1979, p. 2. “El presidente de Guatemala dice que ocasionó problemas a Centroamérica la ruptura de México con Nicaragua”, El Día, 23 de mayo de 1979, p. 2. Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, op. cit., p. 141.

53 Guillermo Garcés Contreras, op. cit., p. 304.

54 José López Portillo, “Tercer Informe del C. presidente José López Portillo al Congreso de la Unión rendido el 1o. de septiembre de 1979”, en 20 años de política exterior a través de los informes presidenciales 1970-1990, México, SRE, 1990, p. 82.

55 José López Portillo, “Cuarto Informe del C. presidente José López Portillo al Congreso de la Unión rendido el 1o. de septiembre de 1980”, en 20 años de política..., op. cit., p. 85.

56 Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, op. cit., p. 142.

57 “Acto histórico trascendental, la visita de José López Portillo”, El Día, 5 de agosto de 1980, p. 3.

58 “Petróleo de Venezuela y México a nueve países de nuestra América”, El Día, 4 de agosto de 1980, p. 1. “El Acuerdo de San José, paso hacia el Plan Mundial de Energéticos”, Excélsior, 4 de agosto de 1980, p. 6.

59 “Acto histórico trascendental, la visita de José López Portillo”, El Día, 5 de agosto de 1980, p. 3. “Integrantes de diversos sectores apoyan la política exterior de José López Portillo”, El Día, 6 de agosto de 1980, p. 2. “El Acuerdo petrolero México-Venezuela, principio de un frente común en América Latina”, El Día, 7 de agosto de 1980, p. 3.

60 Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, op. cit., pp. 142-143. “El Acuerdo de San José, primer paso para resolver el problema energético”, Excélsior, 4 de agosto de 1980, p. 4.

61 Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, op. cit., p. 143.

62 Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, “Inauguración de la reunión de embajadores”, en Reunión de embajadores en Centroamérica y el Caribe con el Canciller Jorge Castañeda, febrero de 1981, AHGE, exp. III-7092-3 (1ª). Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, op. cit., p. 144.

63 Julio Zamora Bátiz, “Nicaragua”, en Reunión de embajadores en Centroamérica y el Caribe con el Canciller Jorge Castañeda, febrero de 1981, AHGE, exp. III-7092-3 (1ª). Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, op. cit., pp. 146-147.

64 Walter Lafeber, “The Reagan Policy in Historical Perspective”, en Kenneth M. Coleman y George C. Herring, The Central American Crisis. Sources of Conflict and the Failure of US Policy, Wilmington, Scholarly Resources, 1985, pp. 1-16.

65 Mario Ojeda, Retrospección de Contadora. Los esfuerzos de México para la paz en Centroamérica (1983-1985), México, CEI-Colmex, 2007, p. 20.

66 Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, op. cit., pp. 147-148. Para conocer la política de Reagan hacia Centroamérica vid. Martin Diskin, Trouble in our Backyard. Central America and the United States in the Eighties, New York, Pantheon Books, 1983, pp. 43-62. Edward Best, US Policy and Regional Security in Central America, New York, St. Martin’s Press, 1987, pp. 32-66.

67 Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, “Debate general”, en Reunión de embajadores en Centroamérica y el Caribe con el Canciller Jorge Castañeda, febrero de 1981, AHGE, exp. III-7092-3 (1ª). Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, op. cit., p. 148.

68 Mario Ojeda, Retrospección de Contadora…, op. cit., p. 24. Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, op. cit., pp. 148-149.

69 “Discurso pronunciado por el presidente José López Portillo en la Plaza de la Revolución de la ciudad de Managua, Nicaragua, el 21 de febrero de 1982”, en Raúl Benítez y Ricardo Córdova, op. cit., p. 57.

70 Gabriel Rosenzweig, “El plan de paz para Centroamérica del presidente López Portillo”, Cuadernos de Política Exterior Mexicana, núm. 1, 1984, p. 105. Mario Ojeda, Retrospección de Contadora…, op. cit., p. 25.

71 Para un seguimiento de las diversas reacciones ante el plan de paz vid. Gabriel Rosenzweig, op. cit., pp. 105-109.

72 Mario Ojeda, Retrospección de Contadora…, op. cit., p. 26.

73 Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, op. cit., p. 156.

74 Mario Ojeda, Retrospección de Contadora…, op. cit., pp. 26-28. Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, op. cit., p. 157.

75 Antonio Carrillo Flores, op. cit., p. 11.

76 Emma Yanes Rizo, op. cit., pp. 77-78.

77 Mónica Toussaint, op. cit., p. 191.

78 Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez Olivera, op. cit., p. 138.

79 Mónica Toussaint, op. cit., p. 202.

80 Idem.

81 Ibid., p. 206.

82 Ibid., pp. 206-207.

83 Ibid., p. 207.

84 Idem.

85 Idem.

86 Ibid., p. 208.

87 Idem.

88 Idem.

89 Ibid., p. 209.

90 Ibid., p. 235.

91 Ibid., p. 248.

92 Ibid., p. 191.

93 Ibid., p. 205.

94 Ibid., pp. 203-205.

95 Ibid., pp. 479-480.

96 Ibid., pp. 483-484.

97 Ibid., p. 491.

98 Ibid., p. 494.

99 Ibid., pp. 493-494.

100 Ibid., p. 212.

101 Ibid., p. 251.

102 Ibid., p. 267.

México ante el conflicto Centroamericano: Testimonio de una época

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