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Capítulo 1

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HAY DEMASIADOS.

La enfermera Ellen Silverton alzó los ojos y suspiró. Llevaba una semana haciendo malabarismos con niños y cunitas, pero el doctor Jock Blaxton no era estúpido.

Aunque quizá podía seguir intentándolo por Tina. Tina Rafter era la última doctora que había entrado en Gundowring y si había problemas, su estancia sería la más breve del hospital. Ellen pensó en la conversación que habían tenido una semana antes. Tina estaba pálida y a punto de ponerse a llorar.

–Dejaré el trabajo, Ellen. No puedo seguir así. No se puede tener a otro niño más.

–Claro que se puede. Nadie notará la existencia de un niño más.

Nadie, excepto Jock Blaxton, que era demasiado inteligente para su propio bien. El hombre parecía tener ojos en la nuca. ¿Cómo podría distraerlo?

–¿Qué demonios quieres decir, Jock, cariño? –preguntó Ellen.

–Ellen, no me vengas con zalamerías –replicó, agitando acusadoramente las notas que llevaba en la mano–. Está pasando algo y no sé qué es. Sólo porque tengas veinte años más no…

–Y conocí a tu madre –interrumpió Ellen, tratando de reprimir una lágrima en un intento de desviar la atención sobre el número de cunas.

–Jock, tu madre era una mujer estupenda. Era mi mejor amiga…

–¡Ellen, deje de intentar distraerme! Enfermera Silverton, quiero saber ahora mismo qué pasa en el hospital.

–¿Qué demonios va a pasar?

El doctor Blaxton frunció el ceño con impotencia. ¿Estaba imaginando cosas? Gundowring era un hospital donde nunca pasaba nada. Situado en la costa sur de Gales, nutría las necesidades de más de cuatrocientos kilómetros cuadrados, pero era un lugar tranquillo, bañado por el sol.

De hecho, Gundowring era un lugar demasiado tranquilo para Jock Blaxton. Él había nacido allí y pasó los diez primeros años de su vida hasta la muerte de su madre. Veinte años después volvió para trabajar como obstetra en el hospital.

Jock había vuelto debido a los recuerdos de una infancia feliz al lado del mar y porque su mejor amigo, Struan Maitland, trabajaba como director del hospital. Struan había estado buscando desesperadamente un obstetra y había insistido mucho en que Jock aceptara el puesto. Y también porque Jock estaba inquieto… buscando a alguien a quien ni siquiera podía nombrar.

Pues bien, buscara lo que buscara, tampoco lo había encontrado en Gundowring. Jock se había esforzado mucho por adaptarse allí, pero era incapaz de aceptar la quietud de la pequeña localidad. Acababa de volver de Londres y Londres le gustaba. Blaxton quería acción en su vida y estaba decidido a encontrarla.

Pero de momento tenía que solucionar algo que estaba pasando allí. Debía concentrarse y no dejar que Ellen le confundiera. ¿Qué demonios le ocultaban?

–De acuerdo, si no me dices… –Jock tomó la carpeta que contenía las historias de los pacientes–. Hablemos claro, ¿de acuerdo? Esta historia pertenece a Jody Connor. Jody Connor ha nacido hace dos días –el hombre se dio la vuelta hasta que encontró la cunita con el nombre–. Y Jody está aquí –el hombre colocó el historial en la cesta rosa de Jody y continuó.

Ellen tragó saliva. Las cosas se estaban poniendo feas, pensó. Tina iba a tener problemas serios.

–Voy… voy a llevar al pequeño Benjamín a su madre –dijo la mujer, dirigiéndose hacia la próxima cuna–. Ya es su hora de comer. Y Lucy Fleming debería de tomar otra sesión de rayos…

Jock puso una mano sobre el hombro de Ellen y la detuvo.

–Deja a cada bebé en su sitio –ordenó el doctor–. ¡Ellen, siéntate!

–Bueno, es que…

–¡Siéntate!

La mujer se sentó finalmente.

–¡Me siento como si fuera un perro!

–Eres más que eso. Te conozco, Ellen Silverton y eres testaruda, valiente y se te da bien hacer el papel de inocente, pero… –el hombre hizo un gesto con la cabeza al ver que la enfermera comenzaba a levantarse–. No. Esta sala está bajo mi responsabilidad. Todas las enfermeras de noche me rehuyen y quiero saber por qué.

–Si quieres decir que te evitan, te puedo decir la razón. Tienes fama de…

–¿Fama? –repitió Jock, colocando los historiales en cada cuna–. ¿Qué quieres decir con eso?

–Si no sabes lo que opinan de ti, entonces eres menos inteligente de lo que yo creía –contestó Ellen, observando a Jock yendo de una a otra cuna.

Ella había hecho todo lo posible. Él iba a descubrirlo y si lo contaba… ¿Lo contaría? ¿Cómo saberlo? Desde luego ella no. Después de doce meses trabajando con él, seguía siendo un desconocido para ella.

Hubo un tiempo en que lo conoció bien. Jock había sido un niño estupendo, recordó. La madre de Jock era muy amiga de Ellen y Jock había crecido con sus propios hijos. Cuando la madre murió, al cumplir Jock los diez años, el padre sufrió una depresión y se lo llevó a vivir fuera. Ellen estuvo sin ver a Jock durante veinte años, hasta que éste volvió como un obstetra reputado, mucho más reservado y enigmático de lo que ella recordaba.

Y mucho más alto…

Medía casi dos metros y tenía un cuerpo impresionante. Con músculos y más músculos… Su cabello era negro y su rostro de facciones duras. Los ojos, de un azul oscuro, parecían los de un águila. La boca reía cuando menos lo esperabas, con una risa tan contagiosa que tenías que unirte a ella.

Sus pacientes lo amaban y todas las enfermeras solteras estaban enamoradas de él, sin dejar de preguntarse por qué seguía sin pareja y desaparecía a Sydney cada vez que podía. Ellen sabía que tenía problemas. Fantasmas del pasado que lo perseguían y le mantenían apartado de todos. Era como si tuviera miedo de comprometerse con la vida. Con el amor…

Pero nada de eso tenía que ver con el problema que Ellen tenía en ese momento. ¿Cómo explicar la existencia de una cuna de más? No podía.

–Si no puedo llevar a Benjamín a su madre tendré que explicarle lo que está pasando. Estará despierta preguntándose…

Pero Jock no era fácil de convencer. Tenía en la mano una última carpeta y había visto la cuna que le correspondía.

–Jason, aquí tienes –dijo a un bebé de una semana que lo ignoro por completo. Luego se giró. Sobraba una cuna. No se había equivocado, había un bebé de más.

–Tengo que irme…

–¡Ellen, quédate! –gruñó Jock, dirigiéndose hacia la cuna cuya cesta rosa no tenía el historial–. Sabía que tenía razón –dijo satisfecho, con los ojos brillantes–. Mis matemáticas no son del todo malas. Así que, ¿quién eres tú, pequeña?

El bebé era una niña diminuta, quizá de cuatro o cinco semanas, que no hizo caso a Jock. Su rostro pequeño parecía concentrado en dormir. Tenía la cabeza cubierta por un pelo fuerte y un rostro precioso.

–Ellen…

–Doctor Blaxton, de verdad tengo que irme –repitió Ellen, ya en la puerta.

–No –protestó Jock, poniendo las manos sobre la cuna del bebé–. No hasta que me la presentes.

–Tengo que buscar a…

–¿La historia? –terminó por ella Jock, con un brillo en los ojos–. Te repito que no está. Ya he revisado todas las historias y esta pequeña no tiene.

–Tiene que haber.

–Ellen…

–Mira, si crees que tengo tiempo que perder, intentando…

Ellen dio dos pasos y trató de pasar, pero Jock bloqueó la puerta.

–Ellen, ¿quién es esta niña? ¿Nos hemos convertido en una guardería?

–No seas estúpido.

–Ellen, no tiene ninguna pulsera con su nombre –la voz de Jock era implacable–. No tiene historial y no la conozco. Por mucho que lo intento, no la recuerdo. Nunca he visto a esta niña antes.

–Es paciente de Gina –declaró Ellen, sabiendo que lo que decía no podía ser creído.

Gina era la doctora Gina Buchanan, la pediatra del hospital. Gina estaba casada con Struan Maitland, el director del hospital y Gina y Struan estaban de vacaciones.

Jock hizo un gesto de impaciencia.

–Ellen, sabes de sobra que Gina está fuera. Ella y Struan se fueron de vacaciones hace dos semanas y antes de irse, Gina me habló de cada recién nacido. De esta niña no me dijo nada.

–Tiene cinco semanas.

–Cinco –repitió Jock, tomando a la niña en brazos.

Ellen pensó que Jock tenía unas manos suaves, cariñosas… ¿Sería cariñoso en ese momento?

–Entonces la conoces –dijo suavemente–. ¿Tiene nombre?

Ellen alzó la barbilla.

–Se llama Rose.

–Rose –repitió Jock.

El bebé se estiró y su pequeña carita se iluminó con una sonrisa. Jock no pudo evitar sonreír a su vez.

–Sí. Entiendo por qué la llaman Rosa. Es un bonito nombre para una niña preciosa –luego su voz cambió–. Ellen, ¿puedes decirme qué demonios está pasando aquí?

–Yo no…

–Deja de decir estupideces, Ellen. Quiero saber quién es y lo quiero saber en este momento. Quiero saber si le pasa algo y si no tiene nada, quiero saber por qué una niña aparentemente sana está aquí en este hospital. Cuéntame.

–Pero…

–Ellen.

Ellen suspiró. Y volvió a suspirar.

Luego, por fin, levantó el rostro y se encontró con la mirada de Jock. La enfermera Silverton no se acobardaba con nadie y conocía a Jock desde que era un crío.

–De acuerdo, Jock. Como te dije, su nombre es Rose y la estamos cuidando por Tina.

Jock estuvo a punto de dejar caer a la niña. La miró asombrado y luego volvió a mirar a Ellen.

–Tina… ¿La doctora Rafter?

–Sí, la doctora Rafter –contestó con voz débil–. Aceptamos…

–¿Quién aceptó?

–Está bien, yo acepté…

–¿Aceptó cuidar a la hija de la doctora Rafter?

–Tenía que dejar su trabajo de noche si yo no lo hacía –le explicó–. Jock, tú no entiendes. Tina está desesperada. No podía permitirse pagar…

–¿No puede pagar a alguien que la cuide? –preguntó con rostro incrédulo.

–Jock, no entiendes –repitió Ellen–. Tina está…

No siguió.

–Tienes razón, no lo entiendo –dijo Jock mientras su rostro adquiría un semblante peligroso–. La doctora Rafter lleva trabajando aquí sólo dos semanas. Ellen, hicimos algunas entrevistas para el puesto y no mencionó que tuviera una hija.

Ellen se puso derecha.

–No, ¿pero habría cambiado algo las cosas?

–Por supuesto que sí. Si hubiéramos sabido que dependía de nosotros para cuidar de esto…

–¡Doctor Blaxton, Rose no es una cosa! –protestó Ellen–. Esta niña se llama Rose y es preciosa. Y tú no tienes derecho a culpar a Tina. Le dije que a mí no me importaba tenerla aquí. También le aconsejé que no la mencionara…

–¿Por qué demonios… ?

–Porque sabes que Wayne Macky nunca aceptaría que Tina la tuviera aquí. No sin el permiso de Struan, y Struan estará fuera tres meses.

Los ojos de Jock se agrandaron.

–Pero, Ellen, Tina es sólo una interina y no tiene derecho a aceptar un contrato de unos meses si eso implica que tenemos que cuidar de su hija.

Jock estaba muy enfadado, pero Ellen era una irlandesa de fuerte temperamento.

–¡Ya es suficiente! Tina no es sólo una empleada. Sabes perfectamente que es del pueblo. Todos la conocemos.

–Yo no la conozco –dijo Jock–. Tina tiene veintiocho años, seis años menos que yo, lo que quiere decir que tendría cinco años cuando yo me marché. De manera que, a diferencia de ti, soy objetivo con ella.

–Y no te cae bien…

–Y no me cae bien –afirmó–. Ya le dije a Struan que me preocupaba que ella trabajara aquí. No es una persona seria y responsable. Incluso en un contrato de varios meses yo quiero una persona entregada y ya ha llegado varias veces tarde.

–Jock, Tina tiene familia aquí y la necesitan. Por eso quería este puesto…

–Ella dijo que eligió entre dos trabajos.

–Es cierto –contestó Ellen desesperada–, pero también necesita tiempo para estar con la familia. Y para cuidar de su hija…

–Y pensó que nosotros seríamos una posibilidad cómoda.

–No –aseguró Ellen–. Tina conoce a Wayne Macky, el contable del hospital, y sabe que nunca lo aceptaría. Cuando comenzó no pensaba que fuera a necesitar que le cuidaran por la noche a la niña. Cuando se enteró, quiso dejar el trabajo, pero… –Ellen se sonrojó–. Yo sabía lo mucho que necesitaba este trabajo y también lo sabían las enfermeras. Conocemos de siempre a Tina. Y si tú se lo dices a alguien…

–Te refieres a Wayne…

–Sí –contestó, con las manos en las caderas–. Sabes que Wayne lo llevaría a la directiva y…

–Echarían inmediatamente a la doctora Rafter y a su hija de aquí.

–Así es. Y si no te importa…

–¿Pero cuál es el problema entonces? ¿Qué cuidemos de Rose cada noche?

–Así es.

–Esa chica es un poco aprovechada.

–¡Lo necesita! Sé que no te gusta Tina, pero no sé por qué. Ella es una chica estupenda, si fueras un poco más agradable…

–Ellen, nosotros no tenemos un servicio de guardería aquí. Sabes que estamos siempre faltos de camas y si la niña se pusiera enferma…

–Jock… –Ellen se mordió los labios, sabiendo que en ese punto no podía defenderse.

Sabía que si la niña se contagiaba con algo sería un problema para ambas, para ella y para Tina. Aunque Tina no tenía otra posibilidad. Tina sabía que corría riesgos, pero sabía también que la desesperación la había llevado a dejar a la niña allí.

–Escucha, Ellan, no aceptaré la responsabilidad de una niña durante los tres meses que dura el contrato de la doctora Rafter, y no es justo que espere que lo aceptemos. Le pagamos un sueldo justo y ella es adulta como para saber lo que conlleva tener un hijo. Así que ahora lo que tiene que hacer es contratar a una niñera.

–Pero…

–No, Ellen –insistió Jock, apretando al bebé en los brazos–. Sé que tienes un gran corazón. Puede que no seas capaz de decírselo, pero no aceptaré algo así. Iré ahora mismo a hablar con ella.

–Jock, ¿por qué no te cae bien Tina?

–Porque es una inconsciente y no se toma en serio su trabajo. Y descubrir la existencia de esta niña es lo que me habría esperado de alguien como ella. Tenía que habérmelo imaginado. Tuvo que haber alguna razón para que ella se marchara de la ciudad. Fue su única salida.

Dicho lo cual se dio la vuelta y se dirigió al pasillo, sin despedirse de Ellen.

Tina Rafter…

Jock caminó por el pasillo con una expresión intensa en la mirada, pensando en aquella muchacha.

Él se había opuesto desde el principio a que trabajara allí. Le parecía demasiado joven… Aunque su currículum dijera que tenía casi veintinueve años, era difícil de creer.

¿Por qué habría aceptado el trabajo? Jock imaginaba que habría alguna razón para que ella interrumpiera su carrera como anestesista y se pusiera a trabajar como interina. Es más, le molestaba no poder adivinar qué era.

No podía preguntarle. Jock recordó el día en que Struan la presentó en la sala de empleados.

Tina se había mostrado alegre y cariñosa con todo el mundo, y, a primera vista, Jock pareció también contento de conocerla. Desde luego que era bonita. Era delgada y a la vez con curvas, con una sonrisa que iluminaba todo su rostro y un pelo de color rojizo cuyos rizos le caían por los hombros. Tenía un caminar suave y ágil y enseguida causó buena impresión.

Pero cuando Struan cruzó la sala para presentársela a Jock, el rostro de Tina se quedó helado. Sus preciosos ojos verdes de repente se ensombrecieron con un gesto de preocupación.

La mirada aquella sorprendió a Jock. Él no estaba acostumbrado a que las mujeres reaccionaran de aquella manera. Durante aquellas dos semanas, se había intentado convencer de que eran imaginaciones suyas, pero no se equivocaba. A aquella mujer, por algún extraño motivo, él le disgustaba, y el disgusto bordeaba el desprecio.

Jock había hablado de ello con Struan. Le comentó que tal vez la muchacha tuviera problemas que ellos desconocían, Pero no le hicieron caso. Struan, Wayne Macky y otro médico antiguo del hospital la conocían desde jovencita y confiaban en ella, a pesar de Jock.

–Incluso podemos convencerla de que siga trabajando aquí con contrato fijo –había dicho Struan, antes de marcharse–. Sus antecedentes son limpios y podíamos contratarla como anestesista. Sólo tiene que hacer el examen y…

–Esa es otra cosa que no entiendo –le había dicho Jock–. ¿Por qué demonios interrumpe sus estudios para trabajar como interina?

–Problemas de familia –le había contestado Struan, sin más explicaciones–. Pero intenta convencerla para que se quede. Ya sabes que Gina y Lloyd tienen mucho trabajo y necesitaríamos otro anestesista.

Jock sólo pudo asentir. Se le ocurrió pensar que el director podía no renovarle el contrato. Pero el desprecio en aquellos ojos le confundía, no entendía el motivo. Y, para empeorar las cosas, en ese momento descubría que tampoco les había confesado la existencia de la niña… No les decía que era una madre soltera.

Aunque eso sí que podía entenderlo. Wayne, como presidente de la directiva del hospital no la perdonaría. A Jock no le importaba que tuviera una hija sin estar casada, decidió mientras iba por el pasillo. Pero si tenía pensado que se la cuidaran ellos…

La boca de Jock se hizo una línea apretada. Abrió las puertas de cristal de la sala y fue a su encuentro. Escogió el peor momento. Tina estaba siendo besada apasionadamente. Jock se detuvo y miró asombrado… luego observó.

¿A quién diablos besaba? No podía verlo. Tina era delgada y baja. Su falda y su blusa estaban cubiertas por la bata blanca y se apretaba contra un cuerpo masculino. Lo único que Jock alcanzaba a ver eran las piernas delgadas y el cabello revuelto cayéndole por los hombros. El resto estaba tapado por el hombre.

¿Y el hombre? Parecía un campesino. Era grande, fuerte e iba mal vestido. Parecía llegar directamente de cuidar vacas. Besaba a la muchacha con pasión y ella parecía responder con el mismo entusiasmo. Jock sintió en su mismo cuerpo la pasión entre hombre y mujer.

Afortunadamente la rabia lo salvó. ¡Justo a tiempo!

–¿Qué diablos pasa aquí?

La pareja se apartó de mala gana. Aunque no demostraron vergüenza o culpabilidad. El hombre se volvió y Tina le sonrió. Sus ojos verdes estaban vivos de placer y malicia.

–Harry Daniel, esto no está bien. Te dije un beso de amigo.

–Me he aprovechado –contestó Harry tranquilamente, soltando una carcajada y mirando al doctor.

–¡Se lo diré a Mary! –replicó la muchacha.

–Hazlo si quieres. Tú serás nuestra madrina de boda y ella nunca te creerá. Además… –Harry miró con placer a Tina–. Desde el mes que viene intentaré ser fiel a mi preciosa Mary. Ésta es mi última oportunidad de divertirme.

–¿Es eso lo que soy? ¿Una diversión?

El campesino se quedó pensativo y sonrió.

–Bueno, diver… Yo diría que…

Jock preferiría no haber estado allí. Miró a Harry Daniel. Lo conocía. Era un campesino de la localidad que estaba comprometido con Mary Stevenson, la maestra.

–¿Pero qué… ?

Por fin lo miraron y Harry hizo una mueca. Tina no se inmutó. Tan pronto como vio a Jock la sonrisa de sus labios se apagó. Se apartó de Harry y se dirigió hacia la bandeja que estaba preparando.

–Ya está, Harry. Vuelve el viernes y te quitaré los puntos. La cicatriz se curará pronto y estarás guapo para la boda.

Jock volvió a mirar a Harry y notó por primera vez la cicatriz en la mano del campesino.

–¿Qué te ha pasado?

–Tuve una pelea con una máquina, doctor. Me ganó ella. Nunca se puede ganar a esas máquinas infernales.

–¿Y la doctora Rafter le besó para curarlo? –preguntó, con un matiz de desaprobación.

Harry no pareció darse por aludido.

–Le dije que lloraría si no lo hacía. Que me diera ánimos para aguantar los puntos, ya sabe. Me dijo que me daría un beso al final si no gritaba y no lo hice. Nuestra Tina es la mejor. Espero que siga contando con ella cuando acabe su contrato, doctor. Ella querría que no terminara nunca.

El hombre hizo un gesto cariñoso a Tina con la mano herida y se marchó.

Hubo un silencio.

Detrás de la mesa, Bárbara, la enfermera jefe, miró con curiosidad a Jock y luego a Tina. Había estado viendo el beso de Harry y Tina y al parecer le había gustado mucho, pero en ese momento pensó que no debería quedarse. Era inteligente. Así que se fue hacia el área de recepción, aunque teniendo cuidado de mantenerse cerca para escuchar.

Tina estaba ordenando las bandejas, pero en ese momento vio lo que Jock sostenía en brazos.

La puerta se cerró detrás de Harry y Tina dejó un vaso en la bandeja y dio un paso hacia Jock.

–Rose –dijo con suavidad, extendiendo los brazos al bebé–. ¿Ha pasado algo?

La cara de Jock tenía una expresión fría y ella no tuvo la valentía de dar otro paso. Tuvo miedo y recordó a Ellen, que le había asegurado que no habría ningún problema. Pero Tina conocía al canalla de Jock Blaxton. ¡Era un maldito canalla! Un hombre que había hecho mucho daño y allí estaba tan tranquilo, juzgándola. Bien, sólo había un modo de manejar la situación y Tina no iba a quedarse allí a esperar una bronca del doctor Blaxton. ¡De ninguna manera! Ella le había dicho a Ellen que no daría resultado y tenía razón. Así que se iría en ese momento. Recogería todo y se marcharía.

–¿Le importa que termine el turno o prefiere que me vaya ahora mismo?

Silencio.

–¿Qué me dice? –insistió, tras unos segundos, mientras se acercaba para tomar a Rose en sus brazos.

Rose seguía durmiendo. Ella miró a la niña y sintió un amor tan grande dentro que estuvo a punto de emocionarse. ¡Y ese maldito canalla! Había hecho tanto daño…

–Me iré ahora –dijo finalmente.

Jock se quedó mirándola, visiblemente enfadado.

–¿Quién se va a encargar del turno de noche? –preguntó él–. Su contrato es de tres meses, señorita Rafter.

–No.

–¿Qué significa eso?

–Quiere decir que tengo problemas personales más importantes y que algunas veces los problemas personales son el motivo de que se incumplan los contratos. En este caso ningún abogado me puede obligar a que lo finalice. También significa que no esperaré ninguna amabilidad por su parte, Jock Blaxton. Ellen me dijo que me equivocaba con usted y que reaccionaría bien si descubría lo que estábamos haciendo. Fui una estúpida por hacerle caso.

La muchacha tomó aire.

–De manera que… Me llevaré ahora mismo a Rose a casa y cobraré el jueves. Significa que tendrán que trabajar más durante un par de días, hasta que encuentren a otra interina, pero me imagino que sobrevivirá, doctor Blaxton. ¡Incluso puede sentarle bien!

Se giró sobre los talones y caminó hacia la puerta.

Pero Jock se acercó rápidamente y puso una mano sobre su hombro.

–Espere un minuto.

–No voy a aguantar ninguna bronca suya, Jock Blaxton –declaró Tina, dándose la vuelta–. Ya ha hecho suficiente daño a esta pequeña. Fui idiota dejándola cerca de usted. Y ahora déjeme pasar.

Los ojos de Jock se oscurecieron y la mano que tocaba el hombro de Tina se hizo más pesada.

–No entiendo.

–No. Esa es su especialidad.

–Tina… –Jock se apresuró tras la muchacha, obligándola a que diera la vuelta y lo mirara.

Detrás de ellos, la enfermera se asomó por la ventana de recepción.

–Escuche, ¿le importaría contarme qué demonios está pasando aquí? –exigió él–. Descubro a mi personal cuidando de su hija ilegítima, hija de la que no nos habló al aceptar el trabajo, y ahora reacciona enfadándose como si fuéramos nosotros los que estamos equivocados. Usted siempre parece estar enfadada conmigo desde que nos conocimos. Y…

Pero Tina no pudo seguir escuchando.

–¿Mi hija ilegítima? ¿Mi…?

–Pero ¿qué…?

Pero Tina no podía hablar. Estaba fuera de sí. Levantó su mano libre y le abofeteó tan fuerte como pudo. Y luego le empujó para pasar, todavía con la pequeña Rose contra su pecho.

Antes de que Jock pudiera recuperarse, Tina había desaparecido dentro del aparcamiento. Poco después oyó que arrancaba un coche y se quedó allí confuso, viéndolo desaparecer en la lejanía.

Fantasmas del pasado

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