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Capítulo 2

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JOCK apenas tuvo tiempo para pensar en la extraña reacción de Tina durante el resto de aquella noche. Estuvo demasiado ocupado. Lo normal era que por la noche sólo se quedara un médico de guardia. Aquella noche le tocaba a Tina Rafter, que se había marchado, perdiendo su empleo, por lo que Jock tuvo que sustituirla, además de ejercer de obstetra cuando fue necesario.

Y fue necesario. Después de atender a una anciana con un ataque de ansiedad debido a la incapacidad de conciliar el sueño, Jock tuvo que atender un parto. El parto fue, además, complicado y tuvo que utilizar el fórceps. De modo que a las siete de la mañana Jock estaba exhausto.

A esa hora vio a Ellen, que ya se había cambiado, y se disponía a marcharse.

La mujer miró a Jock con gesto recriminatorio. En los hospitales de las pequeñas ciudades el respeto de las enfermeras por los médicos se desdibuja. Y si a eso se añade que Ellen había tenido a Jock en sus rodillas cuando éste era un niño, el resultado era que ese respeto desaparecía por completo.

En esos momentos era evidente que la enfermera Silverton estaba muy enfadada.

–Doctor Blaxton, no había ninguna necesidad de que despidiera a la doctora Rafter. La enfermera jefe de guardia me dijo lo que había pasado. Me contó que usted había despedido a Tina sin dejarle que se explicara siquiera… Jock, si tu madre pudiera verte ahora, se avergonzaría de ti.

Jock cerró los ojos. Se había pasado toda la noche del domingo atendiendo un parto. Toda la mañana del lunes en la consulta. La noche del lunes estaba a punto de acabar agotado. ¡No podía más!

–Ellen, yo no despedí a Tina –dijo, con los dientes apretados–. Fue ella quien se marchó. Y por lo que a mí concierne, me alegro de que así sea.

–Eso no es verdad.

–Sí que lo es. Es frívola, flirtea con los pacientes, es impuntual, incompetente y espera que el hospital se ocupe de su hija ilegítima debido a que ella es tan irresponsable que no se puede ocupar de la niña. O una tacaña, que no quiere pagar la guardería. No tengo ni idea de dónde estará el padre, pero tampoco me sorprendería que no supiera siquiera quién es.

Ellen se quedó mirándolo fijamente.

–Y ahora, si has terminado, ocúpate de decir al señor Macky que vaya buscando una sustituta para la doctora Rafter antes de irte –dijo Jock, con voz cansada–. Necesito desayunar algo y tengo consulta a las ocho.

–¿Te golpeó? –preguntó Ellen, que por fin pudo hablar. En la mejilla de Jock se podía ver la marca de cuatro dedos, pero en el tono de la mujer no había ninguna compasión–. Bárbara me dijo que ella te había golpeado. ¿Te dio fuerte?

–Sí que lo hizo. Y debería denunciarla. De todas…

Pero no pudo terminar. Ellen Silverton se adelantó y le dio una sonora bofetada en la otra mejilla.

–De parte de tu madre. Y mía también. Y ahora si quieres despedirme, adelante. Soy demasiado mayor para estar complaciéndolo, doctor Blaxton. De todos los arrogantes y autoritarios… Deberías avergonzarte.

–Debería…

–Sí, deberías –Ellen le obligó a sentarse en una silla. Él, asombrado, cedió–. Siéntate, Jock, y cállate y escucha.

–Pero…

–Ni una palabra más hasta que acabe –Ellen estaba furiosa–. En primer lugar, Tina es una chica estupenda. Y no sabes por lo que ha tenido que pasar…

–Yo no…

–Silencio, doctor Blaxton. En segundo lugar, Rose Maiden no es la hija de Tina. Así que no es extraño que te abofeteara al acusarla de ser la irresponsable madre de una niña ilegítima. ¡Después de lo que está haciendo por ella! Y la acusas de promiscuidad…

–Le vi besando a Harry Daniel en…

–Ya lo sé. Bárbara me lo dijo. Y también me dijo que tú parecías celoso. Tina y Harry han sido amigos íntimos desde pequeños y Harry va a casarse el mes próximo con Mary, la mejor amiga de Tina en el instituto. Así que no creo que sea promiscua por besar a ese hombre.

–Pero si Rose no es hija de Tina…

–Ya te dije que Rose era hija de la hermana de Tina.

–Y entonces, ¿por qué no cuida la hermana de su propia hija?

–No puede. Christie fue internada en un hospital de Sydney hace una semana por agotamiento y depresión posparto.

–No…

–¿No qué? ¿No te lo crees? Tú prefieres pensar que Tina es una frívola y una promiscua? ¿Es eso? –protestó Ellen–. Y yo que pensé que eras un buen hombre… Me avergüenzo de ti y tu madre se revolvería en la tumba si pudiera ver en lo que te has convertido.

Ellen se dio la vuelta y se marchó.

–¡Ellen!

La voz de Jock, la desesperación en ella, hizo que Ellen se detuviera.

–Ellen, creo que es mejor que me digas lo que está pasando. De acuerdo –continuó, mientras ella se daba la vuelta–, puede que me haya hecho una opinión equivocada, pero… si supiera qué es lo que pasa…

–Doctor Blaxton, no es asunto mío…

–Ellen.

–¿Sí?

–Siéntate. Y ahora cuéntamelo todo, por favor. ¿Quién es la hermana de Tina?

Ellen dio un suspiro. Puede que no todo estuviera perdido. Puede que si ella hiciera un esfuerzo…

–La hermana de Tina se llama Christie Maiden. Vive fuera de la ciudad, en una granja.

–Entiendo –mintió él–. O sea que Christie tuvo una hija, Rose, aquí hace cinco semanas.

–Sí.

–Eso debió de ser mientras yo estaba de vacaciones en Londres.

Seguía sin entenderlo. Como único obstetra del distrito conocía a todas las mujeres embarazadas, o eso pensaba. Y nunca había oído hablar de esa tal Christie Maiden.

–Entonces… la debió de atender en el parto Henry Roddick, ¿no es así?

Era el médico a quien él había pagado una fortuna para que se encargara de todo mientras él estaba fuera.

–Si tú no la atendiste, me imagino que fue Henry –replicó Ellen–. Yo imaginé que habías sido tú. Eso es lo que me dijo Tina, pero yo también estaba fuera.

–Pero… –Jock hizo un gesto con la cabeza–. Si tuvo el niño aquí, si Christie es alguien de aquí, ¿cómo es que no la conozco? Yo estuve sólo dos semanas fuera. ¿Cómo es que no le hice las revisiones normales?

–Puede que no se hiciera ninguna –dijo Ellen–. Tuvo problemas desde el comienzo.

–¿Por qué?

Ellen se encogió de hombros y dio un suspiro. Luego extendió las manos.

–Es una larga historia.

–Puedes intentar contármela.

–La verdad es que no lo sé todo, pero creo que… Tina dice que el marido de Christie se marchó cuando estaba de dos meses. Vivían en una granja como a diez kilómetros de la ciudad y apenas hay casas alrededor. Ya tenían dos hijos, uno de cuatro y otro de dos. En lugar de buscar ayuda, Christie trató de salir adelante ella sola. Casi nadie en la ciudad se enteró de que Christie estaba embarazada. Yo tampoco. Nadie la vio.

–Pero terminó viniendo aquí.

–Eso creo.

–¿Tenemos el historial?

–Estará en el archivo. Puedes buscarlo si quieres.

–¿No crees que me interesa? –preguntó Jock, con el ceño fruncido–. ¿Crees que me da igual?

–Yo no he dicho eso.

–Pero lo crees y desapruebas mi reacción. ¿Por qué no me lo contaste desde el principio? ¿Y ahora por qué se ha ido Tina?

–Ella está cuidando de los niños. Buscó este trabajo porque estaba preocupada por su hermana que, efectivamente, tuvo que ingresar en el hospital. Así que Tina se ha quedado a cargo de los otros dos. Me imagino que Tina está pagando a una chica para que la ayude y poder dormir algo durante el día, pero esa chica no puede quedarse por la noche, de manera que Tina se trae aquí a Rose.

–¿Y quién más lo sabe?

–Sólo las enfermeras de guardia.

–¿Y Gina y Struan?

–No. Saben por qué Tina volvió, pero no saben que trae a Rose al hospital.

–¿Por qué no?

Ellen se encogió de hombros.

–Christie no estaba en el hospital todavía cuando ellos se marcharon. Además Tina no quiere que mucha gente sepa que su hermana necesita tratamiento psiquiátrico. Esta es una ciudad pequeña donde se juzga mucho a las personas. Bueno, quizá no mucho, pero Christie tiene miedo de que a raíz de esto la puedan considerar una enferma mental. Al parecer ni siquiera quiso que la atendieran aquí, Tina la tuvo que llevar a Sydney.

–¡Diablos!

–Es cierto. ¿Lo crees? Y tú lo has puesto mucho peor. Y ahora, si me disculpas, será mejor que me vaya. Si quieres que te llame a la agencia de interinos antes de irme…

–Déjalo –contestó Jock pensativo–. ¿Podrías…? ¿Podrías pedir a Tina que volviera al hospital? ¿Decirle que entiendo lo de la niña?

–No.

–¿Por qué no?

–Porque si quieres que vuelva, creo que tendrás que ser tú quien se lo pida. Ella es muy orgullosa y tú la echaste, Jock. Tú lo solucionas.

Eran las cinco de la tarde cuando Jock llegó a la granja de la hermana de Tina. Había encontrado la dirección en su historial médico, pero no estaba bien detallada. Así que le fue difícil llegar y al hacerlo, tampoco estaba seguro de haber llegado al lugar correcto.

La casa estaba situada en las estribaciones de las montañas. Era un edificio destartalado rodeado de eucaliptos y helechos por todas partes.

Había gallinas flacas y una vaca de mirada triste que observó el coche de Jock. ¿Había llegado al lugar que buscaba? Jock estuvo a punto de darse la vuelta, pero oyó una risa procedente de la parte trasera de la casa. Era una voz infantil.

–Estoy viendo a Ally…

Entonces Tina salió desde detrás de la casa. Aunque no era la doctora limpia de bata blanca que Jock conocía. Iba vestida con unos vaqueros viejos y una camiseta. No llevaba zapatos y su pelo rojo flotaba al viento. En los brazos llevaba un bulto enrollado que sujetó con una mano para subir los escalones del porche de entrada a la casa corriendo.

–¡Te hemos visto, Ally Maiden! Ahora te toca a ti –entonces Tina bajó los escalones de nuevo y se dirigió hacia un lado de la casa, donde había un pequeño que comenzó a gatear tras ella.

Todavía con el bulto en uno de los brazos, tomó al pequeño y lo puso en la cadera con la mano libre.

–¿Qué te parece, Tim? Hemos encontrado a Ally –dijo Tina, con una sonrisa de triunfo y dando una vuelta completa para regocijo del pequeño.

Pero Tim había visto a Jock y miraba el coche deportivo con la boca abierta.

–Un coche, tía Tina. ¡Un coche!

La tía Tina se dio la vuelta y se quedó helada. No vio el coche deportivo, sólo vio a Jock. Al doctor Jock Blaxton en persona. ¡Jock Blaxton allí! Su peor pesadilla la perseguía. Entonces Ally llegó corriendo. Era una niña de unos cuatro años con el mismo cabello de su tía.

–Creí que nunca me encontrarías. Estuve mucho tiempo escondida…

Entonces también ella vio a Jock. Se detuvo y miró… y luego se dirigió a Tina y la tomó de la mano. Ésta sólo quería meterse en la casa y cerrar la puerta. Aunque si cerraba de un portazo, la casa se caería en pedazos, pensó con amargura. No había ningún lugar seguro donde esconderse. Si se hiciera realidad el cuento del lobo que tira una casa soplándola, esa sería la casa.

Jock caminó por el sendero que llegaba a la casa. El viento movía su pelo oscuro y sus ojos azul oscuro estaban entrecerrados para evitar el sol de la tarde. Era un lobo de verdad. Tina retrocedió un paso y los niños se agarraron más a ella. Parecía asustada, pensó Jock. ¿Por qué?

–¿Tina? –dijo, deteniéndose al pie de las escaleras, observando al pequeño grupo.

Tina prefería que no subiera las escaleras. Parecían a punto de derrumbarse.

–Sí, soy yo –dijo, con una voz fría.

Luego se volvió hacia su sobrina, como si buscara algo que decir.

–Ally, éste es el doctor Blaxton. Es el hombre del que te hablé esta mañana. Doctor Blaxton, ésta es mi sobrina Alison, la llamamos Ally. Y éste es mi sobrino Timothy.

Jock notó los dos pares de ojos que lo miraban juzgándolo. La pequeña alzó la barbilla desafiante, como si lo conociera bien.

–Hiciste llorar a mi tía Tina –dijo severamente–. No nos gustas, doctor Blaxton. Aunque tengas un coche bonito creo que es mejor que te vayas.

Jock tragó saliva. Desde luego no se lo ponían fácil.

–No quería hacer llorar a tu tía.

–¿Entonces por qué lo hiciste?

–Me equivoqué.

Seis ojos lo miraban, bueno, ocho contando al bebé apretado contra el pecho de Tina. Todos eran de un verde intenso y todos tenían la misma luz detrás. Todos eran pelirrojos. Parecía que los niños eran hijos de la muchacha.

–¿Has venido a decirle que lo sientes? –preguntó Ally con curiosidad.

–No hace falta que diga que lo siente, Ally. No quiero sus disculpas.

–Te hizo llorar.

–Yo fui tonta. Tonta por enfadarme. El doctor Blaxton no tiene nada que ver con nosotros. No tenía por qué haber conseguido que llorara –entonces levantó también ella la barbilla y miró a Jock con ojos fríos y duros–. Por favor, váyase.

–Tina, lo siento –declaró Jock, con voz desesperada–. No tenía por qué haber supuesto que Rose era hija tuya… Fue…

–¿Viene a disculparse por eso? ¿Eso es todo? ¿Por sugerir que tenía una hija ilegítima? Ese no ha sido el único daño que ha hecho… –su voz se apagó, ahogada por la furia.

Luego hubo un silencio tenso. Ni los niños fueron capaces de hablar.

–Tina, no sé qué quieres decir.

–¿Me está diciendo que no sabe el daño que ha hecho?

–No.

–No sabe… –los ojos de Tina parecieron echar chispas–. ¡No lo sabe! Admite a mi hermana en el hospital, la atiende en el parto y le da el alta veinticuatro horas después. ¡Veinticuatro horas! Y sólo porque está en la seguridad social. A pesar de estar agotada al borde de la muerte, de estar muriéndose de hambre y de no tener a nadie que la ayude en casa. Por no mencionar la depresión. Pero usted la echó porque no puede ganar ningún dinero con ella y no le importa lo más mínimo cómo está.

Tina era una persona más bien baja, pero lo que le faltaba de estatura le sobraba de personalidad y fuerza.

–Así que no se preocupó por ella. Ni siquiera en los detalles más fáciles. No contactó con el centro de asuntos sociales para que enviaran alguien a su casa. No tuvo ninguna ayuda. Mi hermana llegó a casa después de una noche en el hospital y los vecinos le devolvieron a los otros dos niños. Nadie me llamó hasta dos semanas más tarde, que fue cuando tomé un avión en Brisbane para llegar y encontrarme…

Tina cerró los ojos.

–Esto fue lo que me encontré –apretó a los pequeños contra ella–. Mamá está enferma, ¿verdad? Pero ahora está en el hospital y se pondrá pronto bien. Mi hermana necesitaba un médico y no lo tuvo. Así que ahora… no lo necesitamos. No lo necesitamos para nada. Creo que será mejor que se vaya cuanto antes para que no me enfade más.

Hubo un silencio prolongado. Se oyó el grito de un pájaro procedente de los árboles que rodeaban la casa. Pareció una acusación. El mundo entero parecía acusar a Jock Blaxton.

Quizá el pájaro tuviera razón. Quizá Tina tuviera razón. ¡Maldita sea! Jock se sintió horriblemente culpable. Puede que no fuera tan responsable como Tina creía, pero era suficientemente responsable. Él necesitaba unas vacaciones y había contratado a Henry Roddich sin conocer bien su profesionalidad.

–Tina, yo no atendí a tu hermana en el parto –dijo con suavidad–. Yo estaba fuera. ¿De verdad te dijo ella que fui yo quien la atendió?

Tina abrió los ojos de par en par.

–Eso es una locura. Sí, me habló del doctor Blaxton…

–¿Estás segura de que no sabía que el médico que le correspondía era yo y me tomó por tanto por el doctor Roddick? Si estaba tan mal, puede que no escuchara bien el nombre del doctor que la estaba atendiendo.

–No… –Tina estaba pálida–. Creo…

–Tina, fue el doctor Roddick quien atendió a tu hermana. Después de que Ellen me contara que Rose era la hija de tu hermana, busqué el historial de tu hermana. Yo nunca vi a Christie. No vino a verme ni siquiera una vez durante el embarazo. De acuerdo a las notas de Henry, no había ninguna ficha de ella. El parto fue una sorpresa para Henry. Fue un parto normal y le dio el alta veinticuatro horas después. Él no encontró ningún motivo para que no se marchara.

Tina estaba con la boca abierta y los ojos le ocupaban prácticamente toda la cara.

–Quiere decir… que no fue usted.

–Así es.

–¡Oh, no!

–Creo… que los dos hemos cometido una injusticia –dijo Jock–. Deberíamos empezar de nuevo y aclarar lo que pasó.

Los ojos de Tina se cerraron momentáneamente. Luego los abrió despacio.

–Pero… le hice estar toda la noche trabajando. Tenía una mujer de parto y el resto de los pacientes. Tiene que estar agotado…

–He sobrevivido.

–Le he hecho daño.

–Lo merecía.

–No, no lo merecía –admitió sinceramente Tina–. No tenía derecho a llevarme a Rose al hospital. Ellen fue quién me dijo que podía hacerlo. Pero…

–Y yo tenía que haber sabido toda la historia antes de hablarle.

–¡Perdóneme!

La pequeña Ally, que había estado mirando a uno y a otro con visible impaciente tiró de la mano de su tía.

–Tía Tina, ¿te has hecho amiga del doctor Blaxton?

–No lo sé –dijo Tina, con una sonrisa débil–. Lo estoy pensando.

–Yo creía que el doctor Blaxton era…

–No digas nada, Ally. Creo que me he equivocado con el doctor.

–¿Eso quiere decir que podemos dar una vuelta en su coche?

Tina abrió la boca y luego la cerró. De repente, una sonrisa iluminó su rostro. La sonrisa que Jock había visto ofrecer a todos menos a él. La sonrisa que hechizó a Jock desde el primer momento y que hizo más doloroso su desprecio. Y ahora esa sonrisa era para él.

–¡Oh, Ally…! –Tina movió la cabeza y sus ojos se humedecieron–. ¡Maldita sea!

Dejó a su sobrino en el suelo y luego extendió la mano hacia Jock.

–Doctor Blaxton, no sabe lo agradable que es saber que no tengo que odiarlo –declaró.

«Lo mismo pienso yo».

Esa sonrisa estaba provocando sensaciones extrañas en el interior de Jock. Tomó la mano firme de Tina y las sensaciones se hicieron más fuertes. Esa muchacha era diferente a todas las que había conocido anteriormente. Tina no llevaba maquillaje. Sus ojos eran claros y brillantes. Sinceros. Tenía manchas de leche en la camiseta y el bebé estaba pegado a sus senos como si fueran suyos. ¡Esa era la típica escena que a él le habría hecho correr!

–¿Cómo… cómo está Rose? –consiguió decir. Y su voz sonó ronca.

–Como ve. Nos permite hacer todo, siempre que la llevemos a ella. Es muy sociable. Pero en este momento tiene sueño.

–¿Por qué… ? –su voz no le salía con firmeza–. ¿Por qué no está en el hospital con su madre? –preguntó, pensando que en los casos de depresión posparto separar a la madre del hijo empeora la situación–. No entiendo.

Había muchas cosas que no entendía. Una de ellas era por qué sus piernas le temblaban delante de aquella muchacha. Aquellos ojos… Pero el rostro de Tina volvió a ponerse triste…

–No creo… –la muchacha suspiró y la luz de sus ojos se apagó–. Puede que no entienda lo mal que estaba mi hermana cuando yo llegué –Tina acarició a la niña–. Ally, ¿por qué no vas con Tim a recoger algunos huevos? Si hacemos una tortilla al doctor Blaxton y lo tratamos bien, puede que os lleve a dar una vuelta en su coche.

–¿De verdad? –preguntaron ambos niños a la vez, mirando fijamente a Jock.

Jock extendió las manos y sonrió agradecido. Ese pequeño grupo era como una red de seda que lo estaba atrapando suavemente. Debería irse a casa y acostarse, pero esos ojos verdes…

–De verdad –contestó Jock–. Una vuelta en coche es muy poco pago a cambio de una tortilla.

Ally tomó a su hermano de la mano y ambos salieron corriendo hacia el gallinero.

Jock se quedó con Tina… y con el bebé.

Fantasmas del pasado

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