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Mi Papá


A mi Tío Alberto,

que nos ha dado ejemplo de rectitud,

que ha sido fiel a Dios,

a su familia y a nuestro país,

que quiso a mi Papá y gozó junto a él,

que representó para Jaime la figura paterna.


Jaime (abajo de primeras); Mi Mamá (Daisy) (detrás); Jorge, Mi Papá (Félix) alzándome (Marisol); mi Tía Emita, Alfredo y Luz Helena Forero (mi prima).

Mis hermanos y yo somos bogotanos, hijos de una familia de costumbres profundamente bogotanas, como pueden intuir por el chocolate y las onces que ya compartimos. Nos criamos en el centro de la ciudad en el sector de San Diego, muy cerca de la casa donde vivo actualmente y donde he vivido durante casi toda mi vida.

Mi Papá se llamaba Félix María Garzón Cubillos nació el 15 de julio de 1930, era bogotano, hijo de Benjamín Garzón (mi abuelo) y María del Carmen Cubillos (mi abuela). Su familia era de Las Cruces, cuando este sector junto con Chapinero y la Carrera Séptima eran el comienzo y el fin de la Bogotá antigua.

Mi tía Emita recuerda que mi Papá iba todos los meses a recibir el arriendo, de una casa que mi abuela Carmen tenía rentada en el centro de la ciudad, en la cual vivía una amiga de mi Mamá llamada Lucía de Rivas, que fue quien los presentó. Mi tía Emita cuenta que conoció a mi Papá en una temporada de vacaciones en la cual ella vino a Bogotá y que le dijo a mi Mamá: “Daisy, yo pensé que Félix era una persona grande” y que molestaba a mi Papá diciéndole “A usted me toca saludarlo agachada”. Mi Papá no era alto de estatura; mi tía lo describe como “bien bajito, con el cuerpo como el de Alfredo, bajito y flaquito”.


Félix María Garzón Cubillos (mi Papá)

Mi tía Emita cuenta divertida que mi Papá molestaba a mi tía Mary, un día mi Papá le narró cosas terribles y de pronto le hizo ¡buuu!, por detrás, y la pobre tía Mary brincó y se puso furiosa. “De ahí sacó Jaime eso”, dice mi tía Emita, “Félix cogía un palo de escoba, hacía un micrófono y con este, un poco de piruetas”.

Mi tío Alberto dice que a mi Papá le gustaba el trago, era un poco desordenado, fiestero, gracioso como ninguno, “nos la llevábamos muy bien, entre mis cuñados fue con el que mejor me llevé, lo quería mucho” pero también que era un hombre inteligente y muy curioso.


Félix y Daisy (mi Papá y mi Mamá)

Mi Papá estudió en el Colegio Americano y trabajó en la Empresa de Acueducto y en Acerías Paz del Río donde era experto en tabulación de datos, luego abrió una Escuela para enseñar tabulación y por esa época, se enfermó. Cuando le dolía la cabeza se volvía como loco por el dolor y tenían que echarle agua fría por encima, tiempo después lo llevaron a la Clínica de La Paz y ahí le descubrieron un tumor, lo afectaba un dolor tan terrible que había gente que pensaba que mi Papá estaba loco.


Matrimonio de Daisy Forero y Félix Garzón (mis Papás)

Mi Mamá resistió con él toda su enfermedad, ella inicialmente trabajaba como enfermera en las Clínicas Central, del Doctor Peña y Marly donde la querían y le tenían fe, pues nunca se le murió un enfermo. Después se casó con mi Papá y dejó de trabajar, pero como enfermera que había sido lo atendió divinamente, después decía en las ironías de la vida, que el único enfermo que se le murió fue mi Papá.

De niña, mis primeros recuerdos datan del año 1965. Tendría tres o cuatro años cuando conocí la casa donde después fuimos a vivir, ubicada en la Carrera 12 No 24 -71 Interior 1 en San Diego, teléfono 348010, el cual memoricé por seguridad y para saber qué responder si en algún momento me llegaba a extraviar y alguien me preguntaba dónde localizar a mis papás. Debía sabérmelo de memoria.


María Consuelo izq. junto a Jaime, detrás Jorge, Luz Helena, Patricia, atrás Margarita y la mayor de todos: Martica, adelante Alfredo (der.) y Marisol .

La primera imagen que tengo es entrando a lo que antiguamente se llamaba las “Residencias del Doctor Cavelier” en ese tiempo eran los comienzos de los conjuntos cerrados: varias casitas custodiadas por un portón de reja con un jardín adentro, un pequeño prado y las casas alrededor. Recuerdo a algunas de nuestras vecinas. A la señora Mavir que vivía enseguida y a la señora Flor de Kronfly, que vivía al frente.

Entramos junto con mi Mamacita y mi tía Soledad y yo estaba muy feliz porque íbamos a conocer la casa donde viviríamos por ocho años y aunque no éramos los dueños, tenía mucha alegría. Veo a un señor obrero que arregla el escaloncito de entrada de la casa y me veo en la reja, esperando a que nos abran. Esa casa me gustaba mucho, me encantaba porque era una casa de dos pisos muy bonita y amplia.

Ahí vivimos hasta mis once años de edad cuando nos trasladamos a la que hoy es mi casa en San Diego, en la Calle 29 Bis abajo de la Carrera 5ª, al costado nororiental del Museo Nacional. Acá pasamos nuestra infancia, nuestra adolescencia y estuvimos siempre muy cerca de la Parroquia de San Diego. Mi mamá siempre quiso vivir acá, según cuenta mi Tía Emita: “Daisy quería estar en el centro fuera donde fuera, no quería ningún otro barrio, solo el centro”, por eso hemos vivido siempre en San Diego.

Esta casa nos la regaló mi tía Emita, era de un solo piso con teja de barro; por un aguacero que ocurrió hace unos treinta años, muy rememorado, se cayó la casa y mi Mamá nos tuvo que repartir a todos los hijos en las casas de mis tíos, quedándose ella para supervisar a los obreros, reconstruir la casa y aprovechar para hacerle el segundo piso.

De mi Papá me acuerdo muy poco. Veo fotografías donde mi Papá me alza y yo no me acuerdo de esos momentos. Me acuerdo un día que estábamos jugando en el prado que había frente a mi casa y mi Papá llegó pero de él no tengo muchos recuerdos, no se si no me consentía mucho o lo que sucede es que yo no recuerdo bien. Por las fotos veo que a mi Papá le gustaba jugar tejo, tal vez su deporte favorito, eso concluyo por una foto de él y sus amigos jugando con uniforme deportivo.


Jaime (adelante), mi Mamá (Daisy) junto a mi Abuela Carmen; mi Papá (Félix) conmigo (Marisol) en sus brazos; adelante Jorge y Alfredo(der.).

Los siguientes recuerdos con mi Papá son de cuando lo cuidé en la casa de la Carrera 12 con Calle 24, luego que le descubrieron cáncer en la cabeza. Yo me sentaba a cuidarlo en una banquita que todavía conservo. Lo cuidé tanto que me decían “la enfermerita”. Duró un año enfermo, se deterioró y murió a los treinta y ocho años, el 23 de septiembre de 1968. La enfermedad le afectó la parte donde están los sentidos y mi Papá quedó casi ciego, sordo y mudo; quedó muy mal, fue muy difícil ver tan enfermo a mi Papá cuando antes había sido la versión del Jaime alegre y fiestero.


Banquita de la “enfermerita” donde me sentaba a cuidar a mi Papá

Tengo muy en mi memoria el día que el Papa Paulo VI vino a Colombia. Mi Mamá le preguntó a mi Papá si quería algo y él, que ya no podía hablar, con señas le dijo que no. Mi Mamá le preguntó si quería ir al baño y nuevamente mi Papá le dijo que no. Mi Mamá entonces salió de la casa para ver pasar al Santo Padre por la Carrera Décima, en medio de un tumulto, ya que si hoy la llegada de un Papa es un acontecimiento, en esa época lo era más. Era la primera vez que un Papa visitaba a Colombia.

Mi Mamá salió confiada y yo quedé al cuidado de mi Papá, quien me hizo señas y le entendí que quería ir al baño. Yo tenía cinco años y medio, era muy pequeña, y como pude ayudé a mi Papá a desplazarse hasta el baño que tenía un desnivel, pero se me resbaló y se cayó. Yo reaccioné, salí corriendo al balcón de la casa y en ese momento pasaba Eulalia, una Señora que era la empleada doméstica de la casa de enfrente, quien después trabajó para nosotros, y yo le dije: “Eulalia, por favor busque a mi Mamá y dígale que mi Papá se cayó”. Imagine a una niña de cinco años y medio sin ninguna dimensión respecto a llamar a la Mamá en medio de un tumulto. Y Dios es tan bondadoso que Eulalia la encontró en medio de la gente y la trajo.


Félix (mi Papá) y Jaime

Inicialmente mi Mamá le ocultó a mi Papá que tenía cáncer, ella lo llevó a consulta cancerológica sin que él se diera cuenta hasta que un día, dice mi Mamá, “una vieja bruta le pregunto: usted ¿dónde tiene el cáncer?”, entonces mi Papá se dio cuenta y se deprimió mucho más. Mi Mamá no dejó que le hicieran un poco de cosas porque le dijo al médico: “Doctor para qué se van a poner a aprender en él si no hay nada que hacer”, pues un tumor en la cabeza es de lo mas grave que puede haber, sumado a los conocimientos pobres de la medicina de la época.

Mi Mamá le preguntó al médico acerca de lo que iba a comenzar a suceder y el Doctor le dijo: “Doña Daisy, él va a dejar de hablar, va a dejar de escribir, para lo que tenga que firmar que lo haga pronto”; sin embargo, pobrecita mi Mamá porque mi Papá tenia la Escuela de tabulación en compañía de un socio, quien finalmente nos dejó sin nada.

En esa época la gente aprendía tabulación que era la profesión primigenia de lo que ahora son los Sistemas. Las personas aprendían en unas tarjetas especiales de cartón a las cuales les abrían unos huequitos, unas perforaciones que se codificaban y decodificaban de acuerdo con un lenguaje especial. Mi Papá enseñaba el lenguaje y el uso de las tarjetas y los alumnos tenían que ser muy inteligentes para aprender eso.

La Escuela de tabulación de mi Papá estaba ubicada en la Calle 24 con Carrera 7, donde ahora hay un centro comercial llamado Terraza Pasteur. No recuerdo cómo se llamaba la Escuela, pero mi Papá era profesor y de ahí creo yo que viene nuestra vena Pedagoga. Mi Mamá sin tener formación en pedagogía también fue una gran pedagoga toda la vida.


Mi Abuela Carmen, Félix (mi Papá) y Marisol, detrás Alfredo

Los últimos recuerdos con mi Papá tienen que ver con el día de su fallecimiento. La relación de mi Mamá con su suegra y con su cuñada no fue muy buena. Mi abuela paterna, María del Carmen Cubillos, se casó con un señor de apellido González y tuvo un hijo que se llamaba Jorge González y luego, al enviudar, se casó con mi abuelo Benjamín Garzón y tuvo a mi Papá y a mi tía Blanca Cecilia Garzón Cubillos. La relación de mi Papá y mi Mamá tampoco fue buena debido en gran parte a que mi abuela paterna no fue una buena suegra, según lo que me contó mi Mamá.

Aunque nosotros no teníamos mucha cercanía con ella, mi Mamá los mandó llamar y les dijo “vengan porque Félix esta agonizando”. Mi Papá ese día llamó a Alfredo y habló un poquito con él. Hablar es mucho decir para lo que habla Alfredo, que es muy callado.

Si yo tendría casi seis años, Jaime aún no había cumplido los ocho, Alfredo se acercaba a los diez y Jorge tendría trece ó catorce años. Estábamos esperando a que llegara la hora y recuerdo que me quedé dormida. Cuando desperté, mi Papá ya se había muerto y ese momento me marcó la vida terriblemente, como a los veinte años de edad me vine a dar cuenta. Yo dormí toda la vida con mi Mamá y en las noches levantaba la cabeza para ver si ella estaba y volvía a acostarme porque sentía que en cualquier momento en que me despertara mi Mamá tampoco estaría.

Para mí fue muy cruel despertarme y darme cuenta que no estuve en el momento mismo del fallecimiento de mi Papá. Al despertar, ya estaban llorando y aunque ese preciso momento no lo tengo muy presente en mi memoria, lo que sí recuerdo y quisiera elaborar cada vez más es el sentimiento de tristeza, de abandono que viví.


Félix (mi Papá) tomado de mi mano, Jaime (izq.) Alfredo y Jorge (der.)

Mi Mamá misma lo embalsamó, lo preparó en el espacio donde quedaba en ese momento el comedor de la casa, a Jaime le dijeron que no se metiera pero fue y vio cuando lo estaban preparando.

Tengo muy presente la imagen de mi Papá, porque no se si ustedes recuerdan que a los difuntos de esa época les ponían algodón en la nariz, se veían horribles, los envolvían en una sábana blanca y se iban desnudos, me parece tan significativo, como Jesús de Nazareth, a quien envuelven en un sudario. Recuerdo que me pusieron mi vestido de paño, yo estaba muy elegante, me empiné y todavía me siento mirándolo a él, tengo la imagen perfecta de mi Papá en el cajón alto y yo pequeñita. Todo el mundo me cogía la cabeza y me decía “pobrecita, tan chiquita”, y yo no entendía por qué me lo decían.


Obituario fallecimiento de mi Papá Félix María Garzón Cubillos

En el funeral veo en la Iglesia de San Diego a todos los niños del colegio y yo los saludo estando alzada en brazos de mi Mamá. Los saludo y les digo “qué hubo” y me río, y me da alegría porque estaban todas las personas conocidas, pero yo no entiendo que estoy en un entierro.

Luego recuerdo mucho las idas al Cementerio Central aún tengo en mi memoria los mosquitos horribles que se le metían a uno por la nariz y por todas partes mientras rezábamos “Dale Señor el descanso eterno, brille para él la luz perpetua”. A los cinco años lo sacan y lo llevamos al Osario de la Parroquia San Alfonso María de Ligorio, acá en Bogotá donde hoy también están los restos de mi Mamacita. Ella decía que mi Papá salió casi completo. Como a él tuvieron que ponerle tanta morfina y tanta medicina, mi Mamá tuvo que partir los huesos, lo ayudó a alistar, porque debían quedar en un cajoncito como una miniatura. Vine a conocer la cajita ahora que tuve que correrla para meter las cenizas de mi Mamá.


Jorge y Marisol

Como mi Mamá no quiso que se muriera la imagen de mi Papá, nos enseñó a celebrarle el día del Padre a mi hermano mayor. Yo no se hasta dónde fue un error cargar otra responsabilidad a un niño, a un joven de 14 años a quien le tocó sufrir y vivir muchas cosas difíciles. Jorge es un gran hombre y un gran hermano y nosotros cada año le celebrábamos el día del Padre, le comprábamos regalo y le celebrábamos como si fuera el Papá de uno, como para sentir que teníamos Papá.

Pero ese vacío está presente todo el tiempo. Aunque mi Mamá quiso tener los dos roles, también fue un error porque la Mamá tiene un rol concreto y para que no nos le saliéramos de las manos le tocó ser muy rígida, exigirnos mucho, pero todos crecimos con ese vacío de que mi Papá no estaba y que no teníamos Papá.


Jaime y mi Tío Alberto

Para nosotros en cierta forma el Padre Sánchez, el Párroco de San Diego, fue nuestro Papá; en cierto momento para mí Arturo, el esposo de mi tía Soledad, fue también esa figura. Jaime también sintió que mi tío Alberto era como ese modelo de Papá. Me imagino que todos buscamos ese Papá que no tuvimos.

Algo muy bonito es que a pesar de conocer ahora, por lo que me cuentan, del sufrimiento de mi Mamá con mi Papá y los momentos difíciles que tuvieron que vivir porque mi Papá no fue un hombre responsable, no nos dejó absolutamente nada, no le dejó a mi Mamá ni un centavo, ni un techo —esta casa nos la regaló mi tía Emita gracias a Dios—, en medio de todo, mi Mamá no nos enseñó a odiarlo, nos enseñó a respetarlo, nos enseñó a tener un recuerdo amoroso y respetuoso de él.


“Para ‘resortes’ de sus adoradas cuñaditas” dedicatoria de mis Tías: Cookie (izq.) Emita y Soledad a Félix (mi Papá)

No obstante sé que se la pasaba de fiesta en fiesta y que a ninguna llevaba a mi Mamá, por lo menos en las fotografías no aparece nunca mi Mamá. A él le decían “trompo”, “ratón”, “resortes” era chistosísimo, era graciosísimo, era simpatiquísimo; pero por ejemplo compraba cosas que le llevaba a mi Mamá y luego las retiraba y se las llevaba a la Mamá de él. Tuvo carro, uno de esos que todavía existen, negros, antiguos, lindísimos y todo lo malgastó; debió creer que la salud le duraría toda la vida o que tenía seguramente tiquete de garantía de por vida. No se imaginó que iba a enfermarse de un momento para otro. Por los dolores de cabeza llegaba de un genio terrible a la casa y era por esa y por muchas otras razones que él fue muchas veces “luz de la plaza y oscuridad de su casa”.

Me decían que me llamaba “la reina de la casa” y cuando fallece mis hermanos me dicen “se le acabo el reinado”. Ahí empecé a padecer las duras y las maduras. Parece que yo le daba quejas a mi Papá y luego le comienzo a dar quejas a mi Mamá, pero ella no tiene tiempo de atenderme, porque tenía que estar pendiente de todos. Esa fue una experiencia difícil.

A mi Mamá le queda una pensión de un sueldo mínimo luego del fallecimiento de mi Papá, que ella misma se tuvo que conseguir como viuda.


Facsímil Partida de Matrimonio de mis Papás

Jaime Garzón: mi hermano del alma

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