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Prefacio

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Cuando en marzo de 2020 nos encontrábamos cerrando este libro, el coronavirus fue declarado pandemia por la Organización Mundial de la Salud. Al inicio, algunos líderes políticos mundiales minimizaron sus alcances, pese a que el virus ya se había expandido en China y el sudeste asiático, y comenzaba a hacer estragos en las poblaciones de algunos países europeos y en los Estados Unidos, al tiempo que amenazaba a los países periféricos, cuyo grado de preparación era aún menor que el de los centrales. Pandemias hubo muchas en la historia, desde la peste negra en la Edad Media, pasando por las enfermedades que vinieron de Europa y arrasaron con la población autóctona en América en tiempos de la conquista. Entre la gripe, el sarampión y el tifus, murieron entre treinta y noventa millones de personas. Más recientemente, todos evocan la llamada “gripe española” (1918-1919), la gripe asiática (1957), la gripe de Hong Kong (1968), el VIH/SIDA (desde la década de 1980), la gripe porcina A H1N1(2009), el SARS (2002), el ébola (2014), el MERS (coronavirus 2015), y ahora el covid-19.

Lo extraordinario de esta pandemia es que detuvo a gran parte del planeta y cambió la agenda global. Ni el más osado colapsista podría haber pensado que un hecho de estas características iba a producir la inmediata parálisis de la economía mundial y la rápida instalación de un estado de excepción transitorio (el Leviatán sanitario) por la vía de los Estados-nación. Durante meses, casi un tercio de la humanidad vivió en una situación de confinamiento obligatorio de alcance total o parcial. No solo asistimos al cierre de fronteras externas; en nuestro país se instalaron controles internos a la manera de las antiguas “aduanas provinciales” e incluso, en nombre del paradigma de la seguridad y el control, se cerraron ciudades o pueblos a la manera de las aldeas medievales, para escapar de la peste.

Mirando en retrospectiva, resulta difícil pensar que el mundo anterior a la gran pandemia fuera “sólido”, en términos de sistema económico y social. En todo caso, la pandemia fue un gran revelador de sus límites, fragilidades y distorsiones. Por un lado, puso de manifiesto el agotamiento de un determinado modelo de globalización, cuestionado desde hace décadas por tantos movimientos sociales. Asimismo, luego de treinta años de exacerbación neoliberal, volvió a colocar al Estado en el radar de la política, en su doble faz de estado de excepción y de garante de los servicios básicos, a través del fortalecimiento del sistema sanitario y de la política de subsidios destinada a millones de habitantes y empresas. Por otro, la pandemia desnudó el alcance de las desigualdades sociales y desnaturalizó la tendencia planetaria a la concentración de la riqueza, despertando una enorme sed de justicia distributiva.

Un tema no menor es que la clase política mundial optó por minimizar las causas socioambientales de la pandemia, asumiendo un discurso de guerra. La proliferación de metáforas bélicas y el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial impregnaron los discursos de los mandatarios, desde Emmanuel Macron y Angela Merkel hasta Donald Trump y Xi Jinping. Esto se replicó en el presidente argentino, Alberto Fernández, quien habló constantemente del “enemigo invisible” y de “cerrar filas ante el enemigo común”, una figura que apunta a la cohesión social ante el miedo al contagio y a la muerte, pero que no contribuye a entender la raíz del problema sino más bien a ocultarla, además de naturalizar y avanzar en el control social sobre aquellos sectores considerados como más problemáticos (los pobres, los presos, los que desobedecen la vigilancia).

El discurso bélico confunde porque ataca el síntoma pero no sus causas profundas, vinculadas al modelo de sociedad instaurado por el capitalismo neoliberal, a partir de la expansión de las fronteras de explotación y, en este marco, de la intensificación de los circuitos de intercambio con animales silvestres, que provienen de ecosistemas devastados (Quammen, 2012; Aizen, 2020b), y de la proliferación de granjas alimentarias (cría de animales) a gran escala (Ribeiro, 2020). Pese a esta negación política, comenzaron a circular por medios y redes sociales una gran cantidad de estudios y análisis que dan cuenta de la relación entre capitalismo y naturaleza en el marco de la globalización, explicando el porqué de la frecuencia de estas enfermedades zoonóticas que se trasladan de animales no humanos a humanos.

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Atravesamos tiempos extraordinarios, marcados por una crisis socioecológica y una emergencia climática a nivel global sin precedentes en la historia. Cada vez hay un mayor convencimiento de que hemos llegado a los límites naturales y ecológicos del planeta y de que, en consecuencia, la actual relación capital-naturaleza es insostenible. Más aún, incluso los meticulosos y alarmantes informes del Grupo Intergubernamental para el Cambio Climático parecen haber sido demasiado conservadores respecto de la velocidad del cambio climático. Así, según un informe de la Organización Meteorológica Mundial, el año 2019 fue el segundo con la temperatura media global más cálida desde 1880, esto es, desde que hay registros confiables. En febrero de 2020, a partir de datos proporcionados por el Servicio Meteorológico Nacional de nuestro país, la misma organización informó que el extremo norte de la Península Antártica batió su récord de calor al alcanzar 18,3 ºC.

Si hacemos una búsqueda en internet bajo las palabras “calentamiento global”, encontraremos 26.500.000 resultados en solo 0,46 segundos; si escribimos “cambio climático”, hallaremos aún más: 56.200.000 resultados en 0,57 segundos; por último, si la frase utilizada es “crisis climática”, serán cerca de 29.300.000 resultados en 0,46 segundos. Esta reverberación de la problemática en la era digital da cuenta de que el calentamiento global y la crisis climática han dejado de ser un tema reservado a los expertos o un reclamo exclusivo de los movimientos socioambientales y las organizaciones ecologistas, para ocupar un lugar central en la disputa política global. Pese a ello, en nuestro país las ciencias sociales y humanas, salvo excepciones, continúan dando la espalda a estas problemáticas. No son pocos los que aún defienden un enfoque acotado y parcial de la “cuestión ambiental”, más vinculado a la perspectiva hegemónica que a las visiones holísticas y los lenguajes de valoración relacionales surgidos en las últimas décadas al calor de las luchas. Incluso en sectores progresistas parece haberse instalado una suerte de indiferencia, cuando no de pereza intelectual muy funcional a la crisis, que por un lado tiende a aceptar el cuestionamiento y la crítica a los modelos de desarrollo actuales, pero, por el otro, sin mediaciones ni argumentaciones sólidas, sostiene y repite como un mantra que el problema es que “no existen otras alternativas”.

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Una de las razones más poderosas que nos motivó a escribir este libro fue la irrupción de la juventud, que recientemente se sumó a la lucha socioambiental y climática.

El dramático llamado de la adolescente sueca Greta Thunberg, lanzado a mediados de 2018 mediante las “huelgas por el clima”, estremeció incluso a los más escépticos y encontró una entusiasta adhesión en miles y miles de jóvenes tanto en los países del Norte como del Sur. Adolescentes que todavía concurrían a la escuela secundaria y aquellos que apenas comenzaban sus estudios universitarios se sintieron interpelados por el mensaje de Greta y comenzaron a leer e informarse sobre la cuestión climática con una avidez y una rapidez dignas de estos tiempos de globalización. Así surgieron numerosos colectivos como Fridays for Future y Rebelión o Extinción, entre otros. El bautismo de fuego fue la marcha por el clima el 15 de marzo de 2019, el 15M, cuando centenares de miles de jóvenes en más de 71 países y 1200 ciudades alrededor del mundo faltaron a clase y salieron a las calles con un pedido: que sus gobiernos tomaran acciones inmediatas contra el cambio climático. En nuestro país, cuatro jóvenes egresados de ORT, una reconocida escuela de la ciudad de Buenos Aires, fundaron el colectivo Jóvenes por el Clima Argentina, en tanto otras iniciativas locales se sumaron a Fridays for Future y sus rondas de los viernes frente al Congreso Nacional, así como a Extinción o Rebelión y Alianza por el Clima.

El nuevo protagonismo juvenil ante la emergencia climática marca un punto de inflexión. Por un lado, refleja el compromiso de exigir cambios radicales en las políticas públicas a las élites globales y locales, al tiempo que propone combatir tanto el escepticismo cultural como la desinformación imperante en amplios sectores de la sociedad. En esa línea, la acción colectiva se instala tanto en la arena política global como en la nacional y local. En nuestro país, Jóvenes por el Clima Argentina y Alianza por el Clima jugaron un importante papel en la Declaración de la Emergencia Ecológica y Climática y la Ley 27 520 de Presupuestos Mínimos de Adaptación y Mitigación al Cambio Climático Global, votadas ambas en el Congreso de la Nación a fines de 2019.[1] Por otro lado, el nuevo protagonismo juvenil instala el llamado a luchar desde abajo, a través de la movilización social e incluso de la desobediencia civil, según los grupos y las estrategias.

Así, la irrupción de los jóvenes en la lucha ecológica y climática generó en nosotros una gran esperanza, no solo por la potencia de su reclamo sino también porque renueva y oxigena al movimiento ecologista. Por eso, desde fines de 2019, decidimos entablar un diálogo intergeneracional en el que participan buena parte de las organizaciones mencionadas. Es interesante observar que, lejos de comenzar de cero, los y las jóvenes toman como punto de partida lo acumulado y ya instalado en el país, a lo largo de casi dos décadas, por diferentes movimientos y colectivos socioambientales y organizaciones indígenas en las luchas contra el neoextractivismo (la minería a cielo abierto, el fracking, los agrotóxicos y el desmonte, la defensa de los derechos colectivos de los pueblos originarios, entre otros), como asimismo el diagnóstico proporcionado por las investigaciones críticas e independientes que se han realizado desde el campo académico y militante. En otras palabras, se trata de un tipo de activismo que, lejos de pensarse como fundacional o endogámico, suma y potencia en términos de líneas de acumulación de luchas, busca amplificar las voces e influir en las diferentes agendas.

Otra de las razones que nos impulsó a escribir este libro se vincula con la intensidad que adquirieron las movilizaciones sociopolíticas en los últimos tiempos. En 2019, las placas tectónicas de nuestra región se movieron y una vez más asomó la imagen del “volcán latinoamericano”. Ecuador y Chile lideraron el proceso con levantamientos sociales y movilizaciones masivas en rechazo a las políticas de ajuste, en escenarios de toque de queda, estado de excepción y fuerte represión estatal. Las protestas hicieron estallar por los aires el llamado “modelo chileno”, que todas las derechas regionales y globales señalaban como horizonte deseable, mientras la ciudadanía devastada mostraba las heridas causadas por las enormes aspas de la desigualdad (en derechos básicos como el transporte, la salud y la educación, y también en términos de violencia estatal).

Es muy probable que en la Argentina –pese al incremento de la pobreza y las desigualdades, y al ostensible empeoramiento de la situación económica y el mal gobierno bajo la gestión de Mauricio Macri– no se haya producido un movimiento tectónico de magnitud similar porque la sociedad abrigaba expectativas de cambio de gobierno, confirmadas primero en las elecciones primarias de agosto de 2019 y luego en las generales de octubre, que dieron el triunfo al binomio Alberto Fernández-Cristina Fernández de Kirchner.

Sin embargo, apenas iniciado el mandato, asistimos a la mayor pueblada socioambiental de la historia argentina, que movilizó entre ochenta y cien mil personas en toda la provincia de Mendoza en defensa del agua y contra la minería metalífera con uso de sustancias tóxicas. El lunes 23 de diciembre de 2019, centenares de miles de personas se reunieron en la explanada de la casa de gobierno provincial para manifestarse contra los cambios legislativos que habilitaban la minería al introducir modificaciones a la Ley 7722 (una norma sancionada en 2007 que protegía el agua de sustancias contaminantes). Habían marchado durante un día para recorrer los 100 kilómetros que separan San Carlos, en el corazón del Valle de Uco, de la capital mendocina. También se sumarían multitudes provenientes de otros rincones de la provincia. Bailes, cortes y acampes acompañaron las marchas al compás de una consigna común: “El agua de Mendoza no se negocia”. Ante la masividad de la protesta, el gobernador Rodolfo Suárez, de Juntos por el Cambio, respondió con altanería y represión, pero en apenas una semana la situación se volvió crítica y tuvo que retroceder y llamar a sesiones extraordinarias para poner en vigencia nuevamente la Ley 7722. Al calor de la pueblada mendocina, una semana después fue el turno de Chubut, donde las movilizaciones contra la megaminería lograron frenar la modificación de la Ley 5001.

Es importante reconocer en este punto que las luchas socioambientales, y en especial el rechazo a la megaminería, no son recientes en la Argentina: tienen casi veinte años de historia. Existe una acumulación de experiencia que en el caso de Mendoza data de 2005 (aunque la Ley 7722 fue sancionada en 2007) mientras que la Ley 5001, la primera de su tipo en nuestro país, fue promulgada en 2003 en Chubut. Estas luchas expresan con claridad que no hay licencia social para esta actividad contaminante e insustentable, que utiliza millones de litros de agua dulce y solo deja enormes pasivos ambientales a la población local. En esa línea, creer que la pueblada mendocina fue un hecho espontáneo es de una ignorancia malintencionada. Los colectivos autoconvocados de esa provincia –Asambleas Mendocinas Por el Agua Pura (Ampap), que nuclean a una veintena de asambleas de toda la provincia– realizan acciones de resistencia y concientización desde hace quince años. A esto se añade que Mendoza, una provincia árida con apenas unos pocos valles fértiles, atraviesa una de las peores crisis hídricas desde que existen registros oficiales. En octubre de 2019, los datos de irrigación indicaban que no solo les espera un año seco, sino la peor temporada de los últimos treinta y tres años.[2] Pese a conocer toda esta información, el oficialismo provincial, en alianza con el Frente de Todos, pretendía habilitar la utilización de millones de litros de agua dulce para la minería con uso de sustancias tóxicas.

Lo sucedido tanto en Mendoza como en Chubut dejó varias lecciones que deberían repercutir dentro del campo del nuevo gobierno nacional. Primero, las luchas ecoterritoriales tienen una larga trayectoria y utilizan un nuevo lenguaje de derechos que ya no puede ser ignorado ni minimizado. Segundo, hay que contemplar la velocidad de los cambios políticos actuales, que irónicamente parecen emular el ritmo acelerado y abrupto del cambio climático. Estamos ingresando a tiempos extraordinarios, en los que confluyen la liberación cognitiva de las multitudes, la conciencia del daño ambiental y la aceleración de los procesos político-sociales.

En suma, antes que una mera nota de color, la pueblada mendocina en defensa del agua fue la primera gran movilización social durante el gobierno de Alberto Fernández. Algo para recordar, sin duda, y muy probablemente una señal de advertencia para los tiempos que vivimos, marcados por el escenario de la pandemia y la emergencia climática.

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Este libro se propone abordar los lazos existentes entre la crisis ecológica y la emergencia climática global, sus impactos locales y las dinámicas territoriales en nuestro país. Navega entre varias aguas que van de lo global a lo nacional y de lo regional a lo internacional; profundiza diagnósticos críticos ligados a los modelos de desarrollo existentes y argumenta acerca de su insustentabilidad y su creciente capacidad de daño sobre el tejido de la vida. Al mismo tiempo, apunta a pensar una agenda de transición socioecológica justa que nos encamine hacia otro escenario civilizatorio: una sociedad posfósil en la que la justicia social se articule con la justicia ambiental.

En el capítulo 1 abordamos desde una perspectiva global los grandes temas vinculados a la crisis socioecológica y su tratamiento en la agenda internacional, desde la Conferencia de las Partes (COP) hasta los movimientos por la justicia ambiental y climática. Recorremos temáticas globales, desde el Antropoceno como diagnóstico crítico, la deuda ecológica, el negacionismo climático y sus daños, los fracasos de las conferencias internacionales, hasta el llamado de Greta Thunberg.

En los tres capítulos siguientes nos abocamos a la agenda regional y, en particular, al análisis de la situación socioambiental en la Argentina. Partimos de una certeza práctica: si nos proponemos reflexionar sobre el Antropoceno, este no puede reducirse a una narrativa global y abstracta. Es indudable que la crisis climática global produce impactos gravísimos, entre ellos el aumento de la temperatura, la variabilidad del clima y los eventos extremos. Pero también debemos dar cuenta de sus impactos locales y territoriales, vinculados a la expansión de modelos de desarrollo insustentables −o de maldesarrollo−, incompatibles con los ciclos de la naturaleza. Así, en el capítulo 2 nos ocupamos de la Argentina como “laboratorio a cielo abierto”. Abordamos temáticas ligadas a la expansión de las fronteras del neoextractivismo en América Latina y en nuestro país: agronegocios, minería a cielo abierto, explotación de hidrocarburos no convencionales a través del fracking, megarrepresas y extractivismo urbano.

De acuerdo con esta lógica, en el capítulo 3 indagamos la conflictividad socioambiental y sus ciclos. Partimos de la idea de que la Argentina del siglo XXI se tornó más compleja en términos de conflictos sociales, tal como lo refleja la cartografía de las luchas, a través de una dinámica establecida entre diferentes centros y periferias. Mientras el centro suele ser ocupado por los reclamos sindicales, las grandes organizaciones sociales y comunitarias (desocupados y economía social) y las luchas feministas, la periferia aparece reservada para los conflictos socioambientales y las problemáticas indígenas. Buscamos explicar el porqué de esta marginalidad, al tiempo que atendemos al modo en que los diferentes gobiernos –desde los doce años de presidencias kirchneristas hasta los cuatro años de mandato de Cambiemos– han respondido a los conflictos socioambientales.

En el capítulo 4 abordamos los casos emblemáticos a escala nacional. Para comenzar, desarrollamos el tema de los impactos sociosanitarios del glifosato, sin duda la mayor problemática socioambiental del país. Luego observamos el derrotero de la Ley de Glaciares y su vinculación con los derrames producidos por la mina Veladero en la provincia de San Juan. Esta ley nos inserta en una trama político-económica donde se tensan las escalas nacional y provincial en torno a cuestiones como la impunidad de las corporaciones, las contradicciones de la clase política, las resistencias sociales y el nuevo derecho ambiental. Nos detenemos en el caso de Vaca Muerta, que encarna el sueño de El Dorado más potente en la Argentina de este siglo. Por último, es el turno del litio, que nos lleva a interrogarnos sobre las limitaciones de este tipo de minería de agua y su rol estratégico en el marco de una transición hacia una sociedad posfósil o carbono cero.

En la última parte del libro volvemos a ocuparnos de diferentes escalas −pasamos de la global a la regional, de la local a la internacional− para analizar en el capítulo 5 los puntos ciegos del modelo de desarrollo dominante. Sostenemos que la idea de desarrollo forma parte de un imaginario social hegemónico que, pese a las innumerables críticas en su contra, posee todavía una gran capacidad de irradiación y pregnancia cognitiva. Esto significa que no solo existen grandes intereses económicos que defienden la visión hegemónica, sino también obstáculos epistemológicos (una ceguera desarrollista y productivista) que analizamos a escala regional y latinoamericana, entre ellos la disociación entre lo social y lo ambiental, el peso de la deuda ecológica de los países del Norte con respecto a los países del Sur, la nueva dependencia económica en relación con China.

La crisis civilizatoria actual es profundamente filosófica, y apunta al corazón de la episteme moderna. Esto nos lleva a preguntarnos de dónde procede nuestra representación de la naturaleza y sobre qué bases se han desarrollado la ciencia y la tecnología en los últimos siglos. Así, en el capítulo 6 proponemos un recorrido por las narrativas relacionales del Sur o enfoques posdesarrollistas –que postulan una renuncia a la idea hegemónica de desarrollo y plantean otros lenguajes de valoración de la naturaleza y del territorio–, entre ellos los derechos de la naturaleza y la visión de los feminismos populares y su vínculo con los ecofeminismos. Por otro lado, realizamos una exploración acotada sobre el desafío de pensar la producción científica desde la perspectiva del “diálogo de saberes” y nos preguntamos acerca del rol que asume el saber científico en las disputas político-epistémicas relacionadas con los conflictos socioambientales.

En el séptimo y último capítulo, abordamos tres grandes temas para pensar las alternativas. El primero se refiere a la transición energética y sus dilemas, una de las problemáticas más complejas y espinosas que enfrentan nuestras sociedades, tan petroadictas y asociadas a un esquema extractivo exportador. Ante el escenario de desposesión y saqueo que se ha configurado en un país dependiente y periférico como la Argentina, vale la pena preguntarse qué tipo de transición pensamos. El segundo apunta a la creciente importancia de la agroecología. Lejos de ser una moda pasajera, la agroecología refleja la expansión de un modelo de producción diferente al agronegocios dominante y, en términos de prácticas prefigurativas, ilustra otro modo de relacionarse con la tierra. En tercer lugar, proponemos repensar el modelo urbano, ligado a las grandes ciudades, cuya insustentabilidad se ha puesto tan claramente de manifiesto durante la pandemia del coronavirus. Nuestra síntesis no pretende dar respuestas definitivas, antes bien postula problematizar ciertas definiciones y abrir caminos para pensar una transición justa.

Por último, en las reflexiones finales, en consonancia con una parte del pensamiento crítico y el movimiento de justicia climática actual, y más aún en el escenario de crisis y recesión abierto por la gran pandemia, nos interesa avanzar en el debate sobre el gran pacto ecosocial y económico, un Green New Deal Global, que aborde la necesidad de pensar la transición socioecológica desde una perspectiva integral.

* * *

Escribimos este libro porque estamos convencidos de que no podemos sucumbir a la tentación colapsista y pensar el quiebre civilizatorio como un destino único e inevitable. En una época de distopías globales, en la que –como anticipó Fredric Jameson– “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, nuestro objetivo es repensar un horizonte emancipatorio sin caer en las ciegas repeticiones del pasado ni en nuevos dogmatismos, sin dejarnos atrapar por la figura del desencanto de ciertas izquierdas ni por la melancolía paralizante del catastrofismo.

Tal como muestra la pandemia, todas las grandes crisis producen demandas muy ambivalentes en la sociedad: demandas de solidaridad, de transformación y cambio, pero también de orden y de llamado a un retorno a la normalidad. En el comienzo, asistimos a un fabuloso proceso de liberación cognitiva, nos instalamos en un portal que abre a nuevos horizontes y alternativas, que vuelve posible aquello que ayer era visto como imposible. Así, todavía estamos en un escenario en el cual se puede apostar al cuidado y pensar al Estado como agente de redistribución. Podemos debatir sobre el ingreso universal ciudadano y el impuesto a las grandes fortunas. Creemos que, pese a lo horroroso de la pandemia, el “retorno a la normalidad” o la llamada “nueva normalidad” es una falsa solución, que volver al crecimiento económico, tal como lo conocimos hasta ahora, no es una salida. Esto supone entender que la suerte no está echada, que existen oportunidades para una acción transformadora en medio del desastre.

Así, el año de la gran pandemia nos instaló en una encrucijada civilizatoria, de cara a nuevos dilemas políticos y éticos que exigen repensar la crisis económica y climática desde un nuevo ángulo, tanto en términos multiescalares (global/nacional/local), como geopolíticos (relación Norte/Sur bajo un nuevo multilateralismo). Podríamos formular el dilema de la siguiente manera: o nos encaminamos hacia una nueva normalidad, de la mano de una globalización neoliberal más autoritaria, con más extractivismo y más precarización, en el marco de un “capitalismo del caos”, con mercados y fronteras nacionales más estrictos; o bien, sin caer en una visión ingenua, la crisis puede habilitar la construcción de una globalización más democrática, ligada al paradigma del cuidado, por la vía de la implementación y el reconocimiento de la solidaridad y la interdependencia como lazos sociales e internacionales, así como de políticas públicas orientadas a una nueva agenda, un gran pacto ecosocial y económico que aborde conjuntamente la justicia social y ambiental.

Parafraseando a José Carlos Mariátegui, uno de los intelectuales marxistas más emblemáticos de América Latina, debemos utilizar las herramientas que nos brinda el pensamiento político y socioecológico del Sur, no como “dogma”, no como fórmula o rótulo, sino como “brújula” en nuestro viaje. Así, este libro no aspira a proveer un itinerario establecido de antemano sino, precisamente, una brújula, una carta geográfica, pues lo que necesitamos en la hora actual, como afirmaba lúcidamente Mariátegui, es “pensar con libertad”, y “la primera condición es abandonar la preocupación de la libertad absoluta”. Y concluye: “El pensamiento tiene la necesidad estricta de rumbo y objeto. Pensar bien es, en gran parte, una cuestión de dirección o de órbita” (Mariátegui, 1995). De eso trata El colapso ecológico ya llegó.

[1] Ambos proyectos legislativos contaron con el asesoramiento de uno de los autores de este libro.

[2] Ignacio de la Rosa, “Mendoza vive la mayor crisis hídrica desde que hay registros oficiales”, Los Andes, 9/10/2019, disponible en <www.losandes.com.ar>.

El colapso ecológico ya llegó

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