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INTRODUCCIÓN

Un nuevo diálogo sobre la virtud

Mis alumnos se sonríen cuando menciono 1980, como si estuviéramos estudiando historia de la antigüedad. No me parece que haga tanto tiempo, pero a la mayoría de ellos le faltaban diez años para nacer. En aquel año entró en erupción el Monte St. Helens, cubriéndonos a mis compañeros y a mí con dos centímetros y medio de ceniza el día de la graduación en la universidad en Portland, Oregón. El Cubo de Rubik captó la atención del mundo y más de mi tiempo libre de lo que me gustaría admitir. Y una pareja preocupada de mi iglesia se nos acercó a mi esposa Lisa y a mí, unas pocas semanas antes de que hiciéramos nuestra mudanza a la escuela de posgrado, advirtiéndonos de que mi decisión de obtener un doctorado en psicología clínica probablemente nos llevaría a ambos a abandonar nuestra fe. Varias semanas después, durante mi primer día en el campus de la Vanderbilt University, otro estudiante de doctorado me dijo que seguramente no podría ser creyente y a la vez un buen científico. En 1980 la psicología y el cristianismo no se llevaban bien.

Aunque no podamos decir que la guerra entre la psicología y la religión ha terminado por completo, me parece sorprendente que, treinta y cinco años más tarde, cristianos comprometidos escriban gran parte de la literatura de psicología científica que leo. No solo los psicólogos pueden ser creyentes y los creyentes pueden ser buenos científicos sociales, sino que algunos de los desarrollos más emocionantes en este campo se han producido porque creyentes comprometidos decidieron hacer las paces con la psicología.

Buena parte del cambio se debe a la psicología positiva. En 1998, el presidente de la American Psychological Association (Asociación Americana de Psicología), Martin Seligman, dijo que los psicólogos habíamos hecho un muy buen trabajo explicando y tratando lo que está mal en las personas, pero que en gran medida habíamos pasado por alto lo que está bien en ellas. Casi de la noche a la mañana nació una vibrante psicología moderna de la virtud,1 y desde entonces muchos cristianos han formado parte de este nuevo movimiento para estudiar la virtud científicamente. Muchos de los principales investigadores en el tema del perdón son cristianos, así como algunos de los principales expertos del mundo en gratitud. Casi todos los científicos que estudian actualmente la humildad son cristianos. Se están desarrollando nuevos programas de investigación para estudiar la gracia y ¿se imaginan quién está al frente? Cuesta trabajo incluso imaginar que se pueda estudiar la gracia sin conocer a Jesús.

La Fundación John Templeton merece buena parte del crédito. Incluso ante las críticas enconadas de científicos de la vieja escuela que aún sostienen que la religión no tiene espacio en la investigación empírica, la Fundación Templeton ha dado generosamente para financiar investigaciones de ámbito mundial sobre religión y ciencia. La fundación exige una ciencia excelente al tiempo que resalta la importancia de las cuestiones fundamentales de significado y propósito. Muchos cristianos involucrados en la investigación de psicología positiva, así como investigadores de otras creencias religiosas, han recibido fondos a través de esta fundación.

Es un momento emocionante para el investigador cristiano, científico social, consejero y seguidor de Jesús. Las tensiones se mantienen entre la psicología y la iglesia, pero sobre todo parecen tan lejanas como lo es el año 1980 para mis alumnos. Hoy tenemos un nuevo diálogo que abre la posibilidad de asociación y colaboración mutua.

¿POR QUÉ ESCRIBIR ESTE LIBRO?

¿POR QUÉ LEERLO?

Tengo cuatro razones para escribir La psicología de la virtud, pero ahora solo voy a dar dos de ellas, y me guardo otras dos para el final de la introducción.

Primero, la psicología positiva nos ayuda a vindicar o redimir el lenguaje de la virtud, perdido en gran medida en los tiempos que corren. Uno de los sentidos de la palabra “redimir” es comprar o rescatar algo.

Con la modernidad el discurso sobre la virtud disminuyó, así como nuestra capacidad para entender lo que es.2 Hoy en día valoramos la ciencia, con su intenso escrutinio de “lo que es”, más que a la virtud misma, lo cual requiere una toma de conciencia de quiénes vamos a llegar a ser (teleología). Para redimir la virtud se requiere que imaginemos una vocación, para comprender que estamos llamados a ser más humanos, que abundemos más y más como Jesús. Necesitamos un Punto B que nos ayude a dar sentido a nuestro Punto A actual, y también necesitamos saber cómo pasar del Punto A al Punto B.

Aunque la ciencia no puede recuperar en su plenitud la rica idea que la gente tenía de la virtud en los siglos pasados, la psicología positiva es un paso en la buena dirección. La psicología positiva está redimiendo la virtud, suscitando y abordando temas tratados desde antes de los tiempos de Cristo —pero perdidos en su mayoría en los últimos decenios. Así como Aristóteles enseñó tanto la ética de la virtud como el estudio empírico del mundo, la psicología positiva reúne la virtud y la ciencia para tratar temas como la esperanza, la capacidad de recuperación, la compasión, la gratitud, la tolerancia, el perdón, la autenticidad, la humildad, la creatividad, la sabiduría y muchas cosas más. Me ocuparé solo de algunos de estos temas en un libro corto como este, pero en cada capítulo nos adentraremos en la psicología de la virtud para ver cómo la psicología positiva influye en nuestra comprensión del carácter humano, principalmente de modo práctico.

Principalmente. Esto nos lleva a mi segunda razón para escribir el libro. Otro significado de la palabra “redimir” es cambiar a mejor. La actual psicología de la virtud será más efectiva si la iglesia se informa y se implica. La psicología positiva necesita a la iglesia. Hablaré de este punto en cada capítulo del libro. En seguida resumiré mi argumento de por qué la psicología positiva necesita a la iglesia, pero primero permíteme establecer el contexto relacionando la virtud con lo que Jesús llamó los mayores mandamientos.

LA VIRTUD Y LOS MAYORES MANDAMIENTOS

Tómate un minuto para pensar solo en ti mismo. ¿Qué quieres comer en tu próxima comida y cómo vas a conseguirlo? ¿Te gusta tu trabajo? ¿Ganas lo que quieres? Y si no lo haces ¿cómo puedes ganar más? ¿Quién te gusta? Y si esa persona no corresponde a tu afecto ¿qué puedes hacer para que te quiera? ¿Cómo está tu salud y qué puedes hacer para mejorarla? Bueno, es momento de parar, pero imagina por un instante que toda tu vida consistiera en pensar solo en ti mismo. Esta es la esencia del vicio: ocupar uno mismo todo el campo visual.

Podríamos sentirnos tentados a decir que el vicio se centra en uno mismo y que la virtud, en cambio, se centra en los demás, pero no es posible centrarse totalmente en los demás. Parece que estamos programados según el propio interés. Piensa en esta frase: Para ser completamente virtuosos, debemos vaciarnos completamente de nosotros mismos y centrarnos en el otro. ¿Ves el error lógico? ¿Cómo puede uno deshacerse de sí mismo? El yo existe y se interesará por su propia existencia. Ninguno de nosotros tiene que esforzarse demasiado para pensar en sí mismo —es algo muy natural. Entonces, la esencia de la virtud no es eliminar el yo, o eliminar todo interés propio, sino encontrar el punto de equilibrio donde el interés de los otros coexista con el interés de uno mismo. Además, la virtud nos llama a considerar el desarrollo del yo, tanto el mío como el del otro, hacia un estado de realización plena.

¿Qué podría querer para mi próxima comida y cómo afectan mis elecciones a quienes cultivan mis alimentos en mi propio país y alrededor del mundo? ¿Cómo me influyen mis elecciones de comida? ¿En qué afecta a la formación del carácter de mis vecinos cercanos y lejanos? ¿Me gusta mi trabajo y contribuye este a que el mundo sea un lugar más sano y hermoso? ¿De qué modo equilibro mi interés por el dinero con una concienciación profunda acerca de quienes tienen menos acceso a los recursos financieros? ¿Muestra mi relación con el dinero el deseo de ser cada vez más la persona que Jesús quiso hacer de mí? ¿Por quién me siento atraído, con quién estoy comprometido y cómo reflejan mis gustos y compromisos el tipo de amor que contribuye al bienestar de los demás? ¿Cómo se relacionan mi salud, la salud de quienes me rodean y la salud del planeta? Estas preguntas más complejas posibilitan la virtud, donde el interés propio está contenido y equilibrado con el interés por los demás y un anhelo piadoso por el desarrollo moral. El psicólogo cristiano Everett Worthington escribe: “La esencia de la mayoría de las virtudes es que autolimitan los derechos o privilegios del yo a favor del bienestar de los demás”.3

Piensa en la virtud clásica de la prudencia, la capacidad de elegir lo bueno y evitar lo malo. ¿Cómo podemos saber qué es lo correcto sin tener en cuenta el efecto que nuestras acciones ejercen sobre los demás? La prudencia requiere un equilibrio entre el interés propio y la preocupación por los demás. Otra virtud clásica, la justicia, es dar a los demás lo que se les debe. Requiere conocer al otro, una gran capacidad para observar y comprender su naturaleza. La rectitud, la fuerza para ser justo y prudente, en ocasiones demanda de nosotros que pongamos una causa superior por encima de nuestro propio interés. La templanza nos llama a moderar nuestro interés personal, a disfrutar de las cosas buenas de la vida sin que lleguen a esclavizarnos. Las virtudes limitan el interés propio, y hacen que nos convirtamos en personas habituadas a actuar de ese modo.

La virtud cristiana introduce una tercera dimensión: la consciencia de Dios y el amor por él. Cuando los líderes religiosos del tiempo de Jesús trataron de atraparlo preguntándole cuál era el mandamiento más importante de la ley del Antiguo Testamento, Jesús les dio una respuesta que ha resonado durante más de dos milenios: “«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente». Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas” (Mt 22:37-40).

Aquí vemos que seguir a Jesús implica amar a Dios, amar al prójimo y controlar adecuadamente nuestro deseo instintivo de amarnos a nosotros mismos. Podemos cantar coros de alabanza facilones que tratan de adorar a Jesús y no hacerlo en realidad. Jesús vinculó claramente el amar a Dios con amarse a sí mismo y al prójimo, y así la adoración colectiva es honrar a un Dios relacional que se preocupa profundamente por cada uno de nosotros. La adoración es un acto de virtud que implica a Dios, al yo, al prójimo que se sienta a nuestro lado y al que vive lejos.

Armonizar la consciencia de Dios y de los demás con nuestro deseo natural de honrarnos a nosotros mismos nos lleva a hacernos otras preguntas más complejas. ¿Qué quiero comer la próxima vez y en qué manera mis preferencias muestran tanto mi amor por los vecinos locales y globales como mi deseo de entender y amar lo que Dios ama? ¿Cómo manifiesta mi trabajo la imagen de Dios y contribuye a hacer presente al Dios redentor en nuestro mundo sufriente? ¿Cómo mis relaciones reflejan a Dios al tiempo que aportan alegría, significado y esperanza tanto para el prójimo como para mí mismo?

Si queremos, podemos clasificar el vicio, la virtud y la virtud cristiana por categorías. Muchas divisiones útiles se han desarrollado a lo largo de los siglos, desde los siete pecados capitales, que eran en realidad ocho hasta que el papa Gregorio Magno aligeró un poco la lista en el siglo VI, a las cuatro virtudes cardinales que se abrieron paso en el pensamiento cristiano a través de Aristóteles, y a las tres virtudes teologales identificadas por el apóstol Pablo en 1ª de Corintios 13. Pero todas estas divisiones revelan en última instancia que el vicio exalta al yo y nos subyuga con nuestros deseos gratificantes inmediatos. Por el contrario, la virtud nos conduce al equilibrio, a controlar el interés personal sin sentido porque amamos a Dios y al prójimo. La virtud nos invita a imaginar un yo y un mundo mejor, y la virtud cristiana lo hace, pero integrada en una profunda relación de amor con Dios.

¿POR QUÉ LA PSICOLOGÍA POSITIVA NECESITA A LA IGLESIA?

Teniendo en mente esta idea de la virtud, podemos analizar la esencia del argumento que expongo en este libro. Si se la abandona a sí misma, la psicología tiende a desviarse hacia el interés propio. Muchos han escrito críticas muy fuertes a la psicología, algunas de las cuales rozan el ridículo, pero el psicólogo Paul Vitz nos aporta una de las más sensatas y convincentes en su texto Psychology as Religion: The Cult of Self-Worship, (La psicología como religión: el culto a sí mismo),4 donde estudia la ubicuidad del egoísmo en la sociedad actual. La psicología puede convertirse en una cosmovisión, como si fuera una religión, según Vitz, y puede conducir a enfocarse demasiado en el yo. Aun la psicología positiva, que se desarrolló después de la publicación del libro de Vitz, puede desviarse en esa dirección.

Piensa en el perdón, que ha sido de gran ayuda para el movimiento de la psicología positiva. No hace muchos decenios, el perdón estaba relegado a la religión y casi nunca se le consideraba en el contexto de la psicología. Ahora hay miles de artículos sobre el tema, incluidos impresionantes estudios científicos que ponen de manifiesto el poder del perdón (hablaremos más sobre esto en el capítulo 2). Acércate a alguien en la calle y pregúntale por qué el perdón es importante, y probablemente te hablará de los beneficios personales inmediatos del perdón. De hecho, gran parte de la psicología demuestra lo beneficioso que es para la salud personal perdonar a quien te ofende. ¿Quieres bajar tu presión arterial, dormir mejor, sentirte más feliz? Perdona a quien que te ha hecho daño. Se trata de un estudio importante a celebrar, pero mira lo fácil que es acabar centrándose y fijándose en uno mismo.

Piensa ahora en el perdón como virtud cristiana, tal como lo haremos detalladamente en el capítulo 2. No se trata solo de que yo quiera seguir adelante con mi vida sintiéndome mejor. No, el perdón es una acción espiritual, un acto de adoración pleno, en reconocimiento del carácter misericordioso de Dios y de su perdón. El carácter de Dios, revelado en Jesús, me transforma. Cualquiera que sea el nivel de cambio efectuado en mí, puedo tener un efecto transformador en quienes me rodean, ayudándolos a vislumbrar lo que significa vivir como vive Jesús. Visto así, el perdón es un acto comunitario, diseñado para fomentar la sanidad, la esperanza y el crecimiento.5 Quienes perdonamos, necesitamos que la iglesia nos recuerde por qué es importante poner nuestro interés propio en el contexto de algo más profundo y más enriquecedor de lo que de modo natural podemos entender.

Stanton Jones, quien fuera rector de Wheaton College, hace una crítica útil y equilibrada de la psicología positiva.6 Aunque Jones reconoce que hay varias dimensiones que celebrar, también plantea serias dudas sobre cómo la psicología positiva entiende la naturaleza de la existencia (ontología), el conocimiento (epistemología) y la filosofía práctica. No es solo una cuestión académica; les toca necesariamente a los eruditos cristianos ver cómo cualquier nuevo avance científico encaja con la fe cristiana. Aun valorando mucho los últimos veinte años de psicología positiva, el movimiento todavía está en su infancia. La iglesia existe desde hace mucho tiempo y actúa como guardiana de la verdad. La psicología positiva necesita a la iglesia para identificar sus puntos fuertes y sus puntos oscuros. He dado un vistazo previo de esto hablando del perdón y presentaré argumentos similares sobre la sabiduría (capítulo 1), la gratitud (capítulo 3), la humildad (capítulo 4), la esperanza (capítulo 5) y la gracia (capítulo 6).

POR QUÉ LA IGLESIA NECESITA A LA PSICOLOGÍA POSITIVA

Reservé mis dos últimas razones que tenía para escribir este libro hasta el final de esta introducción sabiendo que una de ellas es polémica y la otra bastante desafiante. He aquí la polémica: que la iglesia puede beneficiarse de la psicología positiva. Se puede argumentar que la iglesia es relativamente autosuficiente, que ahí ha estado durante muchos siglos y que tiene poca necesidad de las últimas tendencias psicológicas o de la investigación actual en ciencias sociales. Aun así, escribo este libro porque estoy convencido de que la iglesia necesita tener en cuenta la psicología positiva y lo que esta ofrece al diálogo sobre la virtud que se ha estado desarrollando durante siglos. Doy dos ilustraciones sobre este punto aquí y daré algunas más en los capítulos que siguen.

Una razón por la que la iglesia necesita a la psicología positiva es que ha llegado el momento de que el cristianismo y la ciencia se conviertan en mejores amigos. Piensa en la difícil situación de un adolescente que crece en una iglesia que evita el diálogo con la ciencia. El domingo, este adolescente aprende que la religión es el camino a la verdad, y quizás incluso que no se puede confiar en la ciencia. De lunes a viernes, en el contexto de la escuela pública, el adolescente aprende que la ciencia es la forma más creíble de saber algo, y quizás que la religión es retrógrada e ignorante. En algún momento de la vida, el adolescente tendrá que tomar la decisión de permanecer en la iglesia y desconfiar de la ciencia o confiar en la ciencia y abandonar la iglesia. Cada vez más, esta es una batalla perdida para la iglesia. Al oír esto podemos echarle la culpa al sistema de la escuela pública, pero ¿qué estamos haciendo para promover un diálogo significativo que consiga la paz entre la ciencia y la fe? Los científicos sociales y naturales de cualquier universidad cristiana dirán que la ciencia y la fe pueden dialogar con provecho sin necesidad de ser enemigos, pero a veces el mensaje de la iglesia es otro. Abordar un diálogo significativo entre la ciencia y la fe ayudará a edificar la iglesia y nos mantendrá relevantes en un momento en el que la ciencia está obteniendo mucho más crédito del que merece. La psicología positiva proporciona un espacio ideal para fomentar el diálogo entre la ciencia y la fe porque el tema de la virtud es algo que ambas partes en diálogo valoran. Podemos estudiar la virtud de modo diferente, pero a todos nos interesa profundamente la búsqueda de la verdad.

Otra razón por la que la iglesia necesita la psicología positiva es hacer que los principios del pensamiento cristiano sean prácticos. Piensa de nuevo en el perdón. La mayoría de los cristianos están de acuerdo en que el perdón es importante. Jesús enseñó que debemos perdonar a los demás de varias maneras, incluso en el Padre Nuestro. En todo el Nuevo Testamento vemos una relación misteriosa entre el perdón de Dios y el perdón que concedemos al prójimo. La mayoría de nosotros hemos escuchado muchos sermones sobre el tema y nos hemos sentido movidos a perdonar y, al hacerlo, hemos experimentado paz. ¿Pero cómo perdonamos? ¿Cuáles son los pasos prácticos que puedo dar para perdonar a alguien que me ha herido profundamente? Las estrategias prácticas para llegar al perdón no están tan claras en la Biblia, aunque está claro que estamos llamados a descubrirlas. Tengo buenas noticias sobre esto porque quienes se dedican a la psicología positiva han trabajado mucho para descubrir el mecanismo del perdón. Imagínate un sermón que va más allá del mandato cristiano de perdonar y que muestra cómo se hace tal cosa realmente. Lo más seguro es que se trate del sermón de un pastor que entiende tanto la teología cristiana como la psicología positiva.

LA CONSEJERÍA PASTORAL Y LA PSICOLOGÍA POSITIVA

Finalmente, la razón más desafiante y, quizás, más gratificante para escribir el libro sea que: la psicología positiva puede ayudar a los consejeros cristianos y pastores a hacer su trabajo de manera renovada y fresca. ¿Por qué esto es tan desafiante? Porque las dos ramas relacionadas de la psicología, la psicología clínica, por un lado, y la psicología positiva por otro, no han construido muchos puentes para colaborar de manera significativa. Los psicólogos y consejeros clínicos tratan a sus pacientes y clientes ofreciendo sus servicios siguiendo las teorías tradicionales de tratamiento, ya sean psicodinámicas, cognitivo-conductuales, centradas en la familia, centradas en el paciente o en alguna tensión relacionada. Por otro lado, los psicólogos positivos suelen trabajar en la universidad. Aunque muchos psicólogos positivos están capacitados para el trabajo clínico, suelen mantener su investigación bastante al margen de su trabajo con los pacientes. Con la excepción del perdón (capítulo 2), la gratitud (capítulo 3) y algunos trabajos previos sobre la humildad, con demasiada frecuencia la psicología positiva permanece en su torre de marfil, y parece importante considerar sus implicaciones para el trabajo de los consejeros cristianos.

Como psicólogo clínico inmerso en el movimiento de consejería cristiana durante muchos años, leyendo, asesorando, investigando, dando conferencias y escribiendo, creo que es mi responsabilidad debatir un poco al final de cada capítulo sobre cómo la psicología positiva puede proporcionar conocimiento a los consejeros cristianos. Así lo haré.

En resumen, he dado cuatro razones para leer este libro: porque vale la pena saber algo acerca de la psicología positiva, porque la psicología positiva necesita a la iglesia, porque la iglesia necesita la psicología positiva y porque la psicología positiva puede ayudar a los consejeros cristianos a pensar en forma creativa acerca de su trabajo. Si todo esto parece un poco ambiguo ahora, estará más claro a medida que avancemos en los capítulos sobre virtudes concretas: la sabiduría, el perdón, la gratitud, la humildad, la esperanza y la gracia. Y si la gracia no te parece una virtud que deba estar en esta lista, retén por ahora tu opinión acerca de ello. Me ocuparé más adelante de aclarar por qué incluyo la gracia como una virtud.

El matrimonio de nuestra iglesia que en 1980 nos advirtió, a Lisa y a mí, de los peligros de la psicología eran dos de las personas más honestas y honradas que he conocido. Amaban a Jesús y vivían virtuosamente de modo notable. Fue difícil ir en contra de sus consejos, pero creo que Lisa y yo también hemos encontrado formas importantes de cómo amar a Dios y al prójimo en el proceso. La psicología me ha cambiado, especialmente la psicología positiva, y algunos años después Lisa también cambió cuando hizo su doctorado en sociología; pero en el proceso nos hemos sentido a gusto con la idea de que las ciencias sociales pueden mejorar nuestra fe, al igual que la fe agudiza nuestra ciencia. Únete a mí en este viaje integrador y trabajemos juntos para redimir la virtud.


1. Christopher Peterson y Martin E. P. Seligman, Character Strengths and Virtues: A Handbook and Classification (Washington, DC: American Psychological Association; New York: Oxford University Press, 2004).

2. Alasdair MacIntyre, After Virtue, 3ª ed. (Notre Dame, IN: University of Notre Dame Press, 2007).

3. Everett L. Worthington Jr., “What Are the Different Dimensions of Humility?,” Big Questions Online, November 4, 2014, https://www.bigquestionsonline.com/2014/11/4/what-are-different-dimensions-humility.

4. Paul C. Vitz, Psychology as Religion: The Cult of Self-Worship, 2ª ed. (Grand Rapids: Eerdmans, 1995).

5. L. Gregory Jones y Célestin Musekura, Forgiving as We Have Been Forgiven: Community Practices for Making Peace (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2010).

6. Stanton L. Jones, Psychology: A Student’s Guide (Wheaton: Crossway, 2014). Capítulo 1. Sabiduría.

Psicología de la virtud

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