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El viaje de la vida

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Había una vez un espíritu curioso que decidió dejar la comodidad de su hogar para iniciar un alocado viaje a lo desconocido. Entusiasmado con la aventura que tenía por delante, emprendió la marcha sin darle vueltas al asunto. En su camino se cruzó con un astuto mago, quien le regaló una aterciopelada bolsa roja con los cuatro elementos que necesitaría para sobrevivir en diferentes momentos de su travesía: una copa, una espada, un bastón y unas monedas de oro. El viajero le agradeció el obsequio y siguió andando.

Había caminado apenas unos metros cuando le salió al encuentro una virginal mujer.

—Veo que ya te has cruzado al mago—le dijo con una voz muy calmada—. Yo también tengo un regalo para ti. En este manuscrito está todo lo que te ayudará a sobrellevar momentos de angustia y desolación. Es un verdadero tesoro. Cuídalo. Te deseo un muy buen viaje.

El intrépido viajero guardó el obsequio en la bolsa y prosiguió su marcha. Una hermosa joven lo saludó desde un florido jardín y le deseó prosperidad y abundancia.

Llevaba unas cuantas horas de viaje cuando decidió buscar un lugar donde pasar la noche. Vio a un campesino que estaba pastando a sus cabritas y lo saludó.

—Buenas tardes, buen hombre.

—Llevo muchas horas andando y quisiera encontrar un lugar donde descansar.

El hombre lo invitó a su casa y le ofreció una rica comida y un cómodo catre donde dormir. Durante la cena, le advirtió de los peligros a los que podría enfrentarse y le enseñó todo lo que le sería de utilidad en su camino.

Muy temprano el viajero se despidió de su anfitrión y retomó su marcha.

Después de mucho andar, llegó a un pequeño poblado con unas quince casas y una rústica iglesia frente a la plaza central. Cansado, se sentó en un banco a recuperar fuerzas. Se percató de que no había tomado agua ni había comido alimento alguno por muchas horas. Sacó la copa que le había regalado el mago y se sirvió agua de una pequeña fuente.

Aunque el lugar estaba desierto, la puerta de la iglesia estaba abierta. Entró sigilosamente y encontró a un sacerdote orando. Estaba tan ensimismado en sus rezos que no notó la presencia del visitante. El viajero, entonces, salió del templo con la misma prudencia y silencio con el que había ingresado.

Decidió buscar algo para comer. En el lugar había varios árboles frutales. Eligió uno cargado de naranjas al costado de una pequeña casa y se dirigió hacia allí. Al acercarse vio por la ventana una joven pareja besándose. Ellos tampoco notaron su presencia.

Se sentó en un banco de la desierta plaza y comió su frugal almuerzo.

Ya repuesto decidió seguir su camino. A lo lejos se escuchó una carreta aproximándose y le hizo señas para que parara. La gran carreta tirada por dos fornidos percherones se detuvo. Su joven conductor lo saludó con amabilidad.

—¿Lo llevo a alguna parte? —le dijo con una gran sonrisa en su rostro.

El alocado viajero aceptó de buena gana la oferta que le acababa de hacer el atlético hombre. Éste le contó que se dirigía al próximo poblado a entregar una mercadería que había fabricado con sus propias manos. Se sentía realizado: su gran esfuerzo de meses estaba a punto de dar los frutos que él tanto deseaba. Con el dinero obtenido podría mantener a su mujer e hijos por suficiente tiempo.

El viaje se hizo muy llevadero para ambos y cuando menos lo esperaban, el poblado se hizo visible delante de ellos.

El viajero se despidió del dueño del carro y se dirigió a la plaza central donde se estaba desarrollando la gran feria semanal. Había puestos de los más variados tamaños, con mercancía para todos los gustos. Los vendedores intentaban atraer la atención de los clientes vociferando sobre las bondades de los productos a la venta. Algunos ofrecían incluso degustar los manjares que habían preparado especialmente para la ocasión. Era un festival de colores, aromas y sabores; una tentación para los sentidos.

En una esquina de la plaza habían montado un pequeño escenario donde de un momento a otro comenzaría el espectáculo. El joven viajero se dirigió hacia allí. El público ya había comenzado a congregarse y, según lo que pudo oír, lo que iban a ver era algo único en el mundo. Se escuchó un redoble de tambores y apareció una frágil niña ataviada con un impoluto vestido blanco y una corona de flores. La niña miró a la multitud y sonrió tímidamente. Un nuevo redoble de tambores y apareció una jaula con un rugiente león. Ante la mirada expectante del público, la niña abrió la puerta de la jaula, entró y acarició al salvaje animal. El león volvió a rugir con toda su fuerza y la pequeña colocó sus manos sobre su hocico y su boca, como callándolo. El animal se tranquilizó de inmediato. La jovencita lo acarició una vez más y salió de la jaula. El público estalló en aplausos y comenzaron a llover monedas sobre el escenario. El viajero tomó una de las monedas que el mago le había dado y se la dio a la niña en recompensa por su sorprendente habilidad.

Cansado del bullicio y la algarabía de la feria decidió buscar un lugar tranquilo para descansar. Necesitaba pensar cómo iba a proseguir su viaje y para ello debía estar solo y en silencio. Encontró un lugar solitario en lo alto de una colina y allí se quedó un largo rato. Cerró sus ojos y recordó todo lo vivido hasta ese momento. Sintió nostalgia de su hogar y de su gente y por un instante pensó en abandonar la travesía. Recordó lo que la virginal jovencita le había dicho al entregarle el manuscrito y lo buscó dentro de la bolsa. En la primera página había un dibujo con un título que le llamó la atención "Señor de las fuerzas en la vida". Era una rueda sostenida por una figura mitológica rodeada de cuatro personajes alados, una serpiente y una esfinge. Abajo de la imagen se leía un breve texto: "Acepta que la rueda gire más allá de tus deseos y de tus poderes. Acepta sus ciclos secretos. Deja fluir las fuerzas de la vida. El cambio ocurrirá".

Se quedó mirando la imagen por un largo rato y reconoció que le quedaba mucho por aprender y conocer.

Se encaminó nuevamente hacia la feria; necesitaba comer algo y buscar un lugar donde pasar la noche. En un pequeño puesto vio a un hombre de mediana edad sentado en un sólido trono de piedra. Sostenía una balanza en una de sus manos y una espada en la otra. Delante de él se había formado una larga fila de hombres y mujeres quienes por una módica suma de dinero recibían una resolución justa e imparcial a sus variadas contiendas. Con rigor para algunos y benevolencia para otros, los conflictos iban recibiendo el dictamen correspondiente.

Al viajero le gustó la lección aprendida: dar a cada uno lo que corresponde, con equilibrio, estructura y formalidad.

Siguió caminando por la feria en busca de algo para comer y beber. Estaba anocheciendo y la cantidad de gente era cada vez más numerosa. Sacó otra moneda de su bolsa y compró unos pastelitos y un té. Ahora tendría que buscar un lugar para pasar la noche. Con dificultad se abrió paso entre la multitud e intentó alejarse del bullicio del mercado. En su camino vio a un hombre joven colgado de un pie cabeza para abajo, en una especie de media cruz de madera rústica. Al ver la cara de asombro del viajero, el hombre le explicó que hacía eso todos los días para su purificación e iluminación.

—Esto me ayuda a ver las cosas desde otra perspectiva— agregó.

—¿Pero no probó cambiar la mirada sin tanto sacrificio? —le preguntó inocentemente el viajero.

El hombre cerró sus ojos como buscando una respuesta en su interior.

— Es mi karma— dijo con resignación.

El joven viajero no sabía lo que esa palabra significaba pero no quiso seguir preguntando. Se despidió amablemente y se propuso buscar un lugar donde alojarse; no quería pasar la noche a la intemperie. Le recomendaron un pequeño hostal a muy pocas cuadras de allí. Apuró el paso y llegó al lugar: una pequeña casa con unas pocas habitaciones para huéspedes. Lo recibió su dueña, una agradable mujer de mediana edad. Para alegría del viajero tenía un cuarto libre y a muy módico precio. La mujer acompañó a su huésped hasta la puerta y le deseó un reparador descanso. El viajero se tendió sobre la cama exhausto luego de tanto trajín y se durmió casi instantáneamente.

Los rayos del sol lo despertaron muy temprano. Tomó sus escasas pertenencias y salió con rumbo desconocido; estaba seguro de que su intuición lo guiaría en su camino.

Llevaba unas cuantas horas andando cuando vio acercarse un caballero con una renegrida armadura, montado sobre un hermoso corcel blanco. Al pasar a su lado el viajero sintió un escalofrío.

—Buenas tardes, joven viajero—. ¿Hacia dónde te diriges?

—Buenas tardes, caballero.

El joven alzó la vista para mirar a los ojos a su interlocutor y vio que debajo de la sólida armadura había un esqueleto.

—¿Quién eres? —le preguntó aterrado.

—No temas. No voy a hacerte daño. Por el contrario, quiero ayudarte a encontrar tu verdadero camino. Todavía sigues añorando tu vida pasada, tu hogar. ¿Verdad? Entiendo lo doloroso que ello es pero si no dejas lo viejo no vas a acceder a tu propio desarrollo y a la vida nueva que quieres tener. Elegiste dejar la comodidad de lo conocido para aventurarte a una experiencia distinta, desafiante. Nada será igual desde este momento. Acéptalo y acéptate. Adiós. — Y se alejó a todo galope.

El viajero se quedó inmóvil, su mirada puesta en el aterrador caballero, quien fue alejándose cada vez más aprisa. Le tomó unos instantes recobrar la calma, aceptar que la cadavérica figura le había dicho una gran verdad.

Sacó una vez más el manuscrito que le había obsequiado la virginal mujer y como por arte de magia una de las hojas del antiguo libro se desprendió y cayó a sus pies. Lo primero que vio fue una figura celestial con unas grandes alas de color carmesí. En letras grandes se leía la palabra templanza y una frase "la clave para armonizar el mundo material con el mundo espiritual". ¡Eso era lo que estaba buscando en ese momento!

Empezó a escuchar una suave voz que le susurraba algo al oído, pero no había nadie allí. Notó que era el ángel el que le estaba hablando.

— Te felicito por tu coraje al iniciar este viaje. Quiero darte unos pocos consejos que te ayudarán con lo que aún te falta por recorrer. Aprenderás que el viaje hacia el "yo" es una ruta de ida y vuelta, que al interiorizar en uno mismo se finaliza en un retorno hacia el exterior. Debes huir de los extremos; sólo templando tu naturaleza racional con la espiritual podrás conseguir el atisbo de quién eres realmente y a dónde vas. Nunca pierdas la armonía, tranquilidad y paz interior. Te deseo lo mejor.

El viajero le agradeció su mensaje y se quedó meditando cada una de las palabras que este ser celestial le había obsequiado.

Estaba anocheciendo y el poblado más cercano se encontraba todavía bastante distante. Le quedaba un largo trecho por recorrer. Además el camino era cada vez más angosto y debía subir una elevada colina para cruzar del otro lado. El viajero comenzó a sentir miedo; miedo de no poder superar ese obstáculo. Se sentía cansado, el sol se estaba ocultando y el pueblo más próximo quedaba demasiado lejos. Empezó a pensar en todos los peligros a los que estaba expuesto: lo podría atacar un animal salvaje o podría morir de frío o podría caerse por el precipicio a su lado. Se sentó en una fría piedra y sacó la espada y el bastón que le había regalado el mago. Usaría el bastón para afirmarse en el camino y la espada para defenderse de un posible atacante.

La oscuridad de la noche le impidió seguir avanzando, pero a pesar del cansancio del largo viaje no pudo dormir. Cada movimiento o ruido a su alrededor lo exaltaba. ¡La soledad era insostenible! ¡Y la negrura de su entorno, amenazante!

El amanecer llegó por fin y con él la seguridad que da la luz. No había avanzado mucho cuando se desató una terrible tormenta. El cielo se llenó de destellos luminosos y los truenos se hicieron cada vez más fuertes. El viajero se refugió debajo de un arbusto con la esperanza de que las condiciones climáticas mejorasen a la brevedad. Se sintió tan solo y desprotegido que hasta se cuestionó el viaje. ¡Las cosas no estaban saliendo como él hubiera querido! Sacó una vez más el manuscrito en busca de consuelo e inspiración. Lo abrió cómo pudo y con cierta dificultad leyó el texto:

"Acepta que hay elementos que tú no puedes cambiar y que son necesarios para tu evolución. Pero recuerda no estás solo; la Divinidad te protege siempre. Suelta tus ataduras; aquellos miedos que no te permiten ver tu verdadero ser y avanza con confianza."

Nuevamente el texto era apropiado para el momento que estaba viviendo. La lluvia se hizo cada vez más débil y las oscuras nubes se disiparon. Miró al cielo, y aunque era todavía de día, se podían percibir unas tenues estrellas en el firmamento. Apuró el paso sintiéndose en paz, sin miedo, sin temor, confiado de que la luz nunca está lejos.

Llegó finalmente a un pequeño caserío al pie de la colina. Los pobladores lo saludaron a su paso y lo ayudaron a encontrar un lugar donde alimentarse y dormir.

Esa noche tuvo un sueño aterrador: soñó que se ahogaba. La tupida lluvia había formado un gran charco del cual no podía escapar. Sintió que se hundía cada vez más en las profundas aguas hasta desaparecer. Todo era oscuridad y confusión. Se despertó sobresaltado y corrió hacia la ventana de su humilde habitación. Una gran luna llena brillaba en el oscuro firmamento. Volvió a su cama y para su suerte se sumió en un sueño reparador casi inmediatamente.

Repuesto y con ganas de seguir su gran viaje, emprendió la marcha una vez más. En el diáfano cielo el sol brillaba en todo su esplendor. Sintió el calor de sus rayos, su fuerza vital que impulsa a vivir y caminó entusiasmado, ya que podía ver su trayecto con claridad. Esto le daba seguridad y valentía para proseguir el viaje. Animado por este sentimiento de confianza y alegría avanzó sin descanso hasta el próximo poblado. Presentía que ya le faltaba poco para llegar a su destino final.

Al llegar al pequeño pueblo vio un santuario al costado del camino y sintió la necesidad de ir allí para reflexionar sobre lo vivido. El lugar era pequeño: sólo había un banco de piedra y unas flores sobre un altar de mármol. Le llamó la atención la figura tallada en madera que colgaba de la pared sobre el altar. Era un ángel con una enorme trompeta dorada. El alado ser comenzó a tocar su instrumento celestial y el viajero escuchó que le hablaba.

—Mantente despierto, ya estás en la antesala de tu meta y a punto de poder distinguir entre lo verdadero y lo que es necesario desechar. Podrás discernir y analizar y así tomar la decisión de renovarte en espíritu y pensamiento. Tu conciencia humana está a punto de mezclarse con la conciencia universal.

El joven viajero se quedó pensando un largo rato sobre lo que el ángel le había dicho y lleno de esperanza se adentró en el pueblo.

Era un poblado con unas quince casas y una rústica iglesia enfrente a la plaza central. Había gente por todos lados. La puerta de la iglesia estaba abierta y una música celestial llenaba la plaza e invitada a participar de la ceremonia allí dentro. El viajero entró atraído por la melodía y contagiado por el clima de celebración, entonó cánticos de alabanza. Sintió gratitud por lo vivido. Se sentía pleno, renovado y feliz por su nuevo porvenir.

Te Cuento el Tarot

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