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Volver a vivir

Se sentía como un león enjaulado. Cómo podía ser que estuviera allí lejos de toda civilización. Allí, entre gente ignorante, sin clase, sin un solo lugar decente donde tomar el té como lo hacía asiduamente con sus amigas en París. Era increíble que eso le estuviera pasando a ella. ¿Qué dirían las crueles y despóticas amigas de esta situación bochornosa? ¿Sabrían lo sucedido? ¿Qué pensarían de ella, acusada de defraudación, desterrada y confinada a un lugar alejado de todo, entre bosta de vacas? Horrible panorama, pero peor hubiera sido la cárcel. Imaginó los periódicos de París informando su detención y se aterró. Desde la ventana hasta donde llegaba su mirada sólo veía campo y animales.

Ella seguiría perteneciendo a la aristocracia de todas maneras, pensó, pero ni esa idea la tranquilizó. El proceso seguiría, poco a poco iría perdiendo todo, fortuna, títulos de nobleza, amigos, familia, como había perdido su preciada libertad. Cómo pudo confiar en él, debió ser más cauta, precavida, más previsora, pero era su contador, como lo había sido su anciano padre al que él había reemplazado en el puesto cuando enfermó de Alzheimer, mal que hasta hoy lo aqueja y por lo cual no puede recordar y mucho menos atestiguar, si no sería diferente, él no sería capaz de mentir delante de su padre.

Ella no podía controlar todo, no era una máquina, era solo un ser humano, aunque no cualquier ser humano, era una Southier Palacios Achával y no podía permitir que ensuciaran el apellido, no debía quedar ni una mancha o duda sobre ese distinguidísimo apellido que tan honrosamente llevara su esposo toda su vida, no podía permitirlo de ninguna manera.

Se sentía abrumada y decidió salir a caminar. Hacía tantos años que no iba allí que prácticamente no recordaba nada, era como verlo todo por primera vez. Se había ido apenas terminada la escuela primaria para seguir su carrera de bailarina clásica en París cuando, en una presentación hecha en la escuela de danzas, un productor la descubrió, quedó enamorado de su danza y armonía, convenció a los padres y la llevó con su nana, ellos la visitaban muy seguido. Allí, después de años de estudio, fue muy exitosa su carrera y en una fiesta conoció al su esposo el marqués Aníbal Ignacio Southier Palacio que amaba París y lo tenía como su segundo hogar ya que vivía en Alemania. Habían sido muy unidos y no puede superar su perdida.

Desde la ventana le había llegado el aroma a flores del jardín y allí se dirigió erguida como una doncella y vestida como si estuviera paseando en París con un vestido azul de una renombrada marca que hacía resaltar el color de sus ojos, llevaba zapatos costosos e inconvenientes para ese terreno y situación, incómodos pero acordes al cinto que ceñía su diminuta cintura y su capelina. Nada iba a hacerle bajar la guardia, debía verse perfecta siempre, podría ir alguien a visitarla, algún atrevido paparazzi, nunca se sabe, o el sol afectar a su piel.

Al llegar, con sorpresa, vio un enorme jardín con un camino bordeado de flores de todas clases y colores, con hermosas plantas de todo tipo y color, muy bien cuidado, rodeado de pinos y abedules con una enorme fuente en el medio cubierta de enredadera y flores. Era un sueño, la estatua de una bailarina con zapatillas de punta con sus brazos bajando hacia el piso la enterneció, no recordaba haber visto eso jamás pero era tal cual como ella lo hubiera diseñado, coronado al fondo con una enorme pileta olímpica. Cerró sus ojos para deleitarse con el aroma que lo cubría todo, de pronto un recuerdo llegó a su memoria, se vio corriendo feliz y despreocupada, riendo a carcajadas con otra niña, fue un recuerdo fugaz, tanto, que pensó que había sido fruto de su imaginación o de alguna película de las tantas que vio y rió por la ocurrencia.

Siguió caminando. En paralelo al parque había plantas frutales, duraznos, ciruelos, nogales, membrillos, naranjos, mandarinas y algunos que no distinguió, no salía de su sorpresa cuando al girar a su derecha se encontró con una una niña de unos 6 ó 7 años, cabellos trenzados, castaños, de piel blanca, vestida humildemente, que le cambiaba la ropa a una muñeca de trapo mientras la reprendía por haberse ensuciado.

—Te dije Nuria, no debes ensuciarte, debes cuidar más la ropa, mamá tiene mucho trabajo y no puede estar siempre lavándola, además se gasta.

De repente la niña se sintió observada, giró la cabeza y la miró sonrojada, luego esbozó una sonrisa.

—Hola, Señora Elena

—Hola niña ¿quién eres y cómo sabes mi nombre?

—soy Isabela y estoy jugando con mi muñeca ¿necesita algo?

—No, nada… no sabía que había niños aquí

—Nací acá, mi abuela me hablaba de usted y cómo le gustaba verla danzar y por eso se su nombre

—¿Tu abuela?

—Sí, ella vivía aquí cuando las dos eran niñas.

A lo lejos se escuchó una voz que la llamaba. Isabel se levantó rápidamente y se despidió con cortesía.

—Disculpe, me llama mi mamá para merendar, aún queda torta –dijo y se alejó corriendo.

Esa niña le hizo pensar en lo solitaria que es la vida en el campo, jugando sola, con una muñequita de trapo, sin posibilidad de crecer, tener una carrera, trabajar siempre ahí como su madre, como su abuela, sin otra aspiración que casarse y tener hijos que harían lo mismo, generación tras generación, muy aburrido y en todas las cosas que no podrá hacer o disfrutar por estar lejos de la civilización. En fin es su vida –pensó-, además no recuerdo haber conocido a su abuela quizás se confundió.

Caminó un rato más recordando lo aburrido que era estar allí sin nada interesante para hacer, trató de relajarse sentándose en un cómodo banco que había en el jardín, pero no lo consiguió, así que volvió a la casona, estaba demasiado enojada como para relajarse, pensando en lo injusta que era su vida y en los lugares que estaría visitando en lugar de estar confinada a ése aburrido y solitario. Después de cenar se sentó frente al ventanal, pero se quejó porque solo se escuchan bichos aunque la luna se veía enorme y rodeada de miles de estrellas fulgurantes. No sabía qué hacer, allí, tan sola y aburrida, pensó si irían sus amigas a verla alguna vez o tendrían miedo de involucrarse con su causa. Conociéndolas… no irían jamás, es más… hasta la abrían borrado de sus directorios. Reflexionó… Siempre fuimos muy superficiales, jamás pensamos en el otro o en ayudar a alguien que lo necesitara, solo disfrutamos de lo que nos tocó a nosotras, sin pensar en nadie más.

Camino a su habitación vio la gran biblioteca y entró para buscar algún libro que le ayudara a mitigar el tedio. Seguía ansiosa y apesadumbrada. Allí encontró libros que le recordaron su infancia: “Platero y yo” de Juan Ramón Jiménez y sonrío al recordar Platero es pequeño, peludo, suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Por un instante pensó cómo describiría ella a Isabela, esa niñita que decía conocerla y que por alguna razón la había impresionado. Luego de hojear unos cuantos más se decidió por uno de Hemingway y se dirigió a su habitación. Se quedó dormida mientras leía. Alguien apagó la luz, había sido un largo y tortuoso día, necesitaba descansar.

Despertó cerca del mediodía, los gruesos cortinados impidieron que el sol entrara travieso a despertarla, nunca había dormido tanto, se levantó, corrió las cortinas, abrió el ventanal y sintió la suave caricia del sol. Cerró los ojos nuevamente y disfrutó del aroma de las flores que le llevaba la brisa, era como transportarse al jardín de, pensó, pero se corrigió al instante: no, esto es más especial, porque es solo mío.

Por alguna razón se sentía más tranquila, no sabía si por el descanso o porque empezaba a entender que estaría allí por muy largo tiempo y no lograría nada lamentándose constantemente. Debía organizarse. Se dirigió hacia el elegante comedor donde le servirían el desayuno, mientras caminaba se sorprendió tarareando una melodía, al terminar el desayuno salió nuevamente a caminar, quería recorrer el lugar, esta vez se había puesto pantalones de montar, largas y elegantes botas y un gorro acorde. Buscó a Isabela para que le mostrara todo pero no la encontró por ningún lado, así que decidió hacerlo sola. Muy contrariada se dirigió al establo, podría hacerlo a caballo pero solo había fardos de pasto, siguió por un camino ancho que bordeaba un alambrado, pensó en lo acertado de llevar el gorro y protector solar, el sol pegaba fuerte y corría un aire cálido. Absorta en sus pensamientos y observando todo como si fuera la primera vez que lo veía no reparó en que se había alejado mucho, la estancia apenas se veía, se sentía cansada y no tenía donde sentarse, agobiada cerró los ojos para pensar y se sobresaltó al escuchar el galope de un caballo, al abrir los ojos vio una gran polvaredas, se quedó parada, expectante, y vio que era un sulky tirado por un caballo y que en él iba la niña y el peón que manejaba.

—Buenas y santa, señora parece que se ha alejado mucho ¿quiere que la mande a buscar con el auto?

—Hola –dijo la niña–, ¿querés venir con nosotros? Es divertido…

—Si me hacen un lugarcito voy con ustedes, realmente parece una buena experiencia, espero no arrepentirme luego –dijo seriamente–. Pensó que nadie podría verla paseando en un carro tirado por un caballo en medio de la nada como para que provoque risa y estaba demasiado cansada para esperar el auto, además hasta las princesas anduvieron en carruajes alguna vez y esto cuenta como tal. Subió. La niña le dejó el asiento y se sentó en el pescante a sus pies, notó que tenía delantal blanco y comprendió que volvía de la escuela.

Cuando se puso en movimiento, el primer cimbronazo la asustó y se sostuvo fuertemente de la baranda, iba erguida y expectante a los cambios, luego se fue relajando y comenzó a disfrutar del paseo, riendo con la niña que cantaba canciones al ritmo del trote del caballo, junto con el peón.

Ya en la estancia salió a recibirlos la madre de Isabela, quien al verla se sorprendió mucho y los reprendió porque ése no era un vehículo apropiado para la señora y ni siquiera le habían puesto un almohadón. Ella le explicó que a habían ayudado a regresar y que les estaba muy agradecida. La mujer quedó muda del asombro, jamás le había dirigido la palabra a un empleado y ahora les agradecía, vivir para verlo, pensó.

Al entrar en el jardín de invierno y sacarse el gorro y los lentes vio que estaba completamente cubierta de polvo y rió al pensar que había vivido la experiencia más espectacular de su vida, que se había divertido mucho. Sintió que era el comienzo, esa niña seguía dándole sorpresas. Se duchó, almorzó. Estaba atenta a cuándo la niña saldría al jardín cuando escuchó una voz a su espalda

—¿Estás aburrida? ¿Querés jugar conmigo?

Era otra vez su ángel salvador, Isabela, que la rescataba de su ostracismo. Asintió con la cabeza y la siguió. Le fue mostrando los distintos juegos que poseía. Una rayuela bien delineada y con colores fuertes que marcaba tierra y cielo, varios juegos de payanas hechos con piedras que había ido moldeando, una hamaca y un subí baja muy rústico hecho con una madera apoyado y atado al tronco de un árbol, le contó que todos los días hacía el juego de la canasta que consistía en salir con una canasta a recolectar huevos en nidos de las gallinas y descubrir nuevos. Esta vez lo hicieron juntas entre risas y corridas. Así estuvieron toda la tarde, merendaron sin parar de charlar ni de reír.

Al atardecer y mientras Isabela le leía un cuento llegó su abogado. Ella lo recibió en la biblioteca, las noticias no eran muy alentadoras porque, si bien ella no tenía antecedentes de estafar al fisco, había firmado todos los papeles y era necesario demostrar que lo había hecho a pedido de su actual contador, a quien le tenía absoluta confianza, y remarcar el hecho de que reemplazó a su propio padre en el puesto, quien fuera contador en vida de su difunto esposo, que era el que siempre se encargaba de todo lo referente a la administración pero debió retirase por una enfermedad que desgraciadamente no le permitía declarar, o sea que dependían de lo que declarara el contador al día siguiente. Siguió haciéndole preguntas de los posibles desenlaces.

—Si debo seguir en prisión domiciliaria que sea aquí.

—Pero tú me dijiste de otro lugar que aún trato de conseguir.

—Estoy decidida, me quedo aquí, me gusta el lugar, es muy tranquilo y hasta me hice de una amiga y compañera de juegos.

—Eso me deja más tranquilo, no me gusta verte triste o malhumorada.

Acompañó al abogado hasta el auto y cuando regresó vio a Isabela que se había quedado dormida mientras leía. La levantó en sus brazos y la llevó con su mamá que solo atinó a decir “gracias, señora” muy asombrada porque sabía que la señora jamás había cargado un niño, ni a su propio hijo que siempre estaba con su nana pero ahora cargaba en brazos a la hija de un puestero y a la que apenas conocía, no entendía lo que estaba pasando realmente. Ella le sonrió y le explicó que gracias a Isabela y su frescura podía resistir los malos momentos… “es como un bálsamo para mi vida actual”.

Al día siguiente llovió sin parar. Fuertes vientos y lluvia azotaban la gran casona y toda la zona, las descargas eléctricas parecían llegar al fondo de la Tierra, el viento amenazaba con arrancar los árboles desde la raíz, moviéndolos de un lado a otro, ella pensó que el tiempo estaba como su alma que se mostraba inquieta y expectante de lo que pasaría en la audiencia. ¿Diría la verdad el contador? ¿Se terminaría ese injusto suplicio? Cerca del mediodía recibió la noticia: el contador había presentado una nota para postergar la audiencia por encontrarse enfermo. Se fijaría una nueva fecha y crecería la agonía, pensó.

Afuera la lluvia torrencial seguía azotándolo todo, estaba oscuro en plena tarde, solo se seguían viendo las fuertes descargas eléctricas que surcaban el cielo, no se veían pájaros ni animales ni personas, todas debían protegerse de tan tremenda tormenta a la que solo compararía con la furia e impotencia que sentía en ese mismo momento. Pasó todo el día frente al ventanal mirando fijamente hacia la tormenta, como enfrentándola, perdida en sus propios pensamientos, comió muy poco, solo observaba la tormenta.

El día siguiente amaneció soleado, desde la ventana veía mucho movimiento de personas, más de lo habitual, para corregir los destrozos del temporal, pensó en las horas que faltaban para ver a Isabela, se sentía muy sola. Su hijo desde Alemania le envió el escueto mensaje “estamos con vos”, y entendió que era una muestra de lo que ella había generado con su forma de vida. Ahora preferiría tenerlo ahí para fundirse en un abrazo afectuoso que la reconfortara, pero no lo había preparado para eso, nunca lo abrazaba, ni le decía que lo quería, siempre le exigía más y más, y lo mismo a sus nietos a quienes les hacía regalos costosos pero no les demostraba cuánto los amaba porque suponía que los haría débiles y conformistas. Ahora se daba cuenta de sus errores.

Sentada en el sillón, cerró los ojos, apoyó los dedos en la frente y suspiró fuertemente, se sentía cansada y vulnerable, sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas, y entonces nuevamente escuchó la voz…

—¿Estás dormida? ¿querés que vuelva más tarde?

Se estremeció de emoción, era su ángel que volvía a rescatarla de su sufrimiento, de su soledad.

—No… solo descansaba, pensé que estabas en el colegio.

—La tormenta rompió todo, no sabemos cuándo podremos volver

—¿Y qué hacen mientras tanto?

—Me enseña mamá y como no podemos salir a jugar porque el parque también se rompió y lo están arreglando traje los álbumes de fotos de la abuela para mostrártelos. Ella los cuidaba mucho, siempre decía que era su gran tesoro y que alguna vez te los mostraría a vos, pero no llegaste a tiempo, sé que te van a gustar. Ella los tenía enumerados para que no se mezclaran, así que empezaremos por el primero, para la abuela fueron los mejores años de su niñez.

—¿Cómo se llaman tus abuelos?

—Inés y Matías.

Elena se estremeció pero avanzó con las preguntas…

—¿Y dónde están ellos que no los vi? ¿Viven en otro lugar?

—Ellos ya no están, fallecieron en un accidente hace mucho, la extraño, siempre jugábamos y me contaba historias de ustedes, cómo jugaban y que le encantaba verte bailar, que parecías un ángel.

Nuevamente sintió la presión de las lágrimas en sus ojos y la invadió una gran angustia, ¿cómo había olvidado todo lo bello para convertirse en una muñeca de hielo que seguía el protocolo al pie de la letra dejando de lado los sentimientos y anhelos. La voz de la niña la volvió otra vez a la realidad.

—Vení, sentémonos aquí así apoyamos bien y te muestro las fotos.

—¿Me vas a contar la historia como lo hacia tu abuela?

—Pero vos ya sabes la historia…

—Pero quiero escucharla como ella lo contaba, para saber cómo era todo desde su óptica.

—¿Su qué? La abuela no tenía eso.

—Lo que quiero decir es que quiero escucharlo como ella lo veía.

—Ah bueno te cuento, siempre decía que no había fotos de cuando se conocieron porque la cámara se la regalaste vos para un cumpleaños. Me contó que se conocieron un verano cuando viniste de vacaciones, vivías en la ciudad para ir a las escuelas, ibas a la escuela común y a la de danzas. Ese día ella te vio sentada, aburrida bajo el sauce y se acercó, te saludó y te dijo si querías jugar y le contestaste

—No puedo porque no te conozco, papá dice que no debo hablar con gente desconocida.

—Soy Inés, mis padres trabajan acá. Papá en el campo, mamá en la cocina y vos ¿cómo te llamas?

—Hola soy Elena y todo esto es de mis padres. Pero no me gusta venir porque me aburro, nunca hay nada para hacer y no me gusta jugar sola con mis juguetes.

—Bueno, ahora estoy yo así que podemos jugar y ser buenas amigas si nos llevamos bien, claro.

—Me parece bien, una carrera hasta el molino el que gana elige el juego.

Esa tarde rieron y corrieron hasta el molino, vos llegaste primero por muy poquito y elegiste jugar a la casita, mi abuela iba a ir a buscar su muñeca pero le dijiste que le prestabas una de las tuyas, la que eligiera. Al entrar a tu cuarto no podía creer lo que veía, tu habitación era inmensa y hermosa y tenías muchísimos juguetes, instrumentos musicales y una colección de muñecas tan pero tan lindas que no sabía cuál elegir, al final eligió una y la llamo PP porque tenía una p en cada zapatito. A partir de ese día se volvieron inseparables, se veían a diario y jugaban todo el día, los juegos se siguieron eligiendo después de la carrera al molino. Dos semanas después fue su cumpleaños y vos le regalaste la cámara de fotos, a ella le encantó y ahí tuvieron la primera foto, juntas. El día de su cumpleaños con la torta que le había hecho su mamá.

Dicho esto, abrió el primer albún y mostró la primera foto de ellas, cuando Elena la vio, sintió una opresión en el pecho, ahí estaban ella e Inés con caras de clara alegría, recordó ese momento que por alguna razón había ocultado tanto y brotaron las lágrimas que había contenido. Cataratas de recuerdos llegaron a su mente y se dio cuenta de que el recuerdo del parque corriendo feliz junto a una niña era real, no una película, eran ella e Inés. También recordó su hermosa y sonora risa y cómo la acompañaba cuando estuvo enferma varios días en cama, estando a su lado todos los días, y hasta la ayudaba con la tarea.

La nena se asustó al verla llorar

—¿Por qué llorás? –le pregunto preocupada–, ¿te sentís mal, estás triste?¿te ofendí?

—No, corazón, es la emoción que me causó ver esa foto, tan chiquitas y felices, junto a tu abuelita, es emoción y muchos recuerdos juntos que estaban ocultos hasta este momento por alguna razón que desconozco. Tu abuela tenía la risa más linda del mundo y un corazón enorme lleno de bondad.

—¿Querés que descansemos y merendemos algo rico que te alegre el corazón? Abuelita decía que cuando uno está triste, el chocolate hace que fluya la alegría por algo que tiene que no me acuerdo, después te sigo mostrando.

—No, mejor pedimos que nos traigan cosas muy ricas y merendamos aquí mirando las fotos y así me seguís contando

—Siiiiiiii –dijo la niña muy feliz.

Elena se sentía rara, era como ver una vida paralela donde algunas personas vivían por y para ella sin que lo supiera, sin que lo notara, sin que les diera la importancia que hubieran merecido, muchos recuerdos escondidos fueron saliendo a la luz, creándole una encrucijada.

Isabela tenía una historia con cada foto, aprendidas de memoria de la abuela, y parecía disfrutar contándolas tanto como comer chocolate, era como si con eso hiciera que su abuela volviera a su lado con cada recuerdo compartido, sencillamente hermoso.

Pasada la tarde, cuando la madre llamó a la niña para estudiar, Elena llamó al mayordomo y le pidió que le contara en qué condiciones estaba la escuela, él le explicó que la escuela se había hecho en un terreno que donara su padre, por orden de él allí se había edificado una pequeña escuela para que pudieran ir los hijos de los puesteros y de la gente de la zona, pero después se hizo cargo el municipio y como no tenía mantenimiento se fue deteriorando y que el último vendaval la había afectado mucho y el municipio decía no tener fondos por lo cual estaba todo parado, la destrucción era prácticamente total, techos volados, paredes caídas, y prácticamente todo el material didáctico perdido.

—Arreglémosla nosotros –dijo Elena.

—Pero señora eso costaría mucho y usted tiene restringido el uso de su patrimonio

—Bueno, pero nadie tocó mi caja chica para gastos personales, creo que eso alcanzaría para los materiales, busca gente del pueblo que ayuden, formemos un grupo para la reconstrucción de la escuela, gente que quiera ayudar desinteresadamente con la mano de obra para que la escuela pueda volver a funcionar. Organizá todo muy rápido porque los niños no deben dejar de estudiar, terminaran atrasándose.

—Perfecto. ¿Y de cuánto son los fondos de su caja chica?

—No mucho, alrededor de 100.000 euros.

—Bien, señora, ya mismo me encargo de todo, no se preocupe

—Pero no digas que es mi dinero, y asegurate de que la gente que colabore se alimente bien. Si llegara a faltar podría pedirle a Christofer.

—Si señora yo me ocupo, mañana mismo hablo con el contador y arreglamos todo.

El mayordomo salió sonriendo y pensando “caja chica dijo, caja chica, válgame Dios las diferencias abismales en las esferas económicas y sociales son increíbles, pero tiene corazón, pensó en los niños y eso es muy noble, habla bien de ella”.

Para Elena a partir de ahí los días siguientes transcurrían rápidamente entre los informes del abogado que eran muy cautelosos con respecto a los testigos del juicio y las posibles derivaciones y la incógnita de lo que declarara el contador, barajando ahora la posibilidad de que ella declarara también. El mayordomo llegó feliz con la noticia de que el contador le confirmó que no sería necesario el dinero de la caja chica ya que su padre había destinado, desde la donación de los terrenos, una mensualidad como aporte para el mantenimiento del colegio esperando la autorización de construir además un colegio secundario para que los niños siguieran estudiando, dinero que no había sido usado porque las autoridades lo habían impedido alegando que ellos podían hacerse cargo, así que ahora y ante la urgente necesidad de recomponer el colegio y con el cambio de autoridades éstas lo habían autorizado de tal forma que pusieron manos a la obra con la reconstrucción del colegio primario, la construcción del colegio secundario y se hablaba también de la construcción de un pequeño jardín de infantes con guardería para los más pequeños.

La noticia en el pueblo causó mucha emoción y la gente estaba deseosa de ayudar y muy entusiasmada de que alguien hubiera tomado la iniciativa que no tomaban los gobernantes, así que se estaban arreglando las aulas, se cambiaron los techos y poco a poco iba tomando forma, todos ayudando en el horario que podían y muy felices de que los niños volvieran a estudiar cuanto antes. Además, el presidente del club del pueblo como colaboración prestó sus instalaciones para que las maestras dictaran clases allí y los niños no se atrasaran.

Todo eso y las infaltables charlas, juegos e historias de Isabela completaban los días de Elena de manera que se fueron transformando en provechosos. Esas actividades hacían que se sintiera plena, viva y disfrutara de cada momento como no lo había hecho en años.

Una tarde gracias al álbum de recuerdos apareció Matías, el hijo del nuevo jardinero. Isabela y Elena estaban sentadas debajo un árbol para protegerse del sol, charlaban e inventaban historias de cómo sería su vida una vez pasado mucho tiempo, cuando escucharon una voz…

—¿Me dejan jugar con ustedes? Estoy aburrido y por sus risas creo que va a ser divertido… digo… si no les importa que soy varón…

Ellas se miraron sorprendidas, luego Elena sonriente le preguntó quién era.

—Soy Matías, nos mudamos hoy, mi papá empieza a trabajar con los jardines.

—¿Van a hacer el jardín de infantes? –pregunto Inés.

—No… ¡los jardines de flores!

Rieron los tres ante lo ocurrencia.

El padre de Elena había tomado muy en serio la propuesta de ella acerca de la necesidad de un lindo jardín que alegrara los alrededores de la gran casa ya que le darían más vida y color a la propiedad. Recién ese momento Elena entendió por qué los jardines eran exactamente como a ella le gustaban, hasta los mínimos detalles. Matías y Elena se habían encargado de que así fuera y entendió además la fuerza, el amor y la amistad que los unía y que habían mantenido vivos, a pesar de que ella los olvidara cuando empezó su nueva vida lejos de todos y de todo, una vida burda y egoísta que la llevó a estar con gente que interesada solo en el estatus social, pero que se alejaba ante el más mínimo problema, olvidando hasta el nombre.

Isabela seguía contando entre emocionada y divertida. Luego se fueron corriendo hasta el molino para decidir el juego, ganó la rayuela que eligió la abuela Inés porque había llegado primera. Y así pasaron la tarde entre risas y algunas discusiones para ver quién llegaba más rápido de la Tierra al Cielo, pasando todos los obstáculos. También le mostró una foto en la que ella participaba en un festival, estaba vestida con una maya blanca, con con un tutú plateado, el cabello recogido con un rodete sostenido por una red plateada, y zapatillas de punta, también plateadas, al lado de Inés y Matías, quienes habían sido invitados cortésmente por su padre, ambos estaban visiblemente emocionados. Elena recordó que esa noche había conocido al que después fuera su representante y la llevó a París y que esa foto se tomó como referencia para la estatua de la bailarina del jardín de la estancia, esas dos criaturas habían ideado todo según las charlas de amigos, recordándolo todo. Al terminar la historia de la fotografía del día, salieron a caminar por los jardines. Ahora recordaba todo y hasta le parecía escuchar las risas y la alegría de aquellos momentos. Cómo pude olvidar todo esto, se preguntaba. Ella me dejó a su hermosa nieta para que me ayudara a volver.

Al regresar a la casona Elena se encontró con la noticia de que, al día siguiente, irían a buscarla para llevarla al pueblo, hacer los trámites de permanencia en el lugar que pedía el juzgado que de vez en cuando controlaría que no lo abandonaba. Eso la puso muy nerviosa y miles de preguntas la sobresaltaron. ¿Iría la policía? ¿La llevarían esposada? ¿Se haría público? ¿Habría periodistas? Antes de que entrara en crisis escuchó una vocecita…

—Si tenés miedo te acompaño. Cuando voy al doctor y me van a vacunar mamá me agarra fuerte la mano y ya no tengo miedo, ¿puedo ir con vos? Después con mis ahorros te invito un helado grandote del gusto que elijas.

—Sí, si mamá te deja. La buena compañía y los helados son difíciles de rechazar.

Isabela salió corriendo para su casa a pedir permiso y al rato volvió corriendo y saltando.

—Dijo que sí, dijo que sí. Pero me tengo que portar muy bien –dijo muy seria y se fue corriendo a su casa.

Elena la pasó la noche ansiosa y angustiada, esto del juicio la tenía intranquila, sobre todo por el periodismo amarillista que si empiezan con el tema destrozan sin piedad. Imaginó su foto en la portada de los diarios, bajando de un auto policial, esposada, y la gente repudiando su presencia como persona no grata, como una vulgar delincuente. Casi no durmió. Se levantó temprano, vio que era un día hermoso y suspiró pensando que si al menos lloviera, no habría tanta gente en las calles, suspiró nuevamente y se sentó a desayunar aunque no tenía apetito. En ese momento entro Isabela con un pedazo de torta

—Esto es lo primero que hace mamá cuando voy al doctor, un desayuno rico, después lo de ir de la mano y por último el helado. Es infalible decía mi abuelita, aunque nunca le pregunté qué significaba porque seguramente era algo bueno, todo lo que ella decía era bueno.

Desayunaron, la torta era realmente excelente, no tenía nada que envidiarles a las de las grandes reposterías de París, la empleada le avisó que estaba ya el vehículo que las trasladaría al pueblo, allí las esperaría el abogado. Se tranquilizó un poco al ver que no era un patrullero, era un auto común, negro, con chofer de civil. Subieron y se dirigieron hacia el pueblo. Al llegar al municipio vio el coche de su abogado y otros dos, nadie en la vereda ni en la entrada. Bajaron y entraron rápidamente tomadas de la mano.

El trámite fue formal, firmaron el reconocimiento y la aceptación de que ella estaría en su estancia mientras durara la detención y que un oficial de justicia a la hora que lo considerara y sin previo aviso iría a corroborar que ella estaba allí y que no dejaba el lugar.

Cuando salían se encontró con gente con pancartas y sintió que se le paralizaba el corazón, pensó en el rechazo de su presencia, pensó que la consideraban persona no grata y quedó inmóvil de la mano de Isabela que la sostenía fuerte. Pero al leer las pancartas se le llenaron los ojos de lágrimas: “GRACIAS POR PENSAR EN LOS NIÑOS” “GRACIAS POR APOSTAR Y AYUDAR A LA EDUCACION PÚBLICA” “EDUCACIÓN PÚBLICA Y GRATUITA”. Se tranquilizó, aunque igualmente se sentía expuesta.

Subieron al auto entre saludos cariñosos y atentos, ella no salía del asombro, su corazón latía muy fuerte y le temblaban las manos que Isabela sostenía firme. Se dirigieron a la heladería, allí bajaron la nena y el abogado, compraron los helados y regresaron a la estancia comiendo el rico helado, ella se preguntaba cómo se había enterado esa gente de su llegada, pueblo chico, pensó, corren las versiones de boca en boca, pero se sentía tranquila y segura otra vez. Mañana se lo preguntaré al abogado, él tiene que saberlo, pensó.

Esa noche tuvo sueños que pasaban del júbilo al terror, estaba entre personas amables, amigables para los cuales comenzaba a bailar ágil y espontánea, de pronto en uno de sus saltos no lograba ver el piso que se abría y comenzaba a caer, no tenía de qué agarrarse para detener la caída, cuando por fin lo lograba ya la gente era otra, era muy agresiva y tan violenta que la golpeaban y la arrastraban a la cárcel. Se despertó sobresaltada, gritando y bañada en transpiración, su corazón latía fuertemente, se sintió angustiada, las lágrimas corrían por sus mejillas, no sabía qué hacer, necesitaba a alguien a su lado, echaba de menos a su esposo y a su hijo, se sentía muy sola y vulnerable, como nunca antes. Cuando recobró la calma decidió ir a buscar agua, se puso la bata sobre el camisón y se dirigió a la cocina, en el trayecto escuchó voces en el comedor y fue allí.

Al llegar al comedor se encontró con una gratísima sorpresa, su hijo Christofer estaba allí con la esposa y su nieto. Habían aprovechado un receso escolar para ir a apoyarla en el duro trance. Al verlo corrió y lo abrazó emocionada. Ante la sorpresa general que eso causó incluso en su hijo, ella rió.

—No te asustes hijo querido, ahora puedo exteriorizar mis sentimientos, el autómata quedo atrás, lejos, hoy me siento libre y renovada, este contratiempo tan nefasto me trajo hasta aquí y me dio la posibilidad de volver a ser quien fui, los verdaderos amigos que no me dejaron nunca, que siempre me recordaron, que, aunque no están presentes ya, dejaron todo para que al volver pudiera encontrar a la que fui y dejar atrás a aquella en que me convirtieron después. Lo único que lamento es el tiempo que desaproveché y no te lo dediqué a vos, a tu hijo, a ustedes…

—No creas, mamá a veces se notaba esa chispa, solo no le permitías volver.

Elena besó a su nieto y a su nuera y luego se abrazaron todos juntos. El juicio seguiría implacable, pero ella ya había tomado una decisión sea cual fuera el fallo seguiría en la estancia, lejos del ruido mundano, cerca de los verdaderos amigos.

Su nieto conoció a Isabela y jugaron siguiendo la regla de correr hasta el molino.

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