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UNA PROPUESTA DE ABAJO ARRIBA

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Imaginemos. Imaginemos un gabinete con un diván forrado en terciopelo –no es un boudoir, no es el retrete de una cortesana–. Imaginemos un aula boloñesa en la que se estimula la libre asociación y el brainstorming; un atractivo test de Rorschach que nos hace sentirnos muy importantes –la mancha es una vagina palpitante, un árbol frutal, un ave palmípeda, lo que nosotros queramos siempre y cuando olvidemos que existe una interpretación y alguien que la impone–. Imaginemos una asamblea en la que, pensando en alto, también se manipula y el más fuerte consigue la victoria porque el acto de pensar en voz alta, incluso la inocente acción de describir un paisaje, aspira a acotar –conquistar– un espacio1: el niño pinta la casita junto a la laguna, un sol que ríe –como la vaca–, Balzac y Mario Testino fotografían los salones burgueses y a sus personajes, Moro escribe la utopía y Huxley, los territorios distópicos. Conquistar un lugar. Tangible o intangible: desde una intangibilidad inicial –el hambre en el mundo como concepto abstracto más allá de las moscas que les comen la boca a los niños–, a menudo se logran objetivos concretos –goals!– y se abren cuentas bancarias para recaudar fondos. Conquistar un lugar: a veces el núcleo; otras veces, una periferia invasiva, unos márgenes depredadores, se extienden hacia el origen de irradiación de los discursos, como una mancha aceitosa sobre el papel donde se escurren los alimentos fritos. Es posible que también haya que desconfiar de la lateralidad, de los invisibles y los zombis que aspiran al trono. De la sombra y las conspiraciones. De lo mucho que vende la rebelión y de lo pronto que se apaga. De los que juegan a no decir y están diciendo; de los que se quejan de no ser escuchados y aprietan compulsivamente las teclas del sistema de megafonía: de los que sin creer que forman parte del discurso dominante, cada día, lo apuntalan. Me aplico el cuento.

Pero, ahora, imaginemos un proceso de comunicación que es, en esencia, colectivo. Juguemos al juego de una democracia que, cuando posa, es muy fotogénica. Otra cosa es pillarla desnuda, sin maquillar, recién levantada tras una mala noche que empieza a prolongarse más de lo recomendable para la salud. Comencemos a reflexionar a partir de una cascada de preguntas:

¿Nos importa, como sujetos de izquierda, la cultura?, ¿pensamos que vale para algo?, ¿tiene la cultura alguna utilidad?, ¿y alguna utilidad específicamente política?, ¿por qué o para qué leemos?, ¿por qué o para qué escribimos?, ¿es necesario formularse las preguntas anteriores?, ¿qué espacios de la vida asociamos a lo cultural?, ¿existen ámbitos diferenciados para el trabajo político y el trabajo cultural?, ¿se puede hablar de la belleza desde la política y del paro desde la cultura?, ¿asistimos a actos culturales?, ¿quiénes son nuestros cantantes, pintores, músicos de referencia?, ¿la cultura que apreciamos es la cultura-espectáculo?, ¿sólo el ocio es el momento de lo cultural?, ¿qué entendemos por «cultura popular»?, ¿es la cultura popular una cultura asequible, fácil, legible, desde un punto de vista intelectual?, ¿sólo la «literatura política» es literatura política o toda la literatura lo es?, ¿sólo la Cultura es cultura?, ¿es la cultura ideología?, ¿cuáles son los eslabones más débiles en la crisis del mercado cultural?, ¿afectan las crisis económicas a la creación cultural?, ¿está formada la cultura por una sucesión de acontecimientos?, ¿es dinámica o estática?, ¿hay una cultura del pobre?, ¿una cultura pobre?, ¿qué tienen los artistas de artesanos y los artesanos, de artistas?, ¿existen los bienes intangibles?, ¿y una cultura intangible?, ¿es la cultura una religión?, ¿es la cultura el olvido?, ¿la memoria?, ¿nos interesa la cultura sólo en tanto en cuanto educación?, ¿cómo se produce la relación de causa-efecto de las crisis: económica, educativa, cultural; educativa, cultural, económica; cultural, económica, educativa?2

No sé responder a todas las preguntas. No llegaré a sacar ni un seis en el examen. El maestro de Amanece que no es poco (José Luis Cuerda, 1989) es obligado por los invasores del pueblo a examinar a unos alumnos acostumbrados a vivir en una perpetua comedia musical. Texto del examen: Las ingles. Su importancia geográfica. ¿Son verdad las ingles? Las ingles y los americanos. Las ingles y la cabeza: su relación si la hubiera. Teoría general del Estado y las ingles. Dibujo a mano de las ingles. La ingle y Dios3…

Las preguntas –o los enunciados que las sugieren– son aparentemente una estrategia de pensamiento y de exposición del pensamiento que se define por su falsa ausencia de totalitarismo. El ejercicio sistemático de la duda avala el carácter abierto y tolerante de la filosofía que interroga. La falta de certezas es elegante. La realidad inaprensible. El universo y las contradicciones de clase, líquidos. Sin embargo, a menudo olvidamos que, además del gris, el violeta, el verde, el naranja o el rosa, siguen existiendo el blanco, el negro, el azul, el amarillo y el rojo. Colores básicos junto con el tono marrón parduzco que suele resultar de la mezcla del pantone. Hay preguntas formuladas desde el dogma: las preguntas pueden ser una comprobación, el modo de completar una ficha policial o desmontar el bello relato de una coartada. Desconfío de los que dicen que con sus libros sólo interrogan. Javier Cercas ejemplifica el mainstream: «… la pregunta novelesca queda sin respuesta o la respuesta es la propia pregunta, el propio libro»4. Javier Cercas tiene razón sobre todo en la segunda parte de su texto asertivo, porque incluso la incertidumbre está llena de respuestas y las preguntas sacralizan –cierran, excluyen, nimban, totalitarizan– el asunto sobre el que inquieren.

El torrente de preguntas en torno a la Cultura –las Ingles– se resume en una sola: ¿de verdad nos interesan estos asuntos o, en lo más profundo, estamos convencidos de que la cultura es siempre un cascarón de huevo, la voluta de una columna dórico-jónica, un bouquet, un aderezo, la guarnición que acompaña al filete? Podemos adelantar algunas respuestas, tratar de hacer un diagnóstico. Aunque hoy la postura intelectual de prestigio sea la del pensador de Rodin. La de los que se quedan mirando el cielo con la boca abierta y se duermen sin bajar los párpados. La de los que se las saben todas y pronuncian la última palabra. Las últimas palabras. El punto y final. El amén. Como si no lo hubieran dicho nunca. «Pío, pío, que yo no he…»

No tan incendiario

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