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Prefacio

En noviembre de 2015 el papa Francisco describió la situación cultural contemporánea como un cambio de época, más que una época de cambios,[1] esto significa que nuestra generación se encuentra en la fase de creación de una nueva civilización que aún no sabemos cómo será. En todo caso, como señala el Papa, se trata de un cambio antropológico y cultural que influye en todos los aspectos de la vida y que requeriría un enfoque analítico diversificado.[2] Evidentemente se prospecta una civilización que en muchos aspectos se aleja de la matriz cristiana que hasta ahora ha marcado en sustancia la cultura prevalente por siglos, tanto del viejo continente como de América, de algunas regiones de Asia y de Oceanía, pero en muchos otros aspectos se trata de la evolución de ideas y actitudes cristianas que no pueden ser desechadas globalmente a priori.

Conviene recordar que no es la primera vez que en la historia de la humanidad ocurre algo así. Podemos pensar, por ejemplo, en el momento en que el continente americano fue “descubierto” por los europeos. Para los países que se asomaban al Atlántico, como España, Francia, Gran Bretaña y Portugal, significó un beneficio en muchos aspectos, ya que el Mediterráneo se volvió periférico con respecto a las nuevas rutas comerciales y a los grandes negocios. Las cuestiones importantes cambiaron de eje. Otro cambio de época se vivió con el descubrimiento de la energía eléctrica y más tarde de la invención de las máquinas a vapor. ¿Cuál es entonces la novedad del cambio actual? Podemos decir que en esta ocasión se entrecruzan muchos factores. Algunos creados por la inteligencia de los seres humanos, otros por el complejo contexto económico, social, climático, etc. Algunos de estos cambios tienen al ser humano como protagonista, otros nos hacen experimentar inseguridad e incerteza de cara a situaciones nuevas que no logramos gobernar y dominar, como está ocurriendo con la pandemia de SARS-CoV-2. Veamos algunos de estos cambios.

1. Por primera vez en la historia de la humanidad, la mitad de la población está interconectada, millones de personas pueden intercambiar información en tiempo real. Hoy las personas se comunican más con un sms a través de WhatsApp u otras redes sociales, que por medio de una conversación.[3] Se escribe mucho más de cuanto se habla, y esto comporta un decaimiento del diálogo, en el sentido de que cuando se habla con una persona se dialoga, se interrumpe, se escucha. Hoy se reducen la palabra y el pensamiento profundo; lo que interesa es intervenir en la red inmediatamente; se debe participar sobre un hecho de manera instantánea, porque si se hace un par de horas después ya no cuenta, en tanto al menos otras 150 personas habrán participado ya. De esta forma es difícil manifestar un pensamiento profundo y articulado; la comunicación se convierte en algo superficial y banal.

2. A esto sigue el problema de la confusión entre conocer y saber. Conocer es distinto de saber. El saber comporta una profundización entre el objeto de conocimiento y el sujeto mismo. Tus conocimientos y los de los demás construyen una sabiduría. La red transmite la sensación de que conocer es lo mismo que saber, porque no se tiene tiempo de dar un paso sucesivo: cuando se ha hecho ese esfuerzo, aquella noticia está ya superada por otra actual y por tanto se vive la fatiga de seguir la información, de estar continuamente actualizado, con el riesgo de la banalidad. Aquí se podría analizar también el problema de la formación de la opinión pública y del voto en democracia.

3. Tradicionalmente la opinión pública se había formado con la comunicación oral, con el discurso, con los diarios, pero en la actualidad se crea mediante las redes sociales, con efectos totalmente diferentes.

4. A nivel económico, mientras precedentemente el producto interno bruto dependía fundamentalmente de dos cosas: las materias primas y la energía, hoy el 70% del pib de los países del G7, países ricos como Canadá, Francia, Alemania, Italia, Gran Bretaña, Japón y Estados Unidos, deriva de bienes inmateriales, no de la energía y las materias primas, sino de las tecnologías de la información, de las comunicaciones. Aquí se podría mencionar también los cambios en el modo de producir.

5. Otro dato que se puede mencionar son las biotecnologías. Como se sabe, hoy se puede intervenir sobre un gene enfermo para sustituirlo con una parte sana. Y mientras se trata de curar enfermedades todo suena bien, pero hay siempre un riesgo ético. Ya no es ciencia ficción los hombres Ciborg, hoy se puede adquirir un kit de chip intradérmico, el cual contiene toda tu información, desde la tarjeta de crédito, correo electrónico, pasajes aéreos, del tren o la clave de entrada a tu casa. Ya no es necesario llevar un celular, una tablet o una computadora portátil. Esto crea nuevos problemas de responsabilidad en el ejercicio de los poderes, de los conocimientos científicos y una nueva visión del ser humano.

Entre los factores externos que causan ansiedad e inseguridad a los seres humanos está también el problema de las migraciones. Mientras en el pasado las migraciones ocurrían hacia lugares donde había amplios territorios despoblados (piénsese en las migraciones europeas hacia América) hoy se presentan en regiones con ciudades densamente pobladas, con altos riesgos de conflictos sociales y ruptura de los equilibrios, que han provocado la proliferación de los muros en el mundo (Vgr. entre Grecia y Macedonia, entre Austria y Alemania, entre Austria y Eslovenia, entre Palestina e Israel, entre Estados Unidos y México, etc.). Estas migraciones plantean a los ciudadanos los problemas de la identidad, de la homogeneidad cultural y del welfare (bienestar). El Papa se esfuerza para que la respuesta política no sea el miedo y los muros, sino la acogida. Pero la acogida no resuelve todos los problemas graves que comportan estas formas de migración contemporánea.

En síntesis, cuando hablamos de “cambio de época” lo hacemos de cambios en los que se entrecruzan estos factores y que están cambiando las relaciones, el modo de producir, de comunicar y, sobre todo, la autocomprensión del ser humano y sus instituciones.

Los cambios que estamos presenciando comportan muchos aspectos positivos, tanto para la sociedad como para las personas y, desde luego, para los matrimonios y las familias. En la Exhortación Apostólica Post-Sinodal Amoris Laetitia (1979, Conferencia Episcopal Española) se reconoce, por ejemplo, el beneficio para los hogares de la existencia de mayores espacios de libertad y una mayor comunicación entre los esposos, con un reparto más equitativo de las cargas de trabajo familiar, las responsabilidades y tareas, indicando la imposibilidad –y añadiría incluso la no deseabilidad– de una permanencia indiscriminada de formas y modelos de convivencia del pasado.[4] Sin embargo, los cambios no siempre son unidireccionalmente positivos, también hay recaídas muy negativas, tanto para la vida afectiva como para la convivencia familiar que nos exigen un discernimiento sapiente y una capacidad de intervención y de apoyo interdisciplinario para responder a los nuevos desafíos que las mudables circunstancias sociales y culturales nos presentan.

Impacta de manera negativa a la familia el creciente individualismo que exaspera los vínculos familiares y termina por imponer la idea de que el sujeto se construye a sí mismo, según sus propios deseos, que son asumidos como imperativos absolutos a los que se pretende otorgar un estatus de “derechos del individuo”. Esto se ve potenciado por la cultura del goce que instrumentaliza a las personas, generando violencia y agresividad. Por otra parte, el modo como se organiza la vida laboral hace difícil la permanencia de los vínculos e incluso la celebración del matrimonio. Cada vez es más frecuente, por ejemplo, que los novios deban aplazar la celebración del matrimonio por estar distanciados en ciudades y continentes distintos o que, a pesar de estar casados, deban separarse por largos periodos, sin pensar en tener descendencia. Del otro lado, la pobreza y la violencia obliga a muchos a emigrar, con los mismos efectos devastadores para la convivencia familiar.

La cultura actual privilegia lo espontáneo y “auténtico”, identificando con ello los movimientos afectivos. Casi obsesivamente se evitan los comportamientos pautados como algo inauténtico, por tanto, se dificultan los empeños permanentes. Si bien buscar la autenticidad y la espontaneidad es algo bueno, mal orientado puede dar lugar a la cultura de la sospecha permanente –la dietrología tan extendida hoy, que siempre lleva a pensar que hay dobles o triples intenciones tras una buena acción–, y evidentemente esto contamina las relaciones. Se busca la comodidad y se evita el compromiso. Muchos de nuestros contemporáneos son incapaces de mantener una disciplina personal para conseguir objetivos nobles, ya que al estar preocupados primordialmente por su comodidad evitan el compromiso y se favorece personalidades en estado de adolescencia permanente, incapaces de donarse generosamente. De ahí que disminuya, un poco en todas partes, el número de matrimonios, sean los celebrados sacramentalmente, pero aun los realizados sólo con la fórmula civil.[5]

A nivel familiar, la familia se convierte en una agencia de paso a la que se acude solamente cuando se tienen necesidad. Mucha gente decide por ello vivir sola, lejos de sus padres, hermanos y parientes, al menos en muchas sociedades desarrolladas. Se habla de “precariedad de los vínculos”, los cuales resultan una cosa casual. Y a pesar del innato deseo de amor y de compromiso permanente que la experiencia del amor lleva inscrita –piénsese, por ejemplo, en los adolescentes que cuando viven sus primeras experiencias de enamoramiento, lo viven con la fatiga de pensar que puede terminar y cumplen gestos como el de fijar un candado a una cadena y extraviar la llave– hoy se viva como meras “historias” unas más serias que otras, pero sólo eso, “historias afectivas”.[6] “Se teme la soledad, se desea un espacio de protección y fidelidad, pero al mismo tiempo crece el temor a ser atrapado por una relación que pueda postergar el logro de las aspiraciones personales”.[7]

A nivel afectivo sucede lo mismo que con los objetos y el ambiente, todo se vuelve desechable, cada uno usa y tira, gasta y rompe, aprovecha mientras sirve, después se tira. El narcisismo vuelve a las personas incapaces de mirar más allá de sí mismas, de sus necesidades, de sus propios deseos de satisfacción y placer.[8]

El modo actual de producir y la cultura del consumo ensalzan una efectividad sin límites, una afectividad narcisista, inestable y cambiante que no ayuda a las personas a alcanzar la madurez. La pornografía y la comercialización del cuerpo se difunde favorecida muchas veces por la fácil accesibilidad a internet.[9] Nos sorprendería conocer el modo como esta cultura abarca a los miembros más pequeños de nuestras familias y comunidades, a través de la música y los videoclips que desde muy temprana edad pueden descargar en sus celulares.[10]

Quisiera terminar este breve análisis recordando dos problemas más que desestabilizan a la sociedad y debilitan los vínculos sociales. La difusión del divorcio y de las convivencias intermitentes, y el descenso de los índices demográficos. Contrariamente a lo que sostienen muchos teóricos de las finanzas, la disminución de la población tiene un efecto negativo sobre los sistemas económicos, provocando el empobrecimiento y la desigualdad.

El gran desafío de los estudios de género y las ideologías reductivas de la identidad sexual, en buena medida abrevan de esta nueva cultura y se difunden como uno de los subproductos más acabados de esta “nueva época”. El análisis de este desafío es, sin duda, uno de los aportes más valiosos y urgentes de los institutos que se reconocen en la antropología cristiana. En efecto, su análisis convoca la interdisciplinariedad y neutralidad científica que debe caracterizar la investigación universitaria.

Cuanto he señalado hasta aquí plantea una cuestión que interroga fuertemente a muchos de nuestros hermanos en la fe e incluso a quienes no se reconocen cristianos, pero se identifican con la cultura judeocristiana que ha dado unidad de fines sociales a la mayor parte de los países occidentales. Me refiero a la cuestión que no sólo es pastoral, sino también académica e incluso en algunos aspectos política, sobre la presencia cristiana y la transmisión de la fe en esta nueva época. Particularmente en su potencial humanizador y civilizatorio. Me explico.

Todos nosotros estamos convencidos, por ejemplo, de que la identidad del ser humano, hombre y mujer, de la institución del matrimonio y de la familia, están inscritos en la ontología de la persona; corresponde al orden de la creación y, por lo tanto, más allá de la revelación histórica cristiana, es accesible a la recta razón. Tanto es verdad que a pesar de los sucesivos cambios culturales ocurridos hasta ahora, la familia siempre ha sido reconocida en su adn fundamental, de unión estable entre un hombre y una mujer, socialmente reconocida para la transmisión de la vida y de su misión central en la sociedad, incluso en las sociedades anteriores al cristianismo o fuera de su influjo y la superación de la poligamia y de la androgamia, ha sido vista como un proceso civilizatorio. Sólo en los últimos tiempos los cambios antropológicos y culturales a los que me he referido han puesto entre dicho algunas certezas sobre las que existía un tácito acuerdo. Así surge la pregunta sobre el modo de colocarse frente a las nuevas tendencias culturales y sociales, que ejercen una enorme presión sobre los cristianos y sus instituciones.

La situación actual es parecida a la de los tres primeros siglos del cristianismo, cuando la comunidad cristiana, a pesar de ser una presencia vital y creciente, era una minoría en el imperio romano. Normalmente se pueden identificar tres posibles actitudes frente a un ambiente cultural distante u hostil a la vida cristiana. La de quienes se asimilan culturalmente a los modelos culturales prevalentes en el ambiente; la de quienes asumen posiciones crecientes de cerrazón frente al mundo, frente al cual se colocan defensivamente afirmando su identidad, y la de quienes prefieren una “fuga al desierto”, pretendiendo construir sociedades paralelas. Los cristianos de los primeros siglos, sin embargo, no asumieron ninguna de estas tres actitudes y constituyen una lección para nosotros.

No se asimilaron, como algunos afirman diciendo que en realidad nuestra civilización sería más grecorromana que cristiana y, por tanto, se pretendería purificar la fe de esas “adherencias culturales”. No se separaron, ni se encerraron en sí mismos, no asumieron la lógica de la secta, aunque siempre hayan existido en su interior grupos con esas tendencias. Tampoco han soñado con un mundo ajeno a las sociedades en las que vivían. Si bien el monaquismo se configuró como una “fuga al desierto”, lejos de la polis, siempre vivió una importante relación con la polis, ya que estaba en frecuente contacto con los demás cristianos que “permanecían en el mundo”, sirviéndoles de recordatorio de los objetivos virtuosos de la vida buena según el Evangelio. De esta manera se constituyeron en un parámetro de juicio para el resto de los cristianos que vivían en el espacio urbano.

Los cristianos más bien asumieron una cuarta característica: la de quienes permanecieron firmes y unidos en sus convicciones, ampliando los horizontes del intelecto humano, siendo fuertemente críticos, y dada su coherencia de comportamiento y a la fuerza veritativa de sus razonamientos, lograron influir culturalmente las sociedades en las que vivían, hasta llegar a poner en crisis la civilización precedente. Los cristianos han logrado en el curso de pocos siglos un cambio de los paradigmas culturales: visión del mundo, modelos de comportamiento, formas expresivas. Pasaron de ser considerados una mortífera superstición al reconocimiento de su plena plausibilidad religiosa y cultural, transformaron el imperio sin esperar a ser la mayoría, eso ocurrirá años más tarde.

Creo que la situación cultural contemporánea convoca a los cristianos a asumir nuevamente esta actitud, evitando caer en reivindicaciones identitarias y cerrazones estériles, en el aislamiento, o mucho menos en la asimilación cultural de quien vive acomplejado frente a su entorno social.

Las universidades e institutos que se reconocen en la antropología cristiana deben evitar caer en la tentación de “asegurar” su identidad cristiana mediante la repetición monótona de doctrinas y esquemas teóricos que fueron útiles en el pasado, pero que ya no lo son más en el tiempo actual, sin discernir, como el hombre sabio del Evangelio, qué es lo que se debe conservar y qué se debe renovar.[11] No se trata de transmitir solamente un bagaje de conocimientos, sino de enseñar a pensar correctamente y a confiar en la capacidad del intelecto humano de alcanzar la verdad, aunque sea parcialmente.

La otra gran tentación que se debe evitar es la de estar fuera de las corrientes contemporáneas de pensamiento, el complejo de no ser lo suficientemente modernos y actuales, de perder los financiamientos internacionales a la investigación por defender la verdad y no seguir los intereses dominantes, de ser descalificados en los debates sociales como representantes de un pensamiento “religioso” y partidista, cuando no fundamentalista que pretende imponerse al conjunto de sociedades que en América Latina luchan por modernizarse y desarrollarse.

Así, el aporte que los Institutos Universitarios de Familia, que se reconocen en la antropología cristiana, es ofrecer esta linfa vital a la sociedad en su conjunto, abrir y transformar los parámetros culturales y liberar a la inteligencia para no renunciar a priori a descubrir la verdad y la unidad del saber. Es continuar siendo un espacio de interacción entre el Evangelio y la cultura, y un apoyo a la misión evangelizadora de la Iglesia.

El Centro de Estudios de Familia, Bioética y Sociedad, de la Universidad Pontificia de México, quiere asumir el reto de vivir una apertura crítica y misionera a todas las propuestas culturales contemporáneas, para redimir la razón y humanizar nuestras sociedades, particularmente la sociedad mexicana.

El título de Martinique Acha Alemán que ahora publicamos es un ejemplo de esta apertura crítica y misionera, que desea un diálogo abierto y sin prejuicios con las principales escuelas de género desde una perspectiva cristiana, fiel a la enseñanza autorizada del magisterio de la Iglesia católica, teniendo como principal exponente a Juan Pablo II, quien durante toda su vida tuvo la preocupación académica y pastoral del amor humano, y quien, como sumo pontífice de la Iglesia católica, desarrollara una serie de catequesis en las cuales se evidencian, de manera contemporánea, las principales certezas de la revelación cristiana acerca del sentido de la dualidad sexual características de las personas humanas y de su finalidad en la comunión de personas a partir del don sincero de sí mismo.

Con esta obra se inicia la labor de difusión de la actividad de investigación antropológica, metafísica, teológica y social de este centro, que desea asumir seriamente los interrogantes antropológicos y bioéticos que tienen una gran relevancia en el debate social de la humanidad en este cambio de época.

Agradecemos a la editorial nun, que se caracteriza por ser una iniciativa de especialistas para especialistas, a fin de favorecer el diálogo académico y cultural, por incluir en su sello de Dignitas Humana los trabajos de nuestro centro de estudios.

Prof. Dr. José Guillermo Gutiérrez Fernández

Director del Centro de Estudios de Familia, Bioética y Sociedad

Universidad Pontificia de México

A mis padres, Emmanuel y Mercedes.

Ustedes son la imagen viva de aquella “unidad de los dos”.

[1] Cfr. Encuentro con representantes del V Congreso Nacional de la Iglesia Italiana, Florencia, 10 de noviembre de 2015: “Si può dire che oggi non viviamo un’epoca di cambiamento quanto un cambiamento d’epoca”.

[2] Cfr. Exhortación Apostólica Post-sinodal Amoris Laetitia, n. 32, 1979.

[3] En Italia se dice que 73% de los muchachos y 67% de las chicas se comunican hoy a través de mensajes de celular en lugar de hablar. Cfr. Centro Internazionale Studi Famglia, Le relazioni Familiari nell’era delle reti digitali. Nuovo Rapporto cisf 2017, Milán, Edizioni San Paolo, 2017.

[4] Cfr. Amoris Laetitia, n. 32.

[5] Cfr. Amoris Laetitia, n. 40.

[6] Ibid., n. 39: “Las consultas previas a los dos últimos sínodos sacaron a la luz diversos síntomas de la ‘cultura de lo provisorio’. Me refiero, por ejemplo, a la velocidad con que las personas pasan de una relación afectiva a otra. Creen que el amor, como en las redes sociales, se puede conectar o desconectar a gusto del consumidor e incluso bloquear rápidamente”.

[7] Ibid., n. 34

[8] Ibid., n. 39.

[9] Nos preocupan las redes de trata de niños, niñas, adolescentes, jóvenes y mujeres, pero es igualmente terrible comprobar la extensión del fenómeno de adolescentes y jóvenes, hombres y mujeres que ofrecen prestaciones sexuales a cambio de un pago y no siempre son personas empujadas a ello por la pobreza o las redes de traficantes de seres humanos.

[10] Cfr. M. Brusati, ll ruolo dei “Tablets” nell’educazione affettivo-sessuale, Relazione tenuta il 30 novembre nell’ambito del convegno “The meeting point”, promosso dal Dicastero Laici, Famiglia e Vita (ad usum privatum).

[11] Cfr. Mt. 13, 52.

Género y libertad

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