La grieta desnuda. El macrismo y su época
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Martín Rodriguez. La grieta desnuda. El macrismo y su época
Отрывок из книги
La grieta desnuda
El macrismo y su época
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Dos años antes, en diciembre de 2007, nadie podría haber imaginado que esas elecciones de medio término pudiesen contener tanto dramatismo, ni que resultasen tan gravitantes en el futuro del poder nacional. En 2007, la elección de Cristina Fernández de Kirchner a la Presidencia había tenido un trajinar moderado y ordenado, casi de elección chilena. Como si en vez de Cristina, la candidata fuese Michelle Bachelet. Néstor Kirchner culminaba sus cuatro años locos, necesarios para construir su “país normal”, y el debate público se había teñido del consensualismo de facto que producen los ciclos largos de hegemonía en Argentina. El boom de los commodities, el crecimiento a tasas chinas, la agenda centroizquierdista de reparación, la recuperación del empleo y las paritarias, habían consolidado de manera drástica el poder del gobierno y del Estado colapsado en 2001. El clima de la región acompañaba, y el giro latinoamericano a la izquierda confirmaba el rumbo argentino. Además, el esfuerzo kirchnerista por conducir y contener todos los procesos sociales había logrado desactivar, uno por uno, todos los posibles focos de conflicto social. El famoso “no reprimir la protesta social” implicaba muchísimo más que una mera estrategia de seguridad callejera: era una forma de gobierno que partía de aceptar la dudosa y débil legitimidad del Estado argentino y de sus políticos. Un mantra no escrito: el gobierno nunca debía quedar en off side frente a la protesta social. Era aún demasiado débil para permitírselo, y podía deducirse que en la educación política del kirchnerismo pesaban de igual manera el 20 de diciembre que los cacerolazos más “ciudadanos” realizados contra Adolfo Rodríguez Saá. Los famosos sectores medios urbanos, los capitalinos, como llamaba a los porteños Néstor Kirchner, movilizados y en armas contra un presidente peronista. Los gobiernos pos 2001 deberían ser gobiernos de la opinión pública. Y si bien el primer kirchnerismo formateó agenda, diseñó y planteó rumbos, siempre se ocupó de que ese vanguardismo congénito, tal vez generacional, no le impidiese su objetivo de contener a todos, tal vez con la sola excepción de la defensora de genocidas, Cecilia Pando, y sus melancólicos jubilados de la represión. Incluso el modo de procesar a Juan Carlos Blumberg, el padre de un chico asesinado vilmente por una banda de secuestradores del Gran Buenos Aires, y que movilizó a la sociedad en el reclamo de leyes más duras, fue con el reflejo de “dar la razón”. Kirchner atendió las demandas, impulsó las leyes que le proponía el padre dolido y puso la foto de Axel Blumberg en la serie de portarretratos acumulados de su escritorio. El impacto social de las convocatorias era tal que impresionaba en su policlasismo. Un fotograma de época: en el Centro de Gestión y Participación (CGP) número 8 de Villa Lugano (barrio pobre de la ciudad), atendían al público como promotoras del programa “Médicos de cabecera” las beneficiarias de un “plan” (los PEC que otorgaba la ciudad y que exigía una “contraprestación”). Se trataba de mujeres humildes que, por decisión propia, militaban “espontáneamente” la causa Blumberg, juntaban firmas y convocaban a las marchas al Congreso.
Esta política contaba con su traducción económica, cristalizada en la necesidad de mantener y sostener altísimos niveles de consumo de masas, de arriba hacia abajo de la escala social, en parte como herramienta reparatoria del colapso de 2001, en parte como sustrato de legitimidad de un Estado y un gobierno nacido del 22% de los votos emitidos: el contrato social argentino de mediados de los 2000. Los conflictos políticos intragubernamentales generados por esa política se volvieron públicos en la pelea entre Kirchner y Roberto Lavagna primero (en un remedo en clave izquierdista de los conflictos entre Menem y Cavallo) y entre el mismo Kirchner y Martín Lousteau años después. La remanida discusión sobre “enfriar la economía” era en realidad vana por políticamente inviable: no era el momento ni el lugar, y el fallido intento electoral de Lavagna, el otro “padre de la criatura” en 2007, vino a confirmarlo. El 80% de popularidad con el cual Kirchner entregó la banda presidencial reafirma la realidad y vitalidad de este kirchnerismo avant-la-grieta. Un “kirchnerismo para todos”.
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