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Capítulo 2

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MIENTRAS salían del restaurante, el corazón de Samantha latía a toda velocidad. Parecía caminar en un estado de sueños, inconsciente de todo lo que la rodeaba menos del alto y atractivo hombre que la ayudó a introducirse en la limusina. Durante el trayecto a través de las iluminadas calles de la ciudad, Samantha se dio cuenta de que no sabía dónde iban, pero tampoco le importaba. Mientras Matt siguiera abrazándola…

De repente se pararon delante enorme edificio de piedra marrón y a Samantha le pareció que un portero uniformado saludaba a Matt antes de que entraran en el edificio. Los tacones de las sandalias de Samantha resonaban en el mármol que cubría la entrada. Luego se dirigieron al ascensor y antes de que ella pudiera darse cuenta Matt estaba abriendo la puerta de su apartamento.

–Bienvenida a mi humilde morada –le dijo él en tono de burla, mientas le ayudaba a quitarse el abrigo.

Entonces la condujo a un enorme salón, decorado con metros y metros de gruesas alfombras de color crema. El resto de la decoración era muy lujoso, pero algo ostentoso y recargado.

–Acomódate al lado del fuego –le sugirió Matt, tomando un pequeño control remoto y señalando a varios puntos de la habitación para luego dirigirse al bar, decorado en caoba, que había al otro lado de la habitación.

Samantha se estaba preguntando cómo podría Matt vivir en una casa tan horrenda cuando se sorprendió al ver que las cortinas se corrían, como movidas por manos invisibles, y la luz de las arañas se hacía más difusa hasta verse reemplazada por otras lámparas más pequeñas, distribuidas por la habitación.

–¿Funciona todo en esta humilde morada por control remoto? –preguntó ella, mientras se dirigía a la chimenea.

–No, todo no. Quedan todavía un par de cosas que todavía hago yo personalmente –le dijo Matt con una sonrisa mientras descorchaba una botella de champán.

–Todo esto es muy… muy espectacular –murmuró ella, mirando las sillas y los sofás, tapizados de telas muy caras, pero con apariencia incómoda.

–Es horrible, ¿no? –afirmó él con una sonrisa, llenando dos copas de champán.

–Bueno…

–Después de que me nombraran presidente, estuve trabajando prácticamente las veinticuatro horas del día. Cuando compré este apartamento, estaba en un estado terrible y necesitaba una remodelación completa. Yo cometí el error de confiársela a mi antigua novia, quien se suponía que era una decoradora de primera linea. El resto del apartamento está bien, por lo que no acabo de entender por qué cargó tanto las tintas en esta habitación. Desgraciadamente –añadió, mientras sonaba el teléfono móvil–, no he tenido tiempo de volver a decorarlo de nuevo.

Mientras Matt hablaba rápidamente por teléfono, tratando de algún asunto de la máxima importancia, Samantha se dio cuenta de que la niebla que le había estado bloqueando el entendimiento estaba desapareciendo. Y comprendió que había cometido un grave error al acompañar a Matt a su apartamento.

En primer lugar, no era bueno intentar revivir el pasado. Ella no acababa de entender por qué se había dejado embaucar por aquella marea de deseo y pasión, que no podría traerle otra cosa que un vergonzoso encuentro.

Además, aquella habitación resultaba tan horrible, que parecía muy poco probable que una decoradora de primer orden fuera capaz de concebir un esquema decorativo tan poco acertado. A menos que la dama en cuestión lo hubiera ideado como una sutil y amarga venganza contra el hombre que la había abandonado.

Resultaba evidente que Matt, a parte de ser un hombre de negocios con mucho éxito, era un playboy. Además, había admitido en el restaurante que no le iban los compromisos, lo que significaba que sería muy poco acertado verse envuelta en una aventura con un hombre que había provocado una reacción tan violenta en una antigua novia.

Había pasado tanto tiempo desde que Sam bebía los vientos por él que aquello sólo podía significar que los dos ya no eran los de antes. Por lo tanto, cualquier esperanza de que las cosas no hubieran cambiado entre ellos y de que pudieran retomar su relación donde la habían dejado era una quimera.

–Perdona –dijo Matt cuando acabó la llamada–. He apagado ese maldito teléfono para que no vuelvan a interrumpirnos –añadió, dirigiéndose hacia ella.

–Esta habitación tiene buenas proporciones –comentó ella, muy nerviosa mientras cogía la copa que él le entregaba–. Es decir… debe haber muchos otros… diseñadores de interiores en Nueva York. Así que… no debería de ser muy difícil convertirla en una… casa acogedora.

Abrumada por la manera entrecortada en la que había hablado, tomó un trago del refrescante líquido dorado, intentando desesperadamente controlar la manera en la que su cuerpo respondía a la cercanía del de Matt.

Si fuera con otra persona, no le hubiera importado… Pero era el pasado de su historia con Matt lo que le hacía sentirse de aquella manera. Se dio cuenta de que lo más acertado sería salir de aquella situación… lo más rápido posible.

–¡Dios mío! ¡Vaya horas!–exclamó Samantha, mirando las agujas de un recargado reloj francés–. No me había dado cuenta de que era tan tarde. Creo que debería…

–Lo que deberías hacer es tranquilizarte –ronroneó Matt, dejando la copa en la chimenea.

–¡Tonterías! Estoy perfectamente tranquila –le espetó ella.

La risotada de Matt fue la única respuesta que él le dio, mientras le rodeaba la cintura con una mano y le quitaba la copa de champán con la otra, para luego ponerla también al lado de la otra.

–¡Relájate, cielo! –le susurró, apartándole un mechón de pelo del rostro.

Samantha tembló al sentir la caricia aterciopelada de los dedos de Matt sobre la piel del cuello. Una oleada de calor pareció abrasarle las venas y un nudo de deseo febril se le formó en el vientre al sentir que él la estrechaba más contra su cuerpo.

–Lo siento, Matt. Sé… sé que vas a pensar que soy una estúpida, pero… –confesó ella con voz ronca.

–Al contrario –murmuró él–. Creo que eres muy una mujer muy atractiva, muy sexy…

–No debería haber venido a tu apartamento. Es imposible intentar recobrar el pasado –protestó ella–. De verdad… me parece que todo esto es un error.

–He tomado muchas decisiones equivocadas a lo largo de mi vida, pero estoy seguro de que ésta no es una de ellas…

–No creo que lo hayas pensado lo suficiente.

–En este momento no me interesa «pensar». Sólo quiero abrazarte, sentirte…

–¡Matt! No creo que esto sea una buena idea –murmuró ella, completamente indefensa, sabiendo que su cuerpo negaba sus palabras.

–Créeme, esto ha sido lo único en lo que he estado pensando desde que te vi esta tarde.

La profundidad de su voz pareció retumbar por toda la habitación y que el tiempo se detenía cuando él la estrechaba aún más entre sus brazos. Entonces, con un gesto de impaciencia, él la atrajo más hacia sí y, bajando la cabeza, la besó de una manera posesiva y llena de sensualidad.

Al sentir los labios de él sobre los suyos, Samantha no tuvo ninguna duda de que aquello era lo que había estado deseando, y temiendo, desde la primera vez que le había visto aquella tarde. Se sentía indefensa, incapaz de hacer nada que no fuera responder a los labios que se movían encima de los suyos con insidiosa persuasión, tan sensualmente que le inflamaban los sentidos.

Intentando desesperadamente aferrarse a un ápice de cordura, Samantha se sentía atrapada en una marea que poco a poco le iba inundando el cuerpo y le obligaba a responder a la imperiosa necesidad que sentía por él.

Sin embargo, mientras él la besaba más profundamente, pareció como si hubiera recibido una sacudida eléctrica, que la envolvía como un trueno, impidiéndola escapar y atándola a él, que igualmente parecía haberse visto envuelto por la misma sensación.

Totalmente poseídos por una fuerza primitiva que iba más alla de ellos mismos, y que estaba más allá del control de ninguno de los dos, se besaron con pasión. Sin separar los labios de los de ella, Matt le arrancó las ropas a ella para luego desnudarse él, tirando todas las prendas a un lado para poder satisfacer la necesidad que sentían.

Cuando Samantha se dio cuenta de que estaba desnuda y de que él quería tumbarla sobre la alfombra delante del fuego, quiso aferrarse a la última sombra de cordura.

–Esto es una locura… debemos haber perdido el juicio –jadeó Samantha, mientras él se tumbaba encima de ella.

–¡Por amor de Dios! –exclamó él, respirando pesadamente–. ¿De verdad me estás pidiendo que me detenga? Porque si no es así –añadió, apretando los labios contra los senos henchidos de ella–, ¿qué te parece si dejamos cualquier discusión sobre la ética y el comportamiento civilizado para más tarde?

Incapaz de producir una respuesta que no fuera un temblor apasionado que le recorrió todo el cuerpo, Samantha se aferró a él, enredándole los dedos entre el pelo.

Ella lo deseaba. No había nada… nada en el mundo que ella quisiera más que aquel hombre la poseyera. Atormentado por el deseo, el cuerpo de Samantha ardía y temblaba, con una sensación de necesidad tan intensa que casi era un dolor físico.

–No… no quiero que pares –gimió ella–. Pero, sin embargo…

–Calla –dijo él, besándola en los labios para ahogar así más eficazmente las protestas de ella.

Un suave gemido salió de la garganta de ella, mientras se dejaba dominar por aquel beso. Y entonces supo que estaba perdida, en las manos del deseo más básico y primitivo. No había lugar para la vergüenza o las lamentaciones mientras iba recorriendo los contornos del cuerpo de Matt con las yemas de los dedos. La pasión, cruda y salvaje que había estado reprimida durante tanto tiempo, explotó apasionadamente entre ellos, y sus cuerpos se fundieron en una necesidad, salvaje y poderosa.

Más tarde, tumbados uno en brazos del otro en la alfombra, repletos y plenos, Samantha sintió que los dedos de él subían lentamente por su cuerpo para obligarle a que le mirara.

–Cariño…

–¿Mmm?

Todavía aturdida por la pasión que había experimentado, Samantha era incapaz de asimilar la fuerza que había tomado posesión de su cuerpo y su mente, prendiendo un fuego en sus venas que escapaba totalmente de su control. Pero al oír aquellas palabras, Samantha empezó a sentirse intranquila.

–Querida Samantha –dijo él suavemente, apartándole el pelo de la cara–. Espero que no estés esperando que me disculpe por lo que acaba de ocurrir entre nosotros. ¡Pero que me parta un rayo si me disculpo!

Fue algo glorioso, maravilloso, y completamente inevitable.

Samantha se echó a temblar al sentir la posesión con la que él la abrazaba. Parecía que las defensas que ella había edificado a lo largo de los años estaban a punto de ser destruidas. Y con ellas, la sensación de ser dueña de su propio destino. Le daba miedo darse cuenta de que estaba tan indefensa.

Ella había estado desesperadamente enamorada de Matt hacía todos aquellos años. Pero, ¿era lo que sentía en aquellos momentos un resurgir de sus sentimientos del pasado o era sólo deseo? Mientras Matt le estuviera acariciando, le resultaba imposible poner sus pensamientos en orden. Antes de que se diera cuenta, se vio entre los brazos de Matt, mientras él la transportaba a la habitación.

–Creo que estaremos mucho más cómodos aquí –le dijo él, mientras la depositaba en la cama–. Y no quiero discusiones –añadió mientras se metía en la cama a su lado–. Ya tendremos todo el tiempo del mundo para hablar más tarde, ¿de acuerdo?

Pero «hablar» no parecía estar dentro de la agenda cuando Samantha se despertó unas horas más tarde. Mirando la habitación a través de los ojos somnolientos, ella notó que Matt entraba en la habitación y parecía que acababa de darse una ducha.

Tomándola cuidadosamente entre sus brazos, como si ella fuera su objeto más preciado, la besó en los labios, abriéndose camino luego hasta la base de la garganta. Ella sentía que la acariciaba, tan lenta y sensualmente que le generaba temblores de íntimo placer, haciéndole sentir la necesidad de que él volviera a poseerla.

–¡Cariño mío! –le susurraba él–. Desde el primer momento que te vi esta tarde, tan nerviosa, supe que había sido un estúpido. Me sentí como si me hubiera atropellado un camión…

–¿Un camión? –preguntó ella, que casi no podía concentrarse en hablar, pendiente sólo del aterciopelado roce de los dedos de Matt.

–De repente me di cuenta de lo idiota que había sido. Siempre estuvimos hechos el uno para el otro, tanto mental como físicamente. Las dos mitades de un todo. Pero entonces, hace años, era imposible que funcionara… tú eras tan joven… con el mundo entero delante de ti.

–¡Oh, Matt…!

–Estoy completamente loco por ti, Sam –le susurró ella–. Siempre lo estuve, pero ahora… ahora podemos hacerlo funcionar. De hecho, pienso encargarme de que así sea, porque no estoy dispuesto a dejarte escapar de nuevo –le prometió, mientras enterraba la cabeza entre los senos de ella.

Ante aquellas palabras, Samantha casi sintió que las palabras y la sensación de duda desaparecían, quitándole un gran peso de los hombros.

Mientras Matt la acariciaba, ella se sintió invadida por la sensación de que efectivamente, todo parecía encajar, de lo bien que sus cuerpos parecían estar juntos.

La piel de él estaba suave y húmeda y los músculos, fuertes y bronceados mandaban rápidos temblores bajo las caricias de Samantha que servían para acrecentar el deseo que ella sentía.

De repente, se dio cuenta de que hacer el amor con Matt era como volver a los orígenes después de un viaje muy largo, era redescubrir una dicha familiar e íntima.

En contra de lo que había sido su primer contacto, frenético, como dos personas perdidas en el desierto que encuentran un oasis, Matt saboreaba lentamente los senos henchidos y los pezones de Samantha, explorando todos los rincones del tembloroso cuerpo de ella. La piel de ella tembló al contacto con la de él como una flor bajo el sol. Parecía que él se movía en el terreno del amor igual que lo hacía en el resto de los campos, suave y lentamente, midiendo los movimientos hasta acoplarse al ritmo de ella y hacer que Samantha perdiera todo el sentimiento de realidad. Toda la existencia de ella parecía concentrarse en aquella poderosa y deliciosa fricción, dejando paso a una sensación de plenitud tan salvaje que todo el mundo pareció explotar y desintegrarse a su alrededor, roto en fragmentos de luz y color.

Cuando Samantha abrió los ojos, fue para descubrir que la luz del sol entraba a raudales por la ventana de la habitación. Matt seguía dormido, con la oscura cabeza apoyada en la almohada, a su lado.

Con cuidado de no despertarlo, ella se levantó de la cama y se dirigió con mucho cuidado al cuarto de baño. Tal y como había esperado, había un albornoz colgado de la puerta del baño. Le estaba muy grande, pero con eso, y después de cepillarse los dientes con un cepillo nuevo que encontró en el armario, Samantha se encontró con las fuerzas suficientes para afrontar el día.

Encontrar la cocina fue una tarea bastante difícil. Era un piso verdaderamente grande. Aparte del horrible salón, parecía haber otras dos habitaciones y un enorme estudio-biblioteca.

Afortunadamente, parecía que la antigua novia de Matt, la chiflada diseñadora de interiores, había decorado al menos una habitación con gusto. Desde la puerta, Samantha contempló las paredes, alineadas con libros y el escritorio de caoba, cubierto con piel verde, a juego con la alfombra y las sillas.

Aquella era una habitación dedicada a la paz y a la contemplación, para leer o trabajar. De hecho, podía haber sido el refugio de un caballero del siglo dieciocho, si no hubiera sido por el teléfono y el ordenador portátil que había encima del escritorio.

Después de echar otro vistazo, por si Matt conservara una fotografía de su ex-novia, Samantha siguió buscando la cocina. Cuando finalmente la encontró, se alegró de ver que ésta era puramente funcional, con decoración muy moderna a base de acero inoxidable y madera, de estilo escandinavo. Le encantó el frigorífico, enorme, que tenía todos los accesorios que se pudieran imaginar.

Tras haberse servido un poco de zumo de naranja, estaba experimentando con la máquina de hacer hielo cuando se llevó un susto de muerte al oír la voz de Matt, justo detrás de ella.

–Buenos días, cariño. Me estaba preguntando qué le habría pasado a mi bata –murmuró, mientras ella daba tal salto que se le cayeron todos los cubitos de hielo al suelo.

–¡Por amor de Dios! –exclamó ella, apresurándose a limpiar todo lo que había caído al suelo.

–Vaya, eso es lo que a mí me gusta ver. Una mujer que sabe donde tiene que estar, que, en este caso, es la cocina y de rodillas, delante de su dueño y señor. ¡Sigue así, Sam!

–¡Y tú sigue soñando, su excelencia! –le espetó ella riéndose, mientras recogía los últimos cubitos del suelo.

–Bueno, esa era una de mis fantasías –bromeó él–. Así que estamos en un mundo de verdad, ¿no?

–¡Exactamente! –murmuró ella, algo nerviosa, mientras se dirigía, sin mirarle a los ojos, al cubo de la basura.

Ella le había quitado el albornoz, pero él se podía haber puesto otra cosa que no fuera una toalla muy corta alrededor de las caderas. Matt había demostrado ser un amante complaciente y generoso, y le había declarado todo lo que sentía por ella. Pero ella ya no era una niña soñadora y sabía que las promesas y las dulces palabras susurradas en momentos de pasión se desvanecen a la fría luz del día.

Lo que era más importante era que ella no estaba dispuesta a ser una aventura de una noche. Había habido una época, justo después de romper su matrimonio cuando había creído que el sexo podría suministrar algún tipo de compensación. Pero le había bastado un encuentro para darse cuenta de que aquello era una mentira. Para ella, la última noche había sido una experiencia mágica, pero para Matt, tal vez no hubiera sido más que una diversión.

–Ven, déjame que te seque los dedos –murmuró él, limpiándole las manos con un paño de cocina, para luego estrecharla entre sus brazos–. Creo que ya va siendo hora de que me des un beso de buenos días, ¿no? –le dijo. La dulzura y calidez de la boca de Matt era maravillosa para reafirmarla en sus sentimientos–. Por cierto, por si tienes dudas sobre mis intenciones… Siento todo lo que te dije anoche.

–¿De verdad?

–Sí, te lo juro. No me voy a andar por las ramas, Sam. Los dos somos sensatos y estoy segura de que tú te das cuenta, lo mismo que yo, que lo nuestro es algo muy especial. Ya sé que te hice mucho daño en el pasado, pero no tenía elección. Estaban las autoridades universitarias pisándome los talones y, además, tú eras muy joven. Créeme, no había manera de que hubiéramos podido continuar lo nuestro.

–Sí… lo entiendo. Aunque, en aquellos momentos…

–Entonces me porté como un bruto sin corazón –admitió él con tristeza–. Pero ahora todo ha cambiado. Tenemos que olvidarnos del pasado, porque todo ha cambiado, todo, menos la fuerte atracción que sentimos el uno por el otro. Los dos somos adultos y aunque nuestros estilos de vida son frenéticos, podemos hacerlo funcionar. Esta vez sí. Sólo se tardan cuatro horas en cruzar el Atlántico con el Concorde. ¡Yo mismo voy a encargarme de que esta vez funcione!

Samantha se dio cuenta de que él tenía razón con respecto al pasado. Ya no era la niña de entonces y estaba segura de que él no podría volver a hacerla daño de nuevo. Además, él había dejado muy claro que estaba hablando de una aventura, lo que no implicaba ningún tipo de compromiso por ninguna de las dos partes.

Samantha trató de convencerse de que podría manejar aquella situación. Hacer el amor con Matt era una experiencia maravillosa, estupenda, pero sólo era una parte de su vida. Su carrera era igual de importante para ella, y no estaba dispuesta a dejarla a un lado por ningún hombre, ¡aunque fuera el más sexy que hubiera conocido!

No había nada de lo que preocuparse. No iba a volver a cometer el error de enamorarse perdidamente de aquel hombre. El deseo era una cosa, el amor otra muy distinta. No había ninguna razón para que no pudiera tener una aventura, intensa y maravillosa, con Matt. ¡Ninguna razón!

–Bueno –le dijo Matt–. Por el amor de Dios, no te estoy proponiendo algo tan malo. Sólo quiero hacer el amor contigo, tan a menudo como sea posible. ¿Me vas a rechazar?

–Bien… no creo que tu proposición me plantee ningún problema –le dijo ella, bromeando, y se echó a reír cuando él dio un exagerado suspiro de alivio antes de volver a besarla de nuevo.

–Y ahora que hemos resuelto la letra pequeña del contrato, voy a ponerme algo de ropa y voy a preparar café, ¿te parece?

–¡Eso está mucho mejor! Esa es una proposición que no estoy dispuesta a rechazar –exclamó ella, sintiéndose de repente increíblemente feliz.

Unos instantes después, después de que Matt le sirviera tostadas con mermelada y café Samantha dijo:

–Estaba todo muy bueno. Sin embargo, no me puedo quedar aquí todo el día. Creo que ya va siendo hora de que vuelva al hotel.

–Ven, hay algo que quiero enseñarte antes de que te vayas –comentó Matt, levantándose de la mesa de la cocina. Samantha se sintió algo desilusionada de que no le hubiera pedido que pasaran juntos todo el día, aunque probablemente él tenía compromisos anteriores a ella–. Quiero que veas por qué me decidí a comprar este apartamento –añadió, tomándola por el brazo para llevarla al salón. Allí, con el mando a distancia, abrió las cortinas para mostrarle la terraza.

–¡Matt! ¡Qué maravillosa vista! –exclamó ella al ver el parque, con un gran lago, con un enorme monumento sobre columnas de piedra, más allá del cual se veía un río, probablemente el Hudson–. ¿Tardaste mucho en encontrar este apartamento?

–Bueno, bastante y…

Fuera lo que fuera lo que iba a decir, se vio interrumpido por el sonido del timbre de la puerta principal.

–Vuelvo enseguida –murmuró él, desapareciendo en dirección al vestíbulo.

Disfrutando de aire fresco y del sol, no prestó mucha atención al murmullo de la conversación que venía de la puerta. Matt volvió enseguida y le ofreció otra taza de café.

–Gracias, pero creo que debería volver al hotel.

–¿Tienes algún plan para el resto del día?

–Bueno, no, pero me gustaría ver todo lo que pueda de la ciudad. Por eso tengo que volver y…

–Esperaba que no tuvieras ningún compromiso –le dijo Matt con una sonrisa–. Por eso, he estado preparando un programa para el resto del fin de semana. Y dado que te vas a quedar conmigo aquí, creo que es mejor que te vistas y que nos vayamos tan pronto como sea posible.

–¿A qué te refieres con eso de que me voy a quedar aquí? No puedes pretender que me vaya a visitar la ciudad con este albornoz o con el vestido que llevaba anoche. Si es así, ¡debes de haber perdido un tornillo!

–¡No seas ridícula, cariño! –exclamó él–. No se me ocurriría pedirte que hicieras nada por el estilo. Por eso telefoneé a tu hotel esta mañana, mientras tú estabas experimentando con la máquina de hacer hielo, y les pedí que prepararan tu equipaje y que lo trajeran aquí, a mi apartamento.

–¿Qué? ¡No me lo puedo creer! ¿Me estás diciendo que has tenido la cara de llamar a mi hotel y…? ¡Dios, les has debido pedir que me hagan la maleta también!

–Claro –respondió él con una sonrisa–. ¿Por qué ibas a querer desaprovechar un tiempo precioso en hacer algo tan mundano?

–Pero… pero no puedes hacer esas cosas –le espetó ella muy enojada, tremendamente enojada al pensar que una doncella se habría visto obligada a recoger sus cosas. ¡Menos mal que había dejado la habitación bastante recogida! Además, ¿qué habrían pensado los del hotel?

–Es inútil que me digas que no puedo hacer algo cuando ya lo he hecho.

–Pero no he pagado la cuenta ni…

–Ya me he encargado yo de eso.

–Bueno, ¡gracias Matt! Con mi reputación hecha añicos no creo que pueda volver a alojarme en el Mark, ¿no crees?

–Tienes razón –asintió él, estrechándola entre sus brazos–. ¿Por qué ibas a alojarte en un hotel cuando puedes estar aquí conmigo?

Entonces él bajó la cabeza para besarla. Los movimientos seductores de los labios y la lengua junto con el contacto con el cuerpo de Matt resultaron ser, de nuevo, irresistibles.

Después de todo, no era muy interesante discutir por una maleta. Todo lo que le importaba en aquellos momentos era que sus besos hacían que la sangre le circulara más deprisa y que su cuerpo temblaba con el toque erótico y sensual de los dedos mientras le abría el albornoz y le acariciaba el cuerpo desnudo.

Atrapada en una densa niebla de deseo y placer, sólo pudo emitir un pequeño gemido cuando él apartó los labios de los suyos.

–No hay necesidad de que te enfades conmigo, cariño –murmuró él con suavidad–. Sólo he puesto en práctica el acuerdo al que llegamos en la cocina. Lo que significa que cuando estés en Nueva York, te alojarás conmigo. ¿De acuerdo?

–Me imagino que no estoy acostumbrada a que alguien me diga lo que debo o no debo hacer. Pero intentaré acostumbrarme.

–De acuerdo –respondió Matt, con una sonrisa–. Ahora me gustaría señalar que al hacer que te traigan las maletas aquí, te he ahorrado un par de horas de tu valioso tiempo, lo que significa que –añadió, con un gesto sensual–, que podemos volver a la cama.

–¡Estás de broma!

–No –respondió él, mientras tiraba de ella hacia la habitación–. Estoy seguro de que te habrás dado cuenta de que Nueva York es una ciudad agotadora.

–Y necesitamos descansar, justo ahora, para reservar las energías para lo que nos espera, ¿no? –afirmó ella, irónicamente, intentando mantenerse seria.

–¡Exactamente! Entonces, ¿te parece bien mi nuevo horario?

Samantha levantó la vista para mirar al hombre que había vuelto a reaparecer en su vida tan inesperadamente.

–Bueno, poniendo lo bueno y lo malo en una balanza… –dijo ella, antes de soltar una carcajada con la cara escondida en el albornoz–… Sí, querido Matt, ¡creo que me parece bien!

Loca pasión

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