Читать книгу Crónica de un viaje de seis semanas - Mary Wollstonecraft Shelley - Страница 8
ОглавлениеHan pasado casi tres años desde que este Viaje tuvo lugar, y el diario que entonces conservaba no era demasiado largo; pero he hablado tan a menudo sobre los incidentes que sufrimos e intentado describir los paisajes por los que pasamos, que creo que no he omitido ningún detalle de ningún tipo.
Salimos de Londres el 28 de julio de 1814, uno de los días más calurosos que se hayan registrado en muchos años. No soy una buena viajera, y este calor me sentó muy mal, hasta que, al llegar a Dover, pude refrescarme con un baño en el mar. Deseábamos cruzar el canal lo más rápido posible, y no esperamos al servicio del día siguiente (que saldría sobre las cuatro de tarde), sino que alquilamos un pequeño barco, decididos a realizar la travesía esa misma tarde, ya que los marineros nos habían prometido que el recorrido duraría unas dos horas.
Era una tarde preciosa; hacía un poco de viento, y las velas ondeaban en la leve brisa: salió la luna, y llegó la noche, y con la noche vino un suave, intenso oleaje y una brisa fresca, que pronto se tornó en un mar tan bravo que sacudía el barco con fiereza. Yo me sentía terriblemente mareada, y como era costumbre cuando esto me sucedía, dormí gran parte de la noche, despertando en contadas ocasiones para preguntar dónde estábamos, y escuchar la misma lamentable respuesta: «Ni siquiera a mitad de camino».
El viento era violento y poco favorable; en caso de no poder llegar a Calais, los marineros propusieron poner rumbo a Boulogne. Aseguraron que solo quedaban dos horas hasta la orilla, pero pasaban las horas y seguíamos lejos, hasta que la luna se ocultó en el rojizo y borrascoso horizonte, y los relámpagos intermitentes se tornaron pálidos al amanecer.
Íbamos en dirección contraria al viento, cuando de repente un trueno impactó contra la vela, y las olas invadieron el barco: incluso los mismos marineros reconocían que nos encontrábamos en una situación peligrosa; pero lograron arrizar la vela; el viento había cambiado, y atravesamos la tormenta hasta Calais. Cuando entramos en el puerto, me desperté de un mal sueño, y contemplé un amplio, rojo y despejado amanecer sobre el muelle.