Читать книгу El viajero de los tiempos - Maryta Berenguer - Страница 7
Оглавление3. En camino
Max era mi mascota, mi perro, mi amigo. Mi abuelo lo había encontrado de cachorro en el monte, medio muerto de hambre. Era el típico perro criollo, de pelaje marrón y con algunos manchones negros y blancos. Flaco, de mirada aparentemente mansa, incansable y muy ágil, era capaz de hacerle frente a cualquier animal. Yo lo había visto luchar con un enorme dogo argentino y si no hubiera sido porque los separaron, el dogo hubiera pasado a mejor vida. Era muy veloz para saltar y morder la yugular del enemigo, pero también era rápido para demostrar su cariño y su fidelidad.
Cuando abrí la puerta, el viento y Max me hicieron tambalear.
Afuera, el viento me despabiló completamente. Mi abuelo me esperaba con el sulky preparado y con Mancha, relinchando de alegría.
Mancha era la yegua más viejita del campo. Desde siempre, había sido la encargada de llevar y traer a todo el mundo en el viejo carro de dos ruedas que llamábamos “sulky”, como si fuera uno de esos elegantes vehículos ingleses que se ven en las películas.
Mi abuelo me tendió su mano reseca que parecía de cuero, ayudándome a subir al pescante.
—Juan, tené cuidado que hoy parece que van a volar las piedras –me dijo con una expresión de preocupación.
—Quédate tranquilo, abu, que apenas hay una legua que recorrer –le contesté usando su lenguaje campero para darle tranquilidad.
Unos segundos después, Max, con su carita marrón y blanca de perro “poco aristocrático” se acomodaba a mi lado.
Al grito de “¡Vamos, Mancha...!” los tres nos dirigimos hacia la salida en medio de un viento muy fuerte.
El camino al pueblo era de tierra dura y seca porque en esa época del año, las lluvias eran escasas.
A medida que nos alejábamos, el viento se tornaba más amenazante. Parecía como si de pronto el lugar se estuviese transformando en algo desconocido. La atmósfera se enturbiaba por el polvo y los pajonales comenzaban a rodar hacia nosotros, dificultando el galope de Mancha.
Cuando llegué a la tranquera de los Larsson, sentí miedo. Un escalofrío me sacudió el cuerpo y Mancha no quiso seguir quedándose inmóvil en el medio del camino.
Entonces pensé en mi papá, que había viajado a Bahía Blanca el día anterior, porque tenía que hacer una operación antes de cerrar su consultorio hasta febrero.
—¡¿Por qué no estará mi viejo?! –dije en voz alta recibiendo un ladrido como respuesta.
De pronto, algo comenzó a dibujarse en el fondo del camino mientras un ruido extraño comenzaba a aturdirme.