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ОглавлениеCapítulo tercero
Los pliegues resultantes eran los ojos y la boca de aquel ser
Ahora era Zaira quien estaba en peligro y la distancia que los separaba de la cima de la colina de Xam parecía eterna. Allí se erigía una cúpula blanca, parecida a una colmena, con unos espejos hexagonales que rodeaban todo el edificio y reflejaban la luz del sol de manera cegadora.
Cuanto más se acercaban al monasterio, más sensación de serenidad se instalaba en sus corazones.
Xam, agotado por el peso de su compañera, siguió caminando. Una vez alcanzado el templo, descubrieron un arco abierto que conducía al interior.
En cuanto estuvieron dentro, el cuerpo de Zaira se levantó, flotando, de entre los brazos de Xam, quien no se resistió, pues sentía que no había ningún peligro en lo que estaba sucediendo.
Fue transportada hacia un largo corredor para desaparecer lentamente de su vista.
Cientos de esbeltas columnas laterales sostenían una inmensa bóveda transparente que miraba al universo, como si el monasterio se encontrara flotando en el espacio, Ulica y Xam vieron al final de aquel pasillo a un extraño ser de inusuales formas y decidieron acercarse.
El cuerpo, de color púrpura grisáceo y más o menos cilíndrico, estaba formado por la cabeza y por cuatro secciones con dos piernas cada una, en la cara predominaba lo que parecía una nariz en forma de trompeta que algo o alguien hubiera empujado con fuerza hacia dentro, los pliegues resultantes eran los ojos y la boca de aquel ser. Su cuerpo no era más grande que un saco de harina.
—Siento en vosotros una energía positiva. Perdonad que os haya arrastrado hasta aquí, pero el gesto de vuestra compañera me ha conmovido.
—El gesto de nuestra compañera no nos ha sorprendido, pues conocemos su generosidad. No debimos arrastrar a esas criaturas indefensas a una pelea, perdimos demasiado tiempo vagando por la selva, lo que permitió a Mastigo adivinar hacia dónde nos dirigíamos y traer a sus guardias a ese lugar apacible y sereno. Fue un error imperdonable —explicó Ulica.
—Habría sido imposible que los tetramir llegaran tan lejos sin involucrar a esas pobres criaturas en una pelea.
—¿Cómo sabes quiénes somos?
Intentó preguntarle Ulica, pero Xam la interrumpió bruscamente mientras la agarraba instintivamente del antebrazo:
—¿A dónde has llevado a Zaira? —preguntó al monje, aunque estaba convencido de que nada malo podría sucederle a su amiga en aquel lugar.
—No te preocupes, está a salvo. Se está recuperando. Estará con nosotros en breve.
La respuesta le pareció vaga, pero seguía inundado por esa sensación de bienestar y serenidad.
—¿Cómo sabes quiénes somos? —repitió Ulica tratando de entender a quién tenía delante.
—Soy Rimei —dijo el ser sin prestar atención a la pregunta—. Y estoy aquí para meditar. Vuestras almas y vuestras acciones, incluso la belleza de la euménide, cuyo nombre se me escapa —pareció reírse con satisfacción de su propia ocurrencia—, han conseguido captar mi atención después de trescientos años.
—Ulica. —Su rostro dulce no pareció inmutarse ante tal cumplido.
Esbelta y menuda, sabía que era muy hermosa y no lo ocultaba, la población de la que era originaria no era propensa al galanteo, ni tampoco a ocultar sus opiniones o emociones. Se reproducían, como las mariposas, a partir de una crisálida cuyo capullo indicaba el color de la criatura que iba a nacer. Las euménides podían adquirir varios colores, todos en tonos pastel.
Ulica formaba parte de una nueva generación creada genéticamente. En su planeta, un extraño suceso provocado por la última gran guerra, que aún estaba siendo estudiado por los más avezados geólogos, había provocado un ligero desplazamiento del eje, creando desequilibrios medioambientales y del campo magnético que habían tenido como consecuencia la eliminación de la población masculina.
Para evitar la extinción de la especie, las euménides habían recurrido a la multiplicación in vitro de los genes masculinos para poder utilizarlos en la inseminación artificial.
Solo creaban embriones femeninos para evitar el nacimiento de otros machos que habrían acabado abocados a una muerte segura. Nunca dispuestas a doblegarse ante la derrota, buscaban en su ADN el gen que les había permitido sobrevivir para implantarlo en el ADN masculino a fin de hacerlo invulnerable a las nuevas características medioambientales de Euménide.
—Todavía no me has dicho cómo sabes quiénes somos —le repitió Ulica al monje.
—Es porque veo muchas cosas. Llevo mucho tiempo esperando a que vengáis a hacerme estas preguntas.
—¿Qué preguntas? —interpeló Xam confundido mientras acariciaba su espesa y rizada barba negra.
—Sobre la Kirvir —se anticipó Ulica —. ¿A qué te referías hace un momento? —preguntó dirigiéndose al monje —¿Qué es lo que puedes ver?
—Puedo ver todo lo que sucede en cada planeta, pero, a menudo, la información se queda conmigo por poco tiempo.
—¿Cómo de poco?
—Depende de la información, a veces se queda para siempre, a veces no más de un día o unas horas.
—¿Qué puedes decirnos sobre la Kirvir? —preguntó Xam.
—La Kirvir lo es todo: nos rodea; nos une y nos divide; si se la estimula, se transforma; parecería que se puede controlar, pero en realidad es muy escurridiza; puede ser sabia o terriblemente peligrosa.
—No nos dices nada nuevo —comentó Ulica.
—Eso es porque no hay nada nuevo, todo está ya a nuestro alcance —respondió el monje—, solo hay que dejar que ella nos guíe en la dirección correcta.
—Si eres capaz de verlo todo, ya sabes cuál es nuestro propósito. Ayúdanos a controlarla, de ese modo podríamos restablecer el equilibrio —declaró Xam.
—Está claro que deseas ayudarnos —señaló Ulica—, de lo contrario no nos habrías traído hasta aquí. La pregunta es cómo.
—No tengas prisa, mi apreciada Ulica, he esperado tanto tiempo este momento; hace trescientos años que no hablo con nadie, no me quites el privilegio de la conversación. El tiempo es una dimensión de los vivos, no de la Kirvir. Después de todo, la decisión de traeros aquí ha sido largamente ponderada.
—Pero nosotros vivimos en nuestro tiempo y tenemos una responsabilidad sobre otros como nosotros. La guerra es inminente —afirmó Xam.
—Os quedaréis aquí cuanto haga falta si es que queréis respuestas a vuestras preguntas. No depende de mí, La Kirvir decidirá el tiempo necesario para mostraros el camino.
A los tetramir les había parecido que solo habían pasado unos minutos, cuando vieron a Zaira aparecer por un largo pasillo de luz.
Xam caminó rápidamente hacia ella tratando de ocultar sus emociones.
—¿Cómo estás? —le preguntó.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Zaira.
—Te hirieron, ¿lo recuerdas? —dijo Xam ofreciéndole el brazo para que se sujetara a él.
—Estoy bien, no te preocupes —le tranquilizó la oriana aceptando su ayuda—. Lo recuerdo, pero ¿dónde estamos?
—Estamos en el monasterio, en la isla flotante.
—¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
—Tu gesto de sacrificio ha conmovido al monje quien nos ha transportado a la isla con la ayuda de un remolino de viento.
—Luego, Xam te ha traído en brazos hasta el monasterio —añadió Ulica.
—Gracias —respondió Zaira fijando sus ojos en los de Xam, quien los bajó avergonzado—. Tengo la sensación de que han pasado meses desde la herida en la espalda.
—Así es —intervino Rimei —te hemos llevado y cuidado en la cámara del tiempo para que tu recuperación se acelere. Simplemente te sentirás unos meses más vieja.
—Gracias —dijo Zaira, quien siempre había sido de pocas palabras.
Ulica tomó la palabra:
—Cuéntanos más sobre la Kirvir, es decir, sobre la energía que se desencadena durante las alineaciones, nos gustaría utilizarla en nuestro provecho y evitar así las guerras de conquista que se desatan durante esos periodos.
—Manipular la Kirvir es difícil, pero antes de hablarte de eso, debo hablaros sobre ciertos sabios —prosiguió el monje—, sabios que, como vosotros, también buscaban la paz. Se reunieron para entender su funcionamiento. Cada uno de ellos conocía un detalle del secreto y, gracias a la unión de sus fuerzas, consiguieron reconstruir el comportamiento de los fenómenos a través de los que se manifiesta transcribiéndolos en un pergamino.
En ese momento, Xam, asombrado, le preguntó:
—Entonces, el pergamino en sí, ¿no posee ningún poder?
—Así es —continuó Rimei—, pero es imprescindible conocerlo para manipular la Kirvir. Lo que es indispensable, en cambio, es el ser que pueda encauzarla. Ha estado ahí desde el inicio de los tiempos, su esencia es tenue e inconsciente, nada puede destruirlo, puede desvanecerse y volver a nacer, y tiende a respaldarse en un guardián. Se le conoce como Tersal. Existen, además, seis objetos que interactúan con el ser. La razón por la que la Kirvir es tan poderosa durante las alineaciones es por la proximidad de todos estos elementos al Tersal.
Los sabios se pusieron a buscar estos objetos, que se encontraban en seis de los planetas del sistema solar. Una vez localizados, los sabios trataron de convertir en realidad lo que habían documentado en el pergamino, pero se lo impidió una de las más terribles guerras de alineación desatadas en aquella época. Así pues, tras comprobar que no podrían reunirlos, cada uno de ellos escondió el objeto que poseía en su propio planeta para evitar que cayera en manos del enemigo. Como sabéis, cíclicamente, algunos,o todos, los planetas de nuestro sistema solar, al recorrer sus órbitas, pueden acabar alineados, ya sean alineaciones parciales o totales. Cuantos más planetas estén implicados, mayor será la influencia de la Kirvir, provocando extraños fenómenos físicos y afectando a la estabilidad emocional de sus habitantes. Por supuesto, todo esto alcanza su punto culminante con una alineación total. La proximidad de los planetas, asociada a estos fenómenos, ha alterado los ánimos en diversas ocasiones y ha desencadenado guerras entre razas. Con el paso del tiempo, la conciencia de muchos de los pueblos ha evolucionado y han madurado los conceptos de paz y estabilidad, así como el derecho de cada raza a vivir según sus propias costumbres y tradiciones. Esto propició el nacimiento de la Coalición que vosotros representáis. En este momento, solo quedan fuera Carimea y Medusa: uno porque está poblado por depredadores, el otro porque está en manos de una raza codiciosa que ha forjado su prosperidad sobre la sangre y la explotación.
—¿Dónde se encuentra el pergamino? —preguntó Ulica.
—No sé dónde está, pero puedo decirte quién fue su último propietario, su nombre es Wof.
—¿Wof? ¿El héroe del Sexto Planeta? —preguntó Xam.
—Sí.
—¿Lo conoces personalmente? —preguntó Ulica, dirigiéndose a Xam.
—Era mi comandante cuando empecé a combatir. Fue capturado durante una de las batallas más épicas; consiguió, con unos pocos hombres, retener estratégicamente a las fuerzas de los anic permitiendo que nuestros ejércitos pudieran reposicionarse y acabar ganando una guerra que parecía perdida.
—La información más reciente indica que se encuentra en la luna de Enas —apuntó Ulica—. Esperemos que siga allí, Ruegra lo transfiere con regularidad para evitar su liberación. Fue uno de sus peores adversarios.
—No será fácil liberarlo —comentó Zaira.
—¿Qué más puedes decirnos sobre el Ser? —preguntó Ulica.
—No sé dónde se encuentra el Tersal. Esa información se os revelará durante vuestra estancia en la isla si vuestros corazones son puros, pero puedo daros ciertas indicaciones sobre los objetos: son de uso común. Dentro de cada uno de ellos se encuentra incrustada una piedra, estas piedras provienen de una gran gema que constituía la Kirvir en todo su poder. Esta fue dividida al principio de los tiempos para evitar que una concentración tan grande de poder pudiera acabar en manos de una sola persona. Cada uno de ellos fue objeto de veneración hace ya mucho tiempo. Al no profundizar en el conocimiento de sus verdaderos poderes, que variaban o se desvanecían según la proximidad o la distancia entre los planetas, fueron cayendo en el olvido con en el paso tiempo. Sin embargo, quedaron bajo la custodia de quienes habían depositado en ellos su devoción.
—¿No puedes darnos alguna indicación más concreta? —preguntó Ulica.
—Se ha hecho de noche, lo mejor será descansar. Seguid los puntos de luz, ellos os mostrarán vuestras habitaciones.
De las extremidades superiores levantadas del sabio, surgieron tres copos de luz que se situaron frente a cada uno de ellos.
Fueron llevados a habitaciones separadas; celdas de monjes, con las paredes completamente blancas y amuebladas únicamente con una cama y un pequeño escritorio. Arriba, en el techo en forma de arco, una ventana hexagonal dejaba entrar la luz.
Ulica se situó frente al escritorio, se quitó el ordenador de la muñeca, el cual encendió y dejó sobre la mesa, al hacerlo, este proyectó el teclado horizontalmente y, perpendicular a él, la pantalla. Seguidamente, Ulica inició su pesquisa.
Xam se estiró sobre la cama y se durmió, agotado, al instante, mientras que Zaira se relajó y rezó antes de quedarse dormida.