Читать книгу La muerte recordada - Matthew McCullough - Страница 10

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No conozco a nadie que haya sobrevivido a más experiencias cercanas a la muerte que el aviador de la Segunda Guerra Mundial Louis Zamperini. Después de ser voluntario para las Fuerzas Aéreas del Ejército, Zamperini sobrevivió meses de entrenamiento de vuelo cuando miles no lo hicieron. Sobrevivió a misiones de bombardeo bajo fuego intenso, una de las cuales dejó casi seiscientos agujeros de bala en el fuselaje de su B-24. Después de que una falla mecánica hizo que su avión se hundiera en el Océano Pacífico, sobrevivió al accidente. Y ahí fue cuando realmente comenzó su historia de supervivencia.

Vivió durante semanas en una pequeña balsa inflable, cocinada por el sol y sacudida por violentas tormentas. No tenía nada para beber salvo el agua de lluvia que pudiera recolectar. No tenía nada para comer excepto los peces y pájaros que pescaba con las manos y comía crudos. Luchó contra enjambres de tiburones que constantemente seguían su balsa y, a menudo, se lanzaban para tirarlo. Esquivó las balas de un avión japonés que esperaba que fuera su salvador.

Zamperini pasó cuarenta y siete días en esta balsa, más tiempo de lo que nadie había sobrevivido a la deriva en el mar. Luego, cuando finalmente llegó a tierra, fue capturado de inmediato. Pasó los dos años siguientes como prisionero de guerra, trasladado de un campo espantoso a otro, sufriendo implacablemente el trabajo forzado, el hambre, las enfermedades y la tortura despiadada. Cuando su campamento fue finalmente liberado, él era piel y huesos, apenas aferrándose a la vida. Más de uno de cada tres de sus compañeros prisioneros estadounidenses había muerto. Sin embargo, de alguna manera, sobrevivió.1

No es difícil ver por qué la biografía de Zamperini, Inquebrantable, ha vendido millones de copias. Es una historia cautivadora muy bien relatada. Y en cierto modo, tiene sentido que el subtítulo del libro lo llame una «historia de supervivencia». Lo es. O, mejor dicho, lo fue.

Casi setenta años después de su regreso de la guerra, Zamperini enfrentó lo que su familia llamó el mayor desafío de su vida: una batalla de cuarenta días contra la neumonía. Según los que estaban a su lado, «su valor indomable y su espíritu de lucha nunca fueron más evidentes». Pero a los noventa y siete años, su cuerpo estaba muy lejos del espécimen que compitió en los Juegos Olímpicos de 1936. Agotado por el tiempo, el hombre que luchó contra el hambre, los ataques de tiburones, la disentería mortal y los sádicos guardias de prisión finalmente entró en una batalla de la que no pudo sobrevivir. El 2 de julio de 2014 Louis Zamperini murió.2

El relato de Lauren Hillenbrand sobre la vida de Zamperini funciona como una historia de supervivencia porque el libro concluye en 2008. En un nivel, llamar a la historia de Zamperini o de cualquier otra persona una historia de supervivencia es como describir una caída de un edificio de treinta pisos una historia de supervivencia porque termina antes de que el sujeto toque el suelo.

Quizás mi punto sea un poco cliché, pero espero que al menos sea claro: puede que no sea la caída lo que te mata, pero algo siempre lo hace. Nadie sale vivo de la vida. Reducido un poco más, no existe algo tal como una historia de supervivencia.

Aún así, me pregunto: ¿cuándo fue la última vez que pensaste en el hecho de que morirías? ¿Cuándo fue la última vez que tuviste una conversación con alguien sobre el tema de la muerte? ¿Alguna vez has visto morir a alguien? ¿Alguna vez alguien ha muerto en tu casa? ¿Cuándo fue la última vez que caminaste por un cementerio o asististe a un funeral? ¿Has leído algún libro, visto alguna película, incluso escuchado algún sermón que trate con el problema de la muerte? No estoy hablando de muerte por violencia o por accidente o por una enfermedad rara y virulenta. Me refiero a la muerte como una experiencia humana básica, tan básica como el nacimiento, la alimentación y el sueño.

La muerte es una experiencia humana fundamental, que une a todos los seres humanos en el tiempo y el espacio, raza y clase. Pero en nuestro tiempo y lugar, la muerte no es algo en lo que pensamos muy a menudo, si es que pensamos en lo absoluto. En el capítulo 1, entraré en las razones de esta evasión, tanto en cómo podemos evitar el tema como por qué querríamos hacerlo. Pero, en resumen, los notables logros de la medicina moderna han hecho retroceder la muerte cada vez más en la vida promedio de la persona occidental. Disfrutamos de una mejor prevención de enfermedades, mejores tratamientos farmacéuticos y mejor atención de emergencia que cualquier otra sociedad en la historia. Esa es una bendición maravillosa, sin duda. Pero tiene un efecto secundario importante: muchos de nosotros podemos permitirnos vivir la mayor parte de nuestras vidas como si la muerte no fuera nuestro problema.

La muerte no es menos inevitable ahora, pero muchos de nosotros no tenemos que verla o siquiera pensar en ella como una presencia diaria en nuestras vidas. Cuando las personas mueren, es más probable que sea en un centro médico, acordonado lejos de donde vivimos, en un proceso higienizado, cuidadosamente administrado e incluso industrial que ocurre cuando los profesionales deciden dejar de brindar atención. La muerte sigue siendo inevitable, pero se ha vuelto extraña.

La muerte también se ha convertido en una especie de tabú, que no debe discutirse en compañía educada. Etiquetamos esa charla como «mórbida». Es un término peyorativo que se aplica a palabras o ideas inusualmente oscuras: distorsiones de la verdad tal como deseamos verla. Sacar a relucir el tema de la muerte es a menudo incómodo en el mejor de los casos, vergonzoso en el peor.

Pero por más que intentemos evitar el tema, todos experimentamos la sombra de la muerte todos los días. Se manifiesta en nuestras inseguridades sobre quiénes somos y por qué importamos. Se manifiesta en nuestra insatisfacción con las cosas que creemos que deberían hacernos felices. Y se manifiesta en nuestro dolor por la pérdida de todo lo bueno que no dura lo suficiente. No podemos evitar la muerte y sus efectos. Tampoco debemos evitar hablar de ella.

Nuestro desapego de la muerte nos pone fuera de línea con la perspectiva de la Biblia. A lo largo de sus páginas, ya sea ley o historia o poesía o profecía o evangelio o carta, la muerte es una fijación mucho más común que lo que es en nuestras vidas hoy. Para los autores bíblicos, la concientización de la muerte y sus implicaciones para la vida es crucial para una vida de sabiduría.

Considera, por ejemplo, la oración del Salmo 90: «Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, Que traigamos al corazón sabiduría» (v. 12). Esa es una forma eufemística de decir «enséñanos a reconocer nuestra muerte». La oración viene como una especie de bisagra entre las dos partes del salmo. La primera parte se centra en las limitaciones humanas en comparación con la inmensidad de Dios. Para Dios, el tiempo no es nada. «Desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios» (90:2). «Porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche» (90:4). Pero para nosotros los humanos, bajo el pecado y el juicio, el tiempo destruye todo. Nuestras vidas son «como un sueño». Nuestras vidas son como la hierba: «En la mañana florece y crece; a la tarde es cortada, y se seca» (90:5-6). En el mejor de los casos, «Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos» (90:10). La oración del salmista por recordar la muerte es una oración por una vida de humildad, una perspectiva que comprende nuestros límites y la insuperable diferencia entre Dios y nosotros.

Pero esta oración establece otro tema en la segunda parte del salmo. Inmediatamente después de orar para que Dios nos enseñe a contar nuestros días, el salmista ora para que Dios nos haga felices todos nuestros días con la riqueza de su amor: «De mañana sácianos de tu misericordia, Y cantaremos y nos alegraremos todos nuestros días» (Salmo 90:14).

Creo que esas dos oraciones van de la mano: enséñame a vivir con la realidad de mi muerte para que pueda vivir en la alegría de tu amor. Antes de que pueda quedarme asombrado por el amor de Dios, antes de que pueda ver la belleza de su amor con más claridad que los problemas de mi vida, debo ver mi desesperada necesidad de ello y mi absoluta indignidad. Cuando Dios nos enseña a contar nuestros días, nos protege del autoengaño orgulloso y nos permite vivir con un gozo genuino y realista.

Este es un libro sobre la muerte porque la sabiduría proviene de la honestidad con respecto al mundo tal como es. Quiero ayudarnos a contar nuestros días, a recordar la muerte, como una forma de disciplina espiritual. Quiero mostrar de la Biblia el poder iluminador de la conciencia de la muerte para las vidas que estamos viviendo ahora.3

No escribo principalmente a quienes se enfrentan a una muerte inminente ni a quienes están en duelo por la pérdida de un ser querido, aunque espero que mis observaciones los alienten.4 Escribo para convencer a quienes viven como inmortales de que en realidad no son inmortales, para ayudarlos a obtener la perspectiva realista que ya tienen los afligidos o los enfermos terminales.5

Les escribo a aquellos para quienes la muerte se siente remota e irreal, algo que les sucede a otros, para ayudarlos a ver cómo un conocimiento presente de la muerte es importante para las vidas que están viviendo ahora.

Este propósito coloca a mi libro dentro de una corriente de reflexión cristiana honrada por el tiempo llamada memento mori. Traducido a grandes rasgos, es el título de este libro: recuerda la muerte. El enfoque de esta tradición es reconocer la muerte, pensar en lo que significa para nosotros y dónde experimentamos sus efectos, para poder vivir una vida verdadera, fiel y gozosa mientras tanto.

Esta práctica me llamó la atención por primera vez en la escuela de posgrado, formándome como historiador de la iglesia, cuando por un tiempo estudié los ministerios de los puritanos en Inglaterra y América.6 Era difícil pasar por alto la disyunción. Lo que era fundamental para ellos ahora está mayormente ausente de la cultura occidental y de mi experiencia del cristianismo estadounidense.

Luego, en mis primeros años como pastor, predicando versículo por versículo a través de los libros de la Biblia, llegué a reconocer de una manera nueva la frecuencia con la que la Biblia habla de la muerte. Sabía de su enfoque en el problema del pecado y el problema del juicio eterno. Lo que me llamó la atención fue su enfoque en la muerte física, el hecho de que nuestras vidas en este mundo llegan a su fin. El problema de la muerte seguramente está conectado con el problema del pecado y el problema del juicio, como parte de los efectos de la rebelión humana en este mundo quebrantado. Pero la muerte es un aspecto de la condición humana que merece su propia atención, especialmente en una cultura que quiere negar su dominio.

Dicho todo esto, este no es realmente un libro sobre la muerte. Es un libro sobre Jesús y, por tanto, un libro sobre esperanza. He llegado a ver, como pastor de jóvenes prometedores, lo importante que puede ser la conciencia de la muerte para enfrentar un problema que creo que va de la mano con el evitar la muerte. Cuando la realidad de la muerte está lejos de nuestras mentes, las promesas de Jesús a menudo parecen desvinculadas de nuestras vidas. Estas promesas parecen abstractas, pertenecientes a un mundo diferente al que vivo, desconectadas de los problemas que dominan mi campo de visión.

Compara eso con lo que Pedro dice acerca de la relevancia de Jesús en 1 Pedro 1. Pedro describe a los cristianos como aquellos que son nacidos «para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos» (1 Pedro 1:3). Pedro asume que la resurrección de Jesús significa esperanza viva para quienes confían en él. Esta esperanza no es lejana ni de otro mundo, sino que se transmite en y para esta vida. Pero mira lo que dice sobre el objeto de esa esperanza: «una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros» (1:4).

Quizás tus ojos pasan rápidamente cuando lees palabras como esas. Quizás estas palabras incluso despierten algo de ira. ¿Incorruptible? ¿Incontaminado? ¿Inmarcesible? ¿Por qué debería importarme? No necesito una herencia guardada en el cielo. Necesito ayuda ahora, en este mundo. Tal vez te sientas así con respecto a muchas de las promesas de Jesús. ¿De qué sirve el sacrificio de sangre o la justificación cuando te enfrentas a un mercado laboral incierto o te preocupa no encontrar nunca un cónyuge? ¿Cómo puedo preocuparme por un cuerpo inmortal si me avergüenzo del que tengo ahora? ¿Y por qué Jesús habla tanto de la vida eterna? No solo necesito un camino a la tierra de la gloria. Necesito saber cómo afrontar las cosas difíciles hoy.

Si te sientes así acerca de las promesas de Jesús, creo que es porque no piensas lo suficiente en la muerte. Considera la forma en que Pedro concluye su gran capítulo sobre la esperanza. Al final del primer capítulo, volviendo de nuevo a un lenguaje como «renacido» e «incorruptible», Pedro cita Isaías 40:

«Toda carne es como hierba.

Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba.

La hierba se seca,

y la flor se cae;

Mas la palabra del Señor permanece para siempre».

Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.

(1 Pedro 1:24–25)

¿Ves lo que está haciendo Pedro? Para llevar la esperanza imperecedera que sus lectores tienen en Cristo a la tierra, a su día a día, les está indicando por qué la necesitan tanto. Incorruptible. Incontaminado. Inmarcesible. Estos son términos relativos. Se definen por lo que no son. Solo tienen sentido cuando se comparan con lo que niegan. Corruptible. Contaminado. Marcesible. Es por eso que Pedro termina el capítulo recordando que todo lo que los rodea está pereciendo, como hierba recién brotada en el calor seco del verano. Nada dura, bueno o malo. Excepto por una cosa: la Palabra del Señor. El evangelio que se te ha predicado. Jesucristo crucificado y resucitado.

Antes de que anheles una vida incorruptible, debes aceptar que estás pereciendo junto con todos los que te importan. Debes reconocer que todo lo que puedas lograr o adquirir en este mundo ya se está desvaneciendo. Solo entonces anhelarás la gloria inmarcesible de lo que Jesús ha logrado y adquirido para ti. Y debes reconocer que vas a perder todo lo que amas en este mundo antes de esperar una herencia guardada en el cielo para ti.

Incluso si tu vida se desarrolla precisamente de la manera que la imaginas en tus sueños más locos, la muerte te robará todo lo que tienes y destruirá todo lo que logres. Mientras estemos consumidos por la búsqueda de más de esta vida, las promesas de Jesús siempre nos parecerán de otro mundo. Él no ofrece más de lo que la muerte solo nos robará al final. Él nos ofrece justicia, adopción, propósito que honra a Dios, vida eterna, cosas que nos saben dulces sólo cuando la muerte es una compañera habitual.

Si queremos ver la belleza de Jesús, primero debemos mirar con atención y honestidad a la muerte. Aprecio la forma en que Walter Wangerin capturó esta conexión en un maravilloso libro sobre la muerte y el gozo escrito hace más de veinticinco años:

Si el evangelio parece irrelevante para nuestra vida diaria, es culpa nuestra, no del evangelio. Porque si la muerte no es una realidad diaria, entonces el triunfo de Cristo sobre la muerte no es ni diario ni real. La adoración y la proclamación e incluso la fe misma adquieren un aire irreal y de ensueño, y Jesús se reduce a algo así como una póliza de seguro a largo plazo, archivada y olvidada, mientras que él puede ser nuestro aliado necesario, un amigo inmediato y continuo, el santo destructor de la muerte y del diablo, mi hermoso salvador.7

Al evitar la verdad sobre la muerte, estamos evitando la verdad sobre Jesús. Jesús no nos prometió muchas de las cosas que más queremos de la vida. Nos prometió la victoria sobre la muerte. Así que debemos aprender a ver la sombra de la muerte detrás de los problemas de la vida antes de que podamos reconocer la poderosa relevancia de Jesús para cada obstáculo que enfrentamos. Este es un libro sobre la muerte porque es un libro sobre Jesús.

Hay una capa más en mi tema. A medida que la esperanza cobra vida, a medida que se propaga a través de los entresijos y los giros y vueltas de tu vida, el fruto que produce es el gozo, un gozo que es resistente y realista, que no tiene que barrer las cosas difíciles debajo de la alfombra para sobrevivir (1 Pedro 1:6–8). La afirmación irónica en el corazón de este libro es que la mejor manera de disfrutar tu vida es ser honesto acerca de tu muerte.

Cuando la realidad de la muerte se desvanece en el trasfondo de nuestra conciencia, otros problemas que nos roban el gozo surgen rápidamente y llenan el vacío. El filósofo francés Blaise Pascal señaló este problema hace cuatrocientos años. Notó que la mayoría de las personas parecían indiferentes a «la pérdida de su ser» pero intensamente preocupadas por todo lo demás: «Temen las cosas más triviales, las prevén y las sienten; y el mismo hombre que pasa tantos días y noches en la furia y la desesperación por perder algún cargo o por alguna imaginaria afrenta a su honor es el mismo que sabe que lo va a perder todo por la muerte pero no siente ni ansiedad ni emoción. Es algo monstruoso ver a un mismo corazón a la vez tan sensible a las cosas menores y tan extrañamente insensible a las más grandes».8

La percepción de Pascal es quizás incluso más importante hoy: cuando la muerte es apartada de nuestro pensamiento, no es reemplazada por calidez, paz y felicidad. Es reemplazada por otros de los muchos rostros de la muerte. En cambio, nos concentramos en los síntomas comparativamente triviales de nuestro problema más profundo. Seguimos ansiosos, seguimos a la defensiva, seguimos inseguros, seguimos enojados e incluso desesperados. Nos separamos de la muerte para poder concentrar nuestro tiempo y energía en perseguir la felicidad. Pero ese desapego no ha cambiado el hecho de nuestra mortalidad y, en última instancia, no nos ha hecho más felices.

Conocer a Jesús debería ser conocer el gozo. Sin embargo, ¿no es cierto que nuestro gozo en la vida a menudo se ve frenado por el orgullo, el temor, la envidia, la futilidad, la insatisfacción y una serie de otras preocupaciones? Sostengo que una conciencia honesta de la muerte coloca a estos enemigos del gozo en el lugar que les corresponde, de modo que, a su vez, la victoria de Jesús pueda brillar con su luz adecuada. En otras palabras, si queremos vivir con un gozo resistente, un gozo que está ligado no a las circunstancias cambiantes sino a los sólidos logros de Jesús, debemos mirar con honestidad el problema de la muerte. Eso puede ser irónico, pero es bíblico y es cierto.

El plan del libro

Si queremos canalizar la conciencia de la muerte hacia un amor más profundo por las promesas del Evangelio, muchos de nosotros primero debemos volver a familiarizarnos con el problema de la muerte. Debemos considerar qué tipo de problema es la muerte y debemos aprender a reconocer su sombra en lugares que quizás no hayamos notado antes. Una vez que hayamos aprendido a ver la sombra, seremos capaces de aplicar la luz de Cristo.

Por eso he elegido tratar el problema de la muerte por sí solo, aparte de la enseñanza de la Biblia sobre el juicio eterno después de la muerte. Dado lo que dice la Biblia sobre el infierno, el final de nuestra vida en este mundo no es casi nada comparado con la perspectiva de una eterna y tormentosa separación de Dios. Pero el problema de la muerte tiene sus propios efectos devastadores en nuestra vida presente. Es un problema al que le hemos prestado muy poca atención. Y es un problema que aparece en la vida de todas las personas, cristianas o no. Mi esperanza es describir este problema de una manera que sea reconocible para ti sin importar tu trasfondo religioso, de modo que, creas o no, quieres que el mensaje de Jesús sea verdadero.

En cada uno de los capítulos 2 al 4, comienzo con una de las tres dimensiones principales de la muerte y explico dónde aparece en nuestra experiencia.

Luego, en cada capítulo, emparejo esa dimensión de la muerte con las promesas de Jesús que brillan más contra su oscuro telón de fondo.

En el capítulo 2 hablo de la muerte y el problema de la identidad: lo que dice la muerte sobre quiénes somos. Por naturaleza, no podemos imaginar el mundo sin nosotros en él. Eso es en parte porque tenemos un narcisismo incorporado. Nos vemos a nosotros mismos como los personajes principales de la historia del mundo, y todo lo demás se define por cómo se relaciona con nosotros. Pero también es porque percibimos correctamente que las vidas humanas tienen una dignidad que otros animales no tienen. Cada persona tiene una identidad única e irremplazable que es preciosa y valiosa. Pero la muerte confronta nuestras nociones del significado humano de frente.

La muerte hace una declaración sobre quiénes somos: no somos demasiado importantes para morir. Moriremos, como todos los que nos han precedido, y el mundo seguirá moviéndose como siempre. Nadie es indispensable. Es una declaración dura, incluso aterradora.

Cuando hayamos permitido que esta declaración caiga sobre nosotros y la asimilemos, estaremos preparados para asombrarnos ante el mensaje del evangelio. Es otra declaración de identidad. Si la muerte nos dice que no somos demasiado importantes para morir, el evangelio nos dice que somos tan importantes que Cristo murió por nosotros. Y no porque el mensaje de la muerte sobre nosotros sea incorrecto. No lo es. Por nuestra cuenta, somos prescindibles. Pero unidos a Cristo, a través de nuestra unión con él, somos justos, somos hijos de Dios, y Dios no nos dejará morir más de lo que dejó a Jesús en la tumba.

En el capítulo 3 me centro en la muerte y el problema de la futilidad: lo que la muerte le hace a todo lo que logramos. Buscamos la felicidad y el propósito en la próxima experiencia placentera, en el dinero y las posesiones que intentamos acumular y en lo que construimos para nosotros mismos a través de nuestro trabajo. Pero, ¿alguna vez te has sentido satisfecho con tu vida? ¿Cómo que has hecho suficiente?

La futilidad es algo que seguiremos sintiendo porque debajo de nuestro impulso hacia el placer, la riqueza y el éxito hay un impulso por superar la realidad de la muerte. Estas cosas nunca soportarán ese peso.

Pero, ¿y si Cristo ha tomado la muerte por nosotros? ¿Y si, en efecto, se levanta triunfando sobre nuestro último enemigo? Entonces, lo que hacemos con nuestras vidas, aunque fútil como defensa contra la muerte, no es en vano después de todo. Cuando no tenemos que vencer a la muerte por nosotros mismos, somos libres para disfrutar de lo que hacemos y aspirar a la gloria de Aquel que ha conquistado por nosotros.

En el capítulo 4, el tema es la muerte y el problema de la pérdida: lo que la muerte le hace a todo lo que amamos. La pérdida no es algo que les ocurra a veces a personas desafortunadas que se encuentran en el lugar equivocado o tienen códigos genéticos incorrectos. La verdad es que nada dura, que nunca se puede volver atrás, y que por eso todos lo pierden todo debido a la muerte.

¿Cómo puedes disfrutar algo de la vida si sabes que, al final, cuanto más amas algo, más te dolerá cuando lo pierdas? Ese gozo viene solo si Jesús puede cumplir su promesa de vida eterna, no un reino angelical e incorpóreo entre las nubes, sino un mundo nuevo en el que las cosas que amamos no pasan. Si Jesús puede cumplir esa promesa, seremos libres para disfrutar de los placeres pasajeros de esta vida, o para prescindir de ellos, sabiendo que son aperitivos para el festín interminable y satisfactorio que ha preparado para los suyos.

En el quinto capítulo, trato de ilustrar el efecto práctico de recordar la muerte: cómo aprovechar la conciencia de la muerte en la lucha por el gozo lleno de esperanza. Utilizo varios ejemplos de experiencias comunes que roban el gozo, como el descontento, la envidia y la ansiedad, para mostrar cómo procesar estas cosas a la luz de la muerte nos ayuda a procesarlas a la luz de Cristo.

Pero primero, un paso importante hacia la recuperación de la conciencia de la muerte saludable es una conciencia más profunda de uno mismo. Muchos de nosotros necesitamos ver cómo participamos en una cultura que ha suprimido la verdad sobre la muerte más que en cualquier otro momento y lugar de la historia.

La muerte recordada

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