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1.3 Charles Taylor y la objeción de la neutralidad valorativa

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Charles Taylor, en Sources of the Self. The Making of the Modern Identity, lleva a cabo una investigación sobre las principales fuentes morales que articulan la modernidad. En esta búsqueda, Taylor (1994: 98-99) ubica por lo menos tres grandes formas de asumir los problemas éticos: la primera de ellas representada por la razón desvinculada iniciada por Platón, continuada por Descartes y Kant -caracterizada como la ética de la autodeterminación racional (también denominada en su etapa moderna como la tradición de la ilustración). La segunda, personificada por la tradición romántica que situamos en los neonietzscheanos de la cual Foucault defiende una importante variación, que emerge en contra de la ética procedimental, racionalista. Y, en tercer lugar, frente a la inconformidad que generan las posiciones neonietzscheanas, en tanto se centran exclusivamente en una actitud de sospecha, denuncia y desenmascaramiento de la filosofía moral moderna, emerge un trabajo filosófico distinto, del cual Taylor hace parte. Se trata de un grupo de pensadores que sin la necesidad de situarse en la posición de sospecha absoluta neonietzscheana consideran que las creencias morales han de partir desde la base de una comunidad histórica y de una base teleológica de la eticidad; en esta denominación podemos ubicar a Taylor y Ricœur.

Ricœur comparte con Nietzsche la idea que en el cogito cartesiano se produce una reducción de la existencia al mundo interior, que conduce no solo a un substrato de sujeto, sino también porque crea la ficción del pensamiento entendida como unidad completamente arbitraria. Además, Ricœur asume la proposición nietzscheana en su ataque contra el positivismo, cuando el filósofo alemán argumenta que el positivismo está equivocado porque no existen hechos por sí solos, solo interpretaciones sobre estos. No obstante, para Ricœur (1990: 400-402), la crítica acertada de Nietzsche al sujeto cartesiano termina en la afirmación de un nuevo dogmatismo, el dogmatismo de la voluntad de poder.

Por su parte, para Taylor (1994: 99), el problema crucial de las posiciones neonietzscheanas es su incapacidad de articular sus propias fuentes morales. Por el contrario, su interés consiste en considerar más seriamente el papel de las ideas de bien, de las actitudes y de los contextos morales que determinan la acción. Uno de los argumentos fundamentales de la obra es que no existe una manera unívoca de comprender la identidad moderna, sino que a partir del análisis de las distintas concepciones de “bien” podemos vislumbrar las diferentes formas constitutivas de dicha identidad. Así, el filósofo canadiense reclama la necesidad de volver sobre los contextos de trasfondo que articulan nuestras consideraciones morales. Su perspectiva consiste en reivindicar el papel de las distinciones cualitativas que sostienen nuestras convicciones morales más profundas y que edifican nuestra concepción de la vida buena. Taylor se opone así a todos los naturalismos que cimientan una noción de neutralidad valorativa, como es el caso de la tradición neokantiana, y argumenta la necesidad de que nuestros juicios de acción se establezcan en el interior de una prioridad de la vida buena con el propósito de obtener una concepción más auténtica de la moral. Por consiguiente, es posible afirmar dos proposiciones en torno al pensamiento de Taylor; la idea anterior según la cual su propuesta filosófica es teleológica, en el sentido en que defiende la importancia de la pregunta por la vida buena y las ideas de bien como elementos determinantes de la moralidad:

Esta filosofía moral ha tendido a centrarse en determinar qué es lo correcto en la acción más que en lo que es bueno ser, en definir el concepto de obligación, más que en la naturaleza de la vida buena; [...] Esta filosofía ha acreditado una estrecha y truncada visión de la moralidad, en un sentido reducido, que también afecta el rango entero de las cuestiones relativas al intento de vivir la mejor de las vidas posible{16}.

Taylor le objeta así a la tradición ilustrada la forma como en su interior han infravalorado la pregunta por los elementos teleológicos dentro de la concepción de la razón práctica. La segunda proposición tiene que ver con su carácter ontológico en la formulación de la investigación moral. Desde la primera línea de su obra, Taylor indica, como problema fundamental, la configuración de las diversas fuentes que constituyen nuestra identidad moderna occidental; de tal manera, el problema principal al cual se dirige es una versión renovada del problema hegeliano del reconocimiento. Su propósito consiste en ampliar el rango legítimo de nuestras descripciones morales a partir de lo que denomina los lenguajes de trasfondo (background languages). De esta manera, Taylor lleva a cabo una empresa que pretende articular nuestra visión moral contemporánea desde una perspectiva, no lineal sino comprensiva. Porque, ampliar el rango de las descripciones morales legítimas y examinar la riqueza de los lenguajes de trasfondo, que reconocemos como cimientos de los diferentes puntos de vista morales, implica para Taylor reconocer que los términos que utilizamos solo tienen valor explicativo cuando poseen un sentido en la vida misma. Puesto que las variaciones cualitativas tienen la función de explicar el significado de nuestras acciones morales, al mismo tiempo conducen a una concepción más sustantiva de la moral.

Taylor, haciendo referencia a una expresión de Donald Davidson, cuestiona el hecho de que varias teorías morales sustraigan las nociones de bien de los contextos que las explican y les otorgan su sentido. De esta manera, la cuestión de fondo para él es: ¿Qué lugar ocupan estas distinciones cualitativas en nuestro pensamiento y juicio moral? En otras palabras: “¿Cómo estas distinciones relacionan la total amplitud de la variación de lo ético, adoptando este término según Williams, para la categoría indivisible de consideraciones que nosotros empleamos para responder cuestiones sobre cómo debemos vivir?”{17} Así, la empresa ontológica de Taylor se caracteriza primordialmente por su reivindicación de ciertos elementos de contexto y de la cultura de trasfondo sobre los que se edifican las acciones y los juicios morales. En Sources of the Self, el filósofo canadiense tiene la intención de propiciar una recuperación antropológica en el ámbito moral, en cuanto vuelve la mirada sobre las intuiciones morales y espirituales de los agentes, y en tanto propugna por una captación hermenéutica y fenomenológica de la vida corriente o de la vida cotidiana.

En realidad, Taylor sostiene que su investigación se concentra en tres aspectos fundamentales de la identidad moderna: primero, su interioridad; en el sentido en que nosotros mismos somos seres con una profundidad interior y la noción que se relaciona con ello es que somos “mismidad” (selves). Segundo, en la afirmación de la vida corriente, vida común, sobre todo en los desarrollos de la primera etapa de la modernidad; y tercero, en la noción expresivista de la naturaleza como una fuente moral interna.

Estos elementos propician una cercanía entre el pensamiento de Taylor y Ricœur, principalmente a partir de sus indagaciones de la identidad moral. Pues de manera simultánea, ambos parten de la afirmación que gran parte de la filosofía moral contemporánea ha tendido a centrar su análisis de la moral partiendo del concepto de lo correcto, en lugar de lo que es bueno ser; un énfasis que establece como prioridad el papel y el contenido de la obligación en lugar de la naturaleza de la vida buena. La segunda dificultad radica en que las distintas formas de naturalismo, en las cuales Taylor incluye a Kant, al utilitarismo y a sus desarrollos posteriores, se constituyen en teorías morales definidas principalmente a partir de la noción de obligatoriedad, al mismo tiempo que abandonan otros elementos del fenómeno moral: “La moralidad es concebida únicamente como una guía para la acción. Se ha pensado que concierne simplemente sobre lo que es correcto hacer, más que en lo que es bueno ser. De esta manera, el objeto de la teoría moral es tanto identificar, como definir el contenido de la obligación en lugar de la naturaleza de la vida buena”{18}.

Esta crítica va dirigida contra la línea de argumentación en la que se encuentra la tradición kantiana y otras formas de naturalismo como el utilitarismo. Taylor piensa que ambas perspectivas morales giran en torno a la pregunta: “¿Qué debo hacer?”, mientras con Kant, el bien sobresaliente es la noción de justicia universal; este lugar preponderante en la filosofía moral utilitarista lo ocupa la idea de la benevolencia universal. Para Taylor, uno de los problemas fundamentales de la ética de Kant reside en su concepción de moralidad, la cual es definida a partir del imperativo categórico, y este a su vez determina el contenido moral a partir de su universalidad y su participación en el reino de los fines. Para el utilitarismo, el problema consiste en que solo se requieren descripciones de acción con el objeto de distinguir cuál de ellas ha de considerarse como obligatoria. Por su parte, el filósofo considera que en los procesos de decisión racional se debe incluir una articulación de las distinciones cualitativas, puesto que dicha articulación significaría exponer de una manera más sustancial y completa el significado de nuestras acciones morales:

La filosofía moral ha sido entendida como la filosofía de la acción obligatoria. El objeto central de la filosofía moral es considerar qué genera las obligaciones que nosotros hemos adoptado. Una teoría moral satisfactoria es generalmente pensada como aquella que define algunos criterios o procedimientos que permiten derivar todas, y únicamente, las cosas que nosotros estamos obligados a hacer. Así, los principales contendientes en estas apuestas son el utilitarismo, y diferentes derivaciones de la teoría de Kant [...]{19}.

Taylor señala así un elemento que afecta tanto el pensamiento moral de Habermas como el de Rawls, el establecimiento de la acción correcta como prioridad de la filosofía moral a partir de la construcción de criterios y procedimientos de elección racional. Para el pensador canadiense tal concepción no es adecuada porque los seres humanos siempre tomamos decisiones y hacemos elecciones de objetos en el mundo, dependiendo de nuestros intereses y de las inquietudes que les atribuyamos. En consecuencia, Taylor cuestiona las distintas formas de naturalismo, que han vendido la idea de la vida corriente como pura opinión, no solo por la influencia que se produjo por las posturas metafísicas modernas, en las cuales se separa el bien del mundo de la vida, sino porque ha existido también un despropósito metodológico, resultado de emplear en las ciencias humanas el método de las ciencias naturales de construir leyes y reglas universales. Por tal circunstancia, esta objeción gravita en torno a la piedra angular del sistema crítico kantiano, las nociones de autonomía y libertad. Para Taylor (1994: 83-83), la concepción moderna de la libertad es entendida como la independencia del sujeto, en el sentido en que la determinación de sus objetivos no puede basarse en ninguna interferencia externa, y donde las ordenes normativas deben originarse en su propia voluntad. Kant y Rawls comparten este acento moderno de afirmar la libertad como autodeterminación racionable que concibe la ley moral, resultante de procesos autolegislativos de la razón práctica.

Para la empresa ontológica de la moral, esta concepción de la libertad moderna ilustrada define al sujeto como un “yo puntual”, o un yo neutro, un ser sin cuerpo, ni memoria, ni autobiografía:

Esto es lo que yo deseo denominar el yo “puntual” o “neutral”; puntual porque “el yo” es definido en abstracción de cualquiera de sus aspectos constitutivos, y por eso, de cualquier identidad en el sentido que [sic] he venido usando el término en la sección previa{20}.

Por tanto, Taylor emplea el término “yo neutro” porque el individuo es definido con independencia de cualquier marco referencial, una noción de sujeto racional desvinculado, fundado en la creencia que se puede obviar el papel determinante del tiempo y del espacio en las decisiones éticas. Es decir, la objeción se dirige en dos sentidos sobre Kant; en primera instancia, porque asume una postura que considera irrelevantes las distinciones cualitativas para establecer una acción moral; y en segundo lugar, porque habilita una distinción entre las acciones realizadas por deber y aquellas que se basan en inclinaciones que son descritas como heterónomas.

Esta posición permite objetar las construcciones morales que separan la concepción del bien de sus contextos vitales, tal y como sucede, por ejemplo, en la ética de Platón, Kant y Rawls. En Platón porque la perfección de la justicia, y en general del bien, se encuentra en el estado supraceleste. En Kant porque su postura metafísica propugna por el ideal del supremo bien como el enlace sistemático y perfecto entre la virtud y la felicidad en el mundo inteligible. Y en Rawls, principalmente, por el significado que tiene la posición original y el velo de ignorancia en su pensamiento como procedimiento restrictivo de los términos de valor.

Los anteriores argumentos preparan el distanciamiento entre la filosofía de Taylor-Ricœur con el pensamiento de Rawls. Este distanciamiento se origina en diversas circunstancias; las dos primeras, ya mencionadas, son el carácter deontológico de la teoría de Rawls, mientras Ricœur y Taylor adoptan un punto de partida que en principio puede denominarse como teleológico, sobre todo por el lugar que ambos le proporcionan tanto a la pregunta por la vida buena, como a la imposibilidad de dejar de lado las explicaciones de carácter ontológico en su pensamiento moral. La segunda circunstancia es que mientras Kant y Rawls crean un conjunto de procedimientos que implican una elección racional con una aspiración de carácter neutral, tanto Taylor como Ricœur sostienen la inaceptabilidad de tal posición, debido a la importancia que ellos le otorgan a los términos de valor y a las distinciones cualitativas.

Ética y hermenéutica

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