Читать книгу Geopoéticas, memoria e imaginarios en la frontera México - Estados Unidos - Mauricio Vera Sanchez - Страница 10
INTRODUCCIÓN
ОглавлениеEl debate actual de la ciencia, la redefinición de sus postulados epistemológicos y la pertinencia del conocimiento que produce es hoy un asunto vital y central para entender y orientar la función y responsabilidad académica que esta tiene en los distintos contextos sociales, culturales, políticos y económicos, en los cuales sus estudios e investigaciones se efectúan y circulan.
En la actualidad, nos dice Immanuel Wallerstein (2004) en su texto clásico Las incertidumbres del saber, la ciencia está en la mira: “Ya no goza del prestigio indiscutido que ha tenido durante dos siglos como la forma más segura de la verdad. […] Hoy en día se la acusa de ser ideológica, subjetiva y poco fiable. […] Se dice que los científicos manipulan los datos y que, por ende, manipulan la credibilidad del público” (p. 5).
La ciencia, entendida así, estaría circunscrita más hacia la legitimación de su conocimiento y verdad en determinados círculos culturales dominantes y de poder que hacia la experimentación y verificación de certezas que permitan explicar, predecir y controlar aquellos fenómenos que se ubican en los ámbitos de lo natural –entendido como una construcción social– y lo socialmente propiamente dicho.
La mirada científica predominante en y de Occidente se convirtió en una mirada de poder, un punto de mira específico que configuró –y continúa configurando– una manera particular del ver, entender y proyectar el mundo, que excluye –y determina hasta cierto punto– otros modos o maneras de construir conocimiento. El pensamiento científico nos acostumbró a pensar (y a mal pensar) que porque la teología, la filosofía y, especialmente, la sabiduría popular ofrecía verdades discutibles, el único camino que se podía presentar seguro y certero era el de la ciencia (Wallarstein, 2004, p. 15).
En un doble efecto, la ciencia como fin de la duda –o por lo menos de las incertidumbres– y en ella el método científico, garante de las certezas, se instalaron como principio estructurante en la comprensibilidad de la naturaleza y de la objetivación del mundo (Schödinger, 1999). Y, simultáneamente, como síntoma de una condición originalmente moderna: “Para muchos, los rótulos de científico y/o de moderno se transformaron casi en sinónimos, y para casi todos, esos rótulos eran –y siguen siendo– dignos de elogio” (Wallarstein, 2004, p. 15).
Naturaleza y objetivación, ciencia y modernidad, científico y moderno, se convierten así en conceptos intercambiables que operan en una suerte de cadena sinonímica de igual o similar significado. Se afianza el sentido de la verdad a partir únicamente de lo que es verificable, indistintamente de que aquello que se verifica sea socialmente útil, moralmente bueno o filosóficamente trascendental, a partir de lo que es susceptible de unificar epistemológicamente bajo la sombra del método científico.
Ahora bien, en perspectiva histórica, esta división entre la búsqueda de lo verdadero y lo bueno, entre el entendimiento de la naturaleza y del alma, solo existía una ausencia de límites, todo saber se consideraba unificado en un nivel epistemológico. La ausencia de límites, señala Wallarstein (2004, p. 24), era doble: a) no existía la idea de que los académicos tuvieran que acotar su actividad a un campo del conocimiento; y b) la filosofía y la ciencia no se consideraban campos separados.
Como antesala al gran sismo que se produciría en los XVIII y XIX, esta escisión se da en las raíces mismas de la relación del hombre con la naturaleza y consigo mismo en la época medieval. Como lo señala Franz Borkenau (1990, p. 36), atendiendo el proceso socio-histórico-cultural de la baja Edad Media, en sus últimos trescientos años específicamente, es donde podemos ubicar el germen de la modernidad y, por tanto, del distanciamiento del hombre con la naturaleza a favor de un utilitarismo ligado a la aparición ya de un cierto tipo de cultura urbana, mercantil e industrial que despunta en los siglos XIV y XV en Italia.
Demandas económicas, aumento de la productividad y del comercio internacional, junto con la consolidación no solo de una clase burguesa sino principalmente de un comportamiento burgués, hacen que se produzca una secularización de la cultura, “que deja de ser progresivamente medievalcristiana, deja de estar organizada alrededor de contenidos sacrales para dar paso a una nueva actitud ‘realista’, metódica, práctica, utilitaria, secular” (Borkenau, 1990, p. 36).
Se desacraliza la naturaleza y se sacraliza el método, la lógica formal y el plano cartesiano. Aquella experiencia desde el trasmundo, dice José Luis Romero –citado por Borkenau (1990)–, desde el más allá, de la divinidad o de la providencia que era la experiencia del hombre medieval con la naturaleza se rompe y aparece la perspectiva de la otra vida: la civitas terrena, complementa Borkenau. Se da entonces la posibilidad de dominio de las leyes de la naturaleza, arrebatado a Dios y conquistado por el hombre.
La naturaleza, como creación de Dios, pierde su aura sagrada y, simultáneamente, surge lo que Jacobo Burckhardt –citado por Borkenau (1990, p. 38)– ha llamado un “mundo desencantado”, dentro del cual el burgués actúa con pleno realismo y se enfrenta a sus tareas seculares obrando de acuerdo con una lógica inmanente que ya no considera, como sí lo hacía el hombre medieval, el trasmundo.
Desencantamiento que oscila en una lucha entre lo dado por Dios y lo creado por el hombre. Alumbramiento de un nuevo tipo de mirada individual sobre la naturaleza que se materializa en su subordinación a los intereses materiales, capitalistas y científicos de un nuevo mundo: el mundo moderno. Es la aparición de la idea de la “voluntad de poder”, anota Borkenau, la actitud que caracteriza al hombre moderno frente a la naturaleza, frente a los otros hombres, frente a sí mismo.
Y no es, continúa el autor, “voluntad de poder solo en un sentido estrictamente político […] sino voluntad general de dominio sobre lo ente, sobre la naturaleza, tal y como lo ha formulado Max Scheler, voluntad ‘para la transformación productiva de las cosas’” (Borkenau, 1990, p. 38).
Cosificación y potenciación de la naturaleza como mera materia prima. Así, Francis Bacon resumía con contundencia este nuevo pensamiento a comienzos del siglo XVII: Knowledge is power. El conocimiento y dominio de la naturaleza es poder. Por tanto, la ciencia como instrumento al servicio de este conocimiento y dominio es la mejor de las herramientas del poder. Simbiosis de saber y poder que hasta hoy impone.
Sin embargo, es entre 1750 y 1850 el período en el cual se da un movimiento tectónico que genera una modificación radical en la manera en que se configuran las estructuras del saber, separando, divorciando, a la ciencia de la filosofía, de tal manera que hoy se nos presentan casi de manera antagónica. División que reorganizó, institucionalizó y determinó el sistema universitario en los siglos posteriores en dos facultades centrales: la de ciencias propiamente dichas, fundamentadas en la mecánica newtoniana, y la de artes, humanidades o filosofía (Wallarstein, 2004).
Y es precisamente en la nueva frontera establecida, en el límite demarcado y los espacios cercados y diferenciados de la ciencia y la filosofía, del arte y la mecánica newtoniana, donde Wallarstein instala la pregunta por el lugar que le correspondería entonces a las ciencias sociales, por su encajamiento entre las humanidades y las ciencias naturales.
Primigeniamente incrustadas entre la materia y el espíritu, lo subjetivo y lo objetivo, lo bueno y lo verdadero, las ciencias sociales surgen con un pie ligera y dudosamente puesto en las humanidades, y el otro firmemente asentado en el modelo cultural newtoniano. Más allá de responderse a los por qué, en sus inicios las ciencias sociales prioritariamente plegaron sus métodos al de los de las ciencias naturales, y en un efecto reflejo asimilaron que el comportamiento de los fenómenos sociales era similar en sus leyes y reglas de funcionamiento a los fenómenos naturales, por tanto, describiendo el qué, cómo, cuándo y dónde se explicaba en sí misma la actividad social.
Igualmente, esta ruptura que se dio en las estructuras del saber dando surgimiento a lo que Snow –citado y punto de referencia de los trabajos de Wallarstein– llama las “dos culturas”, también provocó una separación, inexistente en el hombre medieval y en su manera de entender el mundo, entre el sujeto y el objeto. Ya René Desacartes en el Discurso del método esbozaba esta obligada separación moderna al afirmar que el conocimiento por el conocimiento mismo, o lo que los escolásticos llamaban vita comtemplativa, no tenía sentido. Es decir, es en el desdoblamiento instrumental entre sujeto y objeto donde se produce el conocimiento útil. Se da entonces una objetualización del conocimiento, una centralidad de su materialidad y su posibilidad de aplicación a los requerimientos del capital y del poder.
La capacidad de dominio de la naturaleza –apunta Borkenau (1990, p. 42)– por el conocimiento de sus leyes le da al hombre moderno una conciencia de superioridad: todo es considerado factible de un tratamiento racional y se produce una vinculación entre la especulación científica y el trabajo industrial, el discurso político y lenguaje.
El psicólogo C. G. Jung se queja –nos dice Erwin Schödinger en su libro Mente y materia (1999, p. 57)– de la exclusión del sujeto, de la omisión del alma y de la mente de la imagen que tenemos del mundo; del aluvión de objetos externos de conocimiento que han arrinconado al sujeto, muchas veces hasta la aparente no existencia. La ciencia es, sin embargo, una función del alma en la que se arraiga todo conocimiento. Y es que el mundo de la ciencia, añade el propio Schödinger, se ha concentrado en un objetivo horrible que no deja lugar a la mente y a sus inmediatas sensaciones.
Resuena entonces con mayor fuerza la inquietud vital, central en Wallarstein (2004, p. 25), sobre el topos de las ciencias sociales hoy. Y es que estas en sus albores no fueron ajenas a la pretensión –que se prolonga de cierta manera hasta la época actual– de asir la realidad social bajo las lógicas de la mecánica newtoniana; el escrutinio bajo la lupa de las epistemología nomotéticas, el paralelismo de los procesos sociales con los procesos materiales, objetos de estudio de las ciencias naturales, llevó a la búsqueda de leyes sociales universales cuya verdad permaneciera intacta a través del espacio y el tiempo.
Así, la incertidumbre frente a la posibilidad de comprender, controlar y predecir la complejidad de los procesos sociales era factible de anularse, o por lo menos de reducirse. La naturaleza natural y la naturaleza social son entidades susceptibles de investigarse con los mismos métodos. La realidad social sería de esta manera un estado regido por leyes y no un proceso cambiante permanente y simultáneamente en el espacio-tiempo. Un espaciotiempo que se mueve en la doble dirección del progreso material inatajable y la progresión temporal hacia un futuro determinado.
Hubo sin embargo quienes se inclinaron –subraya Wallarstein (2004, p. 25)– más que por la dureza y rigidez del método científico por las humanidades, y recurrieron a lo que se llamó “epistemologías ideográficas”. Estos cientistas sociales “pusieron el acento en la particularidad de los fenómenos sociales, la utilidad limitada de las generalizaciones y la necesidad de empatía para la comprensión del objeto de estudio”.
Las ciencias sociales se fundan así entre las epistemologías nomotéticas en oposición a las epistemologías ideográficas; entre el establecimiento de leyes en los procesos sociales versus la inutilidad comprensiva de las generalizaciones; entre la toma de distancia del sujeto frente al objeto en contraposición a la necesidad, precisamente, de implantar una empatía mutua sujeto-objeto; entre el alma y la materia; lo interior y lo exterior; las humanidades y las ciencias naturales; entre la palabra sagrada y el verbo creador del científico y la imaginería mítica y pagana del saber popular; entre el pasado, el presente y el futuro: el progreso y el retroceso; entre los mega relatos: History, y los micro relatos: story; entre el Todo y el fragmento; entre la descripción y la interpretación; entre los datos, las cifras y la narrativa; entre lo antiguo y lo moderno; entre Occidente y Oriente.
Así, las ciencias sociales, subraya Wallarstein (2004, p. 25), “estaban atadas a dos caballos que galopaban en sentidos opuestos. Al no haber generado una postura epistemológica propia, se desgarraban como consecuencia de la lucha entre los dos colosos: las ciencias naturales y las humanidades, que no toleraban una postura (terreno) neutral”.
Terreno cuyos límites se establecían por dos por miradas inconexas, y en el cual se abonó a su interior el surgimiento en las ciencias sociales de una disciplinarización que reflejó, ciertamente, esta dicotomía. Así, por ejemplo, la economía, las ciencias políticas y la sociología, responsabilizadas académicamente de estudiar el mundo moderno, echaron sus raíces en las epistemologías nomotéticas, en los métodos y la cosmovisión newtoniana.
Consolidación y división entre el período comprendido entre 1850 y 1945 que Wallarstein (2004, p. 26) describe de la siguiente manera:
La división entre pasado (historia) y presente (economía, ciencia política y sociología); la división entre el mundo occidental civilizado (las cuatro disciplinas anteriores) y el resto del mundo (la antropología, dedicada a los pueblos “primitivos”, y los estudios orientales, dedicados a las “grandes civilizaciones” no occidentales), y la división, válida solamente para el mundo occidental moderno, entre la lógica del mercado (economía), el Estado (ciencia política) y la sociedad civil (sociología).
Se configuran de este modo hasta mediados del siglo XX unas ciencias sociales de núcleo duro, en el sentido que su método y enfoque epistemológico estaban orientados hacia el establecimiento de leyes dentro de los sistemas sociales; y unas de núcleo más blando que, aceptando la función y obligatoriedad de la inclusión empírica de los datos, las cifras, las mediciones y el cálculo mecánico de corte newtoniano dentro la investigación social, privilegiaban la singularidad de cada contexto en particular, la “contaminación” impajaritable que en el proceso relacional sujeto-objeto modifica la manera de construir y comprender el conocimiento generado y, consecuentemente, el mundo.
Pero es también en este momento histórico de las décadas de los cuarentas, cincuentas y sesentas en los que el mundo se debate no solo entre una dominación de Occidente sobre Oriente, que se consuma en el nefasto hito de la Segunda Guerra Mundial y se fortalece momentáneamente en los sembrados de arroz vietnamitas convertidos en campos de batalla bañados de Napalm y sangre “amarilla”, o en las revueltas de los estudiantes universitarios franceses y estadunidenses que inauguraron a través de la filosofía del peace and love una concepción nueva de la relación de género, de la autonomía femenina sobre su propio cuerpo, junto a una inclusión de las cosmovisiones orientales a la ya debilitada manera utilitarista y material con la cual Occidente los había formado, que ese principio de operación apoyado en la exclusión con el que estaban comprometidas las ciencias –igual naturales como sociales– con perspectiva newtoniana era cuestionado en su estructura.
No podemos aún, plantea Schödinger (1999, p. 60), deshacernos del principio de exclusión, este sirve para darnos cuenta del problema, pero no para resolverlo. Lo que sí debería reconsiderarse es la actitud científica, la ciencia debe construirse de nuevo. Nuestra imagen del mundo, añade, se elabora a partir de la información proporcionada por los órganos sensoriales de la mente y el cuerpo, de manera que esta imagen es y se conserva para cualquier hombre como elaboración de su propia mente y sus propios sentidos.
Siguiendo el trazado de Wallarstein (2004), las ciencias sociales, al igual que las ciencias naturales y las humanidades, se volvieron blanco de críticas, en lo cual ha habido dos grandes movimientos nuevos del saber:
Uno de ellos es el que se ha denominado “ciencias de la complejidad” (con origen en las ciencias naturales); el otro es el de los “estudios culturales” (con origen en las humanidades). En realidad, pese a haber surgido en lugares tan distintos, los dos movimientos tomaron como blanco de ataque el mismo objeto: la modalidad dominante de las ciencias naturales a partir del siglo XVII, es decir, la forma de ciencia que se basa en la mecánica newtoniana (p. 27).
De esta manera, la perspectiva de la complejidad relativiza más allá que la mera cuestión del método científico y sus implicaciones en su tendencia maniquea de entender el mundo, la percepción del tiempo, un ente que evidentemente no nos es simplemente dado, sino que es fundamentalmente una construcción social. La determinación del tiempo en los procesos sociales, su inevitable linealidad que lleva como consecuencia una carrera inalcanzable hacia el progreso que está allá, en el futuro, se indetermina. Por tanto, este futuro es en sí mismo indeterminado e indeterminable. Roto el tiempo, roto el equilibrio, que no es más que una excepción dentro de los fenómenos sociales.
Numerosos académicos, puntualiza Wallarstein (2004, p. 27), cuyo punto de mira está emplazado en la complejidad,
consideran que la entropía lleva a bifurcaciones que traen nuevos (aunque impredecibles) órdenes a partir del caos, y por ello concluyen que la consecuencia de la entropía no es la muerte sino la creación […]. Así, en lugar de la simetría temporal, la fecha del tiempo, de las certezas, la incertidumbre como supuesto epistemológico; en lugar de la simplicidad como producto último de la ciencia, la explicación de la complejidad.
Emplazados en el otro punto de mira, pero coincidiendo con la mirada de la complejidad en la crítica férrea al determinismo y universalismo de las ciencias newtonianas, los estudios culturales “representaron un ataque al modo tradicional de abordar los estudios humanísticos, que habían propuesto como valores universales en el orden de lo bello y de lo bueno […]. Sostenían que los textos son fenómenos sociales, creados y leídos o evaluados en un determinado contexto” (Wallarstein, 2004, p. 27).
De tal suerte que Wallarstein concluye que las ciencias de la complejidad y los estudios culturales, al objetar esas concepciones tradicionales de las ciencias naturales y las humanidades, abrieron el campo del saber a nuevas posibilidades que habían estado vedadas debido al divorcio decimonónico entre la ciencia y la filosofía.
Ahora bien, reaparecen impetuosamente en el escenario contemporáneo del saber caminos conceptuales que cruzan y entrecruzan el tiempo con la belleza, el fragmento con el todo, la unicidad con la totalidad, la verdad con lo bueno y, a su vez, con el tiempo y la incertidumbre y, a su vez, con las certezas. La improvisación con el método, la flexibilidad con la lógica, la creación y el caos con lo determinado. La ciencia con la filosofía, la complejidad con los estudios sociales.
Parafraseando a Fernando Vásquez (1992) en su afirmación sobre las formas artísticas, podríamos decir que los estudios sociales hoy se presentan como miradas plurales, pero no excluyentes de una y múltiples realidades a la vez. Que como miradas son inevitablemente lugares de poder y de saber. Que, como miradas, duras, blandas, alumbradoras, oscurecedoras, configuran, dan nueva configuración a la manera en que entendemos el mundo: ni meramente natural, ni meramente social, sino solamente el mundo. Que como miradas son ya un arreglar el mundo.
Un punto amplio del debate contemporáneo en los estudios sociales debería localizarse en pensarlos no exclusivamente desde los contenidos que producen, ni desde los productores de ese contenido, es decir, los científicos, académicos y eruditos, sino desde todo lo anterior conectado a los espacios culturales, políticos, populares de uso y apropiación del conocimiento producido, de los imaginarios que pone a circular y del lenguaje con el cual ello se efectúa y comunica.
Estudios sociales que, como en el caso de la tesis doctoral Geopoéticas, memoria e imaginarios en la frontera México-Estados Unidos, permiten la incorporación del arte, la subjetividad, la estética, la narrativa y la imagen como métodos e instrumentos para comprender lo humano con relación a lo natural. El camino de los estudios sociales, señala el profesor Armando Silva (2011), en su búsqueda por comprender la subjetividad humana vuelve pues a revitalizarse como modelo de investigación y como objeto transdisciplinario o, incluso, posdisciplinario, pues son los temas (permeables) más que las disciplinas (autónomas) las que anudan los criterios y la metodología a emplear en la investigación social.
Franquear las murallas de las disciplinas para conquistar el conocimiento, o por lo menos para intentar conseguirlo –siempre de manera temporal– con formas más creativas. Un método que indistintamente puede –y deba– ir moviéndose en el tiempo: modificar el pasado desde el presente si es necesario, o hacer esperar el futuro si este no nos es conveniente social y espiritualmente como especie siempre en riego de extinción por el tiempo.
Los lugares de la enunciación de las preguntas y respuestas, de las búsquedas, ya no están reservados únicamente al laboratorio, al aula de clase, al grupo de científicos, sino que hoy se localizan en el cuerpo, en los sujetos, en los colectivos, en las comunidades, en el saber tradicional y ancestral, y en el caso que nos ocupa, en las sensibilidades, la memoria, la estética, el arte y los imaginarios.
En este orden, el proyecto Geopoéticas, memoria e imaginarios en la frontera México-Estados Unidos se enmarca desde los estudios e investigaciones que el doctor Armando Silva ha realizado desde hace más de dos décadas sobre los imaginarios urbanos, de sus categorías, conceptos y nociones que han consolidado un corpus teórico que parte de revisar las culturas urbanas de varias ciudades internacionales con énfasis en las latinoamericanas, de manera simultánea con el propósito de intentar captar desde una antropología del deseo ciudadano los modos de ser urbanos. Pero esta vez, el modo de ser urbano es desde las ciudades de frontera y, por otro lado, el deseo ciudadano es un deseo ciudadano de frontera.
Como lo establecen Armando Silva, Luis Alfonso Herrera y Carlos González, investigadores líderes del proyecto Imaginarios de frontera México/USA, pertenecientes a las universidades Externado de Colombia y Autónoma de Ciudad Juárez, el proyecto nace del interés de un grupo de académicos por conocer y analizar cómo se construyen las diferentes percepciones sobre la frontera norte de México en su relación cultural, económica, urbana, social y política con el sur de Estados Unidos. Es el afán de mapear la frontera desde sus imaginarios, de cómo la población fronteriza, los habitantes de las ciudades de frontera, asumen como proyección imaginaria la existencia de una frontera internacional de 3.200 kilómetros.
Como lo define el investigador Luis Alfonso Herrera Robles (2012a, p. 2):
los imaginarios de frontera son aquellas percepciones que la población fronteriza tiene sobre lo que comúnmente se denomina frontera, borde, línea divisoria o la franja territorial que divide a los Estados Unidos de México. Y que esta frontera define otra espacialidad imaginaria que se enuncia como “el otro lado”. Los imaginarios fronterizos tienen una carga histórica al ser una construcción socio-cultural que dispone de un tiempo social diferenciado de otras regiones no fronterizas y que poseen una espacialidad única.
Es preguntarse y preguntarles a los habitantes cómo perciben y viven la frontera. Es buscar entre los “dos lados” los puntos de encuentro y desencuentro, de unión y separación, de convivencia y disputa, de vida y muerte entre aquellos que habitan o cruzan la frontera, cualesquiera sus motivos para hacerlo, ya sea trabajo, visita familiar, tráfico, comercio, compra o turismo. La investigación –única en su tipo– busca construir con la idea de imaginarios de frontera una categoría de análisis que sea capaz de explicar las diversas percepciones en torno a la noción de frontera como manera de ser urbanos.
En este punto es importante subrayar que existe un corpus vasto y profundo en torno a los estudios de la frontera entre México y Estados Unidos, con líneas de trabajo que abarcan fundamentalmente análisis de orden histórico, económico, social, político, demográfico, tráfico de drogas y migración. La revisión de la documentación da cuenta de un estado del arte de las investigaciones, teorías y conceptos que toman como centro de análisis la frontera mexicana en relación con Estados Unidos, explicando las asimetrías y desventajas históricas de poder económico, militar y político de un país frente a otro, anteponiéndose siempre el factor del conflicto, de tensión, como característica central en la aproximación a los temas fronterizos. En esta línea se destacan los trabajos de autores como Josefina Vásquez y Lorenzo Meyer (2001) en su texto México frente a Estados Unidos, editado por el Fondo de Cultura Económica.
Igualmente, algunas investigaciones dan cuenta de la importancia de esta frontera frente a otras en el mundo, de su dinámica y particularidad. En su texto “La frontera México-Estados Unidos: elementos básicos para su comprensión”, Rodolfo Rincones (2004), de la Universidad de Sevilla, busca explicar la peculiaridad de esta región para ambas naciones, pues forma un componente sociocultural único, cuya realidad es diferente al resto de zonas de ambos países; diferencia que desde antes del trazado mismo de los límites internacionales y con mayor intensidad posterior a este a mediados del siglo XIX conlleva igualmente una dependencia mutua, a pesar de los desequilibrios de poder que existen entre ambas naciones y que derivan en constantes tensiones en la frontera, a pesar de las cuales la integración se ha buscado por diversos medios, tal como se analiza en el texto “La frontera México-Estados Unidos: mexicanización e internacionalización” del escritor Jean Revel (1984) del Institut des Hautes Études de l’Amérique latine.
Los análisis buscan ser una herramienta conceptual y teórica que permita entender –y mejorar en lo posible– las relaciones entre México y Estados Unidos. Relaciones que muchas veces no son fluidas y equilibradas, tal como se señala en el texto editado por el Colegio de la Frontera Norte, “México-Estados Unidos: Frontera eficiente, pero no abierta”. Su autor, Gustavo Emmerich (2003), centra su problema de investigación en la Alianza para la Frontera planteada en 2002 por los gobiernos de ambos países, con la finalidad de tener una frontera más eficiente. Sin embargo, el investigador concluye que ante el desarrollo y aplicación de las propuestas de la Alianza no tardaron en surgir discrepancias estructurales debido a las distintas visiones que había sobre el territorio fronterizo, ya que mientras México visualizaba una frontera abierta, Estados Unidos propendían por una frontera más segura y, por ende, cerrada.
Otro ángulo de los estudios ha estado centrado en tratar de entender cuál ha sido el impacto de la cultura mexicana, y lo que ello significa, en el interior de la población angloamericana. En esta línea el trabajo de Josué Sánchez (2009), plasmado en el artículo “¿Por qué resentimos a México en los Estados Unidos?” y publicado por la Fundación Miguel Unamuno y Jugo, es importante ya que se plantea cómo existe, precisamente, un resentimiento e inconformidad con respecto de México por la influencia cultural que este ha tenido en el resto de países latinoamericanos y que se ha trasladado a la situación migratoria que se vive en Estados Unidos, en donde la cultura mexicana predomina desde el punto de vista latinoamericano, pues para los estadounidenses todos los latinoamericanos son como mexicanos. Acá, el espectro de análisis desde donde se respalda la hipótesis abarca desde la misma conquista española, los procesos de conformación e independencia de ambos países y la Revolución mexicana que, como se verá más adelante, marcó el imaginario sobre México y, por generalización, sobre los países situados al sur del río Bravo. Asimismo, culturalmente las tradiciones y expresiones mexicanas como el Día de Muertos, las piñatas, el mariachi y la comida se imponen en Estados Unidos frente a la cultura de otros países latinoamericanos, a la vez que para los anglosajones y europeos la cultura predominante en Latinoamérica es la mexicana por la manera en que se ha difundido alrededor del mundo.
Se destacan igualmente estudios como “Las relaciones México-Estados Unidos, 1756-2010. Cuatro áreas estratégicas” de Sergio Alcocer (2013), quien aborda a profundidad la manera en que se constituyó la frontera geopolítica y sus distintas implicaciones. Asimismo, la Historia y problemas de los límites de México de César Sepúlveda (1985), quien aborda desde la cartografía el desarrollo de la frontera en una perspectiva histórica-política. El tema migratorio ha sido fundamental en los estudios fronterizos, el cual se aborda en estudios como Detrás de la trama: Políticas migratorias entre México y Estados Unidos de los autores de la Universidad de Zacatecas Douglas Massey, Jorge Durand y Nolan Malone (2009), y donde se analizan los cambios en los flujos migratorios –tanto legales como ilegales– a la luz de las condiciones políticas y, especialmente, económicas. El trabajo investigativo tiene un corte temporal que va desde 1848, año en que se formalizan los límites a partir del Tratado de Guadalupe Hidalgo, y momento en el que muchos mexicanos quedaron divididos en ambos países y se comienzan a desarrollar estrategias de contacto con sus familiares. Dicho hito histórico marcó igualmente la mutua dependencia económica que se materializó a partir del ferrocarril y de la necesidad de mano de obra en las plantaciones norteamericanas, especialmente para comienzos del siglo XX, donde las leyes migratorias hacia los asiáticos se fortalecieron. Para este mismo momento, la Revolución mexicana generó una oleada de refugiados en Estados Unidos, especialmente en la región de Ciudad Juárez-El Paso. Revolución que coincidió con la Primera Guerra Mundial, lo que generó un intenso auge del nacionalismo estadounidense que se concretó en la creación de la Border Patrol.
Cambios en los flujos migratorios que se acentúan por efectos de lo que se denominó la Gran Depresión, que por la reducción en el crecimiento económico de Estados Unidos se generó un gran proceso de deportaciones de mexicanos que ya no eran absorbidos por el aparato productivo. Situación que se revierte nuevamente con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, donde la mayoría de los hombres en Estados Unidos tuvieron que hacerle frente a la situación bélica, generando una demanda mayor de mano obra barata proveniente de México y dando origen a los que conoce como el movimiento de los “braceros”. Este fue un fenómeno no solo migratorio y económico sino fundamentalmente social que duró oficialmente entre los años 1942-1964, pero cuyas consecuencias se prolongan hasta el día de hoy, tal como lo ha estudiado ampliamente el investigador de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez y miembro colaborador del Centro de Trabajadores Agrícolas Fronterizos de El Paso, Texas, Luis Alfonso Herrera Robles (2012b) en su profundo libro Memorias de braceros: Olvido y abandono en el norte de México.
Ahora bien, en el caso puntual de los estudios fronterizos en la zona de Ciudad Juárez y El Paso, no solo se destacan los trabajos del mismo investigador Luis Alfonso Herrera Robles (2016a), quien abordado no solamente el tema de los braceros, como se mencionó, sino también un conjunto de temas urbanos de frontera más amplio que tiene como eje categorías críticas como la descomposición social, la degradación urbana, la precarización y la democracia deficitaria. Asimismo, se destacan los trabajos historiográficos de Carlos González Herrera (2008), quien en su reconocido texto La frontera que nos vino del norte analiza cómo, a partir de la medicalización de la frontera, se estructuró todo un proceso de ingeniería cultural angloamericana sobre la que se construyó el estigma de lo mexicano como el otro distinto. Igualmente, se destacan los estudios de autores como David Dorado Romo (2017), con su texto Historias desconocidas de la Revolución mexicana en El Paso y Ciudad Juárez, donde se aborda un período específico de la historia mexicana que implicó una serie de relaciones de orden cultural, mediático y racial entre las dos ciudades que vivieron con mayor intensidad la Revolución; o los estudios del profesor e investigador Rutilio García Pereyra (2013 y 2010), también de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, quien en sus textos Diversiones decentes en una época indecente y Ciudad Juárez La Fea: tradición de una imagen estigmatizada, aborda tanto desde el análisis de las dinámicas culturales y de los medios de comunicación locales de ambas ciudades de finales del siglo XIX y principios del XX la manera en que simbólicamente se dio origen a la leyenda negra de Juárez y, por ende, de su imaginario como lugar de peligro desde la mirada angloamericana. Los postulados de estos autores son desarrollados en cada uno los siguientes capítulos que componen este texto.
Igualmente, es importante mencionar el trabajo de otros autores que han trabajado la frontera desde un objeto de estudio fundamental –y que es abordado en la tesis– como lo es el desierto. Acá se destacan los estudios desde la antropología del desierto de Federico J. Mancera Valencia, Julio Amador Bech, Rafael Pérez-Taylor, Fernando Operé, Alex Ramírez, Graciela Manjarrez Cuéllar, Víctor Ortega León y Jorge Chávez Chávez.
Con respecto a las investigaciones o estudios que aborden la frontera desde la mirada propiamente de los imaginarios y el arte, existe una ausencia de material bibliográfico en este sentido, por lo cual la tesis doctoral Geopoéticas, memoria e imaginarios en la frontera México-Estados Unidos se presenta como una oportunidad para abrir un espacio de investigación que desde los estudios sociales sea novedoso y aporte elementos distintos para entender la frontera que une y separa a la vez a estos dos países.
Por ello, la tarea es pensar la frontera de manera imaginada, apoyados en los discursos fronterizos, las historias de frontera, las leyendas urbanas, los mitos fundacionales, los eventos históricos, los recursos fotográficos y los documentos visuales e históricos, en fin, todo aquello que sirva para conocer mejor cómo se crean y recrean los imaginarios de frontera, y que sean base para la elaboración de “archivos ciudadanos” como espacio de una organización social que se archiva en sus materialidades de representación y como categoría cognitiva (Silva, 2012).
En este amplio escenario se aborda el asunto de la frontera y, de manera específica, la existente entre Ciudad Juárez1 –ubicada en el estado de Chihuhua, en México– y El Paso2 –localizado en el estado de Texas, en Estados Unidos– desde una perspectiva que, si bien interanimada desde el marco conceptual y teórico de los imaginarios, entiende los modos en que este territorio definido como frontera se configura desde las prácticas culturales y sociales de orden estético, que se hacen sensibles –entre muchas otras– en el arte, y de cómo este configura memorias particulares que dan cuenta de las maneras de habitarlo, es decir, de estetizarlo.
El conocimiento producido amplifica y densifica el estudio de imaginarios de frontera en su enfoque de la antropología de las percepciones que se asienta en el campo de los ciudadanos fronterizos, que en este caso suma a los artistas (a través de sus obras) fronterizos, cuya materia de trabajo y espacio de creación se alimentan de la interacción entre los unos del norte y los otros del sur, y cuyos procesos y productos dan cuenta de la relación de estas dos naciones, no tanto desde lo geopolítico sino desde lo geopoético, como posibilidad para rastrear las marcas, huellas, grammas de unas estéticas particulares que la definen.
Así, tanto los imaginarios como la ubicación de las prácticas estéticas materializadas en el arte que cobran función memoria se encarnan o se “incorporan”, plantea Silva (2012),
en objetos ciudadanos que encontramos a la luz pública y de los cuales podemos deducir sentimientos sociales como el miedo, el amor, la ilusión o la rabia. Dichos sentimientos son archivables a manera de escritos, imágenes, sonidos, producciones de arte o textos de cualquier otra materia donde lo imaginario impone su valor dominante sobre el objeto mismo. De ahí que todo objeto urbano no solo tenga su función de utilidad, sino que pueda recibir una valoración imaginaria que lo dota de otra sustancia representacional (p. 32).
Se orienta entonces el ejercicio investigativo hacia un énfasis en el campo de las epistemologías de lo sensible, donde opera una construcción del conocimiento que se desprende a partir de las percepciones encauzadas hacia las labores creativas alrededor de un objeto de estudio que atrae y distancia a los cuerpos necesitados los unos de los otros y que denominamos frontera, borde, línea, y que encuentran en el desierto, el muro y el río Bravo, así como también en los puentes internacionales, en el tránsito migratorio, en la violencia, referentes de la fisiología terráquea y de la simbología del poder convertidos en objetos políticos de separación y control y, simultáneamente, objetos reconfigurados desde el arte en donde se asientan miradas plurales, abiertas, críticas y creativas de entender el tema de la condición fronteriza.
Como se amplía a lo largo del documento, la frontera es –desde uno de sus lados– puro territorio que se ordena y re-ordena permanentemente en la política y la economía que los hace tangible, pragmático y medible; pero desde el otro lado –en el cual se sitúa la investigación– es también un asunto de las inserciones y separaciones afectivas entre quienes la habitan, un lugar donde se junta y separan los cuerpos, un lugar de lo bi-social y, particularmente, lo bi-sensible, que se hace también forma en las manifestaciones, las prácticas y los productos del arte. La hipótesis entonces que se expone –o como lo diría Henry Lefebvre–, que se somete a la crítica es: tanto territorio y arte pueden entenderse como fronteras e intersticios, como prácticas culturales y geopoéticas que devienen memoria e imaginarios.
En este orden, el desdoble de la hipótesis plantea una indagación profunda de las maneras en que ciertas prácticas estéticas (audiovisuales, fotográficas, pictóricas, performáticas y escultóricas) sirven para devenir memoria sobre la frontera México-Estados Unidos, particularmente entre Ciudad Juárez y El Paso. Asimismo, cómo en estas se pueden rastrear, a manera de huella, marca, gramma, una construcción de imaginarios sobre lo que define la frontera en sus diversidades y pluralidades culturales, sociales y económicas.
En el plano metodológico se aborda el tema desde un análisis e interpretación cercano a lo que desde la práctica filosofía contemporánea se reconoce como trabajo hermenéutico; es decir, que se pregunta por el sentido, la experiencia y la otredad, y que tiene como eje epistémico las percepciones como elementos constitutivos de la condición humana y, por tanto, de la producción de conocimiento. En este orden, el ejercicio de análisis se hace a la luz de las teorías estéticas contemporáneas que entienden el asunto del arte más allá de la tradición historiográfica de los estilos y lo bello, para profundizar en las maneras como a través de prácticas, procesos y productos artísticos se potencian las posibilidades de construcción del territorio y, con particularidad, de relacionarse con el otro (s) y dejar huellas, grammas, memorias de sus encuentros más allá de sus existencias particulares, es decir, dejar memoria.
El estudio de las prácticas del arte en la actualidad aparece imbricado, señala Margarita Calle (2011), en un “campo complejo de relaciones e interdependencias conformado por saberes y tradiciones, instituciones organizadas, lenguajes legitimados y efectos pragmáticos, que hacen de tales prácticas una auténtica sedimentación de lo que podemos reconocer como procesos culturales” (pp. 19-20).
Siguiendo el trazo metodológico de los imaginarios de Armando Silva, la frontera –como la ciudad– se entiende en su sentido físico, histórico y simbólico, en la descripción de sus espacios materiales y los objetos que los pueblan –decogrammas– y que establecen unos registros estéticos –tecnogrammas– determinados.
Este ejercicio interpretativo y analítico tiene su potencialidad como enfoque metodológico, ya que se puede, a partir de él, reconfigurar la urdimbre de significaciones que permiten visibilizar las prácticas, los discursos y las organizaciones materiales en las cuales se despliega el hacer y la razón de ser del arte como una instancia de producción de conocimiento al lado de otras. Al fin y al cabo, “en esta tupida urdimbre simbólica, compleja y problemática, a la vez pletórica y abierta, se las juega la experiencia del arte, al reivindicar su carácter constitutivo de toda experiencia humana” (Calle, 2011, p. 20).
El estudio está compuesto por un corpus de obras, procesos y artistas provenientes de las Bienales de Arte Fronterizo auspiciadas por El Paso Museum of Art, localizado en la ciudad de El Paso (Texas, Estados Unidos) y el Museo de Arte de Ciudad Juárez INBA (Chihuahua, México), cuyo propósito es juntar artistas de los dos países y reflexionar acerca de lo que ocurre entre la frontera de México y Estados Unidos, así como desentrañar las complejidades del mundo cercano a la débil línea que los divide.
Igualmente, del trabajo de artistas como Sebastián Carbajal, Martha Palau, Michael Berman, Gabriel Gaytán, Henry Cheever Pratt, Hilda Rosenfeld, Simón Brand, Steve Salazar, Jonás Cuarón, Artura Damasco, Claudio Dicochea, Anthony Lazorko, Rigberto A. González, David Florez y Juan Gabriel, entre otros, quienes han desarrollado procesos creativos focalizados en asuntos fronterizos, especialmente en la zona Ciudad Juárez y El Paso.
Siguiendo la ruta planteada por Margarita Calle (2011) en su tesis Mutaciones y registros. Desplazamientos y convergencias en el arte contemporáneo, y fundamentalmente el trazo desplegado en la teoría de los imaginarios del profesor Armando Silva, la selección del material de análisis se enmarca en criterios como que sean procesos que permitan ampliar la noción de la estética actualmente en el escenario de la frontera; igualmente, obras en las que se materialice el trabajo articulado de artistas de una lado y del otro de la frontera; que produzcan relaciones entre arte, identidad, territorio, frontera y memoria; y que propongan un horizonte reflexivo para comprender la frontera no solo como instancia geopolítica de separación, sino como posibilidad de mezcla, de creación, de geopoética.
Igualmente, se diseñó –en conjunto con el profesor Silva y el investigador francés radicado en Colombia Thierry Lulle, ambos pertenecientes al Doctorado en Estudios Sociales de la Universidad Externado de Colombia– un instrumento que opera tanto como encuesta y como mecanismo de entrevista, y cuya estructura aborda grupos temáticos desde los que se desprende la indagación sobre los imaginarios fronterizos: identidad e historia, imagen y memoria, decogramas fronterizos y emocionario fronterizo. Cada uno de estos grupos temáticos es desagregado en preguntas –cerradas y abiertas– que permiten establecer una línea base de orden estadístico que complementa al ejercicio hermenéutico central en la lectura de los datos y las informaciones cualitativas brindadas por los participantes.
En este orden, la participación en el presente estudio es de 44 profesionales (20 mujeres y 24 hombres) en áreas del urbanismo, el arte y la cultura, y cuyo rango etario se ubica entre 21 y 60 años, lo que permite tener un significativo espectro de percepciones marcadas por las vivencias personales y las trayectorias de vida particulares. Las encuestas se complementaron con once entrevistas a profundidad que fueron grabadas y transcritas para ampliar el análisis. Entrevistas que incluye artistas, curadores y académicos como Gracia Chávez, curadora y artista; Rosa Elva Vásquez Ruíz, directora del Museo de Arte de Ciudad Juárez; Julián Cardona, artista, periodista y fotógrafo; Servando Pineda, gestor cultural y académico; Neil Harvey, investigador y experto en temas de la frontera de la New Mexico State University; David Flores, artista; Routilio Cárdenas, escritor e investigador; Patrick Shaw Cable, curador senior de El Paso Museum of Art; Carlos González Herrera, investigador de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez; Christian J. Gerstheimer, curador de El Paso Museum of Art; y Luis Alfonso Herrea Robles, investigador del Instituto Municipal de Planeación IMIP y de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.
Asimismo, se contó con los aportes en la recolección de información y sistematización de las encuestas de los estudiantes mexicanos de pregrado Diana Harumi Lozano Lino, Yonathan Domínguez Serrano, Gerardo Reyes Santiago, Eustorgio Tomás Ramírez Navas y José Raymundo López Minjarez, becarios del Programa Delfín3, cuyo propósito es fortalecer los procesos de intercambio e investigación entre universidades de México y Colombia, entre otros países, y quienes realizaron entre los meses de junio a agosto de 2017 una estancia de investigación en Colombia, dentro del proyecto doctoral Geopoéticas, memoria e imaginarios en la frontera México-Estados Unidos.
Es importante señalar que la aplicación del instrumento se efectuó en el marco del seminario permanente La Ciudad Posible, liderado, precisamente, por el investigador Luis Alfonso Herrera Robles del IMIP de Ciudad Juárez, cuya línea temática de reflexión se orienta hacia la búsqueda de nuevas maneras de pensar y planear la ciudad. Allí se realizó el taller “Imagen, estética y ciudad” con el propósito, entre otros, de aproximarse a lo urbano desde la perspectiva de los imaginarios consolidada por Armando Silva, quien sustenta su aparataje teórico desde un enfoque estético. Este que concibe las estructuras imaginarias desde la cotidianeidad de quienes habitan lo urbano –más allá de lo citadino–, como la construcción de las realidades sociales que hacen los ciudadanos contemporáneos en torno a sus percepciones, prácticas urbanas, artísticas, culturales, políticas y tecnológicas, sin oponer, como en la tradición sociológica más ortodoxa, lo imaginario a lo real, sino, por el contrario, de comprender que tanto la realidad como lo imaginario operan en un mismo estatuto ontológico, de igual o mayor validez en situaciones determinadas, como se verá más adelante.
Igualmente, este ejercicio investigativo facilita la identificación de percepciones y sensibilidades colectivas que permiten establecer, para este grupo específico y especializado en temas urbanos, culturales y artísticos, un conjunto de imaginarios sobre los cuales conectan su relación afectiva y actancial frente a la doble condición urbana que cotidianamente viven: no solo son juarenses o paseños, son fronterizos, con todas la acepciones y significados que esto conlleva. Asimismo, los datos recabados son reelaborados y puestos en diálogo con otros materiales, fundamentalmente artísticos, de tal suerte que se tenga una mirada distinta de la frontera entre México y Estados Unidos, y particularmente entre Ciudad Juárez y El Paso, que responda a la hipótesis que tanto el territorio como el arte pueden entenderse como fronteras e intersticios, como prácticas culturales y geopoéticas que devienen memoria e imaginarios.
Ahora bien, como lo señala Armando Silva con relación a su metodología de investigación, los instrumentos utilizados para mapear los imaginarios deben facilitar el ejercicio interpretativo de dimensionar el significado de lo urbano en su aspecto sensible y perceptual. De ahí que el proceso transite de lo sistemático de la investigación científica hacia un “campo creativo de producción de imágenes que rivalizan con aquellas de la realidad factual para así avanzar precisamente en las reconstrucciones estéticas de sensibilidades colectivas” (Silva, 2094, p. 27).
Ante la pregunta sobre cómo leer las estadísticas, es importante subrayar lo que al respecto señala Silva en cuanto a los estudios de los imaginarios urbanos:
No hacemos proyecciones cuantitativas basadas en abundantes muestras, como suele hacerse en los sondeos de opinión pública, sino que trabajamos en proyecciones cualitativas de grupos ciudadanos, […] donde combinamos preguntas abiertas con cerradas y donde el diseño de formularios permite un diálogo entre los investigadores y los ciudadanos informantes, de donde salen raciocinios y visiones del mundo que se van reconstruyendo (Silva, 2004, p. 48).
La tesis está estructurada en cinco capítulos que abordan los grandes tópicos alrededor de los imaginarios de frontera. En el primer capítulo, “Geopolíticas y geopoéticas en la frontera”, se plantean los lineamientos teóricos y conceptuales que orientan la investigación en la hipótesis de entender la frontera, precisamente, en las perspectivas geopolíticas/geopoéticas, frontier/border, arte, imaginarios y memoria. Igualmente, se analizan el arte y los imaginarios como vectores de la memoria fronteriza colectiva, tomando como hito en la configuración de los imaginarios fronterizos el hecho histórico de la Revolución mexicana, de cómo en las imágenes fotográficas y cinematográficas primigenias de este acontecimiento estructural en la configuración de la visualidad de la frontera de Estados Unidos con México se da el establecimiento de una iconografía se definió por muchas décadas la imagen hacia “el otro” de las ciudades de El Paso y Juárez.
En el segundo capítulo, “El desierto”, se presenta cómo la fisiografía natural que impone el ponente imaginario sobre la frontera norte de México está sin lugar a dudas anclada en la imagen del desierto: frontera y desierto se traslapan para hacer emerger la figura del cuerpo humano maltrecho que lucha por cruzarlo y llegar al paraíso: el migrante. Desde la perspectiva de los imaginarios, la palabra “frontera” y la imagen del desierto se corresponden mutuamente, al punto que, al igual que la imagen antecede al lenguaje, paradójicamente la imagen del desierto impuso históricamente el concepto de frontera. Se ubica entonces cómo el desierto es una construcción imaginaria, mediada por la cultura y el arte, por supuesto, que lo relacionan bien como el lugar del destierro y la penitencia desde la cosmovisión judeocristiana, o como el lugar de la “aridez” cultural desde la mirada de algunos intelectuales y gobernantes del centro de México. Pero simultáneamente, en el otro lado, en la perspectiva anglosajona y protestante, el desierto es tierra de pioneros, conquista, exploración y explotación.
En el tercer capítulo, “El río Bravo”, se aborda la manera en que el río se convirtió en el primer referente limítrofe de la geopolítica internacional que dividió a Estados Unidos y México. De forma similar a los médanos del desierto fronterizo, las aguas del río contienen la posibilidad del quiebre del orden geométrico de separación: se atraviesan o se nadan para juntarse con el otro, que está al otro lado y a quien se necesita. Como lo señala el joven historiador mexicano Gerardo Reyes Santiago (2017), el “destino manifiesto” estadounidense iba cumpliéndose al pie de la letra después de su Independencia, ya que el siguiente paso era la anexión del Oeste, por lo que en 1845 el gobierno expansionista inició gestiones para comprar la Alta California. La disputa sobre si la delimitación de la frontera podía ser el río Nueces o el Bravo, aunado a la anexión de Texas por parte de Estados Unidos, volvieron tensas las relaciones entre ambas naciones, casi al punto de la ruptura. Así, como resultado de la guerra entre ambas naciones entre 1846 y 1848, el río Bravo fue considerado la línea divisoria internacional y, debido a ello, el Tratado de Guadalupe Hidalgo, firmado en febrero de 1848 y que estableció las condiciones de la paz, consideró que los poblados situados en la margen norte del Bravo pertenecían a la soberanía de Estados Unidos, puntualiza el también historiador Carlos González Herrera (2008, p. 161). Emerge prendido al río el imaginario fronterizo del “mojado”, que como se desarrolla en el capítulo, es una figura que se “seca” lentamente en la cotidianeidad fronteriza y migratoria.
En el cuarto capítulo, “El muro”, se plantea cómo hoy, más que en cualquier momento de la historia fronteriza, ante la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, es necesario pensar el orden geopolítico y las estrategias geopoéticas que marcan el devenir de la frontera. En esta perspectiva, el muro como el border, es la expresión geopolítica más extrema, radical y compleja en las relaciones entre México y Estados Unidos. Como lo hizo saber Trump desde su candidatura por el Partido Republicano y su posesión ya como mandatario en 2016, su doctrina de soberanía nacional incluye la protección del territorio estadounidense, la promoción de la prosperidad de la población anglosajona prioritariamente y la reivindicación de los Estados Unidos como la nación más poderosa –“America, first!!!”–, y para lograr esto, la construcción de la totalidad del muro se constituye en el ícono político que tensa más las relaciones bi-nacionales asimétricas, hasta el punto de revitalizar y radicalizar las viejas –pero no dejadas– prácticas de vigilancia y control migratorio.
Ya lo decía cien años antes de la posesión de Trump el alcalde de El Paso, Texas, Tom Lea: “Las hordas de mexicanos pobres y cargados de enfermedades que están buscando su entrada a El Paso deben mantenerse lejos”. En este orden, en los imaginarios fronterizos se identifican emociones ante la llegada de Trump y su muro, que oscilan entre la incertidumbre, el miedo, el enojo, el racismo y la xenofobia.
Sin embargo, el arte aparecerá como un factor determinante para desactivar, desde propuestas no desprovistas de crítica y postura política, las intenciones excluyentes del “American First!!!”, como lo hace el artista Plastic Jesus (Jesús Plástico) con el pequeño muro construido alrededor de la estrella de Donald Trump en el Hall de la Fama en Los Ángeles, California; o de las propuestas de “burlar” la frontera de la artista Gracia Chávez o la contundente obra de Ana Teresa Fernández de poéticamente “borrar” el muro.
Finalmente, en el quinto capítulo, “Juárez, entre la ciudad y la frontera”, se abordan los imaginarios a partir de una categorización que los relaciona con la identidad e historia, la imagen y memoria, los decogramas y el emocionario fronterizo.
De esta manera al indagar, por ejemplo, sobre el personaje con el cual en los imaginarios fronterizos se relaciona a la frontera aparecen, entre otros, el cantante Juan Gabriel, el actor cómico Tin Tan o el anónimo migrante. Sin embargo, es Alberto Aguilera Valadez, más conocido como Juan Gabriel o “El divo de Juárez”, llamado así por sus admiradores, el que se constituye en la contemporaneidad de la ciudad fronteriza en su emblema definitorio, sobreponiéndose a personajes de estirpe histórica como lo son Benito Juárez o Abraham González.
Asimismo, se ubica al multiculturalismo como una característica enraizada históricamente en la manera en que se constituyó este territorio divido por la geopolítica, pero consolidado en sus prácticas culturales y sociales. Esta condición multicutural que está en los imaginarios fronterizos se encarna quizás con mayor fuerza en el ícono visual que define la frontera entre Ciudad Juárez y El Paso: la monumental escultura urbana, La X, del artista Enrique Carbajal.
Igualmente, en este capítulo se muestra cómo, ante la pregunta ¿qué lo emociona de la frontera?, los habitantes fronterizos y sus imaginarios se centran en señalar que es la propia personalidad de quienes la habitan, es decir, la gente, la que les genera mayor emoción, lo que resulta coherente desde una línea teórica y conceptual centrada en la estética como condición vital de los sujetos para sentir y actuar ante el mundo, de la necesidad inevitable de juntarse con el otro(s), de ser alguien y no más bien nada, como diría el filósofo español José Luis Pardo. Ese alguien con el cual construir un mismo espacio que habitar y compartir, con el cual cobra y hace sentido la existencia.