Читать книгу Como viento de verano - Mauro Sebastián Martínez - Страница 7
ОглавлениеADMIRADORA
Cuando regresaba a casa, repasaba y en ninguna parte de mis expectativas estaba presente que mis versos y un par de garabatos poéticos encontradas en la mansión de su ex novio engendren algo dentro de su ser.
Antes de conocerla la inventé para entretenerme. Saben cuántas veces la soñé. Cuántos insomnios oprimí... Y no sé si fue casualidad, si fue el destino pero nos cruzamos en la vida y al momento de encontrarnos las personalidades fluyeron junto al deseo que flotaba en el aire.
Recuerdo su figura en el portón y el cielo aclarándose. Su voz decía: “será en tu criterio”. Qué podía criticar, si su belleza relajó mi corazón, lo alegró un rato y luego supe, no, ya lo sabía, sabía que no la podía tener, aunque me confesó que buscaba al macho dominante, a un ser superior, sé que si lo encontraba sería difícil que le otorgue su alma y si se la entregaba, seria agotador el complacerla, pues era ambiciosa, arriesgada, independiente, implacable y decidida.
Le había confesado que le temo a la piel y me respondió que ella también, pero creo que no era más que para seguirme el juego. Si tocaba mi piel le daría el corazón y si lo hacia lo exprimiría, lo dejaría seco, e iría por otro.
Sé que en esa noche no debimos, no era necesario, ella ya había indagado demasiado en mí y yo apenas empezaba a conocerla. En el comienzo no sé si era un espejo o espejismo pero éramos parecidos. Quizás porque el desenlace de nuestras vidas en algún punto obtuvieron la misma definición.
No sé por qué me dio su nido de rosas. Intuyo que quería tener en su lista a un artista, pero hubiera sido mejor quedarse con el intelecto en las páginas y con las piedras que tropecé para atrapar algún sueño.
No sé qué significó esa noche para ella. Para mí, fue una caricia después de tantas espinas. El ambiente era propio de experiencias anteriores, de alquileres, madrugadas, paredes deterioradas, humedad y machimbres carcomidos... Estaba llena de argumentos, sentí que jugaba de visitante, me arme de valor y entonces quise ir al sitio más tibio y me dejó avanzar; sin dudarlo allí me dirigí.
Sé que el impulso me descontroló y hasta quizás fui salvaje; no sé qué hubiera preferido pero lo sucedido no fue más que su histeria que iba y venía envolviéndome con frases, senos, labios, cuello y suspiros.
Había dicho que me estudió y pretendía comprobar teorías investigando en arquetipos y en una noche encontró la intimidad. Y, aunque me confesó que la inhibía, no le creí, un fuego no inhibe a otro fuego, en todo caso se confunden.
Ella fue más que todas las mujeres, fue más que yo. Su obsesión por indagar, su poder de observación y su obsesivo análisis me ayudaron a descubrirme.
También manifestó que le producía “una especie de admiración” y hasta “sentimientos fuertes”. Pronunció tantas palabras que elevó mi ego a la décima potencia pero lo controlé, en un momento me desbordé pero se entretuvo con las llamas, eso me salvó.
Propuso que nos conoceríamos sin técnicas ni tácticas, sin armaduras, sin conceptos. Dijo que entre nosotros no habría trucos; pero se olvidó de mencionar las estrategias. Yo, al comienzo jugué limpio y me lancé sobre su vida como la más impulsiva ave de rapiña. Ella me frenó y luego me coloqué la armadura. El frenar indica control, indica que pensaba los movimientos.
Luego fueron sus labios, su cabello y sus gestos los que impulsaron la sed, los que querían algo que aún no comprendo, los que sugerían que me quite la armadura para atacar desnudo. Bastó un par de besos y el encuentro de dos bocas en la fría noche. Eso. El mal pasó en una danza de seducción y el insomnio para que nos sentáramos a charlar. Hubo café, cigarros, discusiones literarias, preguntas agudas y existenciales. Fue un gusto que la noche nos acarreara a ese refugio. También hablamos de su ambición y mi fracaso y me aconsejó que busque, que no me rinda. Me alentó, me dio un positivismo propio de una incansable luchadora pero al despedirme dijo: “que el destino diga”. Esa unión de sílabas sonaba a un eco confuso y contradictorio.
No debió mirar lo que soy, debió mirar el resultado. Yo no hago más que construir fracasos.
Sacó a la superficie un secreto, me asombró, descubrió algo que no habían visto pero modifiqué la respuesta y el tema se desarmó en algo trivial.
Dijo: “no quiero ser una más” y algo frustrada “fue tan fácil”. Creo que buscaba una trama, quería misterio, la sensación del vilo a través del tiempo, por la intensidad de su personalidad.
Aunque también pienso que era su juego. No sé qué logró en esa noche pero sus deseos la superaron. Sé que actuaba, era el papel de un personaje erótico y sublime. Sé que reía y se excitaba. No sé qué logró, yo también había perdido el control y me sentí invadido por su encanto.
Y yo qué logré. No lo sé, quizás su generosidad.
Acepté su mano a esa invitación del vértigo y cuando comenzábamos el viaje, recostada y tapándose el rostro dijo: “no sé si está bien”. Yo pienso lo mismo... Es su piel el desequilibrio que ahora tengo.
Se habrá arrepentido creyendo que hubiera sido mejor no hacerlo y admirarme en el área literaria, en esas metáforas, sin el cuerpo, desde lejos.
Hubiera sido mejor no rozar la piel, de esa forma sería más intenso. Lo platónico a los ambiciosos vuelve locos, el hambre de lo potencial es más confortable que el logro en sí. Pero me entregó ese nido de pétalos de rosas y los gemidos. Fueron sus mejores elogios de la noche.
Lo siento si consideró algo más. No me voy a jugar por quien no lo hará por mí. Lo siento si sintió lo que sentí y no se lo voy a decir pero es mi naturaleza. No busqué su sexo, ella me lo entregó y lo acepté, lo acepté por la locura que vi, por la belleza en la que caí, por el potencial que no explotó, por el erotismo y esas respuestas que guarda en su colección como una nenita orgullosa. Por esa danza de seducción y por ese no sé qué.
Hubiera querido que no sea fácil. Ella en un momento me lo reprochó pero creí escuchar su histeria; su arrogancia tampoco ayudó, no me dejó ir, su generosidad me dio lo que no debía y si hubiera pretendido que me lo de, no lo iba a hacer.
Confiaba en su encanto, en su cabello de felina, en la perfección de su rostro, en sus suaves labios, en el gusto de su cuerpo, en ese veneno que ha atrapado a muchos. Se fiaba en las virtudes que no caería. Y si fue verdad el miedo, entonces no temíamos a la piel, temíamos al miedo porque nos controla y estábamos acostumbrados a lo contrario.
Me motivó invitándome a conocer sus “paraísos artificiales” y el placer es una hermosa sensación y en los movimientos calculados, camuflados como naturales, me retiré diciendo: “solo fueron tristes besos en la resaca de la noche” y me detuvo porque no quería que sean tristes. En esa noche que se desarmaba en el día le tomé cariño como nunca antes lo había hecho con alguien, creo que por todo lo que encontré y el delirio. Y espero que se haya dado cuenta que no poseo las características que ella requería en un amante, que no tengo más que lo que inventó, como toda loca y ciega admiradora.
Le tomé cariño a esa nena caprichosa. No quiero (sé que ella tampoco) el fervor interno ni el síndrome de amar aunque al placer de su entrega no me niego ni a su alucinación de náufrago poeta, y aunque parezca contradictorio no lo es, porque en una pareja, dime solitario lector, ¿Quién es el amante cuando ambos toman distancia y ninguno quiere apostar todo, ninguno quiere ceder todo?