Читать книгу Indira Gandhi - Mercedes Castro - Страница 4
PRÓLOGO
ОглавлениеEn el momento de mayor éxito de su carrera política, los seguidores de Indira Gandhi acuñaron un eslogan que pasaría a la historia: «Indira es India, India es Indira». Y, ciertamente, pocos líderes mundiales han logrado alcanzar un grado tal de identificación, de personificación de los valores y del espíritu del país que representan. Pero en el caso de Indira Gandhi, además, esta frase va más allá de ser un mero eslogan: es una verdad incontestable. Desde su mismo nacimiento en el seno de la dinastía Nehru, en una época convulsa en la que la nación estaba sometida al dominio británico, el destino de Indira estuvo marcado por la implicación de toda la familia en la lucha contra la opresión a favor de la libertad de su país.
Uno de sus más tempranos recuerdos tuvo que ver con su aportación al que sería el primer sacrificio realizado por la India en la quema de objetos como reafirmación de la identidad nacional frente al colonialismo británico. A partir de entonces, mantuvo una marcada aversión por el fuego. Desde pequeña, pasaba largas horas jugando a representar mítines, escribiendo largas cartas a su padre ausente o acompañando a su madre, Kamala, a las manifestaciones en las que, al fin, en un país fuertemente marcado por la división de la sociedad en castas y de los hogares en géneros, las mujeres tuvieron la oportunidad de alzar la voz por sus derechos.
La personalidad de Indira fue bebiendo de todas esas experiencias. Menuda y vivaracha, aprendió a escuchar y a alimentarse de las palabras de todos los sabios que frecuentaban su hogar, como Gandhi o Tagore, que siempre la trataron como a un espíritu libre. Pronto aprendió a valerse por su cuenta, a demostrar a su entorno una fortaleza interior inusual y unas dotes de mando y organización excepcionales. De entre todas las figuras, sintió con especial fuerza la de su madre, cuyo ejemplo marcó profundamente su carácter haciéndola comprender el auténtico valor del amor y de la familia. Aunque distinguía perfectamente lo profesional de lo personal, Indira se mostró siempre cercana y atenta a las necesidades de la gente. Su familia fue para ella el mejor refugio en aquellas situaciones en las que necesitaba apoyo y cariño.
De mentalidad progresista y humanitaria, Indira fue una firme defensora de los matrimonios por amor, sirviendo de ejemplo para muchas mujeres del subcontinente asiático y del mundo. Su reclamo por la libertad y su rechazo al sometimiento de la mujer a los matrimonios concertados pretendió motivar el cambio en una sociedad tradicionalmente patriarcal que no se caracterizaba por destacar el valioso papel de las féminas. Muchas mujeres, inspiradas por sus acciones, sintieron que no tenían por qué aceptar los designios de una familia que organizaba sus vidas por encima de sus deseos.
Si hoy Indira Gandhi es considerada un símbolo que nos habla de valor y sacrificio en pos del bien común y del diálogo, es porque supo hacer de la escucha, la solidaridad y la comprensión su sello de identidad. Y si se la considera un ejemplo de inteligencia y diplomacia es, precisamente, porque halló el modo de aplicar sus propias convicciones y sentimientos a la práctica política para hacer de muchas de sus virtudes, consideradas tradicionalmente femeninas, valores imprescindibles del entendimiento entre naciones, religiones e idiosincrasias profundamente diferentes que, sin embargo, podían convivir en paz.
Indira hizo ver al mundo que una mujer podía ser la líder política indiscutible de la mayor democracia del mundo, con criterio propio y la capacidad de tomar decisiones de enorme calado en igualdad de condiciones que los hombres. Se midió con éxito con mandatarios como Kennedy, Nixon o Brezhnev, pero, sobre todo, consiguió instaurar en la política internacional, un terreno tradicionalmente vetado a las mujeres, nuevas formas, nuevas maneras de negociar, discutir y gobernar «en positivo»: escuchando, meditando, acercando posiciones, comprendiendo al otro, aceptando al diferente y utilizando argumentos frente a imposiciones.
Ella, que nació en un país profundamente clasista y machista, siempre supo, sin embargo, sonreír y perdonar incluso en las más difíciles circunstancias. Fue una ferviente defensora de la unidad, la industrialización y la alfabetización como herramienta de progreso. Defendió incansablemente la abolición del sistema de castas, reivindicó los derechos de las mujeres y procuró mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos al tiempo que promovía una defensa de la ecología y de la cultura de su país.
Prudente y enormemente tenaz, cultivó el humanismo y la espiritualidad, promoviendo el amor por encima de las conveniencias y buscando, hasta el fin de sus días, dar voz a los más débiles. Abrió las fronteras de su país para dar acogida a los budistas tibetanos que huían de la ocupación china, atendió las demandas de los barrios más humildes, trabajó como voluntaria en campos de refugiados musulmanes y promovió la escolarización femenina, sabedora de que la cultura y el conocimiento eran las mejores herramientas para ayudar a las mujeres a vencer las barreras que les imponía una sociedad que, hasta entonces, había intentado mantenerlas relegadas al ámbito estrictamente doméstico.
Indira fue educada en la convicción de que la libertad era posible y de que, pese a que la sociedad de su país se cimentaba en un inamovible sistema social, todas las personas, tal y como proclamaba Gandhi, eran importantes, y, como tales, debían ser tratadas con respeto. Toda su vida defendió estos principios, dando muestras de un sentido solidario que la llevó a desplazarse a zonas en conflicto o bajo la amenaza militar, movida por la creencia de que los actos políticos tenían una trascendencia que iba mucho más allá de los tratados, del establecimiento de fronteras o de los acuerdos firmados por los altos dignatarios.
Indira, la niña acunada por Gandhi, la hija de un luchador por la independencia que pasó gran parte de su vida encarcelado, supo ver que la política tenía implicaciones en la población, y esa enseñanza fue lo que la convirtió en una líder que procuró no perder de vista a la gente de la calle, a los habitantes más sencillos y humildes de la India, porque, en el fondo, era para ellos para quienes gobernaba.
Sin embargo, también perdió en unos años funestos el contacto con la realidad de su país y pagó duramente las consecuencias. Pero, a diferencia de otros muchos mandatarios, supo aprender de sus errores, reconocerlos y, de nuevo, intentar ponerse en pie y seguir adelante pese a las adversidades que el destino le deparó.
Indira luchó hasta el final. Se sobrepuso al dolor de perder a muchos seres queridos y, siempre rodeada de hombres que nunca parecieron comprenderla del todo, siguió adelante decidida a velar por un país de una gran complejidad social que supo contribuir a levantar.
La historia de la India está profundamente ligada a Indira. Estas páginas dan cuenta de su esfuerzo, su tesón, su transcendencia y su ejemplo para todas aquellas mujeres que aspiran a hacer valer su voz.