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Nota del traductor

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Desde hace casi cuarenta años, Mia Couto está empeñado en desentrañar las contradicciones y desgarramientos de su país y en restañar, por vía de una escritura conmovedora, sus hondas heridas, frutos amargos del colonialismo, de los enfrentamientos étnicos y de una guerra civil que desangraron Mozambique, pero no sus ricas, diversas y antiquísimas tradiciones.

Hijo de emigrantes portugueses, se nutrió sin duda de la cultura familiar oriunda de Europa pero abrevó también en las cosmovisiones ancestrales de las diferentes culturas aborígenes.

Biólogo y periodista de profesión, ha sido en la literatura –un delicioso libro de poemas, varios libros de crónicas, cuentos y novelas deslumbrantes– donde Couto encontró el territorio más fértil para hacer de sus indagaciones, siempre abiertas y nunca apodícticas, un hondo y bello ejercicio de reconciliación simbólica de las partes en disputa.

Atentas a la razón pero más aún a las necesidades de la sensibilidad y la intuición, respetuoso de las creencias porque encuentra en ellas el reverso insoslayable de las convicciones del intelecto, sus narraciones hacen del lenguaje algo mucho más fructífero y complejo que una herramienta. Lo convierten en el escenario, cuando no en el protagonista, de los conflictos que las atraviesan y alimentan.

Escritas en portugués, o más bien a partir de esa lengua europea y etnocéntrica, las historias de Couto avanzan hacia una suerte de lengua franca que reproduce, de hecho, el proceso sufrido por la lengua de los conquistadores en contacto con las de los pueblos sometidos. Saludablemente contaminada por términos de los pueblos originarios de Mozambique, la lengua portuguesa de las narraciones de Couto acaba por dar cobijo a términos provenientes de las diversas lenguas ancestrales y, sobre todo, incursiona en el neologismo como el modo más expresivo de escapar de la claustrofobia de una lengua dominante y ajena. También, como una forma hermosamente poética de insinuar que las verdades más resbalosas requieren sonoridades y perfumes que prosperan fuera de los diccionarios y las gramáticas oficiales.

En esta novela en particular, los personajes persisten en encontrar modos singulares de decir lo suyo, apelando a un idiolecto personal e íntimo que no necesariamente comparten con los demás. Inventores espontáneos de términos y metáforas, poetas de la ocasión y la necesidad, reformulan refranes y conceptos establecidos y, a menudo, fusionan en una palabra dos términos ya existentes en portugués para condensar un sentido que ninguna de las palabras así unidas serían capaces de convocar por separado.

Emprender la tarea de traducir la prosa de Mia Couto impone el desafío de encontrar analogías y equivalencias que resuenen de manera eficaz y no demasiado forzada en la lengua de destino pero, por sobre todo, mantener viva la voluntad poética, el espesor expresivo de sus poderosas invenciones verbales.

Dos formas de la felicidad han contribuido, en este caso, a mi trabajo: la generosa disposición del autor para allanar las dudas más importantes y la cercanía morfológica, musical y sintáctica del portugués y el español, que hizo posible mantener lo esencial en el traspaso a nuestra lengua.

El lector encontrará en el texto expresiones ajenas a la lengua castellana establecida, proverbios reformulados y palabras compuestas cuyo sentido es casi siempre evidente, por la propia naturaleza de esos términos o por el contexto. En los casos en que he considerado que esa evidencia no era tal y sin embargo era preferible sostener esos neologismos, he agregado unas pocas “Notas” que, para no entorpecer la lectura, reuní al final de este libro, a continuación de un “Glosario” que el propio autor incluyó en su obra original, para esclarecer el significado de unos cuantos términos incluidos en la novela provenientes de otras lenguas, diferentes del portugués.

Una traducción es siempre un acto de hospitalidad doble: de la lengua de origen, que abre la puerta para que una lengua extranjera entre a visitarla; y de la lengua de destino, que abre la suya para que la lengua extranjera se haga un lugar y aprenda a vivir en ella. Los anfitriones de ambas márgenes, en este caso, han sido el gran escritor que es Mia Couto y los editores de Edhasa, en la persona de Fernando Fagnani y su eficaz equipo de colaboradores. Agradezco a todos ellos la confianza, con el modesto deseo de no haberla traicionado.

Guillermo Saavedra

La terraza del frangipani

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