Читать книгу Entre bestias y bellezas - Michael Edward Stanfield - Страница 11
ОглавлениеEste libro registra la importancia social, cultural y política de la belleza femenina en Colombia1 desde 1845 hasta 1985. A lo largo de su historia, los colombianos han valorado la belleza en las mujeres, al igual que los pueblos de todo el mundo por miles de años. La belleza, además, es un poderoso espejo cultural a través del cual los historiadores pueden observar la evolución de las sociedades y las naciones. El análisis serio de la belleza revela mucho acerca de nuestra humanidad compartida, ya que pone al descubierto el poder y los escollos de una obsesión humana que es crucial para la imagen y el estatus de las naciones y pueblos de todos los colores, mezclas, etnias, géneros y edades.
Cuestiones importantes y controvertidas condimentarán esta obra. ¿Por qué ha sido tan importante la belleza para los seres humanos? ¿Qué es la belleza, cómo se la define, valora, impugna, mide, muestra, expresa y comercializa? ¿Quién es bello y por qué, y qué nos dice esto sobre el género, el color, la clase, la moralidad, la evolución social y el desarrollo político? ¿Cómo y por qué la belleza ha reforzado las nociones de desarrollo, modernidad y una pigmentocracia blanca heredada del colonialismo europeo durante el último medio milenio en las modernas repúblicas americanas?
¿De qué manera la torturada geografía de Colombia y su igualmente torturada historia política han protegido las definiciones locales y regionales de la belleza, que a menudo tienen tan poco que ver con el ideal del Atlántico Norte? ¿Cómo, cuándo y por qué se fusionó la belleza colombiana con los estándares internacionales de belleza y se decidió emularlos? ¿Cómo ha cambiado el significado y la expresión de la belleza en las diferentes regiones con el paso del tiempo a medida que el medio masivo de su expresión se hacía más visual? ¿Por qué Colombia tiene hoy en día más de trescientos concursos de belleza anuales, y qué nos dice esto sobre la sociedad civil y el estado de la política nacional?
La bestia masculina es el alter ego y el compañero inseparable de la belleza femenina en Colombia. Esta bestia representa muchos de los problemas históricos y estructurales no resueltos de la nación: un Estado no soberano que no puede proteger las vidas ni las propiedades de sus ciudadanos, proveer servicios sociales básicos ni defender y cumplir la ley; un Estado que se percibe como ilegítimo y al que desafían determinados grupos armados; las oleadas periódicas de violencia política, económica y social, de inseguridad, guerra civil, insurgencia y contrainsurgencia a menudo dirigidas contra la población civil; las instituciones elitistas y excluyentes, trátese de organizaciones gubernamentales, religiosas o empresariales; la exclusión social y el racismo consuetudinarios que limitan la movilidad social de los colombianos no blancos; la extrema concentración de la tierra y la riqueza, y la desigualdad concomitante y el empobrecimiento de, por lo menos, la mitad de la población. Los conflictos civiles, un gobierno débil e ineficaz, reformas poco significativas y tasas de homicidios diez veces mayores que las de los Estados Unidos de América, otra nación sumamente violenta, definen la historia nacional de Colombia. En las últimas décadas del siglo XX, más de la mitad de todos los casos de secuestro extorsivo en el mundo tuvieron lugar en Colombia. Sostendré que una de las razones principales por las que los colombianos valoran tanto la belleza es que el terror de la bestia —violencia, inseguridad, racismo, pobreza y la ilegitimidad o insuficiencia percibida del gobierno— refuerza los roles de género (las mujeres deben ser hermosas y los hombres poderosos), puesto que restringe las opciones de reforma y liberación. La belleza, por consiguiente, representa la constante femenina y social opuesta al orden/caos masculino institucional, elitista, disfuncional y, a menudo, violento; la belleza es femenina, moral, virtuosa, civil, edificante, pacífica y esperanzadora.
Los reinados y festivales yuxtaponen la belleza y la bestia en espacios no partidistas, cívicos y de celebración donde se realizan rituales y espectáculos de gran simbolismo regional y nacional. Desde mediados del siglo XX el Concurso Nacional de Belleza Señorita Colombia, en la costeña y tropical Cartagena, se ha convertido en la obsesión nacional. Celebrado en la semana del 11 de noviembre, Día del Armisticio y aniversario de la independencia de Cartagena del yugo español, el certamen atrae a reinas de belleza en representación de varios departamentos y territorios de la nación. El proceso en su totalidad implica meses, desde la selección de las reinas locales y departamentales hasta la preparación de la soberana y su séquito para el concurso nacional, todos cubiertos por una intensa campaña mediática. A menudo el concurso de la Señorita Colombia se convierte en la mayor historia mediática y en el acontecimiento más popular de toda la nación desde finales de octubre. Personas de todas las clases y sectores escogen sus favoritas, discuten y chismean sobre pequeños y grandes detalles, apuestan su dinero y esperan con ansias la competencia para coronar a su nueva soberana nacional.
Los concursos locales, departamentales, nacionales e internacionales son muy importantes para los colombianos, debido a la presencia inquietante de la bestia y a la horrible reputación nacional e internacional del país. Los colombianos no tienen muchos héroes nacionales, en particular durante el siglo veinte: los políticos no suelen granjearse el respeto nacional debido a las divisiones partidistas y el cinismo general, y los líderes militares son, por lo general, superfluos debido a la inexistencia de guerras extranjeras. Las selecciones nacionales de fútbol atraen gran atención tanto dentro como fuera del país, pero incluso los equipos prometedores pierden los grandes partidos, como en las debacles de la Copa del Mundo de 1994 y 1998; la selección nacional no logró clasificar para jugar los Mundiales de 2002, 2006 y 2010. Los jugadores colombianos de fútbol y béisbol, los ciclistas, pilotos de carreras, golfistas y patinadores en línea han tenido buen desempeño internacional en las últimas décadas, pero sus triunfos individuales no tienen el significado nacional e internacional de un triunfo nacional colectivo como el del campeonato de la Copa del Mundo.2 Yuxtapuestos a estos triunfos atléticos intermitentes, Colombia tiene todos los problemas sociales y políticos relacionados con la pobreza y la violencia generalizadas, el narcotráfico, la insurgencia guerrillera, las masacres paramilitares y la actividad de los escuadrones de la muerte (la bestia), con poco para llenar el vacío y el temor de la vida cotidiana salvo la familia, los amigos y la belleza.
Los colombianos necesitan de la belleza para ponerle una cara amable a la nación, tanto en sentido literal como figurado. Necesitan una ganadora y la consiguen cada año, a veces cada semana, gracias a las reinas nuevas, frescas, jóvenes, vibrantes y muy femeninas. Y la que es reina una vez reina por siempre. La gente en la calle, en los caminos de las montañas y en los anchurosos ríos recuerda a la ganadora colombiana por antonomasia del siglo XX, la icónica Luz Marina Zuluaga, Miss Universo 1958. Ella fue la primera colombiana en participar en Miss Universo y la única ganadora colombiana del concurso hasta 2014, cuando Colombia parecía nuevamente preparada para una transición de la violencia a la paz relativa, para alivio de las élites nacionales y los inversionistas internacionales. Desde entonces, las participantes colombianas en los concursos de Miss Universo y Miss Mundo se han ubicado bien, presentando una imagen positiva de la nación a los medios de comunicación internacionales, ya que promueven los productos, las exportaciones y el potencial turístico del país. Otras mujeres latinoamericanas, en particular las de Venezuela, Brasil, República Dominicana, Puerto Rico, Perú, Argentina y México, también se han destacado en el escenario mundial. Explicar a qué se debe esto requiere de una investigación comparativa adicional y no puede responderse con certeza aquí, pero ciertamente puede afirmarse que los colombianos en los últimos setenta años —como los venezolanos tras el colapso del petróleo y las crisis políticas de los ochenta— han promovido a sus reinas de belleza como símbolos positivos nacionales e internacionales en tiempos de crisis, deriva y patriotismo flaqueante.3 Los colombianos y los venezolanos, vecinos y rivales que a menudo se enfrentan por diferendos limítrofes y se disputan los principales lugares en los concursos internacionales, señalan con orgullo hacia sus reinas y hermosas mujeres como prueba de la bondad, modernidad, estilo y encanto de su nación cuando a los medios masculinos de la honra nacional —deporte, trabajo, política— les falta potencia.
Este proyecto evolucionó a partir de una serie de observaciones y accidentes fortuitos. Siendo muy niño, recuerdo una ocasión en la iglesia en que miré por encima del hombro de mi madre a una mujer sentada en la banca detrás de la nuestra. Su belleza y su voz, de canto angelical, están tan vivas para mí hoy como lo estaban hace décadas. La belleza es memorable; los niños, como los adultos, lo notan y lo recuerdan.4 Mientras ocultaba a mi madre mis varios enamoramientos secretos de compañeras de la escuela primaria, ella compartía conmigo su pasión por las películas y los concursos de belleza. Veíamos películas en los teatros locales, pero, más importante, nos sentaba frente a la televisión a ver el concurso anual de Miss America. Al principio no estaba seguro de que ver Miss America no fuera “cosa de niñas” y pensaba que tal vez debía estar afuera jugando fútbol o viendo a mi papá romperse los nudillos mientras trabajaba en el carro. Pero esos años en que lo vi, aprendí algunas cosas mientras le hacía fuerza a miss California, nuestra favorita por ser de nuestro Estado de origen. La primera, que el resultado del concurso era impredecible y dramático, y que las personas del público, así como quienes participaban, invertían gran cantidad de energía en toda la empresa. Incluso si miss Texas ganaba, con su áspero acento y su enorme cabellera, al menos aprendía algo sobre los concursos, la geografía, las diferencias regionales y el país en su conjunto.
Décadas más tarde, mientras le huía a mi trabajo de grado, mi exploración de canales de televisión terminó decidiéndose por el concurso de Miss Universo. Interrumpiendo mi letargo de teleadicto, el bombillo creativo se me encendió en el cerebro para hacer un análisis geopolítico de la belleza a partir de los parámetros del certamen. Varias conclusiones surgieron rápidamente. Primero, las mujeres africanas carecían del tipo de cuerpo preferido: tenían gran cantidad de grasa corporal en las caderas y piernas —marcador de belleza y fertilidad de las sociedades agrícolas—, y evidentemente no habían tenido el tiempo o la disposición para pasar varias horas al día en el gimnasio, ponerse a dieta rigurosa o someterse a una liposucción. Las mujeres de Asia oriental tenían las proporciones correctas, el índice de aproximadamente 90, 60, 90 cm en el busto, la cintura y las caderas, pero les faltaba estatura. Las concursantes europeas, estadounidense, canadiense y las de los países de la Mancomunidad Británica representaban bien el ideal del Atlántico Norte y, por consiguiente, hacían alarde de la riqueza, el desarrollo y el esparcimiento del mundo moderno. Pero las latinas tenían la estatura, la figura, el rostro y el estilo para enfrentarlas, y para colmo poseían una feminidad sexy pero sencilla y una “alteridad exótica” que era familiar y atractiva, a la vez que tradicional y moderna.
Un año después, durante una pausa en la edición de mi tesis doctoral ya terminada, me topé con el concurso de Miss Universo de 1993 que se llevaba a cabo en Ciudad de México. México estaba entonces en el proceso de realizar cambios importantes a la Constitución de 1917 y a su identidad del siglo XX, destruyendo gran parte de lo que la nación había defendido tras la Revolución Mexicana para poner en marcha un comercio más libre y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Los jueces del certamen, símbolos del internacionalismo y el nuevo orden, cometieron el error de no seleccionar a miss México como una de las diez finalistas, lo que puso iracundo al público ya exaltado y bullicioso. Los mexicanos no podían tolerar semejante afrenta, particularmente cuando la derogación del artículo 27, que las exigencias y hazañas de Emiliano Zapata hicieran famoso, indicaba una vez más que el gobierno mexicano no defendía los intereses de los ciudadanos mexicanos, sino de los inversionistas extranjeros. Sus silbidos y gritos obligaron a realizar varios cortes comerciales no programados y aun así la multitud no se callaba. Los jueces, de espaldas al público enardecido, miraban nerviosamente por encima del hombro mientras que al maestro de ceremonias Dick Clark, quien temblaba visiblemente, se le quebraba la voz. El público se puso de parte de miss Puerto Rico como su latina sustituta; las tres primeras finalistas —de Venezuela, Colombia y Puerto Rico— se dirigieron al público respondiendo sus últimas preguntas en español. Miss Puerto Rico5 ganó la corona. Básicamente la multitud se apoderó de lo que supuestamente era un evento corporativo, internacional y, sin embargo, “objetivo”. El público modificó el espectáculo y el resultado del concurso, demostrando que podía abrirse a cierta presión popular y que el certamen corporativo podía ser más “democrático” y sensible al honor nacional.
En 1994 estaba de regreso en Colombia haciendo más trabajo de campo para mi primer libro6 cuando un incidente final suscitó mi interés por investigar la belleza. Se celebraba en Cartagena un concurso departamental que, como en una pirámide, enviaría a la ganadora al concurso nacional de Señorita Colombia y, tal vez, a Miss Universo o Miss Mundo. La evidente favorita de la multitud era una morena de raíces afrocolombianas, una típica belleza local de cabello y ojos oscuros. Los jueces eligieron en su lugar a una concursante más clara y de aspecto europeo, lo que provocó las protestas del público. Tal parece que los jueces decidieron que una morena no podría ganar el concurso nacional ni representaría adecuadamente a la élite de la ciudad y del departamento. El público, entonces, hizo algo fascinante: sacó a su favorita a la calle, la coronó como su reina y la llevó en desfile de celebración. La política del concurso oficial y el ritual paralelo en la calle pusieron de relieve los profundos problemas de clase y color que dividen a la élite y al pueblo de Colombia.
El trabajo de campo para este libro comenzó propiamente en 1997, seguido dos años más tarde por otra recolección de datos. Los periódicos, diarios y revistas abundaban en las bibliotecas y archivos de Bogotá, Medellín, Cali y Cartagena, lo que me suministró fuentes de belleza para esas ciudades y sus alrededores, y para otros países. Los relatos de viajes del siglo XIX me permitieron asomarme a la vida de provincia en Antioquia, Cauca, Santander, Cundinamarca y el río Magdalena tras los pasos de los viajeros nativos y extranjeros que se enfrentaron a la difícil y extensa geografía de Colombia en camino a diversas ciudades. Cromos, el equivalente colombiano de Life Magazine, me sirvió como una buena fuente longitudinal, debido a su publicación semanal desde 1916 y porque en sus portadas suelen predominar las imágenes de mujeres atractivas e importantes. Como la mayoría de los seres humanos usamos muchísimo la vista para estudiar y comprender nuestro mundo, también me centré en fuentes visuales como fotografías, grabados y caricaturas para complementar las fuentes textuales.7
Las fuentes primarias, como las ya mencionadas, constituyen la principal base documental de este libro porque su tema es nuevo. Sin embargo, fuentes secundarias de Colombia y otros lugares le dan a este estudio mayor contexto y valor comparativo. Aunque los historiadores generalmente han esquivado el tema de la belleza, los colombianos han publicado algunos trabajos sobre él. El sexagésimo aniversario del certamen de Señorita Colombia en 1994 produjo tres libros, uno de celebración y dos sensacionalistas; el primero, Las más bellas: historia del concurso nacional de belleza, incluye muchas fotografías de página completa de antiguas bellezas y ofrece una buena visión general de la evolución del certamen, junto con útil información procedimental. Las dos obras sensacionalistas, escritas por los periodistas colombianos Eccehomo Cetina y Pedro Claver Téllez, subrayan la manera en que el certamen y sus concursantes se han envilecido a través del dinero, la fama, el sexo, la ambición y los hombres ricos e inescrupulosos que han atraído: manejadores profesionales y estilistas, políticos y narcotraficantes.8
Simultáneamente, el interés creciente en Colombia en la década de 1990 por los estudios de género, la historia de las mujeres y la historia social enriqueció la base secundaria de este estudio. Los tres volúmenes de la serie Las mujeres en la historia de Colombia incluyen más de cincuenta artículos sobre las contribuciones de las mujeres a la historia, la política, la cultura y la sociedad de la nación desde el periodo precolombino, que complementan los excelentes artículos encontrados en los seis volúmenes de la Nueva historia de Colombia.9 Ensayos y monografías como los escritos por Suzy Bermúdez, Catalina Reyes Cárdenas, Patricia Londoño Vega y Santiago Londoño Vélez también ilustran los roles de las mujeres y la vida cotidiana en Colombia en los siglos XIX y XX.10
American Beauty, de Lois W. Banner, es una temprana excepción a esa tendencia que inspiró este libro. La profesora Banner sostuvo elocuentemente que “la búsqueda de la belleza siempre ha sido una preocupación fundamental de las mujeres estadounidenses”11 y que esta búsqueda ha unido a las mujeres más que cualquier otro hecho. En su análisis primario se enfocó en el rostro, el cuerpo y la moda, y encontró tres tipos principales de belleza que han aparecido y vuelto a aparecer en la sociedad estadounidense. Dedicó la mayor parte de su atención al periodo de 1800 a 1921, pero luego, en una edición actualizada, observó cómo las tendencias que había encontrado antes continuaban a lo largo del siglo XX. Curiosamente, pocos historiadores han seguido el clásico de Banner de 1983, especialmente para el periodo posterior a 1921, cuando el concurso de Miss América y el cine comercializaron aun más la belleza estadounidense.12
Para llenar este gran agujero historiográfico y enriquecer aun más este estudio, me he extendido de manera ecléctica a otras disciplinas. Los latinoamericanistas a menudo utilizan enfoques interdisciplinarios y comparativos cuando se enfrentan tanto a la complejidad de la región como a la relativa escasez de literatura secundaria. Por ejemplo, la lingüista Amelia Simpson escribió un brillante análisis de Xuxa, la estrella rubia de la televisión brasileña, haciendo énfasis en cómo el megamercadeo de este fenómeno de la década de 1980 reforzó los roles del género femenino mientras jugueteaba con unas nociones ambivalentes y preocupantes de modernidad y raza.13 La obra de Simpson me llevó a indagar sobre cómo el color, la clase, el mercadeo y la modernidad revelan las actitudes de los colombianos hacia sí mismos y su nación. Desde el ámbito de la literatura y la crítica literaria, Ellen Zetzel Lambert analizó la “belleza difícil” que aparece en las obras de las autoras inglesas del siglo XIX, expresión literaria de la belleza de gran emoción y profundidad. Lambert también abordó las causas y formas en que las feministas de finales del siglo XX tuvieron que lidiar con la belleza como una cuestión personal y política, objetivo en parte inspirado por el éxito fenomenal de otra obra sobre la belleza, The Beauty Myth, de Naomi Wolf.14
Lambert me ayudó a apreciar el poder y la sutileza de la belleza, especialmente en sus formas no visuales, literarias y profundas, tal como la expresaron los escritores colombianos del siglo XIX. Antropólogos como Beverly Stoeltje han publicado excelentes estudios comparativos sobre el poder y el significado de los concursos de belleza, trabajos fascinantes e iluminadores para mí dada la obsesión colombiana con los concursos.15 Por último, la psicóloga Linda A. Jackson me llevó a través del campo minado de la naturaleza y la crianza, la biología y la cultura, y cómo configuran la belleza y su estudio en su innovador libro, Physical Appearance and Gender: Sociobiological and Sociocultural Perspectives.16 Jackson ciertamente abrió mis propias perspectivas culturales sobre cómo y por qué a los seres humanos nos importa la belleza.
No pretendo que esta investigación y sus hallazgos constituyan nada parecido a un trabajo definitivo u objetivo. Se trata, por el contrario, de un estudio introductorio destinado a inspirar el pensamiento y la reflexión. Espero que este libro abra el camino para que otros estudiantes y académicos analicen temas culturales similares en el futuro. No soy ni colombiano ni mujer, y escribo sobre la belleza femenina en una tierra extraña, pero querida. Soy consciente de mis propias limitaciones, sesgos y anteojeras. Lo que sí afirmo, sin embargo, es que la belleza constituye una ventana cultural esclarecedora para contemplar a los seres humanos como individuos y en la sociedad, ya que registra el desarrollo de las culturas y las naciones en el tiempo. Nos dice mucho sobre las regiones y sus culturas peculiares, en este caso en Colombia, ya que rastrea cómo se convirtió el país en una nación más urbana y moderna. Se enfoca directamente en el rol, la imagen y el poder relativo de las mujeres, poniendo por consiguiente a la mayoría de la población y a un gran tema nacional en primer plano, enfoque a menudo subestimado en la historia de Colombia y América Latina.
Espero que los colombianos encuentren este libro y sus argumentos desafiantes y provocativos, mas no ofensivos, ya que replanteará el modo en que algunos ciudadanos piensan sobre sí mismos y su pasado colectivo. Espero enseñarles a los no colombianos, especialmente a los residentes de los Estados Unidos, algo sobre la historia y la sociedad colombianas, dada la lamentable ignorancia demostrada por la continua y creciente financiación estadounidense de la violencia en Colombia, más alimento para la bestia. En pocas palabras, usaré la belleza como anzuelo para que los norteamericanos lean sobre Colombia, mientras reto a los colombianos a verse a sí mismos y a su situación actual de manera novedosa. Finalmente, espero que quienes lean este libro revisen lo que piensan y cómo piensan sobre la historia y Colombia, la belleza y las relaciones de género, el mundo moderno y global y, sobre todo, lo que los seres humanos tenemos en común.
Nueve capítulos subdividen la cronología y las exposiciones temáticas que siguen. El capítulo primero ofrece al lector una introducción histórica y geográfica a Colombia, pues presenta temas importantes en la historia de la belleza a lo largo del tiempo. El capítulo segundo comienza a explorar cómo se definieron, expresaron y representaron la belleza y la fealdad de 1845 a 1885. La geografía quebrada y heterogénea de Colombia y el regionalismo concomitante nos ofrecerán una visión de la vida de las élites y la gente del común en ciudades coloniales y aristocráticas como Bogotá, Cartagena y Popayán, en comparación con las regiones más recientemente pobladas y menos aristocráticas de Antioquia y Santander. En su forma y presentación, la moda transmite nociones de belleza, modernidad y clase, por lo que veremos lo que vestían las personas y cómo se presentaban en público. Durante este periodo, los tradicionalistas de los partidos Liberal y Conservador criticaban el corsé y el impacto de la moda extranjera, en las treguas de sus incesantes luchas intestinas, y a menudo abrazaban la imagen de la campesina descalza como símbolo perdurable de una belleza amable, domesticada y disponible. Para comprender las actitudes de los líderes ilustrados de la época, rastrearemos la expresión literaria profundamente íntima de la belleza cuando analicemos el sorprendente número de revistas escritas por o para mujeres, muchas de ellas dedicadas al “bello sexo”.
El capítulo tercero se centra en los años de 1886 a 1914, una era de exportaciones crecientes y el subsiguiente impacto de las importaciones de ropa, moda e ideas. El entusiasmo por los deportes de la década de 1890, especialmente grande en los Estados Unidos, se extendió a Colombia, donde el ciclismo, la natación, el tenis y las carreras de caballos cambiaron la moda femenina como en otras partes. La apariencia deportiva y atlética que cobró fama gracias a la Gibson Girl en Estados Unidos impulsó a más adolescentes y mujeres de la élite en Colombia a adoptar las nuevas tendencias internacionales. Los avances técnicos de la fotografía disminuyeron el costo y ampliaron la circulación de las imágenes bidimensionales, muchas de las cuales construían y representaban la belleza femenina. En lo político, estos años vieron la aparición de una nueva constitución conservadora y de larga duración, las importantes presidencias de Rafael Núñez y Rafael Reyes, la sangrienta Guerra de los Mil Días (1899 a 1902) y el inquietante preámbulo de la Gran Guerra en Europa.
El capítulo cuarto lidia con el lapso comprendido entre 1914 y 1930, cuando acontecimientos dramáticos y modernas tendencias hicieron trizas los siglos XIX y XX. La Gran Guerra (Primera Guerra Mundial) no solo mató a millones en Europa, sino que también cambió el estatus y la imagen de las mujeres en las Américas. Vestidas con uniformes como prueba de su devoción por las causas nacionales, las mujeres fueron utilizadas como símbolos del nacionalismo. Los peinados y dobladillos de las mujeres se acortarían considerablemente, anunciando la imagen de la nueva mujer. Las nuevas revistas ilustradas semanales en Colombia, como Cromos, estaban llenas de anuncios que presentaban nuevos estilos de moda, cosméticos, cremas para la piel, productos para el cabello y la boca, y un amplio surtido de remedios dirigidos a mujeres de diversas clases, fijando y comercializando el aspecto y el precio del nuevo estándar internacional de belleza femenina. En este contexto de movilización masiva hacia el nacionalismo y el consumo surgió el protagonismo de los concursos de belleza nacionales e internacionales, tendencia que los colombianos abrazaron con entusiasmo al principio. Las películas extranjeras llegadas de Italia, Francia y Estados Unidos también anunciaban una ruptura con el entretenimiento más simple del pasado, pues trajeron el mundo y el glamour de las estrellas de cine a la psique colombiana. El creciente predominio de Hollywood en el cine y de Nueva York en el comercio suplantó con el tiempo el tradicional atractivo de París, convirtiendo a los Estados Unidos en el nuevo centro de la moda y la belleza para los colombianos del siglo XX. La burbuja económica de los años veinte finalmente dio paso a la Gran Depresión de 1930, dejando sin embargo intacto el triunfo de las imágenes de amplia difusión y de una nueva cultura de la belleza, aunque distantes de la vida cotidiana colombiana.
El capítulo quinto cubre los años 1930 a 1946, periodo de dominio liberal en el Gobierno nacional y también, extrañamente, de reformas en Colombia. La primera mitad del siglo XX fue también una época de relativa paz, por lo que la nación y sus ciudadanos no necesitaron de la gracia salvadora de la belleza como sedante para el terror de la bestia. Solo dos concursos nacionales de belleza se llevaron a cabo durante esos años. La esperanza de reforma también tendió a abrir otras posibilidades a las mujeres en la sociedad, especialmente en materia de educación, deportes y mercados laborales emergentes en las ciudades. En resumen, la paz y las reformas hicieron que la representación pública de la belleza fuera menos importante en la vida civil colombiana, dejando las portadas de las revistas y las pantallas de cine a las estrellas extranjeras.
El capítulo sexto narra el fracaso de las reformas y los renovados odios partidistas que, de 1946 a 1958, despertaron a la bestia dormida: una era terrible en la historia colombiana que se escribe con letras mayúsculas como La Violencia. El regreso de los conservadores al poder, el asesinato del principal reformista liberal y la purga consiguiente de los liberales de las instituciones nacionales prepararon el escenario para una guerra partidista y civil realmente terrible. En este periodo Colombia adquirió la horrible reputación que tendría durante el resto del siglo: un lugar asolado por niveles infames de violencia, crimen e inseguridad. Desde luego, la belleza femenina asumió un papel más importante en la vida nacional, a la luz de la pasión y la estupidez masculinas, patente en el resurgimiento del Concurso Nacional de Belleza en Cartagena en 1947. Este periodo también vivió la única dictadura militar del siglo veinte, la del general Gustavo Rojas Pinilla. Rojas interrumpió el control del Gobierno por parte de los dos partidos tradicionales y demostró ser un experto manipulador tanto del poder como de la belleza. Concedió el derecho al voto a las mujeres y militarizó la imagen femenina, poniendo ante la opinión pública a muchas jóvenes en uniforme, como mecanismos para ganar apoyo a su régimen. Trajo la televisión a Colombia y censuró a la prensa; a la par, presidía el concurso nacional de belleza en Cartagena, afirmando simbólicamente su poder sobre la nación: el viril general coronaba a la nueva y femenina reina. El capítulo sexto concluye con Rojas abandonado por los líderes de los dos partidos tradicionales, quienes, al diseñar el Frente Nacional —una democracia excluyente dominada por las élites—, intentaban recomponer a Humpty Dumpty.
El capítulo séptimo cuestiona el legado del Frente Nacional, especialmente el cinismo político y la violencia permanente que hicieron de la belleza una necesidad cívica, nacional e internacional. El año 1958 comenzó con Luz Marina Zuluaga ganando el concurso de Miss Universo en Long Beach, California, lo que trajo a Colombia un triunfo internacional en un momento crucial. En los diez años siguientes, concursos de casi todos los sabores concebibles florecerían por todo el país en un momento en que las elecciones eran formalidades sin sentido, los partidos políticos no autorizados no podían competir contra los partidos Liberal y Conservador, y la guerra civil se transformaba en una insurgencia guerrillera. La década de 1960 también trajo consigo el rock and roll y una cultura juvenil y de drogas que tendría un impacto dramático, aunque superficial, en la moda y la belleza. En 1968 Colombia tenía varios movimientos guerrilleros, un sector emergente de producción de marihuana, continuidad en el reparto y la alternancia del poder entre los liberales y los conservadores, y la primera “antirreina” del concurso, una joven que hablaba por sí misma en lugar de servir de portavoz a anhelos extraviados.
Los capítulos octavo y noveno rastrean las consecuencias del Frente Nacional y el fracaso tanto de reformistas como de revolucionarios para crear un Estado y una sociedad más modernos y justos. La belleza se convirtió en uno de los únicos símbolos nacionales y culturales de la bondad y la salvación del país, especialmente a la luz de la persistente fuerza de la bestia: la insurgencia guerrillera, las masacres paramilitares y militares y la violencia generada por el negocio de las drogas. El capítulo octavo analiza el periodo entre 1968 y 1979, años en que más colombianos de zonas rurales abandonaron el campo pobre e inseguro y entraron al mundo más amplio y mediático de las ciudades. La belleza siguió siendo un vehículo de expresión social y de desahogo y ofrecía la posibilidad de ascenso social, en particular para las jóvenes migrantes que buscaban pareja o trabajos de cuello rosa.
El capítulo noveno reúne los diversos temas del libro, ya que narra los dramáticos acontecimientos de 1979 a 1985. El año definitivo de este estudio incluyó una semana llena de catástrofes, en las que la naturaleza y la política parecían haberse ensañado con el país y sus ciudadanos. Sin embargo, ni el desastre del Palacio de Justicia ni las devastadoras avalanchas de lodo en las laderas del Nevado del Ruiz interrumpieron el concurso de Señorita Colombia, que tuvo lugar simultáneamente aquel año, pues los colombianos aún esperaban que la belleza los liberara, junto a su atribulada nación y aunque fuera momentáneamente, del terror de la bestia.
Un epílogo que sigue las huellas de las principales tendencias en la historia colombiana desde 1985 hasta 2011 llevará mi análisis de la belleza y la bestia al siglo XXI. Una conclusión resumirá los principales temas presentados en el libro y probará si lo que sostuve para el lapso de 1845 a 1985 sigue siendo cierto en 2011. Tanto por motivos personales como profesionales, preferí terminar la historia con los acontecimientos dramáticos de 1985, pero los revisores del manuscrito me convencieron de que lidiara con las complejidades del último cuarto de siglo. Espero que los lectores encuentren en la conclusión y el epílogo un útil resumen de las corrientes históricas recientes y las circunstancias actuales.
El primer capítulo define el escenario geográfico e histórico para ayudar a los lectores a apreciar la importancia de la belleza para los colombianos en el tiempo, y los capítulos subsiguientes siguen la evolución cronológica del significado de la belleza como reflejo del terror de la bestia y las vicisitudes de las reformas. Aunque la belleza es de importancia universal para los seres humanos a lo largo de la historia y en el mundo entero, en Colombia la belleza refleja de manera única la geografía de la nación, su herencia colonial, su evolución hacia una sociedad moderna y urbana, y su anhelo de una identidad positiva. Irónicamente, la bestia de la violencia reforzó los roles tradicionales de género al bloquear los caminos hacia las reformas, mientras que la belleza funcionó como una positiva válvula de escape para los colombianos, ávidos de esperanza y desahogo del fracaso político e institucional. De forma trágica, la violencia, la exclusión y el terror convirtieron la belleza en un poderoso narcótico para el pueblo de una nación que sueña con un futuro mejor.
Notas
1 Lo que hoy en día es Colombia se conoció como la Gran Colombia de 1819 a 1830, la Nueva Granada de 1830 a 1863 y Colombia a partir de entonces. Usaré el nombre de Colombia para referirme al país, independientemente del título oficial en cada momento.
2 Naciones sudamericanas como Brasil, Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay se han ubicado bien en este tipo de campeonatos y han construido parte de su reputación nacional e internacional en el siglo XX en torno a ellos.
3 Colombia ganó el concurso de Miss Universo en 1958, entre las cenizas de La Violencia y el comienzo del Frente Nacional; Venezuela lo ganó en 1979, 1981, 1986 y 1996 al desmoronarse la democracia liberal bipartidista y recientemente en 2006 y 2009 durante las administraciones de Hugo Chávez; Brasil ganó en 1963 mientras los civiles impulsaban reformas agresivas y en 1968 en plena dictadura militar.
4 En una serie de experimentos en la década de 1980 se descubrió que los bebés de tan solo tres meses de edad preferían las caras que los adultos consideraban “atractivas” a otras consideradas “no atractivas”. Véase Linda A. Jackson, Physical Appearance and Gender: Sociobiological and Sociocultural Perspectives (Albany: State University of New York Press, 1992), 75-77.
5 Miss Puerto Rico ha ganado el concurso de Miss Universo cinco veces (1970, 1985, 1993, 2001, 2006), lo que la ubica en un grupo privilegiado, solo detrás de Venezuela (siete títulos) y Estados Unidos (ocho coronas). Simultáneamente latina en su cultura y estadounidense en lo nacional —el Estado Libre Asociado de Puerto Rico es territorio de los Estados Unidos—, la elección de miss Puerto Rico en 1993 podía considerarse la de una candidata sintética que representaba a la vez a Latinoamérica y a Estados Unidos en un momento de mayor hegemonía económica, lo que provocó preocupaciones nacionalistas por la soberanía protectora. La investigación sobre la belleza y la identidad en Puerto Rico sería fascinante.
6 Un análisis regional, nacional e internacional del impacto de la bonanza cauchera en el noroccidente de la Amazonía: Red Rubber, Bleeding Trees: Violence, Slavery, and Empire in Northwest Amazonia, 1850–1933 (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1998).
7 Se me ocurre que un estudio sobre la noción de belleza entre los ciegos tiene que ser apasionante. Encontré Ways of Seeing de John Berger (Londres: Penguin Books, 1972), un útil manual sobre cómo analizar textos visuales.
8 Véase Eccehomo Cetina, Jaque a la reina: mafia y corrupción en Cartagena (Bogotá: Planeta, 1994) y Pedro Claver Téllez, El lado oscuro de las reinas: sus amores, sus pasiones, sus intimidades (Bogotá: Intermedio, 1994).
9 Las mujeres en la historia de Colombia, vol. 1, Mujeres, historia y política; vol. 2, Mujeres y sociedad; vol. 3, Mujeres y cultura (Bogotá: Norma, 1995). Véase especialmente los volúmenes 4, 5 y 6 de la Nueva historia de Colombia (Bogotá: Planeta Colombiana, 1989).
10 Véase Suzy Bermúdez Q., Hijas, esposas y amantes: género, clase, etnia y edad en la historia de América Latina (Bogotá: Ediciones Uniandes, 1992); Catalina Reyes Cárdenas, La vida cotidiana en Medellín, 1890-1930 (Bogotá: Colcultura, 1996) y Patricia Londoño Vega y Santiago Londoño Vélez, “Vida diaria en las ciudades colombianas”, en Nueva historia de Colombia, ed. por Álvaro Mejía Tirado, vol. 4 (Bogotá: Planeta Colombiana, 1989), 313-399.
11 Lois W. Banner, American Beauty (Chicago: University of Chicago Press, 1983), 3. (N. del T.). Salvo en los casos donde se indique lo contrario, Mateo Cardona Vallejo tradujo las citas textuales en inglés.
12 Ibíd., 3-5.
13 Amelia Simpson, Xuxa: The Mega-Marketing of Gender, Race, and Modernity (Filadelfia: Temple University Press, 1993).
14 Ellen Zetzel Lambert, The Face of Love: Feminism and the Beauty Question (Boston: Beacon Press, 1995); Naomi Wolf, The Beauty Myth: How Images of Beauty Are Used against Women (Nueva York: Doubleday, 1991).
15 Colleen Ballerino Cohen, Richard Wilk y Beverly Stoeltje, eds., Beauty Queens on the Global Stage: Gender, Contests, and Power (Nueva York: Routledge, 1996).
16 Linda A. Jackson, Physical Appearance and Gender: Sociological and Sociocultural Perspectives (Albany, Nueva York: SUNY Press, 1992).