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CAPÍTULO 1
UN HOMBRE LLENO DE VIDA

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En persona, el Sr. Spurgeon era de estatura mediana y complexión robusta. Tenía una cabeza enorme y grandes rasgos del tipo inglés serio. En reposo, su rostro, aunque fuerte, podría haber sido llamado flemático, o incluso de expresión aburrida. Pero cuando hablaba brillaba con vivacidad de pensamiento, rápidos destellos de humor, benignidad, y sinceridad y cada fase de emoción que se agitaba dentro de él. Tenía muchos elementos de poder como predicador. Su voz era de sonoridad y dulzura maravillosas. Su lenguaje, con toda su simplicidad, estaba marcado por una precisión impecable y una inagotable riqueza de dicción. Estaba lo más lejos posible de ser un orador rudo o áspero, aunque tenía a su disposición un vasto vocabulario de palabras sajonas ordinarias. Nadie que solo lea sus sermones, puede formarse una idea de su efecto cuando eran pronunciados... Al escuchar al Sr. Spurgeon, uno reconocía que el elemento principal de su fuerza de mando en el púlpito era su profunda y ardiente convicción. El mensaje que daba tenía para él una importancia suprema. Toda su alma iba con su declaración. El fuego de su celo era consumidor, intenso, e irresistible.17

Antes de adentrarnos en la teología de Spurgeon sobre la vida cristiana, debemos conocer un poco al hombre mismo. Para hacer eso, quiero ponerme detrás de la figura pública para ver algo de la personalidad y el carácter del hombre. Ya que hay un tema unánime y a menudo repetido que se encuentra en el testimonio de aquellos que tuvieron tratos personales con él: Spurgeon fue un hombre que vivió todo en la vida con la mayor intensidad. Él no era simplemente una gran presencia en el púlpito. En la vida, se reía y lloraba mucho; leía ávidamente y sentía profundamente; era un trabajador celosamente diligente y un amante del juego y la belleza. Era, en otras palabras, un hombre que encarnaba la verdad de que estar en Cristo significa ser cada vez más humano, más plenamente vivo. En efecto, necesitamos dejar en claro que su vivacidad de carácter, aunque expresada en maneras particulares de él, no era una simple cuestión de personalidad única o heredada: era una expresión natural pero enteramente consciente de su teología. Como él lo dijo,

Cada uno de nosotros debería ser como ese reformador que se describe como “Vividus vultus, vividi occuli, vividæ manus, denique omnia vivida”, que prefiero traducir libremente—”un semblante radiante de vida, ojos y manos llenos de vida, en resumen, un predicador vivo, totalmente vivo”.18

Deberíamos estar completamente vivos, y siempre vivos. Un pilar de luz y fuego debería ser el emblema apropiado para el predicador.19

Sr. Gran-corazón

No hace falta gran perspicacia para ver que Spurgeon era un hombre de gran corazón y profundo afecto. Sus sermones y conferencias impresos aún palpitan con pasión. A veces, la carga emocional de su sermón incluso lo vencería, especialmente cuando se trataba de la crucifixión de Cristo. Una vez, al tratar de relatar cómo Cristo fue “golpeado, pisoteado, aplastado, destruido...afligido, aún hasta la muerte” tuvo que interrumpir, diciendo, “Debo hacer una pausa, no puedo describirlo. Puedo llorar por ello, y también ustedes pueden hacerlo”.20 Sin embargo, no era una mera táctica de predicador: sus cartas personales y privadas a familiares y amigos revelan exactamente la misma intensidad de emoción, y casi sobre el mismo tipo de asuntos que él trataría en público.

Tal vez la mejor percepción sobre el carácter de Spurgeon se encuentra en la introducción que una vez le dio a su amigo igualmente corpulento, John Bost. Al llamar a Bost “un hombre de los nuestros”, presentó lo que equivale a una notable y reveladora auto-descripción:

John Bost es grandioso al igual que grande... Este es un hombre de los nuestros, con mucha naturaleza humana en él, con un gran corazón, un mortal sacudido por la tempestad, que ha hecho negocio en las muchas aguas, y que habría sido destruido hace tiempo si no hubiera sido por su confianza simple en Dios. La suya es un alma como la de Martín Lutero, llena de emoción y de cambios mentales; llevado arriba al cielo en un momento y pronto hundido en las profundidades. Desgastado por el trabajo, necesita descansar, pero no lo hará, quizás no pueda... He descubierto que está lleno de celo y devoción, y rebosante de experiencia piadosa, y al mismo tiempo abundante en regocijo, comentarios enérgicos, e ingenio natural.21

Esta descripción es reveladora en su honesto reconocimiento de la depresión y lucha de Bost (y la suya propia). Para él, ser “de gran corazón”, con “mucha naturaleza humana” en este mundo caído no significa ser un triunfalista, alegremente fanfarroneando en todas las dificultades. Spurgeon nunca podría haber hecho eso, como veremos en el capítulo 11. Experimentar la vida en Cristo, Varón de Dolores, debe implicar sufrimiento. Sin embargo, la vida en Cristo también debe implicar alegría verdadera, “abundante en regocijo, comentarios enérgicos, e ingenio natural”.

Había peligros para alguien con un corazón tan bondadoso. Spurgeon admitió públicamente que su sensibilidad temperamental lo inclinaba a ser temeroso.22 Combina esto con su marcada generosidad al tratar con las personas, y él podía—y lo hizo—fallar algunas veces en su discernimiento de carácter, convirtiéndose en víctima de aquellos que abusarían de su longanimidad financiera. Sin embargo, la bondad no debe confundirse con debilidad: al tiempo que expresaba su amor por Cristo y las personas, Spurgeon podía demostrar un verdadero odio por la iniquidad y la injusticia. Una y otra vez, habló de cómo explotaba de ira ante el abuso pastoral, la politiquería eclesiástica y la enseñanza falsa (especialmente cualquier forma de catolicismo romano). Y si bien seguramente tuvo problemas, sería una gran equivocación pensar en Spurgeon como frágil y manipulable. Sería mucho mejor decir que la bondad lo salvó: evitó que su carácter firme aplastara a los más débiles que él, y lo canalizó para el beneficio de ellos. Su mezcla de vigor y bondad lo hizo fascinantemente resuelto a mostrar compasión, como lo atestigua esta carta de queja a su editor llena de humor:

Querido Sr. Passmore,

Cuando ese pequeño muchachito vino aquí el lunes con el sermón, tarde en la noche, era necesario. Pero por favor explote a alguien por enviar a la pobre criatura pequeña aquí, a altas horas de la noche, en medio de toda esta nieve, con un paquete mucho más pesado que lo que debería llevar. Me temo que no pudo llegar a casa antes de las once; y me siento como una bestia cruel por ser la causa inocente de tener a un pobre muchacho afuera a esa hora en una noche así. No había necesidad de eso. Patee a alguien por mí, para que no vuelva a suceder.

Suyo siempre de corazón,

C. H. Spurgeon.23

Aquí, tanto en su cuidado por un menor socialmente insignificante como en el carácter jocoso de su reprimenda, se revela el gran corazón benévolo y cordial del hombre. Era un aspecto de la semejanza a Cristo que quería ver en todos los creyentes, y uno que él creía esencial para los pastores: “Los grandes corazones son los requisitos principales para los grandes predicadores”.24 Era algo de lo que hablaba extensamente con sus alumnos, y vale la pena escucharlo por un rato (¡tanto por su sustancia como por su estilo!):

No es con todos los predicadores con quienes nos gustaría hablar; pero hay algunos por quienes uno daría una fortuna para conversar durante una hora. Amo a un ministro cuya cara me invita a hacerle mi amigo —un hombre en cuya puerta lees: “Salve”, “Bienvenido”, y sientes que no hay necesidad de esa advertencia pompeyana, “Cave Canem”, “Cuidado con el perro”. Dame al hombre alrededor del cual vienen los niños, como moscas alrededor de un tarro de miel: ellos son los mejores jueces de un buen hombre... Un hombre que ha de hacer mucho con los hombres debe amarlos y sentirse cómodo con ellos. Un individuo que carece de afabilidad es mejor que sea un director de funerales, y entierre a los muertos, porque nunca tendrá éxito en influenciar a los vivos. Me he encontrado en alguna parte con la observación de que para ser un predicador popular uno debe tener entrañas.25 Me temo que la observación fue considerada como una leve crítica sobre el volumen al que ciertos hermanos han llegado: pero hay verdad en ello. Un hombre debe tener un gran corazón si ha de tener una gran congregación. Su corazón debe ser tan espacioso como aquellos nobles puertos a lo largo de nuestra costa, que contienen el espacio marino para una flota. Cuando un hombre tiene un corazón grande y amoroso, los hombres acuden a él como barcos a un refugio, y se sienten en paz cuando se han anclado al amparo de su amistad. Tal hombre es sincero en privado al igual que en público; su sangre no es fría y sospechosa, sino que él es cálido como tu propia chimenea. Ningún orgullo y egoísmo te enfría cuando te acercas a él; él tiene sus puertas totalmente abiertas para recibirte, y te sientes cómodo con él de inmediato. Los persuadiría de que sean tales hombres, cada uno de ustedes.26

Una vida de gozo

Spurgeon era un hombre deliberada e incuestionablemente serio. Con una profunda preocupación por la gloria de Cristo y el destino de los perdidos, él creía que los cristianos deberíamos ser capaces de decir con nuestro maestro: “El celo de tu casa me consume” (Juan 2:17, ver Sal. 69:9). Sin embargo, para Spurgeon, la seriedad y el celo nunca debían confundirse con tristeza y melancolía. Es revelador y completamente apropiado que un capítulo entero de su “autobiografía” (realmente una biografía compilada a partir de su diario, cartas y registros) se titule “Diversión Pura”. Pues, nos dicen, “se sintió que el registro de su vida feliz no estaría completo a menos que por lo menos un capítulo estuviera lleno de muestras de esa diversión pura que era tan característica de él como lo era su ‘preciosa fe’”.27 Es otra razón por la que él fue y se ha mantenido tan atractivo: Charles Spurgeon era divertido.

Trastornando por completo el estereotipo de que la época victoriana fue un período largo y sin encanto de polvorienta formalidad, los escritos de Spurgeon están llenos de alegría. Y evidentemente, ni siquiera estos hacen justicia a lo que él era en persona.28 El editor de sus Discursos a mis estudiantes se veía motivado a insertar intentos de explicar sus diversas imitaciones y “voces”, cuando se hacía pasar por pomposos teólogos y tontos.29 Usualmente, sin embargo, uno todavía puede sentir el humor que no se puede atrapar enteramente sobre una página:

Diría con respecto a sus gargantas—cuídenlas. Tengan cuidado siempre de aclararlas bien cuando estén a punto de hablar, pero no las estén aclarando constantemente mientras predican. Un hermano muy estimado que conozco siempre habla de esta manera—“Mis queridos amigos—ejem— ejem—este es un muy— ejem —importante tema que tengo ahora— ejem — ejem —para traer ante ustedes, y— ejem — ejem — tengo que llamar ante ustedes para que me den— ejem — ejem —su más seria— ejem —atención”.30

“¡Qué burbujeante fuente de humor tenía el Sr. Spurgeon!”, escribió su amigo William Williams. “Me he reído más, creo ciertamente, cuando estoy en su compañía que durante todo el resto de mi vida”.31 Parece que pocos esperaban reír tanto en presencia del ferviente pastor; pero Spurgeon lo sabía y parecía deleitarse de forma traviesa en distribuir comedia entre aquellos que le rodeaban. La grandiosidad, la religiosidad y la charlatanería podían todas esperar ser quebradas por su ingenio. Algunas veces, muchas más cosas se rompían. Spurgeon disfrutaba contar la historia de cómo, siendo un joven pastor en Park Street, se había quejado con sus diáconos sobre lo sofocante y asfixiante que podía ser el edificio, sugiriendo que quitaran los paneles superiores de vidrio de algunas de las ventanas para dejar pasar más aire. No se hizo nada al respecto; pero un día se descubrió que alguien había destrozado esos paneles de las ventanas. Spurgeon ofreció una recompensa de cinco libras por el descubrimiento del delincuente, a quien se le daría el dinero en agradecimiento. Luego el pastor se embolsó ese dinero, siendo él mismo el culpable.32

Pero tal vez sea el cigarro de Spurgeon lo que mejor revela su alegre jovialidad al igual que su vivaz disposición a disfrutar las cosas creadas. Personalmente, Spurgeon encontraba un gran placer en los cigarros; argumentaba que la Biblia le daba la libertad de fumarlos, y creía que le ayudaban con su garganta como predicador. Sin embargo, era muy consciente de que muchos cristianos pensaban lo contrario y no deseaba ni ofender ni dejar que tropezaran debido al tema. Cuando su declaración de que fumaba “para la gloria de Dios” se imprimió en los periódicos como si se tratara de una broma irreverente, se lamentó que se le hubiera dado importancia a lo que a él le parecía un asunto pequeño, y rápidamente escribió para explicar:

La expresión “fumando para la gloria de Dios” por sí sola tiene un mal sonido, y no la justifico; pero en el sentido en que yo la empleé, aún la sostengo. Ningún cristiano debe hacer algo en lo que no pueda glorificar a Dios; y esto se puede hacer, de acuerdo con las Escrituras, al comer y beber y en las acciones comunes de la vida. Cuando he tenido un dolor intenso aliviado, un cansado cerebro calmado y un sueño tranquilo y refrescante obtenido por un cigarro, me he sentido agradecido con Dios y he bendecido Su nombre; esto es lo que quise decir, y de ninguna manera usé palabras sagradas trivialmente.33

Dicho esto, en el contexto apropiado él usaría felizmente su cigarro para reemplazar la religiosidad por el alegre disfrute de la libertad cristiana. William Williams registra un día que tomó para salir con sus alumnos:

Era una mañana hermosa, y al llegar, todos estaban de excelente ánimo—pipas y cigarros encendidos, y ansiosos por un día de gozo sin restricciones. Él estaba listo esperando en la puerta, saltó al asiento privado reservado para él y, mirando alrededor con asombro, exclamó:

“¿Qué, caballeros? ¿No les da vergüenza estar fumando tan temprano?” ¡Aquí estaba un aguafiestas! La consternación era evidente en sus rostros. Las pipas y cigarros uno por uno fueron apagados y guardados. Cuando todo aquello desapareció, Spurgeon sacó su cigarrera, encendió uno y fumó serenamente. Los estudiantes quedaron asombrados. Uno de los que estaban más cerca le dijo: “Creí que había dicho que se oponía a fumar, señor Spurgeon” “Oh, no”, respondió; “No dije que me opusiera. Les pregunté si no estaban avergonzados, y parece que sí, porque los apagaron todos”, y exhaló el humo con bastante serenidad.34

El humor fluía de Spurgeon de forma natural y libre, pero era sumamente consciente tanto del poder como del peligro que implicaba. Sostenía que en el púlpito “es menor crimen provocar una risa momentánea que el sueño profundo de media hora”;35 sin embargo, sus sermones estaban muy lejos de ser una corriente de humor. Esto a veces podía ser un reto para él, como una vez confesó a un oyente que se oponía a sus ocurrencias en el púlpito: “Si hubieras conocido cuántas otras he guardado, no habrías encontrado fallas en esa, pero me habrías elogiado por la moderación que he ejercido”.36 “Si no fuera vigilante, me volvería demasiado divertido”.37 Sin embargo, explicó, “los siervos de Dios no tienen derecho a convertirse en simples animadores del público derramando un número de chistes rancios y cuentos ociosos sin un punto práctico...Hacer que la enseñanza religiosa sea interesante es una cosa, pero hacer bromas tontas, sin objetivo o propósito, es otra muy distinta”.38

Por todo eso, sería enteramente inadecuado y superficial simplemente pensar en Spurgeon como chistoso. El humor, creía, es normalmente el fruto de algo más profundo. A veces puede provenir solo de un ánimo excelente—y esto, admitió, era un desafío de carácter para él.

Debemos—especialmente algunos de nosotros debemos— conquistar nuestra tendencia a la ligereza. Existe una gran distinción entre la alegría santa, que es una virtud, y esa ligereza general, que es un vicio. Hay una ligereza que no tiene suficiente corazón para reírse, pero juega con todo; es frívola, hueca, irreal.39

En otras ocasiones, el humor puede ser el mecanismo de defensa de los tristes, una luz arrojada a la oscuridad. A veces es el arma cruel de los orgullosos o inseguros, ostentado como una mueca o un desprecio sarcástico.40 A veces es el arma brillante de la justicia, cortando tanto la tristeza como el pecado.

Creo de corazón que puede haber tanta santidad en una risa como en un llanto; y que, algunas veces, reírse es el mejor de los dos, porque puedo llorar, y estar murmurando, y quejándome, y pensando toda clase de amargos pensamientos en contra de Dios; mientras que, en otro momento, puedo reírme con la risa del sarcasmo contra el pecado, y así evidenciar una santa seriedad en la defensa de la verdad. No sé por qué la mofa debe ser entregada a Satanás como un arma para usar contra nosotros, y no puede ser empleada por nosotros como un arma contra él. Me arriesgaré a afirmar que la Reforma le debió casi tanto al sentido de lo ridículo en la naturaleza humana como a cualquier otra cosa, y que esas sátiras y caricaturas chistosas, que fueron emitidas por los amigos de Lutero, hicieron más para abrir los ojos de Alemania a las abominaciones del sacerdocio que los argumentos más sólidos y pesados contra el Romanismo.41

Más esencialmente, sin embargo, la actitud alegre de Spurgeon era una manifestación de esa felicidad y gozo que se encuentra en Cristo, la luz del mundo. La “ligereza” que encontraba en sí mismo, y cuestionaba, estaba estrechamente relacionada con su claro rechazo a tomarse a él mismo —o a cualquier otro pecador—demasiado en serio. Spurgeon sostenía que estar vivo en Cristo significa luchar no solo contra los hábitos y los actos del pecado, sino también contra la melancolía temperamental del pecado, la ingratitud, la amargura y la desesperación del pecado. Entrar en la vida de Cristo implica entrar en el gozo de ser completamente humano, en paz con el “bendito” o “feliz” Dios de gloria (1 Timoteo 1:11):

El hombre no fue hecho originalmente para lamentar; fue hecho para regocijarse. El jardín del Edén era su lugar de feliz morada; y, mientras continuara obedeciendo a Dios, nada crecía en ese jardín que pudiera causarle tristeza. Para su deleite, las flores exhalaban su perfume. Para su deleite, los paisajes estaban llenos de belleza, y los ríos ondulaban sobre arenas doradas. Dios creo a los seres humanos, así como hizo a Sus otras criaturas, para ser felices. Son capaces de tener felicidad, están en su ambiente apropiado cuando son felices; y ahora que Cristo Jesús ha venido a restaurar las ruinas de la Caída, Él ha venido a devolvernos el antiguo gozo, —solo que será aún más dulce y más profundo de lo que podría haber sido si nunca lo hubiéramos perdido. Un cristiano nunca se ha dado cuenta completamente de lo que Cristo vino a hacer de él hasta que haya comprendido el gozo del Señor. Cristo desea que Su pueblo sea feliz. Cuando sean perfectos, como Él los hará en el tiempo indicado, también serán perfectamente felices. Así como el cielo es el lugar de la santidad pura, también es el lugar de la felicidad pura; y en la medida en que nos preparemos para el cielo, tendremos algo de la alegría que le pertenece al cielo, y es la voluntad de nuestro Salvador que incluso ahora Su gozo permanezca en nosotros, y que nuestro gozo sea cumplido.42

Ya que veía que Cristo desea que Su pueblo sea feliz, la felicidad era un componente esencial de la vida cristiana para él, y uno que buscaba poseer y mostrar. De hecho, él sentía, que solo cuando el gozo de Cristo está en nosotros puede decirse que somos verdaderamente semejantes a Cristo (Juan 15:11), y solo entonces reflejaremos Su propio aspecto atrayente.

Es un error muy vulgar suponer que un semblante melancólico es el índice de un corazón lleno de gracia. Recomiendo alegría a todos los que han de ganar almas; no ligereza y frivolidad, sino un espíritu genial y feliz. Hay más moscas atrapadas con miel que con vinagre, y habrá más almas llevadas al cielo por un hombre que viste el cielo en su rostro que por alguien que porta el Tártaro en su aspecto.43

Viviendo como un hijo del Creador

Había una forma en la que Spurgeon no estaba tan lleno de vida: naturalmente poco atlético, era propenso desde la infancia a ser físicamente tímido y poco aventurero. Dicho eso, su visión de la vida cristiana le daba una audacia bastante antinatural a su constitución. Él veía que en Cristo fue adoptado y amado por un Padre omnipotente que reina soberano sobre todas las cosas. Eso significaba que todo temor— toda oposición y peligro—tendía a encogerse ante su vista. Cuando se mira correctamente, nada puede causar desesperación, ya que todo existe bajo la mano todopoderosa de Dios el Padre, soberano en lo alto. Mientras, por ejemplo, otros (como el joven Martin Luther no regenerado) podían estar aterrorizados por los relámpagos, Spurgeon declaró: “Amo los relámpagos, el trueno de Dios es mi delicia”:

Los hombres son por naturaleza temerosos de los cielos; los supersticiosos temen los signos en el cielo, e incluso el espíritu más valiente a veces tiembla cuando el firmamento arde con un relámpago, y el estallido del trueno parece hacer que el vasto cóncavo del cielo tiemble y resuene; pero siempre me avergüenza quedarme adentro cuando el trueno sacude la tierra sólida, y los relámpagos destellan como flechas desde el cielo. Entonces Dios está en el exterior, y me encanta caminar en un espacio amplio, y mirar hacia arriba y advertir las puertas de apertura del cielo, a medida que el rayo revela mucho más allá, y me permite mirar hacia lo oculto. Me gusta escuchar la voz de mi Padre Celestial en el trueno.44

¿Qué tenía él que temer en todas las impresionantes fuerzas de una tormenta? Todas eran simplemente las herramientas y expresiones de su perfecto y amoroso Padre celestial.

Y ver que todas las cosas son del Padre y tienen su existencia por Él también dio a Spurgeon un amplio interés en la creación de su Padre. Habiendo sido criado en el campo, bajo los amplios cielos de Anglia Oriental, le encantaba pasar el tiempo afuera, a menudo en su jardín, disfrutando los árboles, flores, pájaros, arco iris y toda la rica variedad de la creación. También le llamaba la atención y leía mucho sobre horticultura y biología, cuyo conocimiento y disfrute se filtraban en gran parte de sus enseñanzas. Y a menudo, incluso sus breves comentarios revelan lo mucho que estaba interesado en la botánica:

Ustedes saben que con el hábito de abrir y cerrar, las flores son tan variadas que seguramente se abrirá una u otra de ellas cada cuarto de hora del día. La estrella de Jerusalén se levanta a las tres, y la achicoria a las cuatro: el botón de oro se abre a las seis, el lirio de agua a las siete, el rosado a las ocho, y así sucesivamente hasta que llega la noche. Linnæus hizo un reloj de flores. Si estás familiarizado con la ciencia de la botánica, también tú puedes saber la hora sin un reloj.45

Al igual que Jonathan Edwards, Spurgeon creía que es correcto “leer” la creación como un libro lleno de testimonio del Creador y Sus caminos. En un artículo de la revista de su iglesia, The Sword and Trowel [La espada y el Palustre], escribió sobre la iglesia como “el jardín de Dios”, en el que diferentes tipos de creyentes son como diferentes flores. Algunos cristianos brillantes y alegres parecen vivir sus vidas “en un cálido borde donde ningún viento penetrante se abre paso”. Son como el azafrán de la primavera, bañándose, floreciendo y regocijándose a la luz del sol.

Ve el azafrán cerrado firmemente mientras “las nubes regresan después de la lluvia”, pero abierto y lleno de gloria cuando el sol vierte sus rayos en su copa de oro puro como en un cristal transparente. En esos momentos, ¿alguna vez notaste la suave llama dorada que parece arder en el fondo de la copa,—una especie de ardiente brillo de luz líquida? ¡Cuán parecido al júbilo y éxtasis que disfrutan algunos miembros de la casa de nuestro Señor! Un sol claro, cálido y constante es el ambiente del azafrán; bajo tal influencia arroja una llamarada de color.46

Otros parecen inclinados al lado sombrío de la vida, y se pueden comparar con la prímula nocturna. Esta paciente flor se ve bastante descolorida y monótona al lado del azafrán a plena luz del sol, pero espera hasta el ocaso,

y la verás abrir gradualmente sus fragantes flores, y mostrar sus colores amarillo pálido. Es la alegría de la tarde y de la noche: el estridente sol la corteja en vano, ella ama el bello rostro de la luna. Todos conocemos mujeres piadosas que nunca se verían de la manera más favorable entre las actividades públicas de nuestras iglesias, y sin embargo, en la habitación de los enfermos y en la hora de la aflicción, están llenas de belleza, y arrojan una fragancia encantadora por todas partes.47

La lección que presenta Spurgeon es que Dios ha ordenado Su creación y Su iglesia de tal modo que todo fuera hermoso en su tiempo. No debe haber conflicto entre los santos o las flores sobre cuál es mejor: el Creador los ha dispuesto deliberadamente para diferentes épocas, estaciones y suelos. Hay una flor, sin embargo, que todo cristiano debería tratar de emular: la margarita, que se cierra a la oscuridad y solo despliega sus pétalos para recibir el sol.

¿No deberíamos actuar de esa manera hacia el Amado, cuya presencia nos alegra el día? Cuando nuestro Señor Cristo esconde Su rostro, cerremos nuestros corazones en tristeza, incluso “como los capullos que se cierran en la víspera lloran por los rayos del sol que se fueron”. Cuando Jesús nos ilumina con brillo de belleza y calidez de gracia, entonces, que nuestros corazones vuelvan a abrir sus hojas dobladas, y dejemos que beban en una plenitud de luz y amor.48

No solo la botánica atraía a Spurgeon; su curiosidad intelectual era deliberadamente integral. Él sostenía que es insensato, deshumanizador y, por lo tanto, no-cristiano que los cristianos se limiten a pensar solo en asuntos evidentemente “espirituales”. Vivimos en este mundo caído en “pie de guerra”, sin duda, dedicándonos a difundir el evangelio de Cristo entre las naciones. Sin embargo, el Padre ha hecho—y por lo tanto está interesado por—todas las cosas; además, Él ha hecho el mundo para que la humanidad lo domine. Sería tanto impío como un simple abandono del deber que cerráramos nuestras mentes a aquellas cosas en la tierra que ocupan la Suya.49 Por lo tanto, no debemos descuidar ningún campo de conocimiento.

La presencia de Jesús en la tierra ha santificado todo el reino de la naturaleza; y lo que Él ha limpiado, no lo llames común. Todo lo que tu Padre ha hecho es tuyo, y deberías aprender de eso. Puedes leer el diario de un naturalista, o el relato de un viajero sobre sus travesías, y encontrar beneficios en ello. Sí, e incluso un antiguo herbario o un manual de alquimia pueden, como el león muerto de Sansón, darte miel. Hay perlas en conchas de ostras y frutas dulces en ramas espinosas. Los caminos de la verdadera ciencia, especialmente la historia natural y la botánica, destilan grosura. La geología, en tanto se basa en la realidad, y no en ficción, está llena de tesoros. La historia —maravillosas son las visiones que hace pasar delante de ti— es sumamente instructiva; en efecto, cada porción del dominio de Dios en la naturaleza rebosa de preciosas enseñanzas.50

Más que eso, Cristo es la lógica y la luz del mundo; el evangelio es la suma de toda sabiduría; las Escrituras pueden hacernos sabios —y no solo para la salvación. Los cristianos deberían por tanto ser personas sabias y omnívoras, con un intelecto amplio.

Un hombre que es un admirador creyente y amante entusiasta de la verdad, como esta es en Jesús, está en el lugar correcto para seguir con ventaja cualquier otra rama de la ciencia... Hace tiempo cuando leí libros, puse todo mi conocimiento en gloriosa confusión; pero desde que conocí a Cristo, puse a Cristo en el centro como mi sol, y cada ciencia gira alrededor como un planeta, mientras que las ciencias menores son satélites de estos planetas.51

Como todos nosotros, Spurgeon era excepcionalmente él mismo. Sin embargo, su gran corazón y alegría al caminar a través de la creación de su Padre muestra exactamente el tipo de vida que siempre crecerá a partir de la teología que él creía.

Spurgeon y la Vida Cristiana

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