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CAPÍTULO 2
CRISTO Y LA BIBLIA

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Spurgeon comentó una vez a sus alumnos que el poderoso predicador de los siglos IV y V Juan “Crisóstomo” (“Boca de Oro”) era llamado así porque “había aprendido la Biblia de memoria, para poder repetirla a su placer”.52 Spurgeon sin duda habría atribuido su propio poder como predicador a la misma causa, ya que él mismo era un hombre lleno de la Escritura. Las palabras que famosamente utilizó para describir a su querido John Bunyan se aplican igualmente bien a él:

Es una bendición consumir el alma misma de la Biblia hasta que, al final, hables en el lenguaje de las Escrituras, y tu propio estilo sea moldeado según los modelos de la Escritura, y, lo que es aún mejor, tu espíritu se sazoné con las palabras del Señor. Citaré a John Bunyan como ejemplo de lo que quiero decir. Lee cualquier cosa suya, y verás que es casi como leer la Biblia misma. Él... no puede darnos su Progreso del peregrino —el más dulce de todos los poemas en prosa—sin continuamente hacernos sentir y decir: “¡Vaya, este hombre es una Biblia viviente!” Dale un pinchazo en donde sea; y encontrarás que su sangre es Bíblica, la esencia misma de la Biblia fluye de él. No puede hablar sin citar un texto, porque su alma está llena de la Palabra de Dios.53

Puedes elegir casi cualquier sermón—y la mayoría de sus cartas—para demostrar el punto: las imágenes, los modismos y las referencias a las escrituras inundan cada párrafo de Spurgeon y parecen derramarse de él de una manera completamente natural y no forzada.

Era realmente la consecuencia natural de tener la opinión máxima y más cálida de la Biblia. “Inerrancia” no era un término en uso en los días de Spurgeon, aunque indudablemente él sostenía lo que hoy se llamaría una visión inerrante de las Escrituras. En repetidas ocasiones enseñó, defendió y dedicó sermones completos a lo que llamaba la “infalibilidad” de las Escrituras.54 Uno de sus primeros sermones en Londres como pastor de la Capilla de New Park Street fue sobre el tema de la Biblia; en este articuló la visión clásica de la infalibilidad (o inerrancia, como se denominaría hoy):

Aquí yace mi Biblia—¿quién la escribió? La abro, y encuentro que consiste en una serie de tratados. Los primeros cinco tratados fueron escritos por un hombre llamado Moisés. Sigo adelante y encuentro otros. A veces veo que David es el escribiente, otras veces, Salomón. Aquí leo a Miqueas, luego a Amos, luego a Oseas. Al ir más allá, a las páginas más luminosas del Nuevo Testamento, veo a Mateo, Marcos, Lucas y Juan, Pablo, Pedro, Santiago y otros; pero cuando cierro el libro, me pregunto ¿quién es el autor? ¿Estos hombres reclaman conjuntamente la autoría? ¿Son ellos los compositores de este volumen masivo? ¿Se dividen entre ellos mismos el honor? Nuestra santa religión responde, ¡No! Este volumen es la escritura del Dios viviente: cada letra fue escrita con un dedo Omnipotente; cada palabra en ella cayó de labios eternos, cada oración fue dictada por el Espíritu Santo. Si bien, Moisés fue empleado para escribir sus historias con su pluma de fuego, Dios guió esa pluma.55

Es decir, Dios es el autor divino y confiable de cada letra de la Escritura; Dios utiliza autores humanos para transmitir (en muchos estilos y géneros diferentes) lo que quiere decir. Es necesario decir que cuando Spurgeon hablaba así de la absoluta y total confiabilidad de las Escrituras, se estaba refiriendo a los manuscritos originales y no a ninguna traducción. Él creía que la versión Autorizada o King James tal vez era insuperable como traducción y, sin embargo, podía decir: “A veces me avergüenzo de esta traducción...cuando veo cómo, en algunos puntos importantes, no es fiel a la Palabra de Dios”.56

Además, él veía que, dado que la Biblia es la propia Palabra de Dios, es tanto suprema como fundamental en su autoridad. Todas las demás autoridades deben inclinarse ante ella, y ninguna autoridad —ninguna iglesia, erudito o papa— necesita sentarse detrás o por encima de ella, ofreciendo algún tipo de respaldo que haría falta de no ser así. La Biblia, en otras palabras, es fidedigna en su supremacía.

Hay una majestad peculiar, una plenitud notable, una potencia singular, una dulzura divina, en cualquier palabra de Dios, que no se puede descubrir, ni nada como ella, en la palabra del hombre... Es la enseñanza inspirada de Dios, infalible e infinitamente pura. La aceptamos como la palabra misma del Dios viviente, cada jota y cada tilde, no tanto porque existan evidencias externas que demuestren su autenticidad —muchos de nosotros no sabemos nada de esas evidencias, y probablemente nunca lo sabremos— sino porque discernimos una evidencia interna en las palabras mismas. Han venido a nosotros con un poder que ningunas otras palabras han tenido jamás en sí mismas, y no se nos puede aducir a dejar nuestra convicción sobre su excelencia superlativa y autoridad divina.57

Cristo y Su Palabra

A pesar de su reverencia por las Escrituras y su consideración supremamente elevada de ellas, Spurgeon no era bibliólatra. Esto es porque él pensaba en la Biblia no como un objeto en sí mismo para ser considerado independientemente sino como “la palabra de Cristo” (Rom.10:17; Col. 3:16). Por lo tanto, su respeto por la Biblia era uno con su respeto por Cristo. Para él, la Biblia no era rival de Cristo, sino la Palabra y la revelación de Cristo a través de la cual Cristo es recibido y Su voluntad es dada a conocer. Sugerir que la Biblia pudiera ser falible sería sugerir que Cristo es un maestro falible. La indiferencia hacia la Biblia sería indiferencia hacia Él. “¿Cómo podemos reverenciar Su persona, si Sus propias palabras y las de Sus apóstoles son tratadas con irrespeto? A menos que recibamos las palabras de Cristo, no podemos recibir a Cristo”.58

Spurgeon amplió este tema en un sermón que predicó en 1888, “La Palabra una Espada”. Su texto era Hebreos 4:12, “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos”. En su búsqueda por comprender el verso, se encontró dividido entre los campos interpretativos de Juan Calvino y John Owen. Por un lado, Calvino (entre muchos otros) tomó “la palabra de Dios” como refiriéndose allí a la Biblia; por el otro, Owen y otros habían entendido que denotaba a Cristo, la Palabra eterna. Spurgeon pensaba que la propia existencia de la dificultad—con dos exegetas tan eminentes y cuidadosos que no estaban de acuerdo en cuanto a lo que significaba—era en sí misma instructiva.

Esto nos muestra una gran verdad, que de otro modo no habríamos notado tan claramente. ¡Hay tanto que puede decirse del Señor Jesús que también puede decirse del volumen inspirado! ¡Cuán cerca están estos dos aliados! ¡Cuán ciertamente los que desprecian a uno rechazan al otro! ¡Cuán íntimamente unidas están la Palabra hecha carne y la Palabra enunciada por hombres inspirados!59

El libro es la revelación de Cristo, que es la Palabra eterna y la revelación de Su Padre; como tal, no se puede considerar separado de Cristo. El libro es vivo y activo porque Cristo es vivo y activo. Y así como Cristo no puede dejarse fuera de la Escritura, tampoco la Escritura puede separarse de Cristo. “Toma este Libro, y destílalo en una sola palabra, y esa sola palabra será Jesús. El Libro en sí no es más que el cuerpo de Cristo, y podemos ver todas sus páginas como los paños de tela del infante Salvador; porque si desenrollamos las Escrituras, nos encontramos con el mismo Cristo Jesús”.60

La inseparabilidad de la Biblia con respecto a Cristo significaba que Spurgeon no tenía una doctrina abstracta de la infalibilidad / inerrancia en aras del racionalismo culturalmente innato de la Ilustración. Atesoraba la Biblia y la consideraba enteramente confiable porque atesoraba a Cristo y lo consideraba a Él completamente confiable. (Y, sellando el vínculo entre los dos, él atesoraba a Cristo porque la Biblia evidentemente lo presenta como evidentemente bueno, bello y verdadero).

También significaba que Spurgeon solo podía estar interesado en el Cristo de la Biblia, a diferencia de aquellos que aman a un “Jesús” diferente del que es dado a conocer en la Escritura.

Hay algunos hoy en día que niegan toda doctrina de revelación y, sin embargo, ciertamente, alaban a Cristo. Se habla del Maestro en el estilo más halagador, y luego se rechaza Su enseñanza, excepto en la medida en que pueda coincidir con la filosofía del momento. Hablan mucho de Jesús, mientras que aquello que es el verdadero Jesús, es decir, Su evangelio y Su Palabra inspirada, lo rechazan. Creo que los describo correctamente cuando digo que, como Judas, traicionan al Hijo del hombre con un beso.61

El gran tema de la Escritura

El hecho de que la Escritura es la Palabra de Cristo, que su propósito y tema principal es Cristo, sirvió como una fuerte línea melódica a través de todo el pensamiento y ministerio de Spurgeon. Aquí, debemos tener claro que, con “Escritura”, Spurgeon se refería tanto al Antiguo como al Nuevo Testamento: de principio a fin, la Escritura es la Palabra de y acerca de Cristo. “Podemos comenzar en Génesis y seguir hasta el Libro de Apocalipsis, y decir de todas las historias sagradas, ‘Éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios’”.62

Esto significaba que cuando su congregación se sentaba para escucharlo exponer un pasaje del Antiguo Testamento, podían estar bastante seguros de que escucharían un sermón explícitamente cristiano. Y no era solo que los profetas anunciaron la futura venida de Cristo y que las muchas tipologías que se encuentran en la Ley y las historias (profetas, sacerdotes, reyes, salvadores, sacrificios, etc.) describían lo que Él vendría a ser y hacer. Como Spurgeon lo veía, el Antiguo Testamento sí señalaba hacia Cristo de esa manera—pero hacía más que eso. Los creyentes del Antiguo Testamento serían descritos como hermanos y hermanas de la misma fe, como amigos de Cristo. Spurgeon podía hablar de esta manera porque era insistente y claro en que no hay un creador o Señor del pacto además de Cristo, el Hijo eterno del Padre. Cristo no solo fue profetizado en el Antiguo Testamento; Él estuvo activamente presente en el mismo.

Él era la Palabra divina a través de la cual Su Padre trajo todas las cosas a la existencia; Él fue quien conversó con Adán y Eva en el Edén. “Era Jesús quien se paseaba en el jardín del Edén al aire del día, porque Sus delicias eran con los hijos de los hombres”.63

Pasó el tiempo, y los hombres cayeron, y luego se multiplicaron sobre la faz de la tierra; pero las delicias de Cristo todavía eran con los hijos de los hombres, y a menudo Él, de una forma u otra, visitaba esta tierra, para conversar con Abraham, o para luchar con Jacob, o para hablar con Josué, o para caminar en el horno de fuego ardiente con Sadrac, Mesac y Abed-Nego. Siempre estaba anticipando el momento en el que realmente habría de asumir la naturaleza humana y cumplir con Sus compromisos del pacto.64

Spurgeon enseñaba que fue Jesús quien sacó a Su pueblo de Egipto (Judas 5), quien se encontró y conversó con Moisés en la zarza ardiente y con Salomón y Ezequiel en sus visiones, quien le dijo a Isaac: “No temas, porque yo estoy contigo”.65 En especial el Hijo divino visitaría a los fieles, como Abraham: “Los amigos seguramente se visitan unos a otros”.66

El sol entre las doctrinas

La visión de Spurgeon de la Biblia encontraba su propósito y lugar a la luz de Cristo. De hecho, en su mente, todas las doctrinas encontraban su lugar apropiado únicamente en su órbita alrededor de Cristo. (Por esta razón, una introducción ejemplar al pensamiento y la predicación de Spurgeon es Los logros gloriosos de Cristo).67 De esta manera, Spurgeon veía la teología como la astronomía: así como el sistema solar tiene sentido únicamente cuando el sol es central, los sistemas de pensamiento teológico son coherentes solo cuando Cristo es central. Toda doctrina debe encontrar su lugar y significado en su relación correcta con Cristo. “Ten la seguridad de que no podemos tener la razón en el resto, a menos que pensemos correctamente sobre ÉL... ¿Dónde está Cristo en tu sistema teológico?”68 Así, por ejemplo, cuando pensamos acerca de la doctrina de la elección, debemos recordar que somos elegidos en Cristo; cuando pensamos en la adopción, debemos recordar que somos adoptados solamente en Él. Y así sucesivamente: somos justificados en Él, preservados en Él, perfeccionados, resucitados y glorificados en Él. Toda bendición del evangelio se encuentra en Él, “porque Él es todas las mejores cosas en uno”.69

Sin embargo, incluso esa analogía astronómica puede ser demasiado débil como para captar realmente cuán Cristo-céntrico era Spurgeon en su pensamiento. Para él, Cristo no es simplemente un componente—por crucial que sea—en la maquinaria más grande del evangelio. Cristo no es el vendedor ambulante de alguna verdad, recompensa o mensaje que no sea Él mismo, como si por medio de Cristo obtuviéramos lo auténtico, ya sea el cielo, la gracia, la vida o lo que sea. “Es Cristo, y no el cielo, la necesidad agonizante. El que recibe a Cristo recibe el cielo. El que no tiene a Cristo sería miserable en el paraíso”.70 Cristo mismo es la verdad que conocemos, el objeto y la recompensa de nuestra fe, y la luz que ilumina cada parte de un sistema teológico verdadero. En el prefacio fundamental de su primer volumen de sermones, escribió:

Jesús es la Verdad. Creemos en Él,—no meramente en Sus palabras. Él mismo es Doctor y Doctrina, Revelador y Revelación, el Iluminador y la Luz de los Hombres. Él es exaltado en cada palabra de verdad, porque Él es su suma y sustancia. Él se sienta por encima del evangelio, como un príncipe sobre su propio trono. La doctrina es más preciosa cuando la vemos destilar de Sus labios y encarnada en Su persona. Los sermones son valiosos en la medida en que hablan de Él y señalan hacía Él. Un evangelio sin Cristo no es evangelio y un discurso sin Cristo es causa de alegría para los demonios.71

Cristo siendo la gloria de Dios, ilumina toda doctrina, y es solo en Su resplandor que las doctrinas cristianas son y se muestran gloriosas. Es por eso que, escribió Spurgeon, “No puedes probar la dulzura de ninguna doctrina hasta que hayas recordado la conexión de Cristo con ella”.72 Esto también ayuda a explicar la pasión de Spurgeon por la ortodoxia bíblica, que se ve más claramente en la amarga lucha de “La Controversia del Declive”.73 No era que tuviera un apego inflexible a algún sistema abstracto de pensamiento; él veía el liberalismo y las falsas enseñanzas como un asalto directo a la naturaleza misma y la gloria del Cristo que murió por él. Observe, entonces, cuán inmediatamente se mueve aquí del “evangelio” al Salvador: “Mi sangre hierve con indignación ante la idea de mejorar el evangelio. No hay más que un Salvador, y ese único Salvador es el mismo para siempre”.74

Con una atracción gravitacional tan fuerte hacia Cristo en su teología, podría pensarse que Spurgeon había sucumbido a un Cristomonismo distorsionado. Sin embargo, ese nunca fue el caso: reconociendo a Cristo como el Hijo ungido por el Espíritu y la gloria de Su Padre, el Cristocentrismo de Spurgeon fue Trinitario de principio a fin. Por lo tanto, al predicar o escribir sobre Cristo, a menudo resultaría envuelto en reflexiones Trinitarias profundas, como atestigua el material inicial de su primer sermón como pastor de la capilla de New Park Street:

El estudio más excelente para expandir el alma es la ciencia de Cristo, y Él crucificado, y el conocimiento de la Deidad en la gloriosa Trinidad. Nada ampliará así el intelecto, nada engrandecerá así el alma entera del hombre, como una investigación devota, seria y continua del gran tema de la Deidad. Y, aunque produce humildad y expansión, este tema es eminentemente consolador. Oh, al contemplar a Cristo, hay un bálsamo para cada herida; al meditar en el Padre, hay un alivio para cada dolor; y en la influencia del Espíritu Santo, hay un bálsamo para cada llaga. ¿Quisieras perder tus penas? ¿Quisieras ahogar tus preocupaciones? Entonces ve, sumérgete en el más profundo mar de la Deidad; piérdete en Su inmensidad; y saldrás como de un lecho de descanso, refrescado y vigorizado. No conozco nada que pueda consolar al alma; calmar las crecientes oleadas de dolor y tristeza; hablar paz al viento de la prueba, tanto como una meditación devota sobre el tema de la Deidad.75

Cómo leer la Biblia

En 1879, Spurgeon predicó un sermón titulado “Cómo leer la Biblia”, que resumía su enfoque experiencial y Cristo-céntrico de las Escrituras.

Su primer punto era que para leer la Biblia correctamente, el lector debe entender lo que está escrito. “Entender el significado es la esencia de la verdadera lectura”.76 Desde el principio, Spurgeon es claro en que, al buscar ser experiencial, no permitirá el tipo de misticismo que omite el intelecto. Es la “iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:6) la que nos transforma “de gloria en gloria en la misma imagen” (2 Corintios 3:18). “Debe haber un conocimiento de Dios antes de que pueda haber amor a Dios: debe haber un conocimiento de las cosas divinas, tal como se revelan, antes de que pueda haber un disfrute de ellas”.77

Entonces, mucho de lo que es considerado lectura de la Biblia no es realmente lectura de la Biblia en absoluto, como la entendía Spurgeon. “¿No leen muchos de ustedes la Biblia de una manera muy apresurada —solo un poco, y luego se van?”, preguntó. “Cuán pocos de ustedes están resueltos a llegar a su alma, su jugo, su vida, su esencia, y deleitarse en su significado”.78 Cuando el ojo pasa casualmente sobre los versículos sin involucrar la mente, esa no es una lectura verdadera. Es mucho más probable que sea evidencia de la cruda superstición de que la religión demanda una ejecución irreflexiva de un ritual de lectura regular. Mientras otros hacen peregrinaciones y realizan penitencias, los evangélicos pasan sus ojos por encima de los capítulos de la Biblia —y podrían hacerlo igual de bien con el libro al revés. En efecto, Spurgeon insistiría en este punto profundamente, argumentando que la mente debe estar más que involucrada de manera indiferente:

La lectura tiene un núcleo, y el mero caparazón vale poco. En la oración existe tal cosa como orando en oración —una oración que es las entrañas de la oración. También en la alabanza hay una alabanza en el canto, un fuego interno de intensa devoción que es la vida del aleluya. Es así con el ayuno: hay un ayuno que no es ayuno, y hay un ayuno interior, un ayuno del alma, que es el alma del ayuno. Así es incluso con la lectura de las Escrituras. Hay una lectura interior, una lectura del núcleo —una lectura viva y verdadera de la Palabra. Esta es el alma de la lectura; y, si no está allí, la lectura es un ejercicio mecánico, y no aprovecha para nada.79

La verdadera lectura de la Biblia requiere un estudio alerta y atento y una profunda reflexión sobre lo que está escrito. Esa es precisamente la razón por la cual, en Su clara y luminosa Palabra, Dios ha puesto tantos pasajes desafiantes y oscuros, para que nuestro apetito por las cosas divinas pueda ser despertado y nuestras mentes obligadas a estar activas. “La meditación y el pensamiento cuidadoso ejercitan y fortalecen el alma para la recepción de las verdades aún más excelsas... Debemos meditar, hermanos. Estas uvas no darán vino hasta que las pisemos”.80

Tal lectura de las Escrituras completamente comprometida debe involucrar la oración. “Es algo grandioso el sentirse motivado a pensar, es algo aún más grandioso ser llevado a orar por haber sido llevado a pensar”.81 Después de todo, la Escritura es la Palabra de Dios inspirada por el Espíritu: la leemos para conocerlo y necesitamos Su ayuda. Tal lectura también debe estar lista para buscar ayuda para una comprensión más profunda.

Algunos, bajo el pretexto de ser enseñados por Espíritu de Dios, se rehúsan a ser instruidos por libros o por hombres vivos. Esto no es honrar al Espíritu de Dios; es una falta de respeto hacia Él, porque si les da a algunos de Sus siervos más luz que a otros —y está claro que lo hace—entonces ellos están obligados a dar esa luz a los demás, y usarla para el bien de la iglesia.82

El segundo punto principal de Spurgeon era que al leer debemos buscar el significado y la intención de la Escritura. Más allá de la simple comprensión, esto implica encontrar instrucción espiritual. Al leer un pasaje histórico, por ejemplo sobre la serpiente de bronce de Moisés (Números 21), aprendemos más que historia: aprendemos sobre la naturaleza de la fe viva. Al leer un pasaje de la Ley, por ejemplo sobre el tabernáculo (Éxodo 25-31), aprendemos sobre la naturaleza de la santidad y la expiación de Dios. Al leer un pasaje lleno de doctrina explícita, buscamos no solo comprenderlo sino ser afectados y alterados por él. Más que entender, tal lectura implica transformación.

He observado con tristeza a algunas personas que son muy ortodoxas, y que pueden repetir su credo muy fácilmente, y sin embargo, el uso principal que hacen de su ortodoxia es sentarse y observar al predicador con el fin de elaborar una acusación contra él... [Ellos] no saben nada sobre las cosas de Dios en su significado real. Nunca las han bebido en sus almas, sino que solo se las llevan a la boca para escupirlas a los demás... Por lo tanto, amado, nunca te sientas satisfecho con un credo correcto, sino desea que se grabe en las tablas de tu corazón.83

Fundamentalmente, la transformación que Spurgeon deseaba para los lectores de la Biblia era que se alejaran del pecado que mata y fueran hacia el Cristo que da vida. Las Escrituras nos atraen para disfrutar de una comunión viva con Jesús, y eso es lo que él llamaba “el alma de la Escritura”. “Si no encuentras a Jesús en las Escrituras, te serán de poca utilidad, ¿porque qué fue lo que nuestro Señor mismo dijo? ‘Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y no queréis venir a mí para que tengáis vida’”84. Por tanto, animaba a aquellos que leían la Biblia con esta oración experiencial, Trinitaria y centrada en Cristo:

Oh, Cristo vivo, haz de esto una palabra viva para mí. Tu palabra es vida, pero no sin el Espíritu Santo. Puedo conocer este Tu libro de principio a fin, y repetirlo todo desde Génesis hasta Apocalipsis, y sin embargo puede ser un libro muerto, y yo puedo ser un alma muerta. Pero, Señor, hazte presente aquí; entonces miraré hacia arriba desde el libro hasta el Señor; del precepto hasta aquel que lo cumplió; de la ley a aquel que la honró; de la amenaza al que la llevo por mí, y de la promesa a Él en quien es “Sí y Amén”.85

Su tercer y último punto era realmente una exhortación simple: la lectura de las Escrituras es provechosa. Vale la pena toda la inversión de tiempo y de energía mental y emocional. Esto es así porque es el medio del Espíritu para impartir vida nueva. “Somos engendrados por la palabra de Dios: es el medio instrumental de la regeneración. Por lo tanto, amen sus Biblias. Manténganse cerca de sus Biblias”.86 Somos inicialmente regenerados y somos continuamente vivificados a la luz del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo Jesús quien nos es mostrado en las Escrituras. Así que, “aférrate a la Escritura. La Escritura no es Cristo, pero es la pista de seda que te llevará a Él”.87

“Te llevará a Él”. Ese era el objetivo de la Biblia, como lo veía Spurgeon. En efecto, era el objetivo de toda su teología.

Spurgeon y la Vida Cristiana

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