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Capítulo 1

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ESA NOCHE iba a ser un completo desastre. Alexa lo sentía.

El baile benéfico anual en favor de la infancia, uno de los acontecimientos más prestigiosos del calendario internacional, empezaría en menos de una hora, y ella no podía estar más nerviosa.

–Ya está aquí, Alteza –murmuró Nasrin, su asistente y devota compañera, cerrando la puerta y avanzando con paso rápido hacia Alexa–. Una de las doncellas me ha confirmado que el príncipe de Santara acaba de entrar en el Palacio de Verano.

Nasrin tomó el peine del antiguo tocador y lo pasó por un largo mechón de pelo oscuro mientras miraba a su señora a través del espejo.

–Es tan emocionante. No puedo creer que vaya a hacerlo.

Alexa tampoco podía creerlo, soltó el aliento que había estado conteniendo al pensar en lo que pretendía hacer.

Era conocida por su frialdad y su imperturbable aplomo en momentos de tensión, pero en esos momentos tenía ganas de vomitar.

El príncipe Rafaele de Santara, el hermano pequeño del rey, acababa de llegar. Había habido rumores de que no asistiría a la fiesta de esa noche, dado que el año anterior había generado un escándalo que había avergonzado al rey, pero al parecer no había nada que detuviese al rebelde príncipe de Santara. Para Alexa eso jugaba a su favor esa noche, así que le parecía bien a pesar de que ella siempre seguía las reglas.

Se preguntó cómo iba a hacerlo. ¿Cómo iba a pedirle a un príncipe con fama de mujeriego que se casase con ella, aunque también fuese una princesa? Porque eso era lo que pretendía hacer, lo que tenía que hacer si quería apaciguar a su padre.

Nasrin y ella habían ideado aquel disparatado plan de proponer un matrimonio falso, o, más bien, un compromiso falso, porque no iba a llegar a boda, dos semanas antes, cuando se había enterado de que su padre quería verla casada lo antes posible.

Había intentado contradecirlo, por supuesto. Le había dicho que no estaba preparada, que necesitaba más tiempo, pero él había negado con la cabeza y le había asegurado que nada de lo que dijera le haría cambiar de opinión. Era la heredera al trono de Berenia, su única heredera, y no descansaría hasta verla casada.

En realidad, le había dado seis meses para que le diese una lista de posibles candidatos, pero Alexa había tenido la esperanza de que se le olvidase el tema. Entonces, una noche, su padre le había advertido que no lo había olvidado, y Nasrin y ella se habían sentado a confabular mientras se tomaban una copa de vino dulce y veían una comedia romántica.

Según Nasrin, el protagonista se parecía al príncipe de Santara, arrogante y muy guapo. Y de ahí había salido la idea. El protagonista de la película no había querido casarse con la heroína, pero al final había triunfado el amor.

Alexa sabía por experiencia propia que el amor no solía triunfar, pero por suerte no era amor lo que le iba a pedir al príncipe.

–Va a ir todo bien, princesa Alexa. Accederá –murmuró Nasrin, dándose cuenta de lo nerviosa que estaba Alexa–. Y entonces tendrá todo lo que su corazón desea.

¿Todo lo que su corazón deseaba?

Lo que más deseaba Alexa era poder elegir con tiempo a su futuro marido, y que su hermano mayor siguiese vivo.

Sol había sido el verdadero heredero al trono de Berenia, pero su trágica muerte tres años antes había hecho que la responsabilidad recayese sobre ella. No obstante, todavía no se sentía preparada, y tenía la duda de si su padre no pensaría lo mismo que ella, en especial, después de haber tomado una decisión equivocada con diecisiete años. Tal vez aquel fuese el motivo por el que estaba insistiendo tanto en que se casase cuanto antes.

Y también para hacer olvidar al pueblo la vergüenza que se seguía cerniendo sobre ella después de que el rey de Santara hubiese roto abruptamente su compromiso matrimonial un año antes para casarse, poco después, con otra mujer, ni más ni menos que una extranjera. Esto había despertado antiguas animadversiones entre sus naciones y había dado al BLF, Frente de Liberación Berenio, la excusa perfecta para retomar las hostilidades con Santara.

Su breve y fallido compromiso con el rey Jaeger tampoco había sido por amor, pero Alexa se había sentido fatal al verse rechazada por él porque sí que era un hombre que le había gustado. De hecho, se había enamorado de él cuando este había acudido a ayudarla en su primera aparición oficial junto a su padre, con tan solo trece años, cuando a Alexa se le había caído una jarra entera de zumo de arándanos sobre el bonito vestido blanco. Ella se había quedado inmóvil mientras el pegajoso líquido corría por su piel y el recién coronado rey de Santara la había cubierto con su chaqueta y le había susurrado al oído que todo iba a ir bien.

Avergonzada, Alexa había enterrado el sonrojado rostro en su pecho y había permitido que el rey de Santara la sacase de la habitación sin que nadie se diese cuenta de lo ocurrido. Le había pedido a un sirviente que llamase a la asistente de Alexa y después había vuelto a la fiesta. Alexa no había vuelto a beber zumo de arándanos desde entonces, ni había olvidado la amabilidad del rey. Con los años, había pensado que era el hombre de sus sueños: bueno, leal, compasivo y fuerte.

Su hermano, sin embargo, no podía ser más diferente, solo pensaba en pasarlo bien.

–Ha hecho bien recogiéndose el pelo –le dijo Nasrin mientras le hacía la última trenza–. Permite ver los detalles de la espalda del vestido.

–¿No es demasiado atrevido? –le preguntó Alexa, girándose en el taburete para verse mejor.

Había escogido aquel vestido con los hombros al descubierto, color nude, para intentar llamar la atención, pero lo cierto era que no estaba acostumbrada a llevar prendas tan reveladoras.

–En absoluto. Es perfecto.

Alexa se estudió en el espejo y pensó que lo que sería perfecto era tener el problema que la esperaba ya resuelto.

–¿Y estás segura de que el príncipe de Santara no quiere casarse? –le preguntó a Nasrin, mostrando ligeramente sus nervios.

Uno de los motivos por el que aquel príncipe era perfecto era que no se quería casar. Así pues, su unión no sería permanente y Alexa podría hacer las cosas a su manera.

–Completamente –le respondió su asistente–. Se le ha oído decir que no pretende casarse. Aunque las mujeres se lanzan a sus pies con la esperanza de hacerle cambiar de opinión.

¿Por qué estaba tan preocupada?

Probablemente, porque, gracias a las estrictas normas de su padre y a su ineptitud con los hombres, no sabía cómo atraer la atención de un hombre como el príncipe. Con diecisiete años había creído gustar mucho a un hombre, Stefano, pero en realidad este solo había querido aprovecharse de su ingenuidad. Aquel error había hecho que se volviese insegura y que se centrase en sus estudios de administración de empresas, en sus obligaciones con la corona y en nada más.

Aunque en realidad no quería atraer al príncipe Rafaele. No, solo quería que formase parte de un plan que también le serviría a él para que sus dos naciones volviesen a mantener relaciones cordiales. Un plan que le había parecido mucho más sencillo cuando se le había ocurrido que en esos momentos.

No obstante, intentó mantenerse positiva, se puso los tacones y se pasó las manos por el vestido hecho a medida, que la hacía sentirse elegante y desnuda al mismo tiempo, lo que, según su exuberante asistente, era el objetivo del diseño.

–Se sentirá sensual y atractiva –le había asegurado Nasrin al ver el vestido–. Y todos los hombres la desearán.

En esos momentos no se sentía sensual ni atractiva, y no quería que todos los hombres la mirasen. Ya la ponía lo suficientemente nerviosa pensar que iba a mirarla un hombre en concreto.

Tomó el dosier sobre el príncipe Rafaele que Nasrin había preparado la semana anterior y lo hojeó. Era un hombre bastante rico, que poseía numerosas salas de fiestas y bares por toda Europa.

Se estremeció al mirar una fotografía del príncipe con el pecho descubierto, navegando en un yate, vestido solo con unos pantalones blancos, con el pelo largo y moreno al viento, su ancho pecho bronceado, sonriendo a la cámara y clavando en ella sus brillantes ojos azules.

El pie de foto decía: El príncipe rebelde en busca de sol, diversión y aventuras.

–Es guapo, ¿verdad? –comentó Nasrin, mirando la fotografía y después a Alexa–. Está preciosa, Alteza. El príncipe no podrá resistirse.

Alexa apreciaba el optimismo de Nasrin, pero sabía que a los hombres no les costaba ningún esfuerzo resistirse a ella.

–Es más probable que se ría en mi cara –respondió, cerrando el dosier–. Y si de verdad se niega a casarse, tal vez ni siquiera acceda a un compromiso.

–Pero usted tiene un as bajo la manga. Si accede, nuestras naciones volverán a llevarse bien. Así que seguro que aceptará. Además, el compromiso será temporal. Salvo que… se enamoren.

Alexa sacudió la cabeza. Nasrin era una romántica y a pesar de que Alexa también lo había sido en el pasado, las decepciones del pasado la habían llevado a dejar de soñar.

La dignidad era más importante que el amor. Lo mismo que la autoestima y la objetividad. Así que no iba a imaginarse que el príncipe de Santana iba a enamorarse de ella.

–Eso es tan probable como que la luna se tiña de azul –comentó en tono seco.

–Si lo desea con la suficiente fuerza, Alteza, conseguirá lo que quiera.

Alexa sabía que eso tampoco era así.

–Por suerte, no quiero el amor del príncipe, solo su cooperación.

–Pues a por ella –la alentó Nasrin sonriendo.

Alexa le devolvió la sonrisa. Nasrin había sido un regalo tras la muerte de Sol. Le había organizado la vida y la había ayudado a volver a sonreír en un momento sombrío y triste.

No le molestaba ser la futura reina de Berenia porque amaba su país y a sus ciudadanos, y quería hacerlo lo mejor posible en nombre de Sol. También quería que su padre se sintiese orgulloso de ella. Y lo conseguiría si el príncipe colaboraba. Ayudaría a que Berenia y Santara retomasen las relaciones y, al mismo tiempo, podría encontrar la manera de lograr un matrimonio que no solo complaciese a su padre, sino también a ella.

Sin embargo, si el príncipe la rechazaba tendría que buscar a otro. Porque la alternativa: casarse con el hombre que quería su padre, le resultaba insoportable.

Rafe miró a su alrededor en el salón de baile del Palacio de Verano de Santara, un lugar en el que había pasado muchos años formándose, con emociones encontradas. Intentaba no ir mucho por allí, no solo porque no tenía buenos recuerdos, sino porque cuando se había marchado de Santara, siendo todavía adolescente, había cortado todos los vínculos con aquella nación.

Y no se arrepentía de ello. No echaba de menos su vida allí. No echaba de menos que el sol brillase abrasadoramente durante casi todo el año, ni la interminable lista de obligaciones que le había puesto su padre como segundo heredero al trono de Santara. El hijo menos importante cuya necesidad de vivir su propia vida nunca había sido entendida por el rey.

–Tienes suerte de haber nacido príncipe –le había dicho con frecuencia su padre–. Si no, no valdrías nada.

Su padre había sido un hombre duro e intolerante, que nunca había consentido que le llevasen la contraria.

Rafe había aprendido a no preocuparse, a desconectar de su padre. Y a pesar, o, tal vez, gracias a la convicción de su padre de que no sería nadie en la vida, había conseguido tener éxito.

Se había liberado de las obligaciones de su título y había vivido la vida con sus propias reglas. Aunque su padre no había estado ahí para verlo. Su muerte, cuando él tenía dieciocho años, había sido una liberación. O quizás hubiese sido su hermano el que lo había liberado al asumir la corona con diecinueve años y darle permiso para desplegar las alas.

Por aquel entonces, Rafe acababa de volver de estudiar en Estados Unidos y no había sido capaz de reconocer el esfuerzo que su hermano había hecho por él, asumiendo solo todas las obligaciones sin pedirle nada a él.

Con el tiempo, habían ido perdiendo la estrecha relación que habían tenido de niños y en esos momentos Rafe no sabía cómo salvar aquella distancia sin perderse en el proceso. No obstante, sabía que debía estarle agradecido a Jag, aunque su hermano no pensase lo mismo.

Decidió dejar de pensar en aquello y se dijo que aquel era el motivo por el que no le gustaba volver a casa. Los recuerdos, la sensación de opresión y pesadez, no formaban parte de su vida en esos momentos. Una vida basada en el placer, la belleza y la libertad. Una vida que transcurría sobre todo en Inglaterra, donde había compaginado sus estudios en Cambridge con su primera inversión en tecnología para después comprar su primer bar y club nocturno. Había quien decía que tenía buena mano, una capacidad innata para hacer lo que su clientela quería y transformar cualquier local en el lugar de moda de la ciudad.

Lo que, con frecuencia, también lo convertía a él en el hombre de moda de la ciudad y hacía que muchas mujeres intentasen hacer que cambiase su estado de soltería, cosa que no tenía intención de hacer. Jamás. Su experiencia le decía que el factor novedad pasaba y, además, tenía el ejemplo del tumultuoso matrimonio de sus padres para pensar que esta no era una institución en la que quisiese participar.

Era mucho mejor divertirse mientras durase y después pasar página sin hacer daño a nadie. Y si la prensa rosa quería ponerlo de príncipe mujeriego, le daba igual.

Jag no lo entendía.

Y seguía enfadado con lo ocurrido el año anterior con la heredera francesa. Rafe no había tardado en aburrirse de aquella fiesta y se la había llevado a su jacuzzi, del que ella había puesto fotografías en las redes sociales, con él. Si Rafe hubiese sabido que su hermano estaba en importantes negociaciones con el padre de la chica, le habría pedido que dejase su teléfono fuera de la habitación.

Por ese motivo, le había prometido a Jag que esa noche se portaría bien. Algo injusto, teniendo en cuenta que últimamente siempre se portaba bien.

Vio a su hermana avanzando hacia él entre los grupos de invitados perfectamente ataviados para la ocasión.

–¿Has desplumado a un avestruz? –bromeó Rafe mirando las coloridas plumas de su falda.

–Muy gracioso –le respondió Milena–, pero a mí me encanta el vestido y todas las plumas son de las que se les han caído a los animales. ¿Por eso sonreías así hace un momento, como si no estuvieses tramando nada bueno?

–Me estaba acordando de una heredera francesa a la que conocí en este mismo lugar el año pasado.

–Por favor –comentó Milena, poniendo los ojos en blanco–, que no te oiga Jag mencionar el tema.

–Tiene que relajarse. Al final consiguió cerrar el trato con su padre, así que todos salimos ganando.

–Pero no fue gracias a ti –replicó ella–. ¿Cuándo vas a empezar a salir con mujeres a las que respetes y vas a…?

–No lo digas –se estremeció Rafe–. En cualquier caso, le he prometido a nuestro hermano que esta noche me portaría bien, así que no te preocupes.

Sonrió de oreja a oreja a su hermana a pesar de que eso no la tranquilizaría. Tenía seis años menos que él, solo veinticuatro, pero lo conocía muy bien.

–Eso me preocupa todavía más –admitió Milena–. Y, hablando de Jag, tendrías que echarle una mano. Tiene demasiadas responsabilidades él solo.

–¿Como por ejemplo?

–El tema de Berenia.

–¿Todavía? –preguntó Rafe, arqueando una ceja.

–Oh, ahí está Jag, buscándonos. De hecho, yo había venido a buscarte a ti para hacernos las fotos oficiales.

–Vamos –dijo Rafe en tono divertido.

Sonreiría y asentiría a su hermano para que este no tuviese de qué quejarse al final de la noche. Y, al día siguiente, volvería a su vida normal.

–Rafa –lo saludó Jag en tono tenso–. No sabía si podrías venir este año.

–Nunca me lo pierdo, sobre todo, si también asiste alguna heredera francesa.

–¡Rafa! –lo reprendió Milena–. Lo has prometido.

Él se echó a reír.

–No te preocupes, Jag sabe que es solo una broma.

–Jag tiene la esperanza de que sea una broma –murmuró su hermano–. Que te dedicases a fastidiar a nuestro padre en el pasado no significa que tengas que seguir haciéndolo conmigo.

–No tengo esa intención –le respondió Rafe sonriendo–. He oído que tienes problemas con Berenia.

–Ni me hables del tema. No hay personas más testarudas en el mundo.

Un fotógrafo se detuvo delante de ellos.

–Es probable que la iluminación sea mejor en la última columna, Majestad. ¿Le importa que nos movamos en esa dirección?

–En absoluto –le contestó Jag.

Miró a su alrededor entre la multitud, sonrió e hizo un gesto con el dedo índice para llamar a alguien. Rafe siguió su mirada y vio a la esposa de Jag, que estaba embarazada y muy guapa.

Cuando esta llegó junto a Jag, Rafe tuvo la sensación de que la pareja pensaba que estaba sola en la habitación. Se preguntó cómo sería querer tanto a alguien, pero decidió que no quería saberlo.

–Buenas noches, Majestad –le dijo Rafe a su nueva reina–. Estás tan bella como siempre.

Tomó su mano y se la llevó a los labios.

–Si te cansas del estirado de mi hermano…

–Rafa… –le advirtió Jag.

La reina Regan se echó a reír y agarró a su hermano del brazo.

–Eres un demonio, Rafaele –comentó sonriendo–. No pienses que es fácil conseguir que una mujer embarazada se ruborice. ¿Dónde está tu acompañante? Tengo entendido que estás saliendo con una modelo española. ¿Cómo se llama?

–Estela, pero, por desgracia, teníamos distintas prioridades y hemos roto.

–Te veo muy abatido –dijo Regan, arqueando una ceja–. ¿Puedo saber cuáles son esas prioridades?

–Si habéis terminado ya de coquetear –los interrumpió Jag–, el fotógrafo nos está esperando.

–Lo siento –se disculpó Regan–, pero soy una mujer casada y me gusta que Rafaele me cuente sus interesantes aventuras.

–Luego te contaré yo una historia interesante –le prometió Jag–. Por el momento, sonríe e imagínatela.

–No sé qué tienen estos dos, pero yo no lo quiero –murmuró Rafe mientras se colocaba al lado de su hermana.

–Se llama amor –le contestó esta–. Y yo estoy desando vivirlo.

–No te enamores de nadie sin que yo le dé el visto bueno antes –le advirtió Rafe.

–Seguro. Eres igual que Jag. No sabéis cuánto os parecéis.

Rafe pensó que estaba equivocada, pero no protestó. En su lugar, sonrió y pellizcó a su hermana en el costado justo en el momento en el que el fotógrafo hacía la instantánea. Milena le respondió con una patada y ambos compitieron por ver quién hacía reaccionar antes al otro.

Dos horas después, aburrido, Rafe ya estaba pensando en subirse al jacuzzi solo cuando la vio. Era impresionante, con el pelo moreno, la piel suave color caramelo y un perfil elegante. Sus delicadas facciones se veían complementadas por un cuerpo esbelto y unas piernas muy largas.

Supo, sin haber hablado con ella, que sus cuerpos encajarían bien. Y se sintió intrigado por el color de sus ojos y el sabor de sus labios. Quiso sentir el calor de su piel y devorarla con la mirada mientras le quitaba lentamente aquel vestido por primera vez.

Ella se giró, como si lo hubiese sentido, y sus miradas se cruzaron.

Rafe la vio ruborizarse y sonrió.

Porque sabía que esa noche serían amantes. Esa noche, y la siguiente. Solo esperaba que no fuese de esas mujeres a las que les gustaba hacerse las duras, aunque eso solo haría que le interesase más, aunque eso era difícil, porque aquella mujer no habría podido interesarle más ni aunque hubiese querido.

Desierto de tentaciones

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