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Capítulo 1

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DARLA en adopción? —repitió Claire consternada—. ¿Quieres que deje a Melanie en manos de extraños?

Allí estaba Claire en medio de su pequeño y destartalado apartamento. Se dirigía a su tía como si estuviera tratando con el diablo.

Lo cierto es que le costaba creer que aquello estuviese pasando de verdad. En las últimas tres semanas la tragedia se había cebado con su vida de forma verdaderamente insistente.

Y ahora esto.

—Voy a hacer como si no hubiera oído tus palabras, tía Laura —dijo Claire, sosteniendo a un bebé en sus brazos y estrechándolo aún más contra su pecho.

—No, tú vas a hacerme caso —repuso la tía con decisión—. ¿Crees de verdad que te propondría esta solución si pudieras hacerte cargo de la niña?

—¡Por supuesto que puedo hacerme cargo de ella! —exclamó Claire airadamente.

Laura llevaba un traje de chaqueta gris que le sentaba impecablemente. Tenía el cabello rubio recogido de modo elegante e iba discretamente maquillada. Parecía querer hacer hincapié en sus palabras mirando a su alrededor.

—Por Dios, lo único que te he pedido es que me ayudes a pagar el alquiler —adujo Claire.

Se sentía como un gato callejero pidiéndole limosna a una reina.

—Y a veces hay que ser cruel para ser de utilidad —murmuró Laura a la defensiva—. Eso significa que tengo que ser despiadada para que abras bien los ojos.

Como Claire se imaginaba, le estaba diciendo de manera elegante que no pensaba soltar ni un duro. En fin, la tía Laura nunca había sido conocida por su generosidad.

—¡Melanie ni siquiera es tu hija! —exclamó la tía.

—Pero es mi hermana —sostuvo Claire enfadada—. ¿Cómo pretendes separarla de mí?

Aquello había sido un auténtico sollozo. ¡Había soportado demasiadas preocupaciones y disgustos durante los últimos seis meses!

—Tu hermanastra —la corrigió Laura—. Ni siquiera conoces al padre.

La tía miró con verdadero desprecio a la pequeña de tono oliváceo y cabellos oscuros.

—¿Y eso qué más da? —preguntó Claire con los ojos azules llenos de indignación.

De acuerdo, su madre había tenido una aventura con un camarero español, ¿y qué? Al menos había sido capaz de atraer a un hombre, cosa que con su padre no había logrado.

—Por nuestras venas corre la misma sangre —prosiguió Claire.

¡Lo malo era que con la tía Laura ocurría lo mismo!

Pero casi nunca se notaba. La madre de Claire siempre decía que su hermana no tenía corazón. Era fuerte y dura. Y eso lo plasmaba en su trabajo. Estaba consagrada exclusivamente a su carrera profesional como alta ejecutiva de uno de los bancos más importantes de Europa.

Antes que pedirle ayuda, Claire tenía que haber encontrado otra solución a sus quebraderos de cabeza.

Para la tía Laura aquello no suponía más que una rémora para los años venideros. Por eso, ella, que había sacrificado amor e hijos por su carrera, le había dicho a su única sobrina que se deshiciera del bebé.

A Claire le dieron náuseas.

—¡Maldita sea, solo tienes veintiún años! —exclamó Laura, impaciente—. Has dejado la Universidad y ni siquiera tienes trabajo. No tienes con qué vivir y menos aún con un bebé a tu cargo. Y ahora me vienes con que no tienes para pagar el alquiler.

—Pronto encontraré un trabajo, estoy segura —aseguró Claire orgullosa.

—¿Qué tipo de trabajo? —la desafió su tía—. ¿Sirviendo mesas en un restaurante como el padre de la niña? ¿Fregando suelos? Si prefieres ser la criada de otros en vez de acabar la carrera y ser lo que tu madre quería que fueses… ¿Y quién va a cuidar a Melanie mientras estés fregando suelos? Una niñera por horas resulta excesivamente cara. Después de todo, la herencia de tu madre apenas dio para su entierro.

Aquellas palabras fueron el colmo.

—Seguro que tengo derecho a recibir asistencia por parte del Estado —gritó de pronto Claire.

—Oh, claro —respondió la tía—. Los días en que el Estado lo pagaba todo han pasado a la historia. Y Melanie también tiene derecho a crecer en un ambiente que le permita todo lo que pueda estar a su alcance. O es que crees que te va a estar muy agradecida de vivir pobremente.

Tras la brutalidad del discurso, Claire se tambaleó llena de confusión.

¿Sería mejor para Melanie mantenerse alejada de su hermana? Claire intentó ponerse en el lugar de la pequeña.

Puede que su tía tuviera razón: Melanie podría recriminarle algún día el tipo de vida que le había inducido a llevar.

Silenciosamente, se dirigió hacia la cuna y allí depositó a la criatura. Claire había adelgazado mucho; los vaqueros y la camisa de algodón que llevaba le estaban grandes. Sin embargo, hacía un par de meses tenía un aspecto de lo más saludable.

Pero hacía un par de meses, Melanie no había nacido aún. Y la madre de Claire, estaba todavía viva, expectante ante el nacimiento de su futura hija. Se iba a tratar del comienzo de una nueva etapa que pondría fin a un triste pasado.

Tan solo hacía tres años, Claire era la hija única de unos padres que estaban completamente locos por ella.

Luego, su padre se quitó la vida al comprobar que su negocio había quebrado, dejando a su familia con lo puesto. Para pagar sus deudas, su viuda tuvo que vender la casa, los muebles, incluso hasta parte de su ropa. En Londres vivían en Holland Park. Y tuvieron que abandonar aquella zona residencial para instalarse en un piso alquilado del East End.

Victoria Stenson no se había recuperado después de que el que fuera su esposo durante veinte años se suicidara, dejándola en la miseria. Para colmo, había perdido a la mayoría de sus amistades. Claire había tenido que abandonar el colegio privado al que asistía. De hecho, tuvo que terminar el último curso de educación secundaria en un instituto público. Ella también se quedó sin buena parte de sus amigos.

Aquellas circunstancias contribuyeron a que Victoria Stenson sintiera por momentos una gran amargura y desilusión. Se vio obligada a ponerse a trabajar. Lo cual, teniendo en cuenta que se había pasado la vida entre algodones, no resultó demasiado fácil. Aunque pareciera raro, fue la propia tía Laura quien le consiguió el empleo. Se trataba de un puesto de dependienta y asesora de imagen de unos almacenes de lujo. Su estilo innato y su exquisito sentido de la estética bien le valieron para ello.

En aquella nueva situación, Victoria Stenson demostró ser una señora con clase. Era una mujer alta y esbelta, de cabello rubio que a sus cuarenta y dos años demostró ser una excelente vendedora.

Por eso, cuando su jefa, que se había puesto enferma, tuvo que ir de viaje de negocios a Madrid no dudó en enviar a Victoria. Una vez en la capital española tendría que entrevistarse con varios proveedores del sector de la moda.

Lo demás era historia. Cuando ella volvió a casa, Claire no podía creerse el cambio que se había operado en ella. Tenía aspecto de ser feliz y de estar en paz consigo misma. Un par de semanas después ya sabía la razón.

—Estoy embarazada —le había anunciado su madre.

Y ocho meses después nació la pequeña Melanie. Era menuda, de piel morena y tenía los cabellos negros.

La diferencia entre los suyos y los de su madre y Claire que eran tan pálidos, era realmente cómica. Sin embargo, ambas se enamoraron del bebé a primera vista.

Enseguida, se llevaron a Melanie al apartamento de dos habitaciones, cocina empotrada y un único cuarto de baño. Un par de semanas después, Victoria volvió al trabajo. Era el mes de agosto y Claire estaba de vacaciones en la Universidad; por eso era ella quien se ocupaba del bebé. Ya se encargarían de encontrar a un canguro más adelante. De momento, estaban disfrutando de lo bella que era la vida.

Pero la tragedia se cernió de nuevo sobre sus vidas. Victoria Stenson sufrió una hemorragia muy grave de la que no se recuperaría. Claire se quedó no solo completamente conmocionada, sino sin medios económicos.

En el exterior, sonó el claxon de un coche. La tía Laura consultó su reloj y frunció el ceño.

—Tengo que marcharme —dijo ella—. Santo cielo, ¿no puedes dejar a esa niña quieta y escucharme un rato?

Como quejándose de su reproche, la niña lanzó un gemido. Claire le acarició instintivamente la mejilla sonrosada y una ola de cariño la inundó por completo.

Aquello no era justo. No podía ser justo que le ocurrieran tantas tragedias. Quería conservar a Melanie. Quería que su madre estuviese de nuevo con ella. Y su padre también. Ojalá que su vida volviera a ser como cuando era más joven.

—¿Qué opciones tengo? —preguntó Claire al borde de las lágrimas.

A su espalda, la tía sonrió pensando que por fin estaba entrando en razón.

—Existen listas de espera llenas de padres que te estarían muy agradecidos si tú…

—¡No quiero que nadie me agradezca nada! —exclamó Claire, fulminándola con la mirada.

—No —contestó Laura, comprendiendo que era mejor cambiar de estrategia—. Es gente que quiere darle un hogar a la niña. Una familia que la colmará de cariño, seguridad y todo lo que eso implica.

«Pero yo no tendría lugar en esa vida», pensó Claire llena de desolación. Trató de imaginarse unos brazos extraños que acunasen, alimentasen y quisiesen a su hermana.

Claire sintió que le invadía la desesperación y a continuación se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Se puede hacer de forma muy discreta —continuó la tía Laura—. Algunas agencias privadas solo aceptan a lo mejor de la sociedad. Sería el tipo de familia que le daría a Melanie todo lo necesario para hacerla feliz el resto de su vida. Vale la pena planteárselo, al menos en beneficio de la niña.

En beneficio de la niña…, la astuta ejecutiva del mayor banco europeo estaba jugando su baza.

—Podrías volver a la Universidad y terminar la carrera —prosiguió Laura—. Estaría dispuesta a ayudarte para ello, pero no para esto.

Y la tía dirigió una mirada por el apartamento destartalado.

—No permitiré que destroces dos vidas, cuando las dos os merecéis mucho más… —siguió diciendo la ejecutiva.

—Pensaré en ello —murmuró Claire.

Pero nada más pronunciar esas palabras notó como se le desgarraba el corazón.

—Está bien —respondió la tía—. Mientras tanto, me pondré en contacto con varias agencias…

El claxon del coche sonó otra vez, interrumpiéndola. Laura miró a su sobrina y se impacientó viendo la desolación que se revelaba ya en su rostro. Abrió el bolso y sacó una billetera de piel.

—Mira, te dejo esto —dijo ella poniendo un fajo de billetes sobre el brazo del sofá—. Te resultará útil hasta que nos volvamos a ver dentro de dos días. Espero que para entonces, hayas tomado una decisión.

—Gracias —repuso Claire, mirando el dinero.

Sin embargo, las dos sabían que no estaba siendo sincera.

—Claire, trata de pensar con la cabeza y no con el corazón —le sugirió Laura, al despedirse.

Por fin, la tía salió del apartamento, dejando a Claire atónita ante la cantidad de dinero que le había dejado.

Eran las monedas de Judas. Un escalofrío recorrió la espalda de la joven. Porque eso era lo que significaba el dinero: el precio de la traición a nuestros seres queridos.

Con el corazón latiéndole dolorosamente, Claire extendió y alcanzó el manojo de billetes. Trató de averiguar a cuánto ascendía la traición en aquellos momentos.

Pero no había terminado de contar los billetes cuando cayó al suelo algo que la hizo abrir la puerta de inmediato.

El apartamento estaba en el primer piso. Se lanzó escaleras abajo y atravesó el portal. Soltó un par de juramentos que habrían hecho sonrojar a su madre de estar viva. Claire iba persiguiendo a la tía Laura con el fajo de billetes y una tarjeta de crédito oro apretados en el puño de la mano.

Al salir a la calle, notó como el viento frío del norte le azotaba la cara. Solo llevaba la blusa y por eso tenía frío, pero se quedó mirando por donde se había ido su tía.

Se trataba de una calle estrecha pero con mucho tráfico. Las casas eran de estilo victoriano y en sus días de apogeo fueron sin duda muy elegantes. Pero ahora, se habían convertido en viviendas compartidas por varios inquilinos.

Había coches aparcados en ambas aceras. Eran viejos y baratos y definían perfectamente a sus propietarios. Por eso, el lujoso automóvil de la tía Laura destacaba tanto. Estaba a punto de arrancar, justo enfrente de Claire.

—¡Tía Laura! —exclamó ella, tratando de captar su atención.

Pero el viento acalló su voz y, a continuación, la tía entró en el coche y este aceleró.

Sin pensarlo dos veces, Claire se abalanzó sobre el automóvil para interceptarlo antes de que fuera demasiado tarde.

Lo que ocurrió luego pasó tan deprisa que todo quedó sumido en un mar de ruido y confusión. Claire fue consciente del sonido de un insistente claxon, situación que recordaría hasta el último día de su vida. Del mismo modo que recordaría la camioneta que se lanzó contra ella sin lograr frenar a tiempo.

Sonó un frenazo y luego se esparció un olor a neumáticos chamuscados por todas partes. La gente que pasaba por allí comenzó a gritar para advertirla de lo que ocurriría a continuación.

Notó un porrazo, pero no sintió dolor en absoluto.

Inmediatamente después, se vio tumbada en el suelo y un desconocido se inclinó sobre ella. Mientras tanto, por detrás alguien balbuceaba algo de modo insistentemente.

—Se tiró encima de la camioneta —decía otro hombre—. No pude hacer otra cosa. Se tiró encima de mí…

¿Acaso se refería a ella? Claire se quedó desconcertada.

—No se mueva —le ordenó una voz pausada.

Claire detectó un acento extranjero, notó su tono aterciopelado y sonrió.

—De acuerdo —accedió ella.

Parecía tan fácil. Seguía sin sentir dolor. Solo tenía la sensación de estar flotando.

—¿Voy a morir? —preguntó Claire con curiosidad.

—No, mientras yo esté aquí para evitarlo —contestó el extraño.

De nuevo, ella sonrió. ¡Qué arrogante era aquel tipo! De pronto, Claire notó como le ponía la mano sobre su hombro, mientras le pasaba la otra por el resto del cuerpo, como si tuviera perfecto derecho a hacerlo.

—Me duele el pecho —confesó ella, tratando de calmarse a sí misma.

Pero él no pareció entenderla.

—¿Alguien ha llamado a una ambulancia? —gritó el hombre.

Claire no sabía a quien se dirigía pero tampoco le importaba mucho. De pronto, oyó unos pasos apresurados.

—Lo he visto —adujo la voz, sin aliento—. No puedo creer que se haya tirado al coche de ese modo.

Era su tía. Claire se sumió en el desconsuelo.

—¿Le duele? —preguntó el hombre con preocupación.

Le estaba tocando la muñeca derecha y sí, le dolía mucho.

Vio unas deportivas italianas y oyó la voz de su tía.

—¿Qué diablos te ha hecho abalanzarte así contra mi coche?

Claire levantó la muñeca herida y abrió los dedos con esfuerzo. En su mano se encontraban no solo un montón de billetes sino también la tarjeta de crédito.

—Te dejaste esto —explicó ella—. Pensé que podrías necesitarlo…

Durante unos instantes se hizo el silencio mientras todos miraban la tarjeta.

—¿Conoce a esta chica? —le preguntó incisivamente el desconocido a Laura—. ¿Es la sobrina a la que ha ido a visitar esta mañana?

—Sí —asintió Laura Cavell con tan mala gana, que Claire no pudo evitar una mueca de dolor.

¿Cómo podía avergonzarse de un miembro de su familia? La joven se sintió desolada, pero aún así le alivió ver que ya no era el centro de la atención.

—Mire, señor Markopoulou —dijo con cierta ansiedad Laura, cosa poco frecuente en ella—. Si quiere dejar la cuestión en mis manos todavía puede alcanzar el vuelo con destino a Madrid.

Fue entonces cuando Claire fue consciente de que el desconocido alto y moreno no era otro que el jefe de la tía Laura. Se trataba de un magnate de gran relevancia. No era algo casual, que la tía Laura se hubiera puesto nerviosa.

—Creí que le había dicho que no se moviera —le reprendió el hombre a Claire.

—Estoy bien, de verdad… —mintió ella—. No hay motivo para que pierda usted su avión. Me voy a poner de pie ahora mismo.

—Más vale que se quede donde está hasta que venga la ambulancia y vean lo que le pasa.

Claire no tenía la mínima intención de ir al hospital. Entonces, la tía Laura se encargaría de librarse de Melanie.

—Oh, no… —recordó ella mientras trataba de ponerse de pie.

Había dejado al bebé en el apartamento.

Tenía la cabeza cargada, los hombros rígidos y sentía náuseas.

—¿Dónde cree que va? —le preguntó el desconocido, agachándose.

—Me tengo que ir —murmuró Claire a duras penas.

Dándose cuenta de la gente que se había acercado, dio unos pasos y luego se acordó del dinero y la tarjeta de crédito. Aquello era la causa de todo lo que había ocurrido…

—Toma, es tuya —le dijo a su tía delante de todo el mundo.

Laura recogió el dinero y la tarjeta de crédito, realmente violenta.

Claire dio media vuelta y se dio cuenta de que el desconocido se dirigía a su encuentro.

—Gracias por su ayuda —le comunicó ella y luego comenzó a caminar.

Pero se dio cuenta de que el hombre iba en mangas de camisa.

No llevaba la chaqueta…

Desconcertada, Claire vio que la prenda reposaba en plena calzada.

—Oh, lo siento —exclamó ella, intentando agacharse para recogerla.

Pero el hombre fue más rápido y en un solo movimiento se hizo con ella.

—Lo siento mucho —se excusó Claire una vez más.

Él apenas reparó en ello.

—Así está mejor —afirmó el desconocido, poniéndole la chaqueta a Claire sobre los hombros—. Lo necesita más que yo en estos momentos. Está temblando.

—Pero… —murmuró Claire y después sintió un mareo.

La muñeca le dolía, apenas podía respirar y su cabeza estaba a punto de estallar. De pronto fue consciente del corro de gente que la estaba mirando.

Claire notó que un brazo la tomó por los hombros.

—Vamos —dijo con tranquilidad el jefe de su tía—. Dígame donde vive y la ayudaré a volver a casa.

—No es necesario, de verdad… —se resistió Claire.

—Si lo es, se lo aseguro —insistió el hombre—. No pienso dejarla sola hasta que esté seguro de que la ha visto un médico.

¡Era realmente curioso que el desconocido se tomase tanto interés! A Claire se le llenaron los ojos de lágrimas, sin saber exactamente por qué.

—Pero si ni siquiera fue su coche el que me golpeó —exclamó ella, sollozando y emitiendo una protesta al mismo tiempo.

—No, fue mi camioneta la culpable —repuso una voz masculina—. ¿Está usted segura de que se encuentra bien?

—Sí, de verdad —sostuvo Claire con una leve sonrisa—. Solo estoy un poco aturdida. He sido una estúpida, siento mucho lo ocurrido.

—Está bien —concluyó el conductor de la camioneta, aliviado por poderse marchar sin más complicaciones.

Claire se sintió mareada de nuevo. El brazo que la estaba sosteniendo por los hombros la sujetó con más fuerza.

—Vaya usted delante, señorita Cavell —ordenó el banquero con voz grave.

Callada como una muerta, Laura Cavell caminó hacia el apartamento y se introdujo en él. El magnate y Claire lo hicieron tras ella. La tía iba a detestarla por mostrarle a su jefe una casa en tan malas condiciones

—No tiene por qué tomarse tantas molestias —murmuró Claire incómodamente—. Estoy bien.

—No, no lo está —repuso el hombre—. Tiene la muñeca derecha herida, una brecha en la cabeza que debe ser examinada. Y al respirar jadea, lo que indica que debe tener alguna costilla rota.

Claire cerró los ojos. ¿Cuándo iban a terminar tantas desgracias?

No era cuestión de planteárselo, porque las cosas parecían ir de mal en peor.

Cuando llegaron a su apartamento, Claire, entró primero. Allí estaba la tía Laura, puesta delante del tendedero procurando ocultarlo con verdadero celo. Aquello hizo sonreír a Claire, lo que no ocurría desde hacía varios meses.

Pero su sentido del humor desapareció al comprobar que el jefe de su tía estaba contemplando el desorden del apartamento. Él era un hombre rico y en la calle le esperaba una limusina en la que podía viajar con todo lujo . Llevaba ropa hecha a la medida y no cabía duda de que poseería una serie de residencias, a cual más señorial. Y en esos momentos, aquel hombre se encontraba en la casa más modesta que habría visto en su vida.

Claire se sintió avergonzada. Tampoco sabía muy bien por qué: al fin y al cabo se trataba de un extraño.

Sin embargo, se volvió para observar la expresión de desagrado que reflejaba aquel rostro tan atractivo.

Claire se sintió molesta.

Como para humillarla aún más, del otro lado de la habitación se oyó un suave gorgoteo.

Entonces, Claire se quitó a toda prisa la chaqueta del desconocido y se la tiró bruscamente.

Él se quedó perplejo.

—No tenía por qué haber venido —le gritó ella—. Es más, preferiría que no lo hubiera hecho.

—¡Claire! —exclamó su tía, furiosa.

—Me importa un bledo —sostuvo ella—. Lo único que quiero es que os vayáis de aquí.

Cruzó la habitación y se dirigió hacia donde estaba la cuna de Melanie. La niña estaba durmiendo tranquilamente.

Súbitamente, a Claire le brotaron las lágrimas. Cuando se inclinó para ver al bebé, se dio cuenta de que le dolían la muñeca y las costillas.

Se hizo el silencio. Aún no se habían marchado y ella empezó a notar un temblor acalorado por todo el cuerpo.

—Por favor, váyanse —les rogó.

A continuación, Claire se desmayó.

Puede que el hombre lo viera venir. El caso es que, él la recogió en sus brazos a medida que la cabeza y las piernas de Claire perdían fuerza. Finalmente, se oyó una sirena de ambulancia.

Ella no tuvo certeza de lo que ocurrió a continuación. Solo recordaba el viaje en la ambulancia en compañía del jefe de su tía, que llevaba en sus brazos a Melanie.

La que no estaba era la tía Laura.

—Vendrá más tarde —repuso el desconocido, cuando Claire preguntó por ella—. Tenía que atender unos asuntos urgentes.

Claire frunció el ceño y se preguntó por qué no se ocupaba él de sus propios asuntos urgentes. Pero entonces llegaron al hospital y a ella la llevaron directamente al servicio de rayos-x.

Los médicos le dijeron a Claire que tenía una contusión en las costillas. Sin embargo, el hueso escafoide de la muñeca estaba fracturado y se lo tendrían que escayolar.

—¿Qué ha pasado con Melanie? —preguntó ella cuando vio que el personal médico de la ambulancia desaparecía—. ¿Cómo me las voy a arreglar con el brazo escayolado? ¿Dónde está la tía Laura?

—Si quiere que venga, vendrá —le dijo una voz grave que empezaba a serle muy familiar.

Claire había imaginado que una vez ingresada en el hospital, el jefe de su tía se marcharía. Pero para su sorpresa, pudo comprobar que había permanecido con ella todo el tiempo.

—No —respondió Claire, compulsivamente.

No es que le importara donde estuviese su tía pero tenía que saber qué era de ella y lo que iba a hacer con Melanie.

—No deje que me quite al bebé —le rogó Claire al desconocido.

—Le prometo que eso no ocurrirá —dijo la voz grave.

Eso es lo último que recordó Claire. No supo si el hombre estuvo con ella a partir de entonces.

Cuando ella recuperó la conciencia, se vio en una cama de hospital con el brazo escayolado y un cabestrillo. Comprobó que le habían dejado sueltos el pulgar y los otros dedos. Aún así, Claire sabía perfectamente que no iba a ser capaz de ocuparse de una niña de dos meses.

Y la fractura iba a tardar ocho semanas en soldarse.

Ocho semanas…

Con un profundo suspiro, cerró los ojos y trató de imaginarse que aquello era solo una pesadilla.

—¿Preocupándose de nuevo? —preguntó la voz grave.

La novia del millonario

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