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DON JUAN RUIZ DE ALARCÓN Y MENDOZA

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Este ilustre americano floreció en la época de la dominación española. Por eso España lo cuenta como suyo, y también por la influencia que su talento ejerció en la literatura castellana. El teatro de Alarcón es digno de la patria de Calderón y Tirso de Molina. Hasta hoy no ha producido América un dramaturgo del genio y el alcance de Alarcón.

Nació este inmortal poeta en el virreinato mejicano, si bien se ignora en qué pueblo y en qué día. Alguien ha dicho que Tasco era el pueblo de su naturaleza; pretenden otros que vió la primera luz en la hermosa capital de Méjico. Sea como quiera, lo seguro es que nació antes del año de 1590, pues consta que en 1606 recibió en Méjico el grado de doctor.

No bien terminada su carrera, se embarcó nuestro joven para España, donde estuvo empleado en el Consejo de Indias. Era ya relator de este Consejo en 1624.

Las áridas tareas de su importante destino, el trato cortesano que frecuentó asiduamente, las murmuraciones y las críticas de los que no podían creer en la inspiración de un corcovado, hubieran bastado para que otro cualquiera cortara de raíz su comercio con las musas; pero Alarcón era poeta de veras y no se desalentó por ningún género de burlas ni sarcasmos. Así, pues, enriqueció la dramática española con multitud de piezas que, si por el número dan testimonio de la labor y fecundidad del poeta, por la calidad le ponen al nivel de las grandes figuras literarias.

Las comedias más conocidas de Alarcón son las siguientes:

 Los engaños de un engaño.

 La hechicera.

 Antes que te cases mira lo que haces.

 La culpa busca la pena y el agravio la venganza.

 Dejar dicha por más dicha.

 El tejedor de Segovia.

 Don Domingo de Blas.

 Dar con la misma flor.

 Ganar perdiendo.

 Los dos locos amantes.

 Lo que mucho vale poco cuesta.

 No hay mal que por bien no venga.

 Nunca mucho costó poco.

 Por mejoría.

 Quién engaña más á quién.

 Quien mal anda mal acaba.

 Quien priva aconseje bien.

 Siempre ayuda la verdad.

 La suerte y la industria.

 También las paredes oyen.

Por último, la obra maestra y capital de Alarcón (á juicio de algunos críticos de reconocida autoridad) que es La verdad sospechosa.

Uno de los más notables biógrafos de Alarcón, poeta dramático también y literato eminente[1], escribe lo que copiamos á continuación:

«Corneille, que tradujo en parte y en parte imitó La verdad sospechosa, solía decir que daría dos de sus mejores composiciones por haber inventado el original, que era lo que más le agradaba de cuanto había leído en español. Molière confesaba que La verdad sospechosa, imitada por Corneille, era la obra donde había conocido la verdadera comedia. Voltaire principia el prólogo que puso al Menteur de Corneille, diciendo que los franceses nos deben la primera comedia lo mismo que la primera tragedia que ilustró á Francia. Puibusque llamaba inapreciable tesoro á lo que halló Corneille en la obra de nuestro americano. Adolfo Federico de Schack, á quien debe Alemania dos volúmenes de piezas del Teatro español traducidas, y después una apreciabilísima historia de nuestra literatura dramática, sostiene, después de hacer grandes elogios de Alarcón, que no tiene comedia que no se distinga con ventaja. El autor de Edipo y el de la Oda á la beneficencia, el Curioso Parlante y el cantor de Guzmán el Bueno, han hecho de Alarcón grandes elogios. Los caracteres del maldiciente y el mentiroso, el del cortesano y benévolo Juan de Mendoza, en quien tal vez Alarcón se retrató á sí propio, con su nombre, apellido y fealdad; la Inés en El examen de maridos; El tejedor de Segovia; los protagonistas de Ganar amigos; Los favores del mundo y El dueño de las estrellas; algunas de sus damas, como la Leonor de Mudarse por mejorarse; alguna criada, como la Celia de Las paredes oyen; muchos criados, como el Tello de Todo es ventura, que es realmente el héroe; aquel Domingo de Blas, por cuyo bienhechor egoísmo se podría dar toda la virtud humanitaria de muchos; éstos y otros personajes de Alarcón tienen en sus comedias fisonomía propia, varia y bella; ni se parecen entre sí ni pueden equivocarse con figuras creadas por otros autores. Feliz en la pintura de los caracteres cómicos para castigar en ellos el vicio, como en la invención y desarrollo de los caracteres heroicos para hacer la virtud adorable; rápido en la acción, sobrio en los ornatos poéticos, inferior á Lope en la ternura respecto á los papeles de mujer, á Moreto en viveza cómica, á Tirso en travesura, á Calderón en grandeza y en habilidad para los efectos teatrales, aventaja sin excepción á todos en la variedad y perfección de las figuras, en el tino para manejarlas, en la igualdad del estilo, en el esmero de la versificación, en lo correcto del lenguaje.»

Como se ve, no puede ser más lisonjero el juicio de persona tan autorizada como el ínclito autor de Los amantes de Teruel.

Con más cariño si cabe y con más sentida admiración le juzga Roque Barcia en su Diccionario etimológico.

Muchos escritores y críticos de Méjico y de España le han consagrado artículos y libros, conviniendo todos en el mérito de su teatro.

Luis Eguílaz ha escrito un drama intitulado Alarcón, uno de los mejores que él ha escrito, en el cual figura como protagonista nuestro insigne poeta mejicano.

Pudo Alarcón, sin duda, quejarse de la injusticia de sus contemporáneos; pero la posteridad le ha concedido un desagravio completo. No fué popular en vida, pero pocos lo han sido tanto ni por tanto tiempo cuando ya no existen. Los palaciegos que se mofaban indignamente de sus deformidades meramente físicas, han desaparecido con todas sus bellezas, con todas sus gallardías, con todas sus elegancias, no dejando ni sus nombres, y sí solo el recuerdo de sus deformidades morales. En cambio han dejado de existir y nadie ve las jorobas del contrahecho y mal formado autor de tantas comedias admirables, pero quedan los frutos de su ingenio, se conservan las bellezas de su noble alma, fielmente reproducidas en los hermosos versos que han hecho imperecedero su preclaro nombre.

Las obras de Alarcón han sido coleccionadas por Hartzenbusch para la Biblioteca de Autores españoles de Rivadeneira, y publicadas en el tomo XX de la misma.

El coleccionador y el editor han merecido bien de la literatura castellana.

Sólo falta una estatua que todavía no tiene el autor de La verdad sospechosa, que es de justicia y que se la deben los mejicanos ó los españoles.

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