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RIVADAVIA

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Este gran ciudadano á quien tanto debe la República Argentina, quizá no merezca el pomposo título de grande hombre; pero nadie le negará otro título más envidiable y digno, cual es el de hombre útil. No son tan convenientes para las repúblicas los gigantes y los genios, á quienes ciega ó deslumbra en ocasiones la propia grandeza ó la estrella afortunada, como esos otros que unen la aplicación á la honradez, la constancia en su labor á la energía moral, una modestia digna á las virtudes cívicas de los buenos ciudadanos.

Bernardino Rivadavia fué incansable, activo, laborioso; no cejaba ante las dificultades cuando acometía cualquiera empresa; no vacilaba nunca entre su conciencia y las conveniencias fugitivas de un momento ó de una personalidad, aunque se tratara de la suya propia.

Como todos los hombres radicales, progresistas y reformadores, tuvo por enemigos á cuantos creyeron que su programa político amenazaba intereses, costumbres ó aficiones sancionados por el tiempo, la preocupación ó la rutina; pero hoy se le hace justicia por amigos y adversarios, por federales y unitarios, por nacionales y extranjeros. Todo el mundo reconoce que se le deben grandes beneficios y que él abrió la senda seguida más tarde por los argentinos con rumbo al progreso y á la perfección.

Nacido en el último cuarto del siglo XVIII, no era ciertamente un liberal como son en el día los de las escuelas avanzadas; pero su liberalismo no era menos sólido ni las circunstancias más difíciles lo entibiaron ni lo desmintieron.

Fué educado por un sacerdote, el doctor Marcos Salcedo, y después en el colegio porteño de San Carlos. Joven todavía, fué nombrado teniente de una de las compañías de milicianos que organizó Liniers después del primer ataque frustrado de los ingleses á Buenos Aires. En el segundo ataque se batió con sus gallegos, contribuyendo á rechazar la invasión[2].

Tomó parte en los disturbios que precedieron á la revolución, luchando en favor del general Liniers que era combatido por Alzaga. Sin embargo, su papel fué secundario hasta 1811, época en la cual empezó á tener intervención visible en los sucesos.

Nombrado por entonces ministro de Gobernación, Hacienda y Guerra, desempeñó conjuntamente cargos tan difíciles y pudo salir airoso, aunque combatido simultáneamente por las facciones políticas y por los no domados españoles que abiertamente conspiraban.

En aquella época agitada empezó á demostrar el joven Rivadavia sus dotes de estadista: fundó la libertad comercial, introdujo considerables mejoras en la administración, prohibió la trata de negros y al mismo tiempo deshizo más de un complot contra la seguridad del Estado y la paz pública. Fué derribado, empero, en 1812 por un movimiento que dirigió el doctor Medrano, personaje más conocido como poeta que como político.

En 1814 pasó Rivadavia á Europa, donde prestó servicios á la causa de la independencia y atesoró conocimientos que más tarde le fueron de suma utilidad.

En 1820, de vuelta en Buenos Aires, fué nombrado ministro de Gobierno y supo granjearse las mayores simpatías. Rivadavia estableció el sistema representativo, allí donde solo existía una dictadura revolucionaria; emprendió mejoras materiales, sin descuidar las morales que son la base del bienestar de los pueblos; creó el registro oficial, archivo, policía, casa de expósitos; fundó escuelas, bibliotecas, premios á los estudiantes, sociedades de beneficiencia presididas por señoras; popularizó la enseñanza pública y erigió, por último, la Universidad, decretada por el rey de España en el siglo precedente sin que el decreto hubiera tenido ejecución.

Buenos Aires le debió también dos cosas tan interesantes como el cementerio y la recova.

La Universidad de Buenos Aires, agradecida á su verdadero fundador, concedió á Rivadavia el título de doctor en uso de facultades que tenía para conferir los grados que estimara justos, sin necesidad de pruebas, «á los hombres ilustrados y eminentes»[3]. Esta concesión se hizo algún tiempo más tarde, siendo Rivadavia presidente de la República.

Antes de ocupar tan elevado puesto, hizo otro viaje á Europa con una misión diplomática cerca del gobierno inglés. Al regresar fué elegido presidente (1826).

El período de su presidencia fué notable, como se esperaba. No desmintió el presidente las lisonjeras esperanzas que había hecho concebir. La instrucción progresó considerablemente; se protegió y fomentó la cría de ganados, que tan útil y productiva es para la República Argentina; fundáronse pesquerías como la de Patagones; se buscó en Europa maestros de capacidad que secundaran la benéfica iniciativa del presidente; en los campos se fabricaron iglesias y se fundaron colonias; en fin, se hizo la independencia de Montevideo, á pesar del Brasil. Fué un período fecundo el del doctor Rivadavia. Si después ha adelantado tanto la República Argentina, política, industrial y comercialmente, si ha crecido la población, si han acudido inmigrantes de todas procedencias, si se ha extendido los límites de la República, sometiendo á los salvajes y explorando los desiertos, bien pueden decir los argentinos como en la célebre fábula:

¡Gracias al que nos trajo las gallinas!

Y el que llevó las gallinas fué sin duda Rivadavia, no negando con lo que decimos la gloria que les quepa á sus continuadores.

Á pesar de todo, Rivadavia fué muy combatido y se vió obligado á renunciar el poder.

En 1829 le encontramos en Europa. En 1834, gobernando sus mayores enemigos, tuvo el atrevimiento de volver á Buenos Aires para responder ante los tribunales de ciertas acusaciones que le dirigían. No quisieron juzgarle, pero se le desterró.

Después de residir algún tiempo en Mercedes y más tarde en el Brasil, buscó refugio en España.

Al cabo de tres años de residencia en Cádiz, falleció en 1845.

Fué Rivadavia un ciudadano virtuoso, un político bien intencionado y un patriota exclarecido. Se equivocó tal vez en sus apreciaciones, pero nadie es profeta en este mundo. Sus mismos adversarios han hecho justicia á su rectitud de proceder, reconocen sus talentos y su ilustración, celebran su indomable voluntad, agradecen y aplauden sus servicios...

¿Qué más puede esperar un nombre político de sus conciudadanos que imparcialidad, aplauso y reconocimiento?

¿Qué más puede pedir á la posteridad, si ésta le hace justicia?


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