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MANTENER LA CASA ORDENADA O COMPRARSE UNA NUEVA

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Células, membranas, ADN, ARN, proteínas, lípidos… Otra lista de términos científicos que a primera vista impresiona. Todo en esa retahíla de palabras representa maneras complejas de organizar la materia que forma parte de los seres vivos (moléculas, o grandes conjuntos de ellas).

La célula es la unidad mínima de la vida, su característica más representativa es la membrana que la separa del mundo exterior en un compartimento aislado. Esa membrana está constituida por lípidos, moléculas que generan una barrera viscosa, aunque sólida, que separa la vida de lo inerte. Estas moléculas grasas que generan compartimentos independientes no son suficientes para definir algo como vivo, pues de lo contrario las pompas de jabón estarían vivas. La célula es más que una simple esfera, es una unidad compleja de funcionamiento, es, digámoslo así, como una empresa. Aunque sean pequeñas para el mundo que habitualmente contemplamos con nuestros ojos (hechos de millones de ellas), las células tienen un alto grado de autonomía y un interior repleto de departamentos perfectamente coordinados. Y, por supuesto, cada célula tiene un director general: el ADN.

Los seres vivos estamos compuestos por una o más células. Durante muchos millones de años, en la Tierra solamente hubo vida unicelular, seres semejantes a las bacterias. Poco a poco fueron surgiendo las primeras congregaciones de células que acabarían dando lugar a los seres pluricelulares, como los hongos, las plantas y los animales. La especie humana, concretamente, es un ser pluricelular con unos treinta billones de células en el cuerpo.

Los virus no son parientes de la gran familia que surgió hace cuatro mil millones de años. No pertenecen al linaje del que descendemos, con mayor o menor número de cambios genéticos, todos los seres vivos incluidas las bacterias que viven en aguas fecales, los hongos que le salen al queso, las ortigas urticantes, las serpientes venenosas y los seres humanos.

Los virus no son células, son poco más que fragmentos dispersos de material genético (ADN o ARN) que aparecen y desaparecen de manera puntual en la historia de la vida. Necesitan entrar en una célula para poder replicarse, por eso se discute si están vivos o si son solamente una molécula química con la habilidad biológica de autocopiarse. En cualquier caso, disponen de lo más importante para tener actividad, su ADN (o ARN), el director general, que en el caso de los virus es casi más un estafador que anda suelto buscando una empresa a la que saquear.

El ácido desoxirribonucleico, o ADN, es una molécula, más bien macromolécula porque es muy grande, compuesta de átomos de carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y fósforo en grandes cantidades. Pese a estar constituido por átomos muy comunes en muchas otras moléculas, su forma de ensamblarlos dota al ADN de capacidades únicas. El orden de colocación de las distintas piezas genera mensajes que dictan cómo gestionar el contenido de las células y cómo coordinar la supervivencia de esa compleja empresa. Es decir, la secuencia de ADN recoge un manual de instrucciones para usar la materia en beneficio de las células.

El ADN es un texto lleno de órdenes que indican cómo aprovechar los recursos para la pervivencia de la célula, para que la célula dure el mayor tiempo posible antes de que sus departamentos se vuelvan un caos y colapse como ocurre con las pompas de jabón.

Cabe imaginar que la vida empezó con moléculas, seguramente lípidos, que por la interacción de sus cargas eléctricas se organizaron como una esfera. Pura física y química. Pero para que esa esfera que flotaba en una charca de nuestro planeta pudiese obtener el título de ente vivo o de pre-célula, necesitaba saber replicarse antes de desensamblarse. La habilidad de replicarse o reproducirse es la característica principal de lo vivo. Si el ADN solamente supiese cómo hacer que una esfera perdurase el mayor tiempo posible antes de colapsar, tendríamos un fenómeno fascinante, pero no vida. Sobrevivir es un buen objetivo, pero no es suficiente. Las esferas con membranas no están vivas, las que encierran una molécula que coordina su replicación, sí. Esa molécula es también el ADN, y su función es controlar tanto la supervivencia como la reproducción.

Remontándonos al origen de la vida, podemos imaginar la pre-célula primigenia como una esfera con un pseudo-ADN. No está claro cómo era la molécula original, aunque algunos argumentos apuntan a que no era ADN, sino probablemente otra molécula parecida y de gran transcendencia en nuestra vida, el ARN (ácido ribonucleico). Lo más práctico es que, ante la duda, cuando hablemos de esa incógnita o pseudo-ADN, lo nombremos «AxN». La magia de la vida comenzó cuando el AxN encerrado en la pre-célula adquirió la capacidad de hacer una copia de sí mismo y de otras moléculas acompañantes para generar pre-células nuevas. Así nació la reproducción: copiando el plan secreto de la supervivencia antes de desaparecer; como la abuela que le revela a su nieto su incomparable receta de albóndigas. Así la química pasó a ser vida, viajando en el AxN. Por eso el ADN, su heredero, es la molécula de la vida, sabe cómo gestionar que un proceso no se acabe, y lo hace sin respiro. Todo lo que necesita es tener a mano la materia adecuada para organizarla; con dos fines, primero para resistir y, después, cuando pase el tiempo, para copiarse antes de que finalmente la célula se oxide y muera.

Un día en la vida de un virus

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