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Capítulo 2

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JASON estaba empezando a ponerse un poco nervioso, un estado bastante inusual en él.

Aunque comprensible, decidió mientras entraba por la puerta de atrás de la casa de Emma. No todos los días le pedía uno matrimonio a otra persona, y menos a una mujer de la que no estaba enamorado, con la que nunca había salido y menos acostado. La mayoría de la gente diría que estaba loco. Adele seguro que pensaría eso.

Pensar en la opinión de Adele le motivaba. Todo lo que Adele pensara que era locura, seguramente era lo más cuerdo en este mundo.

Decidido a no cambiar de parecer, Jason cerró la puerta y caminó por el sendero que iba hasta la puerta de atrás de la casa de Emma. Se veía luz a través de las cortinas de las ventanas. También se oía música en alguna parte. Estaba en casa.

Había unos escalones de acceso. Jason puso el pie en el primero, se detuvo, se colocó la corbata y se estiró la chaqueta.

No es que hiciera falta estirarse la chaqueta, porque llevaba un traje de corte italiano, de color gris oscuro que nunca se arrugaba y que le hacía sentirse como si fuera millonario. La corbata era de seda, también gris con rayas de color azul y amarillo. Era moderna y elegante, sin llegar a ser chillona. Incluso se puso algo de la colonia que guardaba para ocasiones especiales.

Jason sabía que esa noche tenía una misión difícil y no quería dejar nada al azar. Quería dar a Emma una imagen atractiva y deseable de sí mismo. Quería demostrarle que él era lo que Dean Ratchitt no podía ser nunca. Quería ofrecerle lo que Dean Ratchitt nunca le había ofrecido. Un matrimonio sólido, seguro, con un hombre que nunca le sería infiel y del que se podría sentir orgullosa.

Respiró hondo y continuó subiendo los escalones, levantó una mano y llamó a la puerta. Los segundos que tardó ella en abrir le hicieron sentir el estómago revuelto. Tendría que haber comido algo antes de ir. Pero no había sido capaz de probar bocado hasta no saber la respuesta de Emma.

Una vocecilla interna le advertía que le iba a rechazar, que ella era una mujer romántica y que no estaba enamorada de él.

La puerta se abrió poco a poco. Un rectángulo de luz iluminó su rostro. Emma se quedó de pie, su rostro en la oscuridad.

–¿Jason? –le preguntó con voz débil. Habían pasado bastantes semanas de visitas a Ivy, antes de que se dirigiera a él por su nombre de pila. Aunque a veces lo seguía llamando doctor Steel. Le alegró de que esa noche no lo llamará de esa manera.

–Hola, Emma –saludó él, sorprendido por su tranquilidad. Tenía el corazón en un puño y el estómago revuelto, pero respondió de forma muy segura.

–¿Puedo entrar un momento?

–¿Entrar? –repitió ella como si no lograra entender lo que le había dicho. No la había ido a ver desde la muerte de su tía. Había ido al funeral, pero había recibido una llamada y se había tenido que ir a una urgencia. Seguro que pensaba que su amistad con él se había acabado cuando murió su tía.

–Es que quiero pedirte una cosa –añadió él.

–Ah, bien –se apartó y le dejó entrar.

Jason la siguió con el ceño fruncido. Parecía estar mejor de lo que había estado el día del funeral, pero todavía estaba muy pálida y delgada. Tenía los pómulos hundidos, con lo que parecía que sus ojos verdes eran más grandes. Llevaba un vestido suelto y el pelo casi no tenía brillo.

Jason echó un vistazo a la cocina. Estaba muy limpia. Posiblemente no había estado comiendo bien desde que murió su tía. El frutero que había en el centro de la mesa estaba vacío, y también el tarro de las galletas. A lo mejor es que no tenía dinero para comida. Los entierros eran muy caros.

¿Se habría gastado todo el dinero que tenían en enterrar a Ivy?

Ojalá se le hubiera ocurrido pensar en eso antes de ir. No debería haberla dejado sola. Tendría que haberle ofrecido ayuda. ¿Qué clase de médico era? ¿Qué clase de amigo? ¿Qué clase de hombre?

Pues la clase de hombre a la que no se le ocurría otra cosa que pedirle a una mujer que se casara con él sólo porque le convenía. Pero no había tenido en cuenta las necesidades de ella. Era un gesto muy arrogante por su parte.

En realidad, no había cambiado tanto. Seguía siendo el mismo egoísta y avaricioso que había sido siempre. ¿Cuándo iba a aprender? ¿Cuándo iba a cambiar? Esperaba conseguirlo algún día.

Sin embargo, estaba decidido a continuar con lo que le había llevado allí esa noche. Decidió que él era un buen partido para una muchacha cuyo estado no era muy boyante.

–¿Quieres que prepare café? –le preguntó con gesto triste. Sin esperar su respuesta, se fue a llenar de agua la cafetera.

No era la primera vez que le había preparado café. Cada vez que había ido a visitar a Ivy se lo había ofrecido. Emma sabía que le gustaba tomarlo en un vaso, con sólo una cucharada de azúcar.

Jason cerró la puerta de entrada y se sentó en la mesa de formica, observándola moverse por la cocina. Se movía de forma muy grácil y elegante.

Una vez más, sintió deseos de acariciarle el cuello, seducirla para calmar su deseo, un deseo tan fuerte como el que había sentido una vez por Adele.

Pero no era Adele, una mujer cuya belleza tenía un toque muy sofisticado. Adele tenía unas piernas muy sensuales, sobre todo cuando llevaba los trajes negros que se ponía para ir a trabajar.

Jason no se imaginó a Emma vestida con traje, ni con la ropa interior que Adele utilizaba.

Pero, de alguna manera, la encontraba mucho más sensual con aquellos vestidos sueltos. Seguramente se pondría un camisón con puntilla para dormir. La verdad, le daba igual. No había cosa más excitante que una mujer con su cuerpo cubierto. Le añadía misterio, una sensación de «no me toques» que era muy excitante.

Jason no se podía imaginar a Emma desnuda. Parecía tener unos pechos de tamaño adecuado, pero no sabía lo que era sujetador y lo que era carne. Aunque a él le gustaban también los pechos pequeños.

Era una mujer pequeña en altura, a diferencia de Adele, que casi era tan alta como él. A decir verdad, le encantaba que Emma tuviera que levantar la cabeza para dirigirse a él. Le gustaba aquella mujer. A pesar de que era un hombre egoísta, Jason juró no hacer nunca nada que pudiera hacerle daño.

–Lo siento, pero no tengo galletas para ofrecerte –se disculpó mientras ponía los dos vasos de café encima de la mesa–. No me apetecía ir a comprar, ni cocinar, ni comer.

–Pero tienes que comer, Emma –le aconsejó–. ¿No querrás ponerte enferma?

Emma sonrió débilmente, como si la idea de caer enferma fuera algo que no le preocupara demasiado en aquellos momentos. Estaba claro que la muerte de su tía la había deprimido.

Pero no sabía qué decir. Parecía que se le habían borrado todas las ideas de la cabeza.

Se quedaron en silencio durante unos minutos, dando sorbos de café, hasta que Emma dejó su taza y lo miró.

–¿Qué querías pedirme? –le preguntó en un tono muy débil de voz–. ¿Es algo sobre la tía Ivy?

La verdad era que no estaba mirándolo. Podía haber llevado puesta cualquier cosa, que ella no se habría dado cuenta.

–No –respondió–. No es algo sobre tu tía Ivy. Es algo sobre ti.

–¿Sobre mí?

Por la expresión de sus ojos y el tono de su voz estaba claro que aquello la había sorprendido. Pero había llegado demasiado lejos como para echarse atrás.

–¿Qué es lo que vas a hacer ahora, Emma, que Ivy se ha ido?

–No tengo ni idea.

–¿No tienes familia?

–Tengo primos en Queensland. Pero no los conozco mucho. De hecho, llevo años sin verlos.

–No creo que te quieras marchar de Tindley. Todos tus amigos están aquí.

–Sí –le respondió y dio otro suspiro–. Supongo que abriré la tienda la semana que viene y seguiré haciendo lo que hacía antes.

Lo que hacía antes.

¿Se refería a esperar a que volviera Dean Ratchitt? ¿No se daría cuenta de que una relación con aquel tipo era un callejón sin salida?

–¿Y qué has pensado del futuro, Emma? Una chica guapa como tú habrá pensado en casarse.

–¿Casarme?

–Serías una mujer maravillosa para cualquier hombre, Emma –le dijo de corazón.

Ella se sonrojó y miró su café.

–Lo dudo –murmuró.

–Pues yo creo que el hombre que se case contigo tendría que sentirse muy afortunado.

Aquellas palabras provocaron una reacción en ella. Jason vio que había entendido la razón de su visita. Los ojos de Emma se arrasaron de lágrimas.

–Sí –continuó diciéndole–. Sí, Emma, te estoy pidiendo que te cases conmigo.

Poco a poco, su estado de sorpresa dio paso al de confusión y curiosidad. Sus ojos buscaron su rostro, intentando ver Dios sabe qué.

–Pero, ¿por qué? –le preguntó.

–¿Por qué?

–Sí, ¿por qué? –insistió ella–. Y por favor, no me digas que estás enamorado de mí, porque los dos sabemos que no es cierto.

Jason estuvo a punto de mentirle. Sabía que podía ser muy convincente si quería. Le podía decir que había ocultado sus sentimientos por respeto a Ivy. Podía contarle todas las mentiras del mundo. Pero no era eso lo que quería. Si se iba a casar con ella, no quería que hubiera mentiras.

–No –replicó Jason con cierto tono de arrepentimiento en su voz–. No estoy enamorado de ti, Emma. Pero creo que eres una mujer muy atractiva y deseable. Eso lo he pensado desde el primer momento que te vi.

Jason vio que se sonrojaba, lo cual le agradó. ¿Se habría dado cuenta de su admiración por ella? Si lo había notado, nunca había intentado manifestarlo, aunque bien era verdad que ella siempre se había mostrado dispuesta a quedarse un rato con él, cuando visitaba a su tía, y le ofrecía café y buena conversación.

–Un hombre como tú puede conseguir a cualquier chica que quiera –contraatacó–. Una mucho más guapa y deseable que yo. No hay ninguna chica de por aquí que no estuviera dispuesta a rendirse a tus pies, si tú se lo pidieras.

«Pero no tú», pensó Jason. Parecía que las cosas no le estaban saliendo como él había pensado. El fracaso le dejaba un sabor amargo de boca. Ya le había ocurrido con otra chica, que lo rechazó.

Trató de mantener la calma. La miró a los ojos y continuó.

–Yo no quiero a ninguna otra chica. Te quiero a ti, Emma.

Al decirlo aquello, se puso roja como un tomate.

–Como ya te he dicho, creo que serías una esposa maravillosa. Y una madre magnífica. He visto cómo tratabas a tu tía. Eres amable y cariñosa, paciente y gentil. Durante todas estas semanas que te he estado viendo, me he llegado a encariñar mucho contigo. Y creo que yo también te gusto. ¿Me equivoco?

–No –le respondió con voz temblorosa–. Me gustas. Pero eso no es suficiente para casarme contigo. Ni tampoco lo es encontrar atractivo a alguien.

Así que lo consideraba un hombre atractivo. Eso estaba bien.

–¿Crees que tienes que estar enamorada? –indagó él.

–Para serte sincera, sí.

–Hace seis meses podría haber estado de acuerdo contigo –argumentó él, entrecerrando los ojos.

–¿Qué quieres decir? ¿Qué es lo que pasó hace seis meses?

Jason se quedó dudando. A continuación, se arriesgó a contarle la verdad. Se establecía siempre un vínculo con alguien, cuando le contabas algo personal, un secreto. Y no quería que hubiera secretos entre ellos, si iban a ser marido y mujer.

–Hace seis meses estaba viviendo y trabajando con una mujer en Sydney. Una doctora. Estaba enamorado de ella y habíamos pensado casarnos este año. Un día, unos de sus pacientes murió. Un niño. De meningitis.

–¡Qué triste! Seguro que ella sufrió mucho.

–Eso mismo había pensado yo –le respondió con amargura–. Yo en su posición me habría quedado destrozado. Pero no Adele. No. La muerte de aquel niño no significaba nada para ella. Se enfadó tan sólo porque no había podido identificar los síntomas, pero se justificó diciendo que era imposible en cinco minutos de consulta.

–¿Cinco minutos?

–Ése era el tiempo que teníamos para pasar ver a cada paciente. Había que ver a el máximo de pacientes posible. Eso significa dinero y el dinero es lo que importa. No la gente. Ni la vida. Sólo el dinero.

Estaba mirándolo fijamente, viendo la verdad que se escondía en aquellas palabras. Una verdad que decía que no sólo Adele había sido la avariciosa y despiadada. Él había sido igual que ella.

Jason suspiró.

–Ésa es la verdad y yo más o menos era igual.

–No, Jason –le respondió ella con voz suave–. Tú no. Tú no eres así. He visto cómo tratabas a la tía Ivy. Eres un hombre cariñoso, un buen médico.

–Me halagas, Emma. Me gusta pensar que me di cuenta a tiempo y traté de mejorar. Por eso me fui de la ciudad y vine aquí, para descubrir una forma mejor de vida.

–¿Y tu relación con Adele? –le preguntó con gesto pensativo.

–No puedo seguir enamorado de una mujer que desprecio –le respondió.

Ella se empezó a reír, lo cual le sorprendió.

–¿Tú crees que el amor se acaba con tanta facilidad? ¿Tú crees que por encontrar un defecto en la persona que amas, la dejas de amar? Créeme si te digo, Jason, que eso no es así.

Sus palabras fueron como una patada en el estómago. Estaba claro que todavía estaba enamorada de Dean Ratchitt, a pesar de que le era infiel. Y creía que él estaba enamorado todavía de Adele.

Jason intentó pensárselo mejor. A lo mejor tenía razón y estaba todavía enamorado de Adele. La verdad era que pensaba mucho en ella, sobre todo cuando estaba en la cama.

Pero ninguno de esos factores iban a disuadirle de su intención de convertirla en su esposa. Ni tampoco iba a dejarla pensar que no estaba enterado de la pasión que sentía por otro hombre.

–Ya me han contado lo de Dean Ratchitt –le dijo de forma abrupta. Sus ojos verdes brillaron.

–¿Quién te lo contó? ¿La tía Ivy?

–Entre otras.

–¿Y qué… qué dicen?

–La verdad. Que te ibas a casar y que te engañó con otra. Que discutisteis y que le dijiste que te ibas a casar con el primer hombre decente que te lo pidiera –le respondió mirándola a los ojos–. Y yo soy ese hombre, Emma. Y es lo que te estoy pidiendo, que te cases conmigo.

Jason se quedó sorprendido al ver que ella se enfadaba.

–No tienen ningún derecho a contarte eso –replicó ella–. Yo no quise decir eso. No me puedo casar contigo, Jason. Lo siento.

Aquella respuesta apasionada borró del rostro de Jason toda expresión de calma y tranquilidad que hasta ese momento había tenido.

–¿Por qué no? –exigió él–. ¿Es que estás esperando que vuelva Ratchitt?

–Dean –espetó ella, sus ojos verdes llameantes–. Se llama Dean.

–Ratchitt le va mejor.

–Es posible que vuelva –murmuró ella–. Ahora que estoy… estoy sola y… y…

–¿Y has heredado? –dijo por ella–. No creo que esto le haga volver, Emma –le dijo haciendo un gesto con la mano para señalar la habitación–. Los hombres como Ratchitt quieren de la vida algo más que una casa vieja y un negocio pequeño.

Emma movía la cabeza.

–No lo entiendes.

–Creo que entiendo la situación muy bien. Se apoderó de tu corazón y lo destrozó sin pestañear siquiera. Conozco a ese tipo de hombres. No pueden tener la cremallera abrochada durante más de un día. Y sólo se quieren a sí mismos. No merece la pena quererlos. Lo mismo me ha pasado a mí con Adele. Y pertenece al pasado. Lo mejor que puedes hacer es olvidar a Ratchitt y seguir viviendo. Cásate conmigo, Emma –le instó cuando vio la confusión en sus ojos–. Te prometo que seré un buen marido para ti y un buen padre para los niños. Porque querrás tener niños, ¿no? No querrás despertarte un día y ver que eres una solterona con nadie más en que pensar.

Emma se cubrió la cara con las mano y empezó a llorar. Sin hacer ruido, pero con mucho sentimiento, moviendo los hombros. Jason se puso en cuclillas a su lado. Tomó su delicada mano y le giró su rostro lloroso.

–Nunca te haré sufrir así, Emma. Te lo juro.

–Pero es muy pronto –sollozó ella.

Jason no estaba muy seguro de lo que había querido decir.

–¿Muy pronto para qué? ¿Quieres decir que ha pasado poco tiempo desde que murió Ivy?

–Sí.

–¿Me estás diciendo que podrías casarte conmigo más adelante?

Levantó los ojos. Jason vio que estaba a punto de responder de forma afirmativa. Pero algo se lo impedía.

–Dentro de un mes –le respondió–. Pídemelo dentro de un mes.

Jason se sentó sobre sus talones y suspiró. Tampoco era tanto tiempo. Pero le dejaba preocupado. No creía que aquel período de espera tuviera nada que ver con la muerte de Ivy. Era por Ratchitt. Seguro que esperaba que volviera.

La posibilidad de que aquel desgraciado volviera era mínima, pensó Jason. Pero, por mínima que fuera, le ponía enfermo. Sólo imaginarse a Emma otra vez en sus brazos, le revolvía el estómago.

Se sentía celoso. Lo extraño era que él nunca había sentido celos. Emma evocaba unos sentimientos extraños en él. Además de celoso se sentía protector.

Pero la mayoría de los hombres se sentiría protector con una chica como Emma. Era tan frágil, tan dulce. Alguien tenía que protegerla de tipos como Ratchitt. No tenía experiencia para saber a qué tipo de persona se estaba enfrentando.

–Está bien, Emma –replicó Jason–. Un mes. Pero eso no quiere decir que no te pueda ver hasta dentro de un mes, ¿no? Me gustaría salir contigo de vez en cuando, para así conocernos.

–Pero todo el mundo pensaría que… que…

–Que estás saliendo con el doctor Steel –terminó por ella–. ¿Y qué hay de malo en ello? Eres una chica soltera. Yo también estoy soltero. La gente soltera queda para salir, Emma. Eso no es nada malo.

–No conoces a las damas de Tindley.

–Las estoy empezando a conocer. ¿Qué te parece si quedamos mañana a cenar? Es viernes y yo siempre salgo los viernes. Nos podemos ir a la costa, si no quieres que te vean conmigo en Tindley.

Emma parpadeó y lo miró.

–¿Y después vas a pedirme que me acueste contigo?

Jason casi no pudo evitar mostrar en su mirada el sentimiento de culpabilidad. Porque no tenía pensado seducirla esa noche. Era algo que había pensado hacer después de algún tiempo.

–No –le respondió, con lo que él esperaba que fuera un tono convincente–. Te prometo que no.

Ella frunció el ceño.

–¿Por qué no? –le preguntó–. Me has dicho que me encuentras bonita y deseable. Me has pedido que me case contigo. Supongo que me deseas, aunque sólo sea un poquito.

–Claro que sí, más que un poquito, Emma –se puso en pie y se alisó el pelo con las manos. No se había preparado para una pregunta como aquella. ¿Estaba pidiéndole que la sedujera, o no?

–No te preocupes, Jason –le dijo en tono tranquilo–. Me he criado en un pueblo, no en un convento. Sé lo que los hombres piensan y quieren con respecto al sexo. Sé que no has salido con nadie desde que has venido a Tindley. Lo que no quiero es darte falsas esperanzas si salgo contigo a cenar. Eres un hombre muy atractivo y con experiencia. Estoy segura de que sabes cómo conquistar a una chica. Pero no pienso acostarme contigo. Y menos antes de casarme.

Jason se quedó mirándola a los ojos. Aquel era un lado de Emma que nunca había visto. Tenía una actitud decidida y desafiante en su mirada.

Llegó a sentir admiración por ella, hasta que se acordó de Ratchitt. Estaba seguro de que no le había dado el mismo ultimátum a aquel tipejo.

O a lo mejor sí. ¿Sería eso lo que ocurrió entre ellos? ¿Le habría dicho que no quería acostarse con él hasta no casarse? ¿Le habría dado el anillo sólo para acostarse con ella?

–¿Retiras entonces la invitación de salir a cenar mañana?

–No –le respondió él–. Pero me gustaría que me respondieras a una pregunta.

–¿Qué pregunta?

–¿Eres virgen?

El otro

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