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Capítulo 1

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OCURRE algo, Olivia?

Olivia levantó la vista para encontrarse con su jefe, que la estaba mirando desde su considerable estatura con el ceño fruncido. Ella consiguió finalmente apartar su tumultuosos pensamientos y sonreírle con una de esas sonrisas de plástico que solía utilizar en el despacho.

–No ocurre nada –contestó ella, ya sin sonreír–. Todo va bien. Estoy perfectamente –apartó los ojos de la mirada inquisitorial de él y se puso a ordenar su mesa de un modo maquinal. No quería confesarle a su jefe sus problemas personales. No tenía suficiente confianza con él.

Cuando la contrató dieciocho meses antes, Lewis le advirtió que había tenido serios problemas con su anterior secretaria, que se tomaba demasiadas confianzas con él y que solía vestirse de un modo algo excesivo.

Así que Olivia se había esforzado por parecer una mujer reservada y cautelosa que tuviera la aprobación de la mujer de su jefe. Y en cualquier caso, esas cualidades habían formado siempre parte de su carácter. Ella era una mujer reservada que había vestido siempre de un modo sencillo. Con trajes negros de chaqueta y blusas blancas o de color crema.

Su guardarropa era bastante económico, al igual que el sencillo estilo con el que se peinaba su largo cabello de color caoba. Siempre lo llevaba recogido con un prendedor muy sencillo. Su maquillaje era también mínimo, así como las joyas que llevaba.

Durante sus raras visitas al despacho, la mujer de su jefe nunca tuvo ninguna razón para sospechar o sentirse celosa de la nueva secretaria de su marido. Olivia estaba segura de que nunca cruzaría la línea que Lewis había trazado. Y tampoco había razones para ello. Quizá su jefe, un hombre alto, moreno y muy guapo, sí que las tuviera, pero ella desde luego no. Estaba profundamente enamorada del hombre con el que se iba a casar.

Irónicamente, Lewis y su mujer se habían separado hacía seis meses, y eso había provocado que su jefe estuviera siempre malhumorado y sumido en sus propios pensamientos. Por eso le resultó tan extraño que él hubiera percibido que no se encontrara muy bien. Y lo cierto era que la irritaba su intromisión. ¿Por qué no podía él quedarse toda la mañana encerrado en el laboratorio, como era su costumbre en los últimos tiempos? ¿Por qué había tenido que ir a entrometerse en su vida privada?

–Pues no pareces estar bien –insistió él.

–¿Oh? –sus manos comprobaron su peinado de un modo automático.

–No me refiero a tu aspecto, sino a tu modo de actuar. Llevas toda la mañana sentada ahí, con la mirada perdida.

Olivia tenía que reconocer que eso debía ser verdad. Llevaba toda la mañana pensando en que Nicholas, su prometido, le había dicho la pasada noche que necesitaba más libertad. Había sido una de las razones para poner fin a su relación.

–Ni siquiera has encendido el ordenador –añadió Lewis como si fuera una cosa muy grave.

Olivia comprobó el reloj de pared y vio que eran las nueve y media, por lo que llevaba con la mirada perdida más de una hora. Así que tímidamente se decidió a encender el ordenador.

–Lo siento –se excusó.

–¡Por el amor de Dios, Olivia! No tienes por qué pedirme disculpas –dijo Lewis–. No me estaba refiriendo a que te pusieras a trabajar. Simplemente, me estaba preocupando por ti. ¿Puedes entenderlo?

–¿Preocupando? –repitió ella, sin poder creérselo.

Hacía mucho tiempo que nadie daba muestras de preocuparse por ella, seguramente por su imagen de mujer eficiente. Sus padres parecían pensar que era perfecta. Igual que sus dos hermanas pequeñas.

Y ella tenía toda la vida planificada… hasta la noche pasada, cuando Nicholas había recogido sus cosas y abandonado el apartamento donde vivían, dejándola allí sola, después de describirla como una mujer aburrida, calculadora y tacaña. También le había dicho que había estado arruinando su vida durante los dos últimos años. Que le había tenido controlado, limitando su personalidad y convirtiéndolo en un hombre débil.

Él ya estaba cansado de ahorrar dinero, cansado de comer en casa y terriblemente cansado de sólo poder tener sexo en una cama.

Él era más joven que ella, le había recordado con mordacidad. Él quería divertirse antes de asentarse. Necesita diversión y libertad. Así que no quería casarse todavía. No quería afrontar aún la responsabilidad del matrimonio y los hijos. Y no estaba dispuesto a comprar un coche familiar. Quería conducir un Porsche. Quería viajar. Quería tener otras mujeres. Mujeres que fueran más apasionadas en la cama que ella.

A ella le molestaron especialmente los comentarios de él acerca de su vida sexual, ya que nunca se había imaginado que Nicholas estuviera insatisfecho en ese sentido. Siempre había dicho que comprendía que a ella le disgustasen ciertas cosas. Y de hecho, él había declarado que estaba de acuerdo con ella.

–Eres una mujer muy reprimida, Olivia –le había seguido diciendo–. No tienes ni idea de cómo hacer feliz a un hombre. ¡Ni idea!

En aquel momento, ella había pensado que él debía de estar loco. Pero, en esos momentos, Olivia creía que Nicholas estaba en lo cierto.

–¿Olivia? ¿Se puede saber qué te pasa? –volvió a preguntarle su jefe.

Ella consiguió reprimir las lágrimas con gran esfuerzo.

–¿Es por Nicholas?

Ella sólo pudo asentir mientras los ojos se le humedecían finalmente.

–¿Es que está enfermo?

Ella sacudió la cabeza.

–¡No me irás a decir que os habéis separado!

Olivia se extrañó por el tono de asombro de su voz. Lo cierto era que veinticuatro horas antes ella tampoco podría haberse creído que eso pudiera suceder. Ella estaba tan convencida de que estaban hechos el uno para el otro, de que buscaban las mismas cosas… Iban a casarse al año siguiente. Y al otro, podrían comprar la casa. Y al siguiente, tendrían su primer hijo, justo antes de que ella cumpliera los treinta.

Pero en ese instante, lo único que ella veía para sí misma a los treinta años era la soledad. Le había llevado años encontrar a Nicholas. Y ya tenía veintisiete años…

–Por favor, Lewis –dijo ella, con labios temblorosos, mientras abría el correo electrónico en el ordenador–, no quiero hablar de eso.

Ella sintió la mirada de él, pero no se atrevió a levantar la vista. Se quedó mirando fijamente la pantalla y comenzó a teclear.

–No te preocupes en exceso, Olivia –dijo Lewis–. Dale tiempo para que recapacite. Te apuesto lo que quieras a que Nicholas volverá antes de que la semana acabe. Y lo hará arrastrándose.

Olivia levantó la cabeza mientras sentía que su corazón volvía a albergar cierta esperanza.

–¿Eso crees?

–Ningún hombre en su sano juicio abandonaría a una mujer como tú, Olivia –afirmó su jefe–. Confía en mí.

Nicholas regresó el siguiente fin de semana, pero no lo hizo arrastrándose y no fue para quedarse. Simplemente, quería recoger unas cuantas cosas que se había olvidado. Unos artículos de aseo y una colección de discos compactos. Cuando salió por la puerta, le dijo a Olivia en un tono sarcástico que ella podía quedarse con el maravilloso mobiliario que habían compartido.

Desde la ventana principal, ella pudo ver cómo Nicholas se marchaba en su nuevo coche, un Porsche negro en el que debía de haberse gastado todos sus ahorros. Dinero que estaba pensado para comprar la casa a medias con ella. La casa donde iba a tener sus dos hijos, según lo planeado.

Olivia se quedó entre el mobiliario que había comprado de saldo para ahorrar para sus planes futuros. Sintió cómo la depresión la invadía más y más. Y sin duda, la agravaba el hecho de que se acercasen las navidades. Se suponía que la gente debía de estar feliz en navidades.

Olivia se comportaba de un modo automático en el trabajo, pero en casa apenas podía ni comer. La hora libre para comer la pasaba deambulando sin objeto por el centro comercial Parramatta. Le había dicho a Lewis que tenía que hacer las compras de navidad, pero en realidad, su único propósito había sido escapar de su atenta mirada. No se sentía cómoda ante el intento de su jefe de ser amable con ella.

Sin duda, el hecho de que llegara el último día de trabajo del año sin haberle llevado ningún regalo ni felicitación de navidad, indicaba lo distraída que Olivia estaba en aquellos días. Se sintió muy culpable cuando vio la preciosa felicitación navideña con bordes dorados que él le había dado, acompañando a una caja de bombones que ella guardó en un cajón como solución de emergencia para una bajada de azúcar.

Decidió salir a comprarle algo. Pensó que nadie notaría su ausencia. Todo el personal de Altman Industries estaría celebrando la llegada de las vacaciones de navidad. Habría un baile y suficiente comida como para acabar con la dieta más severa. Por no hablar de que tampoco faltarían la cerveza y el champán de calidad.

Esa fiesta le costaba a Lewis una fortuna. Olivia lo sabía.

Pero era algo tradicional y él podía permitírselo. Altman Industries era una empresa relativamente pequeña, pero sus beneficios crecían cada año y más desde que hacía tres años había empezado a ser una compañía internacional.

Lewis había comenzado su empresa en el patio trasero de un garaje unos diez años atrás. Él era químico de carrera, pero su vocación era de ecologista, así que decidió combinar ciencia y naturaleza para producir una sencilla gama de productos para el cuidado de la piel de los hombres, empezando por una espuma de afeitar y una mezcla de loción para después del afeitado y crema hidratante. Luego, siguió un jabón, un gel de ducha, un champú y un acondicionador. Y tres años atrás, una colonia de gran éxito había sido añadida a la gama.

Lewis había sido suficientemente inteligente como para contratar a una compañía de publicidad muy buena desde el principio, que habían sabido lanzar perfectamente la marca All Man, que provenía del apellido de Lewis, Altman. Utilizaban a famosos deportistas australianos para publicitar sus productos y habían conseguido un éxito inmediato.

Lewis mudó la empresa desde el limitado garaje a una fábrica moderna con un complejo de oficinas, dentro del céntrico polígono industrial de Ermington. La expansión había sido posible gracias a un préstamo bancario, pero no pasó mucho tiempo antes de que Altman Industries pudiera devolverlo y empezar a conseguir beneficios que eran la envidia de sus principales competidores.

Lewis estaba planeando ampliar el negocio para el año siguiente y lanzar una gama de productos All Woman. Ya había confeccionado los productos para el cuidado de la piel y el cabello y actualmente estaba trabajando en el perfume.

Olivia no sabía todo eso por sus conversaciones privadas con Lewis, aunque como secretaria personal de él algo había oído. Ella había leído un artículo reciente sobre él en la revista Good Business, que estaba confeccionando una serie de reportajes sobre las empresas más famosas de Sydney y sobre sus propietarios.

Ella había leído también que Lewis tenía treinta y cuatro años, que era hijo único y que su padre había muerto cuando él tenía cinco años. Él había recibido una buena educación gracias al sacrificio de su madre, cosa que él nunca había olvidado. En la revista se podía ver la foto de una mujer de pelo cano de unos sesenta años. Uno de los motivos que le habían impulsado en su ambición era el deseo de compensar de alguna manera a su madre por lo mucho que había trabajado por él. Él quería ofrecerle todo lo que ella nunca había tenido.

Olivia no conocía personalmente a la madre de Lewis, pero había hablado con ella por teléfono muchas veces. La señora Altman no vivía con su hijo, ni siquiera ahora, que él se había separado de su mujer. Ella vivía en Drummoyne, un barrio del centro de la ciudad que rodeaba el puerto.

Olivia siempre había sentido que a la señora Altman nunca le había gustado la esposa de Lewis. Dado lo unidos que estaban, quizá a la señora Altman tampoco le habría gustado ninguna mujer para su hijo. La revista sólo mencionaba su matrimonio de pasada, diciendo que había durado dos años y que la separación había sido amigable.

Olivia se había echado a reír al leer eso. ¡Amigable, qué tontería!

Pero esa mañana de viernes no le apetecía reírse. En esos momentos, podía entender la desesperación de Lewis cuando Dinah lo abandonó. La idea de ir a la fiesta de navidad le pareció inaceptable. ¿Cómo podía disfrutar ella en su estado? Toda esa comida y bebida… Por no mencionar el baile. El único tipo de baile que a ella le gustaba era el tradicional.

Pero ese no iba a ser el tipo de baile que iba a haber en la planta de la fábrica. Pondrían música de discoteca. Y a ella no le apetecía nada exhibirse en público.

Se sentía demasiado inhibida y lo más grave era que se daba cuenta de que nunca le había gustado exhibirse en privado tampoco. Se acordó de los reproches de Nicholas, cuando le había dicho que sólo habían hecho el amor en la cama. Y él llevaba razón. Sólo había practicado sexo en la cama y siempre de la manera tradicional. ¡Ni siquiera había probado a ponerse ella encima!

Eso no estaba en su limitada lista de experiencias sexuales. Y mucho menos había practicado otras posturas o posibilidades más sofisticadas. Cuando conoció a Nicholas, a los veinticinco años, ella era virgen todavía. Y Nicholas también lo era, aunque él tenía sólo veintidós años por aquel entonces. Así que su vida sexual no había tenido mucho éxito al principio. Pero más adelante aprendieron lo básico para manejarse y ella pensaba sinceramente que Nicholas se lo pasaba bien en la cama. Nunca lo había rechazado y él siempre había llegado al clímax, aunque ella no lo hiciera. Pero parecía que había sobreestimado el placer que su cuerpo le había proporcionado, por no hablar de sus más que limitadas habilidades amorosas.

El teléfono la sacó de sus pensamientos.

–Despacho del señor Altman –contestó de un modo automático–, le habla Olivia Johnson. ¿En qué puedo ayudarle?

–Me gustaría hablar con mi hijo, querida, si no está muy ocupado. Ya sé que hoy estáis de fiesta.

–Él está todavía en el laboratorio, señora Altman. La paso con él.

–Antes de eso, querida, me gustaría desearte felices pascuas y agradecerte que seas tan amable conmigo cuando llamo por teléfono.

–Muchas gracias, señora Altman. Yo también le deseo unas felices pascuas.

–¿Qué va a hacer el día de Navidad?

–Iré a casa de mis padres.

–¿Y dónde viven ellos?

–Cerca de Morisset.

–¿Morisset? Eso está en la costa, ¿no?

–Así es. Entre Gosford y Newcastle. Está a unas dos horas de tren de Sydney. Al menos desde Hornsby, donde yo tomo el tren.

–Ya veo. Bien, pues entonces comeremos juntas un día del año que viene. Me gustaría ponerle una cara y un cuerpo a esa voz. Le pregunté a Lewis en una ocasión cómo eras y lo único que me contestó fue que eras una castaña de ojos marrones y mirada inteligente. Cuando le pregunté cómo era tu cuerpo, él se quedó perplejo antes de decirme que eras de estatura media.

A pesar de sentirse algo disgustada, no podía culpar a Lewis por ello. Los trajes sastre que llevaba no estaban diseñados precisamente para realzar su cuerpo. Sus faldas tampoco eran suficientemente cortas o ceñidas. Y los escotes de las chaquetas solían estar tapados por alguna camiseta o camisa. El traje que llevaba ese día no era ninguna excepción. Si se hubiera acordado de que iba a haber fiesta, se habría puesto un traje algo más llamativo. ¡Pero no había sido así!

–Ya sabes que no he ido al despacho desde que esa horrible chica trabajaba como secretaria de mi hijo –continuó diciendo la señora Altman–. La última vez que estuve allí, ella iba con un vestido que le llegaba al ombligo. Y ese perfume que llevaba… Pensé que se había bañado en él. Pobre Lewis. Finalmente entendí por qué su ex-mujer solía quejarse de que él olía como el mostrador de cosméticos de David Jones cuando llegaba a casa por la noche.

Olivia no iba sin perfumar, pero sólo se permitía rociarse discretamente todas las mañana con un poco de Eternity.

–Desgraciadamente, es muy difícil deshacerse de los empleados hoy en día –dijo la madre de su jefe–. Si Lewis hubiera despedido a esa horrible chica, se habría visto envuelto en toda clase de trámites legales.

Olivia se dio cuenta de que las comisuras de su boca se arrugaban en una sonrisa.

–Imagino que Lewis se sintió muy aliviado cuando ella decidió marcharse a recorrer mundo.

–Más que aliviado, puedes estar segura. Y ahora está encantado contigo. Según parece, tú no le has causado ni una sola molestia.

Olivia no estaba segura de si le gustaba oír eso.

–Aunque la otra noche, él parecía preocupado porque tú habías tenido una riña con tu novio. Y me dijo que parecías muy triste.

–Sí, bueno… –su voz se apagó. Lo cierto era que tampoco quería hablar sobre Nicholas con la señora Altman.

–No te dejes llevar por el orgullo –le aconsejó la mujer–. Llámale. Dile que lo sientes, aunque pienses que ha sido culpa de él. Si lo quieres, no debe importarte humillarte un poco.

Olivia se quedó perpleja. Ella no se había humillado ante nadie en toda su vida y no iba a empezar a hacerlo a esas alturas. Aunque… la señora Altman podía llevar razón. El orgullo hacía imposible que muchas parejas se reconciliaran. Y había una gran diferencia entre humillarse ante Nicholas y llamarle por teléfono. Podía utilizar la excusa de que quería felicitarle las navidades. Seguramente, él estaría en el trabajo en esos momentos. Sintió que su pena se aliviaba al renacer la esperanza.

Tan pronto como Olivia pasó a la señora Altman con su hijo, marcó el número de Nicholas antes de pensar en lo que estaba haciendo. El teléfono de él sonó varias veces.

–Despacho de Nickie –contestó una voz femenina.

Olivia se quedó desconcertada.

–¿Renee? ¿Eres tú? –Renee era una compañera de Nicholas que algunas veces contestaba el teléfono, cuando él había salido.

–Renee ya no trabaja aquí –respondió la mujer con voz ronca–. Yo soy Ivette, su sustituta.

Así que la sustituta de Renee se llamaba Ivette… Y ella llamaba Nickie a Nicholas.

Oliva comenzó a sentirse mal.

–¿Podría hablar con Nicholas, por favor?

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea. Luego se oyó un suspiro.

–¿No serás Olivia por casualidad?

–Pásame a Nicholas, por favor.

–No puedo. Él no está aquí. Ha ido al baño. Pero estás perdiendo el tiempo. Él no quiere verte ni hablar contigo nunca más. Ahora me tiene a mí y yo le doy todo lo que él necesita.

Olivia trató de mantener la calma.

–¿Y desde cuándo le das todo lo que él necesita?

–Desde hace más tiempo del que tú piensas. Afróntalo, cariño, tú no has sabido darle lo que necesitaba. Lo que puede hacer feliz a un hombre hoy en día no es la eficacia en el trabajo ni en la organización del hogar. Esas tareas las hacen los ordenadores y las señoras de la limpieza. Lo que un hombre necesita es pasión, espontaneidad y diversión.

–Sexo, querrás decir –añadió Olivia, que ya entendía de dónde había sacado Nicholas todo lo que le había dicho durante su discurso de despedida.

–Es lo mismo.

–¿Y crees que no tenía sexo conmigo?

–No del tipo que él quería, cariño. Bueno te dejo. ¡Felices fiestas!

Olivia se quedó con el auricular en la mano.

De pronto, sintió que la furia la invadía. Colgó de golpe y se levantó bruscamente. Sintió que la sangre corría a toda velocidad por sus venas.

Había decidido ir a la fiesta. ¡E iba a divertirse como una loca! Iba a estar de fiesta todo el día e iba a olvidarse de todo. Iba a olvidarse de Nicholas e Ivette. A olvidarse de que su futuro se había quebrado. A olvidarse de todo salvo de divertirse.

Olivia se quitó la chaqueta y la dejó sobre su silla. Divertirse no sería tan difícil. Al menos después de unas pocas copas de champán.

Seguro que beber le sentaría bien. O eso imaginaba, porque nunca se había emborrachado en toda su vida. Aunque sí que había bebido un par de vasos de vino y recordaba que le habían sentado bien.

Y Dios sabía que necesitaba sentirse bien. ¡Necesitaba sentirse bien desesperadamente!

Se quitó la horquilla que recogía su pelo y agitó la cabeza, con lo que su cabello quedó suelto. Luego se desabrochó los dos primeros botones de la blusa e hizo un gesto desafiante con la cabeza, dirigiéndose hacia donde la música había comenzado a sonar.

Por despecho

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