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Capítulo 2

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HACIA las dos de aquella tarde, Olivia estaba bastante alegre. Se sentía realmente bien. Si hubiera sabido que el champán era un antidepresivo tan magnífico, lo habría probado mucho antes. Desde su tercera copa todo había empezado a ir mucho mejor. Su ánimo, la música, los hombres…

Para cuando terminó su primera botella, uno de las representantes, un hombre de unos treinta años llamado Phil con el que jamás había hablado, empezó a resultarle encantador. Llevaba media hora hablando con él cuando Olivia se dio cuenta de que Lewis la estaba mirando con el ceño fruncido. Su jefe estaba con un grupo de la sección de marketing, cerca de una de las mesas llenas de comida. Tenía una vaso de cerveza en una mano y un trozo de tarta en la otra.

La expresión de su jefe provocó en Olivia un oscuro desafío. Lewis no era su guardaespaldas. Ella tenía derecho a divertirse si quería. ¡Por el rostro de él, parecía que ella estaba haciendo algo equivocado, en vez de lo que hacían allí todas las mujeres solteras de la empresa: divertirse un poco y tratar de conocer a algún hombre apuesto!

Cuando Phil le pidió un baile, Olivia no vaciló un segundo. Dejó su copa vacía y tomó la mano que le ofrecían para dejar que la llevaran al centro de la pista. La melodía que sonaba en ese momento dio paso a una música rítmica que encendió su sangre y la sensación de rebeldía que llevaba dentro. Ello hizo que sonriera y bailara con Phil de manera más provocativa.

Olivia descubrió en sí misma un genuino sentido del ritmo. Su cuerpo tomó vida propia, ondulándose con toda la agilidad y sensualidad de una bailarina árabe. Elevó los brazos por encima de la cabeza como dos serpientes bajo la influencia hipnótica de un encantador.

La mirada azul de Lewis, sorprendido ante la sinuosidad de su cuerpo, no pasó desapercibida a Olivia. Inmediatamente, ella tomó conciencia de su femineidad. Notó la manera en que sus pechos redondos se movían bajo su blusa, el balanceo de sus caderas femeninas, el calor que se producía en sus lugares más secretos. Era la experiencia más excitante que jamás hubiera vivido.

Olivia se sentía de lo más provocativa. Tenía una sensación casi de pecado. Podía haberse quedado bailando para siempre, exhibiéndose sin la más mínima vergüenza ante los ojos asombrados de los hombres.

Pero sobre todo de uno de ellos.

Actuar así ante su jefe, sin su habitual complacencia, le resultaba algo verdaderamente divertido. Le gustaba que la mirara por una vez como a una mujer capaz de atraer a los hombres, incluso capaz de atraerlo a él.

La verdad era que no sólo le gustaba, le parecía… excitante.

La música, sin embargo, llegó a su fin y el pinchadiscos anunció que iba a tomarse un descanso.

–No sabía que fueras así –declaró Phil, al sacarla de la pista.

Al pasar por una de las mesas, el hombre tomó una copa de champán y se la puso en las manos.

–¿Cómo?

La sonrisa lasciva de Phil alertó de repente a la muchacha, mareada por el alcohol. El darse cuenta de cómo Phil pensaba que iba a terminar aquella noche para ambos la hizo dudar unos segundos, pero inmediatamente borró de su mente el pensamiento. Estar borracha tenía además otra deliciosa ventaja, pensó en ese momento: que uno no se preocupa por nada. De manera que Phil iba a enfadarse al final de la noche. ¿Y qué? No estaba haciendo nada malo.

Dio un trago a su bebida y miró a su alrededor para ver si Lewis seguía observándola.

Pero no era así. No se le veía por ninguna parte.

Olivia no pudo evitar sentirse irritada.

–¿Otro baile? –sugirió Phil

Olivia empezaba a pensar que bailar sin ser observada por Lewis no tenía ningún atractivo. Así que de repente perdió todo interés por seguir allí.

–Lo siento –se excusó ella–, pero tengo que hacer algo ahora mismo.

Dejando a Phil con la boca abierta, cruzó la pista de baile y llegó a la mesa donde estaban las botellas de champán, metidas en un recipiente con hielo. Sacó una, tomó dos copas limpias y se dirigió hacia el edificio principal.

Lewis no estaba en el laboratorio, sino en su despacho. Miraba por la ventana hacia los cuidados jardines. Se había quitado la chaqueta y la corbata, que había dejado descuidadamente sobre el sillón negro de piel. Mientras observaba distraídamente al frente, comenzó a quitarse los gemelos y a remangarse la camisa.

Olivia se quedó en la entrada sin hacer ruido, observándolo.

Era un hombre increíblemente atractivo, admitió finalmente. Algo que ella siempre había sabido, pero a lo que nunca antes se había enfrentado con sinceridad. Ésta era otra de las ventajas de estar un poco ebria. Sonriéndose para sí, Olivia decidió denominarlo como inspiración alcohólica.

–¡Así que estás aquí! –exclamó alegremente la muchacha, cerrando la puerta con un pie y dirigiéndose hacia la mesa.

Él se dio la vuelta y la miró con expresión seria.

–¿Qué demonios estás haciendo? –preguntó al ver que ella llenaba ambas copas con el líquido espumoso, parte del cual cayó sobre la madera oscura.

–Trayéndote aquí la fiesta, jefe –contestó con una sonrisa provocativa, mientras se encaminaba hacia él, alegrándose de que las copas estuvieran sólo a medias–. Es el único día del año en que no trabajamos aquí y eso te incluye a ti. Así que, si crees que vas a esconderte en este maldito laboratorio, estás muy equivocado. Toma esta copa –ofreció ella, llevando la suya a los labios con ojos brillantes–. Feliz Navidad, Lewis.

–Olivia, tú no estás únicamente feliz, estás borracha.

–Lo estoy, ¿verdad? –contestó con una carcajada.

–Vas a tener una resaca horrible mañana.

–Me preocuparé de eso por la mañana. Mientras tanto seguiré divirtiéndome.

El hombre arqueó una de sus oscuras cejas.

–Ya me he dado cuenta. No habrás olvidado la fama que Phil Baldwin tiene con las mujeres, ¿verdad?

–No.

–Por el amor de Dios, Olivia, si quieres vengarte de Nicholas elige a alguien un poco más discreto. No me agradaría escuchar que Phil anda presumiendo por ahí de que se ha acostado con mi secretaria en la fiesta de navidad, ¿de acuerdo?

–¿Crees que yo se lo permitiría?

–No sé qué pensar –los ojos de él tenían una expresión confusa mientras observaba la sombra entre sus senos–. Cuando te has soltado el pelo, Olivia, realmente lo has hecho de verdad.

El aire entre los dos pareció espesarse. Espesarse y llenarse de electricidad. La tormenta que había ido formándose en el interior de Olivia durante todo aquel día, ganó en intensidad y encendió sus venas. Su corazón empezó a palpitar con fuerza. Sus ojos brillaron.

–Por lo menos te diste cuenta de que era una mujer –contestó con voz ronca.

–Era difícil no hacerlo.

–¿Te gustaría acostarte conmigo, Lewis?

El hombre se quedó confuso. Pero junto con la confusión había una poderosa fascinación. No podía apartar los ojos de ella. Y Olivia se aprovechó de su momentánea inmovilidad para acercarse a él y apretarse contra su cuerpo. Los orificios nasales de Lewis se ensancharon por la sorpresa.

Olivia estaba más allá de la sorpresa, más allá de todo y sólo quería que Lewis la mirase del mismo modo en que lo había hecho cuando ella estaba en la pista de baile. Era un deseo imperioso que encendía sus sentidos y nublaba su conciencia. Lo único que quería era que su jefe admitiera que la deseaba, tenerlo a su merced.

Nicholas la había llamado aburrida. Si la pudiera ver en ese momento… Lewis no la miraba como si se estuviera aburriendo, desde luego. Poniéndose de puntillas, rozó sus labios con los suyos.

Su jefe se quedó helado, pero sólo por un segundo. Cuando ella lo besó por segunda vez, más firmemente, los labios de él se hicieron suaves, se separaron a la vez que los de ella. Cuando la lengua de Olivia fue al encuentro de la de él, Lewis soltó un gemido de abandono.

Una oscura sensación de triunfo llenó su alma. Sonriendo, se separó un poco para observar el rostro sonrojado de él.

–Vuelvo en seguida –dijo, con una sonrisa maliciosa.

Se bebió el resto de su copa de camino a la puerta. Luego, se dio la vuelta e hizo un gesto travieso.

–No queremos que nos molesten, ¿verdad?

En el fondo, algo le decía que su comportamiento estaba siendo escandaloso, pero nada iba a detenerla. Sus razones, cualquier escrúpulo, estaba enterrado bajo la excitación del momento.

Los ojos de él no dejaron de observarla mientras ella cruzaba de nuevo la sala. Y le brillaban, delatando lo excitado que estaba.

Ella depositó su copa sobre la mesa, pero no hizo ademán de agarrar la suya. Simplemente tomó la mano libre de él y le condujo hacia el sillón negro de piel.

Lewis se sentó donde ella le indicó. Los ojos azules de él ardieron al verla quitarse los zapatos y acurrucarse a su lado.

–Ahora terminaremos esto los dos juntos, ¿verdad? –dijo ella, agarrando ya la copa de él.

Cuando ella se la puso en los labios, él bebió obedientemente, quedándose en silencio cuando le tocó terminar a Olivia. Decidida a no ponerse nerviosa por su silencio, se terminó el vaso y luego lo arrojó suavemente sobre la alfombra. Después, agarró el rostro de él entre las manos y lo besó. Primero suavemente y luego con más intensidad, consiguiendo que gimiera.

Con las manos sorprendentemente ágiles, Olivia consiguió desabrochar la camisa y besarlo. Finalmente, apartó los bordes de la camisa a ambos lados para poner las manos sobre su pecho desnudo.

Él era firme y musculoso, con el vello suficiente para emanar una virilidad que comenzaba a encenderse abiertamente. Lewis tenía un cuerpo magnífico, decidió. Sería porque equilibraba perfectamente la vida sedentaria con sesiones en el gimnasio.

La meta de seducirlo se acrecentó cuando su propio deseo se encendió. La cabeza le daba vueltas y apartó la boca de sus labios para lamer y besar el lugar que sus manos habían tocado. Cuando llegó a uno de sus pezones, él dio un suspiro entrecortado. Con una sabiduría de la que no había sido consciente hasta ese momento, deliberadamente evitó sus pezones después de aquello, hasta que se pusieron rígidos por sí mismos.

–¡Oh, Dios! –exclamó Lewis, cuando ella atrapó uno de ellos con los dientes.

La desnuda pasión del estallido de él la excitó, y comenzó a atormentarlo con más intensidad hasta que el pecho de Lewis comenzó un movimiento ascendente y descendente acompañado de una respiración irregular. Cuando los besos de Olivia viajaron hacia su ombligo y sus manos encontraron la cremallera de sus pantalones, él trató de detenerla.

–No –dijo él.

Pero ella pensó que su voz no había sido demasiado firme.

Sonriendo seductoramente, ella tomó sus manos y se las apartó, colocándoselas después en el respaldo del sofá. Olivia tuvo que ponerse prácticamente encima de él para hacerlo, sus senos se apretaron contra el pecho ancho de él. Al sentir la impresionante erección de él contra su vientre, sintió una mezcla de seguridad y excitación. De alguna manera, le aseguraba que Lewis no iba a negarse a hacer lo que ella tenía pensado.

Y tenía un montón de cosas en la cabeza. Todas las cosas que Nicholas pensaba que era incapaz de hacer. Todas las cosas que la querida Ivette había estado dándole en su propio despacho.

La necesidad de venganza, intensificada por su propio deseo, encendió sus venas y envió una orden firme a su corazón.

–Calla –dijo ella–. Tú quieres que lo haga. Lo sabes.

Él juramento que soltó la hizo sonreír.

–Sí, pronto –prometió ella–. Pero, primero, túmbate y disfruta. No tenemos prisa, ¿verdad?

Olivia esbozó de nuevo una sonrisa. Era maravilloso sentirse tan segura.

Desde luego, en realidad, estaba bastante lejos de sentirse segura. Se sentía totalmente fuera de control. Pero necesitaba hacerlo más que ninguna otra cosa en el mundo. Lewis iba a devolverle su autoestima, su confianza y su alma. Él iba a hacer que su espíritu se revitalizara, que se llenara de vida. Iba a hacer que se sintiera de nuevo como una verdadera mujer.

Le fue bastante fácil quitarle la ropa a Lewis. Se maravilló del modo en que sus dedos manejaban su sexo de un modo tan natural, como si fuera una verdadera experta. Y no sintió ninguna repulsión al hacerlo. Era como si se hubiera convertido en otra persona. En una mujer desinhibida y con una gran experiencia.

–Olivia –exclamó Lewis cuando la cabeza de ella comenzó a descender.

Ella se detuvo y lo miró a los ojos.

–Está bien –dijo ella, sonriendo–. Deja de preocuparte.

Lewis se quedó mudo después de eso, excepto por el pequeño ruido que sus uñas comenzaron a hacer sobre el cuero del sofá mientras sus dedos se retorcían.

–Ahora quédate exactamente donde estás –murmuró ella finalmente, apartándose el pelo de la cara y sentándose sobre él–. Prométeme que no te moverás.

Él parecía completamente asombrado mientras ella se desnudaba. Se subió un poco la falda y se quitó las medias y las braguitas. Olivia disfrutó al ver que él devoraba sus piernas con la vista. Se dejó la falda puesta, ya que le parecía muy erótico estar completamente desnuda bajo ella. Y tampoco se quitó la blusa. Eso podía esperar.

Luego se dio la vuelta y volvió a llenar su vaso con champán, dando un buen trago, por si el maravilloso efecto del alcohol comenzara a debilitarse.

Llevándose el vaso con ella, volvió hacia Lewis y se subió a horcajadas sobre él, pero apoyándose con sus rodillas, de modo que sus cuerpos no se tocaran todavía. Olivia dio gracias a que su falda no fuera demasiado ajustada. Y luego dio otro trago de champán.

–Creo que yo necesito también un trago –murmuró Lewis, con voz ronca.

–Bebe del mío –dijo ella, alcanzándole su vaso. Él lo vació y lo arrojó detrás del sofá.

–Tengo que advertirte que no llevo preservativo.

–Ya me he dado cuenta –dijo ella con una pequeña sonrisa, mientras comenzaba a desabrocharse la blusa.

–Esto es una locura, Olivia.

–Tranquilízate, jefe. Sólo soy la vieja Olivia. ¿Crees que puedo suponer un riesgo para la salud?

–Habitualmente no…

–Nicholas siempre usaba preservativos. Y yo empecé a tomar la píldora el mes pasado, ya que confiaba en Nicholas. ¡Qué idiota! Pero no te preocupes. Confío en ti, Lewis. Tú eres un hombre honorable.

–¡Honorable! ¡Dios mío! ¿Y crees que esto es honorable? ¿Dejarte hacer esto cuando sé que estas bebida?

–No subestimes tu atractivo, Lewis. ¿Cómo sabes que no estoy haciendo esto porque me moría por ti y me controlaba sólo porque sabía que eras un hombre felizmente casado? ¿Cómo sabes que yo no he fantaseado contigo cada día de estos seis últimos meses, que no he pensado en que me hacías el amor en el laboratorio o sobre tu escritorio o como ahora?

Ella observó que él estaba ya fuera de sí. Una expresión salvaje y primitiva llenaba su rostro.

Le abrió la camisa, subiéndole el sujetador para descubrir unos pechos llenos y duros. Luego, acercó su lengua al pezón más cercano. Olivia echó hacia atrás la cabeza, y soltó un sensual gemido. Mientras lamía el pezón de ella, Lewis le subió la falda hasta la cintura y la colocó sobre él, empujándola luego hacia abajo.

Olivia jadeó. No estaba segura de por qué esa postura les gustaba tanto a los hombres, pero finalmente comprendió cuál era su atractivo para las mujeres. Nunca se había sentido tan llena, su carne atravesada completamente por la de él. Ella se comenzó a mover de un modo instintivo y voluptuoso, subiendo y bajando de un modo increíblemente placentero.

Todos los pensamientos acerca de Nicholas y las ganas de vengarse de él, desaparecieron al enfrentarse a la experiencia sexual más increíble de toda su vida. Lewis estaba agarrando sus nalgas, apretándolas fuertemente y urgiéndole para que incrementara el ritmo. Ella comenzó a moverse más rápidamente.

La cabeza le daba vueltas y sentía que el cuerpo le ardía. Apenas podía respirar. Su boca se abrió y sus gritos hicieron que Lewis se excitara todavía más, comenzando a jadear hasta que sintió el primer espasmo. Soltó un gemido y echó la cabeza hacia delante. Lewis comenzó a gemir y a arquearse, profundizando más en ella.

Olivia a su vez podía sentir su propia carne, que se contraía alrededor de la de él, apretándola, ordeñándola… Las sensaciones casi le hicieron perder la cabeza. Finalmente, él se relajó bajo ella y se hundió en el sofá.

Olivia se quedó mirando la boca jadeante de él y sus ojos cerrados en tensión, mientras volvía poco a poco en sí. Gradualmente, sus terminaciones nerviosas se relajaron y una ola de satisfacción inundó su cuerpo, haciendo que bajara bruscamente de las alturas como si le hubieran arrojado una esponja húmeda a la cara. Una realidad asquerosa reemplazó al júbilo salvaje que ella había sentido un minuto antes y un sudor frío y pegajoso brotó de todo su cuerpo.

¡Santo Dios! Pero, ¿qué había hecho?

Sintió que el estómago se le revolvía. Viendo el estado en el que estaba, trató de arreglarse la ropa, mientras notaba cómo la bilis le subía por la garganta, delatando que se iba a poner mala.

Apenas pudo llegar al cuarto de baño privado de Lewis. Nada más cerrar la puerta, vomitó sobre la papelera. Incluso después de echar fuera de su cuerpo todo lo que había comido y bebido, sintió nuevos espasmos. Y, sobre su frente, aparecieron gotas de sudor mientras se retorcía de dolor.

Por unos minutos, Olivia pensó que se iba a morir. Y casi hubiera deseado morirse. Así no tendría que salir del cuarto de baño y enfrentarse a Lewis.

Le temblaban las manos todavía cuando alcanzó una toalla para limpiarse. Gimiendo, se acercó hasta el lavabo, donde se enjuagó la boca con agua. Finalmente, se derrumbó sobre el frío suelo. Y se quedó allí tirada mientras oía golpes en la puerta.

–¿Estás bien, Olivia?

¿Estar bien? ¿Cómo podía estarlo después de lo que había hecho? Sólo de recordarlo los ojos se le llenaban de lágrimas y el pecho se le tensaba de remordimiento y vergüenza.

–¿Olivia?

–Vete –gritó–. Te digo que te vayas.

–No seas tonta. Estás enferma. Así que me voy a quedar.

–Si no te vas ahora mismo, no sé lo que soy capaz de hacer.

Se oyó un suspiro de Lewis.

–Ya veo. Ya me imaginaba que te arrepentirías después. Y yo también me arrepiento, diablos. Pero me ha sido imposible detenerte, Olivia.

–Por favor –rogó ella–. Yo… no quiero seguir hablando de esto.

–Quieres olvidar lo que ha pasado, ¿no es eso?

–Sí.

–Yo no estoy seguro de que pueda olvidarme.

–Pues tienes que hacerlo. O yo… presentaré mi dimisión.

–¿Tu dimisión?

–Sí.

–No quiero que dimitas. Así que me marcharé si eso te hace sentirte mejor. Prométeme que pedirás un taxi. Te lo paga la empresa.

–Ya me lo pagaré yo misma, muchas gracias. No necesito que me recompenses. Nunca he estado tan disgustada conmigo misma.

–La culpa ha sido de los dos, Olivia, suponiendo que culpa sea la palabra adecuada.

–¿Y qué otra palabra hay?

–Necesidad, quizá.

–¿Necesidad?

–Sí. Pero podemos hablar de eso otro día. Creo que en este momento tu estado no es el mejor para ponerte a discutir acerca de las complejidades de la vida.

–Sólo márchate. ¡Por el amor de Dios!

–Muy bien. Veo que estás tan trastornada, que no puedes razonar, así que te llamaré mañana a casa y podremos hablar sobre lo sucedido ya más tranquilos.

–De acuerdo –dijo ella entre dientes.

–Buena chica.

¿Buena chica? Él debía estar bromeando. Su comportamiento había sido vergonzoso. Lewis no tenía por qué sentirse culpable. No se había aprovechado de que ella estuviera bebida. Había sido ella la que se había aprovechado del estado de frustración en el que se encontraba él. Olivia estaba segura de que Lewis no había estado con ninguna mujer desde que su matrimonio se rompió. Lo sabía porque ninguna mujer le había llamado y él se había quedado trabajando hasta tarde todos los días. Incluso alguna vez se había quedado toda la noche.

No, él había sido célibe desde que Dinah lo abandonó, así que su reacción había sido normal en un hombre joven y sano. Se entendía que no se hubiera resistido a las insinuaciones de su secretaria. Así que la única culpable era ella y sólo ella debía avergonzarse. Y él había sido muy generoso al tratar de excusarla. Ella no se merecía tanto.

–Dime de nuevo que estás bien –insistió él.

–Me pondré bien –dijo ella débilmente. Luego, se secó las lágrimas que le bajaban por las mejillas.

–Lo siento, Olivia. Pero no pareces estar bien. Y no me perdonaría si te dejara en este estado. Déjame entrar.

–No. No puedo.

–Pues tú lo has querido.

Olivia miró boquiabierta cómo Lewis echaba la puerta abajo con gran estrépito.

Por despecho

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