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VOLVER A EMPEZAR

Aris

Saco la última caja que queda en el maletero, la dejo sobre el suelo y cierro el portón, pulso el mando a distancia para que se cierren todas las puertas y compruebo una a una que lo han hecho, es una manía que tengo, y que he intentado quitarme pero me cuesta un huevo hacerlo.

Cojo la caja, lanzo un suspiro y repito en mi cabeza que todo irá bien a modo de mantra.

Acabo de llegar a una nueva ciudad, estoy a punto de subir la última caja de la mudanza a la que será mi nueva casa y cuando cierre la puerta tras de mí, empezará mi nueva vida.

Camino hacia el portal de la que será mi nueva casa mientras pienso en la suerte que he tenido de que Héctor me haya dado lo oportunidad de contratarme en su gimnasio y confiar en mí después de todo lo ocurrido en el último año.

Un halo de tristeza me invade cuando pienso en toda la mierda que he tenido que pasar para poder llegar hasta aquí.

Impido que las lágrimas salgan de mis ojos sacudiendo un poco mi cabeza de un lado a otro y así despejarla de los malos recuerdos.

Apoyo la caja en una de mis rodillas mientras busco las llaves para abrir la puerta del portal y entrar.

Tras subir en el ascensor hasta la quinta planta llego a casa, suelto la caja en el suelo y me siento en el sofá para pensar por dónde voy a empezar a colocar todo lo que he traído.

Esto en lugar de un salón parece el almacén de una empresa de mudanzas.

Resoplo y busco en mi mochila la única fotografía que he traído, la saco y la coloco sobre uno de los estantes vacíos que hay en una de las paredes del salón, después de darle un beso y pedirles que me ayuden con todo este caos y a afrontar esta nueva etapa, ella como siempre me sonríe.

Voy al dormitorio donde he dejado las maletas con la ropa y revuelvo en ellas hasta encontrar un pantalón de deporte, una camiseta y mis zapatillas de correr.

Correr siempre me ha ayudado a despejar la mente y a ordenar mis ideas, así que no lo dudo, me cambio de ropa, me coloco los cascos para escuchar música y salgo para hacer unos kilómetros, aprovecharé y pasaré por el gimnasio de Héctor y decirle que ya estoy aquí y que el lunes nos vemos.

Bajo los cinco pisos que me separan de la calle caminando, mientras busco la ubicación del gimnasio, así voy calentando.

Salgo a la calle y comienzo a correr a ritmo suave para pasar después a ritmos más rápidos, siguiendo las indicaciones de Google Maps para llegar hasta el gimnasio de Héctor. No son más de cinco kilómetros desde casa, por lo que podría hacer este circuito cada día para venir a trabajar.

Cuando la aplicación del móvil me avisa de que he llegado a mi destino, me paro, compruebo que así es, empujo la puerta y entro. Me acerco hasta la recepción y pregunto por Héctor.

La chica que está sentada detrás el mostrador se levanta para saludarme, preguntar mi nombre y decirme que puedo esperar sentado en uno de los sillones que hay junto a la puerta.

—Prefiero esperar de pie, gracias —le digo sonriendo.

Ella me devuelve la sonrisa y desaparece por un pasillo en busca de Héctor.

—Joder, qué alegría verte, tío. —Escucho no muy lejos de mí.

Me giro sobresaltado al escuchar su voz, esa que me ha hecho salir de mis pensamientos y mis recuerdos al ver un montón de fotografías de nosotros dos juntos de no hace demasiado tiempo.

Nos abrazamos y nos damos palmadas en la espalda en señal de alegría por nuestro encuentro, en las mías además hay agradecimiento por esta oportunidad que me está ofreciendo, solo espero no decepcionarlo.

—¡Qué buenos tiempos! ¿Eh? —me dice cuando nos separamos, se ha dado cuenta de que estaba fijo en todas y cada una de las fotografías.

Asiento con la cabeza, mientras me giro para mirarlas una vez más.

Casi todas son de Héctor con todos y cada uno de sus trofeos, pero en algunas también aparezco yo recogiendo algunos de los míos y por supuesto está en la que muerdo mi medalla de plata olímpica en los juegos de Río de Janeiro, está firmada y dedicada por mí. Sonrío al mirarla.

No es muy buena que digamos, pero está llena de significado. Esa foto es el resultado de todo el trabajo que había detrás de ese triunfo.

—¡Qué gran foto esta! ¡Qué gran día! Mis alumnos se van a poner muy contentos cuando sepan que tú serás uno de sus entrenadores. Anda que no presumo yo ni nada de ser amigos. Qué alegría me diste cuando aceptaste mi oferta. Gracias por decir que sí.

Héctor pasa uno de sus brazos por mis hombros mientras acaricia mi cabeza casi rapada.

—Gracias a ti por confiar en mí a pesar de todo —le digo mientras intento zafarme de su mano.

Héctor tira de uno de mis brazos para acercarme a él y así darme otro fuerte abrazo.

—No tienes que darlas, somos amigos, joder. Lo que siento es no haberte podido ayudar antes.

—Bueno en realidad tampoco he aceptado ayuda antes —le digo encogiéndome de hombros.

—Lo importante es que has abierto los ojos y estas aquí. ¿Qué te parece si nos ponemos los guantes y nos echamos una pelea? Quiero comprobar que esos puños de oro siguen siéndolo.

Acepto y le sigo hasta una de las salas del gimnasio donde hay un cuadrilátero y varios sacos de boxeo colgados para entrenar.

Héctor me lanza dos rollos de vendas y unos guantes Everlast. Me siento en un banco para prepararme y los recuerdos se amontonan en mi cabeza mientras comienzo a vendar mis manos.

Me llamo Aris y hasta hace un año era boxeador profesional, es decir que me ganaba la vida pegando puños.

Lo que comenzó siendo un acto de supervivencia a los doce años se convirtió en mi modo de vida al cumplir los veinte, cuando mi entrenador me animó a abandonar el boxeo amateur y dedicarme al profesional.

A partir de ahí mi carrera fue en ascenso, por lo que acumulo numerosos títulos tanto nacionales como internacionales, entre ellos, como ya os he contado, una medalla olímpica.

Todo iba bien en mi vida hasta hace aproximadamente un año. Hasta que ella se fue, hasta que ella se marchó sin ni siquiera despedirse.

—¿Listo? —me pregunta Héctor sacándome así de mis pensamientos, asiento con mi cabeza y me dirijo hasta el ring.

—¿Sigues escuchando ópera mientras entrenas?

—Bueno, en realidad sabes que no he vuelto a entrenar desde… ya sabes.

—Pues tendremos retomar tus buenas y viejas costumbres.

Héctor se dirige hasta el equipo de música que hay en la sala y busca un CD.

Suena ella, María Callas y su Casta Diva.

No sé por qué me aficioné a escuchar ópera mientras estaba en el gimnasio, supongo que este tipo de música me hacía relajar toda la tensión que acumulaba durante los combates, incluyendo los que eran tan solo entrenamientos. Durante un tiempo esta obsesión mía por escuchar este tipo de música fue objeto de bromas y mofas por parte de algunos compañeros, pero nunca me importó ser motivo de risas.

Sin duda mi favorita siempre fue el Nessun Dorma cantado por Pavarotti, solía escucharlo mientras me daba una ducha después de un combate.

Héctor me saca de mis pensamientos, echándome un brazo por mis hombros al tiempo que me invita a subir al cuadrilátero con él y poniéndose en posición de ataque.

—Demuéstrame que no me he equivocado al contratarte.

Suelta una carcajada y hace ademán de darme su primer gancho de izquierda, lo esquivo, me cubro y le doy un derechazo, esto hace que Héctor ya se tome la pelea un poco más en serio.

Tras unos treinta minutos de pelea, la damos por terminada, nos damos un abrazo y bajamos del ring para quitarnos los guantes y las vendas.

—¿Te apetece una cerveza, Aris?

Deniego su invitación alegando que estoy sudado y que además tengo que empezar a organizar mi nueva casa.

—Tengo cajas por todos lados y no sé por dónde empezar.

—Cómo quieras, chaval, si necesitas ayuda ya sabes.

Le doy de nuevo las gracias por todo lo que está haciendo por mí y nos despedimos hasta el lunes, con otro abrazo lleno de palmadas en la espalda.

Regreso a casa corriendo de nuevo, me doy una ducha, me pongo ropa cómoda, me preparo un sándwich para comer y comienzo a desembalar todo lo que tengo en las cajas y así poder colocarlo y que este piso empiece a tener cierto olor a hogar, aunque sin ella va a ser complicado.

Paso toda la tarde de una habitación a otra colocando lo que creo que es más necesario. Me siento en el sofá y miro nuestra foto, me fijo una vez más en su bonita sonrisa y me convenzo de que ella me dará las fuerzas suficientes para salir adelante una vez más.

Enciendo la televisión y por supuesto las noticias no hablan de otra cosa que no sea el coronavirus. Hablan de decretar el estado de alarma sanitaria, me paso las manos por mi cabeza y maldigo mi mala suerte al darme cuenta de todo lo que conlleva decretar ese estado.

Eso significa cerrar negocios temporalmente y eso incluye a los gimnasios, incluyendo el de Héctor, pero no voy a precipitarme. Igual no es para tanto y de aquí al lunes se toman otras medidas.

Esperaré a que Héctor me vaya informando.

Intento mantener mi cabeza ocupada en otras cosas, como por ejemplo hacer la lista de la compra para ir mañana al supermercado más cercano que encuentre y así poder hacer acopio de todo lo que necesito, que es mucho como ya podréis imaginar.

Teniendo en cuenta que acabo de llegar a la ciudad y solo he traído un poco de pan de molde y algo de fiambre para hacer frente a la comida y cena del día de hoy, mañana tendré que llenar el carro.

A 100 peldaños de ti

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