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Introducción

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A finales de 1991, una tras otra, las cinco repúblicas soviéticas de Asia Central —Kirguistán, Uzbekistán, Tayikistán, Turkmenistán y Kazajistán— proclamaron su independencia después de 67 años de haber sido incorporadas por el régimen de Stalin a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (urss). La balcanización de Asia Central fue una expresión más de la desintegración general del sistema y de la recomposición de la geografía política del extinto espacio soviético, formalmente desmembrado con la firma del Tratado Belovezha y del Protocolo de Almá-Atá en diciembre de 1991. Sin embargo, las características de la región confirieron a ese proceso rasgos particulares y pusieron en primer plano varios problemas de gran importancia para el curso de la subsiguiente transición política, como las contradicciones entre autoritarismo-democracia, regulación-modernización económica, nacionalismo-regionalismo y secularismo-religión, esta última de mayor interés para el propósito de este capítulo.

Si bien las repúblicas de Asia Central no estuvieron ajenas a los vientos de cambio y a la efervescencia política y social que socavaron las bases del sistema en los últimos años de existencia de la urss, tanto el impacto de la corriente reformista hacia el interior de sus estructuras internas (partidistas y gubernamentales), como la participación regional en el proceso final de cambio, fueron comparativamente bastante pobres dentro del contexto general del espacio soviético. La independencia de las cinco repúblicas centroasiáticas resultó una alternativa inevitable del fracasado proyecto de conservar una Unión Soviética renovada y del fallido golpe de Estado de agosto de 1991. En todos los casos, la nueva realidad representó la continuidad en el poder de las élites dirigentes del viejo régimen, por lo que la independencia vino acompañada de un férreo autoritarismo que frustró la posibilidad de una verdadera transición democrática y que, con algunas variaciones, se ha mantenido casi incólume hasta la actualidad.

En congruencia con su vocación autoritaria y neosoviética, los gobiernos centroasiáticos tampoco favorecieron la adopción de políticas de apertura y modernización económica. Durante casi tres décadas de independencia, las economías de los cinco países han conservado en lo esencial la especialización heredada de la división soviética del trabajo como proveedores de productos primarios, especialmente energéticos y agrícolas. Esa dependencia económica, fuera del marco del sistema autárquico y planificado que la generó, inhibió el crecimiento económico y abonó el terreno para el incremento del desempleo, la pobreza y el deterioro de las condiciones de vida de amplios sectores de la población, especialmente rurales, convirtiéndose en factores potenciales de la migración laboral extra-regional, sobre todo a Rusia, y también de muchos conflictos locales dentro del abigarrado escenario étnico centroasiático, los cuales se han encargado de alimentar estrechos nacionalismos de corte etno-regional que han hecho más difícil la ya compleja tarea de construir identidades nacionales que fundamenten las artificiales fronteras territoriales heredadas de la era soviética.

Los nuevos Estados soberanos nacieron así dentro de un contexto de pluralidad étnica y sin el anclaje de identidades nacionales propias. La necesidad de diferenciarse de su anterior identidad soviética, creó condiciones propicias en todos ellos para que el islam se convirtiera en un punto de reencuentro con una vieja y rica tradición cultural autóctona, totalmente disociada de ese pasado soviético. En consecuencia, la evolución de las cinco repúblicas centroasiáticas desde 1991 se ha visto inmersa, con especificidades y grados diferentes, en una doble contradicción: por una parte, entre el creciente renacimiento del islam a nivel societal y la acción de un Estado interesado en instrumentalizar parcialmente esos valores religiosos sin renunciar a su carácter secular; y por otra, entre la vocación autoritaria del Estado, que pretende mantener bajo control el ámbito religioso, y las crecientes expresiones de oposición religiosa a la política interventora y represiva gubernamental, incluyendo las modalidades más radicales de extremismo violento.

La presunta vinculación de este último con las redes de la yihad internacional ha sido un tema que durante las últimas dos décadas ha despertado interés por la islamización del Asia Central postsoviética, aunque desde perspectivas diferentes. La corriente predominante centra su atención en la expansión del islam político y el extremismo violento en Asia Central como una amenaza latente para la seguridad y estabilidad regionales (Baran, 2005; Idrees, 2016; Mori y Taccetti, 2016; Karin, 2017; Lang, 2017). En contraste, hay quienes sostienen que la islamización no conlleva necesariamente la radicalización y consideran exagerado el peso atribuido al extremismo islámico por tratarse de una fuerza muy reducida en el espectro del islam regional (Heathershaw y Montgomery, 2014); o incluso afirman que el islam hanafí profesado tradicionalmente en Asia Central —tolerante, liberal y distante de la cultura árabe— no es por naturaleza político, violento ni incompatible con la democracia y, por ende, no representa en sí mismo un caldo de cultivo para el radicalismo (Priego, 2009).

Esas diferencias derivan, en no poca medida, del carácter multidimensional implícito en el proceso de islamización de Asia Central después de 1991, por eso en este capítulo trataremos de abordarlo en tres ámbitos diferentes. Primero, como fenómeno social, asumiendo como tal el renacimiento de la fe y práctica religiosa en las sociedades centroasiáticas, así como el creciente papel de los valores, tradiciones e instituciones islámicas en la vida cotidiana de las personas. Segundo, en su dimensión estatal, que presupone la acción para mantener la islamización bajo control gubernamental y transformarla en un “islam oficial” que sirva a la vez de instrumento de legitimación política y de contención a la influencia del islamismo radical y de cualquier otra forma de oposición religiosa moderada. Y tercero, como medio de activismo político, que conlleva el análisis particular del espectro de expresiones políticas del islam, tanto de aquellas con pretensiones de erigirse en partidos opositores dentro de la política nacional, como de los diversos grupos que se oponen al estado secular y buscan implantar la ley islámica, ya sea por medios constitucionales, por la labor misionera o a través de la yihad violenta. En las siguientes páginas se analizará en detalle cada una de estas dimensiones del proceso de islamización.

Asia Central. Análisis geopolítico de una región clave

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