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UNO

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Hay días en la vida que parecen perfectos. Hay otros en los que una cierta quietud cubre al mundo, cuando la calma nos cobija tanto que uno se siente como si pudiera desaparecer, cuando uno tiene una sensación de paz, que es inmune a todas las preocupaciones del mundo. En que somos inmunes al miedo.  Al mañana. Puedo contar momentos como estos con una sola mano.

Y éste es uno de ellos.

Tengo trece años, Bree tiene seis y estamos en una playa de arena fina y suave. Papá sostiene mi mano, y mamá la de Bree, y los cuatro vayamos por la arena caliente, rumbo al mar.  El fresco rocío de las olas le sienta bien a mi cara, disminuyendo el calor de este día de agosto.  Las olas se estrellan alrededor nuestro y papá y mamá están riendo, sin preocupaciones.  Nunca los había visto tan relajados.  Los sorprendo mirándose con mucho amor y fijo esa imagen en mi mente.  Es una de las pocas veces que los he visto tan felices juntos y no quiero olvidarlo.  Bree grita en éxtasis, emocionada por el choque de las olas, que están en su pecho, en el tirón de la resaca, que llega hasta sus muslos.  Mamá la sujeta con fuerza y papá me aprieta la mano, conteniéndonos del tirón del mar.

“¡UNA! ¡DOS! ¡TRES!”, grita papá.

Soy levantada en el aire mientras papá tira de mi mano y mamá la de Bree. Subo alto sobre una ola y grito cuando la paso y se estrella detrás de mí. Me sorprende que papá pueda estar ahí parado,  tan fuerte como una roca, aparentemente ajeno a la fuerza de la naturaleza.

Mientras me hundo en el mar, entro en él, impactada por el agua fría en mi pecho. Aprieto la mano de papá con más fuerza, cuando regresa la resaca, y nuevamente me sostiene con firmeza. Siento en ese momento que me protegerá de todo, por siempre.

Se estrella una ola tras otra, y por primera vez desde que recuerdo, mamá y papá no tienen prisa.  Nos levantan una y otra vez, Bree grita con más alegría que nunca.  No sé cuánto tiempo ha pasado en este estupendo día de verano, en esta playa tranquila, bajo un cielo sin nubes, el rocío golpeando mi cara.  No quiero que el sol se oculte nunca, no quiero que nada de esto cambie.  Quiero estar aquí, así, por siempre.  Y en este momento, siento que podría suceder.

Abro mis ojos lentamente, desorientada por lo que veo frente a mí. No estoy en el mar, sino que estoy sentada en el asiento del pasajero de una lancha de motor, yendo a toda velocidad río arriba.  No es verano, sino invierno y las orillas están revestidas de nieve. Frente a nosotros flotan ocasionalmente, pedazos de hielo.  Mi cara recibe el rocío del agua, pero no es el rocío frío de las olas del mar de verano, sino el rocío helado del congelado Hudson en invierno.  Pestañeo varias veces hasta que me doy cuenta de que no es una mañana de verano, sino una tarde nublada de invierno. Trato de pensar qué fue lo que pasó, cómo cambió todo.

Estoy sentada, sintiendo escalofrío y miro a mi alrededor, poniéndome en guardia de inmediato.   Que yo recuerde, no había dormido a la luz del día, desde que recuerdo, y me sorprende. Me oriento rápidamente y veo a Logan, de pie, impasible, detrás del timón, con los ojos fijos en el río, navegando por el Hudson.  Volteo y veo a Ben, con la cabeza entre sus manos, mirando al río, perdido en su propio mundo. Al otro lado de la lancha está Bree, sentada, con los ojos cerrados, reclinada hacia atrás en su asiento, y su nueva amiga Rose, acurrucada, dormida en su hombro.  Sentada en su regazo está nuestra nueva mascota, la perrita Chihuahua tuerta, dormida.

También me sorprende haberme permitido dormir, pero cuando miro hacia abajo y veo la botella medio vacía de champaña en mi mano, me doy cuenta de que el alcohol, que no había tomado en años, debe haberme dejado fuera de combate— eso, junto con tantas noches sin dormir y tantos días de descarga de adrenalina. Mi cuerpo está tan golpeado, tan dolorido y magullado, que debe haberse quedado dormido por sí mismo.  Me siento culpable: nunca dejo a Bree sin mi supervisión. Pero mientras miro a Logan, su presencia es tan fuerte, que me doy cuenta de que debo haberme sentido lo suficientemente segura con él, que por eso lo hice.  En cierta forma, es como tener a papá otra vez conmigo.  ¿Será por eso que soñé con él?

“Me da gusto que hayas regresado”, se oye la voz grave de Logan. Él dirige la mirada hacia mí, con una sonrisita en la comisura de sus labios.

Me inclino hacia adelante, contemplando el río frente a nosotros, al pasar por él como si fuera mantequilla.  El rugido del motor es ensordecedor, y la lancha recorre la corriente, moviéndose hacia arriba y hacia abajo con un movimiento sutíl, meciéndose un poquito. El rocío helado golpea directamente mi cara y miro hacia abajo y veo que todavía traigo la misma ropa que he estado usando durante varios días.  La ropa está prácticamente pegada a mi piel, cubierta de sudor y sangre y mugre —y ahora húmeda por el rocío.  Estoy mojada, con frío y hambre.  Daría lo que fuera por darme un baño caliente, tomar chocolate caliente, tener una chimenea encendida, y cambiarme de ropa.

Veo al horizonte: el Hudson parece un vasto y amplio mar. Nos mantenemos en el centro, lejos de ambas costas; Logan sabiamente nos mantiene lejos de depredadores potenciales. Me acuerdo y de inmediato miro hacia atrás, buscando cualquier señal de los tratantes de esclavos.  No veo ninguno.

Miro hacia atrás buscando cualquier señal de alguna lancha en el horizonte, frente a nosotros.  Nada. Exploro las costas, buscando cualquier señal de actividad.  Nada.  Es como si tuviéramos el mundo para nosotros solamente. Es reconfortante e inhóspito, al mismo tiempo.

Lentamente, bajo la guardia.  Siento como si hubiera dormido por mucho tiempo, pero por la posición del sol en el cielo, solamente es media tarde.  No pude haber estado dormida más de una hora, cuando mucho. Miro alrededor buscando algún punto de referencia. Después de todo, estamos cerca de volver a casa.  Pero no veo nada.

“¿Cuánto tiempo dormí?”, le pregunto a Logan.

Se encoge de hombros. “Tal vez una hora”.

Una hora, pienso. Parece una eternidad.

Reviso el indicador de combustible y está medio vacío. Eso no es un buen augurio.

“¿Ves combustible por algún lado?”, le pregunto.

Al momento de hacer la pregunta, me doy cuenta de que es una tontería.

Logan me mira, como diciendo: ¿preguntas en serio? Desde luego que si hubiera visto algún depósito de combustible, ya lo habría utilizado.

“¿Dónde estamos?”, pregunto.

“Estos son tus rumbos”, contesta. “Iba a preguntarte lo mismo”.

Exploro el río nuevamente, pero aún no puedo reconocer nada. Eso es lo que pasa con el Hudson—que es tan amplio y se extiende enormemente, que es muy fácil perder la orientación.

“¿Por qué no me despertaste?”, pregunto.

“¿Para qué? Necesitabas dormir”.

No sé qué más decirle. Eso es lo que pasa con Logan: me agrada, y siento que le gusto, pero no creo que tengamos mucho que decirnos. No ayuda el hecho de que es reservado, y de que yo también lo soy.

Continuamos en silencio, el agua blanca batiendo por debajo de nosotros y me pregunto ¿cuánto tiempo más podremos avanzar? ¿Qué haremos cuando se nos acabe el combustible?

A lo lejos, veo algo en el horizonte.  Parece una especie de estructura en el agua. Primero me pregunto si es una visión, pero después Logan estira el cuello, alerta, y me doy cuenta de que él también debe verlo.

“Creo que es un puente”, dice. “Un puente caído”.

Me doy cuenta de que tiene razón.  Acercándose más está un altísimo pedazo de metal retorcido, imponente, sobresaliendo del agua, como si fuera un monumento al infierno. Recuerdo que este puente antes atravesaba bellamente el río; ahora es un enorme montón de chatarra, que se zambulle en ángulos dentados en el agua.

Logan reduce la velocidad de la lancha, el motor se aquieta a medida que nos acercamos.  Nuestra velocidad baja y la lancha se mece fuertemente. El metal dentado sobresale en todas direcciones y Logan navega, maniobrando la lancha a la izquierda y a la derecha, creando su propio sendero. Miro hacia arriba conforme avanzamos hacia los restos del puente, que emerge sobre nosotros. Parece que se eleva cientos de metros de altura, como testimonio de lo que fue la humanidad, antes de empezarnos a matar unos a otros.

“El Puente Tappan Zee”, comento. “Estamos una hora al norte de la ciudad. Llevamos una buena ventaja sobre ellos, si nos persiguen”.

“Nos están persiguiendo”, dice él. “De eso puedes estar segura”.

Lo miro. “¿Cómo puedes estar tan seguro?”.

“Los conozco. Ellos nunca olvidan”.

Al pasar por el último pedazo de metal, Logan aumenta la velocidad y me inclino hacia atrás cuando aceleramos.

“¿Qué tan lejos crees que estén de nosotros?”, pregunto.

Él mira hacia el horizonte, impasible. Finalmente, se encoge de hombros.

“Es difícil saberlo. Depende del tiempo que les tome reunir a las tropas. La nieve es espesa, lo cual es bueno para nosotros.  ¿Unas tres horas? Tal vez seis, si corremos con suerte. Lo bueno es que esta lancha es rápida.  Creo que podemos escapar de ellos, mientras tengamos combustible”.

“Pero no lo tenemos”, digo, señalando lo obvio. “Salimos con tanque lleno—ya gastamos la mitad.  Se nos acabará en unas cuantas horas.  Canadá queda muy lejos.  ¿Cómo sugieres que encontremos combustible?”.

Logan se queda mirando al agua, pensando.

“No tenemos elección”, dice. “Tenemos que conseguirlo. No tenemos otra alternativa.  No podemos detenernos”.

“Tendremos que descansar en algún momento”, digo. “Vamos a necesitar comida y un lugar dónde dormir.  No podemos quedarnos afuera, con este clima, todo el día y toda la noche”.

“Será mejor morir de hambre y congelarnos, que ser atrapados por los tratantes de esclavos”, dice él.

Pienso en la casa de papá, río arriba. Vamos a pasar cerca de ella. Recuerdo mi promesa a mi vieja perra, Sasha, de enterrarla. También pienso en toda la comida que hay allá arriba, en la cabaña de piedra—podemos rescatarla y nos podría mantener durante varios días. Pienso en todas las herramientas que hay en el garaje de papá, en todas las cosas que podemos utilizar. Y ni qué decir de la ropa adicional, mantas y fósforos.

“Quiero hacer una parada”.

Logan voltea a verme como si estuviera loca. Noto que no le gusta esto.

“¿De qué hablas?”.

“De la casa de mi papá. En Catskill. Está una hora al norte de aquí. Quiero que nos detengamos ahí. Hay muchas cosas que podemos rescatar. Cosas que necesitaremos. Por ejemplo, la comida. Y…”, hago una pausa, “quiero enterrar a mi perra”.

“¿Enterrar a tu perra?”, pregunta, alzando la voz. “¿Estás loca? ¿Quieres que nos maten a todos por eso?”.

“Se lo prometí a ella”, le digo.

“¿Lo prometiste?”, responde. “¿A tu perra? ¿A tu perra muerta? Debes estar bromeando”.

Sostengo la mirada y se da cuenta rápidamente de que no estoy bromeando.

“Si prometo algo, lo cumplo. Te enterraría, si te lo hubiera prometido”.

Él niega con la cabeza.

“Escucha”, digo con firmeza. “Querías ir a Canadá. Podríamos haber ido a cualquier lugar. Ese era tu sueño. No el mío. ¿Quién sabe si existe siquiera esa ciudad? Te estoy siguiendo en tu capricho. Y esta lancha no es solo tuya. Sólo quiero detenerme en la casa de mi papá. Buscar algunas cosas que necesitamos y enterrar a mi perra. No tardaremos. Llevamos una gran ventaja sobre los tratantes de esclavos. Además de que tenemos un pequeño bote de combustible allá.  No es mucho, pero nos servirá”.

Logan niega lentamente con su cabeza.

“Preferiría no ir por ese combustible y no correr tal riesgo.  Estás hablando de las montañas. Estás hablando de unos treinta y dos kilómetros hacia el interior, ¿cierto? ¿Cómo supones que llegaremos ahí una vez que atraquemos? ¿Caminando?”

“Yo sé dónde hay un viejo vehículo. Es una camioneta destartalada. Es solamente una estructura oxidada, pero funciona, y tiene suficiente combustible para llevarnos allá y regresarnos. Está escondida cerca de la orilla del río. El río nos llevará directamente hacia él.  La camioneta nos llevará arriba y nos regresará. Será rápido. Y después podemos continuar nuestro largo viaje a Canadá. Y vamos a estar mejor”.

Logan mira fijamente al agua, en silencio, durante mucho tiempo, con los puños apretados firmemente en el timón.

Finalmente, dice: “como quieras. Es la vida de ustedes la que arriesgan. Pero yo me quedaré en la lancha.  Tienes dos horas.  Si no regresas a tiempo, me iré”.

Me aparto de él y miro al agua, presa de rabia. Yo quería que él me acompañara. Creo que solo está preocupado por él mismo, y eso me decepciona.  Pensé que era una mejor persona.

“¿Entonces sólo te interesa tu bienestar, no?”, le pregunto.

También me preocupa que no quiera acompañarme a casa de mi papá; no había pensado en eso.  Sé que Ben no querrá venir y me hubiera gustado tener ayuda. No importa. Sigo decidida a cumplir la promesa que hice, y la cumpliré.  Con o sin él.

Él no contesta y noto que está molesto.

Miro hacia el agua, tratando de evitar verlo.  Mientras el agua se agita en medio del constante zumbido del motor, me doy cuenta de que estoy enojada y no solamente porque me siento decepcionada de él, sino porque me había empezado a gustar, porque contaba con él. No había dependido de nadie desde hacía mucho tiempo.  Es un sentimiento aterrador, tener que depender de alguien otra vez y me siento traicionada.

“¿Brooke?”

Me siento contenta al escuchar el sonido de una voz conocida, y giro para ver a mi hermana que ya ha despertado.  Rose también despierta.  Ellas dos son como dos gotas de agua, como la extensión de una persona.

Todavía me cuesta creer que Bree esté aquí conmigo otra vez.  Es como un sueño. Cuando se la llevaron, una parte de mí estaba segura de que nunca la volvería a ver con vida. Cada momento que estoy con ella, siento que me han dado una segunda oportunidad, y me siento más decidida que nunca a ver por ella.

“Tengo hambre”, dice Bree, frotando sus ojos con el dorso sus manos.

Penélope también se sienta, en el regazo de Bree. No deja de temblar y levanta el ojo bueno y me mira, como si también tuviera hambre.

“Estoy congelada”, dice Rose, frotando sus hombros. Ella sólo lleva una blusa delgada y me siento terriblemente mal por ella.

Entiendo. Yo también muero de hambre y me congelo. Mi nariz está roja y apenas puedo sentirla. Lo que encontramos en la lancha estuvo riquísimo, pero no satisface—especialmente si teníamos el estómago vacío.  Y lo comimos hace horas.  Piensoo nuevamente en el baúl de comida, en lo poco que queda y me pregunto cuánto tiempo nos durará. Sé que debería racionar la comida. Pero todos tenemos mucha hambre, y no soporto ver a Bree con ese aspecto.

“No queda mucha comida”, le digo a ella, “pero puedo darles un poco ahora. Tenemos algunas galletas dulces y saladas”.

“¡Galletas dulces!” gritan las dos al mismo tiempo. Penélope ladra.

“Yo no haría eso”, se oye la voz de Logan, quien está junto a mí.

Volteo a verlo y me mira con desaprobación.

“Tenemos que racionarla”.

“¡Por favor!”, dice Bree. “Necesito algo. Tengo mucha hambre”.

“Tengo que darles algo”, digo con firmeza a Logan, entendiendo su criterio, pero molesta por su falta de compasión. “Repartiré una galleta a cada uno.  A todos nosotros”.

“¿Y a Penélope?”, pregunta Rose.

“La perra no tendrá nuestra comida”, espeta Logan. “Que se consiga la suya”.

Siento otra punzada de enojo hacia Logan, aunque sé que está siendo congruente. De cualquier manera, al ver la mirada cabizbaja de Rose y la cara de Bree, y cuando vuelvo a oírla ladrar, no puedo permitir que muera de hambre. En silencio, me resigno a darle algo de la comida que me toca.

Abro el baúl y exploro una vez más nuestra reserva de comida. Veo dos cajas de galletas dulces tres cajas de galletas saladas, varias bolsas de ositos de goma, y media docena de barras de chocolate. Quisiera que tuviéramos comida más sustanciosa, y no sé cómo haremos para que esto nos dure, cómo será suficiente para comer tres veces al día las cinco personas.

Saco las galletas y reparto una a cada quien. Ben finalmente se espabila al ver la comida, y acepta una galleta. Tiene ojeras, y parece como si no hubiera dormido. Es doloroso ver su expresión, tan devastado por la pérdida de su hermano, y yo miro hacia otro lado cuando le entrego su galleta.

Voy a la parte delantera de la lancha y le entrego la suya a Logan. La toma y en silencio la guarda en su bolsillo, desde luego, la guardará para más adelante. No sé de dónde saca fuerzas.  Yo pierdo la voluntad con solo oler la galleta de chocolate. Sé que debería reservarla también, pero no puedo evitarlo.  Le doy una pequeña mordida, resuelta a guardarla—pero es tan deliciosa, que no puedo evitarlo—me la como toda, dejando sólo la última mordida, que aparto para dársela a Penélope.

La comida me hace sentir tan bien.  El subidón de azúcar llega a mi cabeza, después a mi cuerpo y quisiera comer otra docena. Respiro profundamente mientras siento dolor en el estómago, tratando de controlarme.

El río se hace angosto, las orillas se aproximan una a otra y gira y da vueltas. Estamos cerca de la tierra y estoy en estado de alerta, mirando las costas en busca de alguna señal de peligro.  Al dar vuelta en una curva, miro a mi izquierda y a lo alto de un acantilado veo las ruinas de una antigua fortificación, ahora bombardeada.  Me sorprendo al darme cuenta de lo que había sido antes.

“La Academia Militar”, dice Logan. Debe haberse dado cuenta al mismo tiempo que yo.

Es impactante ver a este bastión de fortaleza norteamericana, convertido en un montón de escombros, el mástil torcido colgando sin gracia sobre el Hudson. Casi nada es igual a como había sido antes.

“¿Qué es eso?”, pregunta Bree, castañeando los dientes. Ella y Rose han subido a la parte delantera de la lancha, junto a mí, y ella mira hacia afuera, siguiendo mi mirada. No quiero decirle.

“No es nada, mi amor”, le digo. “Es solo una ruina”.

Pongo mi brazo alrededor de ella y la acerco hacia mí, y pongo mi otro brazo sobre Rose, y también la acerco hacia mí.  Intento calentarlas, frotando sus hombros lo mejor que puedo.

“¿Cuándo iremos a casa?”, pregunta Rose.

Logan y yo intercambiamos miradas. No sé qué contestar.

“No iremos a casa”, le digo a Rose, con el mayor tacto posible, “pero vamos a buscar un nuevo hogar”.

“¿Vamos a pasar por nuestro antigua casa?”, pregunta Bree.

Titubeo. “Sí”, le digo.

“Pero no nos vamos a quedar ahí, ¿verdad?”, me pregunta.

“Así es”, le digo. “Es muy peligroso vivir ahí ahora”.

“No quiero vivir ahí otra vez”, dice ella. “Odié ese lugar. Pero no podemos dejar ahí a Sasha. ¿Vamos a detenernos para enterrarla? Tú lo prometiste”.

Pienso nuevamente en mi discusión con Logan.

“Tienes razón”, le digo en voz baja. “Lo prometí. Y sí, vamos a detenernos”.

Logan se aparta, visiblemente enojado.

“¿Y después, qué?”, pregunta Rose. “¿Después a dónde iremos?”

“Seguiremos yendo río arriba”, le explico. “Tan lejos como lleguemos”.

“¿Dónde termina?”, pregunta ella.

Es una buena pregunta, y la considero de mucha profundidad. ¿Dónde termina todo esto? ¿Con nuestra muerte? ¿Sobreviviremos? ¿Acabará alguna vez? ¿Se ve algún final a la vista?

Yo no tengo la respuesta.

Doy la vuelta y me arrodillo, y la miro a los ojos.  Necesito darle alguna esperanza.  Algún incentivo para vivir.

“Termina en un lugar hermoso”, le digo. “Al lugar que vamos, todo está bien, otra vez.  Las calles están limpias y brillan, y todo es perfecto y seguro. Ahí habrá gente, gente amable, y nos aceptarán y protegerán.  También habrá comida, comida de verdad, todo lo que puedas comer, todo el tiempo.  Será el lugar más hermoso que hayas visto alguna vez”.

Los ojos de Rose se abren de par en par.

“¿Eso es verdad?”, pregunta.

Asiento con la cabeza. Lentamente, muestra una gran sonrisa.

“¿Cuánto falta para que lleguemos?”

Sonrío. “No sé, mi amor”.

Pero Bree es más escéptica que Rose.

“¿Eso es verdad?”, pregunta en voz baja. “¿Realmente existe ese lugar?”

“Existe”, le digo, intentando con ganas parecer convincente. “¿Verdad, Logan?”.

Logan voltea, asiente con la cabeza brevemente, y aleja la mirada. Después de todo, él es quien cree en Canadá, quien cree en la tierra prometida. ¿Cómo puede negarlo ahora?

El Hudson serpentea, haciéndose más estrecho, y después ampliándose nuevamente.  Finalmente, entramos a territorio conocido.  Pasamos por lugares que reconozco, acercándonos cada vez más a la casa de papá.

Pasamos otra orilla y veo una isla deshabitada, que es solamente un afloramiento pedregoso. En ella quedan los restos de un faro, su lámpara que fue hecha pedazos hace mucho tiempo; su estructura es apenas una fachada.

Pasamos otra curva en el río y a lo lejos, veo el puente en el que he estado hace unos días, mientras perseguía a los tratantes de esclavos. Ahí, a mitad del puente, veo que el centro estalló, tiene un enorme agujero, como si un martillo de demolición hubiera caído al centro. Recuerdo cómo Ben y yo corrimos a través de él en la moto y casi derrapamos en él. No puedo creerlo. Ya casi llegamos.

Esto me hace pensar en Ben, en cómo me salvó la vida ese día.  Volteo a verlo. Él mira fijamente al agua, taciturno.

“¿Ben?”, pregunto.

Se vuelve y me mira.

“¿Recuerdas ese puente?”

Voltea a verlo y noto el miedo en sus ojos.  Lo recuerda.

Bree me da un codazo. “¿Puedo darle a Penélope un poco de mi galleta?”, me pregunta.

“¿Yo también?”, pregunta Rose.

“Por supuesto”, le dijo en voz alta, para que Logan pueda oírlo. Él no es el único que manda aquí y podemos hacer con nuestra comida lo que queramos.

La perra, que está en el regazo de Rose, se anima, como si entendiera. Es increíble. Nunca había visto a un animal tan listo.

Bree se inclina para darle un pedazo de su galleta, pero yo detengo su mano.

“Espera”, le digo. “Si vas a darle de comer, ella debería tener un nombre, ¿no?”

“Pero no tiene collar”, dice Rose. “Su nombre podría ser cualquier cosa”.

“Ahora es tu perra”, le digo. “Ponle un nombre nuevo”.

Rose y Bree intercambian una mirada de emoción.

“¿Cómo debemos llamarla?”, pregunta Bree.

“¿Qué te parece Penélope?” dice Rose.

“¡Penélope!”, grita Bree. “Me gusta”.

“A mí también me gusta”, le digo.

“¡Penélope!”, le dice Rose a la perrita.

Sorprendentemente, la perrita voltea a verla cuando la llama así, como si siempre hubiera sido su nombre.

Bree sonríe, mientras extiende la mano y le da un pedazo de galleta.  Penélope se lo arrebata de las manos y lo traga de un bocado. Bree y Rose ríen animadamente, y Rose le da el resto de su galleta.  Ella también se lo arrebata y yo extiendo la mano y le doy el último bocado de mi galleta. Penélope nos mira a las tres con entusiasmo, temblando y ladra tres veces.

Todas reímos.  Por un momento, casi olvido nuestros problemas.

Pero entonces, a lo lejos, sobre el hombro de Bree, veo algo.

“Ahí”, le digo a Logan, yendo hacia arriba y señalando a nuestra izquierda. “Ahí es donde tenemos que ir.  Gira ahí”.

Veo la península donde Ben y yo fuimos en moto, sobre el hielo del Hudson. Me estremezco al recordarlo, al pensar en la locura de esa persecución. Sigo sorprendida de que estemos vivos.

Logan mira sobre su hombro en busca de alguien que nos esté siguiendo; después, de mala gana, desacelera, desviándonos a un costado, llevándonos hacia la ensenada.

Inquieta, miro alrededor con cautela cuando llegamos a la desembocadura de la península. Nos deslizamos junto a él mientras tuerce tierra adentro. Estamos muy cerca de la costa, pasando una torre de agua destartalada. Seguimos adelante y pronto nos deslizamos junto a las ruinas de una ciudad, justo en el centro de la misma. Catskill. Hay edificios quemados por todos lados y parece como si hubiera estallado una bomba.

Todos estamos en ascuas al abrirnos camino lentamente hasta la ensenada, yendo tierra adentro; la costa está a varios metros de distancia al hacerse angosta. Estamos expuestos a tener una emboscada, e inconscientemente, bajo la mano y la apoyo en mi cadera, donde está mi cuchillo.  Me doy cuenta de que Logan hace lo mismo.

Veo sobre mi hombro buscando a Ben; pero él sigue en estado casi catatónico.

“¿Dónde está el camión?”, pregunta Logan, con voz nerviosa. “No iré tierra adentro, te lo digo desde ahora. Si algo sucede, necesitamos poder salir al Hudson, y rápidamente. Esto es una trampa mortal”, dice, mirando con recelo la orilla.

Yo también la veo. Pero la costa está vacía, desolada, congelada, sin nadie a la vista, hasta donde alcanzo a ver.

“¿Ves ahí?”, le digo, señalando. “¿Ese cobertizo oxidado? Es adentro”.

Logan nos acerca otras treinta yardas más o menos, después gira hacia el cobertizo.  Hay un viejo muelle en ruinas, y logra llevar la lancha a unos metros de la orilla. Apaga el motor, toma el ancla y la tira por la borda.  Después toma la cuerda de la lancha, hace un nudo flojo en un extremo, y lo lanza a un poste de metal oxidado.  Cae adentro y nos acerca, apretándolo, para que podamos caminar hacia el muelle.

“¿Vamos a bajar?”, pregunta Bree.

“Yo bajaré”, le digo. “Espérame aquí, en la lancha. Es demasiado peligroso para que ustedes vayan. Volveré pronto.  Voy a enterrar a Sasha.  Lo prometo”.

“¡No!”, grita ella. “Prometiste que nunca volveríamos a separarnos. ¡Lo prometiste! ¡No puedes dejarme aquí, sola! ¡NO puedes!”.

“No te voy a dejar sola”, le digo, con el corazón hecho pedazos.  “Te quedarás con Logan, con Ben, y con Rose. Estarás totalmente segura. Lo prometo”.

Pero Bree se levanta, y para mi sorpresa, da un salto a través de la cuerda y salta a la orilla de arena, cayendo justamente en la nieve.

Ella se queda en tierra, con las manos en sus caderas, mirándome desafiante.

“Si te vas, yo iré contigo”, afirma.

Respiro profundamente, viendo que está decidida. Sé que cuando se pone así, es porque lo dice en serio.

Será una responsabilidad ir con ella, pero tengo que reconocer que una parte de mí se siente bien teniéndola a mi lado todo el tiempo. Y si trato de disuadirla, solamente perderé más tiempo.

“De acuerdo”, le digo. “Pero quédate cerca de mí todo el tiempo. ¿Lo prometes?”

Ella asiente con la cabeza. “Lo prometo”.

“Tengo miedo”, dice Rose, mirando a Bree, con los ojos bien abiertos. “Yo no quiero bajar de la lancha. Quiero quedarme aquí, con Penélope. ¿No les molesta?”.

“Quiero que te quedes”, le digo, negándome en silencio a traerla también.

Volteo a ver a Ben, y él se da vuelta y me mira con sus ojos de tristeza.  Su mirada me hace querer ver ahacia otro lado, pero me obligo a no hacerlo.

“¿Vas a venir?”, le pregunto. Espero que diga que sí. Estoy molesta con Logan por quedarse aquí, por decepcionarme, y podría necesitar su apoyo.

Pero Ben, sigue notoriamente aturdido, y sólo me mira. Me mira como si no comprendiera.  Me pregunto si sabe lo que está ocurriendo a su alrededor.

“¿Vas a venir?” Le pregunto contundentemente. No tengo paciencia para esto.

Lentamente, niega con la cabeza, retirándose.  Está fuera de sí, y trato de perdonarlo, pero es difícil.

Me vuelvo para dejar la lancha y salto a la orilla.  Se siente bien tener los pies en tierra firme.

“¡Esperen!”.

Volteo y veo a Logan levantarse del asiento del conductor.

“Sabía que pasaría una porquería así”, dijo.

Camina por la lancha, recogiendo sus cosas.

“¿Qué estás haciendo?”, le pregunto.

“¿Tú qué crees?”, me pregunta. “No permitiré que vayan las dos solas”.

Mi corazón se llena de alivio.  Si yo fuera sola, no me importaría tanto—pero me alegra tener otro par de ojos para cuidar a Bree.

Salta de la lancha, hacia la costa.

“Desde ahora te digo que es una idea tonta”, dice, mientras se pone a mi lado. “Deberíamos irnos.  Pronto va a anochecer.  El Hudson se puede congelar. Podríamos quedar varados aquí. Y ni qué decir de los tratantes de esclavos.  Tienes 90 minutos, ¿entiendes? 30 minutos para llegar, 30 para estar ahí y 30 para regresar.  Sin excepciones de cualquier tipo.  De otro modo, me iré sin ustedes”.

Volteo a verlo, impresionada y agradecida.

“Trato hecho”, le digo.

Pienso en el sacrificio que acaba de hacer y empiezo a sentir algo más.  Detrás de toda su pose, empiezo a sentir que realmente le agrado a Logan. Y que no es tan egoista como pensé.

Cuando giramos para irnos, hay otro desplazamiento de la lancha.

“¡Esperen!”, grita Ben.

Volteo a ver.

“No pueden dejarme aquí sola con Rose. ¿Qué pasa si alguien viene? ¿Qué se supone que yo haga?

“Cuidar la lancha”, dice Logan, girando nuevamente para marcharse.

“¡No sé conducirla!”, grita Ben. “¡No tengo armas!”.

Logan se vuelve nuevamente, molesto, se agacha, toma una de las armas de fuego de una correa que tiene en su muslo, y se la da a él.  Le pega fuerte en el pecho, y la suelta.

“Tal vez aprendas a usarla”, dice Logan con desdén, alejándose nuevamente.

Echo un buen vistazo a Ben, quien está ahí parado, pareciendo tan indefenso y asustado, sosteniendo un arma que no sabe cómo utilizar. Se ve totalmente aterrado.

Quiero consolarlo.  Decirle que todo va a estar bien, que regresaremos pronto.  Pero en cuanto me doy la vuelta, y miro hacia la gran cordillera ante nosotros, por vez primera no estoy tan segura de que lo haremos.

Arena Dos

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