Читать книгу Arena Dos - Морган Райс, Morgan Rice - Страница 8
DOS
ОглавлениеCaminamos rápidamente por la nieve y miro con ansiedad el cielo que se oscurece, sintiendo la presión del tiempo. Echo un vistazo por encima de mi hombro, veo huellas en la nieve, y atrás de ellas, parado en la lancha que se mece, están Ben y Rose, mirándonos con los ojos bien abiertos. Rose sostiene a Penélope, que también tiene miedo. Penélope ladra. Me siento mal por dejar ahí a los tres, pero sé que nuestra misión es necesaria. Sé que podemos rescatar suministros y alimentos que nos ayudarán, y siento que tenemos una buena ventaja sobre los tratantes de esclavos.
Me apresuro hacia el cobertizo oxidado, que está cubierto de nieve y abro de un tirón su puerta torcida, rezando para que el vehículo que escondí hace años, aún esté ahí. Era una vieja camioneta oxidada, en muy mal estado, que es más estructura que vehículo, con solo un octavo de tanque de combustible. Me la encontré un día, en una zanja en la Ruta 23 y la escondí aquí, con cuidado, cerca del río, por si algún día la necesitaba. Recuerdo haber quedado sorprendida cuando pude voltearla.
La puerta del cobertizo se abre haciendo un chirrido, y ahí está, tan bien escondida como el día en que la oculté, todavía cubierta de heno. Siento un gran alivio. Doy un paso al frente y quito el heno, mis manos se enfrían cuando toco el metal congelado. Voy a la parte trasera del cobertizo y abro las puertas dobles del granero, y la luz inunda el lugar.
“Qué buenos neumáticos”, dice Logan, caminando detrás de mí, observándola. “¿Estás segura de que camina?”
“No”, le contesto. “Pero la casa de mi papá está a treinta y dos kilómetros de distancia, y no podemos caminar, precisamente”.
Noto en su voz que realmente no quiere estar en esta misión, que quiere regresar a la lancha, ir río arriba.
Subo de un salto al asiento del conductor y busco la llave en el piso. Por fin la encuentro, escondida en lo más profundo. La pongo en marcha, respiro profundamente y cierro mis ojos.
Por favor, Dios. Por favor.
Al principio no pasa nada. Me siento descorazonada.
Pero le doy marcha una y otra vez, girando más a la derecha y poco a poco empieza a encender. Al principio es un sonido suave, como gato moribundo. Pero acelero, doy marcha una y otra vez y finalmente enciende más.
Arranca, arranca.
Finalmente enciende, estruendosamente y crujiendo a la vida. Se embarulla y jadea, claramente está en las últimas. Por lo menos arranca.
No puedo evitar sonreír, llena de alivio. Funciona. Realmente arrancó. Vamos a poder ir a mi casa, a enterrar a mi perro, a buscar comida. Siento como si Sasha nos estuviera mirando, ayudándonos. Tal vez también mi papá.
Se abre la puerta del pasajero y entra Bree, llena de emoción, pasando por el asiento de vinilo, justo a mi lado, mientras Logan salta y se sienta junto a ella, y cierra la puerta, mirando al frente.
“¿Qué estás esperando?”, pregunta él. “El reloj está corriendo”.
“No tienes que decírmelo dos veces”, le digo, igualmente tajante con él.
Lo pongo en marcha y acelero, saliendo de reversa del cobertizo hacia la nieve y el cielo de la tarde. Al principio, las ruedas quedan atrapadas en la nieve, pero acelero más y chisporrotea. Conducimos, virando bruscamente, con los neumáticos lisos, a través de un campo, lleno de baches, siendo sacudidos en todas direcciones. Pero continuamos avanzando y es todo lo que me importa.
Pronto, llegamos a un pequeño camino de tierra. Estoy tan agradecida de que la nieve se haya derretido la mayor parte del día—de otra manera, nunca podríamos lograrlo.
Empezamos por tomar una buena velocidad. El camión me sorprende, tranquilizándome en cuanto se calienta. Llegamos casi a 48 kph, al ir por la Ruta 23 hacia el oeste. Sigo acelerando, hasta que llegamos a un bache y lo lamento. Todos gemimos, al golpearnos la cabeza. Reduzco la velocidad. Es casi imposible ver los baches en la nieve, y olvido el mal estado en que están estos caminos.
Es escalofriante volver a este camino, yendo hacia lo que antes fue nuestro hogar. Vuelvo a pasar por el camino que tomé cuando perseguía a los tratantes de esclavos, y me inundo de recuerdos. Recuerdo haber corrido aquí en una motocicleta, pensando que iba a morir, y trato de eliminarlo de mi mente.
Conforme avanzamos, nos encontramos con el enorme árbol caído sobre el camino, que ahora está cubierto de nieve. Lo reconozco como el árbol que había sido talado durante mi salida, el que bloqueaba el camino de los tratantes de esclavos, por algún sobreviviente desconocido que nos estaba cuidado. No puedo evitar preguntarme si hay otras personas por ahí ahora, sobreviviendo, o incluso vigilándonos. Miro de un lado a otro, peinando el bosque. Pero no veo ninguna señal.
Estamos haciendo un buen tiempo y para mi alivio, nada va mal. No confío en ello. Es como si fuera demasiado sencillo. Miro el indicador de combustible y noto que no hemos gastado mucho. Pero no sé qué tan preciso sea, y por un momento me pregunto si habrá suficiente combustible para ir allá y regresar. Me pregunto si esto fue una idea tonta.
Finalmente nos desviamos del camino principal hacia un camino de tierra angosto y serprenteante que nos llevará a la montaña, a la casa de mi papá. Ahora estoy más en ascuas, al ir zigzagueando en la montaña, viendo los acantilados en abrupto desnivel, a mi derecha. Estoy atenta y no puedo evitar notar la increíble vista, que abarca toda la cordillera Catskill. Pero el desnivel es empinado y la nieve es más espesa ahí, y sé que con un giro equivocado, una derrapada equivocada, este viejo cacharro de herrumbre irá justo al acantilado.
Para mi sorpresa, el camión se queda ahí. Es como un bulldog. Pronto pasamos lo peor de todo, y al dar la vuelta en un curva, de repente veo nuestra antigua casa.
“¡Oigan! ¡La casa de papá!”, grita Bree, reacomodándose en el asiento emocionada.
Yo también me siento aliviada de verla. Aquí estamos e hicimos un buen tiempo.
“¿Lo ves?”, le digo a Logan, “eso no estuvo tan mal”.
Pero Logan no se siente aliviado, con una mueca en el rostro, nervioso, mientras observa los árboles.
“Ya llegamos aquí”, se queja. “Pero no hemos regresado aún”.
Típico. Se niega a reconocer que se equivocó.
Me detengo frente a nuestra casa y veo las antiguas huellas de los tratantes de esclavos. Me hace recordar todo el temor que yo había sentido cuando se habían llevado a Bree. Me acerco a ella y le pongo el brazo alrededor de su hombro, la aprieto con fuerza, y decido no volver a dejarla nunca lejos de mi vista.
Apago la marcha y todos salimos rápidamente y nos dirigimos hacia la casa.
“Lamento el desastre”, le digo a Logan mientras me adelanto a él, hasta la puerta principal. “No esperaba invitados”.
Sin proponérselo, esboza una sonrisa.
“Ja, ja”, dice inexpresivamente. “¿Debo quitarme los zapatos?”.
Tiene sentido del humor. Eso me sorprende.
Al abrir la puerta y entrar, cualquier sentido del humor que yo haya tenido, desaparece de repente. Cuando veo el lugar que está frente a mí, me siento descorazonada. Sasha está ahí, tendida, con la sangre seca, su cuerpo rígido y congelado. A pocos centímetros de distancia se encuentra el cadáver del tratante de esclavos que Sasha había matado, también está congelado, pegado al suelo.
Miro la chamarra que tengo puesta—que era de él—la ropa que tengo puesta—su ropa—mis botas—sus botas—y me siento rara. Es casi coo si yo fuera su doble.
Logan me mira y debe darse cuenta de eso, también.
“¿No le quitaste los pantalones?”, pregunta.
Miro hacia abajo y recuerdo que no lo hice. Era demasiado.
Niego con la cabeza.
“Fue tonto”, dice.
Ahora que lo menciona, me doy cuenta de que tiene razón. Mis viejos pantalones de mezclilla están húmedos y fríos y se pegan a mí. Y aunque yo no los quisiera, tal vez Ben sí. Es una lástima desperdiciarlos: después de todo, es ropa perfectamente buena.
Oigo un llanto ahogado y veo a Bree, ahí parada, mirando a Sasha. Me rompe el corazón ver su cara de esa manera, abatida, mirando hacia abajo a su antigua perrita.
Me acerco y pongo mi brazo encima de ella.
“Tranquilízate, Bree”, le digo. “No la veas”.
Beso su frente e intento alejarla, pero ella me aleja con una fuerza sorprendente.
“No”, dice ella.
Da un paso adelante, se arrodilla y abraza a Sasha en el suelo. Ella pone sus brazos sobre su cuello y se inclina y la besa en la cabeza.
Logan y yo intercambiamos miradas. Ninguno de los dos sabemos qué hacer.
“No tenemos tiempo”, dice Logan. “Necesitas enterrarla y seguir adelante”.
Me arrodillo junto a ella, me inclino y acaricio la cabeza de Sasha.
“Todo va a estar bien, Bree. Sasha ya está en un lugar mejor. Ahora es feliz. ¿Me entiendes?”.
Las lágrimas caen de sus ojos, y ella levanta la mano, respira profundo y las limpia con el dorso de su mano.
“No podemos dejarla aquí, así”, dice ella. “Tenemos que enterrarla”.
“Lo haremos”, le digo.
“No podemos”, dice Logan. “El suelo está congelado”.
Me levanto y miro a Logan, más molesta que nunca. Sobre todo porque me doy cuenta de que tiene razón. Debí haber pensado en ello.
“¿Y qué sugieres que hagamos?”, le pregunto.
“No es mi problema. Estaré afuera, vigilando”.
Logan se da la vuelta y sale, dando un portazo detrás de él.
Volteo a ver a Bree, intentando pensar rápidamente.
“Él tiene razón”, le digo. “No tenemos tiempo para enterrarla”.
“¡NO!”, grita ella. “Lo prometiste. ¡Tú lo prometiste!”.
Ella tiene razón. Lo prometí. Pero no había pensado las cosas detalladamente. Pensar en dejar a Sasha aquí así, me mata. Pero tampoco puedo arriesgar nuestras vidas. A Sasha no le gustaría eso.
Tengo una idea.
“La pondremos en el río, Bree”.
Ella voltea a verme.
“¿Y si la enterramos en el agua? Ya sabes, como hacen con los soldados que mueren condecorados?”.
“¿Qué soldados?”, pregunta.
“Cuando los soldados mueren en el mar, a veces se les entierra ahí. Es un entierro con honor. A Sasha le encantaba el río. Estoy segura de que será feliz ahí. Podemos llevárnosla y enterrarla ahí. ¿Te parece bien?”.
Mi corazón late con fuerza, en espera de la respuesta. Se nos acaba el tiempo y sé cuán instransigente puede llegar a ser Bree cuando algo significa mucho para ella.
Para alivio mío, asienta con la cabeza.
“De acuerdo”, dice. “Pero yo la llevo”.
“Creo que es muy pesada para ti”.
“No me iré, a menos que yo la cargue”, dice ella, con los ojos brillando con determinación, mientras se levanta, me mira a la cara, con las manos en sus caderas. Me doy cuenta en su mirada, que no permitirá que sea de otra manera.
“De acuerdo”, le digo. “Puedes llevarla”.
Entre las dos levantamos a Sasha del suelo, y después exploro rápidamente la casa en busca de cualquier cosa que podamos rescatar. Me apresuro a acercame al cadáver del tratante de esclavos, le quito los pantalones, y al hacerlo, siento algo en su bolsillo trasero. Me da gusto descubrir algo voluminoso y metálico en el interior. Saco una pequeña navaja automática. Me alegra tenerla y la meto a mi bolsillo.
Reviso rápidamente el resto de la casa, yendo apresuradamente de una habitación a otra, buscando cualquier cosa que nos pueda ser útil. Encuentro algunos viejos sacos de yute vacíos y los llevo todos. Abro uno y pongo adentro el libro favorito de Bree, El Árbol Generoso, y mi ejemplar de El Señor de las Moscas. Corro hacia el armario, tomo el resto de las velas y fósforos y los pongo adentro.
Corro a la cocina y voy al garaje, las puertas están abiertas desde que los tratantes de esclavos allanaron la casa. Espero ansiosamente que no hayan tenido tiempo de buscar en la parte posterior, más a fondo en el garaje, su caja de herramientas. La escondí bien, en un hueco en la pared, y me apresuro a ir atrás y me siento aliviada al ver que sigue ahí. Es demasiado pesada para llevar toda la caja de herramientas, por lo que rebusco en ella y elijo lo que pueda ser de utilidad. Tomo un pequeño martillo, un destornillador, una cajita de clavos. Encuentro una linterna, con batería en su interior. La pruebo y funciona. Tomo un juego de alicates, una llave inglesa y la cierro y me preparo para salir.
Cuando estoy a punto de salir corriendo, algo llama mi atención, en lo alto de la pared. Es una tirolina grande, fruncida, atada cuidadosamente y colgando de un gancho. La había olvidado. Años atrás, papá compró esta tirolina y la ató entre los árboles, pensando en que podríamos divertirnos. La usamos una vez y nunca más, y después la colgó en el garaje. Viéndola ahora, pienso que podría ser valiosa. Subo al banco de herramientas, levanto la mano y la bajo, colgándola sobre mi hombro y con mi saco de yute en el otro.
Salgo rápidamente del garaje y vuelvo a la casa y Bree está ahí parada, sosteniendo a Sasha con ambos brazos, mirándola.
“Estoy lista”, dice ella.
Salimos apresuradamente por la puerta principal y Logan se vuelve y ve a Sasha. Mueve la cabeza negando.
“¿A dónde la llevan?”, pregunta.
“Al río”, digo yo.
Él mueve la cabeza en señal de desaprobación.
“El reloj sigue caminando”, dice. “Quedan 15 minutos, antes de regresar. ¿Dónde está la comida?”
“Aquí no está”, le digo. “Tenemos que ir más arriba, a una cabaña que encontré. Podemos hacerlo en 15 minutos”.
Camino con Bree hacia el camión y meto la tirolina y la bolsa en la parte trasera. Conservo los sacos vacíos, sabiendo que los necesitaré para llevar la comida.
“¿Para qué es esa cuerda?”, pregunta Logan, caminando detrás de nosotras. “No vamos a necesitarla”.
“Nunca se sabe”, le digo.
Volteo, pongo un brazo alrededor de Bree, quien todavía se queda mirando a Sasha, y la parto, mirando hacia la montaña.
“Andando”, le digo a Logan.
De mala gana, se vuelve y camina con nosotras.
Los tres caminamos hacia la montaña, el viento sopla cada vez más fuerte y frío. Miro con preocupación el cielo; está oscureciendo más rápido de lo que pensé. Sé que Logan tiene razón: tenemos que estar de vuelta en el río al caer la noche.
Y ya que tenemos encima la puesta del sol, me siento cada vez más preocupada. Pero también sé que tenemos que conseguir la comida.
Los tres subimos arduamente la ladera de la montaña, y finalmente llegamos al claro de la cima, mientras una fuerte ráfaga me golpea la cara. Está haciendo más frío y oscurece rápidamente.
Rememoro mis pasos a la cabaña, la nieve es más espesa aquí; siento que me perfora las botas a medida que avanzo. La veo, todavía oculta, cubierta de nieve, sigue estando bien oculta y manteniendo el anonimato más que nunca. Me apresuro hacia ella y abro con fuerza la puerta. Logan y Bree están detrás de mí.
“Qué buen descubrimiento”, dice, y por primera vez escucho admiración en su voz. “Está bien escondida. Me gusta. Casi es suficiente para querer quedarme aquí—si los tratantes de esclavos no nos estuvieran persiguiendo y si tuviéramos un suministro de alimentos”.
“Lo sé”, le digo, mientras entro a la pequeña casa.
“Es hermosa”, dice Bree. “¿Esta es la casa a la que nos íbamos a mudar?”.
Volteo a verla, sintiéndome mal. Asiento con la cabeza.
“Será en otra ocasión, ¿de acuerdo?”.
Ella entiende. Tampoco está ansiosa por esperar a los tratantes de esclavos.
Entro apresuradamente y abro la puerta de la trampilla y bajo la escalera empinada. Está oscuro aquí y palpo mi camino. Extiendo la mano y toco una fila de envases, tintineando al tocarlos. Son los tarros. No pierdo tiempo. Saco mis bolsas y las lleno lo más rápidamente posible con los tarros. Apenas puedo descrifrarlos ya que la bolsa se pone pesada, pero recuerdo que había mermelada de frambuesas, de zarzamora, pepinillos, pepinos. Lleno la bolsa lo más que puedo y luego levanto la mano y se lo entrego en la escalera a Logan. Él la sujeta y yo lleno tres más.
Saco todo lo que está en la pared.
“Ya no más”, dice Logan. “No podría cargarla. Y está oscureciendo. Tenemos que irnos”.
Ahora habla con más respeto en su voz. Obviamente, está impresionado con el alijo que encontré, y por fin reconoce lo mucho que necesitábamos que viniera.
Me ofrece la mano pero yo subo sola la escalera, no necesitando su ayuda y todavía ofendida por su actitud anterior.
Estando otra vez en la cabaña, sujeto dos de los pesados sacos mientras Logan toma los demás. Los tres nos apresuramos para salir de la cabaña y rápidamente retomamos nuestros pasos para bajar por el sendero empinado. En cuestión de minutos estamos de regreso en el camión y me siento aliviada al ver que todo sigue ahí. Veo al horizonte y no hay señal de actividad en algún lugar de la montaña ni en el valle distante.
Subimos al camión, doy vuelta a la marcha, feliz de que arranque, y despegamos hacia el sendero. Tenemos comida, víveres, a nuestra perrita y pude decir adiós a la casa de mi papá. Me siento satisfecha. Siento que Bree, que está sentada junto a mí, también está satisfecha. Logan mira afuera de la ventanilla, perdido en su propio mundo, pero no puedo evitar sentir que él piensa que tomamos la decisión correcta.
*
El viaje de regreso a la montaña no tuvo incidentes, los frenos de este viejo camión funcionan bien, para mi sorpresa. En algunos lugares, donde está muy empinado, es más un deslizamiento controlado que un frenado, pero en unos minutos habremos salido de lo peor, y volveremos a la estable Ruta 23, rumbo al Este. Tomamos velocidad, y por primera vez en mucho tiempo, me siento optimista. Tenemos algunas herramientas valiosas y suficiente comida para varios días. Me siento bien, realizada, al bajar por la Ruta 23, a unos minutos de distancia de la lancha.
Y entonces, todo cambia.
Freno de golpe cuando una persona aparece de repente, agitando sus brazos histéricamente, bloqueando nuestro camino. Está a escasos cuarenta y cinco metros y tengo que clavar los frenos, haciendo que el camión patine.
“¡NO TE DETENGAS!”, ordena Logan. “¡Sigue conduciendo!” Lo dice usando un tono de voz como de militar.
Pero no puedo escuchar. Hay un hombre ahí, parado, indefenso, vistiendo únicamente unos pantalones vaqueros deshilachados y un chaleco sin mangas, en el frío polar. Él tiene una barba larga, negra, el cabello revuelto y ojos grandes, negros, delirantes. Él es tan delgado, que parece que no ha comido en muchos días. Lleva un arco y una flecha atada a su pecho. Es un ser humano, un sobreviviente, como nosotros, eso es obvio.
Él agita sus brazos frenéticamente y no puedo atropellarlo. Ni puedo soportar dejarlo.
Nos detenemos abruptamente, a unos centímetros de distancia del hombre. Está ahí parado con los ojos abiertos de par en par, como si no esperara que nos detuviéramos realmente.
Logan no pierde el tiempo para salir de un salto, con las dos manos sobre su pistola, apuntando a la cabeza del hombre.
“¡APÁRTATE!”, grita.
Yo también salgo de repente.
El hombre levanta sus brazos, lentamente, aturdido, mientras da varios pasos hacia atrás.
“¡No disparen!”, suplica el hombre. “¡Por favor! ¡Soy como ustedes! Necesito ayuda. Por favor. No pueden dejarme morir aquí. Muero de hambre. No he comido en varios días. Déjenme ir con ustedes. Déjenme ir con ustedes. Por favor. ¡Por favor!”.
Se le quiebra la voz y veo la angustia en su rostro. Entiendo lo que él siente. No hace mucho tiempo, yo estaba igual que él, viviendo de gorra para sobrevivir con cada comida, aquí en las montañas. No estoy mucho mejor ahora.
“¡Tomen esto!”, dice el hombre, quitándose el arco y la carcaza de flechas. “¡Es para ustedes! ¡No es mi intención hacer daño!”.
“Camina despacio”, advierte Logan, sospechando aún.
El hombre extiende la mano con cautela y entrega el arma.
“Brooke, recógelo tú”, dice Logan.
Doy un paso al frente, tomo el arco y las flechas y las pongo en la parte trasera del camión.
“¿Lo ven?”, dice el hombre, sonriendo. “No soy una amenaza. Solamente quiero unirme a ustedes. Por favor. No pueden dejarme morir aquí”.
Lentamente, Logan relaja la guardia y baja un poco su arma. Pero mantiene enfocada la mirada en el hombre.
“Lo siento”, dice Logan. “No podemos tener otra boca que alimentar”.
“¡Espera!”, le grito a Logan. “No eres el único que está aquí. Tú no tomas todas las decisiones”. Me dirijo al hombre. “Cómo te llamas?”, le pregunto. “¿De dónde eres?”.
Me mira con desesperación.
“Me llamo Rupert”, dice él. “He sobrevivido aquí durante dos años. Yo ya te había visto a ti y a tu hermana. Cuando los tratantes de esclavos se la llevaron, intenté ayudar. ¡Soy quien taló ese árbol!”.
Mi corazón se rompe cuando dice esto. Él es la única persona que intentó ayudarnos. No puedo dejarlo aquí. No es correcto.
“Tenemos que llevarlo”, le digo a Logan. “Podemos hacer espacio para uno más”.
“No lo conoces”, dice Logan. “Además, no tenemos comida”.
“Puedo cazar”, dice el hombre. “Tengo la flecha y el arco”.
“Te está siendo de mucha ayuda aquí arriba”, dice Logan.
“Por favor”, dice Rupert. “Puedo ayudar. Por favor. No quiero su comida”.
“Lo llevaremos”, le digo a Logan.
“No, no lo llevaremos”, contesta. “No conoces a este hombre. No sabes nada de él”.
“No sé gran cosa de ti”, le digo a Logan, sintiendome más enojada. Odio que sea tan cínico, tan reservado. “Tú no eres la única persona que tiene derecho a vivir”.
“Si lo llevas, nos pondrás en peligro a todos”, dice. “No solamente a ti. También a tu hermana”.
“Somos tres personas, hasta donde sé”, se escucha la voz de Bree.
Volteo a ver que ella salió del camión y está parada detrás de nosotros.
“Y eso significa que somos una democracia. Y mi voto cuenta. Voto por llevarlo. No podemos dejarle aquí para que muera”.
Logan mueve la cabeza, parece enojado. Sin decir otra palabra, su mandíbula se enducrece, vuelve a subir al camión.
El hombre me mira con una gran sonrisa, su cara tiene miles de arrugas.
“Gracias”, dice susurrando. “No sé cómo agradecerte”.
“Sólo date prisa, antes de que él cambie de opinión”, digo, mientras volvemos al camión.
Al acercarse Rupert a la puerta, Logan dice: “No te sentarás adelante. Entra en la parte trasera del camión”.
Antes de que yo pueda discutir, Rupert sube feliz en la parte trasera del camión. Bree entra y yo también y nos vamos.
Es un estresante recordatorio del viaje de regreso al río. Conforme avanzamos, el cielo se oscurece; constantemtne observo la puesta del sol, de un rojo sangriento a través de las nubes. Está haciendo más frío cada segundo, y la nieve se está endureciendo conforme avanzamos, convirtiéndose en hielo en algunos lugares, lo que hace más inestable la conducción. El indicador de gasolina está disminuyendo, parpadea en rojo y aunque nos falta kilómetro y medio para llegar, siento como si estuviéramos luchando por cada centímetro. También siento cómo Logan está desasosegado por nuestro nuevo pasajero. Es un desconocido más. Una boca más que alimentar.
En silencio obligo al camión a seguir adelante, al cielo a mantener la luz, a la nieve a que no se endurezca, mientras piso a fondo el acelerador. Justo cuando creo que nunca vamos a llegar allá, rodeamos la curva, y veo nuestra salida. Giro con fuerza sobre el estrecho camino de tierra, que desciende hacia el río, obligando al camión a lograrlo. Sé que la lancha está a solo ciento ochenta metros de distancia.
Damos vuelta en otra curva, y al hacerlo, mi corazón se llena de alivio cuando veo la lancha. Todavía está ahí, flotando en el agua, y veo a Ben ahí parado, parece nervioso, mirando al horizonte esperando que nos acerquemos.
“¡Nuestra lancha!”, grita Bree emocionada.
Este camino tiene más baches cuando aceleramos cuesta abajo. Pero vamos a lograrlo. Me siento aliviada.
Sin embargo, al ver el horizonte, a lo lejos veo algo que me hace sentir descorazonada. No puedo creerlo. Logan debe estarlo viéndolo al mismo tiempo.
“Maldita sea”, susurra.
A lo lejos, en el Hudson, está la lancha de un tratante de esclavos—una lancha motora grande, brillante, elegante, negra, que se acerca rápidamente hacia nosotros. Es del doble de tamaño de la nuestra, y estoy segura de que está mucho más equipada. Para empeorar las cosas, veo otra lancha detrás de esa, más atrás.
Logan tenía razón. Estaban mucho más cerca de lo que creí.
Oprimo el freno y patinamos hasta detenernos como a nueve metros de la costa. Pongo la palanca de cambios en estacionar, abro la puerta y salgo, preparándome para correr hacia la lancha.
De repente, algo anda muy mal. Siento que no puedo respirar y un brazo rodea mi garganta; después siento que me arrastran hacia atrás. Me estoy sofocando, viendo estrellas, y no entiendo qué está pasando. ¿Los tratantes de esclavos nos tendieron una emboscada?
“No te muevas”, sisea una voz en mi oído.
Siento algo afilado y frío contra mi garganta y me percato de que es un cuchillo.
Es entonces que me doy cuenta de lo que ha sucedido. Rupert. El desconocido. Él me ha tendido una emboscada.