Читать книгу El Destino De Los Dragones - Морган Райс, Morgan Rice - Страница 15
CAPÍTULO NUEVE
ОглавлениеGwendolyn corrió en el campo abierto; su padre, el rey MacGil, al lado de ella. Ella era joven, tendría unos diez años y su padre era mucho más joven, también. Su barba era corta, no mostraba ningún tono del gris que tendría posteriormente en la vida, y su piel no tenía arrugas, era joven, brillante. Estaba feliz, despreocupado y se reía con abandono mientras tomaba la mano de ella y corría junto con ella a través de los campos. Este era el padre que ella recordaba, el padre que conocía.
Él la levantó y la puso encima de su hombro, dándole vueltas una y otra vez, riendo más y más fuerte, y ella reía salvajemente. Se sentía tan segura en sus brazos, y quería este tiempo juntos nunca terminara.
Pero cuando su padre la bajó, algo extraño sucedió. De repente, el día cambió de ser una tarde soleada al crepúsculo. Cuando los pies de Gwen tocaron el suelo, ya no estaban en las flores del campo, sino atrapadas en el barro, hasta los tobillos. Su padre ahora estaba en el barro, sobre su espalda, a pocos centímetros de ella—era mayor, mucho mayor, era demasiado viejo—y estaba atascado. Todavía más lejos, tirada en el barro, estaba su corona, brillando.
"Gwendolyn", dijo él. "Hija mía. Ayúdame".
Él levantó una mano que estaba sobre el barro, tratando de alcanzarla, desesperado.
Ella sintió una urgencia de ayudarlo, y trató de ir hasta él, de tomar su mano. Pero sus pies no se movían. Ella miró hacia abajo y vio que el barro endurecía a su alrededor, secándose, agrietándose. Ella se movió y se movió, tratando de liberarse.
Gwen parpadeó y se encontró de pie en los parapetos del castillo, mirando hacia abajo en la corte del rey. Algo estaba mal: al mirar hacia abajo, no vio el esplendor de siempre y las festividades, sino un vasto cementerio. Donde una vez estaba el brillante esplendor de la corte del rey, ahora había tumbas recientes hasta donde alcanzaba la vista.
Oyó ruidos de pies, y su corazón se detuvo cuando volteó para ver a un asesino, vestido con un manto negro y capucha, que se acercaba a ella. Él corrió hacia ella, tirando hacia atrás la capucha, revelando una cara grotesca, le faltaba un ojo, tenía una cicatriz gruesa, irregular sobre la cuenca. Gruñó, levantó una mano que sostenía una daga reluciente, con la empuñadora roja brillante.
Él se estaba moviendo muy rápido y ella no pudo reaccionar a tiempo. Se preparó, sabiendo que iba a ser asesinada cuando él bajó la daga con toda su fuerza.
Se detuvo de repente, a sólo centímetros de ella, y abrió los ojos para ver a su padre, ahí parado, siendo un cadáver, sujetando la muñeca del hombre en el aire. Apretó la mano del hombre hasta que la tiró, y luego izó al hombre sobre sus hombros y lo lanzó desde el parapeto. Gwen escuchó sus gritos mientras él caía sobre el borde.
Su padre se volvió y la miró; la agarró de sus hombros firmemente con sus manos en descomposición; tenía una expresión severa.
“No es seguro que estés aquí”, le advirtió él. "¡No es seguro!" gritó, sus manos la sujetaban con demasiada firmeza, haciendo que ella gritara.
Gwen despertó gritando. Se sentó erguida en la cama, mirando alrededor de su habitación, esperando al atacante.
Pero se encontró solamente con el silencio – el grueso y quieto silencio que precede a la madrugada.
Sudando, jadeando con fuerza, saltó de la cama, vestida con su camisón de encaje, y salió de su habitación. Corrió hacia una cuenca pequeña de piedra y salpicó agua en su cara, una y otra vez. Ella se apoyó contra la pared, sintió la piedra fría en sus pies desnudos en una mañana calurosa de verano y trató de tranquilizarse.
El sueño se había sentido demasiado real. Ella sintió que era más que un sueño—una advertencia genuina de su padre, un mensaje. Sentía la urgencia de dejar la corte del rey, ahora mismo y nunca volver.
Sabía que era algo que no podía hacer. Ella tuvo que calmarse, recuperar su sensatez. Pero cada vez que ella parpadeaba, veía el rostro de su padre, sentía su advertencia. Tenía que hacer algo para sacudirse la pesadilla.
Gwen miró y vio el primer sol empezaba a salir, y pensó en el único lugar que le ayudaría a tranquilizarse: El Río del Rey. Sí, ella tenía que irse.
*
Gwendolyn se sumergió una y otra vez en los manantiales helados del Río del Rey, sosteniendo su nariz y metiendo la cabeza bajo el agua. Se sentó en el estanque pequeño y natural tallado en roca, escondido en los manantiales superiores, que había encontrado y frecuentado desde que era una niña. Ella metió su cabeza bajo el agua y ahí se quedó, sintiendo las frías corrientes que pasaban por su cabello, sobre su cuero cabelludo, sintiendo que lavaba y limpiaba su cuerpo desnudo.
Ella había encontrado ese lugar aislado un día, escondido en medio de un bosquecillo de árboles, arriba en la montaña, en una pequeña meseta donde la corriente del río bajaba y creaba un estanque profundo y tranquilo. Por encima de ella, el río goteaba por debajo de ella, y continuaba bajando— sin embargo aquí, en esta meseta, las aguas apenas sostenían una corriente mínima. El estanque era profundo, las rocas suaves y el lugar estaba tan bien oculto, que podía bañarse desnuda sin problemas. Ella iba ahí casi todas las mañanas en el verano, cuando el sol estaba saliendo, para despejar su mente. Especialmente en días como hoy, cuando las pesadillas la perseguían, como a menudo ocurría; era un lugar donde podía refugiarse.
Fue muy duro para Gwen saber si fue sólo una pesadilla, o algo más. ¿Cómo iba a saber si un sueño traía un mensaje, un presagio? ¿Saber si era sólo su mente jugando con ella o si le estaban dando una oportunidad para actuar?
Gwendolyn subió buscando aire, respirando en la mañana calurosa de verano, escuchando los pájaros chirriar alrededor de ella en los árboles. Ella se inclinó contra la roca, su cuerpo sumergido hasta el cuello, sentada en una cornisa natural en el agua, pensando. Ella estiró la mano y salpicó su cara con agua, luego corrió sus manos por su pelo largo, rojizo. Miró hacia la superficie cristalina del agua, que reflejaba el cielo, el segundo sol, que ya empezaba a subir, los árboles arqueados sobre el agua y su propia cara. Sus ojos azules almendrados, mirándola desde el reflejo ondulante. Podía ver algo de su padre en ellos. Se alejó, pensando otra vez en su sueño.
Ella sabía que era peligroso permanecer en la corte del rey con el asesinato de su padre, con todos los espías, todas las tramas—y sobre todo, con Gareth como rey. Su hermano era impredecible. Vengativo. Paranoico. Y muy, muy celoso. Veía a todo el mundo como una amenaza—especialmente a ella. Cualquier cosa podría suceder. Ella sabía que no era seguro estar aquí. Nadie lo estaba.
Pero ella no era de las que huían. Necesitaba saber con certeza quién fue el asesino de su padre, y si era Gareth, ella no podía no hasta llevarlo a la justicia. Ella sabía que el espíritu de su padre no descansaría hasta que quien lo hubiera matado fuera capturado. La justicia había sido su grito de guerra toda su vida, y, de todas las personas, merecía tenerlo para él mismo en la muerte.
Gwen pensó otra vez el encuentro de ella y de Godfrey con Steffen. Ella estaba segura de que Steffen escondía algo, y se preguntaba qué sería. Una parte de ella sentía que él podría abrirse en su momento. Pero ¿qué pasaba si no lo hacía? Sintió una urgencia por encontrar al asesino de su padre—pero no sabía dónde buscar.
Gwendolyn finalmente se levantó de su asiento bajo el agua, subió a tierra desnuda, temblando con el aire de la mañana, se escondió detrás de un árbol grueso y subió la mano para tomar su toalla de una rama, como hacía siempre.
Pero al acercarse, se sorprendió al descubrir que su toalla no estaba allí. Ella se quedó allí, desnuda, mojada y no podía entender qué pasaba. Estaba segura de que la había colgado allí, como hacía siempre.
Se quedó ahí, desconcertado, temblando, tratando de entender lo que había sucedido, cuando de repente, sintió movimiento detrás de ella. Todo pasó tan rápido—borroso—y un instante después, su corazón se detuvo, al darse cuenta de un hombre estaba parado detrás de ella.
Pasó muy rápido. En segundos, el hombre, vestido con un manto negro y una capucha, como en su pesadilla, estaba detrás de ella. La agarró por detrás, subió su mano huesuda y la puso sobre su boca, silenciando sus gritos mientras la sostenía firmemente. Alargó su otra mano y la sujetó por la cintura, acercándola a él y levantándola del suelo.
Ella dio patadas en el aire, tratando de gritar, hasta que él la puso abajo, todavía agarrándola firmemente. Ella trató de liberarse de su sujeción, pero era demasiado fuerte. La rodeó y Gwen vio que empuñaba una daga con un brillante rojo—el mismo de su sueño. Había sido una advertencia, después de todo.
Sintió la hoja pegada a la garganta, y él la sujetaba tan fuerte que si ella se movía en cualquier dirección, podría cortarse la garganta. Las lágrimas rodaron por sus mejillas mientras luchaba por respirar. Estaba tan enojada con ella misma. Había sido tan estúpida. Ella debería haber sido más cuidadosa.
"¿Reconoces mi cara?", preguntó él.
Se inclinó hacia adelante y ella sentía su aliento horrible y caliente en su mejilla y vio su perfil. Su corazón se detuvo—era el mismo rostro de su sueño, el hombre al que le faltaba un ojo y tenía una cicatriz.
"Sí", contestó ella, con su voz temblorosa.
Era una cara que ella conocía muy bien. Ella no sabía su nombre, pero sabía que era un "ejecutor". Una tipo de clase baja, uno de los que andaban alrededor de Gareth desde que era niño. Era mensajero de Gareth. Gareth le enviaba a quien quería asustar—o torturar o matar.
"Eres el perro de mi hermano", dijo ella desafiante.
Él sonrió, mostrando los dientes perdidos.
"Yo soy su mensajero", dijo él. "Y mi mensaje viene con un arma especial para ayudarte a recordarlo. Su mensaje de hoy es que dejes de hacer preguntas. La llegarás a conocer, porque cuando acabe contigo, la cicatriz que dejaré en esa cara bonita, te hará recordarlo para toda la vida".
Él aspiró, luego levantó el cuchillo alto y comenzó a bajarlo en su cara.
"¡NO!" gritó Gwen.
Ella se preparó para la cortada que cambiará su vida.
Pero cuando la hoja bajó, algo sucedió. De repente, un ave chirrió, voló hacia abajo desde el cielo, y bajó justo hacia el hombre. Ella miró para arriba y lo reconoció en el último segundo:
Estopheles.
Voló hacia abajo, con sus garras hacia fuera y arañó el rostro del hombre mientras derribaba la daga.
La hoja acababa de comenzar a cortar la mejilla de Gwen, haciéndola sentir dolor, cuando de repente cambió de dirección; el hombre gritó, bajando la cuchilla y levantando sus manos. Gwen vio un destello de luz en el cielo, el sol brillando detrás de las ramas, y mientras Estopheles se iba volando, ella sabía, lo sabía, que su padre había enviado al halcón.
Ella no perdió el tiempo. Giró, se inclinó de nuevo y, como sus entrenadores le habían enseñado a hacer, pateó al hombre con fuerza en el plexo solar, con una puntería perfecta con su pie desnudo. Él se desplomó, sintiendo la fuerza de las piernas de ella mientras le daba la patada. Ella sabía hacerlo desde que era joven, que no necesitaba ser fuerte para defenderse de un atacante. Sólo tenía que utilizar sus músculos más fuertes, sus muslos. Y apuntar con precisión.
Mientras el hombre estaba parado allí, tumbado, ella avanzó, lo sujetó de la parte posterior de su cabello y levantó su rodilla—una vez más, con precisión milimétrica—y lo golpeó perfectamente en el puente de la nariz.
Ella escuchó un crujido y sintió su sangre caliente chorrear hacia afuera, sobre su pierna, manchándola, mientras él se desplomaba al suelo, ella sabía que le había roto la nariz.
Ella sabía que debía acabar con él para siempre, tomar ese puñal y sumergirlo en su corazón.
Pero se quedó allí, desnuda, y su instinto era vestirse y salir de ahí. No quería su sangre en sus manos, aunque se lo mereciera.
En lugar de eso se inclinó, cogió su espada, la tiró al río y envolvió su ropa alrededor de sí misma. Se preparaba para huir, pero antes de hacerlo, ella se volvió, y le dio una patada lo más fuerte que pudo en la ingle.
Él gritó de dolor y se acurrucó en ovillo, como un animal herido.
Interiormente ella temblaba, sintiendo lo cerca que había estado de ser asesinada o al menos mutilada. Sentía el ardor del corte en su mejilla y se dio cuenta de que probablemente le quedaría alguna cicatriz, aunque fuera ligera. Se sintió traumatizada. Pero no permitiría que él lo notara. Porque al mismo tiempo, también sintió una nueva fuerza brotar en ella, la fuerza de su padre, de siete generaciones de reyes MacGil. Y por primera vez se dio cuenta de que ella también era fuerte. Tan fuerte como sus hermanos. Tan fuerte como cualquiera de ellos.
Antes de que ella se diera vuelta, se agachó tan cerca para que él pudiera escucharla entre sus gemidos.
"Si vuelve a acercarse a mí otra vez", gruñó al hombre, "yo misma lo mataré".