Читать книгу Un Grito De Honor - Морган Райс, Morgan Rice - Страница 10
CAPÍTULO CUATRO
ОглавлениеGwendolyn se apresuró a través de las callejuelas de la Corte del Rey; Akorth y Fulton llevaban cargando a Godfrey detrás de ella, abriéndose paso mientras cortaba camino entre la gente. Estaba decidida a llegar con la curandera tan pronto como fuera posible. Godfrey no podía morir, no después de todo lo que habían pasado y ciertamente no de esta manera. Casi podía ver la sonrisa autocomplaciente de Gareth al recibir la noticia de la muerte de Godfrey – y ella estaba decidida a cambiar el resultado. Ella sólo deseaba haberlo encontrado antes.
Cuando Gwen dio vuelta a la esquina y marchó hacia la plaza de la ciudad, la multitud se hizo particularmente más grande y ella vio a Firth, aun colgando de una viga, con el nudo apretado alrededor de su cuello, colgando para que todos pudieran verlo. Instintivamente alejó la mirada. Era un espectáculo horrible, un recordatorio de la maldad de su hermano. Ella sentía que no podía escapar de su alcance por donde volteara. Era extraño pensar que justo el día anterior, ella había estado hablando con Firth – y ahora estaba aquí colgado. Ella no pudo evitar sentir que la muerte la estaba acechando – y que también iba por ella.
Aunque Gwen quería alejarse, elegir otro camino, sabía que ir a través de la plaza era la manera más directa, y no se reduciría por sus miedos; se obligó a ella misma a pasar por la viga, donde estaba el cuerpo colgando. Al hacerlo, se sorprendió al ver al verdugo real, ataviado con túnicas negras, bloqueando su camino.
Al principio pensó que iba a matarla a ella también – hasta que él hizo una reverencia.
"Mi lady", dijo con humildad, bajando la cabeza en deferencia. "No nos han dado las órdenes reales sobre qué hacer con el cadáver. No he recibido instrucciones acerca de darle un entierro apropiado o tirarlo en el cementerio de los pobres".
Gwen se detuvo, molesta de que esto cayera sobre sus hombros; Akorth y Fulton se detuvieron a su lado. Miró hacia arriba, entrecerrado los ojos hacia el sol, mirando el cadáver colgando a pocos metros de ella, e iba a seguir adelante e ignorar al hombre, cuando algo se le ocurrió. Ella quería hacer justicia para su padre.
"Métanlo en una fosa común", dijo. "Sin marcar. Que no tenga un entierro de ritos especiales. Quiero que su nombre sea olvidado de los anales de la historia".
Él inclinó su cabeza en aceptación, y ella sintió una pequeña sensación de justicia. Después de todo, este hombre era quien en realidad había matado a su padre. Aunque odiaba las manifestaciones de violencia, no derramó ni una lágrima por Firth. Ella podía sentir ahora el espíritu de su padre, más fuerte que nunca, y un sentido de paz viniendo de él.
"Y una cosa más", añadió, deteniendo al verdugo. "Baja el cadáver".
"¿Ahora, mi lady?", preguntó el verdugo. "Pero el rey dio órdenes de dejarlo colgando indefinidamente".
Gwen meneó la cabeza.
"Ahora", repitió. "Ésas son tus nuevas órdenes", mintió.
El verdugo se inclinó y se apresuró a bajar el cadáver.
Gwen tuvo otra pequeña sensación de justicia. Ella no tenía ninguna duda de que Gareth estaba verificando el cadáver de Firth desde su ventana durante todo el día – su retiro lo irritaría, serviría como un recordatorio de que las cosas no siempre irían como lo planeaba.
Gwen ya se iba a ir cuando oyó un chillido distintivo; se detuvo y se volvió y arriba, encaramado en la viga, vio al Halcón Estopheles. Ella levantó la mano a la altura de su ojo para protegerse del sol, tratando de asegurarse de que no estuviera viendo visiones. Estopheles hizo otro rechinido y abrió sus alas, luego las cerró.
Gwen pudo sentir que el ave llevaba el espíritu de su padre. Su alma, tan inquieta, estaba un paso más hacia la paz.
Gwen pronto tuvo una idea; silbó y tendió un brazo, y Estopheles voló hacia abajo y aterrizó en la muñeca de Gwen. El pájaro pesaba mucho, y sus garras se clavaron en la piel de Gwen.
"Ve con Thor", susurró al pájaro. "Encuéntralo en el campo de batalla. Protégelo. ¡ANDA!", gritó, levantando su brazo.
Ella miró como Estopheles batió sus alas y se elevó, cada vez más y más alto en el cielo. Oraba para que eso funcionara. Había algo misterioso sobre ese pájaro, especialmente su conexión con Thor, y Gwen sabía que todo era posible.
Gwen siguió adelante, apresurándose a través de las calles serpenteantes hacia la casa de la curandera. Pasaron a través de varias puertas arqueadas hacia afuera de la ciudad, y ella caminó lo más rápido que pudo, orando para que Godfrey aguantara el tiempo suficiente para obtener ayuda.
El segundo sol se sumergió más bajo en el cielo mientras ellos subían una pequeña colina en las afueras de la Corte del Rey y la casa de la curandera aparecía a la vista. Era una cabaña sencilla, de una habitación, con sus paredes blancas de barro, con una pequeña ventana a cada lado y una pequeña puerta con arco de roble en el frente. Colgando de su techo había plantas de todos colores y variedades, enmarcando la cabaña – que también estaba rodeada por un gran jardín de hierbas, flores de muchos colores y tamaños, haciendo que la cabaña pareciera como si hubiera sido puesta en medio de un invernadero.
Gwen corrió hacia la puerta y tocó la aldaba varias veces. La puerta se abrió y ante ella apareció el rostro asustado de la curandera.
Illepra. Ella había sido curandera de la familia real toda su vida, y había estado en la vida de Gwen desde que ella era niña y empezó a caminar. Sin embargo, Illepra se las arreglaba para verse joven – de hecho, apenas se veía mayor que Gwen. Su piel brillaba, radiante, enmarcando sus ojos verdes, de mirada amable, y la hacía parecer de no más de 18 años. Gwen sabía que ella era mucho mayor, sabía que su apariencia era engañosa, y también sabía que Illepra era una de las personas más inteligentes y más talentosas que había conocido en su vida.
Illepra cambió su mirada hacia Godfrey y se dio cuenta de la situación. Se dejó de cumplidos y sus ojos se abrieron de par en par con preocupación, dándose cuenta de la urgencia. Caminó más allá de Gwen y corrió al lado de Godfrey, colocando una palma en la frente de él. Ella frunció el ceño.
"Métanlo", ordenó a los dos hombres, apresuradamente y "que sea rápido".
Illepra volvió adentro, abriendo la puerta más ampliamente, y ellos la siguieron, entrando apresuradamente en la cabaña. Gwen también entró, agachándose en la entrada baja y cerró la puerta detrás de ellos.
Había poca luz, y le tomó a sus ojos un momento para adaptarse; cuando eso sucedió, ella vio la cabaña exactamente como la recordaba cuando era niña: pequeña, iluminada, limpia y desbordante de plantas, hierbas y pociones de todo tipo.
"Déjenlo allí", ordenó Illepra a los hombres, con tal seriedad que Gwen nunca le había escuchado. "En esa cama, en la esquina. Quítenle su camisa y sus zapatos. Después, déjennos solos".
Akorth y Fulton hicieron lo que se les ordenó. Mientras salían apresuramiento por la puerta, Gwen agarró del brazo a Akorth.
"Hagan guardia afuera", le ordenó. "Quienquiera que haya ido tras Godfrey, podría intentarlo nuevamente. O venir tras de mí".
Akorth asintió con la cabeza y él y Fulton salieron, cerrando la puerta detrás de ellos.
"¿Cuánto tiempo lleva así?". Illepra preguntó con rapidez, sin mirar a Gwen, mientras se arrodillaba al lado de Godfrey y comenzaba a sentir su pulso, su estómago, su garganta.
"Desde anoche", respondió a Gwen.
"¡Anoche!", Illepra repitió, sacudiendo su cabeza con preocupación. Lo examinó por un largo tiempo en silencio; su expresión era sombría.
"No está bien”, dijo ella, finalmente.
Colocó su mano sobre su frente otra vez y cerró los ojos, respirando durante mucho tiempo. Un gran silencio impregnó la sala, y Gwen estaba empezando a perder su sentido del tiempo.
"Es veneno", Illepra susurró finalmente, con los ojos todavía cerrados, como si leyera su condición por ósmosis.
Gwen siempre se sentía maravillada por la habilidad que tenía ella; nunca se había equivocado en toda su vida. Y ella había salvado más vidas que las que el ejército había tomado. Se preguntó si era una habilidad que había aprendido o heredado; la madre de Illepra había sido curandera y también su abuela. Sin embargo, al mismo tiempo, Illepra había pasado cada minuto de su vida haciendo pociones y en las artes curativas.
"Es un veneno muy potente", añadió Illepra, con más seguridad. "Es raro de encontrar. Es muy costoso. Quien estuviera tratando de matarlo, sabía lo que estaba haciendo. Es increíble que no haya muerto. Él debe ser más fuerte de lo que pensamos".
"Lo heredó de mi padre", dijo Gwen. "Tenía la complexión de un toro. Todos los reyes MacGil la tenían".
Illepra cruzó la sala y mezcló varias hierbas en un bloque de madera, picando y moliendo y añadiendo un líquido al mismo tiempo. El producto final era un bálsamo espeso, verde, y lo puso en su mano, se apresuró a ir al lado de Godfrey y se lo aplicó arriba y abajo de su garganta, debajo de sus brazos, en su frente. Cuando terminó, cruzó la habitación otra vez, tomó un vaso y agregó varios líquidos, uno rojo, uno marrón y otro púrpura. Al mezclarse, la poción silbaba y hacía burbujas. Ella la movió con una cuchara larga de madera, y luego se apresuró a ir con Godfrey y lo puso en sus labios.
Godfrey no se movió; Illepra puso la mano detrás de su cabeza y lo levantó y lo obligó a beber el líquido que estaba en su boca. La mayor parte cayó al lado de sus mejillas, pero algo entró a su garganta.
Illepra secó el líquido de su boca y quijada, y finalmente se recostó y suspiró.
"¿Va a vivir?", Gwen preguntó, frenética.
"Es posible", dijo ella, sombría. "Le he dado todo lo que tengo, pero no será suficiente. Su vida está en manos del destino".
"¿Qué puedo hacer?", preguntó Gwen.
Ella se volvió y miró a Gwen.
"Reza por él. Sin duda, será una noche larga".