Читать книгу Un Reino de Sombras - Морган Райс, Morgan Rice - Страница 12

CAPÍTULO SIETE

Оглавление

Vesuvius estaba en la orilla del desfiladero junto a la Torre de Kos, mirando las olas romperse del Mar de los Lamentos y el vapor que se elevaba desde donde la Espada de Fuego había sido hundida; tenía una gran sonrisa. Lo había logrado. La Espada de Fuego ya no era más. Les había robado a la Torre de Kos y a Escalon su artefacto más apreciado. Había acabado con Las Flamas de una vez por todas.

Vesuvius estaba radiante de emoción. Su palma aún le dolía después de haber tocado la Espada de Fuego y, al observarla, vio que la insignia le había quedado marcada. Pasó uno de sus dedos por las cicatrices frescas sabiendo que las tendría para siempre como prueba de su éxito. El dolor era sobrecogedor, pero se obligó a sacarlo de su mente y a no dejar que lo molestara. De hecho, había aprendido a disfrutar el dolor.

Finalmente y después de varios siglos, su pueblo por fin tendría lo que merecía. Ahora ya no estarían relegados a Marda, a las orillas al norte del imperio y a una tierra infértil. Ahora tendrían su venganza después de estar atrapados tras el muro de fuego, inundarían Escalon y lo harían pedazos.

Su corazón se aceleró con tan solo pensarlo. Ya estaba ansioso por darse la vuelta, cruzar el Dedo del Diablo, regresar al continente y encontrarse con su pueblo en medio de Escalon. La nación entera de troles se reuniría en Andros, y juntos destruirían para siempre cada rincón de Escalon. Se convertiría en el nuevo país de los troles.

Pero mientras Vesuvius estaba de pie mirando las olas y el lugar en el que se había hundido la espada, algo le molestaba. Miró hacia el horizonte examinando las aguas negras de la Bahía de la Muerte y sentía que faltaba algo, algo que hacía que su satisfacción fuera incompleta. Al mirar hacia el horizonte, en la distancia, vio un pequeño barco de velas blancas que navegaba en la Bahía de la Muerte. Navegaba hacia el oeste alejándose del Dedo del Diablo. Al verlo avanzar, supo que algo no estaba bien.

Vesuvius se dio la vuelta y miró hacia arriba hacia la Torre. Estaba vacía. Sus puertas estaban abiertas. La Espada lo había estado esperando. Los guardas la habían abandonado. Había sido muy sencillo.

¿Por qué?

Vesuvius sabía que Merk el asesino había estado tras la Espada; lo había estado siguiendo por el Dedo del Diablo. ¿Por qué la abandonaría? ¿Por qué se alejaba navegando a través de la Bahía de la Muerte? ¿Quién era esa mujer que viajaba con él? ¿Había estado ella cuidando la torre? ¿Qué secretos escondía?

¿Y a dónde iban?

Vesuvius volteó hacia el vapor que salía del océano y después de nuevo hacia el horizonte; sintió un ardor en la venas. No pudo evitar sentir que de alguna manera había sido engañado, que le habían robado su victoria completa.

Mientras Vesuvius más pensaba en ello, más se daba cuenta de que algo estaba mal. Todo había sido muy conveniente. Examinó las violentas aguas debajo, las olas rompiendo contra las rocas, y el vapor que se elevaba, y entonces se dio cuenta de que nunca sabría la verdad. Nunca sabría si la Espada de Fuego en realidad se había hundido hasta el fondo; si había algo que no había descubierto; si en realidad había sido la espada correcta; y si Las Flamas realmente habían sido bajadas para siempre.

Vesuvius, ardiendo en indignación, tomó una decisión: tenía que perseguirlos. Nunca sabría la verdad hasta que los alcanzara. ¿Había otra torre secreta en otra parte? ¿Había otra espada?

Incluso si no la había, incluso si había hecho todo lo que necesitaba, Vesuvius era famoso por no dejar víctimas vivas; nunca. Él siempre continuaba hasta darle muerte al último hombre, y el ver a estos dos escapar de sus garras no le sentaba bien. Sabía que no podía simplemente dejarlos ir.

Vesuvius miró las docenas de barcos que seguían atados en la costa, abandonados, meciéndose en las violentas aguas y casi como si lo esperaran. Tomó una decisión inmediata.

“¡A los barcos!” le ordenó a su ejército de troles.

Todos al mismo tiempo empezaron a seguir sus órdenes, bajando por la orilla rocosa y abordando los barcos. Vesuvius los siguió subiéndose a la popa del último barco.

Se dio la vuelta, levantó su alabarda y cortó la cuerda.

Un momento después ya avanzaba junto con sus troles, todos ellos apretados en los barcos y  navegando por la legendaria Bahía de la Muerte. En alguna parte en el horizonte avanzaban Merk y la chica. Y Vesuvius no se detendría, sin importar lo lejos que tuviera que ir, hasta que ambos estuvieran muertos.

Un Reino de Sombras

Подняться наверх